Capítulo 54: Lucky Seven 101

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«Bienvenidos a Gables States» se leía con claridad en acabado elegante, impecable y costoso, escrito en el letrero que dejaron atrás, digno de una zona en la que, por lo que Elliot alcanzaba a ver, había nada más que mansiones lujosas, de esas que tienen hasta su propio muelle privado con acceso al océano atlántico, enormes piscinas, y palmeras exóticas en los jardines.

Una vez su padre Massimo quiso comprarle una de esas a su abuela en la costa del Mediterráneo, pero la Nonna lo rechazó tajantemente. Claro, la evidente diferencia entra la soñada villa italiana y la mansión que se disponían a infiltrar era la presencia de aquellos hombres un poco extraños y algo torpes, de caras simplonas, que revelaban a ciencia cierta que eran la seguridad de la mansión, que iban armados (disimuladamente), y, sobre todo, que eran de ese tipo de personas que no andan con cuentos.

—¡Por Zeus, estos lugares a los que me traes y yo empollando a una engendra del Sol...! —dijo la voz dispersa de Senex desde las profundidades de su mente—. ¡Santísimo Creador, cuánto sudor!

—¿Senex? —contestó Elliot en voz alta.

Delmy y Paerbeatus discutían acaloradamente mientras Elliot no dejaba de mirar a dichos guardianes. ¿Dónde rayos se encontraba la carta? Era una mansión, claro, pero lo único que caía en la mente de Elliot como algo parecido a esto eran esas casas de los capos latinoamericanos que aparecían en las narconovelas que Felipe se pasaba viendo durante sus madrugadas en la Bóveda.

—¡Shhh! ¡Hazte el loco y háblame bajito, que no quiero toparme con ninguno de esos otros amiguetes tan raros que tienes...! En fin, revisando acá en lo vuestro, lo que te guardas y que no tienes ni pizca idea, veo que los trogloditas del frente se te parecen mucho al Kuba ese del castillo bretón, el dizque francés, tú sabes, el que es una fachada para experimentos con púberes como vos...

—¿Mon... sieur... Kuba?

—Sí, el polaco gozón que cae presa de sus instintos como moscas en el templo... me da igual su nombre. El muchachón ése, como todo Homo Sapiens que vive más en la palma de sus manos que en la punta de sus dedos, cae como tonto ante la imagen de la fémina en traje de coneja, la que tiene una bola de colores atada a un mástil y que lambisquea con evidente pereza en la mirada...

—Sí... estos vigilantes se parecen mucho a Monsieur Kuba —dijo Elliot por lo bajo, para sí mismo.

Aunque trataban de disimularlo, era evidente que los guardias se encontraban protegiendo algo muy importante. «Uhm... ¿será la carta lo que están protegiendo?», se preguntó Elliot aterrado. Encarar directamente a los encargados de la vigilancia de la mansión no era una opción en lo absoluto, y si las cosas seguían así, Elliot no iba a poder negar que Delmy tenía razón, y que todo el intento de captura de la carta había sido una completa locura.

—¿Crees que...? —intentó preguntar Elliot, pero el espíritu ermitaño se le adelantó.

—Del presente sé poco, joven promesa... Veo lo que veo ante mis ojos y lo que se oculta ante tus párpados, no lo que se guarda ante y bajo los míos. Piénsatelo tú con calma y descifra el propio camino de tus pasos... ¡Adiós, chao, bye-bye! ¡No seas cómodo!

—Si algún día te disculpas por haberme secuestrado, quizá lo piense. No prometo nada —contestó Paerbeatus con aires de monarca en su discusión con la chica brasileña.

—Yo no te secuestré —remarcó ella con fastidio—. Te salvé...

—¡Eso dicen todos los secuestradores, pero ni creas que me enamoraré de ti, niña fresca! —sentenció Paerbeatus con firmeza—. No pienso caer en tus encantos y manipulaciones. Soy muy listo para ti...

—¡Ay por favor! —exclamó Delmy rindiéndose.

Paerbeatus tenía sus manos en un gesto de sabiduría que reposaba sobre su sien, como una llave que abría "las puertas del intelecto". Elliot, al ver aquello, sintió que una luz se encendía en su cabeza, a la vez que sus ojos se abrían con emoción y una sonrisa triunfal se apoderaba de sus labios.

—¡Eres un genio, Parby! —exclamó.

—¿Ah?

La confusión en la mirada de Delmy se intercambiaba con la sorpresa. Elliot rápidamente llamó al espíritu de Los Enamorados.

—Amantium, ¿recuerdas que querías ayudarme cuando estábamos atrapados en el Conservatorio horas atrás?

El joven puberto apareció sacudiendo la cabeza afirmativamente mientras tarareaba una canción.

—¡Lara-la-lala...! ¡Pero claro que sí, bambino!

—Pues... ¡Ahora sí puedes darle rienda suelta a tu poder! —añadió Elliot agitado.

—¿De qué estás hablando, garoto? ¿En qué estás pensando ahora?

—Estoy pensando que lo único que necesitamos para atravesar esas rejas —dijo mientras señalaba la entrada de aquella mansión de Gables States—, es encanto y manipulación, garota, y con Amantium tenemos exactamente eso.

Delmy enturbió el rostro en indignación amistosa al escuchar a Elliot llamarla "garota".

«No me des... ¡falsas esperanzas...! ¡No me engañes, no! ¡No me engañes, noooooooooooo, oh...!», cantó Amantium apasionadamente. Paerbeatus reaccionó con una lluvia de aplausos entusiasmados.

—Genial, ya se emocionó el chiquillo —masculló Delmy irritada—. Como si ya no tuviéramos suficiente con un loco.

—Pues... los locos somos los que construimos el camino que transitarán los cuerdos del futuro mucho tiempo después de nosotros —comentó Amantium con cara de aburrimiento ante el comentario de la chica y chocándole la mano a Paerbeatus—. Aún tienes mucho que aprender, carisima.

Elliot, antes de que la discusión fuera in crescendo, intervino:

—Qué bueno que estás tan de buen humor, porque necesito que me abraces y que nos hagas pasar a través de esas rejas —comentó señalando con disimulo hacia los guardias armados.

—¿Esas? ¿Las mismas dónde están los gorilas mal encarados?

—Ujum. ¿Crees que puedas hacerlo?

—Alora, bellisimo, eso será pan comido —contestó el espíritu mientras sus ojos se encendían con picardía y con sus brazos y sus manos hacía un gesto de victoria—. No se ven muy listos que digamos, y la testa, la cabeza, mientras más hueca... más fácil de llenar de mentiras y zalamerías rimbombantes. ¡Ahora ven acá y déjame darte un abrazo!

Elliot sólo le sonrió divertido y dejó que el chico lo abrazara con efusividad. Apenas un par de segundos luego la magia de los encantos de Amantium tenían envuelto por completo a Elliot.

—Rápido, Delmy, dame tu mano...

—Non ci penso —dijo Amantium—. Caro, mi magia sólo te sirve a ti. Por más que la toques no podrás transferirle ni una pizca de mi belleza y encanto.

Al escuchar eso Elliot bufó en irritación.

—Quizás lo mejor es que vayas solo.

—¡Nada de eso! —le contestó el chico a Delmy motivado—. Ya pensaremos algo, vamos, igual toma mi mano...

Por suerte, parecía que, de todas las cartas, Amantium era la que aún conservaba bastante poder de la veta arcana con la que se habían tropezado. Quizás eso ayudaría a amplificar los poderes en Elliot, tanto así, que terminaría quitándole relevancia a la presencia de Delmy.

—¿Estás seguro de esto, garoto? —preguntó ella al entender el plan del chico.

Elliot simplemente le asintió con confianza y seguridad en sus ojos azules, mismos que contrastaban con los brillantes ojos morados del espíritu que lo abrazaba.

—No te preocupes, confía en mí —dijo antes de comenzar a caminar en dirección a la entrada de aquella sección de Gables States—. Funcionará. Imperatrix, ¿podrías vestirme ahora como un repartidor de paquetes?

El espíritu apareció una vez más, fascinada con la suntuosidad y opulencia de la zona alrededor, y aprovechando el clima tropical de la zona realizó un cambio de ropa por algo más playero: un top tejido con colores pasteles azules y verdes que trataba de asemejarse al mar y que dejaba todo su abdomen plano y definido a la vista, con sus brazos estilizados al descubierto y a un pantalón holgado del mismo color crema que el sombrero enorme sobre su cabeza. Tras acordarse de la orden de Elliot volteó a verlo con sus lentes de sol, pero apenas era necesaria la mueca de sus labios para que todos pudieran ver su aburrimiento.

—Sí, sí, claro que puedo volverte un repartidor... pero... ¡Por el Creador, ¿no podrías haber pensado en un conjunto un poco más adecuado para este lugar?!

Al minuto Elliot lucía transformado. Ya era la magia de dos cartas combinadas la que lo ayudaría a infiltrarse en la mansión, y por eso, quizás por haberse dado cuenta de lo increíblemente poderosas de sus posibilidades, se sintió muy inteligente y muy afortunado.

Amantium era extremadamente ligero. Al chico no le costó nada caminar llevándolo a cuestas en su espalda. Delmy lo siguió muy de cerca y muy atenta a todo lo que los rodeaba. Cuando estuvieron cerca de la reja, los sorprendió un estruendo que venía de la caseta principal de vigilancia por la que tendrían que pasar, sí o sí.

—¡Te dije que esa no era la respuesta, muchacho bruto! —exclamó con acento cubano uno de los guardias.

—¡Bruto el loco que tienes por 'mano, pendejo!

—¡Con Ricardito no te metas o te...! Ehhh... hay un repartidor ahí, mira... ¿qué pasa, eh? ¡Chico!

Elliot volteó rápidamente. Delmy iba agarrado de manos con él junto a las siluetas invisibles de Paerbeatus, Amantium e Imperatrix.

—¡Hola, nada, sólo iba a dejar un paquete...! —exclamó sonriendo tan inocente como pudo y tratando de ocultar un poco su típico inglés londinense, pero no lo suficiente como para parecer sospechoso.

Delmy sonrió entre labios cerrados y apretados como si la pena le pudiera en toda la cara. El guardia principal, que sostenía en sus manos un teléfono que otros dos hombres a su espalda veían fijamente, habló con algo de cautela.

—Los paquetes se dejan ahí en la cabina...

—Este es un paquete especial, pedido personalmente por el dueño de la casa.

—¿Rubén? —dijo muy bajo uno de los guardias con algo de sorpresa; el guardia principal le reclamó la imprudencia rápidamente.

—Sí, ¡él mismo, Rubén! —añadió Elliot tratando de sonar casual y afable—. Es mi última orden del día, me llegó hace unas horas al teléfono puesto que fue un encargo de entrega urgente por parte del señor Rubén, y, si no hay problema, ya que justo venimos de la escuela, quería pasar a dejarla junto a mi novia...

Delmy luchó por no abrir los ojos en sorpresa aterrorizada. Paerbeatus y Amantium saltaron en círculos alrededor de Elliot soltando alaridos de sorpresa e incredulidad. Imperatrix era la única que parecía ver el motivo de las palabras de Elliot, y toda la gritadera de los demás ya la tenían fastidiada. Lo cierto es que todo era parte del plan maestro que Elliot tenía preparado desde hacía unos minutos atrás.

—¡Vaya, vaya, pero mira el chico este! —expresó el guardia cubano con soltura—. ¡Inglesito y todo, pero mira la bella morena que se levantó...!

Todos estallaron en risas. El plan estaba funcionando a la perfección... Uno que Colombus aprobaría y que vería como un doctorado tras las lecciones para engatusar a Monsieur Kuba en el Fort Ministèrielle.

«Siempre conviene usar el arte del sexo y la seducción...», no pudo evitar pensar al recordar a sus amigos, convencido de que Lila aprobaría dichos métodos con los ojos cerrados.

—¿De dónde eres, mamita? —dijo el otro guardia, uno con acento colombiano.

Delmy, ruborizada y frustrada por tener que contener la ira, siguió el juego.

—Do Brasil...

—¡Garota, garota! —exclamaron los guardias satisfechos, todos felicitando a Elliot por su «maravillosa conquista de las tierras del sur».

Elliot volteó a ver a Delmy entre apenado y risueño. Las manos de ambos estaban tan apretadas por los nervios que el sudor ya estaba empezando a ponérselas resbaladizas.

—¡Eh, chico... ayúdame con este juego! —dijo el vigilante principal, quien ya había bajado la guardia después de tanto alboroto con el tema de la novia—. Estos dos imbéciles me tienen en el fondo del ranking... ¡Rápido, viene la pregunta...! ¡¿Cómo se llama el componente de la sangre encargado de repartir el oxígeno al cuerpo?! ¡5... 4... 3...!

Elliot lo pensó apenas un segundo para obtener la respuesta.

—Ehm, glóbulos rojos.

El sonido alegre y estridente de la aplicación definió la respuesta como acertada. Todos los guardias celebraron.

—¿Ves por qué no hay que dejar la escuela nunca? —añadió el vigilante líder—. Si lo haces acabarás como estos dos... Tan imbéciles como un cocodrilo... ¿Acaso has visto tú a un cocodrilo inteligente? ¡Les lanzas una chancleta y se van así, rapidito! —dijo mientras aplaudía.

—Alora —dijo Amantium a un oído de Elliot y atenuando la voz del guardia—, se veían cabezas huecas, pero jamás pensé que serían tan sciocchi...

—Bueno, bueno... ¡Anda ya, anda...! Deja el paquete, y ¡hey! no pasa nada si de salida tú y la bella brasilera se pierden un rato entre los matorrales... ¡Nosotros morimos callados, ja ja!

De inmediato les colocaron tanto a Elliot como a Delmy unas cintas en el brazo, de un anaranjado chillón, que les darían tránsito libre por las instalaciones. Elliot asintió aliviado y emocionado; todo en contraste de la ira interna que sentía Delmy. Lo que acababa de ocurrir terminó de demostrarle lo potente que era la magia de aquellos espíritus que tenía por amigos, y sin querer, las palabras de Roy regresaron a su cabeza.

«Con razón los adultos poderosos matarían por poseer estas cartas...».

—¿Ahora hacia dónde Paerbeatus? —preguntó una vez que ya todos estaban lejos de la caseta de guardias, bien adentro en los amplios terrenos de la mansión.

—Está a unos cuantos metros en —Paerbeatus dudó un instante mientras sus ojos morados también se encendían, para luego señalar con más determinación hacia un punto justo frente a ellos—. Hacía allá, siento la presencia de la carta muy fuerte.

—¡Perfecto! No se separen de mí y tú no te vayas a soltar, Amantium...

—Primero me muero trágicamente que dejarte desamparado, caro —respondió el espíritu con entusiasmo, evidentemente feliz de poder ayudar en la misión.

Elliot, Delmy, Imperatrix y Paerbeatus caminaron muy cerca el uno del otro pasando frente a casas con fachadas cada una más imponente o exagerada que la anterior. El espíritu de la emperatriz se maravillaba con cada casa, una más grande que la anterior. Algunas tenían aspectos muy modernos con paredes enteras de vidrio y autos deportivos de lujo estacionados en frente, mientras que otras tantas tenían aspectos más coloniales o caribeños, con decenas de palmeras franqueando los jardines y grandes arcos adornando las entradas.

—¡Es aquí, cachorro! —anunció Paerbeatus cuando llegaron frente a una de las mansiones más grandes—. La carta está allí adentro...

Con sus largos dedos señalaba a una de las ventanas del segundo piso.

Para evitar llamar la atención demasiado, a pesar de que contaban con el poder de Amantium, los chicos lograron escabullirse a través de uno de los setos que rodeaban el terreno de la mansión y que hacía de cerca perimetral. El edificio tenía su propio muelle y en él había un yate de considerable tamaño encallado. Parecía estar durmiendo en medio de tanta calma.

Apenas lograron entrar a la mansión con ayuda de una de las empleadas domésticas y el vigilante del patio, el poder de los Enamorados hizo de las suyas, y todos los que se fijaban en Elliot y veían las cintas de visitante de los chicos terminaron sonriendo como si los conocieran de toda la vida. Sólo tuvieron que subir la gran escalinata central, siguiendo el olfato de Paerbeatus ante las constantes quejas de Imperatrix, para llegar frente a la puerta de una de las habitaciones más grandes de la mansión.

Elliot se giró a ver a Delmy, y luego al espíritu del Loco y de la Emperatriz antes de abrir la puerta. Cuando todos le asintieron, el chico posó la mano sobre el picaporte y sin mucho esfuerzo tiró de ella. La puerta no estaba cerrada con llave, por lo que se abrió al instante, dejando ver el interior de un cuarto enorme completamente cubierto por un desastre de objetos regados por todas partes.

—Pero qué lugar tan... ¡poco... civilizado! —exclamó Imperatrix asqueada—. ¡UFF, y ese olor! ¡No, no, yo me voy de aquí, adiós!

Acto seguido desapareció. El disfraz de Elliot se fue con ella. Por más escrupulosa que fuera Imperatrix, tenía razón. Los chicos también se quedaron impactados viendo el caos a su alrededor...

Ropa juvenil de estilo urbano, vasos de vidrio usados por días, sables de luz de juguete, muñecas de látex de tamaño real pero de apariencia extraña, pósteres de mujeres en trajes de baño ya mullidos del uso y la vejez, camisetas de fútbol autografiadas... Todo alrededor de una gran cama de edredones esponjosos de color carmín que estaba en el centro de la habitación. Y sobre la cama, acostada boca abajo mientras jugaba distraídamente con una consola portátil, yacía una chica en pijamas de piel blanca cubierta completamente por lunares, y un par de extrañas orejas puntiagudas bajo una cabellera larga y suelta e intensamente roja.

A pesar de haber sentido la llegada de alguien más en la habitación, la chica no se distrajo de su videojuego. «Pew! Pew! ¡Toma esto!», decía sumergida en la batalla. No fue hasta casi diez segundos y con algo de pesadez en el cuerpo que desvió la mirada para evaluar a los recién llegados. De pronto, en un cambio abrupto de expresividad, sus ojos morados se iluminaron de golpe con sorpresa y fascinación al ver a Elliot y compañía. Toda la magia que había en su cuerpo la sacudió y la revitalizó, meneando lo que parecía una usualmente perezosa postura desde la cintura, y con un grito eufórico y desaforado, se lanzó a los brazos de uno de los espíritus que venía con Elliot...

—¡PAERBEATUS... POR FIN! ¡Por fin llegaste por mí! ¡Por fin viniste a buscarme...! ¡Por fin estás aquí...!

Todos estaban atónitos.

«Paer... ¿Paerbeatus...?», pensaron todos al mismo tiempo.

Y sin que nadie se lo esperara, la elfa pelirroja en pijamas y con ojos morados depositó un beso tierno y tímido en la mejilla del espíritu del Loco.

─ ∞ ─

Nadie podía creerse lo que estaba pasando.

—Ehm... ¿Quién? —preguntó Paerbeatus evidentemente incómodo ante la cercanía repentina de aquella chica que seguía colgada de su cuello y que no dejaba de mirarlo como si estuviera en presencia de una celebridad.

—¡Ay tontito, ¿de verdad no te acuerdas de mí?! —dijo ella con una risilla tímida mientras sus mejillas llenas de pecas se sonrojaban—. ¡Porque yo sí me acuerdo de ti!

Aquello último lo dijo mientras soltaba por fin al espíritu para dar una voltereta ilusionada.

—¡CREÍ QUE NUNCA TE VOLVERÍA A VEEEEER!

Por la emoción, sin querer terminó enredándose los pies con lo que parecía ser ropa interior sucia que estaba tirada en el suelo, y, sin más, comenzó a caer de manera aparatosa...

—¡Ay! —exclamó Delmy al ver cómo parecía que la chica iba a golpearse la cabeza con la mesa de noche.

Pero, en el último momento y ante cualquier pronóstico, justo antes de golpearse, la elfa se inclinó lo suficiente como para caer de nuevo sobre el edredón de plumas que cubría la cama y quedar, al instante, en una pose al mismo tiempo coqueta e inocente, como si no hubiera pasado nada. Así se quedó mirando a Paerbeatus una vez más, mientras reía ingenuamente. De pronto su mirada se tornó muy preocupada, y sacando un cuadernito muy pequeño de uno de los bolsillos de su pijama y una pluma de algún ave exótica y misteriosa, comenzó a anotar algo con prisa mientras murmuraba cosas inentendibles.

—Ninguno de ellos será jamás normal, ¿verdad? —inquirió Delmy mientras veía a Elliot con fastidio.

El chico sólo se encogió de hombros, dedicándole una media sonrisa como única respuesta.

—Tiene plumas, cachorro... es peligrosa —comentó Paerbeatus exaltado—. Ten cuidado.

De pronto, la puerta de la habitación se abrió, y tras apenas un segundo, un grito despavorido y agudo resonó con furia a través del umbral...

—¿PERO QUIÉN CARAJOS SON USTEDES? —exclamó el mismo chico del grito.

No debía tener muchos años más que Delmy o Elliot. Era algo pálido y flacucho, e iba vestido con minishorts de gimnasia y sin franela.

—Pero qué vistas tan poco interesantes —comentó Amantium con aburrimiento.

De inmediato al recién llegado se sumó un chico con porte igual de peculiar. Este no iba vestido con minishorts, sino, todo lo contrario, con ropa ampliamente holgada de baloncesto y brazaletes en los brazos.

—Oye, Rubenazo —dijo distraídamente mientras observaba su teléfono—. GanstaVicious y Obama1mY0urs están preguntando si vamos a j...

—¡SHH, RABBI! ¡¿NO VES QUE HAY UNOS INTRUSOS EN MI CUARTO?!

—¿Cómo, cómo? —preguntó su compañero con lentitud.

—¡RÁPIDO, LLAMA A LOS GUARDIAS!

Pero la voz del chico fue interrumpida por Elliot, quien se abalanzó sobre él para tratar de hacerlo callar, logrando halarlo por el tobillo y cubriendo su boca con sus manos. Los dos estaban forcejeando en el suelo.

—¡AY! ¡DÉJAME, DÉJAME! ¡GUA... GUARD... GUA...!

Delmy se lanzó sobre el otro chico antes de que este pudiera hacer algo. Tomándolo por los brazos y halándolo de vuelta a la habitación. Rápidamente cerró la puerta y la bloqueó con todo su cuerpo. Ahora todos los chicos estaban ahí adentro, corriendo y armando un escándalo.

Cuando el amigo del tal Rubenazo intentó huir de nuevo hacia la puerta, Delmy se lanzó sobre él y lo tumbó al suelo. El chico miraba a Delmy con una mezcla de terror y embobamiento en sus ojos.

—Creo que estoy soñando... o mis ojos me engañan —balbuceó.

Su aspecto era bastante desgarbado. Sus cejas, muy pobladas, se unían en medio de su frente y le daban un toque peculiar.

—Sólo eso explicaría el que haya una diosa en medio de tu habitación, Rubenazo.

—¡Cállate la boca, imbécil! —contestó su amigo—. ¡Levántate! Esa no es ninguna diosa, ¡es una ladrona!

—¡Son mis invitados! ¡Los invitados de Fortuna! —exclamó de pronto el espíritu de la elfa con una sonrisa algo apenada en la mirada.

Y de inmediato se bajó de la cama de un brinco.

Al escuchar aquellas palabras, las facciones del Rubenazo cambiaron. Su rostro se puso lívido del shock, y la piel de su cuerpo perdió aún más color antes de tornarse rojiza por la ira.

—No, creo que sí es una ladrona... porque a mí ya me robó el corazón —asintió el chico en el suelo saludando tontamente a Delmy con una mano; ella no hizo más que bufar con rabia—. ¡Espera...! —el chico cayó en sí otra vez—, y tú crees que... ¡¿Quieren robarse a Fortuna?!

—EXACTO, RABBIT, EXACTO...

—Es Rabbi, de rabin...

—Sí, como sea —lo interrumpió Rubenazo—. ¡El punto es que no vamos a permitírselos!

—¿Y ya activaste el protocolo secreto de protección máxima, el que está al lado de la puerta del baño?

Rubenazo se llevó las manos hasta la cabeza con frustración.

—¡GRACIAS, MammaRabbi15, SI QUIERES LES DAS LA CONTRASEÑA DE LA CAJA FUERTE TAMBIÉN! —gritó estridentemente Rubenazo mientras se acercaba hasta su amigo, lo ponía de pie, y lo golpeaba en la parte de atrás de la cabeza.

Delmy no pudo aguantar un bufido de risa al escuchar el gamertag del chico del suelo.

—¡Nosotros no vinimos a robarnos a nadie! —protestó Elliot aprovechando la confusión para ponerse en pie y enfrentar a los otros dos—. Si la carta te pertenece no pienso quitártela...

—Yo no le pertenezco a nadie —intervino Fortuna sonriendo con satisfacción ante el hecho de su libertad—. Desde hace mucho tiempo Fortuna es una elfa libre... o bueno, casi libre —eso último lo dijo entristecida—. ¡Pero como sea, ahora sí, estoy lista para volver a tener dueño...!

—D... due... ¿dueño? —preguntaron sorprendidos Rubenazo y MammaRabbi.

—¡Sí, dueño! —explicó Fortuna con despreocupación—. Quiero volver a tener un amo para obedecerle y transferirle mi talento arcano...

Elliot volteó a ver con ánimo a sus compañeros. Rubenazo, por su parte, entendió únicamente una cosa de lo dicho por el espíritu:

—¿AMO? —preguntó boquiabierto—. ¿Amo como para... decirle master, y dueño, y... señor, y cosas... así? Es decir... ¿para hacer cualquier cosa que tu amo te ordene?

—¡Ajá! —dijo la elfa una vez más con un toque de indiferencia y satisfacción a la vez—. Aunque a mí no me gusta que me pongan mucho trabajo... ¡A Fortuna le gusta divertirse, pasarla bien! ¡Estar relajada...! Ya saben... Pero, en teoría —dijo aquello como si la palabra le aburriera—, se supone que sí, que debo obedecer con absoluta rigidez las peticiones de mi amo, y hacer decididamente cualquier cosa que me pida...

Los ojos de Rubenazo y MammaRabbi eran un poema. Ambos estaban como congelados en el tiempo, atónitos, y embobadamente maravillados con la explicación de la elfa.

—¿Soy sólo yo, o esta chica está bien chiflada? —preguntó Paerbeatus en dirección del oído de Delmy.

—Supongo, pero más que...

—¡Shh, no estoy hablando contigo, cachorra de humano! Estoy hablando con la puerta —la interrumpió Paerbeatus de golpe—. ¡No ves que la pobrecita está triste y llorando! Se debe sentir muy sola, porque parece molesta con alguien, ¡pero no sé quién... o quiénes!

Fortuna corrió tan veloz como pudo a un lado de Paerbeatus (quién se movió desconfiado por reflejo) y comenzó a acariciar la puerta junto al espíritu del Loco.

—¡Lo sé, pobrecita! —exclamó Fortuna—. En los cuatro meses desde que llegué acá la escucho llorar todas las noches. ¡Ay, me encantaría poder llevármela conmigo...!

—¡¡¿LLEVÁRTELA?!! —exclamó Rubenazo como si el corazón acabara de salírsele del pecho—. PERO... ¡¿A DÓNDE?!

—Bueeeeeno —comenzó a decir el espíritu de la pelirroja—. Tengo más de quinientos años, Rubenazito... En algún momento esta pajarita deberá abrir sus alas y volar lejos por el viento...

Paerbeatus aplaudió efusivo.

—¡Qué curioso! ¡Yo también tengo más de quinientos años! —exclamó—. Es la edad de Recordatorio la que no conozco... Cachorro, cuando lleguemos me recuerdas preguntarle, ¿sí?

Apenas escuchó el nombre de Recordatorio, los ojos de Fortuna brillaron de la emoción.

—NOOOO —exclamó con sorpresa—. ¡¿Recordatorio?! ¡TODAVÍA TIENES A RECORDATORIO CONTIGO! ¡AAAAYYYY!

De pronto, sin explicaciones de ningún tipo, al último grito se le sumó un alarido corto de dolor y un gesto de sacudida en el cuerpo, tal como cuando Raeda se resistía a obedecer órdenes de Elliot.

Todos se quedaron un poco cortados con aquello. Tanto en Delmy como en Elliot comenzaban a surgir las dudas. «Esto sólo puede significar algo...», pensó el chico preocupado. Era evidente que Fortuna acababa de ser afectada por algún otro tipo de magia opresiva de las cartas. Todos los que veían la escena se preguntaban: «¿qué rayos está pasando acá?». Cuando finalmente se recompuso de los corrientazos y quiso abrazar a Paerbeatus, Rubenazo se interpuso y la tomó por el brazo, halándola hacia él.

—¡NO, NO, NO! AQUÍ NADIE SE VA PARA NINGÚN LADO A MENOS QUE YO LO DIGA, ¿ESTAMOS CLAROS?

—Uhmm... ¿Rubén? —preguntó ella confundida por su actitud, observando con ingenuidad cómo el chico la tenía agarrada por el brazo.

Elliot se le colocó rápidamente justo al frente.

—Si la carta no es tuya, no puedes darle ordenes —intervino con voz decidida y molesta.

Amantium entornó los ojos con total fastidio.

—Ay, de seguro ya viene la parte aburrida. Así que, si me perdonas, caro, me retiro. Tengo que ensayar una canción nueva de Shakira en la que se escucha soberbia...

Sin más, se esfumó.

—Esperen... ¿ese chico estaba desnudo? —comentó con mucho retraso MammaRabbi.

Rubenazo suspiró irritado.

—Y de todo lo que está pasando... ¿A ti en serio lo que te parece más importante es la desnudez de alguien que acaba de desaparecer frente a ti?

—Bueno, bueno, Fortuna ya lo ha hecho antes, eso no es nada nuevo —se defendió el otro.

—¡¿Estar desnuda?! —se preguntaron Elliot y Delmy en voz alta al mismo tiempo.

Esta vez fueron ellos (y Raeda, mentalmente), quienes se preguntaron aquello sorprendidos. Una vez más, Rubenazo se llevó las manos a la cabeza con ira.

—¡Eres un inútil, MammaRabbi! ¡UN INÚTIL! —contestó indignado; después volteó a ver al espíritu de la chica elfa para hacerle una pregunta con voz triste y confundida—: ¡¿Por qué no me dijiste que había otros como tú, Fortuna?!

—Porque nunca me lo preguntaste... y... y... me dio pereza explicar algo tan laaaaargo —contestó la elfa mientras no podía evitar que se le escapara un bostezo de sólo pensar en todo el trabajo mental que aquello significaba—. Pero ahora que ya hay alguien más que puede verme...

—Yo siempre pude verte —comentó MammaRabbi, pero ella tan sólo lo volteó a ver con cara de póker, sin decir nada.

De pronto, otro corrientazo.

—¡AAAAH! —gritó la elfa una vez más en un arranque errático—: ¡Fortuna mala, Fortuna mala! ¡En fin! Llegó la hora de mi prueba... Y antes de que vayas a preguntar, Rubencito —dijo comenzando a hablar muy rápido—: soy el espíritu de una carta de tarot mágica y centenaria creada por un antiguo mago muy poderoso, ¡el más poderoso de todos los tiempos!, y quién me asignó una serie de reglas y cadenas irrompibles a las que estoy sujeta como lazo de mi integridad y mi existencia, mi razón de vivir, y entre las que está la necesidad de tener un dueño humano a quién obedecer únicamente tras haberse ganado mi lealtad en una prueba de dignidad y talento realizada por mí, tras haber dicho mi nombre, y atendiendo al llamado de mi esencia espiritual, y cuyo caso me corresponde a mí: la fortuna cotidiana, pasajera y bienaventurada, incluso capaz de moldear la forma en la que acontece la realidad... ¡PHEW! ¡UFF! ¡Eso es todo antes de empezar! Ehm, ¿alguna duda?

Rubenazo volteó a ver a Elliot con los ojos abiertos como platos. El chico, por su parte, sólo se encogió de hombros meneando la cabeza con pose arrogante y le contestó:

—Yo ya lo sabía...

Al verlo Delmy bufó con fastidio. «Onvres», pensó.

De lo más despreocupada, la elfa en pijamas movió sus pies pequeños y descalzos por la habitación con mirada de curiosidad y verdadera intriga ante cualquier posible objeto que pareciera tener un interior, como cajas, closets, baúles, el tanque del inodoro, etc.

Elliot entornó sus ojos con fastidio ante el Rubenazo. «¿Cómo es que la carta pudo llegar a sus manos...?», se preguntó. No pasó ni un segundo cuando ya estaba exteriorizando sus pensamientos en voz alta:

—¿Cómo la conseguiste? La carta, digo...

Rubén le dio una mirada irritada y soberbia.

—Fue un regalo de mi padre. Sin embargo, ahora que sé que hay otras, yo mismo me encargaré de capturar el resto de ellas con mis propias manos.

Todos bufaron. Todos menos MammaRabbi.

—HERMANO, TENDREMOS UN HAREM —comentó este exultante de felicidad.

Aquello no le gustó mucho a Rubenazo.

—Ejem, no —dijo lo más expresivo posible, mientras dibujaba perfectamente la forma de la "o" con sus labios—. YO, The Official and Only RUBENAZO!, tendré un harem. Con suerte te dejaré jugar con mis mamacitas de vez en cuando. Si te portas bien...

—¡Sí, Gran Rubenazo! ¡Por supuesto que sí!

Tanto Elliot como Delmy y los espíritus veían a los otros dos con ojos de sorpresa y conmoción a la vez. No había nada qué decir ante la actitud de los otros chicos. En cambio, una risa impertinente de Delmy, de esas que se cortan de inmediato, irrumpió en el aire tenso de la habitación. Se estaba imaginando a Rubenazo intentando realmente capturar las otras cartas del tarot...

—Bueno, bueno, chicos, ya —intervino Fortuna despreocupada y sonriente—, no se peleen por mí, ya me encierro y comenzamos, ¿sí?

—¡Pero si aún no nos has dicho nada! —exclamó Delmy confundida.

—Sí, sí, ella tiene razón —añadió MammaRabbi15 preocupado (y a la vez feliz de seguirle el juego a Delmy en sus palabras, quizás, para ganar puntos).

Ella lo veía de lejos, con los ojos muy atentos, manteniendo deliberadamente la distancia entre ambos.

—Shhhhhhhhhh —contestó el espíritu de la fortuna con ojos apresurados—. ¡Ya, ya! ¡Prepárense! ¡Es momento de comenzar mi prueba!

Entonces, aconteció el silencio y la bruma.

Tras un chasquido de Fortuna, todo se transformó en negro. La habitación estaba completamente oscura, como si hubiera vaciado al completo, a lo más profundo y absoluto; tal como si no hubiera nada más que un espacio repleto de la nada...

Elliot aguardó con valentía. Estaba preparado. Aunque la prueba había comenzado un poco raro, por nada en el mundo estaba dispuesto a perder. No iba a fallar, y mucho menos ante alguien tan molesto como TheOfficialRubenazo!

─ ∞ ─

Ni Elliot ni Paerbeatus se sorprendieron, pero para Rubenazo, MammaRabbi y Delmy, fue imposible no dar un respingo ante el súbito cambio. El chico judío se asustó tanto que no pudo evitar soltar un gritito agudo haciendo que Rubenazo lo fulminara con la mirada.

—Se me escapó —se disculpó visiblemente sonrojado a la vez que sus ojos se fijaban en Delmy; por lo mismo no vio cómo Rubenazo trataba de matarlo a lo lejos.

Cuando Elliot cayó en cuenta, el lugar ya se había transformado por completo. Ya no estaban en una gran sala negra. En vez, pudo reconocer a primera vista que estaban ahora en un patio de grama flanqueado por construcciones de piedra a cada lado, dos pirámides escalonadas, una frente a la otra en lo que parecían los extremos del patio. «Tal como la sala mágica grecorromana al final del laberinto de Noah, el de las hormigas», pensó. «Pero esta vez el estilo de las construcciones parece mesoamericano, como las que se ven en México y Centroamérica». Y era así. Las edificaciones que habían aparecido no sólo hacían tributo a los templos sagrados de Teotihuacán, en el Valle de México, o las ruinas de Tikal en Guatemala, sino que, además, al igual que aquellas estructuras del laberinto entre el duelo de Adfigi Cruci y Paerbeatus, estas también estaban perfectamente preservadas, como si el tiempo nunca hubiera transcurrido, y también estaban bañadas en la oscuridad de aquel negro, aquel vacío absoluto a su alrededor, sin cielo, ni techo, ni horizonte, ni espacio sideral; nada más que negritud infinita a los costados.

—¡Pero tú nunca me dijiste nada de ninguna prueba! —protestó Rubenazo.

—¿Ah no?

Elliot rápidamente volteó a ver a Rubén confundido, y a Fortuna (más confundida aún). Rubenazo, a pesar de su evidente rivalidad con Elliot, le devolvió un gesto de brazos abiertos y ojos de vaquita confundida.

—No, no lo hiciste —insistió el chico pedante mirando una vez más a la elfa.

Elliot sumó a su confusión un encogimiento de hombros. También quería comenzar la prueba, pero todo estaba «como que muy mal organizado, o algo así...».

—Bueno, pueeeees... —respondió Fortuna alegre y despreocupada—, ¡te lo estoy diciendo ahora, Rubenazocito! No te molestes, ¿sí?

El contraste de lo mesoamericano del lugar con lo celta de la elfa lo hacía todo particularmente curioso en la mente de Elliot. Sin dudas, a pesar de no saber nada de lo que estaba por ocurrir, se sentía bien, se sentía feliz, se sentía seguro. Se sentía listo para ganar otra prueba del Tarot Arcano...

Como si no fueran suficientes aquellas palabras, Fortuna sacudió tiernamente sus manos.

—En fin, ¡ahora las reglas...! Presten atención que a Fortuna no le gusta tener que estar repitiéndose todo el tiempo, ¿sí? —dijo con tanto fastidio en la voz que casi parecía que hasta hablar le aburría; de pronto, comenzó a hablar en voz para sí misma, como si quisiera recordarse algo en voz alta—: A Fortuna no le gustan los pinchazos, así que tendré que portarme bien. ¡Fortuna debe ser una chica buena!

Todos voltearon a verse entre sí, asustados ante las palabras erráticas de la elfa.

Fortu, ¿todo bien? —preguntó Rubenazo con excesiva preocupación.

—Sí, sí, Rubenazocizotecito, ¡no te preocupes, Fortuna está bien!

Delmy volteó a ver a Paerbeatus, que justo en ese mismo momento estaba intentando jugar a sacar de órbita sus pupilas y hacer bailecitos disparejos con ellas.

«Agh, sí, definitivamente estos dos son tal para cual», pensó con fastidio.

—OK, escuchen con atención: me gustan mucho los juegos. ¡Me encantan demasiado! Y soy la mejor jugadora en todo el mundo, en cualquier juego, el que sea, ¡incluso en juegos inventados! ¡Fortuna es la verdadera Reina de los Juegos! —exclamó con voz repleta de felicidad—. Así que... Si la prueba fuera contra solo uno de ustedes, su prueba sería derrotarme en un torneo de mis juegos favoritos, peeeeeeroooooo, como son dos... pues, los pondré a jugar entre ustedes, y cómo a Fortuna no le gusta para nada la ansiedad, será una sola partida... ¿sí?

Elliot y Rubenazo voltearon a verse envalentonados.

—¡Pero no será cualquier juego! —se apresuró a decir el espíritu con tono de advertencia—. Será nada más y nada menos que el juego inventado por mi Creador hace ya más de quinientos años... Y que de alguna forma nos ha dado motivo de existencia a mí y los otros espíritus como yo. Es decir, redoble de tambores, trompetas sonando, tararatantan-tararantantan —de pronto se sumó a ello el repiqueteó de las manos de Fortuna chocando impertinentes contra sus muslos—: ¡EL JUEGO DE LOS ARCANOS!

Delmy abrió los ojos tanto como pudo.

¡Fuck, garoto, Lucky Seven...!

Aquello fue lo único que su voz fue capaz de pronunciar. Elliot, al notarlo, la observó ligeramente preocupado. Delmy casi nunca decía cosas así...

—¿Debería tener miedo?

Delmy sacudió la cabeza en señal de preocupación.

—Es un juego muy complicado y raro, Elliot... Todos en el Conservatorio lo conocen, pero...

De pronto Fortuna gritó. Acababa de sufrir otro espasmo opresivo de su carta.

—¡AH, AH! ¡Shhhh, damita! —intervino rápidamente haciendo callar a Delmy—. Cualquier otro comentario será tomado como trampa, ¡y no puedo permitir que en mi prueba uno de los jugadores tenga ventaja... ¿Vale?!

Delmy asintió silenciosamente. El espíritu élfico supo que la respuesta de la chica había sido afirmativa.

—Excelente, entooooonces continúo —pausó para (teatralmente) tragar saliva—: las reglas de mi prueba serán sencillas. Obviamente no será una partida del Juego de los Arcanos como cualquiera otra. Para empezar, sólo les diré lo básico, y esto es simple... sim... si... —otro bostezo—, ahhm, simple, uhm. ¡Qué aburrido es tener que explicar todo esto...! uhm... bueno, es simple, sólo... lo diré rápido para terminar con esto cuánto antes, ¿sí? y no me repetiré porque me da mucho fastidio. Así que presten atención y sólo escuchen, tienen una carta, ¿sí? la principal, la más importante, y pues, tienen que cuidarla mucho, porque si la pierden, pierden la partida, entonces, para cuidarla, pueden nombrarle hasta dos guardianes, ¡qué digo! edecanes, los guardianes son otra cosa... ¡no se confundan, son dos cosas distintas! los guardianes son los que están en la mano, en fin, esos pueden ser hasta tres, el punto es que entre los tres de la mano, más los dos edecanes, más el arcano mayor central, más la carta de tirada, son siete cartas en el campo y esta úl... esta últi... mmm, ya va, ¿sí era así, no? ¡es decir!, esta última qué... ¡ay, ya va, se me olvidó cómo explicarlo! o sea, lo que significa esto último es que tienen que sacar una carta por turno, ¡al mismo tiempo! y el que saque la carta mayor ordena primero, pero, ¡cómo les decía! esa carta, la de la tirada, la pueden comandar para que doblegue a una carta del rival... entonces ya son seis cartas de las siete ¡aunque sólo a los edecanes, o al arcano mayor, o a la otra carta de la tirada... y...! ¡Y...! ¡AY, COMO SEA, en fin, como sea, sacan una carta, deciden si esa carta ataca, defiende, o contraataca, y si no quieren hacer nada de eso porque no les conviene, la mandan a un lado y punto, porque no pueden haber más de siete cartas en la palestra (¿era así que se llamaba la cosa?) por turno, en fin, lo otro se llamaba... nunca soy muy buena con las reglas, pero, ajá, ¡el fuerte! ¡la mandan al fuerte...! (¡¿o era la exedra?!) ¡AY, AY, AY! El punto es que si una carta no les sirve en el momento la pueden mandar fuera del área de duelo y... y entonces, cuando saquen la carta comodín, es decir El Loco, la carta sin número, pueden intercambiarla por cualquier carta que esté en el fuerte, y... ¡Y TAMBIÉN HAY UN CALABOZO! Si una carta no les gusta la pueden mandar al calabozo durante su turno, aunque no sé por qué harían eso, pero en fin, y lo mismo pasa con las cartas capturadas, todas van al calabozo, y... y estas no pueden regresar nunca más, y... AY, no sé cómo resumir esto... ehm, no sé, como sea, es mi prueba y bueno, ¡AY, SÍ, YA SÉ! Cada carta sólo puede doblegar a OTRA carta, una sola, la ÚNICA, porque, o sea, por ejemplo, la carta XV sólo doblega a la carta VI, ¡y así con cada una de las veintidós cartas, y todo eso está en el reglamento, la regla específica de duelo de cada una de las posibilidades de doblegamiento, pero es que son MUUUUUUCHAS CARTAS, VEINTIDÓS, ES DECIR, VEINTIDOS CONFRONTACIONES ÚNICAS, O SEA, ¡ME DA MUUUCHO FASTIDIO APRENDERME TANTAS COMBINACIONES! ¡PORQUE REPITO, UNA CARTA SÓLO DOBLEGA A UNA ESPECÍFICA DE VEINTIDÓS CARTAS Y CADA COMBINACIÓN SE LA TENDRÍAN QUE SABER DE MEMORIA Y AAAAAAHHHHHH! ¡¡¡¡¡ES MUCHO PARA MÍ, PARA LA CABECITA DE FORTUNA!!!!! —de pronto, tras el grito exasperado de la elfa y una respiración profunda, la explicación continuó—: En fin, ya saben. Eso es todo. ¡SIMPLE! ¡Como les dije! Como regla extra de mi prueba, no les explicaré las combinaciones, así que ustedes tendrán que descifrar qué carta doblega a qué carta. ¡Usen el sentido común o la suerte, me da igual! Recuerden, sólo una carta puede doblegar a otra... Y como Fortuna es una chica buena, les diré una combinación sencilla, una que recuerdo, para que tengan una idea de qué les estoy hablando: La Emperatriz vence al Ahorcado, y cae ante la Papisa. ¿Sí? ¿Lo entendieron? ¡Pues ven, ¿ven?! ¡Es muy sencillo! Ahora descifren todas las fortalezas y debilidades de las demás cartas, es divertidísimo. ¡De hecho, este es uno de mis juegos favoritos, soy buenisisisisíma en él! Sí, sé que es tonto porque no me sé las reglas del todo, peeeeero... ¡Igual siempre gano! ¿Acaso no es divertido?

Todos estaban boquiabiertos. La voz de Fortuna era como una montaña rusa súper veloz de exasperación y adrenalina. Nadie había entendido nada, pero todos estaban seguros de algo: mejor así a volver a preguntar...

De pronto, Elliot se dio cuenta de que Delmy estaba pensando mucho en algo. Cuando volteó a verla, su amiga sintió el impulso de contarle:

—Entre tanto desvarío —comenzó a decir—, se le olvidó explicar que las cartas en el fuerte también...

De pronto, otro corrientazo sacudió el cuerpo de la elfa. Acto seguido, un pedazo de cinta adhesiva apareció en los labios de Delmy, sellándolos con firmeza antes de que pudiera continuar.

—¡DAMITA! SHHH, ¡YA HICE MI EXPLICACIÓN! —exclamó el espíritu de la Fortuna—. ¡Cualquier otro comentario será considerado ventaja para tu amigo y, entonces, me tendré que ver obligada a declararlo descalificado! Y... y.... YYY.... ¡¡¡FORTUNA NO QUIERE TENER QUE HACER ESO!!! —ahora su voz sonaba muy triste; sin embargo, entre los sutiles quejidos de tristeza también se escuchaban los alaridos a causa de los corrientazos que la carta causaba en el espíritu élfico—. ¡Ay, mi señor Yato! ¡Apiádate de mí!

Paerbeatus confundió aquel nombre y saltó tan rápido como pudo hasta donde Fortuna se encontraba. Sus manos se deslizaron ceremonialmente por el aire a su alrededor y su cabeza se acercó con brutal atención ante la respuesta de la pregunta que estaba a punto de realizar, entre ojos abstraídos en la sorpresa y la devoción absoluta:

—¿Tú conoces al GRAN SEÑOR GATO?

Una risita aligeró la tensión.

—¡Sí, mi querido Paerbeatus! —contestó Fortuna—. Pero ahora es hora de la prueba, luego te cuento del gran señor gato...

Elliot volteó a ver a Rubenazo.

—¿Tú entendiste las reglas? —le preguntó.

—No, pero no me importa —contestó su rival—. Nadie nunca me gana en el uno a uno de cualquier juego. Si Fortuna es la Reina de los Juegos, ¡entonces YO SOY EL REY DE LOS JUEGOS! Y ambos nos sentaremos en nuestro trono de pasión, gloria y poder... ¡Ja! Pronto perderás la propiedad de tus otras cartas, mocoso estúpido...

—¡Los espíritus son mis amigos, no mi propiedad! —contestó Elliot con arrebato.

—Ay qué tierno, ahora lloremos todo juntos, pendejo —se burló Rubenazo al escuchar las palabras de Elliot.

Ante las miradas de rivalidad entre Elliot y Rubenazo, Fortuna se llevó un dedo al mentón mientras se agarraba el cabello apenada, y entre sonrisas, dijo:

—Ehm, nadie entendió, ¿verdad?

De pronto los chicos dejaron de verse con rabia y voltearon a ver al espíritu élfico. Sin que tuvieran que decirle nada, Fortuna lo entendió...

—Pues entonces no pasa nada, comencemos con el juego. Fortuna será la árbitra, ¡prometo ser imparcial! Ya les iré explicando lo que haga falta mientras jugamos todos...

Elliot volteó confundido.

—¿A qué te refieres?

—¡No te preocupes! —dijo el espíritu élfico—. Ah, y por cierto, el amigo de la damita tiene otros espíritus, por lo que no puedo dejarle jugar así como así... ¡Nada de trampas! Así que... ¡Lo siento, Paerbeatus! Pero aunque me duele hacerte esto, no puedo dejar que ayudes a tu amigo —se disculpó, a la vez que le colocaba una cinta plástica en la boca con su magia, tal como a Delmy—. De hecho... —dijo luego fijando sus ojos en Elliot—, tampoco puedo dejar que los otros te ayuden.

Y con un solo movimiento de sus manos, Fortuna extrajo del cuerpo de Elliot lo que parecían seis esferas de luz moradas que terminaron de materializarse entre sus dedos mientras tomaban la forma de las cartas del Tarot Arcano. Curiosamente, de ellas también se desprendían delgados hilos, morados también, que relucían tenuemente en la oscuridad, y cuyo extremo daba directo al pecho de Elliot, justo al lugar que ocupaba su corazón...

«El corazón de las cartas», pensó Elliot recordando una frase cursi de una de sus series animadas preferidas de niño.

—¡Cómo te atreves! —gruñó Imperatrix apareciendo de súbito en la escena.

Si Iudicium no se hubiera interpuesto en su camino, el espíritu artista seguramente habría arremetido con violencia en contra del otro espíritu.

—¡Sólo son sus poderes, y es algo temporal! —se rio Fortuna sin miedo alguno al ver la cara de frustración de la emperatriz rubia—. Luego de la prueba se los devolveré. Y si se van a quedar a ver, ¡nada de estar hablando! O también les pondré una mordaza a todos.

—Sadomasoquista, me gusta —comentó Raeda con picardía.

Con un gesto de la mano, les indicó a Delmy y MammaRabbi, y al resto de presentes, que se retiraran del alargado patio de juegos y se ubicaran en las gradas escalonadas de piedra, como buenos mayas o aztecas de la era precolombina.

—Ahora les voy a entregar un mazo a cada uno y así podremos comenzar a jugar —canturreó Fortuna mientras se acercaba a Rubenazo dando brinquitos de felicidad con los pies desnudos sobre la arena caliente.

Así anduvo hasta que, finalmente, depositó un puñado de cartas en las manos del chico.

—Pero... aquí no hay nada —protestó él malhumorado.

Las cartas en sus manos estaban vacías, y no sabía qué hacer.

—¿Perros o gatos? —le preguntó la elfa de ojos morados con algo de fastidio en la voz—. Escoge uno.

—Perros por supuesto —no dudó en responder Rubenazo.

Fortuna solo asintió para luego salir corriendo en dirección a Elliot mientras Rubenazo veía atónitos cómo los dibujos iban apareciendo sobre las cartas como tinta y pintura que cobraba vida propia y se armaba a sí misma, casi igual que las obras de arte lúcidas de la prueba de Imperatrix.

—Y a ti te tocaron los gatos...

Tras decir aquello, le guiñó un ojo a Elliot. Por un instante, al chico le parecía que Fortuna se estaba conteniendo otro de esos espasmos dolorosos mientras le daba las cartas. O al menos eso pensó justo antes de verla girarse con velocidad para alejarse de él.

En las cartas en sus manos, las ilustraciones de los felinos se movían sutilmente; efectivamente, estaban vivas, eran espíritus de color y trazos, tales como los recuerdos perfectos del Prado vívido en su cabeza; aquel mundo de sentimientos, caos, y belleza sin igual.

Paerbeatus entusiasmado, se sacudió desde las gradas. Podían escucharse sus gritos de apoyo aún a pesar de la cinta plástica metálica en su boca. Fortuna no aguantó un instante para sentarse a su lado, y dar su discurso para iniciar el duelo.

—¡Ya todo está listo, queridos concursantes del Torneo de Fortuna! —dijo finalmente hablándole con un megáfono que apareció entre sus manos a Elliot y Rubenazo—. Cuando quieran, ¡coloquen sus cartas sobre el pedestal frente ustedes y prepárense en sus posiciones!

De inmediato un pedestal de piedra que parecía más una piedra de sacrificio surgió de la tierra frente a Elliot y Rubenazo. Ambos chicos dejaron sus tarots sobre la piedra lisa. Rubenazo rápidamente corrió en dirección de la cima de la pirámide maya a sus espaldas. Elliot, confundido, hizo lo mismo con la pirámide de su lado del campo. Pero no pasaron ni diez segundos cuando Fortuna estaba riéndose por el megáfono.

—¿A dónde crees que van? ¡Bájate de allí Rubenazo, ese trono no es para ti!

Ninguno de los dos entendía muy bien las reglas que la elfa de los ojos morados había explicado a su manera tan poco clara y confusa, pero de lo poco que había podido captar, aquel juego le parecía de alguna forma familiar a Elliot. Después de todo era un juego con las cartas del tarot en el que un arcano domina a otro... Tal como ya Noah había hecho con Paerbeatus y Adfigi Cruci.

—Bien, ahora que están de nuevo en sus puestos, por último... Sólo les daré tres oportunidades para adivinar la regla de doblegamiento de cada carta. Si fallan al doblegar con una misma carta en tres ocasiones, se irá directo al calabozo, así que no sean tan agresivos el uno con el otro, ¡jueguen limpiamente! Sólo ataquen cuando estén seguros de que la carta que tienen realmente puede doblegar a la de su rival... y bueeeeno, obviamente está de más repetirles que los iré guiando según sea necesario durante la partida. ¡Seré su árbitra! No se preocupen, seré imparcial. ¡A Fortuna le gustan tanto los juegos que le encanta que estos se jueguen bien!

La repentina seriedad e intensidad de sus palabras tomaron a todos por sorpresa.

—Ahora sí, es momento de que inicie el duelo entre Rubenazo y... —dijo Fortuna con un aire teatral mientras señalaba primero al chico del minishort y luego a Elliot, no sin antes hacer una pausa dramática—, uhm, el chico de la mirada triste.

Elliot no supo cómo interpretar las palabras de Fortuna, pero no tenía tiempo ni espacio suficiente en su cabeza para descifrar el brillo peculiar en los ojos de la elfa que iba más allá del morado de su magia. Delmy seguía con la boca sellada sentada a lo lejos, y no podía decir nada. Elliot, por su parte, sabía que si la veía a los ojos, si conectaba su mirada con los ojos negros de su amiga, vería desconfianza y miedo en toda la situación. «Aun así no voy a escapar a todo esto», pensó con tan sólo imaginarse las palabras de Delmy. «Esta es la prueba de Fortuna, y yo tengo que superarla como sea... Para eso estamos acá».

—¡Ahora coloquen sus manos sobre el pedestal frente a ustedes...! —dijo Fortuna con atención—. Hablen con sus cartas, háganlas suyas, defínanlas con su corazón, y.... cuando estén listos... ¡Tomen la primera carta, la carta de su Arcano Mayor para el Torneo de Fortuna, y su primera partida del Juego de los Arcanos...!

Ambos obedecieron. Sus manos cayeron sobre un mazo, sobre un tarot, sobre una representación de lo que habitaba en sus corazones... Ahora sí, la prueba estaba lista para comenzar: Elliot contra Rubenazo, perros contra gatos, libertad contra opresión. El destino de Fortuna estaba en juego, y así, en la tensión del momento y con la primera carta, todo comenzó.

─ ∞ ─

«El Ermitaño», leyó Elliot al pie de su carta.

En ella se veía a un león antropomorfo, anciano, vestido con una túnica oscura mientras llevaba una lámpara de gas en una de sus garras delanteras.

«Senex... El Ermitaño es Senex», prosiguió Elliot entre las paredes de su mente. «Y el Ermitaño no parece ser una buena carta para un torneo de duelos...». De repente la risa fanfarrona de Rubenazo interrumpió sus pensamientos. Para cuando Elliot posó sus ojos sobre él, lo vio lanzando su carta hacia el centro de la palestra.

—¡Yo invoco a LA FUERZA! —gritó el chico con arrogancia, como si tuviera la victoria asegurada.

La carta se desvaneció en el aire y se reagrupó con la forma de una hiena del tamaño de un oso negro que vestía una armadura, con los ojos feroces y dientes afilados. Al instante MammaRabbi comenzó a vitorear.

—Le apuesto 100 al piernas de fideo —comentó Raeda sacando un fajo de cabellos y parándose junto a Fortuna disimuladamente—. Rubenazo va a ganar esto...

La elfa volteó los ojos como quién no quiere la cosa. Haciéndose la loca contestó:

—Vas a perder, marinero —estrechó su mano tan rápido como pudo.

En la palestra, Elliot y Rubenazo se daban las caras el uno al otro a apenas unos treinta metros de distancia.

—¡Este juego ya es mío! —exclamó Rubenazo exaltado—. ¡Nadie puede derrotar a TheOfficialRubenazo! Y menos con un inicio tan imponente como LA FUERZA EN TU CONTRA, PENDEJO.

Delmy se giró a mirar a Elliot con incertidumbre. Sabía que en el Siete de la Suerte cualquier cosa puede pasar, y como Elliot nunca había jugado el juego en su vida, no podía aplicar ninguna estrategia que lo ayudara realmente. Y ya de por sí este era un Lucky Seven extraño y mágico, con personificaciones teatrales de los "duelos" y otras reglas adicionales...

—¡Yo —anunciaba Elliot algo inseguro—, yo...! ¡Yo invoco al Ermitaño!

Los gemidos de sorpresa absoluta no se hicieron esperar. Los ojos de todos los espíritus presentes, y de Delmy, se abrieron como platos. Del plástico moderno que armaba la carta mágica de Fortuna se desintegró la forma del naipe y surgió una criatura con forma de león anciano, con vista calmada y confiada, en su justo lugar en la palestra, al centro, armándose cara a cara con la Fuerza invocada de Rubenazo.

Fortuna suspiró y sonrió ensoñada. Raeda gritó desesperadamente en un gesto absoluto de frustración, de esos de no puede ser, esto es imposible. Rubenazo, al ver la mirada encantada de la elfa, se envalentó y ordenó a su Fuerza atacar al Ermitaño de Elliot.

La hiena obedeció sin demora. Rápidamente se lanzó ante las órdenes de su duelista tarotista y atacó desaforadamente, sin medir autocontrol alguno, en pura fuerza bruta, con un salto brusco y desmedido. El león anciano aguardó pacientemente a la cercanía de su enemigo. Finalmente, cuando la enorme hiena estaba a punto de alcanzarlo en su ímpetu, el Ermitaño se movió con gracia hacia un lado y esquivó el salto mal calculado. La Fuerza de Rubenazo cayó estrepitosamente y quedó herida en el medio de la arena.

—¡NOOO! —gritó Rubenazo desesperado—. ¡Maldita hiena inútil! ¡Si apenas es un viejo de mierda!

El león, tras darle una vista de decepción al tarotista que hacía de rival para Elliot, se acercó a la hiena y dejó verter el aceite de su lámpara sobre la Fuerza. Inmediatamente esta se encendió en llamas y clamó adolorida por rendición. Había sido derrotada. La paciencia había derrotado la imprudencia... y en apenas el primer turno (y la primera tirada), Rubenazo se hallaba ante Elliot como el perdedor del duelo. Elliot era el ganador de la prueba de Fortuna.

¡El Ermitaño vence a la Fuerza! —anunció emocionada ella como una gran narradora de eventos deportivos, sacando a todos de su sorpresa—. ¡Y por lo mismo, el ganador es...!

Pero entonces, antes de que Elliot o Rubenazo pudiera celebrar o reclamar...

—¡AAAAAGGGHHH AHAHAHGHGH! ¡EL DOLOR, EL DOLOR!

Fortuna estaba revolcándose desconsoladamente en el suelo. Su voz se oía desgarrada y quebrada, las lágrimas abandonaban sus ojos con furia y su piel se hacía cada vez más roja del ardor que surgía en su interior.

—¡FORTUNA! ¡QUÉ TE PASA! —exclamó Rubén confundido.

De inmediato le ordenó a MammaRabbi que asistiera al espíritu mientras él se acercaba a paso torpe y ansioso. Elliot y Delmy también acudieron con prisa.

—¡¿Qué está pasando?!

—¡Es el hechizo! —contestó Elliot—. ¡Es de lo que quiero librarlos! ¡De la opresión mágica de sus cartas!

—NO ESTOY ENTENDIENDO NADA —reclamó el Rubenazo con ira—. DE QUÉ CARAJOS ME ESTÁS HABLANDO...

—¡De que Fortuna es una niña mala! —dijo de inmediato Fortuna con una voz entrecortada que se colaba entre los gritos—. ¡Y las niñas malas deben sufrir!

El último grito fue tan fuerte que MammaRabbi se alejó de la elfa completamente asustado ante las convulsiones espasmódicas del cuerpo de la chica.

—¡AY, YAAA! ¡DETENTE! —gritó de nuevo Fortuna, girándose en lo que parecía un gesto de gruñirle a la nada.

En realidad sus ojos morados se posaron intencionalmente sobre su carta vacía, misma que descansaba en el altar del trofeo entre las gradas.

—¡YO NO QUISE HACER NADA! ¡POR FAVOR! ¡SOLO... AAAAAAHHHHHH!

—Será mejor que no te resistas, Fortuna —le comentó Iudicium de pronto; su voz sonaba firme y rigurosa—. Ya sabes que será peor para ti. Si no te controlas, no parará...

—¡Pero... pero! ¡NO ES MI CULPAAAAAAAAAAHHHH!

Elliot no pudo evitar recordar la prueba de Raeda. Lo mismo le había pasado al espíritu por negarse a ponerle una prueba justa, pero... ¿Por qué estaba pasándole ahora lo mismo a Fortuna?

—¡OK, OK! ¡OK, TÚ GANAS! ¡EL JUEGO QUEDA INVALIDADO!

De inmediato el dolor se detuvo.

—¿Qué? —preguntó MammaRabbi con lentitud—. No entendí...

Rubenazo suspiró obstinado.

—¡Pff, presta atención, idiota! Elliot hizo trampas. Imagino que la carta estaba haciéndole daño a Fortuna para hacerla darse cuenta... ¡Y POR ESO VAS A PAGAR, MALDITO LADRÓN TRAMPOSO DE MIERDA! ¡¿LO ENTIENDES?! ¡Te voy a hacer sentir lo mismo que acabas de hacerle sentir a mi bella elfa!

—¡Yo no le hice nada a ella! —contestó Elliot molesto—. ¡Más bien quiero librarla de las manos de un imbécil como tú!

Delmy rápidamente se colocó entre ambos al ver que Rubenazo se le iba encima a Elliot.

—Hay que volver a comenzar —dijo el espíritu de la elfa mientras se acomodaba en el suelo para no tener que levantarse—. Tomen sus cartas y barájenlas de nuevo.

—Y tú, nena, ¿qué vas a hacer? —le preguntó Raeda.

Ella sólo aplaudió y chasqueó sus dedos. Al instante apareció una doncella de hierro justo a su lado. Fortuna la abrió de golpe y todos pudieron ver las puyas de metal afilado dentro del instrumento de tortura. Sin embargo, a ella no pareció importarle, porque de un solo movimiento se metió en la tenebrosa maquinaria y cerró la puerta sin compasión.

—Vaya... creo que me excité —comentó Raeda con los ojos perdidos y una sonrisa tonta en el rostro, exactamente igual que la mirada que MammaRabbi y Rubenazo tenían ante el gesto.

¿Feliz? —preguntó Fortuna desde dentro de su sarcófago de metal a nadie en concreto; su voz ahora sonaba monocorde y lúgubre—. Ahora ya no puedo hacer nada. Así que ustedes dos, tomen una carta y vuelvan a comenzar...

Elliot veía todo con pesar. Era evidente que la vida de sus amigos espirituales no era sencilla en lo absoluto.


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