Capítulo 29

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Gavriel salió de la habitación de Zachary tambaleándose de lado a lado, pálido como un papel y sosteniéndose de las paredes. Habían pasado al menos dos horas desde que su amigo lo mordió, treinta minutos desde que logró despertar y quince para cuando consiguió erguirse. La luz de la casa le dañaba las retinas hipersensibles. Tenía la percepción de ser más alto, no demasiado, pero si notaba la diferencia. También advertía lo ajustada que le iba la ropa, como si su cuerpo fuera más grande. Los huesos se sentían como cemento. Se aseguró de encorvarse y hacerse lo mas pequeño posible, tenia la esperanza de que nadie se diera cuenta de esas diferencias.

Mierda, sus cavidades nasales estaban irritadas dejándolo sin sentido del olfato.

El vampiro le había dicho que esperara a las cuatro de la mañana para intentar fugarse, ya que había oído de su madre que a esa hora Hera por fin dormía.

Los Berkshire no dijeron una palabra al verlo, los guardias demostraron su cotidiana belicosidad y hasta ese momento nadie parecía notar que algo había cambiado en él, pero por mucho que esperara pasar desapercibido le fue inasequible a cada músculo de su cuerpo entrar en corto, olvidar su dolor y emprender carrera escaleras arriba al ver como cargaban el cuerpo inmóvil de Maleon a su habitación. Los soldados quisieron cogerlo, pero no pudieron más que jalarle un poco la ropa, lo persiguieron escaleras arriba directo al imponente macho híbrido mitad fénix que llevaba a la leona inconsciente, y estando así de cerca el corazón se le salió del cuerpo.

Tohma volteó hacia él ofreciéndole un vistazo de la mujer que transportaba. Maleon era una obra trágica de rojo, espasmos, agujeros, mordidas y zarpazos mortales. Gavriel estiró los brazos hacía ella e increíblemente al mestizo dragón de Komodo no le molestó entregársela.

Ella no pesaba demasiado. Sin embargo, no pudo cargarla y cayó de rodillas sobre un escalón como si el mundo lo obligara a rendirse con el cuerpo frío de la mujer que amaba, la abrazó intentando fundirla con su piel y sintiendo el reconfortante aliento de vida de ella contra su oído. Débil. Errático. Pero prueba de que aún vivía.

La humedad se trasladó a él, supo que la sangre empezaba a filtrarse a través de su ropa y le dio un escalofrío.

—¿Qué haces ahí, Siervo? —habló Hera desde la altura. No levantó la cabeza para ver su sonrisa de satisfacción—¿Qué esperas? Muévete para llevarla a sus aposentos, el médico le atenderá las heridas y la dejará lista para seguir impresionándonos. Si te portas bien, tal vez deje que pases la noche con ella. Adelante vamos, Siervo humano.

La voz de la dragona sonaba de la misma forma que lo haría la de alguien a quien le habían contado un buen chiste, se burlaba de esto y le extasiaba torturarlos psicológicamente. Eso hacía con Maleon al permitirle encontrarse con él día a día con excusas de cuidarla. Le exhibía a su enemiga como podría manipularla dándole y quitándole lo que amaba. Hera se había convertido en un verdadero demonio.

Gavriel obedeció a la reina de los dragantes sin objeciones y llevó a la leona a su habitación. Las restantes horas, se mantuvo en silencio absoluto mientras un soldado atendía a Maleon, las intervenciones del hombre llevaron por lo menos dos horas más y gracias a un reloj alcanzó a argumentar que daban las 3:05 de la mañana para cuando casi todas las heridas de la mujer estuvieron cocidas y vendadas. Lo prometido se cumplió, le permitieron quedarse con ella durante esa noche. Él se sentó en el suelo tomando su mano tibia, acariciándole con el pulgar y depositando besos sobre sus dedos, hablándole de cómo le gustaría casarse en una ceremonia de cuento de hadas o de su luna de miel en las Vegas.

Rió solo esperando que despertara y se enfadara con él.

Ella siguió durmiendo. No importó cuantas veces le besó los labios, la reina no despertó y al cabo de un tiempo, cansado hasta la medula, también se quedó dormido.

En medio de su sueño se congeló, como si la temperatura descendiera inmisericorde a niveles peligrosos y se despertó alarmado con un mal presentimiento en cada centímetro del cuerpo. Estaba llorando por razones desconocidas. Tenía mucho frío. Una malicia le rebotó por la columna vertebral haciéndolo abrir la boca para coger aire y otra vez no quiso alzar la mirada, pero se impuso a ello.

Hora 4: 15 A. M

La mano de Maleon estaba helada.

Su piel estaba cadavérica.

Sus ojos abiertos sin atardeceres observándolo con un par de lágrimas en los ojos.

Algo en su corazón se resquebrajó y entonces se enderezó como una bala para buscar su pulso. El hombre se silenció y se concentró en los sonidos que lo envolvían... Silencio.

—Por favor, dime que estás ahí...

Se dijo que era su culpa por no encontrar el punto justo para sentir el latido lento y candente de su corazón. Sí, seguro que ya lo encontraría. Necesitaba solo un latido, no le importaba si era apenas de vida, pero sí que demostrara que su corazón luchaba por bombear en un cuerpo maltratado. Volvió a silenciarse temeroso. Nada.

—¡Maleon, vamos... háblame!

Ni el eco de un latido, no había duda. Ella se había ido. Las palabras de la Vestal cobraron sentido: Dale un beso de despedida a mi querida hija cuando vuelvas a verla. Inhaló profundamente y percibió ligeramente un olor a vainilla... a miel que se metía en sus pulmones de una manera torrencial que lo aturdió.

Gavriel se abalanzó sobre ella como un lobo desesperado y gritó con la mayor cantidad de fuerza que pudo exigirse. Maleon había muerto mirándolo, él se perdió su último aliento.

—¡Maldita sea! ¡Dios mío... despierta... ¡No me abandones!

La abrazó y la meció como a un bebé, acarició su mejilla susurrando su nombre millones de veces. Se marchaba su vida, se quedaba sin aire, le fallaba el órgano del pecho, se le resquebrajada el alma. Sujetarla era en vano, por más que se aferrara desesperadamente a su cuerpo... aquello que le daba vida se había convertido en un recuerdo, algo intangible que nadie, ni humano ni mágico podía coger con los dedos. Lloró como haría un perro maltratado o alguien despojándose de su más preciado regalo. Como se llora cuando se pierde a quien uno ama.

Besó sus labios y supieron a ceniza.

—Juraste que no me dejarías —dijo entre sollozos—. Me hiciste creer en ti. Me hiciste amarte. Las promesas están muy bien, Jefa. Ahora es hora de que las cumplas. No puedo... no puedo seguir sin ti. Maldición abre los ojos.

La puerta se abrió de tal manera que casi se destartalo, Hera —vestida con un camisón antiguo—, los contempló consternada y detrás de ella el mismo guardia que había atendido a Maleon dudaba si entrar o no a ayudar. La expresión de la dragona mutó a la furia encarnada de un desequilibrado mental, avanzó a zancadas hasta la cama y lo apartó tan fuerte que él se estrelló contra el tocador rompiendo el espejo. Colérica, la dama de blanco empezó a sacudir el cuerpo vacío de la leona que no respondía a sus llamados, entonces también rugió alto haciendo vibrar el cristal de la cúpula sobre ellos.

—¡No te puedes morir, hija de puta! ¡No has visto nada de lo que te tenía preparado! ¡Levántate! —bramó histérica.

—¡La mataste, maldita zorra demente! ¡Es tu puta culpa! —exclamó Gavriel corriendo hacia ella y empujándola para que dejara de tocar el cadáver.

Hera estaba fuera de sí, lo ignoró y saltó al doctor para arrojarlo hacía la cama.

—¡Tráela ya! ¡Revive a esa perra antes de que se haga ceniza o voy a matarte!

Salió disparada del cuarto, Gavriel por su parte, dejó al médico revisar a Maleon y realizar un RCP urgentemente. Nada pasó. La situación se desenvolvía en un complejo caos, las voces iban y venían, pudo oír claramente los pasos de los guardias en el vestíbulo... maldición, podía oír todo. Incluso el aroma particular de cada residente de la casa. El cambio en su organismo estaba hecho. Hera se había marchado, los soldados corrían de un lado hacia otro alterados... era su oportunidad.

—Joder, ya falleció. Pero si esa desquiciada me ve sin hacer nada me matará —murmuró el médico haciéndolo enojar.

Gavriel admiró a la mujer muerta en la cama con lágrimas en los ojos. Dolía, pero no dejaría que los responsables de haberla torturado hasta la muerte salieran impunes de esto. Lloraría más tarde luego de que todos los concejales estuvieran bajo tierra. Miró al doctor, traía puesto un uniforme de soldado con una espada y un arma. Bien, momento de improvisar. Prácticamente se le tiró encima hecho un manojo de llanto desalmado, angustia solidificada y súplica.

—¡Tiene que salvarla, por favor se lo ruego! —Lo rodeó con los brazos colgándose de su ropa presuntamente trastornado.

—¡Hey, déjeme...

—¡Por favor!

—¡Esa loca va a matarme, suéltame parásito! —El tipo le dio un codazo en la cara y él se aseguró de caer boca abajo—¡Y quédate ahí, imbécil!

Apenas el médico volvió a centrarse en su trabajo, Gavriel se mordió el interior de la mejilla para ponerse de pie con lentitud. Sacó el arma que le había quitado al maldito bastardo —oculta bajo su estómago—, para después dirigirse al librero que detrás conducía a un pasadizo secreto.

Hera tiró de la cadena en el cuello del híbrido fénix y dragón hasta llevarlo a la habitación de la reina.

Dentro de esta obligó a Tohma a ver el cadáver, le gritó barbaridades sobre él y su hermana.

Aun así, él no lloró.

Lo apuñaló en un costado.

Tampoco lloró.

Quiso arrancarle un ojo y el médico le dijo que no servía, ella rugió de cólera descargándose en un ataque de violencia hacia el esclavo. Lástima que el dolor hacía mucho tiempo había dejado de hacerlo llorar. La dragona desapareció por el pasillo de nuevo con el otro macho disculpándose repetidamente como un cobarde... lo dejaron solo.

Tohma estaba acostumbrado a estar solo en la oscuridad porque siempre lo había estado... no, no siempre. Hubo una época donde su encierro había sido menos doloroso y agónico, pero eso fue hace tanto tiempo que ya no quería recordarlo.

Dio un paso adelante rumbo al cuerpo de la hembra que irremediablemente su veneno mató, ella no era la primera criatura que asesinaba indirectamente, muchos habían abusado de la maldición en su sangre. Sin embargo, esta hembra era su hermana. Él nunca olvidaba. La recordaba con nitidez a ella y los demás.

Admiró sus pestañas largas, los labios rojos y el cabello multicolor... a él le gustaba jugar con ese cabello cuando era un cachorro. Ella solía quejarse de que lo jalaba inconscientemente y aun así nunca le prohibió tocarlo todas las veces que deseaba.

El hibrido se inclinó para percibir su débil aroma, ya de adulto reconocía la vainilla con miel mezclándose en su perfume. De pequeño creía que ella olía a cosas hermosas que no existían en otro sitio más que en su piel.

Una de sus manos se atrevió a tocarla, fue un suave toque en la mejilla femenina y él tuvo un ridículo anhelo de que ella despertara. No lo hizo. Este era solo un cadáver en camino a la incineración.

En el pasado solía amarla y de adulto no recordaba lo que era el amor, impactando a su corazón sus mejillas se humedecieron... salvo que esta vez llorar no arreglaría nada.

***

Gavriel corrió por el estrecho túnel de piedra, siendo humano habría tardado media hora en llegar a la salida, tras su cambio le llevó menos de siete minutos. Comenzaba a digerir en qué se había transformado y una aprensión le anudó la garganta, negó con la cabeza para enfocarse en ese túnel de piedra oscuro que olía a mil demonios por el escaso aire que corría dentro de él. Lo desconcertaba la cantidad de cosas que recibía ahora, desde olores a sonidos e incluso su visón 2.0 que le dejaba entrever las grietas en las paredes de esa caverna.

Llegó al final del pasaje y avistó la luz de una antorcha detrás de una rendija. Había una especie de puerta de piedra lo suficientemente grande como para pasar agachado, en el exterior fue capaz de escuchar a dos guardias hablando y sus olores lo ayudaron a identificarlos como dragones.

MI-ER-DA. Bien, un poco de falsa confianza y listo, podía enfrentarse a todo.

Respiró hondo en lo que abría la puerta con el arma en la mano derecha, le sudaba la palma por los nervios y el miedo a que se transformarán antes de volarles los sesos.

Los desvaídos ojos de los verdugos lo recorrieron de arriba abajo cuando salió de su escondite, obviamente eran incapaces de imaginarse cómo él había escapado. Enseguida entraron en acción. El soldado más cercano arremetió contra Gavriel, avanzando como un rayo. Pero él no se asustó. Con una rapidez propia de su nueva naturaleza, apuntó el cañón del arma hacia el dragón, era un individuo enorme como una aplanadora, y le disparó directo al pecho. Una especie de aullido de alma en pena brotó de la garganta del verdugo, que cayó al suelo como un saco de arena, inmovilizado.

—¿Qué mierda te pasa por la cabeza, vampiro? —Se asombró el otro guardia—. Eres un traidor a tu especie.

—Sorpresa, sorpresa, cabrón. No soy de los suyos.

El soldado reaccionó rápidamente, el cañón de un arma apareció de repente. Gavriel tuvo buenos reflejos y se apartó de un salto rumbo a la protección de una columna. La primera bala rebotó en la pared de piedra de la casa. Apenas acababa de resguardarse cuando un segundo balazo le rasgó el muslo. Jadeó, había sido lento. Aun no dominaba sus nuevas capacidades ni sabía bien cómo usarlas. Disparó obligando a su oponente a cubrirse.

¡Demonios! Bienvenido a la vida real, nene. Se sintió como si estuviera en el cuerpo de otra persona. Gimió adolorido, era como si un hierro candente le hubiera taladrado la pierna de lado a lado. La columna a la que había ido a esconderse protegía tanto como un poste del alumbrado público. Era muy bonita claro, pero una basura de escudo.

Observó de reojo, el guardia se movía en busca de una mejor posición de tiro.

Gavriel cogió una piedra grande que había en el suelo y la lanzó a un punto cercano a donde el hombre se escudaba. La piedra había salido con tanta fuerza de su mano que se estrelló en el suelo con un sonido ensordecedor. Okey, tenía que controlar mejor su fuerza de "vampiro" porque le iban a balear el trasero. Aunque fue lo que necesitó para que el soldado asomara la cabeza para rastrear el ruido y entonces él descargó un par de tiros, uno de ellos fue certero y le dio al tipo en el hombro. El bastardo giró sobre sí mismo y rodó de bruces sobre el suelo.

Excelente disparo, pero el soldado aún se movía, y Gavriel pensó que no tardaría más de medio minuto en volver a ponerse de pie. O tal vez se transformaría para rostizarlo como un pollo asado.

Se apresuró hasta su adversario cojeando tan veloz como pudo y blasfemando por el dolor. Había tardado unos segundos en moverse y se tropezó por la falta de equilibrio. Reiteraba: necesitaba adaptarse a su maldito cuerpo ¡YA!

Encaró al tipo y se odió por tener razón, ya empezaba a transformarse mientras le salía sangre por la herida del hombro y desde su boca se escapaban pequeños gemidos. No lo pensó, mejor pelear con un humano a un dragón, se movió en un parpadeo le agarró un mechón del cabello al soldado y le ladeó la cabeza sobre el asfalto. Puso el cañón del arma contra la base del cráneo y apretó el gatillo.

La mitad superior del rostro del tipo quedó desfigurada, los brazos y las piernas siguieron sacudiéndose mientras él lo fulminaba con sus duros ojos. Recordó que habían dicho que los dragones eran de cabeza dura, probablemente este tuviera posibilidad de salvarse al igual que su compañero, pero aun así tuvo arcadas.

"Hey, no te tortures con ello. Peleas para vivir o morir, Gavriel. Sobrevive hoy y llora después. No puedes hacer nada por esos homicidas, ya eligieron su tumba cuando se convirtieron en desertores".

Cerró los ojos y se dio la vuelta para emprender carrera directamente hacia la entrada del bosque.

No pararía de correr hasta llegar a la Colonia, aunque le explotara el corazón.

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