Cortando el hilo rojo

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Abrió los ojos cuando suspiró. No fue capaz de despertarse y, por lo tanto, no pudo tirar a aquel estúpido lobo de la cama ni una sola vez. Y él que movió la cama solo para eso..., se lamentó.

—Al menos es el último día —murmuró.

—Cierto, este año te marcaré y no podremos volver a participar en el juego. Por cierto, buenos días.

—Buenos dí...— contestó cansado aún antes de empezar el día cuando se detuvo al verlo—. Tú— lo acusó arrodillándose en la cama para mirarlo desde arriba.

—Es que no puedo dormir con pantalones, ya te lo dije.

—¿Y por eso te lo quitas?

—Desde luego. No es justo que tú puedas dormir sin ropa y yo tenga que ponérmela.

—Eso es porque yo no me levanto duro como una piedra —replicó señalándolo.

—Pues debería pasarte.

—No, no debería pasarme porque no soy un perro en celo.

—Yo tampoco soy un perro en celo, soy un lobo a pocos meses del celo y estas reacciones son normales por la mañana.

—Al menos tápate —exigió.

—Como prefieras, pero no entiendo el escándalo, al contrario. Creo que deberías acostumbrarte porque cuando te marque voy a me...

—¿Vas a qué? —lo interrumpió gélido.

—Mejor dejamos esta conversación –contestó Nalbrek poniéndose los pantalones—. ¿Y si desayunamos? Creo que el no comer te pone irritable.

—No es la falta de comida, eres tú —replicó cuando se dejó caer sobre la cama de nuevo. Aún no había salido de ella y ya se sentía agotado.

—Deja de hacer el tonto. Si no nos damos prisa, los conejos acabarán con la sopa —le advirtió.

—Cierto —aceptó al recordarlo levantándose a toda prisa. Debían llegar antes que los conejos.

—Sabía que tenías hambre —asintió Nalbrek cuando al ver como él lo miraba, se dio la vuelta para ponerse la camisa.





Después de conseguir llegar a tiempo al centro del pueblo y repetir tres veces la sopa que se preparaba todos los años ese día para desayunar, se alejó con los demás satisfecho y es que, durante el desayuno, por más que estuviesen unidos por la cuerda, Nalbrek estuvo hablando con sus amigos mientras que él hablaba con los suyos, olvidándose por un momento de su existencia.

—Me pregunto quién participará este año en las pruebas —dijo Nalbrek devolviéndolo a la realidad.

Como parte de la celebración, era costumbre hacer exhibiciones de las habilidades, tanto en forma humana como animal, siendo un espectáculo muy entretenido y, en más ocasiones de las que los participantes pretendían, gracioso. Tan solo debías cumplir dos requisitos para participar: tener una pareja y no tener nietos.

—Varios de los chicos y chicas con los que íbamos a las reuniones ya tiene pareja, así que habrá rostros conocidos —respondió—. ¿Tú participarás cuando elijas pareja?

—¿A ti te gustaría?

—Lo cierto es que me gustaría veros correr a ambos lobos —admitió pensativo—. Ya sé que Hilmar es más rápido que tú, pero...

—¿Y cómo lo sabes?

—Porque os he visto correr a los dos. Pero, aunque Hilmar sea más rápido, sería una buena carrera.

—Lo cierto es que ya me lo han dicho varias personas, que en cuanto ambos tengamos pareja, debemos correr.

—Una carrera de lobos es un gran espectáculo —asintió, y es que era raro que hubiese dos lobos de la misma edad en la misma zona tan lejos de la ciudad de los lobos.

—Creo que no habrá escapatoria —murmuró Nalbrek algo deprimido.

—¿No quieres?

—No se trata de eso.

—¿Tanto temes perder? Porque no deberías preocuparte, todos saben que perderás, solo quieren ver por cuanto —le aseguró.

—No se trata de eso —replicó con los dientes apretados—. Es tan solo que no quiero correr contra otro lobo.

—Eres un lobo —le recordó—. Y a los lobos les gusta competir con otros lobos.

—Lo sé, pero eso no cambia lo que siento.

—Nalbrek, el raro.

—Hacía mucho que no me llamabas así.

—Ayer te llamé así.

—Pero no con ese tono —replicó haciendo que él pusiese los ojos en blanco—. Y hablando de nombres, ¿cuándo me vas a llamar Nal? ¿Y no te vas a molestar cuando te llame Dawi?

—Cuando las dos hermanas acudan a bailar a la fiesta del pueblo —contestó pensativo.

—Las dos hermanas es el nombre de los picos gemelos donde vive el pueblo de las águilas.

—Exacto.

—Al menos, di cuando te marque.

—¿Y por qué iba a tener que decir eso?

—Porque tú siempre dices que es imposible. ¿O acaso hasta tú mismo sabes en el fondo que tengo razón y seremos pareja?

—Está bien —aceptó mirándolo—. Lo haremos a tu manera. Te llamaré Nal y dejaré que me llames Dawi cuando me marques, pero ni un segundo antes. Así que ni se te ocurra volver a llamarme así.

—Muy bien— aceptó el lobo sonriente mientras él se reía en su interior.

Aquel lobo pensaba que lo acababa de engañar para poder llamarlo por su apodo, lo que no sabía es que, en realidad, se había comprometido a no volver a llamarlo así y es que él nunca permitiría que Nalbrek lo marcase y si él no accedía, este no podría hacerlo. Se acababa de ahorrar muchas peleas inútiles intentando convencer a aquel lobo de que dejase de llamarlo Dawi.

—Ahí está Hilmar —lo saludó con la mano al verlo.

—Y ahí están mis amigos —contestó el lobo señalando al otro lado—. Y anoche elegiste tú —añadió antes de que él pudiese decir nada.

—Entendido, vamos —aceptó disgustado.

Una de las razones por la que el juego del hilo rojo era obligatorio, aparte de la diversión que proporcionaba todos los años a los adultos, era porque obligaba a los niños a estar con otros niños, a cooperar, ya que, si solo uno se imponía, acababan bien peleándose bien negándose uno de ellos a moverse. Y dado que aquello era algo que se repetía todos los años, aprendían a ceder, a negociar, a hablar para decidir qué era lo que más beneficiaba a los dos y así pasar unas fiestas divertidas.

Era cierto que no todos lo conseguían en el mismo grado, pero los adultos de su pueblo solían ser los más razonables de la zona. Como él en aquel momento. Tal y como acababa de decir Nalbrek, la noche anterior este cedió permitiéndole estar con Hilmar, y eso significaba que aquella mañana era su turno. Era cierto que podía excusarse en que era el último día y negarse, pero dado que al año siguiente volverían a ser pareja, no quería aquel antecedente.

Se detuvo dejando caer los hombros deprimido al darse cuenta de que hasta él mismo pensaba que el estar atado a aquel lobo durante las fiestas era inevitable.

—¿Qué te ocurre? —le preguntó este al percatarse.

—Al parecer, hasta yo mismo creo que el año que viene volverás a acertar con mi cuerda —le explicó.

—No te preocupes, no lo haré. Ya te he dicho que te marcaré este año.

—Prefiero la cuerda.

—No entiendo por qué.

—No lo entiendes. A pesar de todas las veces que hemos hablado de eso, no lo entiendes.

—Es que estamos destinados.

—Habla con tus amigos —le pidió.

—Como prefieras —asintió este comenzando a charlar mientras él miraba a su alrededor hablando con diferentes personas hasta que comenzaron las competiciones pudiendo ver a las aves disputando quién podía subir más alto en menos tiempo, quién podía volar más rápido entre los árboles, viendo a las nutrias y a los peces competir en velocidad, a los conejos y ciervos corriendo o a los osos mostrando su fuerza y, para cuando se dio cuenta, el día se acercaba a su fin.

Saltó de la piedra con facilidad a la vez que Nalbrek poniendo los pies en el suelo a la vez. Tantos años atados, habían servido para algo.

—Al final no sabemos quién ha ganado —se lamentó Dawi comenzando el camino de regreso.

—Una carpa iba en cabeza, ¿será Soi?

—Soi o alguno de sus hermanos o sus primos o... las carpas son todas iguales y son muy rápidas, sobre todo las chicas.

—¿Tanto quieres saberlo?

—En realidad, no —admitió. Tampoco tenía tanta importancia cuál de aquellas hermanas había ganado—. Pero me gustaría que hubiese un lugar desde el que se viese el río y la llegada y no tener que elegir.

—Pides demasiado —le advirtió Nalbrek mientras se mezclaba con la gente que confluía en el camino al regresar desde los diferentes puntos que eligieron para ver la última carrera.

—Dau, estarás contento —le gritó alguien.

—¿Contento por qué?

—Porque, por fin, te librarás de Nalbrek hasta el año que viene —contestó la mujer.

—No, porque este año lo marcaré —terció el lobo.

—Deja de decir esas cosas— le advirtió dándole un codazo.

—¿Y por qué no lo iba a decir?

—Porque no va a pasar, yo no lo voy a permitir.

—Al contrario, tú me lo permitirás. Eres mi pareja destinada.

—Vamos a ver, Nalbrek. ¿Qué parte de "no me gustas, no voy a dejar que me marques" no entiendes?

—El que no lo entiende eres tú. Es cierto que ahora no te sientes atraído hacia mí, pero esa es tu parte humana y la parte humana es muy voluble. La parte que importa en nosotros es la animal, nuestro instinto. Y a este si le agrado y sabe que soy la mejor pareja para ti.

—Mi instinto no me dice nada.

—Porque solo escuchas a tu parte humana.

—De verdad que eres imposible —se lamentó.

—No lo soy. Eres tú quien se niega a aceptar la realidad.

—¿Qué realidad?

—Que en el próximo celo tú me llamarás y dejarás que te marque.

—¿Sabes lo único bueno de todo esto? Que en cuanto lleguemos al pueblo, cortarán la cuerda y podré dejar de escuchar tus desvaríos.

—Dado que es la última vez que vamos a estar atados por esta cuerda, deberías atesorar estos momentos —le aconsejó haciendo que suspirase.

—Al menos ya no intentas detener a Baem.

—Solo lo hice una vez y fue porque pensé que iba a romper nuestra unión —se defendió incómodo.

—A veces creo que, de verdad, puedes ver las uniones entre las personas.

—Algo así —confirmó pensativo.

—¿Algo así? Tarde o temprano vas a tener que explicarme cómo puedes saber quiénes son pareja porque, a pesar de todas las veces que te lo he pedido, nunca me has contado nada.

—Está bien. Cuando seas mi pareja, te lo explicaré todo —aceptó serio.

—Prefiero quedarme sin saberlo. Mi curiosidad no llega a tanto —rechazó cuando, al llegar a la entrada del pueblo, sonrió.

—No sonrías de una manera tan evidente —le advirtió Nalbrek.

—Si tú puedes sonreír cuando sacas mi cuerda, yo puedo sonreír cuando están a punto de cortarla.

—¿Sabes? Esas cosas duelen.

—No menos de lo que me duele a mí cada vez que me dices que en lugar de estar con una linda chica zorro, criar a nuestros hijos y ser felices, voy a dejar que me la metas. Yo quiero una familia feliz.

—Entonces, adoptaremos tantos niños como quieras —replico haciendo que él bajase los hombros, derrotado. Era inútil.





—Ese conejo es mío le advirtió molesto mientras avanzaban por el bosque. Habían pasado varias semanas desde el festival, lo cual significaba que ya faltaba poco para que comenzase el celo de aquel año, muy poco.

—Fui yo quien lo capturó —replicó Hilmar, que avanzaba delante de él con los conejos al hombro.

—Porque yo lo saqué de la madriguera.

—Detalles.

—¿Detalles?

—Está bien, lo compartiremos, te doy las patas traseras.

—Es demasiado poco.

—Fui yo quien lo persiguió hasta alcanzarlo.

—Yo también.

—Pero tú eres demasiado lento.

—¿Demasiado lento? ¿Quieres que te demuestre lo lento que soy?

—Claro... – comenzó sonriente, cuando la sonrisa murió en sus labios.

—¿Qué ocurre? —le preguntó, pero Hilmar, en lugar de contestar, se transformó en lobo perdiéndose en el bosque a toda velocidad—. ¿Qué le pasa a ese estúpido? —murmuró cogiendo los conejos que había tirado cuando sonrió. Mejor para él.





Por fin va a llegar 🥳

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