|2: Sandblasting|

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Título: Sandblasting

Resumen: Severus Snape lleva una vida monótona y solitaria en Hogwarts, hasta que Harry Maldito Potter se inmiscuye para arruinarle la existencia.

Palabras: 12, 208.

Advertencia: Contenido sexual explícito. Rimming. Digitación anal. Sexo anal (obvio). Depresión. Traumas. Menciones de abuso sexual pasado (no explícito). Headmaster Snape. Professor Potter.

Créditos: Imagen de cabecera perteneciente a FreedJapDuck (Twitter).

Nota: Este relato, por el momento, será exclusivo de Wattpad. Puede sufrir modificaciones drásticas en el futuro. Os lo juro que empecé escribiendo obscenidad y de pronto había más trama que porno.

~°~°~°~°~°~°~°~°~°~°~°~°~°~

Harry Potter vivía la vida de ensueño del hombre de treinta años promedio. Divorciado y con dos hijos legítimos que puede visitar en año nuevo. Su interacción social se redujo al trabajo de profesor de DADA y una botella de alcohol por las noches (que era tan buena como una poción de sueño sin sueños). Una rutina ciertamente encantadora.

Ni siquiera podía salir a tomar una copa con Ron y Hermione sin que fueran rodeados por los transeúntes o los periodistas. Salir al mundo exterior era un suplicio, sin embargo, Hogwarts siempre estaba disponible para él si necesitaba escapar.

No se sorprendió cuando al volver a sus aposentos halló sobre la mesa del escritorio el característico sobre dorado cuidadosamente envuelto.

~°~°~°~°~°~°~°~°~°~°~°~°~°~

Estimado Harry James Potter.

Está cordialmente invitado a la:

Ceremonia de celebración de aniversario del exterminio de Voldemort.

Este 2 de mayo de 2011.

En el Jezebel Plaza, Londres.

~°~°~°~°~°~°~°~°~°~°~°~°~°~

Harry leyó por última vez la carta antes de arrojarla al fuego. Soltó un largo y desganado suspiro. Era el mismo tedioso evento, por suerte, solo ocurría una vez al año. No tenía ánimos para soportar a la gente esa noche, sin embargo, no asistir sería una afrenta directa al mundo mágico y traería consigo consecuencias desastrosas.

Si era afortunado podría conversar con alguno de sus amigos por cinco minutos seguidos antes de que algún periodista intentara acaparar toda su atención. No había llegado al evento y ya se sentía agobiado.

Tenía que tranquilizarse, solo debía ser visto por un puñado de personas y posar para un par de foto antes de aparecerse de regreso en la seguridad de su hogar.

La ceremonia se realizaba con el fin de celebrar el día que el mundo mágico se libró del tirano Voldemort de una vez por todas. Pero, gracias a las aportaciones de Hermione, la gala ha cambiado para fines un poco más nobles. Los magos seguirían premiando a los miembros de la orden, solo que ahora tendrían que donar generosas cantidades de dinero para los damnificados por la guerra.

Harry detesta recibir homenaje u alabanzas por haber cometido un asesinato. Lo hacía por el simple hecho de que era considerado su deber hacerlo, tener que cargar con las manos permanentemente manchadas de sangre era demasiado peso para su conciencia. Mientras toda la gente a su alrededor se regodeaba de verlo como un asesino. Repitiéndole una y otra vez que debía estar feliz por ello, porque había salvado a mucha gente. Sí, y cuántos más murieron por su culpa.

Harry se apareció y visualizó el edificio dorado, era sin dudas el más prestigioso y lujoso de todo Londres. Ridículamente ostentoso y gigantesco. Caminó por la alfombra roja mientras las cámaras y los reporteros se le encimaban, ansiosos por obtener alguna foto o respuestas a sus preguntas. Harry los ignoró y esquivó en la medida de lo posible.

Dentro estaba a salvo del bullicio y, aunque estaba lleno de gente, las personas no gritaban y la música no era alta, la suave melodía de un piano melancólico ayudó a calmar sus nervios.

—¡Harry! —Suspiró aliviado cuando la primera persona que vino a su encuentro fue Hermione.

—Mione, te ves muy hermosa. —La abrazó y admiró el vertido rojo que portaba.

—Gracias. Tú también luces bien. —Halagó.

—¿Dónde está Ron? —Ella suspiró y miró en dirección a su esposo.

—En la mesa de bocadillos, como siempre.

Harry estaba por decir una broma cuando alguien le tocó el hombro y le habló demasiado cerca de la nuca.

—¿Eres Harry Potter?

Hermione lo miró con lástima y él solo suspiró antes de darse la vuelta. Miró a la bruja que tenía más maquillaje que modales y le sonrió con cortesía.

—Sí, ¿qué se le ofrece?

—Diana, para la revista de La bruja apasionada. —Parpadeó coqueta y sus enormes pestañas revolotearon —Señor Potter, ¿está saliendo con alguna mujer actualmente?

—No, señorita Diana, de hecho, creo que no volveré a... —Sus ojos se movieron en dirección a la sombría figura que pasó a su costado.

Su aliento se atoró en su pecho cuando vio a Severus Snape entre la multitud. Snape nunca venía a estas reuniones y, estudiando las vestimentas del mago oscuro, notó que el hombre ni siquiera se había vestido apropiadamente, llevaba sus largas túnicas negras habituales que hacían un contraste pronunciado con el dorado brillante del lugar.

Bien podría simplemente ignorarlo, pero ya no era un niño. El hombre había sido su adversario en la infancia, siempre insultándole y acusándolo, ahora, como jefe, no podía quejarse. Es más, casi ni se le veía a excepción de las mañanas y las cenas en el gran comedor. Con Snape allí de pie, Harry comprobó que las cosas horribles que solían decir de él parecían ser ciertas, Snape era el hombre menos atractivo que había conocido. Pelo grasoso (el tipo ni siquiera se molestó en lavarse el cabello antes de venir), nariz sobredimensionada, piel cetrina, dientes chuecos y amarillentos. Maldita sea, podía estremecerse con la sola idea de tocarlo.

Pero no todo era tan malo. Por mucho que le escociera admitirlo, Snape era el hombre más honesto, valiente y honorable que había conocido. Harry no pudo evitar admirar el coraje y la dignidad del hombre. Siempre remilgado, orgulloso y altivo.

Sin que sus músculos le pidieran permiso, avanzó en dirección a Snape. No escuchó quejas de la bruja, supuso que también había hecho algo de magia accidental y la distrajo. Y mientras avanzaba, Harry cuestionó su cordura con cada paso dado.

¿Qué se supone que iba a decirle a Snape? No eran amigos, ni siquiera hicieron las pases después de la guerra. No hablaron desde el juicio, mucho menos el día de su contratación en Hogwarts. Y aunque Harry ya no le tenía aversión por las viejas escaramuzas, ciertamente no había un amor perdido entre ellos.

Con apenas un metro de distancia, el hombre giró sobre sus talones en su dirección, con una dramática ondulación de sus túnicas.

Snape era tan jodidamente alto que Harry tuvo que inclinar la cabeza hacia atrás para poder sostenerle la mirada. Rodeado de luz blanca y destellos dorados, Snape se veía oscuro y extrañamente... sexy. Embelesado por el inusual brillo en esos ojos negros, Harry se sintió atraído como un metal al imán. Tener a Snape observándolo con intensidad, tratando de obtener información incluso antes de hablarle, le envió un extraño escalofrío a través del cuerpo que no había experimentado en mucho tiempo. Obligándose a mantener la compostura, habló.

—Director Snape, ¿qué hace aquí? —preguntó, notando la mueca de desagrado que le dedicó el mayor.

—Por si no lo recuerda, Potter, también soy un miembro de la orden del Fénix —dijo Snape, con esa rica y profunda voz suya.

Incluso cuando había repudiado al hombre en la escuela, hubo momentos durante sus clases en los que su voz culta y sedosa podía hipnotizarlo. Se descolocó, este no era el momento para quedar hechizado por ese sensual y profundo timbre grave.

—Sí, pero, er, ya sabe, no suele venir a estas reuniones. —El hombre lo evaluó por unos segundos y respondió.

—Supongo que hasta alguien como yo necesita salir de vez en cuando —dijo suavemente.

Esa mirada oscura y perspicaz recorrió el lugar, asimilando todo, en guardia, en busca de posibles amenazas. La guerra podría haber terminado, pero Snape seguía siendo cauteloso y a menudo paranoico con su entorno.

—Parece que lo están buscando, señor Potter —bisbiseó, mirando discretamente a una bruja que Harry rápidamente reconoció como Rita Skeeter.

Decidiendo que Rita era lo peor que podía soportar esa noche, ofreció sin pensarlo mucho.

—¿Le apetece ir por un trago? Estoy seguro que cuando lo reconozcan también lo van a atosigar, ¿qué dice?

Snape lo escrutó con la mirada en busca de cualquier rasgo de perfidia o mofa. Finalmente, asintió y Harry tomó el antebrazo de Snape. Era el primer contacto voluntario que había ejercido sobre él y se sorprendió a sí mismo al descubrir que no hubo ningún factor de repulsión en ello.

Con el poder envolviéndolos en un remolino, Harry los apareció a ambos en sus aposentos privados.

—¿Nos apareciste hasta a Hogwarts? —preguntó Snape.

Harry solo se encogió de hombros y se movió a la pequeña mesa en la esquina que funcionaba como un mini bar. Harry siempre procuraba controlar su excesiva magia, aparecerlos desde el otro lado de Londres sin ayuda de un red flu, fue una exposición de sus habilidades muy arriesgada. Pero a diferencia de cualquier otro mago, Snape no pareció asustado o incluso sorprendido con su nivel de poder.

—Por favor, tome asiento. ¿Whisky de fuego? —El hechicero oscuro asintió.

Preparó dos vasos con el brebaje notando la mirada sombría sobre él en todo momento, Harry obligó a su cuerpo a no retorcerse en reacción. Regresó al encuentro del hombre, le entregó su bebida y tomó asiento en la silla de enfrente. No solía tener invitados, a excepción de Ron y Hermione que se pasaban de vez en cuando, pero esas sillas y la mesa auxiliar resultaron ser de gran ayuda para este encuentro.

—Si no le molesta que pregunte, director. ¿Qué lo sacó de Hogwarts? —Si Snape no salía de su oficina, mucho menos se esperó encontrarlo en un evento tan tumultuoso.

—Como director debo hacer acto de presencia en público de vez en cuando. Ya de por sí cargo una mala reputación, rodearme de gente... respetable —dijo, ahogándose con la palabra —Ayuda a mejorar mi imagen. Albus entendía eso, aunque él se la pasaba en eventos y fiestas una vez por semana.

—¿Irá el próximo año? —preguntó, sorprendido por la inofensiva charla que estaba manteniendo con Snape.

—Creo que es demasiado pronto para planear algo así —dijo, aún no agresivo.

—Lo organizadores no piensan eso, tan pronto como termina esa fiesta están planeando la siguiente.

—Hmm.

El silencio se perpetuó entre ellos y ambos se concentraron en ingerir las bebidas.

Solo ahora y, ayudado en parte por el alcohol, Harry estudió subrepticiamente la complexión de Snape. Severus vestía una gigantesca túnica negra que lo cubría desde la barbilla hasta los pies. Su levita tenía tantos botones que comenzaba a creer que se multiplicaban por segundos. Llevaba tantas capas de ropa encima que Harry se sofocaba con solo mirarlo. Su cabello ahora era más largo, pero seguía estando igual de descuidado y grasoso. La postura del hombre era recta y elegante, nada sugerente o coqueta. Y cuando fruncía el ceño, como ahora, una pronunciada línea se aparecía entre sus cejas. En realidad, nunca había visto a Snape con otro tipo de ropas, el sujeto parecía un retrato. Y de pronto, pensamientos furtivos e inapropiados cruzaron por su cabeza. Realmente deseaba que Snape no ejerciera Legilimens sobre él o el hombre lo hechizaría por pervertido.

Obligando a su cerebro traidor a no enviarlo a lugares que no deseaba visitar, invocó la botella de alcohol y les sirvió más whisky de fuego.

—¿Sabe, director? Solía aterrarnos cuando hacía sus rondas nocturnas. Ahora, cuando a mí me toca patrullar, aún puedo escuchar el ondear de sus túnicas y el traqueteo de sus botas por los pasillos, me da escalofríos. —Admitió, haciendo un gesto exagerado.

—Hay cosas mucho más aterradoras que yo en el bosque prohibido —dijo, desinteresado.

—No lo sé, a veces usted me parecía un enorme Dementor. —Rió.

—Hmm.

—No responda solo con un "Hmm", director —dijo Harry—. Sino sentiré que estoy conversando solo.

—Hmm. —Repitió aquel extraño sonido y Harry suspiró, resignado.

—Señor, pregúnteme lo que sea, sin miedo. —Ofreció, tomando una postura más relajada en su asiento.

Snape pareció masticar su pregunta antes de soltarla.

—No he visto a esos chiquillos tuyos rondando por Hogwarts en mucho tiempo. ¿Dónde están?

Harry detestaba hablar de su familia, era un tema muy delicado para él. Ya no veía a Ginny y su relación con los Weasley se fue en declive desde el divorcio. Sus hijos lo quería, pero era evidente el acantilado emocional existente entre ellos. Reprimiendo cualquier emoción delatora en su rostro, respondió:

—Albus y Sirius están fuera del país, viven en Italia con Ginny y su actual esposo — dijo, tan sereno como pudo.

—Ya veo. Lamento que mi pregunta te haya evocado zozobra. —Por supuesto que Snape notaría su incomodidad, los años no lo hicieron menos perspicaz.

—No, está bien —dijo, perplejo por que Snape en realidad se disculpara—. Estoy feliz de que hayan pasado la navidad en Londres, en la madriguera de los Weasley. Pude visitarlos.

Harry bebió el contenido de su vaso de un solo trago y lo rellenó por tercera vez esta noche.

—Por cierto, ¿cómo estuvo su navidad? —preguntó Harry.

—Plácida —respondió Snape, lacónico.

—¿Puede ser un poco más específico?

—Si de verdad deseas saber, estar sentado leyendo un libro, junto a una chimenea cálida y una humeante taza de té, frente a una ventana mientras la nieve cae, es la mejor forma de pasar la navidad si me lo preguntan.

—¿Eso es todo? —inquirió Harry, desconcertado.

—¿Esperaba algo más? —Snape enarcó una ceja aristocrática y tomó un sorbo de su trago.

—No lo sé, tal vez que visitara a algún familiar o amigo. —Prácticamente no sabía nada del hombre, solo un par de recuerdos que vio en el pensadero.

—No tengo a nadie a quien visitar.

¿Así que Snape estaba solo? Ciertamente, el hombre no tenía que darle explicaciones, pero supuso que estaba siendo honesto, por irascible que fuese, Snape no era un mentiroso. Notando cuan similares eran sus situaciones, la boca de Harry se movió antes de que su cerebro alcoholizado procesara la información.

—En ese caso, ¿quiere pasar la próxima navidad conmigo? —Sugirió.

Harry se tensó al asimilar su ofrecimiento. Aunque, sorpresivamente, la conversación que estaba teniendo con Snape no había resultado en gritos e insultos aún, eso no se traducía en un testimonio de paz. Preparándose para lo peor, Harry se encogió en su asiento. Pero Snape no se rió en su cara o lo maldijo, simplemente lo observó y habló en un timbre que rápidamente reconoció como un tono juguetón.

—No creo que un Dementor sea la mejor compañía en navidad —dijo Snape.

Impactado, Harry se enderezó y presionó el tema, tentando su suerte.

—Hablo en serio, quiero pasar tiempo con usted. —Aseveró, agitando su vaso.

—Señor Potter, está ebrio. —Recalcó Snape, más serio que de costumbre.

—Usted también, es lo único que explica que esté aquí conmigo y sin insultarme —dijo Harry, terminándose la cuarta ronda de la noche.

—Hmm.

—Ese ruido no cuenta como respuesta, director Snape —dijo, arrastrando las palabras.

—Hmm. —Repitió.

Harry inhaló con fuerza. ¡El hombre era realmente exasperante! Borracho, no pensaría en retractarse o claudicar.

—Otra opción es repetir este encuentro y embriagarnos hasta perder la conciencia. —Snape rió sin humor y dijo.

—A diferencia de ti, Potter, yo sí poseo autocontrol —verbalizó, mostrando su segundo vaso apenas sin tocar.

—Eres un cretino, Snape —escupió, enojado.

—Cuide su lengua, está hablando con su jefe. —Advirtió, nada dispuesto a soportar inmadurez.

—Voy a callarme, pero solo porque quiero —dijo Harry, bebiendo el contenido restante y mandando su vaso a lavar sin necesidad de usar su varita—. ¿Ya pensó en su respuesta?

—¿Sobre qué? —cuestionó Snape, confundido.

—Pasar navidad conmigo el próximo año, por supuesto.

—Mi respuesta es no y deje de insistir, me lo agradecerá mañana por la mañana —dijo Snape, dejando cuidadosamente la bebida en la mesa auxiliar.

—No voy a cambiar de opinión mañana. Apuesto a que se divertiría pasándola a solas conmigo. —De pronto, Harry se dio cuenta de lo mal que sonaba eso, pero no pudo reformular.

—Todo puede cambiar, Potter. Estoy seguro que hará o dirá algo que hará que se arrepienta. —Profetizó, dedicándole una sonrisa socarrona.

—Eres un imbécil, Snape. ¿Cómo es que siguiera me gustas? —Soltó antes de procesar sus palabras.

Harry pudo ver la notable incertidumbre del hombre ante su declaración. Cuando estaba así de alcoholizado, normalmente estaba solo y se ponía a dormir, apenas descubría que la embriaguez le causaba verborrea. Creyó que era el único ebrio hasta que Snape preguntó.

—¿Te gusto? —cuestionó, perplejo.

Harry solo se encogió de hombros. Tal vez fue el alcohol o quizás un tardío descubrimiento de emociones, pero Snape no le parecía un asco aberrante. Hasta el momento, no había actuado como el huraño y hosco hombre que recordaba y no era tan... chocante. De hecho, estaba disfrutando bastante de la compañía.

—¿Le pediría a alguien que me desagrada que pasase la navidad conmigo? —dijo Harry, como si fuese algo obvio.

—He oído que Draco Malfoy recibió una invitación similar —arguyó.

—No, solo usted. Usted es especial —dijo Harry sin cuidar su tono y sonrió.

Apabullantemente, Harry se dio cuenta de que estaba coqueteando con Severus Snape. Sí, definitivamente era suficiente alcohol por hoy. Preparado para el estallido de furia y un rotundo despido, Snape simplemente lo analizó de arriba a abajo.

—¿Qué quiere de mí, señor Potter? —cuestionó en un tono flexible que Harry jamás le había escuchado usar.

—Yo... no lo sé. —Desvió la mirada, avergonzado.

Snape lo observó, estudiando cada gesto y Harry rogó a cualquier ser superior por que el hombre dejara de mirarlo así. Snape desvió su mirada al vaso de whisky de fuego y le dio un trago antes de ponerse en pie.

—Que descanse, señor Potter.

Harry se enderezó de un salto y siguió a Snape.

—Director Snape, espere. —El hombre se detuvo frente a la chimenea y se giró—. Estoy pensando...

—Debe ser muy doloroso para usted —dijo, cáustico.

Ignorando el comentario, Harry habló.

—Quisiera que se quedara conmigo para estas próximas fiestas, navidad, halloween o acción de gracias. Siempre será bienvenido conmigo, realmente me gustaría ser su amigo.

Vio genuina sorpresa abordar los rasgos de Snape antes de obligar a su semblante a su regular impasibilidad.

—De acuerdo. Aceptaré su oferta.

—Oh. ¿En verdad aceptó? —inquirió, pasmado—. Entonces, ¿le importaría pasar la noche conmigo? —Bromeó.

—No veo por qué no —murmuró Snape.

Harry sintió su rostro arder tanto que pudo iluminar la habitación. Balbuceó un par de veces antes de lograr unir un par de palabras coherentes.

—Bu-bueno... en ese caso... —Trastabilló Harry.

—Si has cambiado de opinión en lo que has ofrecido...

—No, es solo que... —dijo, nervioso, incapaz de creer que estaba teniendo esa discusión con Snape.

—Siempre ha sido impulsivo y estúpido, señor Potter. —Imprecó.

—Director Snape, er, ¿quiere pasar la noche conmigo?

—Si es lo que desea, no me importa —respondió, lacónico.

Sintiendo su corazón latiendo tan rápido como si hubiese perseguido una snitch dorada a pie, Harry levantó sus manos trémulas y cogió los brazos de Snape.

Debió asustarse por lo que estaba haciendo, Snape era grotesco y feo, pero su otra cabeza no pensó igual cuando saltó ansiosa en sus pantalones. Necesitaba tomarlo y hacerlo suyo en ese instante. Era un pensamiento peligroso, pero que el Harry de mañana se preocupara.

El cuerpo de Snape se estremeció al sentir manos que no eran suyas tocándolo por primera vez en décadas. Las manos callosas recorrieron su espalda de arriba a abajo, en movimientos que eran tranquilizadores y excitantes al mismo tiempo. Sin protestar, Snape se dejó llevar por los brazos del menor que deseoso inhaló el aroma impregnado en las túnicas de Snape, el suave aroma de una colonia, hollín y alcohol, y algo que definitivamente era característico del hombre, estaban presentes en sus ropas.

En algún momento de su aturdimiento, Severus se halló a sí mismo tumbado en el frío piso de piedra, sus túnicas funcionaban como una suave manta, aunque no ayudó a reducir la sensación rasposa del piso áspero. Se removió incómodo en el suelo tratando de encontrar en aquella posición algo de confort.

—Sé que no es el mejor lugar, pero en verdad quiero tocarle —dijo Harry, sonrojado y ansioso

—Entonces no se contenga. —Resopló, fatigoso.

Dejando de lado toda delicadeza, Harry arremetió contra la boca de Snape, lamiendo los labios del mayor e ingresando su lengua cuando estos se separaron obedientemente. Al mismo tiempo, sus manos recorrieron el cuerpo que yacía debajo, aprendiendo cada relieve y curva. Supuso que besar a Severus Snape debía hacerlo vomitar, pero se halló chupando la saliva del hombre como si fuera un afrodisíaco.

Sus manos tomaron las rodillas del mayor y separó aquellas fuertes piernas para acomodarse entre ellas, Snape no se resistió. Al romper el beso, Harry observó por un largo rato el semblante del director y su cuerpo se sacudió inquieto por la mirada perdida de su compañero. No había emoción alguna en ese rostro adusto, lucía abstraído, deseoso de estar en cualquier otro lugar menos allí.

Retrocediendo, notó que Severus estaba erigiendo poderosos escudos de Occlumency.

—Snape... si no quieres hacer esto... —Con una agilidad sorprendente, Severus se levantó.

—Creo que es hora de que me vaya. Buenas noches, profesor Potter. —Dando zancadas, Snape se metió en el red flu, desapareciendo entre las llamas verdes.

Petrificado, Harry sintió que toda la sangre se drenaba de su rostro y, lentamente, procesó lo que acaba de hacer con...

¡¿Qué demonios había hecho?!

Presentarse mañana en el gran comedor sería un infierno, no podría mirar al hombre a la cara de nuevo.

No volvería a tomar. ¡Nunca!

~°~°~°~°~°~°~°~°~°~°~°~°~°~

Aquel encuentro lo acosaba en su memoria. Las comidas en el gran comedor fueron tortuosas y su torpeza natural se incrementó. Tiraba cubiertos como si sus manos fuesen de mantequilla, consciente de que Snape estaba a solo dos sillas de distancia, completamente ajeno a su situación. Estaba actuando peor que Neville cuando tenía que hablar con Snape. Lidió con el problema tomando una poción calmante los primeros tres días, ya que sus reflejos se veían reducidos y no quería accidentes en su clase.

Tenía que enfrentar al hombre y zanjar el problema, dejar Hogwarts no era una opción. Cuando reunió el valor –dopado de opiáceos– de hablar con Snape, el hombre lo evitó. Intentó engañarlo, excusándose de que necesitaba discutir un tema profesional, pero no funcionó. Tal parece que los retratos informaban al director de lo sucedido entre sus paredes y estos tenían bien monitoreado a Harry.

Supuso que era una reacción predecible, obviando la personalidad solitaria y su arraigada misantropía, Severus Snape es la caja de Pandora encarnada en un hombre. No sabe que misterios y peligros puede encontrar si la abre. También estaba el viejo rencor de sus días como estudiante, la homofobia del mundo mágico y el hecho de que ambos son educadores en la escuela más prestigiosa del país. Las razones para no insistir eran demasiadas para contarlas, pero Harry nunca se caracterizó por ser razonable, siempre hacía las cosas que se le prohibían.

Era de noche y había estado espiando a Snape bajo su capa de invisibilidad. Cuando lo vio dirigirse a sus aposentos privados, se quitó la tela, la encogió, la guardó y se escabulló.

Respiró hondo y subió las escaleras hasta los aposentos del director. Cuando se detuvo frente a la gigantesca pintura de una hermosa cierva en el bosque, Harry levantó su varita y comenzó a deshabilitar los hechizos de seguridad. Las protecciones de Snape no eran las de Azkaban, pero eran tan fuertes que cuando comenzó a deshabilitarlas su frente se humedeció por el esfuerzo. Jadeó y guardó su varita en la seguridad de la funda de su cinturón.

Lo que estaba haciendo al invadir la privacidad de Snape, era cometer suicidio.

Con ese pensamiento en mente, su estómago se retorció en un nudo y se obligó a avanzar. ¿Realmente creía que Snape querría algo con él? Nada de lo que había pasado aquella noche significaba que Snape lo deseara, si la rigidez exhibida del hombre fuese algún indicio. Debió retirarse, fingir que nada había pasado, pero también estaba esa notable rendición y el escudo mental que erigió, como si hubiera pasado por una experiencia similar antes. De alguna manera, esa deducción lo enfermó. ¿Quién pudo haberse aprovechado de Snape de esa manera? Si es que su conclusión era acertada, desde luego.

Un impulso anómalo por cuidar y conocer a Snape, apareció en él. Aunado a un deseo salaz por el hombre, cumulado por años y que no sabía que existía, yaciendo dentro de él. Debido a su pasada rivalidad, era absurdo sentirse de esa manera, aunque ya no le quedaba algún rastro de racionalidad. Si Snape le gritaba, le despedía o lo hechizaba, ya no importaba. Al menos sabría que lo intentó, y no viviría por el resto de su vida con la incertidumbre de lo que pudo ser.

El aposento de Snape era lúgubre, apenas iluminado por las tenues luces de las velas. Pero allí, alumbrado por un Lumos como un reflector, se hallaba Snape, sentado frente a un escritorio, escribiendo en un pergamino. La figura de Severus no revelaba tensión u agresividad, pero Harry se sintió intimidado igualmente. Comenzó a debatirse el motivo de su intrusión, y estaba por huir despavorido cuando Snape le habló, todavía sin mirarlo.

—Siempre arrogante y entrometido, Potter.

Harry saltó. La voz del hombre era calmada y suave, pero aun así le causó un terrible pavor.

—¿Espera una invitación para sentarse? —siseó.

Tragando en seco y temblando como si no llevara abrigo en pleno invierno, Harry se aproximó un poco más al hombre.

—Lamento mucho irrumpir así, director Snape, pero ya que ha decidido evitarme... esta era la única manera de encontrarlo —explicó.

—Hmm. Ya veo —dijo, aún sin girarse.

¡¿Eso era todo?! ¿Ni siquiera un grito de furia o una arcaica maldición?

Snape estaba actuando tan diferente del hombre sarcástico y explosivo que recordaba. Que ahora se haya colado en los aposentos privados del hombre y no recibiera ni un insulto era algo sumamente alarmante. Era como si Snape estuviera actuando de manera... ¿sumisa? Nunca creyó poner el nombre de Snape y la palabra sumisión en la misma oración, pero aquí estaba. Con su viejo rival dispuesto a seguir cualquier orden, aparentemente. Tenía que comprobar su hipótesis, era ahora o nunca.

Observó a Snape levantarse y moverse hasta una de las estanterías, colocando un libro de pasta de cuero en el espacio libre. Notó la gracia que tenía Snape para moverse, esas manos de dedos largos acariciaron amorosamente el lomo del libro antes de que el hombre regresara al escritorio. Observó la extensa y delgada línea de la espalda recta de Snape, desde atrás, ese grasoso y largo cabello negro se veía exuberante. Descubriendo que podía quedarse una eternidad allí admirando al hombre en su hábitat natural, se obligó a hablar.

—Director Snape, ¿puedo tener sexo con usted? —Esperó el inevitable Avada Kedavra, pero nunca llegó.

—No veo ningún inconveniente —respondió, aún de espaldas a él mientras dejaba la pluma en el tintero.

La respuesta lo perturbó, ¿de verdad iba a acceder así como así?

Cuando Snape se levantó y se acercó a él, Harry volvió a recordar la notable diferencia de alturas. Tuvo que levantar la cabeza para ver aquel rostro de huesos fuertes que no revelaba ninguna emoción, siempre entrenado e impertérrito.

Era hora de usar su coraje Gryffindor. No había marcha a atrás, era todo o nada. Snape estaba allí, esperando que actuara, y actuó.

Ser tan bajo era un inconveniente en ocasiones, pues Harry tuvo que pararse de puntillas para poder alcanzar al otro hombre. Levantó su diestra, enredó sus dedos en el glutinoso cabello negro de Snape y tiró de el hacia abajo, atrayéndolo a un beso.

Harry ladeó la cabeza, logrando evitar el doloroso golpe de narices. Y cuando sus labios resecos hicieron el primer contacto fue verdaderamente incómodo. Snape no respondió, pero dejó que Harry lo guiara cuando ambos retrocedieron a tientas.

Harry no tardó mucho en encontrar el dormitorio, y una vez ingresó al mismo, guió a Snape a la enorme cama de dosel. De alguna manera se las arreglaron para llegar sin tropezar en el camino.

Con suma delicadeza recostó a Snape sobre las sábanas y se quedó mirando aquel pálido semblante por unos instantes. El silencio se engendró entre ellos, hasta que el suspiro cansado de Snape, que estaba a la espera de que el otro prosiguiera, hizo que Harry saliera de su cavilar.

—Está... dispuesto a entregarse... —dijo Harry, como una afirmación.

Snape solo se encogió de hombros y no le dio la importancia que merecía al asunto.

Harry miró al hombre que aterrorizaba a los mortales con su presencia, un mago poderoso por derecho propio y que había engañado a Voldemort durante años, recostado en aquella cama, dispuesto a ceder. Harry apretó los dientes al notarlo tan dispuesto. Era imposible reconocer a este hombre dócil y maleable como Snape.

¿En verdad iba a ser tan fácil? ¿Se saldría con la suya así nada más?

—Realmente no puede consentir esto, usted me odia. —Le recordó.

¿Odiarlo? No, no lo odiaba. Harry no le había dado motivos reales para ganarse su desprecio. Además, sabía que Harry le tenía un extraño aprecio y no le haría daño, al menos no intencional. Y aunque le sorprendió la petición de tener sexo, siendo sinceros, ¿quién querría estar con alguien como él? El feo y desagradable director de Hogwarts, al que todos los demás despreciaban o simplemente ignoraban. Potter debía estar realmente desesperado si tenía que pedirle sexo. Sin embargo, Severus estaba dispuesto a aceptar y hacer lo que el otro quisiera sin poner resistencia y sin quejarse.

Así que, esa vez, cuando Harry ofreció pasar la noche con él, simplemente aceptó. Aunque Harry estaba algo ebrio, Snape solamente dejó que las cosas sucedieran. No caviló en las repercusiones y se entregó a la libertad que ofrecía el que alguien más tomara las decisiones por él. Pero Harry no lucía contento con eso.

Cuando vio que Snape no iba a responder, Harry volvió a hablar.

—No me dijo nada cuando era obvio que usted no quería continuar. Tampoco se negó ahora cuando aparecí en sus aposentos y le pedí sexo. —Hizo unos segundos de silencio, poniendo en orden sus pensamientos—. ¿Por qué? —preguntó suavemente.

Severus se quedó estático ante la pregunta y la meditó por un buen rato. ¿Por qué dejaba que cualquiera hiciera lo que quisiera con él? No tenía una respuesta en concreto. Ciertamente, aunque algunos pensamientos ponderables le daban vueltas en la cabeza, era incapaz de confesar el verdadero motivo de su actuar, pues no era algo que pudiese admitir abiertamente. Aunque sabía que Harry no se aprovecharía del todo si lo decía, tampoco era su costumbre abrir su corazón y mucho menos exponer sus sentimientos.

—¿Requieres esa información? ¿Por qué no haces lo que quieres conmigo y ya? —cuestionó el mayor sin entender el repentino interés del otro.

¿Snape realmente esperaba que hiciera exactamente eso? Las cosas que llevaron a este hombre orgulloso a actuar de esta manera eran realmente preocupantes.

—Lo único que requiero de usted es que se defienda —dijo Harry—. ¿Dónde está el Snape que me quitaba puntos solo por respirar?

Snape bajó la mirada y habló.

—Si no vas a desquitarte, entonces, puedo prescindir de tu audiencia.

Si no fuera por lo cortante y la elegante elección de sus palabras, Harry podría pensar que este era un hombre completamente diferente.

—¿Por qué dejarías que yo...? Si quisiera dañarte... Si fuese alguien más... —Jadeó, desesperado y frustrado.

—Potter, absolutamente todo lo que me suceda carece de relevancia. —Hizo una pausa y finalmente admitió—. Desde que recibí la marca tenebrosa estoy... vacío. He hecho cosas de las que no estoy orgulloso.

Snape sentía que era digno del ostracismo y el desprecio. Permitirse desear, querer y apegarse a algo era obtener sufrimiento. Yaciendo muerto en vida, quebrado, perdido y sin alma, dejó que otros tomaran las decisiones por él. Buscó amos a los que servir. Se volvió una herramienta útil para los demás y, ahora, era simplemente un utensilio oxidado y sin valor.

Nunca fue atractivo, pero en aquel momento, la juventud y su pasividad era su fuerte. Las cosas que hizo como espía para conseguir información, el hecho de que dejó a sus compañeros mortífagos hacer lo que quisieran con él para poder llevar un informe decente a Albus... No, no quería recordarlo. Snape cerró sus párpados unos segundos y prosiguió:

—Desde aquel momento, solo existo para servir a otros. Eso es todo lo que siempre he conocido, eso es todo lo que soy. —Incluso ahora, que continuara en Hogwarts era solamente porque ese era el deseo de Albus.

—Entonces, ¿dejar que otros hagan lo que quieran contigo es una manera de castigarte? —Snape no respondió y Harry obtuvo su respuesta.

—Mientras alguien tome las decisiones por mí, no me importa lo demás —contestó despreocupadamente.

Compasión, cariño y algo más que era inefable brilló en los ojos jade de Harry. Al reconocer aquellas emociones en la mirada del chico, el cuerpo de Snape súbitamente comenzó a temblar, nadie le había dedicado alguna de esas emociones. No sabía cómo sentirse al respecto, las únicas emociones que siempre existieron en perfecta armonía en su cabeza eran odio, culpa y venganza, nada más. Nunca se permitió tener otro tipo de emociones y cualquiera que intentara surgir la reprimía. No obstante, en esta ocasión, el rostro angustiado de quien juró proteger y que, en realidad, era un completo extraño para él, lo hizo sentirse fatal. Esto, sumado a las emociones que empezaban a alborotarse en una vorágine, hizo que Snape frunciera el ceño y hablara en su mejor tono autoritario y gruñón.

—Potter, si solo has venido a admirarme boquiabierto, lárgate. —Siseó, los primeros rastros de mal genio entrando en su voz—. Tengo cosas más importantes que hacer que esperar a que decidas tocarme —dijo Snape y giró su rostro para mirar hacia la ventana.

Ese semblante contrito le hizo sentir cosas que no había experimentado en muchísimo tiempo.

—Snape... —Lo nombró suavemente para tranquilizarlo ya que el mayor estaba ocluyendo otra vez—. Te deseo... No sé lo que te ha hecho actuar así, pero no te lo mereces —dijo Harry.

—No necesito tu lástima —escupió Snape.

—¡No es lástima, idiota! —Exclamó Harry—. ¡Me preocupo por ti!

—Ridículo —dijo Snape, vituperante.

Si lo que decía Snape era cierto, entonces debía tomar las decisiones por él hasta que el hombre fuese capaz de hacerlo por sí mismo. Snape era insociable por naturaleza, su aversión a las personas lo mantendría a salvo, sin embargo, aún habían algunos mortífagos libres que podían acercarse a él y aprovecharse si descubrían esta... característica.

Tragando en seco, Harry se obligó a manifestar sus intenciones.

—Quiero que se entregue a mí. —Declaró—. Me verá como su amigo y su amante. —Tocó el rostro de huesos fuertes y acarició el pómulo amarillento con su pulgar—. No es una simple herramienta para los demás Snape. Está vivo por una razón y... Voy a ser esa persona que llene el vacío que siente. —Prometió.

Severus abrió sus ojos inconmensurablemente, aturdido por la sorpresa de la declaración. Sonaba como si Harry estuviese buscando algo a largo plazo, con él. Al componerse, Snape rió histéricamente ante la estupidez de la idea, pero al ver la cara seria de Harry, comprendió que este hablaba con la verdad. Ciertamente, nunca habría imaginado que Harry pretendiera reconfortar su demacrado corazón, si es que aún le quedaba uno.

—De verdad eres tonto, Potter. Solo un Gryffindor descerebrado como tú haría semejante proposición.

—¿Eso es un sí? —inquirió, confundido.

—Debes estar bromeando. No puedes estar diciéndolo en serio.

Harry sonrió. Maldita sea, el chico realmente hablaba con la verdad. Sin embargo, este ya no era un chico, era un hombre, un hombre que estaba dispuesto a darle lo que necesitaba.

—En ese caso, soy tuyo. Por ahora... —bisbiseó Snape.

Solo sería cosa de una noche, cuando Harry se diera el gusto, entonces podría dar por cerrado este capítulo, ¿qué podía salir mal? Lo peor que podría pasar es que Harry tuviera éxito y lograse reconfortar tantos años de dolor. Lo cual, de hecho, era imposible.

—Esa noche me dejé llevar por el alcohol, hoy me entregaré por completo a usted. —Snape estaba desconcertado. ¿Entregarse a él?

Severus se estremeció en un potente escalofrío cuando todas sus capas de ropa se desprendieron en un torbellino y volaron hasta la mesa de noche más cercana, dejando su pálida y huesuda constitución expuesta. Harry deslizó su mano hacia el cuello del mayor y besó los labios de Snape quien, hasta ese momento, se había quedado observándolo con la boca abierta por esa exhibición de magia sin varita.

Este beso fue más lento que los anteriores y, después de un rato, Snape correspondió. Sus bocas se movieron con lentitud, apreciando cada detalle minúsculo de los labios del otro. Sus lenguas se mezclaron, deseosas, recorriendo y explorando la cavidad ajena. Se separaron un poco luego de un tiempo y Harry disfrutó de la boca abierta y jadeante del mayor, de sus ojos cristalinos y de sus pómulos sonrosados. Para Snape, este beso había sido el más intenso que había experimentado y descubrió que en realidad se había relajado frente al mismo.

Harry tenía que dejar de llamar al hombre por su apellido, aunque no se merecía el honor de tutearlo, los modales ya no tenían relevancia aquí. Propinó besos por la barbilla bien afeitada, las mejillas coloradas, la gran nariz y la frente de Snape hasta finalmente llegar al cabello. Tomó un mechón pegajoso y aspiró el particular aroma. No era una fragancia dulce, era suave y terrosa, bastante agradable.

—Hueles bien, Severus. —Probó el nombre y no murió—. Me encanta tu aroma —dijo, ronroneando.

—Eres un terrible mentiroso, Potter —dijo Snape, áspero.

Las manos de Harry pronto tuvieron destino, la derecha tomó los cabellos de su pareja para tirar de ellos hacia atrás, levantando su cabeza y exponiendo la garganta demacrada. Chupando la tierna piel de allí, Snape gimió por la sensibilidad en esa área. La izquierda cogió una de las tetillas rosáceas del mayor, la apresó entre sus yemas y jugó con ella, acariciándola suavemente en movimientos circulares.

—¡Mgh! Yo... —Largos dedos se clavaron en sus hombros como garras y esperó a que Snape lo empujara, pero simplemente lo mantuvieron en su lugar.

—¿Qué sucede? —inquirió, deteniendo todo su accionar.

Snape negó con la cabeza y, temblando, se debatió si pedir lo que quería o no.

—Potter... —Lo llamó repentinamente con la respiración ligeramente acelerada.

El semblante de Severus era digno de un retrato, Harry jamás habría creído que alguna vez tendría entre sus brazos al altivo y sarcástico pocionista, mucho menos que llegaría a desearlo y quererlo de esta manera.

Harry tomó una de las manos de Snape y la llevó a su pecho. Se estremeció cuando sus dedos amarillentos tocaron el saludable vello allí. Aún sin comprender el motivo de esa acción, Harry presionó más su palma y pudo sentir el acelerador bombear de su corazón.

—Eres libre de tocar y pedir a tu antojo —dijo Harry—. Lo que sea que quieras, te lo daré.

—No sé... cómo pedir. —Admitió Snape.

—Aprenderás, estoy seguro.

Decidido a ver más de esa piel lechosa y sin vello, Harry prodigó besos por el hombro afilado, continuó su recorrido por la clavícula y finalmente se detuvo en el pecho. Cada vez que tenía la oportunidad, Harry lamía atentamente cada cicatriz pronunciada, adorando todas y cada una. Si lo conociera mejor, Harry podría decir que Snape estaba conmovido por su accionar.

Enderezándose, Harry se quitó la ropa con un hechizo no verbal y la colocó pulcramente doblada en la mesita de noche junto a las prendas de Snape.

Cuando volvió su mirada, Snape ya se había dado la vuelta, enterrando su rostro en la almohada y dejando su culo en alto.

Sonriendo ante el tierno intento de Snape por esconder su disfrute, Harry se agachó para llenar de besos la zona baja de la espalda, mordiendo los hoyuelos de allí y descendiendo hasta recorrer cada glúteo con devoción. Seducido por el delicioso aroma almizclado que comenzaba desprender la piel de Snape, Harry acercó su rostro al oscuro misterio de la hendidura entre esas pálidas nalgas y, abriéndose camino con ambas manos, lamió el perineo, subiendo hasta la entrada fruncida, surcando con su lengua la raya de en medio.

—Potter, ¿qué estás...? ¡Ahhh! —Al instante, Snape se llevó una mano a la boca para silenciar cualquier tipo de sonido.

Severus tensó fuertemente la mandíbula y se mordió la lengua para no gemir otra vez. Nadie nunca... Harry ronroneó complacido e inquirió con picardía.

—¿Te gustó eso? —Snape solo asintió—. ¿Quieres que continúe?

—Sí. —Sollozó.

—Pídemelo entonces. No voy a continuar a menos que me lo digas. —Snape no respondió, estaba seguro de que Harry se lo negaría o se burlaría—. Se te permite querer algo Severus.

Desconfiado, Snape habló.

—Ponla allí.

—¿Qué cosa debo poner allí, Severus? —inquirió, fingiendo desconcierto.

—Tu lengua, maldito seas. —Siseó, irritado pero deseoso.

Orgulloso de hacer que Snape pidiese algo, Harry acarició la espalda de quien ahora consideraba su amante y tomó entre sus manos aquellos cándidos y tentadores glúteos, separándolos tanto como pudo para dejar expuesta esa apetecible entrada rosada. Severus tembló al sentir su lugar más privado expuesto, pero la incomodidad duró poco cuando esa cálida y húmeda lengua recorrió el anillo muscular y finalmente se introdujo en su estrecho ano. Snape gritó audiblemente, se sentía tan magnífico como antes. La magia chisporroteó por todo su ser. La sensación era tan intensa que le fue inútil intentar silenciarse, su cuerpo, ajeno a todos los placeres de la carne, no tenía defensas contra esas abrumadoras ministraciones.

Snape cerró sus ojos, sus dedos amarillentos se clavaron en el edredón y se dejó llevar por la excitación que le causaba aquellas lamidas. Sus piernas se sentían de goma, débiles y temblorosas al tener esa lengua recorriendo y penetrando su receptible ano de manera insistente y continua. Deleitándose con esa deliciosa y tierna piel, Harry jugó un buen rato con la cavidad del mayor, penetrando la misma con sus dedos, estirándolo para convencer a ese estrecho canal de aceptarlo.

Se sentía bien, pero esos juegos previos solo fueron un atisbo del exuberante placer que experimentó cuando los dedos romos de Harry dieron un giro brusco hacia arriba y tocaron lo que debía ser su próstata. Gritó como si le hubiesen lanzado un Cruciatus y se deshizo en un desastre gimoteante, incapaz de contener los vergonzosos ruidos de necesidad que escaparon de su garganta. Los sonidos que estaba profiriendo debían mortificarlo, si los mortífagos lo oían disfrutar generalmente eso significaba humillación, pero Harry no se estaba burlando de él. Poco a poco, Snape se familiarizó con el placer que producía ese botón oculto, incapaz de creer que todos estos años estuviese allí y que nadie haya sido capaz de rozarlo.

Su ano fue probado, lamido, chupado y digitado hasta que ya no hubo resistencia. Estaba suave, estirado y vacío.

El estímulo se detuvo repentinamente y Severus maulló en protesta. Pronto, sintió algo duro y caliente descansando entre sus glúteos, deslizándose de arriba a abajo, tentándole con penetrarlo. Snape se mordió el labio inferior para que su boca no lo traicionara, sin embargo, su cuerpo respondió a la fricción y empujó hacia atrás, buscando sentir más de esa firme y ardiente verga.

Ejerciendo algo de fuerza, Harry hizo que Snape se diera la vuelta quedando de espaldas contra la cama. Por la expresión de asombro que surcó el semblante de Severus, pudo decir que el hombre no se esperaba ese cambio de posiciones. Las experiencias pasadas de Snape, le enseñaron que era mejor para él y para sus compañeros que no vieran su feo rostro durante el acto. Pero Harry no planeaba perdérselo.

Cuando vio por primera vez aquellas duras facciones relajadas, Snape lucía extrañamente joven y vulnerable. Sus ojos oscuros y vidriosos denotaban la pasión despertada, no obstante, había algo más frágil debajo de ese deseo salaz. Con la boca entreabierta, agitado y jadeante. Y esa piel nívea perlada por el sudor que centellaba con la luz de la luna. Con las piernas abiertas y su erección dura y rojiza goteando líquido pre seminal, Harry sintió como todo su ser se hundían en la locura. Snape se veía tan jodidamente apetitoso y sensual.

Intercalando sus piernas, Harry se colocó encima de Snape. Seguía siendo más pequeño, pero logró cubrir las partes importantes con su cuerpo cálido y fornido. Severus lo recibió separando sus muslos, con la esperanza de que Harry entendiera lo que tanto necesitaba, y lo hizo.

—Puedes detenerme o pedirme más. Puedes tenerme las veces que quieras. Puedo hacerte venir las veces que necesites. Lo único que debes hacer es pedirlo. —Prometió Harry.

Tomando los delgados tobillos, Harry levantó las piernas de Snape y las dobló hasta la altura de sus hombros, apreciando con atención el trasero firme y la entrada dilatada. El pocionista se tensó en respuesta ante el miedo de la dolorosa violación. A pesar de que había disfrutado esos primeros toques, sabía que sufriría, que solo debía dejar que sucediera y que apretara para que el otro hombre acabase rápido. Snape inhaló con profundidad y dio un respingo al percibir como Harry se adentraba con poderío dentro de él, abriéndose paso entre sus entrañas y... no hubo dolor. La penetración nunca se sintió bien antes, nunca. Lo que sintió cuando la ardiente verga de Harry Potter lo atravesó y golpeó su próstata al entrar fue sublime. No creyó que el alarido resultante fuera suyo, intentó callarse en los movimientos consecuentes, pero fue en vano. Sin proponérselo, se halló suplicando lascivamente por más.

—¡Ah! Eso... se... ¡Mgh! Sigue... —Más, por favor, no pares, pensó.

Snape se llevó las manos a la boca y embebió su excesiva salivación. La estimulación era magnífica, su cuerpo inexperto respondió instintivamente a las estocadas, levantando su trasero para encontrarse con cada embate, encorvándose y empujando hacia atrás, buscando llevarlo tan profundo como le fuera posible. La sensación lo redujo a un desastre farfullante y espasmódico, pero poco le importó. Era el puto paraíso.

—Déjame escucharte —dijo Harry, apartando las manos del hombre y colocándolas a sus costados—. Tienes una voz preciosa. —Sonrió, recogiendo esa verga llorosa para darle la atención que tanto exigía.

Snape gritó, gimió y sollozó con glorioso abandono. El placer que le causaba esa perfecta unión era indescriptible. La fricción, los fuertes golpes, la magia hormigueante, el lujurioso sonido de sus cuerpos chocando y las fuertes exhalaciones de sus bocas rebotaban por todos los rincones de la habitación. Snape nunca se sintió tan vivo como en este momento. La piel le ardía como el fuego, y el sudor que chorreaba de sus cuerpos calientes generaba un vapor que lo sofocaba. Bien podría morir en ese momento, pero moriría feliz y bien follado.

—Severus estás tan ajustado. —Lo único que pudo responder fue un gemido glótico y necesitado—. Me aprietas tan fuerte, como si no quisieras dejarme salir. —¿Por qué decía esas cosas? ¿Por qué escucharlo lo excitaba tanto?

Harry continuó con las estocadas, esta vez más profundas y lentas, recorriendo su esfínter en su totalidad, asegurándose de golpear su próstata en cada vaivén, volviendo loco de placer a Snape.

Los gritos y sollozos resultantes hicieron estragos en su sistema. Harry podía venirse solo de escuchar los gemidos de júbilo de Snape. Porque no había otra manera de calificar las expresiones de su amante, estaba escrito en todo su rostro: placer, deleite y éxtasis sensual. Quería grabar en su memoria el rostro adusto de Snape perdido en el placer.

Al percibir las paredes del recto más flexibles, Harry se permitió aumentar la velocidad y la fuerza de sus estocadas. Mantuvo un ritmo constante, golpeando con fervor la próstata del mayor. Las uñas de Snape se clavaron en los hombros de Harry y echó su cabeza hacia atrás, jadeante e hipersensible, sintiéndose cerca del orgasmo. Tratando de luchar contra la inevitable culminación, Snape apretó sus piernas a los costados de Harry y arañó toda la piel que pudo tocar. Antes habría procurado que el sexo sucediera lo más rápido posible, ahora, habría dado lo que fuera por poder prolongarlo unos minutos más.

Su miembro siendo constantemente masturbado y su próstata siendo golpeada sin descanso, lo arrinconaron en la cúspide del placer hasta derribarlo en el clímax.

Severus se convulsionó y eyaculó con fuerza, manchando su abdomen y la mano de Harry con su pegajosa y caliente efusión. Experimentando un placer como nunca antes, Snape renació y gritó desde lo más profundo de su alma el nombre de Harry Potter. Al ver el excelente orgasmo que había tenido su pareja, Harry culminó también. Dio una última y salvaje acometida antes de llenar las entrañas de Snape, inundando el recto hasta que su semen se derramó por los temblorosos muslos de alabastro. Snape gruñó satisfecho al sentirse lleno por esos jugos calientes que lo habían bautizado.

Harry se retiró con cuidado y observó como Snape se derribaba debajo. Deleitándose con la vista de ese culo pálido y perfecto empapado con su simiente, Harry susurró un Scourgify para limpiar los restos y se recostó a un lado. Severus quedó inmóvil, relajado y confundido. No esperaba sentirse de esa manera, nunca hubiese creído que el sexo pudiese sentirse así de bien. Harry lo rodeó con sus fuertes brazos y lo atrajo hacia su pecho para acurrucarse, sin embargo, Severus tomó distancia y desplomó su cabeza en la almohada a la vez que tomaba enormes bocanadas de aire para respirar. Harry no insistió y solo se acostó a su lado, su respiración también era pesada e intentaba regularizar su agitado pecho. Exhausto, miró a Snape y preguntó.

—¿Cómo te sientes, Severus?

—¿Tanto necesitas acicalar tu ego? —cuestionó, aunque apenas tuvo fuerzas para entonar su enojo.

—Mientras seas mi pareja quiero saber lo que te gusta y lo que no. — Aunque era obvio que Snape lo había disfrutado, quería exponerlo a sus emociones tanto como fuese posible.

—Supongo que me siento... bien. —Notó el tiempo verbal que usó el hombre, tan poco familiarizado con expresar sus sentires.

—¿Te gustó?

¡¿Gustarle?! El sexo que acababa de vivir casi le fundió el cerebro. Su sexualidad, que hasta el momento había creído muerta, creció como una llama incontrolable. Quería repetir el encuentro, una y otra vez hasta que le fuese imposible moverse, pero lo que le quedaba de orgullo le impidió hacer la petición. Limitándose a responder de la forma más escueta posible, dijo:

—Fue... inverosímil.

—¿Te duele? —Lo único que le advirtió del asentimiento fue el movimiento del cabello—. Me disculpo. Seré más cuidadoso la próxima vez —murmuró y vio la cara de absoluto desconcierto de Snape.

—¿La próxima vez?

—Te lo dije, soy tu amante ahora. —Aseveró.

Obviamente para Harry esto no se iba a quedar en cosa de una sola noche. Buscaría por todos los medios quedarse con aquel reservado hombre.

Severus no pudo pensar más sobre el tema al sentir nuevamente los labios de Harry atacando su boca con insistencia. Snape recibió aquella lengua deseosa que le acarició el paladar, ahora que había pasado el calor del momento no supo cómo responder. Harry se separó cuando notó su reticencia y lucía tan avergonzado que casi le creyó.

—Lo siento. En verdad quería besarte.

—No necesitas disculparte —habló, aletargado—. Te dije que no me importa lo que me pase.

—Pero a mí sí me importas —dijo y sus palabras hicieron eco en la habitación.

Snape se giró, dándole la espalda y dando por terminada la conversación. Era extraño tener un compañero en la cama, pero por primera vez en mucho tiempo, Snape pudo descansar.

(...)

En la habitación reinaba un absoluto silencio, solo se podían oír las respiraciones acompasadas de Snape que aún se encontraba sumergido en un profundo sueño. El sol apareció desde el horizonte, dando como regalo un gigantesco y brillante rayo de luz que iluminó el ventanal y, por consecuente, el lecho donde descansaba el amargado director.

Tan molesta era la claridad para quien yacía profundamente dormido que logró despertarlo de su ensoñación. Sus ojos se abrieron con pesar, arrugando los mismos al sentir como la luminosidad lo obligaba a salir del descanso en el que estaba inmerso. Por supuesto que Snape detestaba el sol, para alguien que había habitado la profundidad de las mazmorras la mayor parte de su vida, despertar con la radiante luz del sol en su cara debía ser un castigo atroz.

Al abrir completamente sus párpados, Snape miró a todos lados tratando de recuperar algo de información de lo sucedido la noche anterior. Y fue en esos instantes en que trataba de rememorar, que sintió como su corazón comenzó a golpear con fuerza. Rápidamente se llevó una mano al pecho para poder descifrar ese irregular bombear ya que nunca se había sentido así. La sangre que corría por sus venas fluía de una manera armoniosa, llenándolo de vitalidad, la calidez en su pecho y en su cuerpo perpetuamente frío lo despojó de todo el desasosiego, la extraña ola de magia que lo envolvía le dio una extraña sensación de poder y seguridad. Snape no podía poner en palabras exactas lo que le estaba sucediendo, pero estaba muy seguro de que algo había cambiado. No se sentía el mismo hombre de la noche anterior.

Fue hasta que el cuerpo a su lado se movió que salió de ese pequeño trance en el que se había sumergido. Desconcertado, miró al hombre que tenía al lado y que osaba acariciarle el cabello, hallando la corpulenta figura de Harry recostada a su costado, usando simplemente unos ridículos calzoncillos rojos. Pero lo que más se podía apreciar era esa estúpida sonrisa de dientes blancos como perlas cuando lo vio despierto.

—Buenos días, Severus. — Saludó sonriente y Snape frunció el ceño.

—¿Por qué sigues aquí? —inquirió, más curioso que enojado.

—Es de mala educación irse sin que tu pareja se despierte.

Snape sintió ese desconcertante palpitar de su corazón otra vez.

—Hmm.

Allí estaba ese maldito sonido como respuesta, aunque esta vez podía decir que Snape lo usaba cuando no sabía qué contestar o si estaba de mal humor, lo segundo no parecía ser la opción correcta en este momento. Harry meditó lo que diría a continuación. No deseaba irse de ese lugar, al menos no por el momento. Y ya que Snape no iba a negarle nada, se atrevió a empujar un poco más los muros del hombre.

—Severus, ¿puedo mudarme contigo? —preguntó Harry.

Esa propuesta la consideraba una invasión completa a su privacidad, aunque la noche anterior Harry dejó bastante claro que no tenía intenciones de marcharse. Le había dicho que deseaba que lo viera como su amigo y su pareja, no solo como alguien con quien podía enrollarse, de ser solo eso, se habría marchado hace mucho y no habría hecho semejante propuesta.

Resignado, Snape soltó un suspiro, tomó su varita que descansaba debajo de la almohada y se bajó de la cama para comenzar a vestirse.

—Haz lo que quieras, Potter. —Agitó su varita y agregó a Harry a su lista de invitados—. Me da igual si te quedas o no. Solo no toques mis pociones.

Los ojos verdes de Harry se iluminaron y volvió a sonreír como el idiota que era.

—Gracias, Severus. Significa mucho para mí. Te prometo que no tendrás que preocuparte de nada.

Snape rió sin ganas y evitó mirar al otro mientras se vestía. Necesitaba ver urgentemente a Poppy Pomfrey, porque no era normal aquella agitación que atacaba a su corazón cada vez que veía a Harry.

~°~°~°~°~°~°~°~°~°~°~°~°~°~

Desde que Harry se mudó junto a él en los aposentos del director habían pasado nueve meses. Desde ese día, Harry se convirtió en una maldita sanguijuela sentimental en su costado. Los aposentos del director eran lo suficientemente amplios para albergar a dos personas y a las toneladas de libros de Snape, el espacio no era ningún impedimento para Harry, cualquier sitio en esa habitación era más grande que su alacena de la infancia. La convivencia en la "relación" que tenían –ya que Snape seguía negándola– fue un giro completo a su estilo de vida. Ambos tuvieron que adaptarse a su cotidianidad, ajustando sus rutinas y, en más de una ocasión, discutiendo por nimiedades. Snape podía decir que no le importaba lo que hiciera, pero si tocaba algún libro, frasco o hablaba de más, el hombre se volvía una fiera. Harry no podía evitar sonreír cuando esas cosas sucedían, parte de enojarse era demostrar que algo te importaba. Hablaron, negociaron, aceptaron y cedieron a los hábitos del otro para mantener una relación relativamente sana. Parte de vivir con alguien era aceptar que cada uno tenía formas de manejarse que eran intocables.

Snape no suele dormir todas las noches y ambos sufren de pesadillas que los levantaban por la madrugada. Aunque estas desaparecían cuando dormían acurrucados, cosa que Snape no permitía muy a menudo, pero que ansiaba en secreto.

Harry hizo honor a su título y sobrevivió. Paciencia y perseverancia eran algunas de sus virtudes, Snape tenía que dárselo. Al principio, Harry se había enfrascado en una carrera desesperada por llegar a Snape, pero, con el tiempo, aprendió a notar las prioridades, temores y necesidades que su amante tanto se esforzaba en ocultar o ignorar. Desde luego que deseaba que Severus llegara confiar lo suficiente en él y le contara su pasado, ya que este lo tenía preocupado. Pero primero, Snape debía confiar en sí mismo.

Las cosas avanzaron lento a partir de allí, Harry cumplió con su palabra de pasar tiempo juntos y estar al lado de Snape una vez acababa su jornada laboral. Potter lo visitaba entre períodos con la excusa de reportar los eventos ocurridos entre clases, aunque en realidad estaba allí a la expectativa de satisfacer cualquier cosa que Severus requiriera. Snape odiaba admitirlo, pero le gustaban sus conversaciones, eran fluidas, ingeniosas y apasionadas. Sin lugar a dudas, Harry era mejor maestro de lo que él fue en su momento.

Potter no pidió sexo a menos que Snape lo iniciara, y le tomó mucho tiempo ser quien hiciera el primer contacto. Ya que, aunque Severus estuviera ardiendo en deseo por él, nunca insinuaría o actuaría diferente. Y en las pocas veces que ese sensual y lujurioso contacto sucedió, Harry siempre veló por hacerlo sentir cómodo bajo su toque y de derretir sus nervios con la pasión.

Harry era tan diferente a él que seguía sin comprender como siquiera podían funcionar juntos. Para empezar él era joven, atractivo, un Gryffindor torpe e impulsivo, pero con una voluntad de acero que no aceptaba un no por respuesta. Harry tenía poder mágico en bruto y podía tener el mundo en la palma de su mano si así lo quería, pero parecía sentirse conforme con él, el viejo, grasiento y agotado ex mortífago.

Snape trataba de alejarlo de todas las formas que conocía. No quería seguir envenenando la vida del hombre con su presencia, pero Harry siempre regresaba, cada maldita vez. Y Snape estaba agradecido con eso, pero era incapaz de decirlo. En su extenso vocabulario no existían las palabras que describieran lo que experimentaba cuando estaba con Harry. Ya no era pura atracción física, era... no lo sabía, porque no tenía antecedentes que lo ayudaran a comprender. Ni siquiera podía compararlo con aquel enamoramiento platónico de su juventud. Detestaba sentirse así: confundido e inadecuado. Para un maestro en el autocontrol como él era inadmisible dejarse llevar por emociones que se suponía habían muerto hace décadas.

Snape no amaba a Harry, para él, Harry solo era un hombre estúpido que invadió y perturbó su existencia desde el momento en que nació. No lo amaba porque ese era un sentimiento que se había prohibido hace muchísimos años.

Los meses pasaron y la presencia de Harry fue como una anestesia para las dolencias que nunca se atrevió a reconocer. Hasta que, de pronto, su mundo que siempre había sido gris ahora se había llenado de colores brillantes. Fue como si despertara de un trance. Como si acabara de darse cuenta que estaba vivo y que el otro realmente existía y que compartían el mismo espacio y tiempo.

¿Cuándo se había vuelto tan cercano a Harry?

Trabajaban juntos, vivían juntos, maldición, dormían juntos. Nada volvió a ser normal para Snape desde ese "despertar".

Aunque Harry lo tuteara, Snape nunca lo llamaba por su nombre. La formalidad en su trato lo ayudaba a mantener el poco distanciamiento emocional que le quedaba. Él ni siquiera había ido al despacho de Harry alguna vez. Si necesitaba decirle algo como director entonces lo citaba o mandaba a alguien más con el recado.

Mantuvo distancia, pero esa brillante mirada jade desataba una revolución en sus entrañas. Comían en el gran salón, en la mesa de profesores, alejados el uno del otro por muchos asientos. Nunca se miraban o hablaban en esos momentos. Sin embargo, Snape cometió el error de mirar subrepticiamente en dirección a Harry. Justo en ese mismo instante los ojos verdes del hombre se levantaron de su plato, le esbozo una sonrisa apenas perceptible, luego apartó la vista y no la levantó de nuevo. Snape casi vomita de los nervios aquella vez. No debía sentirse así, no debió darle tanta importancia a algo tan banal, pero lo hizo.

Entonces, cada vez que le veía, le llegaban esas extrañas palpitaciones en el corazón y el nerviosismo sin sentido, y la absurda habilidad de poder reconocer la magia Potter sobre todas las demás. No había forma de ignorar cuando Harry estaba cerca, la magia del otro se sentía como un cosquilleo en sus nucas, reconociéndose y llamándose mutuamente. Snape odiaba esa sensación porque lo hacía sentirse extrañamente cálido.

Luego llegó el cumpleaños de Harry y por primera vez en su vida lo festejaría al lado del chico. Harry conversaba con sus amigos y reía enérgico. Su sonrisa eclipsaba todo lo que estuviera a su alrededor. Sentado en una de las mesas de la esquina, Severus lo miraba embelesado. Y aunque ambos eran pareja –como odiaba usar ese término–, Snape insistió en mantener su relación en secreto. Creyó que de aquella forma estaría seguro y lejos de la exposición innecesaria. Pero su figura sombría y amenazante sin dudas era la nota discordante de la balada, al igual que siempre.

La suave música en el bar muggle era casi lóbrega. Harry se alejó de Blaise y se encaminó en dirección a Snape. Como si tratara con un amigo de toda la vida, Harry le tocó el hombro y le sonrió.

—¿No le apetece bailar, director Snape? —Detectó una invitación íntima y mantuvo impasibilidad ante el toque casual.

—No creo que eso sea prudente, señor Potter. Busque a alguien más —dijo Snape, tomando un trago del coñac que tenía enfrente.

—Oh. En ese caso, creo que me sentaré aquí y tomaré con usted. —Sonrió, tomando la silla adyacente.

Snape miró de reojo a los amigos Potter que los espiaban desde la barra, incapaces de creer que haya sido invitado por Harry sin tener al hombre bajo Imperius. Entendiendo las reacciones –ya que a él aún le parecía irreal toda la situación–, le dijo lo más calmadamente posible.

—No necesitas arruinar tu día permaneciendo junto a tu jefe, Potter —bisbiseó, sin mirar a Harry.

—Estoy aquí porque quiero, director. —Hizo énfasis en la última palabra y susurró—. Estar contigo es la mejor parte de mi día. —Snape lo miró como si fuera un insecto repugnante.

—¿Por qué?

Harry ya conocía esa actitud del mayor, era ajeno e ignorante a todo lo relacionado con él. Sabía poco y nada sobre el cariño, los celos –que no fueron una experiencia agradable–, el sexo y el amor, aunque Harry se esforzó para cambiar todo eso. Había visto todo tipo de reacciones, pero parecía que nunca cambiaría el desconcierto de Snape cada vez que Harry mostraba interés en él, justo como ahora.

—Porqué me haces feliz. —Severus refunfuñó—. Porqué eres hermoso. —Nadie más en el mundo sería capaz de ver a Snape de la manera en que él lo hacía ahora.

Ante sus ojos, Snape es el hombre más hermoso que había tenido la dicha de conocer, tanto por lo que valía como persona, como por su inteligencia, su sarcasmo y su peculiar belleza. Snape detestaba los halagos ya que estos le parecían una broma cruel, aunque los de Harry siempre lo hacían sentir raro.

—Estás trastornado. —Gruñó Severus.

—Sí, supongo que sí.

Snape no pronunció más palabras y Harry tampoco. Continuaron bebiendo mientras observaban al resto de personas charlar y bailar. Harry sonrió cuando Ron y Hermione se deslizaron a la pista. Una mirada de soslayo le reveló que Snape estaba absorto, tratando de entender la razón de su presencia.

—Severus, por favor, dime lo que piensas. —Snape hizo un rictus de fastidio e inquirió.

—¿Tanto te importa lo que pienso?

—Eres mi pareja, claro que me importa —Susurró Harry.

Allí estaba otra vez, esa repulsiva sensación de calidez cuando Harry decía cosas como esa. ¿Cómo podía decir tan fácilmente que era su pareja? ¿Es que había olvidado quién era él? La idea de que Harry estuviera bajo Imperius lo asoló por millonésima ocasión, pero cada vez que lo revisaba no había rastros de compulsión mágica.

—Me desagrada —dijo Snape como una afirmación, ya no como un "supongo".

Harry no sabía a lo que se refería. ¿Quizás al lugar, sus amigos, la bebida o... a estar con él?

—Sé que no te gustan las fiestas ni los muggles pero, ¿pasó algo? ¿Te insultaron o...? —Cuando notó el desconcierto en el rostro de Harry, aclaró.

—No. No estoy... acostumbrado a nada de esto. Me disculpo si luzco abstraído —dijo Snape.

Hubo un largo silencio en el que Severus tuvo algo de introspección.

¿Por qué estaba allí? ¿Por qué Harry insistía tanto en quedarse?

Harry nunca dejaba de mirarlo con cariño, regalándole una tierna sonrisa de idiota enamorado. ¿Enamorado? ¿Amor? ¿Eso era lo que había entre ellos? No, el simple concepto era risible, pero, ¿qué sabía él del amor? Snape ocluyó y el tiempo se ralentizó por un instante.

Cuando por fin hizo a un lado todos sus miedos, sus inseguridades y se dio cuenta de que realmente podía sentir, logró asimilar todo lo que había sucedido y cómo se había sentido al respecto. Miedo, al principio. Soledad, la mayor parte de su vida. Odio, su fiel aliada. Placer, una sensación que apenas descubrió y a la que Harry lo llevaba todas las noches. Puro y exquisito placer. Pero también estaba el amor y la entrega incondicional que le había prometido Harry. Era demasiado viejo para creer esas tonterías, pero Harry era por demás amoroso, atento y dedicado, siempre priorizando el deleite y las necesidades de Snape.

Severus nunca había experimentado esas cosas, no tenía un punto referencia para saber cómo actuar. El cariño y el afecto le eran tan ajenos a su persona que los consideraba superfluos o, para ser más precisos, se veía indigno de ellos. Sus fatídicas experiencias del pasado no lo prepararon para recibir cariño. Sin darse cuenta, al pensar en cuan miserable había sido su vida, unas lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos.

Snape se levantó de su asiento y se acercó a su amante, se subió al regazo de Harry, envolvió sus brazos alrededor de su cuello y lo abrazó.

Al tener a Snape sentado sobre sus piernas, Harry creyó que moriría de ternura en ese instante. La actitud de Snape siempre era reservada, distante y cautelosa.

A pesar de ser mucho más alto, Snape se las arregló para enrollarse y enterrar su cara en la unión del cuello y el hombro de Harry. Aspirando el reconfortante aroma de la piel y el suave perfume de su amante, Snape se asió a Harry con todas sus fuerzas.

—Severus, ¿qué te ocurre? —preguntó, dando caricias tranquilizadoras a la espalda de su compañero.

A Severus no le gustaba la idea de hacer su relación pública. La sorpresiva muestra de afecto hizo que se pusiera nervioso, miró a todos lados y logró percatarse de que todos en el bar les estaban prestando atención, sobre todo sus amigos apopléjicos. A Harry no le importaba la opinión de la gente, pero Snape había insistido tanto en mantener su relación en secreto que nunca llegaba a tocarlo o a hacer insinuaciones en sus salidas.

Sus cavilaciones se congelaron cuando Severus comenzó a temblar en su regazo, tirando de la camisa de Harry con fuerza, antes de bisbisear un débil:

—Te amo... —Y su corazón se detuvo por un instante.

Harry no pudo estar más feliz, la amplia y brillante sonrisa que se dibujó en su rostro al escuchar esas palabras habrían espantado a una docena de Dementores. Cada vez que Harry le decía a Snape un "te amo", el mayor se lo negaba o respondía con un gruñido. Esta era la primera vez que Severus le decía algo así y que expresaba lo que sentía incluso con acciones. Snape nunca inició el primer contacto afectivo, nunca. Que le dijera te amo y le abrazara era más de lo que podía soportar. Perdidos en su propia esfera sentimental, alejados de las miradas entrometidas y el bullicio del bar, Harry lo envolvió en sus brazos y llevó su mano izquierda a los omóplatos Snape, acariciándole apreciativamente la espalda, tallando de arriba a abajo alternativamente, mientras que su diestra fue al cabello aceitoso de su pareja, tomó las hebras brillantes entre sus dedos y las deslizó suavemente entre sus interóseos, disfrutando del casi imperceptible ronroneo de aprobación de Snape.

—Creo que este es mi regalo de cumpleaños favorito. ¿Puedes decirlo otra vez?

—Te amo, Harry. Te amo... te amo... te amo... —Comenzó a decir como un mantra, sollozando.

En ese instante, Harry entendió la razón de las lágrimas. Supo que lloraba por todo lo que había vivido. Que Snape finalmente comprendió todo lo que pasaron juntos. Severus había roto barreras, cruzado límites autoimpuestos, desenterrando sentimientos sepultados y restaurándolos de su perpetuo abandono. Snape había pasado muchísimo tiempo en la oscuridad y en la soledad, ahogándose en la culpa, la tristeza y el dolor; tanto así que, como él mismo había dicho, se sentía vacío. Solo una herramienta útil para los demás. Y en los últimos meses que había estado con Harry, había experimentado genuino amor y afecto, haciéndolo sentirse vivo una vez más. No podía imaginar lo devastado y temeroso que estaba Snape.

—Yo también te amo, Severus. Sé que aún no lo entiendes, pero eso no lo hace menos real.

Snape se separó lo suficiente para mirarlo a la cara y se quedó observándolo por unos instantes. Harry en verdad había cambiado mucho del niño flacucho que recordaba, no era muy alto, pero era atractivo, musculoso, poderoso y compasivo. Ya no podía negar lo que su corazón y su cuerpo sentían al estar en presencia de su amante (todavía le costaba usar esa palabra), pero esa calidez y la reconfortante seguridad eran innegables. Sin embargo, eso no significaba que su mente hiciera un cortocircuito y se pusiera a babear cuando estaba cerca de él; al menos no como sí lo hacía Harry justo en este momento.

Harry sonrió y besó la sien de Snape. Mirándose el uno al otro, abrazados, Harry supo que no había amado a nadie tan intensamente como amaba a Severus. Con sus cuerpos juntos y sus magias entrelazándose, era tan perfecto, tan correcto... Hasta que Snape se sintió repentinamente expuesto. Puso resistencia en su cuerpo de manera inconsciente, dejando en claro que ya no se sentía a gusto al estar siendo observado.

Harry simplemente le sonrío con deje de melancolía, pero le respetó. Le fue soltando lentamente, no queriendo perder el contacto en esos momentos, y lo dejó libre de la tortura. Snape se levantó del regazo del otro hombre para tomar su lugar en su respectiva silla, actuando como si nada hubiera pasado.

—Borra esa sonrisa de tonto de tu cara, no es para tanto. —Siseó Snape.

—¿No es para tanto? Mi pareja me acaba de decir que me ama y yo que temía que siguiera creyendo que todo lo que hacíamos era insignificante para él.

Snape iba a responder algo mordaz, pero la necesidad de tocar y sentir Harry dentro de él era tan imperiosa en ese momento que simplemente no pudo pensar en burlas o insultos adecuados.

—Harry... —susurró su nombre con calor—. Vámonos de aquí. Quiero que me lleves a la cama y me hagas el amor. —El cuerpo de Harry se sacudió de deseo.

—Joder. Déjame despedirme y enseguida nos vamos —dijo, con la voz ronca.

—Date prisa, Potter. No soy un hombre paciente. —Y allí estaba el Snape que recordaba.

Severus podía no ser bueno expresando sus sentimientos con palabras, pero prefería las acciones como método de comunicación. Así que se aparecieron en sus aposentos y comenzaron a expresarse afecto en el lenguaje sin palabras que aprendió a hacer mejor.

~ Finite Incantatem ~



Gracias por leer.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro