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Tómame.

Fue el primer pensamiento que tuvo Idalia después de observar a aquel hombre de imponente presencia. Fue algo tan primitivo y que salió de lo más profundo de su ser que la sorprendió y avergonzó a partes iguales. Pero antes de llegar a aquel punto, retrocedamos un poco hacia atrás.

 La joven tuvo serios problemas para poder conciliar el sueño después de la propuesta de Khissa, pues seguía dándole vueltas, las preguntas en su cabeza tampoco cesaban, y estas no eran muy positivas. Por lo que decidió salir para poder tomar un poco de aire fresco y despejar su mente. 

Salió al porche de su casa, donde se sentó en una de las butacas blancas que lo adornaban. Llevaba un pijama que la cubría por completo, el pantalón era rojo y la camisa de manga larga blanca, con una gran fresa en medio. Inspiró hondo varias veces, inhalando el aire fresco mirando a su alrededor.

No había casas cercanas, no obstante tampoco estaba en medio de la nada. Se podía acceder a la carretera a unos quince o diez minutos andando. Sus padres siempre les gustó la privacidad y querían un sitio que difiriese con el que tenían en la gran ciudad.

Vivir en el centro de una ciudad, ciertamente te daba muchas ventajas, pero también tenía sus desventajas, tales como los ruidos de los coches, las tiendas y los transeúntes y no hablar de cuando se debía hacer alguna obra. Los ruidos de obras, sin duda eran un castigo en toda regla.

Brisa, más que una ciudad parecía un pueblo grande, estaba rodeada de mucha naturaleza y zonas montañosas. No había edificios altos, las casas eran todas bajas, a excepción de algunas, que tendría dos pisos. Miró hacia arriba, el cielo estaba despejado y podía verse alguna que otra estrella, al contrario que en la ciudad, que a causa de las luces constantes difícilmente se podían ver algo.

Incluso a veces ni siquiera podía ver la luna, por lo que debía contar los ciclos para saber cuándo era luna llena y prepararse para el sufrimiento.

Otra cosa que también la preocupaba de aceptar aquella propuesta, es el ser expuesta y asustar a los demás con su extraña enfermedad. No necesariamente tendría que dormir allí, ya que cuando ella iba a aquel campamento en pocas ocasiones lo hacía y eso era por qué el lugar estaba relativamente cerca de su casa.

Pero si voy a ser monitora, quizás me toque dormir allí.

—Ya basta de tanto darle a la cabeza—se dijo a si misma levantándose, pero antes de dar un paso hacia la casa de nuevo, se detuvo en seco.

El vello se le puso de punta y sintió un estremecimiento que recorrió su cuerpo desde la punta de los dedos de sus pies a su cabeza, haciéndola temblar de forma inquietante. Se giró abruptamente para enfrentar lo que sea que la hubiera hecho sentir algo tan desagradable, pero no vio absolutamente nada. La noche se cernía sobre ella, deberían ser ya las tres de la madrugada aproximadamente y no se escuchaba nada, salvo el compás ahora arrítmico de su corazón.

No tardó en volver a sentir aquella sensación inquietante y comenzó a mirar por todas partes en busca de la causa, pero una vez más no había nadie. Miró a lo lejos, pero todo estaba tan oscuro que no se veía nada. Entró a toda prisa a su casa, cerrando la puerta con seguro y con llave por si acaso. No quería volver a ser una paranoica, pero estaba segura de que alguien o algo la estaba observando.

Arrastró sus piernas a su habitación y se metió en la cama cubriéndose con las sábanas blancas recién cambiadas. Se llevó la mano a su pecho, en una forma de calmar su corazón acelerado, y comenzó a tararear una canción para distraer a su mente y relajar su cuerpo.

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