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No sabía por cuánto tiempo estuvo tarareando o si al final llegó a dormir algo, pero cuando quiso darse cuenta ya había amanecido, pero se quedó en la cama un poco más. Donde aprovechó para escribirle a Khissa. Ella había comprado un móvil para evitar encender el otro. Se sentía como una cobarde, pero aún no estaba preparada para enfrentar el desastre que había causado. Después de seguir todos los pasos y hacerlo funcional, le escribió un mensaje a Khissa.


Eh, hola, soy yo Idalia, te escribo para darte mi respuesta. Estuve pensando toda la noche y creo que tienes razón, me vendría bien algo de distracción, así que acepto trabajar contigo.


Le dio a enviar y dejó el móvil a un lado, levantándose de la cama. Se dirigió al baño para darse una ducha y volver a la habitación, a su armario y buscar algo decente que ponerse. En eso, sonó su móvil anunciando una llamada, sobresaltándola en el proceso, pero se recompuso respondiendo.

—No te vas a arrepentir—es lo primero que soltó Khissa con entusiasmo.

—Eso espero—responde ella sin mucho entusiasmo.

—Ya lo verás, lo pasarás genial, será como en los viejos tiempos—intentaba animarla.

—Entonces eh... ¿Cuándo debería empezar a...?

—Lo antes posible, ¿Podrías venir a las diez a AL?

-—¿Qué? ¿Hoy?—preguntó Idalia con clara confusión y espanto.

—Sí, pero si tienes algo que hacer entiendo que no puedas venir.

—No es eso, como dijiste que faltaba unas semanas para empezar, pues pensé que...

—Es cierto que falta unsa semanas para abrir el campamento, pero debemos hacer reuniones anticipadas para planificar todo y la primera reunión es hoy, a las diez.

Idalia miró la hora, eran las nueve y cuarenta. Nerviosa se lo hizo saber a su amiga.

—No creo que llegue a tiempo.

—No te preocupes, para empezar es mi culpa por no decírtelo con anticipación, solo quiero que vengas, así conoces a algunos del equipo

—Bueno, yo...

—Te estaré esperando, hasta entonces, adiós—la interrumpe y cuelga, antes que ella pueda decir otra cosa más.

Tiró el móvil en la cama, llamando a un taxi de antemano.

Incluso si tengo permitido llegar tarde, no quiero dar esa primera impresión frente  a los demás.

El taxi informó que llegaría en cinco minutos, por lo que se apresuró a vestirse. Se puso una blusa de cuello alto sin mangas de color negro, unos pantalones vaqueros azules claro y unas zapatillas a juego con la blusa. Sin poder hacer mucho con su cabello, se lo recogió en una coleta alta, dejando dos mechones a los lados de su cara. Tomó el móvil, la cartera y salió a toda prisa de su casa. Se subió al taxi y este avanzó, llegando al lugar indicado, pasando justo frente a un gran letrero de madera que daba la bienvenida al campamento.

Seguido de eso, se cernía una casa de dos plantas, de tonos oscuros, negro y gris, con enormes ventanales que se podían ver desde donde ella estaba estacionada, con una arquitectura demasiado moderna que quedaba algo extraño o fuera de ambiente con el lugar tan lleno de naturaleza.

 No recuerdo que había un sitio así cuando era niña. Debe ser nuevo o al menos de hace pocos años.

 Se bajó del coche, pero no pudo dar un paso más y se apresuró a enviar un mensaje a Khissa, indicando que se encontraba allí antes que sus demonios se apoderaran de ella y decidiera salir corriendo del lugar que tanto dolor y alegrías la había causado.

 No pasa nada, todo está bien, no pasa nada. Se decía a sí misma para calmarse y darse ánimos. Por suerte Khissa no se hizo esperar y salió de aquella casa que tenía a su vista. Llevaba un vestido violeta con estampados de flores, con gran escote que resaltaba aún más su embarazo.

—!Has venido!—dijo ella con entusiasmo, apresurándose a Idalia y envolviéndola en un efusivo abrazo.

—He venido—repitió en un susurro intentando mostrarse tan entusiasmada como su antigua compañera, pero no le salió.

—Y con solo siete minutos de retraso, pero ya te dije que no pasaba nada con que llegaras tarde—la recuerda guiñándola un ojo.

Ella se limitó a mostrar una sonrisa, aprovechando que Khissa la tomaba del brazo y tiraba de ella.

—Vamos, todos te están esperando—informó arrastrándola hacia el interior.

—¿Todos quienes?—preguntó nerviosa, dejándose guiar por Khissa por la gran casa sin detenerse a contemplarla.

—Todos con los que trabajo—dijo, abriendo la puerta de color blanco que estaba al final de un pasillo.

La sala de reuniones no era tan grande como pensó que sería, con paredes y techos blancos, una gran mesa rectangular de madera, donde había ordenadores, tablets y algún que otro documento a papel y varias sillas cómodas de color blanco. El suelo era de madera y abajo de la mesa había una gran alfombra de color gris muy claro. Una tele de plasma de un tamaño medio estaba empotrado en la pared y se mostraba en él lo que parecía un esquema. Idalia vio como unos cuantos pares de ojos se fijaban en ella y la observaban, pero ella no pudo ver más allá después de fijarse en un hombre.

Ella sabía que en aquella sala de reuniones, había más personas, las contó y saber que no pasaban de seis la alivió mucho, pero su visión siquiera llegó a distinguir sus caras o facciones, por qué toda su vista, todo de ella, se centró en él. En el hombre que estaba sentado en aquella mesa rectangular. 

Lo primero que llamó su atención fue su brillante cabello blanco como copos de nieve. Su cabello era ondulado y estaba peinado hacía arriba, dejando caer alguno de los mechones caer hacia sobre su frente.

Es realmente hermoso.  Lo que la llevó a preguntar si era su cabello natural o estaba teñido.

Claramente, debía ser teñido, ningún ser humano podía tener un cabello así.

Sus ojos eran de un azul intenso. Diría que en toda su vida nunca había visto unos ojos tan azules como esos, estos incluso parecían emitir destellos y juró ver por un momento el dorado de sus propios ojos en él, pero fue tan rápido que quizás pensó que se lo imaginó.

Todo su rostro parecía demasiado perfecto para ser real, desde su frente, a su mandíbula, nariz y esos labios carnosos de un tono rosado. Qué la hizo tener aquel extraño pensamiento tan impropio de ella, pues aquel hombre no era de su tipo, al menos no era uno que se fijaría en primera instancia. Pero aun así, deseó correr a sus brazos, quitarle aquellos documentos que sostenía y reclamarlo completamente para ella.

Aquellos pensamientos eran tan firmes que nuevamente se sobresaltó y asustó de la intensidad de las mismas, por lo que agradeció la interrupción de su amiga.

—Ella es la mujer de la que os hablé, como ya les comenté, se llama Idalia Misheriah y me gustaría que se uniera a nosotros.

—Idalia, ellos son, Virion, Dion, Darya, Esther, Sia y por último, pero no menos importante, Madison.

Se los fue presentando uno a uno. La mayoría eran mujeres, tan solo había dos hombres y como si Khissa leyera su mente añadió.

—Los faltantes irán llegando durante la semana, como te comenté—la explica y ella asistió sin saber que otra cosa hacer.

—Es un placer conocerlos a todos—dijo lo más alto que pudo para que todos la escuchasen y no puedan notar su nerviosismo.

—El placer es nuestro —soltaron al unísono el grupo de chicas.

—Bien, pues he pensado que...

Un fuerte golpe se escuchó sobresaltando a los presentes. Incluida a Khissa que se quedó a mitad de palabra. Y el ruido provenía de aquel hombre, Virion, que dejó caer la carpeta que llevaba en mano con un fuerte estruendo. Khissa lo observó y suspiró como si aquello no la pillara desprevenida.

—Tenemos que hablar—soltó el hombre de cabello blanco, pronunciando aquellas tres únicas palabras, levantándose en el proceso.

Su voz era grave, aterciopelada, peligrosa y demandante, que hizo estremecer cada parte y cada nervio de su ser y no únicamente aquello, sino que sintió una extraña sensación de nostalgia y tristeza. El hombre rodeó la sala en dos zancadas y pasó junto a ella, sin mirarla o tocarla, ni un mínimo roce, pero aun así sintió una extraña corriente, una chispa, que la hizo jadear con fuerza.

¿Qué demonios fue eso? Su cabeza nuevamente se llenó de preguntas, que seguramente no tendrían respuesta. Así que después de que aquel hombre saliera y Khissa lo siguiera, se acercó a la mesa y tomó el primer asiento libre y cercano que vio, sentándose.

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