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Hacía por lo menos cinco minutos, que Khissa y Virion habían abandonado la sala de reuniones y a ella la estaban bombardeando a preguntas, sobre de donde era, que la había traído hasta allí, sus aficiones y ese tipo de cosas. Idalia respondía a las tres chicas, primero por qué se veían ávidas por tener algún cotilleo que las entretuviera. Segundo a ella tampoco le importaba ser la carnada por una vez y tercero, eso la ayudaría a despejar su mente de aquel hombre. Aquel hombre demasiado perfecto para ser real.

Por lo que se centró en las tres mujeres frente a ella. Madison tenía el cabello rizado tanto como Khissa, pero este era castaño ámbar, con ojos del mismo color, llevaba unas gafas de pasta de un color marrón rojizo y con una sonrisa dulce. De las tres era la menos habladora. Después de ella, la seguía Esther, de cabello rubio hasta los hombros de ojos azules y tan habladora como curiosa. Por último estaba Sía, de cabello castaño corto hasta el cuello y ojos marrones. Toda la zona de su nariz, tanto sus pómulos, estaban cubiertos de diminutas pecas que la hacían verse adorable y más joven de lo que parecía, pues cada una rozaba los veintiséis años.

Mientras ella respondía a las preguntas de las tres, miraba de reojo a las dos personas que se mantenían calladas, observando. Eran las mismas que se sentaban junto a Virion. Un hombre y una mujer. ¿Cuáles eran sus nombres? Creo que eran... Dion y Darya.

Ambos eran igual de atractivos que el hombre que salió. La mujer de un cabello rizado, de un color rosa, sus ojos eran de diferente color, gris y verde, sus labios rojos perfectamente pintados, estaban curvados en una mueca. Cómo si algo la desagradara o disgustara. Los ojos de ambas mujeres se encontraron por un momento y ella, Darya, no disimuló su mal estar, mirándola de forma severa. Entornó los ojos y curvó aún más sus labios, en una mueca de lo que Idalia interpretó como asco.

Sin comprender que había hecho para llevarse el desagrado de aquella hermosa mujer, miró al hombre que estaba sentado a una silla de ella, de cabello negro, también con los ojos de distinto color, pero esta vez era negro y azul, en el color azul yacía una cicatriz que atravesaba todo el ojo. Mirar aquella cicatriz la causó un sentimiento extraño y unas emociones negativas la invadieron. Entre ellas culpa, tanto fue así que tuvo que desviar la mirada, a pesar de la sonrisa amable que el chico la ofrecía.

La puerta se abrió de repente, rompiendo el ambiente que se creó y las tres chicas, enmudecieron, volviendo al silencio habitual de antes. Nadie podría creer que eran las mismas chicas que no dejaban de hablar sin parar hace tan solo pocos segundos.

—¿Hay alguien más que tenga un inconveniente con que Idalia se una a nosotros? Si es así, es momento de decirlo—espetó Khissa de mala gana, deteniéndose en medio de la mesa de reuniones, mirando a cada uno.

¿Así que de eso se trataba? Él no quiere que trabaje aquí. 

Aquel pensamiento la hizo sentir un ligero dolor en el pecho. Lo que a su vez la hizo enfadarse consigo misma, pues no entendía por qué le producía tanta tristeza. 

Dios... Este día se vuelve más raro por momentos.

Todos se miraron entre sí, pero nadie dijo nada. Los ojos de Idalia se enfocaron en Darya, estaba más que segura que a ella tampoco le agradaba el hecho de que estuviera allí, pero la peli rosa solo se cruzó de brazos con un rostro indescriptible sin decir ni una sola palabra.

—No hay ningún problema Khissa, sabes que cualquiera que consideres digno, es bienvenido—comentó aquel chico, Dion.

Idalia se sorprendió al escuchar aquella voz, pues se percató de lo hermosa que sonaba. Su timbre es como un susurro tentativo que te incita a hacer travesuras.

—Gracias Dion. Y si es así entonces podemos continuar.


*  *  *


Intentaba hacer lo posible por prestar atención. De verdad que sí, pero no lograba concentrarse y todo lo que su mente podía pensar era en él. Su cuerpo deseaba correr a su encuentro, tocarlo por todas partes, abrazarlo, besarlo como si la vida la fuera en ello, tomarlo y que él la tomara. Que la hiciera suya, de mil formas que nunca pudiese borrar nada de él. Se la hacía verdaderamente difícil mantenerse en su sitio, por qué su cuerpo se sentía atraído por él, como dos imanes que se acercaban por la intensa e inevitable gravedad. Era absurdo, confuso y muy desconcertante, pero no la quedaba de otra que aferrarse a lo que fuese para mantenerse en su sitio y no correr a sus brazos desesperada por su calor.

¿Por qué demonios pasaesto?Se preguntaba.

Sí, es atractivo, ¿Pero hasta el punto de llegar a sentir estás emociones?

Mi ex prometido también es bastante atractivo y nunca sentí tal necesidad, por Dios.

Pero lo peor no terminaba allí, pues ya sabía que aquel hombre la despreciaba. Lo había dejado muy claro al no querer que se uniera al trabajo y volvía a hacerlo, mirándola con desagrado, como si quisiera arrancarla la cabeza. Lo más extraño de todo era, que también podía notar, casi sentir el deseo en sus ojos. Un deseo tan denso y vasto que tenía la sensación que si la tomaba, si la hacía suya, iba a ser tan intenso que no sabía si podría soportarlo. Era extraño, sin duda.

¿Cómo puedes despreciar y desear a alguien con tanta intensidad? 

Se preguntó y recordó aquellas relaciones de amor-odio que leía en su adolescencia y que sin duda eran sus favoritas.

Quizás solo sea mi imaginación. Además, esto no es una novela, sino la vida real.

Por décima vez en esa mañana volvió a intentar fijar su vista en Khissa, que estaba explicando las actividades básicas que hacer en este verano. Hizo girar todo su cuerpo a su amiga con el afán de así evitar ser tentada a mirar al hombre de cabello blanco, pero con cada esfuerzo el dolor se hacía más notable. Pero no la importó esta vez la pequeña agonía. Al menos había conseguido dejar de mirarlo, por qué cada vez que lo hacía su corazón se sentía opresivo, la mente se la nublaba, adueñándose así unos deseos primitivos que nunca antes había tenido.

Se mordió el labio con fuerza, intentando aliviar de alguna forma la tensión en su cuerpo, pero al poco de hacer aquello, escuchó el crujido de algo romperse. Pero no levantó la vista hasta escuchar la voz horrorizada de su amiga.

—¡Por el amor de dios!-exclamó, levantándose a toda prisa hacia Virion.

Su mano estaba ensangrentada, tenía un trozo de vidrio clavado en la palma de la mano, del vaso que ahora estaba echó pedazos en la mesa. El pedazo de cristal incrustado en su mano evitaba que tuviera una gran hemorragia.

¿Cómo demonios lo rompió?

¿Por qué lo hizo?

¿Acaso fue por mi culpa?

¿Tanto me odiaba?

Miles de preguntas llenaron su mente nuevamente. Ella sabía que los vasos en sí solían ser frágiles. 

Claro, si lo lanzas al suelo. Pero, ¿Qué tan fuerte debes ser para romper un vaso con tus propias manos?

—No te preocupes, estaré bien—soltó Virion, devolviéndola a la realidad e intentando calmar a Khissa.

—¡¿Qué tonterías estás diciendo?! ¡Estás sangrando mucho, estoy segura de que esa herida necesitará puntos!—Khissa volvió a levantarse y corrió disparada fuera de la sala de reuniones y regresó, con un puñado de papel, y lo envolvió en la mano de Virion.

Mientras Idalia presenciaba aquella discusión y estaba a punto de tener un ataque de nervios por querer levantarse también e ir a socorrerlo tal y como lo había hecho su amiga, no podía apartar los ojos de aquel líquido rojo que cada vez se mezclaba con los pañuelos, tiñéndolos de un rojo brillante. Su sangre la estaba volviendo loca, pero no de la manera que debía, pues por alguna razón desprendía un aroma flores. Era dulce, tanto que la daban ganas de ir y saborearlo. Esos pensamientos la horrorizaron.

¿Desde cuándo la sangre es dulce?

¿Qué soy ahora, una vampira sedienta de sangre? Se dijo a sí misma internamente.

Estaba segura de que podía percibir el olor a metal a hierro característico de la sangre, que solía hacer desagradable al percibirlo. Pero aun con eso, solo quería ir y lamer su mano hasta no dejar ni una gota.

¡Tengo que salir de aqui!

Se aferró a la silla, donde estaba sentada con más fuerza e intentó fijar su atención en otra cosa, y así loo hizo. Se fijó en los dos que se sentaban a sus lados. Dion y Darya.

Se dio cuenta de que ambos estaban tranquilos, demasiado tranquilos, para tal conmoción. Dion parecía que estaba conteniendo la risa y Darya se la veía exasperada, más no preocupada. Cómo sí el hecho de que se Virion se cortara o que pasara esas situaciones, fuesen algo normal para ellos.

—Tú ganas iré al sanador, así que cálmate—le pide Virion a Khissa con voz más firme.

—Nosotros lo escoltaremos—dijeron a la vez Díon y Darya, levantándose de sus asientos al unísono y marchándose de la sala.

¿Escoltarlo?» «¿Sanador?

Pensó con extrañeza, dándose cuenta de que no solo sus aspectos eran extraños, sino también su comportamiento.

¿De qué circo han escapado esta gente?

Pero había algo muy importante que Idalia no se percató a causa de la conmoción, pero que pronto más que tarde descubriría.

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