El jugador

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El juego competitivo y sus apuestas asociadas no son un fenómeno privativo de la Tierra, sino que se encuentra muy extendido por toda la Galaxia, con sus lógicas diferencias.

Por ejemplo, en el planeta de los termitones son muy apreciados unos juegos de tablero parecidos a las damas. Pero sucede que las fichas son una especie de escarabajos (los hay blancos y negros) que solo sirven para una partida porque los jugadores se los comen de verdad, lo cual representa un serio inconveniente.

Un amigo me contó que en el planeta Veloz, existe una variante del juego de dados que también consiste en sumar siete, pero aquí se juega con dos semillas instantáneas sobre un suelo bien abonado. Es arrojarlas a él cuando en un santiamén se introducen en la tierra, brotan, se convierten en una mata que da flores que al instante se convierten en frutos. Todo ello en un abrir y cerrar de ojos. Luego se cuentan los frutos para ver si suman siete entre las dos matitas. Mi propio cliente me contó que, cruzando por dicho planeta, se entretuvo en perder todo su dinero con unos adversarios que constantemente sacaban siete frutos en sus tiradas. Aquello le resultó muy sospechoso, quedándose con la impresión de que las semillas estaban trucadas genéticamente. El juego tiene la ventaja de que al final te puedes comer los frutos que, en verdad, están deliciosos.

Yo mismo tuve ocasión de ver cuánto apreciaban en Tiralón los juegos de cara y cruz. En concreto, ahí jugaban con unos animales parecidos a cerdos que arrojaban hacia las alturas: si se espachurraban en el suelo sobre sus patas y su barriga, significaba cara; si lo hacían sobre sus espaldas, era cruz. Perdí una serie de veces hasta que pregunté si me dejaban jugar con mi gato. A partir de ahí todo fueron caras y gané una buena pasta dejando asombrados a mis contrincantes que no dejaban de preguntarme donde podían hacerse de un bichito como aquél.

Sirva esto como presentación de un caso que resolví sin demasiados problemas ayudado, eso sí, por la fisiología de mi cliente.

Se trataba de un toquetón. Estos personajes galácticos se caracterizan principalmente por tener cuatro brazos. Por lo demás son bastante parecidos a los humanos.

El toquetón vino a mi consulta porque su adicción a los juegos premiados, a toda clase de ellos, le estaba poniendo en serios problemas, situándolo ya al borde de la ruina económica. Yo, preocupado por esto, le pregunté si podría pagar mis honorarios y él me contestó que por qué no lo echábamos a la carta más alta.

Aclarado el tema por mi parte y ya con el talón firmado en mi bolsillo, comenzamos la terapia.

Su problema principal, según me contó, no era tanto el del juego como el de su mala suerte. Por ejemplo, me dijo, nunca le había tocado la lotería galáctica. Yo le hice ver que solo existía una posibilidad entre cien mil billones y él me contestó:

-¡Pero tengo una posibilidad, doctor!

Había probado suerte con todo tipo de apuestas ilegales, desde las prohibidas carreras de naves en sistemas planetarios deshabitados, donde acabó en la cárcel tras una redada de la policía galáctica, hasta las peleas de picofinos, en una de las cuales estuvo a punto de perder un ojo por un picotazo al excitarse demasiado estando casi colgado del vallado. Lo mismo le pasó en un combate de artes marciales clandestino, donde además de perder la apuesta, al acercarse demasiado a los luchadores perdió dos dientes por una patada accidental.

Su ansiedad por los premios y recompensas le llevó a participar en numerosos concursos y shows. De Gran Hermana Galáctica, que se desarrollaba en un meteorito mediano donde convivían aislados una decena de especímenes de distintas razas, lo echaron a las primeras de cambio. No quedó claro si fue de manera justa o injusta, la cuestión fue que tras varias llamadas del público diciendo "¡lo he visto, lo he visto!", se le acusó de meter mano con sus cuatro extremidades a una blindadina por debajo del caparazón, siendo expulsado de inmediato.

La única vez que recibió un premio fue en una tímbola donde le tocó una flor de ducha. Después de preguntar qué utilidad tenía la cambió, horrorizado, por un cepillo de carpintero para la piel.

Su verdadera obsesión eran los maquinitos tragaperras, animalillos procedentes del planeta Ruletón, cazados de continuo por expertos casineros y distribuidos después por toda la galaxia. Estos maquinitos poseen tres órganos circulares fosforescentes en su voluminosa panza, con la propiedad de iluminarse de colores distintos si depositas una moneda en su boca. Por añadidura, si por casualidad coinciden los colores de esas luces, sufren una reacción alérgica a todo el dinero depositado en su estómago, lo que acaba en una deposición por su trasero de todas las monedas acumuladas. Es cierto que las ganancias son muy jugosas (en todos los sentidos), pero la mayoría de las veces las luces no coinciden. Eso a mi cliente le provocaba una reacción airada y la emprendía a patadas con el maquinito, y otra no menos furiosa de este que contestaba rápido con un bocado en la pierna. En una ocasión, incluso, el maquinito saltó de su sitial y si no lo controlan pudo haber mandado al otro mundo al toquetón.

Yo entendí que necesitaba encauzar sus energías jugadoras hacia el deporte y también ganar alguna vez, así que le recomendé uno en particular. La jugada (nunca mejor dicho) me salió bien porque al poco tiempo volvió, eufórico, para anunciar que había ganado la medalla de oro en piragüismo individual, la actividad que le recomendé. Los jueces tuvieron alguna dificultad para admitir a un piragüista con cuatro brazos, pero al final reconocieron que era un solo individuo y tenía todo el derecho de la galaxia a recibir el premio.

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