La última batalla

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Estática frente al espejo Andy  divisa su reflejo, sus largos cabellos negros, ojos color miel,  su piel color caramelo, ahora pálida  y cetrina contrastan con sus labios una vez rojos y carnosos con sabor a fruta prohibida ahora pálidos y agrietados.
Andy mira como hipnotizada su reflejo mientras luce aquel vestido color cielo. El escote generoso deja ver su clavícula precisa; su piel casi translúcida apenas cubre su cuerpo menudo, sus brazos de niña y vientre estrecho parecían una burla a sus  antiguos miedos.

"Creo que tengo que bajar de peso"  decía ante el espejo en su adolescencia, mientras sonreía al espejo y divisaba sus anchas caderas, brazos fuertes y pecho hinchado de orgullo.

Con sus delicadas manos recorre su vientre, y recuerda los fuertes brazos que una vez a él se aferraban.

El aroma incipiente a Canela y sudor que Expedia el cuerpo feroz de su amor. Albert, o Al como solía llamarlo, vestido con sus dobok blanco, en pleno entrenamiento la estrechaba sin tregua:
—¿te rindes? —preguntaba entre risas.
—Hoy no, galán — respondía con picardía.
Ancló su pie detrás de la pierna del chico cuando intentó levantarla para después impulsarse con fuerza, dejando caer su peso frente a ella, empujando su cadera hacia atrás; colocó las manos en el piso, desbalanceadolo con sus piernas, tomó entre sus manos su tendón y lo derribó. Sostuvo su pierna en el aire y colocó el filo de su pie en su traquea.
—Hora de rendirse galán.

Andy sonríe frente al espejo, mientras una lágrima resbala por su mejilla. Solía sentirse tan fuerte,  tan feliz. Y ahora su mejor amigo, su confidente y mejor rival; su gran amor no podría enfrentarla más.
Sin limpiar su mejilla posa la mirada en su cuello, aquel cuello de cisne ahora cubierto por pequeños bultos  en su lado izquierdo.
Acariciando su cuello recordaba aquella fiesta de gala donde los dos una vez brillaron una canción de amor.

—Quiero pasar el resto de mi vida, así entre tus brazos. —decía Ana con una sonrisa, mientras abrazaba con ternura los brazos que estrechaban su cintura.
—Podemos empezar ahora. —susurró  Al en su oído mientras depositaba en su terso cuello un cálido beso.

Otra lágrima escapa de sus ojos, y la traiciona un sollozo, mientras divisa una pequeña gota de sudor recorriendo su cuello.
Las noches, ahora infinitas, prendidas de un calor infernal, la bañan en sudor y le recuerdan  cada mañana su inevitable final.
El calor la sofoca mientras se envuelve a si misma en un abrazo recordando...

—¿Tienes frío preciosa? —preguntaba Al con picardía acelerando la motocicleta.
—Ni siquiera un poco. —respondía sujetando el torso de su amante con fuerza.
El viento arreciaba frente a ellos, en una carrera de vértigo uno aferrado al otro. Ella no tenía frío, su cuerpo ardía de emoción y deseo abrazada del hombre que la enfrentaba a sus miedos.

Andy limpia lentamente sus mejillas, y acomoda por última vez sus largos cabellos negros, que una vez bailaron al viento mientras ella volaba abrazada de su caballero en  brillante armadura.
Sale de su habitación con garbo, cuidándose de guardar la compostura y entrega a su hermana una carta delicadamente plegada para su último gran amor.
—hoy es el torneo... y no podré ir. Quiero que le entregues esta carta por mi, cuando gane el oro. —dice depositando en las temblorosas manos de su hermana la preciada carta.
Emprende su camino  con pasos firmes y la frente en alto, apretando los puños con una fuerza casi desgarradora se dispone a enfrentar su destino.

Al permanecería con la vista fija en la entrada, preparado con su equipo de taekwondo. La esperaría, resintiendo su ausencia y pelearía con furia, la furia de quién se cree traicionado y abandonado en su momento de gloria.

Después de ganar el primer lugar, aún adolorido por los golpes ingresa a los vestidores, pero su ira solo sede al asombro al  ver el rostro pálido de la hermana de Andy extendiéndo su mano para entregarle una pieza de papel plegado.
—Andrea me pidió que te diera esto... ella... sabía que ganarías.
—¿porque no vino? ¡Llevamos un año entrenando para esto! —dijó con la carta en alto señalando las arenas  del torneo.
—ella te lo explicará todo... lee la carta. —dice la hermana con mirada ausente y se va.

Querido Al

Siento mucho no poder estar a tu lado cuando finalmente ganes el oro. Lamento no estar ahí para animarte con pompones y no poder saltar de alegría cuando ganes. Lamento no poder acariciar tu mejilla y abrazarte con fuerza.

Temo que no podré estar contigo en muchas más ocaciones, pero mi corazón siempre estará contigo.

No sabes cuánto me aflige la idea de no poder celebrar contigo; me asusta pensar en ti, solo en los vestidores, me asusta imaginarte solo cuando oscurezca.

Lo siento mucho, el hecho es que  te amo tanto y no resisto la idea de no estar a tu lado; pero no quiero que me veas más.

Concervame a tu lado como un hermoso recuerdo. Vive plenamente cada instante, haz los viajes que soñamos juntos; conoce Francia, italia y la gran muralla China; ve al salar de Uyuni en invierno, camina de noche, recorre el cielo estrellado y piensa en mi.

Ve a nuestro café favorito con otra chica, bebé el chocolate con leche que tanto te gusta y ofrécele una sonrisa. Gradúate con honores y obten la beca, ve a comer tus comidas favoritas sin pena y si no es demasiado pedir,  bebé una copa de vino en mi honor.
Nunca dejes que muera el niño del que enamore, y vive las aventuras que soñaste vivir.
Por favor perdóname por no estar junto a ti.

Este es el final Al, te amé con toda el alma, cómo nunca pensé que podía llegar a amar a alguien y agradezco cada segundo que tuve a tu lado.
Te amo.
Siempre tuya, Andy

El rostro de Al se contrae, su seño fruncido entre ira y confusión lo paraliza. ¿Lo estaban cortando?

Al sale corriendo del vestidor con el dobok abierto,  aún sin zapatos y su rostro empapado en sudor.
—¡Adriana! ¡Adriana!, ¡¿qué significa esto?! —grita con fuerza frente a las miradas curiosas.
Sale a toda prisa y recorre la calle, con el corazón  latiendo a mil pulsaciones por minuto, llamando a gritos a la hermana de su novia.
Cuando al fin la encuentra, la toma del brazo con fuerza y nervioso casi le grita:
—Donde esta ella, ¿ qué significa esto? —pregunta sosteniendo en alto el trozo de papel.
—¿qué te dijo?
—¿qué me dijo? ¿Que se supone que me dijo? Que me quiere y quiere cortar conmigo. ¡¿Donde esta?! —grita sosteniéndola del brazo.
—¡Está en el hospital! —grita mientras un caudal de lágrimas  recorren sus mejillas. —¡ella no quiere que te lo diga! —grita entre sollozos. —pero... esta sola... trata de ser fuerte pero se que esta rota...
Al la toma por los hombros, con el rostro pálido y la agita.
—¡¿Dónde esta?!
—¡¡Está muriendo!! —se derrumba entre sus brazos llorando y cae de rodillas al suelo. —Está muriendo... la diagnosticaron  con leucemia linfocitica crónica hace meses, ¡el tratamiento funcionó!... estaba en remisión  pero... el maldito linfoma mutó y... los doctores dicen que se volvió agresivo. —profusas lagrimas inundan su rostro mientras ella ve al suelo incapaz mirarlo a los ojos. —hoy es su primer quimioterapia... ¡le cortarán el cabello!
Al se estremece sin poder comprender la noticia y corre por la avenida, aún descalzo rumbo a la casa de la niña.

Andrea, acostrumbrada a pelear hasta el último suspiro guardó silencio. Enfrentaba a un enemigo que ya no podía vencer, la muerte con su aliento gélido en su cuello la atraía cada vez más y se disponía a acompañarla con dignidad, sin llanto, sin lástima, sin despedidas. Se prometió recibirla como a una vieja amiga.
Pero su corazón se quebró, tras meses sofocando sus gritos, la fiebre la doblegaba poco a poco.  Aquella debilidad parecía una burla, y la familia repitiendo incansable "eres fuerte" le quitaban el aire, la sensación de ahogarse bajo las miradas compasivas y curiosas preguntando sin descanso "¿cómo estas?" La volvían loca, no podía tolerar la idea de enfrentarse a la compasión del hombre que amaba.

"Nadie es fuerte contra este monstruo que con sus fauces desgarra sin piedad la vida." Repetía cada noche entre sollozos sobre su almohada.

Ya frente al espejo, tras un sorprendente dolor al perder su cabello, con el catéter en su pecho sentía rabia, repugnancia al pensar en esos pelos de la peluca que no eran suyos y que no estaba dispuesta a usar y sentía miedo, tanto miedo que al encontrar a Al frente a su puerta no podía sino gritar, gritar que se fuera y que la olvidara, que viviera su vida como si nada mientras sofocaba su llanto con la almohada en su habitación con la puerta cerrada.

Quisiera decir que supero el dolor a su lado, pero no puedo.
Su espíritu  se quebró esa noche al llorar sola en su cama.
Al no dejo de ir a su casa y esperar junto a su ventana. Ella se derrumbaba y se reconstruía día a día mirando esa ventana.

Tras 5 meses de fatiga y perseverancia él formaba parte de su vida y ella aún temerosa lo aceptó.
Se dijo a sí misma que mientras haya esperanza hay vida y emprendió un último viaje al lado del único hombre que había amado.
Ambos miraron el cielo estrellado del Salar de Uyuni en invierno, desde una roca de sal. Ella apoyada en su pecho respirando con dificultad y él rodeandola con su brazo.
El reflejo del cielo nocturno en el en la superficie del salar era semejante a un mar de estrellas y por esa noche, ambos caminaron entre ellas.

—¿Recuerdas cuando me preguntaste cuál era mi mayor sueño? —Preguntó Andy, tiritando de frío, con un gorro de Lana que cubría  su cabeza pelada.
—Dijiste que era vivir un gran amor. —dijó Al en un suspiro, mirando el cielo.
—Tú eres mi más grande sueño. —le susurro a su oído  con una sonrisa y lo beso en los labios. Fue un beso tierno, tan frágil y precioso que trascendería el tiempo. Viviría en sus recuerdos aún cuando ella no estuviera más.

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