22._Recuerdame

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¿Qué tanto podía alargarse un simple almuerzo?

Esa era la pregunta del millón en la cabeza de Meliodas, mientras ingresaba a su habitación de hotel con la más pura expresión de frustración. Tres horas, ciento ochenta minutos de conversación, para que al final los supuestos nuevos socios dijeran que debían pensar en la oferta ¿Acaso no era suficiente el aliciente de la fusión que salvaría sus miserables empresas de la quiebra total? Claro, ellos no tendrían más voz o voto sobre las decisiones empresariales que tomaría la nueva directiva en cuanto el proceso finalizara, pero podrían retirarse antes de tiempo y seguir recibiendo sustanciosos dividendos mensualmente a cambio de pequeñas labores contables,  que bien podían hacerlas desde un cómodo sofá en el salón de su hogares ¿Qué se suponía debían pensar?

-Definitivamente, Einstein tenía razón: lo único infinito es la estupidez humana –susurró el rubio sirviéndose un vaso de Whiskey del mini bar.

Con paso pesado, el ojiverde se dirigió hasta el balcón, donde tomó asiento en un cómodo sillón exterior y observando el bello paisaje, donde coexistían armónicamente las edificaciones modernas y antiguas, desconectó su cerebro con ayuda de su buen amigo, el alcohol.

La fresca brisa, pronto se llevó sus preocupaciones, mas no se llevó la soledad que habitaba en su corazón. Tenía una sensación fría en el brazo izquierdo, que reposaba extendido en el espaldar del mueble.  Ese era el justo el lugar que ocuparía Elizabeth, de estar junto a él. Siempre a su izquierda, al lado de su corazón. Una carcajada abandonó los labios masculinos.

-Me he vuelto un cursi –murmuró a la nada antes de darle un nuevo trago a su vaso.

De pronto la mente del heredero viajó a un recuerdo no muy lejano: él sobre el regazo de su novia, medio borracho, diciendo las babosadas más grandes de toda su maldita vida, pero, la más grande de todas fue: "Me has transformado en algo que desconozco".

-Pero, los niños y los borrachos siempre dicen la verdad –se burló de sí mismo en voz alta.

Volvió a llevar el vaso a sus labios, cuando su celular timbró. Un nuevo mensaje. Y aunque hubiera deseado que fuera de su amada platinada, en realidad era de su muy querida nana albina.

Mirana

"La navidad llegó antes este año"

"😃"

"Mirana send you a picture"

Al parecer las chicas habían puesto manos a la obra en el departamento de Elizabeth mientras él estaba ausente. Las luces navideñas colgando del techo del balcón le parecieron una maravillosa idea.

Mirana

"Deberían reproducirlo el porche de nuestra casa"

"Luciría genial"

"¡Excelente idea!"

"Le diré a Ellie"

"Aunque todavía no podremos encontrar luces navideñas en las tiendas"

"😱"

"¿Cómo qué no?"

"Busquen en tiendas online"

"¡Otra excelente idea!"

"Hoy estas que ardes, Meli!"

"¡MIRA!"

"Nada de Mira"

"Voy a buscar esas luces en E-bay"

"Te cuidas"

"Besitos"

"jajaja"

"Te quiero, Mira"

"Y yo a ti, mi bebé rubio"

"🤣"

Meliodas se abstuvo de discutir aquellos apelativos cariñosos con los que la adulta le llamaba cuando era un infante.

-¿Con que navidad, eh? –susurró.

La mente del ojiverde vagó en otra dirección; fechas con ambientes nevados, luces de colores, regalos y pinos decorados. Con aquello en mente, buscó dentro de la galería de su celular un video en específico, uno tan viejo que los colores se deslucían al ser reproducidos por los nuevos aparatos digitales. Las últimas festividades decembrinas que su madre pasó con ellos.

El celular le mostró como tres niños desgarraban energéticamente el papel colorido de sus obsequios, mientras cuatro adultos miraban como los pequeños gritaban de la emoción, pronto, el más grande de los tres infantes, él mismo a los ocho años, se levantó y corrió fuera de la toma, para minutos después reaparecer con dos pequeñas cajas en sus manos, las que extendió a sus progenitores.

-¡Feliz navidad! –exclamó el Meliodas de ocho años.

Damián aceptó el obsequio y depositó una caricia en la cabeza rubia de su primogénito, mas fue la mujer rubia a su lado quien tomó al pequeño entre sus brazos para imprimirle múltiples besos en todo el rostro.

-Muchas gracias, mi príncipe –dijo la rubia- ¿Puedo abrirlo?

-¡Sí! –aseguró Meliodas- Es de mi parte, Zel y Mira.

Elise Demon abrió con delicadeza el papel, encontrándose con una cajita de joyería, dentro de esta reposaba un broche ovalado con una piedra verde incrustada. Los ojos de la rubia se llenaron de lágrimas por la emoción y el rostro del niño se tornó preocupado.

-¿Qué pasa, mami? ¿No te gustó? –cuestionó Meliodas angustiado.

Los sollozos de Elise llamaron la atención de Zeldris, quien dejó sus juguetes de lado y se acercó a su progenitora.

-¿Mami? –pronunció el azabache.

-No pasa nada, mi principito –respondió la adulta a la muda pregunta de su hijo menor- Mami solo está muy feliz por tener unos hijos tan maravillosos y una amiga tan buena –habló pasando su mirada de los infantes a la cámara, o más bien a la persona que la sostenía.

-No fue nada, Lise –comentó la voz de Mirana muy cerca de la cámara- Aliott, los niños y yo quisimos darte algo especial.

-Le escribiré una carta para agradecerle luego – acotó la rubia.

-Te diré lo que seguramente él te diría, tú has hecho aún más por nosotros.

-Va en los lazos, mami –dijo Zeldris tomando el broche entre sus manos.

-Sí, cariño. Es para ponerlo en los lazos que usa mamá, así... ¿Ves? –indicó la rubia mientras colocaba el accesorio sobre el centro del bonito lazo azul que usaba a modo de corbata esa noche -¿Cómo me veo? –indagó con una sonrisa.

Los presentes se deshicieron en halagos para la rubia. Quien recibía cada comentario de sus seres queridos con una sonrisa que derretiría el mismísimo polo norte.

El video concluyó con la toma del rostro sonriente de Elise. Meliodas repasó con detenimiento las facciones de su madre; en aquel entonces ya había sido diagnosticada con un tumor inoperable en el cerebro. Ningún especialista se atrevió a dar la más mínima posibilidad de salvar a su madre por vía quirúrgica, por más dinero que se le ofreciera.

La única esperanza fue la quimioterapia y solo como medida paliativa, para que Elise pudiera tener un poco más de tiempo con sus hijos. Las sesiones de terapia le hicieron perder hasta el último de sus dorados cabellos, condición que escondió con una peluca hecha exclusivamente para ella; con el tiempo la vitalidad de Elise quedó como un recuerdo, pasando más del tiempo deseado en cama o sentada, sin poder disfrutar plenamente con sus hijos. Lo único que la enfermedad no pudo robarle fue su sonrisa y positivismo, sonrió hermosamente para todos hasta el final, jamás se quejó o consumió en la amargura como otros pacientes con el mismo padecimiento.

Inevitablemente, ocho meses después de esa navidad, la matriarca Demon falleció, dejando cuatro corazones rotos tras su partida.

-Fuiste hermosa hasta el día en que te marchitaste, mamá –dijo Meliodas a la pantalla de su celular.

El pulgar del rubio viajó por la pantalla del dispositivo, seleccionando fotos al azar de su galería. Una de ellas fue la que se tomaron, Zeldris, su padre, Mirana y él en el templo, el pasado año nuevo, todos vestían atuendos tradicionales, como si fueran una típica familia que renueva su fe con las festividades; aun cuando Mirana profesara una religión diferente. Había un ambiente armónico en la foto, todos sonreían naturalmente; Mirana tenía ese efecto en ellos, podía amansar el indómito carácter de los tres y hacerlos convivir, al menos la mayoría de las veces, uniéndolos como una verdadera familia de vez en cuando.

-Aunque te fuiste, dejaste a Mirana para cuidarnos –habló mirando al cielo- A veces me pregunto: ¿Sí estuvieras aquí, papá sería más comprensivo? ¿Tú habrías aprobado a Ellie? ¿Ella podría venir a cenar con nosotros igual que Gelda? –preguntó al manto celeste como si en las esponjosas nubes encontrara la respuesta a sus dudas.

Los cansados ojos verdes se fueron cerrando poco a poco. Meliodas tenía tantas cosas que le preocupaban en su cabeza, y se negaba a compartir algunas de ellas, incluso con su pareja, a pesar de que fuera la persona más importante en su vida actualmente.

El vaso a medio beber se deslizó de la mano del rubio cuando este se sumergió en el mundo de los sueños, cayendo sobre la alfombra con un ruido sordo que no alcanzó a despertar al agotado Meliodas.

Colores y olores se mezclaron en un torbellino que confundió sus orbes verdes, cerró fuertemente los parpados hasta que sintió que el mundo dejaba de darle vueltas.

Al abrir los ojos estaba frente a un espejo de cuerpo entero, vestido con un smoking color plomo con una camisa celeste y corbata de moño negra. Pero lo extraño no era la forma en la que vestía, si no la habitación en la que se encontraba, ya que no la reconocía. Estaba determinado a descubrir donde se encontraba, cuando un sonido proveniente de una de las puertas lo distrajo.

-¿Estás listo, Mel? –preguntó la voz de Elizabeth.

La ansiedad de la incertidumbre se calmó en el pecho del rubio.

-Sí, pasa Ellie.

La platinada ingresó a la habitación ataviada en un hermoso kimono celeste con estampado de flores violetas y lavanda. Estaba preciosa; maquillaje ligero, el cabello recogido con algunos mechones enmarcando su angelical rostro, pero lo más tierno era la leve curva que se proyectaba desde su vientre.

Las palabras se quedaron atoradas en la garganta del rubio, pero sus acciones siguientes le resultaron absolutamente naturales; acercarse a ella, abrazarla y acariciar aquella tierna curva en su abdomen.

-¿Nos vamos? –cuestionó sonriente.

-Sí, nos están esperando.

Dejándose llevar por la surreal experiencia, ayudó a su amada a subir a la camioneta y condujo con tranquilidad mientras Elizabeth parloteaba sobre la cena y mil detalles más. Minutos después estaban frente a la mansión Demon. Y los nervios volvieron a invadir al rubio ¿Qué hacían allí? Sí entraban y su padre veía a Elizabeth no sabía que era capaz de hacerle, y cualquier sobresalto podría ser muy peligroso en su estado.

-¿Mel? –llamó Elizabeth preocupada.

-¿Eh? –musitó desconcertado.

-¿Bajamos? –preguntó divertida.

-E-Ellie... Yo no creo...

-¿Te sientes mal? –indagó con la preocupación inundando sus facciones.

-No, para nada es que...

-Entonces vayamos de una vez, si tardamos un minuto más tu mamá nos acabará a todos –bromeó.

-¿Mamá? –susurró.

Llevado por una fuerza extraña, el rubio salió de la camioneta y después ayudó a Elizabeth a bajar, de pronto la puerta de la entrada se abrió y por ella apareció una mujer rubia no muy alta, quien se precipitó contra ellos.

-¡Mel, Ellie! ¡Ya llegaron! Estaba preocupada, la nevada está más fuerte de lo que anunciaron en las noticias, ya estaba pensando calamidades –habló atropelladamente la mujer de ojos verdes.

Frente a ellos, estaba Elise Demon, vital, alegre y viva; con los rubios cabellos ondeando a su espalda e imperceptibles signos vejez en su rostro. La adulta los abrazó y casi los arrastró con ella dentro de la casa.

-Espero que trajeran ropa para quedarse, será una noche muy larga –comentó animada- ¿Y cómo está el pequeño de aquí? –preguntó al abultado vientre de la platinada.

-Tu nieto está muy bien, Lise –dijo la sonriente y orgullosa Elizabeth- Pronto culminará el segundo trimestre. Aunque estoy un poco preocupada por su desarrollo.

-Elizabeth, ya te he dicho que en el primer embarazo no desarrolla una barriga muy grande, además eso depende mucho de la contextura de la mujer, la alimentación, la genética y mil factores más –advirtió la médico- Pero si tienes muchas dudas podemos hacer pruebas para que te quedes más tranquila ¿Verdad, Mel?

-Por supuesto –respondió el ojiverde con dificultad.

Para el heredero Demon resultaba totalmente un sueño ver a su madre con vida ¿Acaso era un sueño? ¿O su muerte fue una pesadilla y recién despertaba? No sabía la respuesta a sus interrogantes. Pero estaba decidido a no preguntar nada, sentía miedo de que su pregunta cambiara en algo lo que estaba viviendo.

-¿Llegaron todos? –preguntó el rubio.

-Sí, ustedes son los últimos –reprochó la adulta.

-Lo siento, he estado distraído hoy, mamá –se disculpó con el gesto de un niño que hace una travesura.

-¡Vamos! Mira horneó cosas deliciosas que me muero por probar –exclamó Elise llena de ilusión.

Cuando ingresaron a la sala, los ojos del rubio casi se desorbitaron, allí presentes había algunas personas que jamás creyó convivirían juntas sin matarse; Nerobasta Goddess, Baltra Liones, Ludociel Seraph y su padre hablaban animadamente mientras sostenían copas en sus manos. Mael, Zeldris y Ban bromeaban animadamente. Liz acariciaba la prominente barriga de una embarazadísima Gelda mientras conversaban. Solo por mencionar algunos.

A pesar de que todo aquello resultaba una visión totalmente absurda, Meliodas se mantuvo callado, porque dentro de sí tenía el inexplicable miedo de que si abría la boca para formular cualquier pregunta lógica, a su parecer, rompería aquella dimensión extraña donde su madre estaba con vida.

Durante una hora convivieron animadamente los unos con los otros, cosa que la lógica mente de Meliodas no alcanzaba a explicar y con cada interacción que observaba más sentía que su mandíbula se desencajaría en cualquier momento. Nerobasta bromeando con Damián. Zeldris y Tarmiel hablando civilizadamente, y eso que se odiaban a muerte. Mael saludándolo como si fueran amigos de toda la vida. Elizabeth siendo recibida con un afectuoso abrazo por parte de su padre. ¿Qué demonios estaba pasando allí?

-¡Capi! –gritó Ban colgándose sobre sus hombros.

-¿Qué sucede zorro? –preguntó con una sonrisa.

-¿Querrás decir que sucede contigo? ¡Has estado callado y apartado toda la noche! –acusó.

-¡Oh! Yo... -intentó elaborar una excusa para su mutismo.

-No deberías molestarlo, Hudson –intervino el menor de los herederos Seraph.

-¿A qué te refieres, Sariel? –cuestionó el ojicarmesí descaradamente.

-Probablemente tuvo una pelea con su esposa y está pensando en cómo solucionarlo. Es lo único que te aguaría una fiesta ¿Verdad, Demon? –especuló Sariel.

-¿De qué hablas? –murmuró Meliodas confundido.

-¿Acaso peleo con Elizabeth, capi? –se sumó Ban.

El rubio no alcanzó a elucubrar ninguna respuesta porque el sonido tintineante de una copa de cristal llamó la atención de los presentes.

-Estimados invitados, la cena está servida, pasemos al comedor –invitó la voz autoritaria de Damián.

Los presentes se movieron por grupos familiares en dirección al amplio comedor, primero los Demon junto a sus respectivas parejas, tras ellos la matriarca Goddess junto a Baltra y el resto del grupo Liones, tras estos los Edinburgh y Seraph, luego Gowther y Nadja, seguidos de Ban, sus hermanos y Elaine, siguieron los Fairy, Megadozer y por último la pequeña estirpe Camelot, Belialuin y Danafor. En el comedor Mirana daba instrucciones a los meseros a medida que abandonaban la cocina con carritos y bandejas llenos de diversos manjares, pero junto a ella permanecía un alto hombre rubio de ojos azules, acompañándola como una discreta sombra.

-¡Mira, por favor ven a sentarte! Ellos saben que hacer –"regañó" Elise.

-Lise tiene razón, Mirana. Vengan a sentarse –secundó Damián.

Meliodas observó como el hombre junto a la albina apartaba la silla que seguía a la de su madre para que su nana se sentara y una vez ella estuvo sentada, él tomo asiento a su lado, dedicándole una amorosa sonrisa.

Los platillos fueron servidos mientras el heredero Demon se esforzaba por desenmarañar aquella dinámica extraña. Mas fue la voz de su madre lo que lo apartó se sus cavilaciones.

-Es un placer tenerlos a todos aquí esta noche. ¡Un sueño hecho realidad! Convivir con toda la familia, agradezco que me concedieran el capricho de celebrar juntos las festividades –argumentó la emocionada rubia- En esta maravillosa noche, me gustaría agradecer por los lazos que nos han unido, grandes o pequeños, es una dicha que el destino me enlazara a personas tan maravillosas como ustedes.

Al terminar las emotivas palabras de la matriarca Demon, Damián pronunció un discurso más formal para sus invitados y declaró el inicio de la cena, los comensales rápidamente retomaron sus conversaciones con los más cercanos según su posición en la mesa que estratégicamente crearon Mirana y Elise haciendo un amplio cuadrado con cuatro mesas largas, de modo que todos pudieran verse la cara y conversar cómodamente. Hecho insólito para un grupo de al menos cincuenta personas.

-Lástima que no vinieron tu sobrino y cuñada, Mira –comentó Elise.

-Este año Rowan lo pasará con su familia materna –respondió la albina antes de llevarse una cucharada de crema de verduras a la boca.

-Ese muchacho es muy agradable –acotó Damián.

-Le alegrará saber que tiene tu buena opinión, Demon –intervino el rubio junto a Mirana.

-Su novia es una jovencita muy dulce –se sumó Elizabeth.

-¡Definitivamente! –convino Elise.

-¿Y al pequeño Mel como lo trata el matrimonio? –indagó con cordialidad el rubio ojiazul sin nombre.

-¡Giotto! –exclamó Mirana.

-Yo no te pregunté cómo te fue a ti con mi nana ¿Verdad, Vongola? –pronunció Meliodas; aunque su mente no entendiera de donde salieron esas palabras, ya que, según él, no conocía al rubio junto a Mirana y mucho menos sabía que este era la pareja de ella.

-No te avergüences, Meliodas. El primer año de casado siempre es abrumador, pero si no te apetece hablar de ello, no volveré a preguntar  -concedió el ojiazul con amabilidad.

-No le prestes mucha atención a mi hermano, Zio Gio –intervino Zeldris en italiano- Parece que hoy anda con el humor de alguien a quien le metieron un palo por el culo –bromeó.

-¡Zeldris Demon! –exclamó Mirana- ¡Recuerda que no eres el único en la mesa que habla italiano! –regañó.

Los presentes se rieron ante el escandalizado rostro de Mirana y la expresión de vergüenza que puso el Demon menor en cuanto Elise le preguntó a su amiga por lo que había dicho su hijo y le reprendió por ello.

Meliodas continuó comiendo en silencio, observando calculadoramente algunas acciones a su alrededor, como: la expresión de profundo amor con la que Giotto miraba a su nana, la sonrisa cariñosa que Mirana dedicaba a su marido de vez en cuando pero que no expresaba un amor tan grande como el de él por ella, los coqueteos de Mael y Lizzette, Orlondi guiñándole el ojo discretamente a Sariel y como al segundo se le ponía la frente azul por el gesto. Pero entre todas las particularidades, había una en la que siempre se centraba, quisiera o no, el dorado anillo en su anular izquierdo, que le causaba ambigüedad en sus emociones.

La cena llegaba a su fin y esta vez fue la voz de Nerobasta la que reclamó la atención de los presentes.
-Me gustaría decir algo –dijo la pelirosada levantándose de su asiento- Damián Demon, eres un repelente de primera categoría y no te soporto ni un poquito, tu actitud condescendiente y superior me hizo odiarte desde la primera vez que te vi. Pero, a pesar de que en antaño fuiste mi peor enemigo, siempre supe admirar la grandeza de tus capacidades y hoy, mientras estamos aquí reunidos, me doy cuenta de que solo un imbécil genio como tú y tu talentosa esposa, pudieron engendrar el único hombre digno de mi hija –pausó un momento- Y brindo y agradezco porque estos hijos nuestros se unieran, ellos harán más grande nuestro legado.

Todos en la mesa quedaron mudos por las palabras de la pelirosa, en especial Damián, quien mantenía en su rostro una graciosa expresión que denotaba su confusión y el esfuerzo que hacía por no reírse a carcajada limpia.

-¿Ahm? ¿Gracias? ¿Creo? –comentó el confundido patriarca.

-Decidido ¡No más alcohol para mi mamá! –gritó Elizabeth provocando una oleada de risas en los comensales.

-Creo que eso es lo más lindo que Nerobasta dirá alguna vez de ti, cariño –argumentó Elise entre risas.

-¡A mí también me gustaría decir algo! –exclamó Ban.

-¡Por Dios! ¡Que alguien lo calle! –advirtió Zeldris mientras se burlaba.

-¡Silencio, víbora venenosa! –dijo Ban- Esto es serio. Me gustaría brindar por la salud de los Demon y Mirana, porque fueron ellos quienes me adoptaron junto a mis hermanos cuando no teníamos una familia a la cual pertenecer, en aquel momento en que nuestros padres faltaron nos protegieron de esa manada de lobos que tengo por parientes, le ofrecieron a estos exiliados una nueva patria, un nuevo hogar. Muchas gracias –vociferó el ojicarmesí con su copa alzada.

-¡Salud! –exclamaron los hermanos menores del empresario hotelero.

Con las palabras de Ban, los ojos de Mirana y Elise se anegaron en lágrimas, viendo con emoción como aquellos desafortunados niños, cuyas almas vacías tocaron un día a la puerta de la mansión porque sus familiares directos pensaban utilizarlos para vaciar los fondos de los difuntos Zhivago y Bárbara Hudson, habían alcanzado nuevamente la felicidad en la adultez.

-Maldito zorro –masculló Meliodas antes de levantarse de su lugar en la mesa.

Meliodas se paró junto a su alocado mejor amigo y le propinó un potente puñetazo en el abdomen ante la mirada perpleja de los presentes, claro exceptuando algunas personas que conocían de sobra el carácter del rubio hacia el peliblanco. Lo siguiente fue que el ojiverde aprovecho que el alto albino se encorvó para sujetarlo del cuello y friccionar fuertemente los nudillos izquierdos contra la cabeza ajena.

-No se agradece por eso –dictaminó Meliodas al soltar a su amigo- Eres mi hermano de otra madre y el futuro padrino de mi hijo, por ti acabaría con medio Japón, payaso. Nishishi –concluyó con una resplandeciente sonrisa.

Ante las palabras del rubio todos voltearon a ver a Zeldris, esperando una protesta por parte de este por lo escuchado anteriormente.

-¿Qué me miran? –preguntó confuso.

-Zel, querido... -murmuró Elise esperando los reclamos del hombre joven.

-No voy a decir nada. Ya lo sabía –afirmó- El oxigenado y yo lo hablamos cuando supimos que Elizabeth tendría un niño, Ban sería el padrino si fuera niño y yo si era niña, igual que Mérida –explicó sonriente mientras acariciaba el abultado vientre de su amada.

El ambiente se relajó con el argumento del menor de los Demon, pero la renda de palabras sensibles no podía terminar allí, solo que el siguiente discursante fue el más inesperado.

-Quiero ser el siguiente en la iniciativa –habló Gowther levantándose de su asiento.

-Adelante, querido – animó Elise.

-Gracias, tía. Bueno, esto no es fácil para mí, pero creo que es momento de ser honesto.

-¡Oh por Dios la cabra saldrá del closet! –bromeó Ban inapropiadamente.

El pelimagenta lo miró con censura.

-Continuo. Pasé muchos años de mi vida extrañando festividades tan cálidas como las que organizaba mi difunta madre para mí, ni el orfanato lleno de niños fue la mitad de reconfortante que las festividades pasadas con los Demon, aun antes de saber que efectivamente éramos parientes. Igual que con Ban me dieron un hogar al cual llamar como tal. Tía Elise me abrazó con el cariño que mi madre no podía proveerme y la señora Mirana me orientó en la oscuridad de mi mente adolescente. Y por ello, por la amistad del capitán y el respaldo del señor Demon debo dar gracias –finalizó alzando su copa, invitando a un brindis.

Los presentes bebieron de sus copas en medio de la emotividad. Algunos comentaron otras cosas sobre los Demon u otro asistente a la cena, pero la mayoría fueron anécdotas jocosas que invitaban a la felicidad de los comensales.

Pronto el tiempo en la mesa concluyó y los invitados fueron movilizados al salón, donde continuaron disfrutando de la charla amena, bromas y el buen vino mientras esperaban la llegada del año nuevo. Luego de un rato conversando, Meliodas se levantó de su lugar y se acercó a uno de los amplios ventanales de la estancia, removía distraídamente su copa cuando dos presencias tras él reclamaron su atención.

-¿Qué le pasa esta noche capitán? –pregunto su amigo de poblado bigote.

-No soy yo mismo esta noche, Escanor –admitió con un pesado suspiro.

-¿Todo bien en casa? –intervino Merlín intentando sonar discreta.

-¡Sí! ¡Definitivamente sí! –aseguró rotundamente- Ellie y yo estamos bien, honestamente estoy feliz... Mas feliz de lo que he estado nunca –admitió.

-¿Entonces que lo perturba? –preguntó la azabache.

-No estoy seguro, supongo que verlos a todos reunidos. Convivir con los Seraph, que Nerobasta y mi padre no formaran la tercera guerra mundial al compartir la mesa, Elizabeth embarazada... -susurró lo ultimo.

-¿Acaso está asustado de ser padre? –cuestionó Escanor.

-¡Escanor! –regañó Merlín.

-Querida, creo que soy el mas adecuado para aconsejar al capitán en este momento –opinó el castaño rojizo- ¿Nos concedes unos minutos?

La azabache suspiró.

-Bien, pero no te pases –advirtió antes de volver con las demás damas.

-León, no es necesario.

-Meliodas –suspiró el hombre de gafas- ¿Sabías que soy adoptado?

-¿Ah?... Bueno sí, he escuchado algunas cosas al respecto –contestó confuso.

-Bien. No tengo una trágica historia en el orfanato, tuve algunos amigos en aquel entonces, las cuidadoras no eran especialmente estrictas o algo parecido. Pero siempre que se acercaban las fiestas deseaba estar sentado en la mesa con unas personas que me aportaran un lazo más sólido que el de aquellas personas –confesó- Llámame ingrato, pero ese era mi deseo a Santa Claus.

-¿A dónde vas con esto?

-Capitán, ahora en mi adultez desearía haber apreciado esa experiencia, haber agradecido a tiempo a las personas que me brindaban su calidez a pesar de que no era lo que deseaba en ese momento, ver las cosas desde una óptica más positiva –argumentó- Recuerdo que una vez me dijiste que el matrimonio no era lo tuyo, y te advertí que no le quitaras el tiempo a la señorita Elizabeth, pero te confieso que jamás te vi más feliz que el día de tu boda.

»No sé qué esté pasando por su cabeza en este instante, si es miedo o confusión ante su panorama, pero le aconsejo que lo disfrute plenamente, para que en el futuro no se arrepienta de que hubo algo que pudo hacer mejor.

La mirada del rubio se posó en la gruesa alianza dorada en su anular izquierdo, en su pecho se asentó una sensación de profunda ternura. Observó a Elizabeth riendo con las otras mujeres de la habitación y se sintió completo, solido. La incertidumbre que normalmente guiaba su vida personal no estaba allí. Sonrió.

-Gracias, Escanor –comentó palmeando la espalda del más alto- Aunque tenga dudas o esté aterrado, me esforzaré.

-¡Ese es mi capitán!

Ambos volvieron al centro de la reunión donde se acoplaron animadamente a la experiencia, aun contra el torbellino de dudas que bullía en la mente de Meliodas.

Las horas del año viejo se extinguieron en un despliegue de fuegos artificiales que iluminaron el cielo nocturno. Todos los presentes, abrigados en gruesas prendas invernales observaban con admiración las luces de colores que daban la bienvenida a un nuevo año. Allí en el patio de los Demon cubierto por la nieve, los espectadores se abrazaron, brindaron y algunos se besaron, dichosos de ver el nacimiento de un nuevo año lleno de oportunidades.

Tras algunas horas de la madrugada, los invitados se fueron retirando a sus hogares, dejando en la amplia casa a los miembros más cercanos del clan Demon. Finalmente los familiares subieron a sus habitaciones para descansar a eso de las cuatro de la madrugada, pero aunque el cansancio estaba presente en Meliodas, no logró conciliar el sueño.

Irritado, el rubio se levantó de la cama matrimonial, asegurándose de que su esposa quedaba bien cubierta con las mantas, tomó un albornoz y bajó las escaleras hasta la sala, pretendía ir a la cocina en busca de un vaso de leche tibia, pero su recorrido se vio interrumpido por la presencia de su rubia madre frente al brillante piano negro.

-¿Mamá? ¿Qué haces despierta? –inquirió.

-Mel... -susurró Elise- Ven, acompáñame –invitó extendiendo una mano en su dirección.

Madre e hijo se sentaron en el taburete acolchado del instrumento, las manos de la mayor pronto recorrieron las marfileñas teclas expulsando una bella tonada del instrumento, una composición que el rubio se sabía desde la infancia, por lo que no se cortó en acompañarla. Ambos pares de manos vagaban por las teclas con habilidad y elegancia, sacando discretas risas a los intérpretes. Finalizada la pieza, Elise habló.

-¿Qué te pareció la noche, Mel?

-Maravillosa, mamá. Una fiesta como ninguna otra, solo tú tienes el don para hacer funcionar una reunión así –halagó el rubio menor.

-¿A qué te refieres, hijo?

-Ya sabes, papá es un huraño si no estás, Nerobasta y él antes no podían verse ni en pintura, y ni mencionar a Tarmiel y Mael respecto a mí y Zeldris –bromeó.

-Hijo, eso no fue por mí –aseguró.

-¿De qué hablas?

-Veras, todo esto, fue gracias a ti. Tu condujiste a tus amigos a formar parte de esta familia, luego trajiste a Elizabeth y juntos lucharon mucho por desaparecer las cosas absurdas que nos separaban –acotó- Esto es un logro tuyo, tuyo y de Ellie. Ambos tienen el gran poder de mover los corazones de las personas.

-No es así, sin ti apoyándome, Elizabeth y yo no estaríamos casados. Papá no lo habría aceptado –concluyó.

-Meliodas, tu padre no es un ogro –regañó- Testarudo como ninguno, sí, pero no es una persona irracional, le cuesta admitir más que a los demás que está en un error, mas no es una persona inaccesible, eso deberías saberlo, lo has torcido a tu voluntad desde que naciste –bromeó.

-Entonces hablas de un padre que no conozco –intentó bromear, pero su madre lo miró con reproche.

-¿Quiere decir que nunca enfrentarías a tu padre aun si de eso dependiera tu relación con Elizabeth? –indagó.

-Mamá, eso no va a pasar, estamos casados y tendremos un hijo pronto –argumentó huyendo de la pregunta.

-Hijo. Sabes tan bien como yo... Que esto es un sueño –dictaminó.

En cuanto Elise pronunció aquellas palabras la oscuridad se tragó todo a su alrededor, y solo quedaron su madre y él frente al piano.

-¿Q-que? –preguntó con la voz estrangulada como si tuviera un ataque de pánico.

-Mi niño –murmuró Elise conmovida y abrazando fuertemente a su hijo comenzó a cantar.

El dulce canto de Elise, redujo a Meliodas a un niño que despertaba de una pesadilla y que llorando buscaba consuelo en el regazo de su madre.

-Mel, aunque esto fuera un sueño, es uno muy real, está a tu alcance. Aunque yo no esté, tú y Elizabeth pueden mover los corazones de las personas, pero deben permanecer juntos, tendrán ayuda invaluable aun sin mí –razonó la adulta hablando bajo al oído de su primogénito.

-No, mamá, nada es lo mismo sin ti. ¡No parecemos una familia! Solo Mirana puede que a veces parezcamos una –lloró amargamente en el pecho de Elise- Tengo miedo, aunque quisiera, hay cosas que no van de la mano, yo, yo...

-Sshh –siseó la adulta haciendo que Meliodas la mirara- Pequeño mío, mi príncipe, tienes toda la ayuda que necesitas. No temas, toma la que quieras del mundo, así como te lo enseño tu padre. No estoy físicamente, pero siempre estoy contigo –dijo con total seguridad- Camina seguro, como un Demon, como Meliodas Demon. Orgulloso y firme, tus genes lo dictan, llevas el nombre de un rey, pero para ser uno debes ser el mejor.

Una puerta se materializó en la negrura mientras Elise hablaba.

-Debes irte –comentó Elise viendo la puerta.

-Prométeme que nunca me dejaras solo –rogó con la voz quebrada.

-Mi bebé, nunca estas solo.

La puerta se abrió y tras ella una luz cegadora se visualizó, la voz de Elizabeth llamándolo se escuchó fuerte y claro entre la oscuridad.

-Esa chica me agrada mucho –comentó la rubia con una sonrisa.

Más voces se escucharon desde la puerta: Zeldris y el resto de los pecados capitales, las amigas de Ellie, su padre, los diez mandamientos y otras voces aun sin conocer. Llamándolo. Una silueta baja se recortó en la luz, parecía una niña de largos cabellos. Pronto la silueta se acercó hasta Meliodas y una vez junto a él le tomó de la mano.

La pequeña no parecía tener más de siete años, era delgada, de cara angelical, enormes ojos azules y larga cabellera blanca. Por un segundo, Meliodas creyó que era Elizabeth, pero la niña habló antes de que pudiera preguntárselo.

-¡Vamos, hermano mayor Meliodas! –dijo la infante con una voz que podría ser descrita como campanillas de viento.

-Ve con ella, Mel –dijo Elise.

El rubio volteo a ver a su madre y ella besó su mejilla. La menor haló la mano del ojiverde, obligándolo a levantarse. Sin saber porque, Meliodas se dejó llevar por la pequeña hasta la puerta, antes de atravesarla volteo a ver a su progenitora, triste por la idea de dejarla en la oscuridad, pero Elise ya no estaba sentada en el lúgubre piano, todo lo contrario estaba bajo un peral repleto de frutos apetitosos, rodeada por un colorido campo de flores, ataviada en un hermoso vestido blanco de holanes, con alas a su espalda. Elise agitó la mano en señal de despedida, él le devolvió el gesto con su mano libre y regresó la vista al frente.

-Vamos, A... -la niña lo halo sin dejarlo terminar.

La luz cegó los orbes esmeralda, que se abrieron lentamente para acostumbrarse a la iluminación. Pronto captó el panorama de Milán tintándose con los colores del crepúsculo. Se sobó los ojos para despejarse.

-Gracias, mamá –dijo Meliodas al cielo.

★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★

¡Feliz año nuevo, mis pastelitos!

Les traigo a destiempo un especial totalmente espontáneo con temática de la fiestas.

Saluditos con mucho amor a todas estas bellas personitas, en especial a la primera persona jazz2304 por ser la primera en votar en e capitulo anterior y  todos aquellos resaltados en verde, que según mi estadística son los nuevos en la historia !Bienvenidos! 

Les dejo este capítulo de pistas y revelaciones. A los mas perspicaces les prepararé un obsequio, espero sus respuestas al privado.
Una pista son cuatro detalles escondidos a plena vista en la redacción,  solo deben interpretarlos correctamente.

¡GO!

Un recordatorio, los espero por Facebook en la página llamada Mia Reader's donde les doy muchos datos ineditos y los hago parte del proceso creativo. Nos vemos antes del estreno de la temporada 4.

Besos y abrazos.
Mia_Gnzlz.

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