24._ Beautiful liar

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-Ya, Ellie. Trata de tranquilizarte, mi niña –consoló la mujer de largos cabellos blancos.

-E-es que... -la platinada no alcanzó a argumentar nada porque una nueva oleada de lágrimas bajó de sus ojos.

La mente de Elizabeth no había estado tranquila desde que el viernes el semanario Blondas's publicó un malicioso y extenso artículo sobre el supuesto romance entre Meliodas y Lizzette Danafor. Qué aunque ella sabía de sobra que aquello no eran más que mentiras y fotografías sacadas de contexto, desde su pelea con Nerobasta estaba emocionalmente vulnerable, no era fácil abandonar una relación abusiva, mucho menos una con tu madre, por mucho que ella llevara planeando el momento de su emancipación. Por otra parte, Meliodas también había sumado su grano de arena al montón que amenazaba con aplastar a Elizabeth, el sábado también su novio fue blanco de los reportes de chismorreos japoneses, a pesar de su no discusión respecto a Liz, el rubio volvió a ser visto tomado del brazo de la pelirroja el viernes por la noche al concluir la segunda jornada de la semana de la moda. Lo que destrozó a la platinada novia a kilómetros de distancia.

-¿Segura que no quieres hablar con él al respecto? –sugirió la albina.

-Mira, él es un hombre, no un niño y cuando se dé cuenta de lo que está pasando sabrá perfectamente que tiene que corregir su comportamiento –razonó Elizabeth con la cara enrojecida por el llanto.

-Podría llamarlo... -dijo la peliblanca sutilmente.

-No. –dictaminó Elizabeth- Esperaré a que llegue como dije ayer que haríamos y a algo tendremos que llegar. No digo que se separe de Liz como si fuera la plaga, pero que al menos intente ser más distante con ella... ¡Mira esto! –exclamó mostrándole a Mirana por doceava vez la foto en la que Liz tenía el rostro muy cerca del de Meliodas- ¡Parece que se besaron! Juro que si no conociera lo perniciosa que puede ser la prensa, vuelo a Italia a formarle la discusión del siglo.

La adulta solo alcanzó a acariciar con cariño los cabellos de la joven mujer frente a ella. Mirana la entendía, ella misma había rabiado un par de veces por las mentiras de la prensa, amar a un hombre influyente no era fácil y mucho menos desde las sombras.

-¡Diosas! ¡Estoy tan celosa! ¡No puedo creerlo! –exclamó Elizabeth con ira- ¡Yo! ¡Celosa! ¡Muchos hombres hacen fila por mí! Nunca amé a ninguno, preferí descartar el amor antes de pasar por algo como esto ¿Quién lo diría? Elizabeth Goddess Liones, la feminista empedernida, la que juró no caer en el amor... Celosa y enamorada hasta las trancas de una persona que debió odiar –dramatizó burlándose amargamente de sí misma, con las lágrimas bajando por sus enrojecidos ojos.

-¿Se arrepiente? –preguntó Mirana seriamente.

Elizabeth ante la pregunta formulada con formalidad, levantó el rostro del regazo de la albina y la miró fijamente a los ojos, aquellos pozos azules parecidos a los suyos, que le devolvían la mirada con una chispa de tristeza oculta tras ellos.

-No. En absoluto. Meliodas es lo mejor que me ha pasado –admitió con tristeza- Solo estoy enojada –razonó limpiándose las lágrimas con los dedos- Quisiera ir y arrancar a Liz de su lado, ser yo la que esté en ese ojo de huracán junto a él y luego burlarnos de lo simples y codiciosos que pueden ser los reporteros al especular de la vida de alguien más. ¡Reírnos de ello a carcajada limpia mientras estamos desnudos en la cama! –exclamó con amargura.

»Pero... No podemos... -susurró- En algo tuvo razón mi mamá... El señor Demon jamás nos aceptará, tendré que siempre ser otra persona frente al público, Meliodas no puede ir del brazo con Elizabeth Goddess... -monologaba mientras más lagrimas bajaban por sus mejillas- ¡Diosas! No...No podré convertirme en su esp... -el cálido y fuerte abrazó de Mirana la silenció.

-Ellie –susurró- El destino no está escrito en piedra –consoló- Diga lo que diga Nerobasta, no es cierto. Conozco a Meliodas, el luchará contra viento y marea por ti, no hay amenaza sobre su cabeza que pueda detenerlo de estar junto a ti, lo prometo... Yo ayudé a criar a ese oxigenado, y te puedo prometer que Elise y yo no criamos un cobarde –argumentó sonriendo maternalmente para la joven dama.

-¡Mira! –exclamó la platinada lanzándose a llorar nuevamente sobre el regazo de la mayor, prometiéndose que esas serían las ultimas lágrimas que derramaría por algo absurdo. Pronto todo se terminaría, Meliodas regresaría en unos días y volverían a su casa en la playa, su hogar.

En lo que Elizabeth y Mirana vivían aquel intenso momento, Meliodas recién se levantaba, cansado a niveles estratosféricos e irritado, la noche anterior, por petición de su padre, había tenido que acompañar nuevamente a Liz a la gran pasarela de la semana de la moda, porque según Damián allí estaría determinado pez gordo del mundo financiero Europeo, con quien era provechoso entablar relaciones y así se vio la noche del viernes siendo fotografiado desde múltiples ángulos en la alfombra roja con Lizzette tomada de su brazo, apenas seis horas después de que Elizabeth lo confrontara por videollamada con las fotos del semanario Blonda's en mano.

Y con esa línea de pensamientos, llegó a la conclusión de que las fotos tomadas la noche pasada ya deberían estar en manos de su novia. Por lo que al recordar la fría expresión de Elizabeth cuando le explicó su versión de los hechos tras esas imágenes, sintió la necesidad de llamarla inmediatamente.

Con teléfono en mano, Meliodas marcó insistentemente, al menos una docena de veces, el número de su amada, siempre con el mismo resultado, la llamada luego de mucho esperar era enviada a buzón de mensajes. Frustrado, marcó a Mirana, aunque no estaba muy ansioso de ventilar aún más sus problemas amorosos a su adorada nana, porque estaba seguro de que si algo pasaba con Elizabeth, la albina lo sabría.

-Hola Mel –saludó la mayor con tono tranquilo.

-Oye, Mira... -pausó para inhalar profundo- ¿Estás con Elizabeth? –preguntó luego de un largo suspiro.

-Claro, Mel. Pero por el momento ella no se siente bien –informó directa.

Aquellas palabras destrozaron a Meliodas, ya que Mirana jamás le mentía y su elección de palabras fue precisa, no dijo: "Elizabeth está enferma" o "Esta ocupada", ese "No se siente bien" involucraba directamente el plano emocional y sabía que él era el culpable.

-¿Sigues allí? –preguntó la albina ante su mutismo.

-Eh, sí...Sí, aquí estoy –tartamudeó el rubio- Mira ¿Crees que quiera hablar ahora? –indagó nervioso mientras se halaba fuertemente algunos mechones de cabello por la frustración.

-Meliodas, por el momento no creo que sea conveniente –sugirió.

-Ella no quiere hablarme... -susurró dándose cuenta de la verdad entre las palabras cuidadosamente seleccionadas por Mirana- Yoo... Mira, escucha. Voy a darle espacio a Elizabeth, unas horas, tengo una estúpida salida social con los vejestorios estos, dile que la llamaré más tarde, asegúrale que quiero y necesito escucharla, lo que sea que tenga para decirme estará bien... -inhaló profundamente antes de continuar- Y no quiero que esto suene a coacción, pero... Olvídalo –pidió, descartando su anterior línea de pensamientos- Nana, te la encargo y lamento que tengas que siempre limpiar los estropicios en mi vida –se despidió con voz apagada.

En Japón al otro lado de la línea, Mirana colgó y miró a la platinada junto a ella.

-¿Le escuchaste? –preguntó la albina.

Elizabeth solo asintió y bajó el rostro, no era que no quisiera enfrentar a su novio, lo que sucedía es que dentro de ella albergaba un deseo egoísta, algo que no podía pedirle a su amado y sabía que su estado emocional no le permitiría sostener una conversación civilizada con Meliodas, lo que la llevaría a gritarle su petición, y ella no sabría precisamente como sentirse en caso de que él cumpliera o no su capricho, pero fuera cual fuera la respuesta del heredero, cada aproximación de los eventos en su cabeza terminaba mal.

De vuelta en Italia, Meliodas en un estado más parecido a la tristeza que a la ira, con la cual tenía experiencia, asistió a la salida social programada con los indecisos nuevos "socios", a quienes tenia deseos de sacar respuestas concretas a los golpes, se unían o él mismo los aplastaba financieramente, fuera lo que fuere ambas opciones le permitirían regresar inmediatamente con su amada, que era lo único que le importaba en ese momento.

-¡Te juro que estoy a punto de simplemente desestimar cualquier tipo de negocio! –gritó Meliodas mientras sostenía su celular contra su oído izquierdo- ¡Con razón no pudieron mantener su negocio a flote, son una pandilla de ineptos! De verdad que me lo pregunto, padre ¿Por qué siquiera estamos persiguiendo este  trato? –cuestionó a su progenitor al otro lado de la línea.

-Tranquilízate, hijo –aconsejó el adulto en tono calmo- Recuerda que más se consigue jugando la jugada larga –recordó Damián con voz solemne- Quizás sus directivos no sean una buena adición a nuestro personal, pero la marca en cuestión es buena y nos permite anclarnos más fuerte en el comercio Europeo.

-Lo entiendo, padre. Solo estoy un poco frustrado –razonó sujetándose el tabique nasal entre el dedo índice y pulgar- Tengo que dejarte, llegué al club deportivo donde veré a esas ratas asustadizas –informó con tranquilidad, excepto por el tono despectivo usado al final.

Aquel sorprendente trato medianamente respetuoso entre Meliodas y Damián solo se daba cuando hablaban de decisiones financieras en las que ambos tenían el mismo punto de vista, solo de esa manera eran capaces de vivir una relación padre e hijo aparentemente sana. Ya qué, Meliodas respetaba al exitoso empresario que era su padre y Damián estaba orgulloso del pupilo que había criado en su prodigioso hijo. Pero, más allá de eso, la relación entre ambos parientes era una reacción de dinamita y fuego, siempre con resultados explosivos dado el liberalismo en la personalidad del rubio en contraste de la formalidad y comportamiento arcaico implícito en Damián.

Era por esto que Damián creía que todas sus intervenciones en la vida personal de Meliodas eran acertadas, no quería que el duro trabajo del hijo prodigo se viera lanzado a la basura, y eso es lo que creía Damián que sucedería si no modulaba, por los medios que fueran, el carácter indómito de Meliodas.

Meliodas bajó del vehículo que lo transportaba en cuanto uno de sus guardaespaldas le abrió la puerta, entregó su celular a su asistente, quien siempre lo seguía de cerca. Preparado para una mañana aburrida ingresó con paso seguro al club deportivo, donde una recepcionista se apresuró a intentar hablarle, tal vez porque lo reconoció o porque le pareció atractivo, en cualquier caso, el joven asistente se encargó de explicarle la presencia de su jefe en el establecimiento. La eficiente empleada pronto les otorgó gafetes de visitante al rubio y sus empleados, seguidamente les informó que las personas con quienes se reuniría Meliodas estaban esperándolo.

Guiados por un joven uniformado con las prendas distintivas de los funcionarios del club llegaron a una cafetería abierta al aire libre que tenía vistas a la piscina olímpica del lugar. Rápidamente, Meliodas fue rodeado por los hombres mayores que se asociarían con Demon Enterprises.

-Buen día, joven Demon –habló uno de los tres hombres presentes en inglés.

-Buenos días –saludó el rubio con tranquilidad en el mismo idioma- ¿Esperamos al Ceo Russo?

-Antes de eso, joven Meliodas ¿Ya desayunó? El expresso servido aquí es una delicia –comentó otro de los mayores, uno con gafas.

-Ya tomé algo en el hotel –explicó con una sonrisa- ¿Y qué pensaban practicar hoy? –cuestionó el ojiverde fingiendo una amable sonrisa.

-Pensamos que sería divertido realizar algunos swing con usted –habló el hombre rubio que había permanecido en silencio.

La frente de Meliodas se coloreó de azul, aquella palabra le causó un escalofrió, ya que era obvio que le estaban diciendo que pasaría toda la mañana en un agotador y aburrido juego de golf. No es que él fuera malo o no supiera jugar, más bien era uno de los deportes más increíblemente aburridos que había tenido la desdicha de practicar, y muy a su pesar era una costumbre ineludible en los empresarios ricos, casi un cliché.

-Lástima que no traje mi propio equipo al viaje, no me sentiré cómodo con un deslucido juego de palos del club –intentó librarse.

-Imaginamos que no traía su propio equipamiento y que era posible que se sintiera incomodo usando los genéricos del establecimiento –intervino el hombre castaño del principio- Por lo que nos tomamos el atrevimiento de comunicarnos con su padre para que nos dijera sus requerimientos y así que le trajimos este humilde obsequio.

¿Humilde obsequio? Los muy malditos le estaban regalando una colección de palos de golf de alta gama con mangos ortopédicos, todos en una costosísima bolsa deportiva de cuero italiano negro, personalizada con su logotipo personal y el de la empresa Demon, y justo debajo de ambas imágenes estaba su nombre en una pulcra caligrafía cursiva. Aquello no era un obsequio, era un soborno para que no los mandara al demonio.

Meliodas tuvo que respirar profundamente un par de veces para no gritarles la primera grosería que se le viniera a la cabeza en su tosco y oxidado italiano. Esbozando una sonrisa y fingiendo agradecimiento, siguió a los empresarios hasta el lugar donde lo esperaban cuatro asistentes y tres carritos en los que se desplazarían.

-¡Excelente tiro, joven Meliodas! –alabó el hombre de gafas viendo lo lejos que había llegado la pequeña pelota tras el limpio tiro del rubio.

-Gracias... -susurró al extender su mano en dirección de su asistente, quien rápidamente le pasó la toalla que él mismo llevó para la ocasión.

Habían pasado cerca de tres horas y apenas iban por el séptimo hoyo, aunque lo impresionante no eran los prolijos tiros del más joven en el grupo, sino su voluntad para no moler a golpes a sus acompañantes cada vez que hablaban de alguna estupidez insípida, por ejemplo, "En nuestros tiempos los profesores de economía eran hombres muy viejos y barbudos ¿Tuvo usted algún profesor de esa naturaleza, joven Meliodas?".

Al terminar los tiros de cada quien, volvieron a subir a los carritos para acercarse al lugar donde las pelotas habían llegado. En el trayecto, Meliodas le pidió a su asistente un lugar donde escribir un recordatorio, que le pidió agregar a su agenda.

Nuevamente con los pies en la hierba, el primer jugador realizó su movimiento y le siguió Meliodas.

El rubio miraba fijamente la pelota y luego la distancia hasta la bandera del hoyo, planeando su movimiento concienzudamente, todo con la finalidad de avanzar aquel suplicio lo más rápido posible.

-Tu esposa es una mujer muy dedicada, te envidio –dijo el empresario rubio a uno de sus amigos.

-¿Tiene usted a alguien especial, joven Meliodas? –preguntó el castaño al rubio.

Las mejillas de Meliodas se tiñeron de un leve rosa y la vergüenza lo llevó a ejecutar su tiro de manera descontrolada, por lo que la pelota terminó en un foso de arena. La imagen de la platinada ocupó toda la mente del ojiverde, por lo que no pudo elaborar una ingeniosa respuesta que desviara el tema.

-Sí, mi fidanzata* se llama Elizabeth -respondió honestamente haciendo uso de la palabra en italiano con la que se había referido a Elizabeth frente a los dependientes el día en que compró el smoking.  

-No sabía que estaba usted comprometido –alegó el rubio.

-¿Qué? –cuestionó incrédulo- Sí, sí. En  efecto –remedió comprendiendo su error- Es algo reciente y aun no es filtrado a la prensa –mintió en un intento de que aquella información quedara entre ellos- Apenas se lo propuse antes de venir de viaje, no he tenido tiempo de comentárselo a mi padre, pensábamos hacerlo cuando él regresara a casa –argumentó tejiendo una mentira más grande.

-¡Oh! ¡Es una gran noticia! Deberíamos celebrarlo –intervino el empresario rubio- Honestamente me siento un poco culpable por saberlo antes que su padre, pero es tradición que los hombres brinden por la próxima unión –propuso.

-Es una lástima que el CEO Russo se pierda de esta oportunidad –se lamentó el hombre de gafas.

-Podríamos llamarlo, me he preguntado por él durante un rato –incentivó Meliodas.

-Mis disculpas, joven Demon. Pero nuestro presidente va estar imposibilitado de cerrar los tratos por una circunstancia de salud en uno de sus hijos, que fue llevado a quirófano ayer de emergencia –explicó temeroso el empresario castaño.

-Es eso así... -susurró Meliodas, esforzándose monumentalmente por contener su arrebato de ira- Es una lástima –comentó fingiendo estar apenado.

-Lamentamos que tenga que alargar su estadía por este hecho, pero solo serán algunos días, el jueves es probable que culminemos todo el proceso –advirtió el directivo rubio.

-Planee mi ausencia de Japón por una semana a lo mucho, no puedo dejar mi puesto demasiado tiempo –dictaminó Meliodas.

-Joven Meliodas, una de las cláusulas del contrato es la revisión personal de las instalaciones al concluir las negociaciones para la fusión –recordó el hombre castaño.

-Gracias por recordármelo, últimamente tengo mucho en que pensar, je je je –comentó Meliodas.

El ojiverde buscó con la mirada a su asistente y este al encontrar sus ojos con los de su jefe, recordó la nota que este le entregó: "Sí te busco con la mirada, invéntate lo que sea y sácame de aquí".

-No se preocupe, a todos nos pasa –consoló el hombre rubio.

El empresario apenas había concluido esa oración cuando un aparentemente nervioso asistente se acercó a Meliodas y le habló en un atropellado inglés.

-Se-señor Demon. Tenemos un inconveniente, en Japón requieren su presencia en una video conferencia, parece ser que algo no salió bien, los de la mesa directiva demandan su presencia –informó el joven con seriedad.

-¿Qué pasa con Zeldris? –siguió el hilo de la mentira.

-Pu-pues... -tartamudeó nervioso, pero la mirada severa de su jefe le afloró las agallas- Fue él quien solicitó su presencia –aseguró.

-Bien –dijo con una sonrisa de medio lado- Lo siento, caballeros. Pero demandan mi presencia en el trabajo –informó a sus acompañantes fingiendo pena.

-¿En sábado? –cuestionó el empresario rubio con los nervios rompiendo su fachada de supuesta tranquilidad.

-Sí, debe ser algo importante si están convocándome a estas horas –dijo mirando su reloj de muñeca.

-Pudiera tomar la llamada desde una sala de conferencias en el club –sugirió el castaño.

-No estoy seguro cuanto pueda tomar y todo lo que necesito está en mi computadora en la habitación de hotel –argumentó- De verdad es una pena, estaba divirtiéndome. 

¡Cuán mentiroso era!

Una habilidad desarrollada con los años, resultaba útil en el mundo empresarial. "Nunca muestres tus verdaderas cartas hasta que veas la partida ganada, Meliodas" fue lo que le enseñó Damián Demon a su primogénito.

Meliodas y su equipo se despidieron de los hombres mayores, al subir al carrito el rubio se permitió apretar los puños hasta encajarse las cortas uñas en sus palmas. Otra discusión se avecinaba entre él y Elizabeth. Cuando el carrito se detuvo frente a la arquitectura del club, fueron recibidos por otros empleados que les ofrecían bebidas frías, pero ni jefe o empleados se detuvieron, salvo en la recepción para devolver sus pases de visitantes.

De vuelta en la camioneta negra, Meliodas llamó a su asistente.

-¿Señor? –dijo el joven.

-Buen trabajo, te pagaré extra por esto –dictaminó el rubio- Pasemos por una farmacia, necesito algo fuerte para la migraña que tengo, me despiertas cuando lleguemos al hotel –ordenó antes de acomodarse en el asiento trasero y cerrar los ojos, para intentar aplacar la sensación molesta que le taladraba las sienes.

Mientras el equipo del primogénito Demon se alejaba del club deportivo, los nuevos inversores habían regresado a la edificación principal para hacer una importante llamada. Que fue contestada a miles de kilómetros de distancia, en China.

-Demon –dijo Damián en italiano al contestar la llamada de sus nuevos socios en Italia.

-Señor Demon, su hijo se retiró antes por una eventualidad –informó el hombre al otro lado de la línea.

-Gracias por decirme, Russo –comentó con severidad.

-Señor, él dijo que se retiró por un problema en la compañía ¿Es eso cierto? –preguntó la voz masculina.

-Seguramente fue una excusa, y aunque no lo fuera, la fusión ya está hecha, aun cuando mi imperio quiebre recibirán los mismos dividendos hasta que sus herederos tomen sus puestos –recordó- Pero ¿Eso no pasará, o sí? –ironizó con burla.

-La empresa Demon es tan fuerte que solo una nueva guerra mundial podría desplomarla –razonó el hombre.

-Exactamente... -convino complacido- Me alegro que estén tomando la actitud Demon. Por cierto ¿Qué le dijeron a Meliodas para que tuviera que quedarse? –indagó el azabache.

-Un mentira sobre una operación a uno de mis hijos, por lo que me ausentaré de las reuniones que establezcan los demás con él –informó.

-Bien, no me importa lo que le digan, reténganlo en Italia unos días mas y de ser posible ocupen todo el tiempo que tenga libre de compromisos presenciales –solicitó o más bien ordenó.

-Como usted solicite, señor Demon. 

-Serán recompensados por ello –aseguró antes de colgar la llamada.

-Ahora solo resta que Liz siga haciendo su parte –murmuró para sí mismo mientras veía las diversas revistas de chismes con su hijo y Liz como protagonistas.

Habían pasado casi cinco horas desde que Meliodas había llamado a su novia, siendo ignorado por esta. Pero luego de un corto descanso y dos analgésicos, Meliodas estaba determinado a hacer explotar el teléfono de su amada hasta que ella le contestara, lo que no se esperó fue que ella contestara casi inmediatamente.

-Hola cariño –saludó la dulce voz de la fémina.

-Ho-hola preciosa –saludó- ¿Podemos vernos por video? –preguntó con la voz de un niño regañado.

Elizabeth quien ya se había preparado para aquella petición, rápidamente aceptó. Lo que no se esperó fue el primer comentario que recibió del rubio.

-Estuviste llorando –aseguró el ojiverde.

-¿D-de que hablas, Mel? –intentó mentir.

-Elizabeth, te conozco. Tienes la mirada opaca y no importa cuánto maquillaje uses no puedes cubrir tus lagrimales irritados –advirtió.

-E-es por el delineador.

-Ellie, no insistas en verme la cara de idiota. La idiotez la finjo muy bien, pero soy bastante astuto y observador –razonó- Habla conmigo, cariño. 

-Yo... Mel –la voz de ella se quebró- Es tan difícil ver todas esas cosas, no quiero molestarte con estas tonterías, pero...

-Somos un desastre por separado ¿Verdad?

-Completamente –aceptó con las lágrimas corriendo por sus mejillas deteriorando el acabado mate de la base sobre su rostro.

-La próxima vez vendrás conmigo –propuso o más bien ordenó.

-Estaría encantada –comentó.

-Un par de pelucas, dos vestidos y de lo demás que necesites me encargó yo. Así que más te vale mantener en casa una maleta de viaje sorpresa, siempre lista en el armario. Nishishi –bromeó.

La mención a ocultar su identidad entristeció a la chica, aun con las palabras de su madre frescas en su memoria, pero trató de disimular.

-Eso haré.

-Las cosas respecto a Liz se han salido de control, intentaré mantener esto a raya en cuanto vuelva –consoló.

-Honestamente... En cuanto te tenga junto a mí, nada sobre Liz me importará –razonó esbozando una sonrisa sincera- Ya estoy contando las horas para que llegue martes y abordes el jet –dijo con buen humor.

La sonrisa de Meliodas se oscureció.

-Sobre eso, cariño. No voy a volver hasta el próximo sábado, llegaré el domingo por la noche si no hay más retrasos –contó con pena.

-¿¡Qué!? –gritó Elizabeth

La platinada comenzó a gritar cosas en un idioma desconocido de pronunciación tosca. Por lo que Meliodas intuyó que eran las palabrotas en ruso que su novia una vez le mencionó. Tal fue el escándalo que Mirana entró a la habitación y le habló en el mismo idioma, para sorpresa de Meliodas, pero al comprender que Elizabeth no entendía fluidamente aquel dialecto, miró por la habitación y los orbes azules conectaron con los suyos, por lo que sacó a Elizabeth del alcance de la cámara.

Casi diez minutos después, a punto de darse por vencido y colgar, Elizabeth volvió. El rostro de ella lucia rojizo y con los ojos más irritados, con una voz tan rota que le partió el corazón a Meliodas ella le habló.

-Meliodas. Voy a colgar, deberías ir a almorzar... -susurró.

-Ellie, no... Entiende, es... -ella lo interrumpió.

-Trabajo, lo sé. Y entiendo, mira, es difícil para mí afrontar que estas lejos, más aun envuelto en todos los últimos escándalos, sin que yo pueda hacer nada para refutarlo. Entiendo que no puedes deshacerte de Liz, los amigos no se cambian y botan como zapatos viejos, no te pediría algo como eso –pausó en lo que inhalaba profundamente- La noticia me ha caído de sorpresa, estoy irritada e irracional. Es la primera vez que estoy enamorada y todo esto es nuevo para mí... Prefiero cortar –Meliodas sintió sus ojos humedecerse- ¿Mel? ¿Me escuchas? –preguntó al ver que el hombre tenía la mirada ida.

-¿Ah? Disculpa, yo... ¿Qué decías? –susurró con la voz estrangulada, sintiendo un horrible nudo en la garganta.

-Decía que prefiero cortar la llamada antes de que diga algo que te haga daño solo por estar enojada con las circunstancias –razonó.

Meliodas volvió a respirar.

-No quiero... Pero respeto y comprendo lo que dices, tal vez una noche de sueño es lo que necesitemos para serenarnos un poco y aclarar lo que vamos a hacer para solucionar esto –argumentó.

-Eres el mejor, rubio –dijo ella con una pequeña sonrisa- Te amo.

-También te amo, preciosa –correspondió él.

Una vez colgada la llamada, Meliodas se levantó del sofá que ocupaba y caminó como zombie hasta la enorme cama, y abrazándose a una almohada dejó escapar todo lo que sintió en el ínfimo lapso de tiempo que creyó que Elizabeth lo dejaría. Las calientes lagrimas manaron de sus ojos mientras abrazaba el mullido objeto, sintió ganas de gritar, solo para deshacerse del molesto y horrible peso que sentía en su pecho.

-No eres la única, Ellie –susurró contra la almohada- También es mi primera vez.

El domingo por la mañana Mirana dejó el desayuno hecho para Ellie, junto a una nota en la que le avisaba que saldría un rato. Al salir del edificio paró un taxi y le indicó la dirección a la que debía llevarla. Minutos después, la albina bajó en una zona urbana de edificios bajos y locales comerciales pequeños, rápidamente se apresuró hasta el edificio que indicaba el mensaje de su rubio amigo.

La edificación era modesta y no tenía ascensor, constaba de unos tres pisos de oficinas en los cuales había varios consultorios médicos y jurídicos, pero ella se dirigió al tercer piso, la última puerta, una que tenía pulcras letras negras en el vidrio que decían: "Maes Hughes. Investigador privado". Mirana tocó y a los pocos minutos la puerta le fue abierta.

-Señor Hughes, supongo que me reconoce –dijo la albina a modo de saludo para el hombre con gafas.

El cigarrillo que él fumaba cayó de sus labios y ella lo pisó antes de que este causara un incendio al quemar la alfombra.

-Debería dejar estas cosas, son peligrosas –comentó ella como quien habla con un viejo amigo, lo que aterró a Maes- ¿Va a dejarme pasar? –preguntó con amabilidad al ver que el hombre seguía ocupando todo el espacio de la puerta.

Maes se retiró lentamente, dándole espacio a la ojiazul para que entrara, ella ni corta ni perezosa, rápidamente tomo asiento en las sillas dispuestas frente al escritorio. El azabache la observó anonadado por unos segundos, hasta que decidió cerrar la puerta y averiguar el motivo tras la presencia de Mirana Arelian en su despacho.  Él tomo asiento en su silla giratoria y enfrentó a la dama con la mirada.

-Usted dirá ¿En qué puedo servirla?

-Iré al grano, quiero toda la información que ha filtrado a Damián –dictaminó.

-Lo siento, eso es imposible, solo mis empleadores tienen acceso a esa información –negó el azabache.

-Bien... -ella se levantó.

Hughes la miró sorprendido, incrédulo de que sus simples palabras la desmotivaran. Pero la albina no se fue, ella colocó ambas manos sobre la madera del escritorio y miró al detective desde arriba.

-Pongámoslo de esta manera; nuestro italiano amigo le ha pagado una cifra probablemente exorbitante para que usted sea un doble agente al trabajar para Damián. Ese amigo, movió el cielo y el infierno para proteger mi información personal que estaba siendo buscada por métodos oscuros ¿Acaso usted cree que él y yo no estamos en el mismo bando? ¿Recuerda que falló al hackear mi computadora y yo le di acceso remoto? –pausó- Tomando en cuenta lo anterior ¿Qué le hace creer que yo no soy también su empleadora? Un hombre como nuestro amigo no hace eso por cualquier mujer –argumentó triunfalmente.

La cara del azabache le hizo saber que ella había ganado aquel enfrentamiento, por lo que volvió a sentarse en lo que el hombre reconectaba sus circuitos tras su no amenaza. Casi cinco minutos después, Hughes dirigió su mano al teléfono celular que descansaba sobre el escritorio, tras desbloquearlo seleccionó el chat que mantenía con Damián Demon y se lo mostró.

Durante largos minutos, Mirana leyó en silencio hasta que le devolvió el dispositivo a su dueño.

-Otra pregunta... -pausó como si pensara en lo siguiente que diría, pero sus ojos fríos y calculadores denotaban que solo estaba siendo teatral- ¿Qué es lo que sabe Damián de mí?

-Lo que usted leyó –Maes respondió esquivamente.

-Prefiero que usted me lo cuente –solicitó con amabilidad.

-Que su esposo o pareja esta probablemente muerto, sobre su hijo sabe lo básico, la información de este también está siendo protegida por nuestro amigo –ella asintió- Los lugares en los que estudió y una corta lista de habilidades y destrezas. Nada más.

-Última pregunta. ¿Qué es lo que usted sabe?

-En realidad, solo sé que todo lo que dicen los informes que he enviado al señor Demon sean posiblemente mentiras –razonó.

-Uhm... Bueno. Eso es todo. Pero aquí entre nosotros, mi nombre sí es Mirana y solo tienen la información mezclada –explicó sonriente mientras se levantaba.

Tan intempestivamente como apareció, ella se fue. Pronto la albina estuvo fuera del edificio, sonriendo, divertida por las cosas que tal vez estaba pensando Damián al ver las ultimas fotos que le enviaron.

Justo en ese momento, en China. Damián miraba por millonésima vez las últimas fotografías que le envió el investigador privado. Varias del niño albino en diferentes etapas de su vida, tan parecido a ella, que era imposible que no fueran madre e hijo. Pero las que más le causaban acidez en el estómago eran las de él, ese hombre de cabellos grisáceos o blancuzcos cuyo nombre desconocía, al menos quince fotos tenía en su poder, él comiendo helado, él bebiendo café, él semi-desnudo en la cama, él junto a ella espalda con espalda viéndose las manos en las que portaban alianzas de matrimonio. Siempre él.

Damián ya no pensaba en ponerle nombre a lo que sentía, solo sabía que se sentía roto, un sentimiento con el cual ya estaba familiarizado, lo vivió cuando Elise murió. Y a pesar de todo lo que sabía, si en algún momento Mirana le negaba aquello que era claro a sus ojos, él confiaría en ella, por eso a pesar de descubrir todas las mentiras tras ella no la había despedido. Ellos la necesitaban. Él la necesitaba.

Cuando Mirana regresó al departamento de Elizabeth, encontró a la platinada escribiendo ágilmente en su computadora portátil, ella estaba tan concentrada que no notó a la albina hasta que esta se sentó a su lado en el sofá.

-¿Qué haces? –preguntó la mayor.

-Actualizo mi curriculum –informó.

-Pero dijiste que buscarías empleo luego de tomarte un tiempo de descanso –recordó Mirana.

-Sí, pero lo peor que puedo tener en este momento es una mente ociosa –razonó Elizabeth- Ocuparé mi tiempo proactivamente para no detenerme a creer las idioteces de Blonda's o mi madre –contó.

-Me parece un buen plan –dijo la albina leyendo brevemente lo que ponía la pantalla de la laptop- ¡Oye! Te faltó algo allí –murmuró.

-¿Qué? ¿Dónde? –preguntó nerviosa.

-Allí; en habilidades –respondió señalando dicho renglón- Olvidaste poner, insultar en ruso como habilidad –bromeó.

Elizabeth empezó a reír a carcajada limpia, para luego pegarle a la albina con un cojín en la cara.

-¡Eres increíble! –exclamó Elizabeth.

-Lo sé –comentó la mayor con una sonrisa de orgullo.

-¡Definitivamente tu criaste a ese rubio payaso! –acusó.

-¡Me declaro culpable, su señoría! –aceptó sonriente.

Luego de un par de comentarios más, Mirana preguntó:

-¿Qué tipo de puesto planeas obtener?

-Tengo experiencia en marketing, además del departamento de finanzas. Supongo que algo relacionado con eso. Asesor de publicidad o Asistente contable, no importa mucho ya que tengo mucho dinero guardado de cuando trabajé en Goddess –explicó- Tanto como para iniciar un negocio propio, comprar una pequeña empresa o vivir de ello una larga temporada modestamente.

-¿Y porque no lo haces? –indagó Mirana.

-En las dos primeras opciones invertiría gran parte de mi capital, mi madre lo sabe, por lo que intentará derribarme con todo lo que tiene, obviamente mi negocio caerá bajo su influencia, al haber perdido tanto dinero ella cree que eventualmente recurriré a ella –razonó- La tercera opción no es para mí, soy algo inquieta –confesó con las mejillas arreboladas.

-Tú y Mel definitivamente están hechos el uno para el otro –acotó la albina con una sonrisa maternal.

Media hora después, mientras la albina y platinada realizaban los preparativos para el almuerzo, Mirana, con las mejillas rojas, cuestionó.

-Ellie... ¿Qué sabes sobre bienes raíces?

-No mucho... ¿Por qué?

-Supongo que no tiene sentido, esperaré a que Mel vuelva –murmuró la mayor.

-Vamos... ¡Dime! Yo no sé mucho, pero Gelda sí. Anda... Confía en mí –alentó.

-Quiero comprar un departamento, voy a mudarme de la casa Demon –explicó determinada.

-Pe-pero...

-Ellie, una vez me dijiste: "Deberías construir tu propia vida". No es que no me sienta necesaria, pero estoy segura que hay algo más que puedo hacer con mi vida a solo sobreproteger a Meliodas y Zeldris –razonó.

-Mira –llamó Elizabeth.

En cuanto la albina volteó, la más joven le abrazó fuertemente.

-Te apoyo. Y sé que ellos también lo harán, les costará al principio pero ellos te aman y quieres lo mejor para ti.

La mayor lloró largos minutos en los brazos de Elizabeth.

-No puedo seguir allí, atada a él –susurró de forma criptica, y Elizabeth no lo supo interpretar.

★★★★★★★★★★★★★★★★★★

¡Feliz segundo miércoles de Nanatsu no taizai! 

Nishishi, logré publicar.
Me siento orgullosa.

El rincon de referencias y cultura de Mía-sama: 

Fidanzata: en el capitulo anterior Meliodas presentó a Elizabeth como su prometida, en realidad nuestro torpe rubio usó esta palabra del idioma italiano para referirse a Elizabeth, pero como él no habla este idioma con fluidez se le olvidó que esta palabra se refiere a una mujer que es tu pareja estable o prometida, de allí la situación en la que se mete el rubio por hablar en idiomas que no domina. 

Al fin puedo traerles los créditos, recuerden la persona en amarillo es el halagado del capitulo por ser el primero o primera en votar en el capitulo pasado, por lo tanto se le dedica el nuevo capitulo. Los resaltados en verdes son los nuevos lectores (según mi estadística y memoria). Y por supuesto no se olvida a los fantasmistas que tienen su merecida caricatura.

Muchas gracias a todos por estar aquí.
Los leo en los comentarios.
Besos y abrazos.
Mía_Gnzlz

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