26._ La guitarra de Lolo.

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-Pensé que solo tenías un hermano menor, mi chupasangre –bromeó el azabache.

Zeldris miró con escepticismo al ex novio de Gelda, ese “ataque” lo había escuchado mil veces en el pasado y nunca le creó complejo, más bien se burlaba de quienes creían que su exigua estatura le resultaba un complejo, por lo que etiquetó al patán frente a él, como un idiota de proporciones del monte Fuji.

La verdad era que, Zeldris conocía perfectamente que era mucho más hombre que otros caballeros que lo superaban en altura, y quien mejor lo sabía era Gelda.

-En realidad, es mi novio –aseguró Gelda con una sonrisa altanera.

-No sabía que te iban los niños de secundaria ahora –se burló Axel.

-Que la altura no te engañe, amigo –dijo el ojiverde entonando con desagrado la última palabra- Si nos guiáramos por eso, tú estarías pisando los cincuenta –bromeó Zeldris con una sonrisa de medio lado.

-Sé que está de moda que los jovencitos busquen una pareja mayor para que los termine de criar, pero nunca creí que la gran Gelda Edinburgh caería en eso –comentó Axel con sarcasmo- Si el viejo Izraf tenía problemas conmigo ¡No me imagino como debe estar con este novio de bolsillo!

Con el último comentario Zeldris tuvo que apretar el agarre en la cadera de su rubia novia, que estaba a punto de ir a desfigurar a Axel a cachetadas. Los ojos verdes del menor observaron de refilón al individuo frente a ellos.

-¿Quieres mi numero? Ya sabes, en caso de que el niño no llene el guante –comentó Axel pervertidamente, escaneando todo el cuerpo de la rubia, especialmente los voluptuosos senos entre los que Zeldris lucia TAN cómodo.

El cuerpo de Gelda temblaba de la rabia, por lo que Zeldris decidió calmarla. El aliento caliente en el cuello de la rubia le hizo apartar la mirada de Axel.

-¿Zel? –susurró ella.

-Muñeca –murmuró el ojiverde sosteniendo el mentón de su amada entre el pulgar e índice de su mano libre- ¿Por qué mejor no vas a ver los estantes que escogí? –inquirió con una sonrisa tranquilizadora.

-¿Estas…?

Zeldris miró los ojos de su amada con determinación y ella entendió. El ojiverde le dio su celular a la rubia y le indicó el pasillo en que vio las estanterías que le gustaron. Gelda besó los labios de su novio y se alejó de aquel sitio.

-Bien, ya que Gelda se fue, no tengo porque seguir aquí –murmuró Axel antes de empezar a avanzar por el pasillo.

-¿Era necesario decir todas esas asquerosidades? –indagó Zeldris con seriedad.

Axel miró fijamente a quien él creía un niño.

-Mira niño, hazte un favor y no metas la nariz en este asunto. Ella está fuera de tu liga…

-Yo diría que eres tú quien está fuera de la liga de ella, eres un don nadie que tuvo la muy buena suerte de salir con la primogénita de los Edinburgh –argumentó Zeldris con sorna.

-Pertenecemos a la misma liga ¿Acaso no sabes quién soy? –cuestionó el más alto con aires de grandeza.

-Un jugador de videojuegos –dictaminó Zeldris.

-El mejor jugador de Mortal Kombat profesional del mundo –aseguró Axel.

-¿Sabes quiénes son los Edinburgh? –cuestionó el ojiverde ignorando deliberadamente la altivez ajena.

-¿Acaso quieres darme clases sobre la familia de mi ex? –preguntó sarcásticamente- Yo sé más de ella que tú, niño. Yo fui su primer novio oficial, su primer hombre, la acompañé a muchos eventos de la elite de este país –se jactó- Dudo mucho que tú llegaras más lejos que yo, y aunque así fuera eres el segundo del ranking, el primero en perder.

Lo que Zeldris perdió, fueron los estribos. Un gancho al estómago y seguido de un brutal puñetazo a la quijada fue lo que dejó a Axel de rodillas ante el más bajo.

-Los Edinburgh provienen de una antigua familia Europea; su sangre se remonta a grandes casas nobles de Liechtenstein. Izraf Edinburgh y sus hijos se han codeado con la realeza desde antes de que tu sostuvieras un mando de Play Station –comentó Zeldris- Entonces ¿Qué es lo que te hace creer que tú estás en su liga?  -cuestionó mirando desde arriba al joven hombre de rodillas.

»Jactarte de haber sido su primer hombre, constata el hecho de que eres una cucaracha en comparación con los Edinburgh –expresó tomando a Axel de cuello.

-¿Y qué te hace creer que tú si estas a la altura? –inquirió el jugador con voz ahogada- ¡Para el viejo Izraf no hay nadie a la altura de su princesa! ¡Sí solo la hubiera visto como gemía mi nombre cuando me la estaba cogiendo! –se burló aun cuando se encontraba en una situación de desventaja.

La furia fría de Zeldris empezó a caldearse, aquel comentario tan grafico le provocó esbozar una tétrica sonrisa, mostrándole a Axel una expresión digna de un Demon: ojos verdes apagados que casi pasaban por negros y una curva altanera en sus labios. Lo siguiente que se escuchó por toda la tienda fue un gran estruendo.

Zeldris se acercó con paso de depredador hasta el azabache que estaba recargado precariamente contra una estantería de hierro que exhibía sillas de escritorio. Adolorido, Axel intentaba incorporarse en el sitio al que Zeldris lo había lanzado.

-Creo que eres tú quien no entiende. Déjame ponértelo de la siguiente manera, si para los Edinburgh eres una cucaracha, frente a mi eres un parasito microscópico, digamos, una pulga de agua –razonó con una sonrisa siniestra- Es curioso, un profesional de juegos de lucha que no puede ni empuñar su mano –se burló.

Al lugar se acercó una dependienta que al ver la situación gritó aterrada.

-Se-señor, no podemos permitir ese comportamiento aquí –informó la asustada trabajadora- Me temo que le tendré que pedir que se retire.

Zeldris observó con sus ojos oscuros a la muchacha, respiró hondo y llevó su derecha al bolsillo trasero de sus jeans. La trabajadora tembló, temiendo lo peor. El segundo hijo de la casa Demon sacó su billetera del compartimento de sus jeans, de donde extrajo una tarjeta de crédito de color negro, que lanzó a los pies de la aterrorizada joven.

-Señorita, es mejor que no interfiera. Puedo comprar hasta su contrato laboral si quiero –razonó Zeldris- Cargue todo lo que se rompa a esa tarjeta, pero desaparezca de mi vista –dictaminó –¡Ahora!- exigió al ver a la empleada que permanecía petrificada en su sitio.

Y la trabajadora huyó, dejando la tarjeta de crédito en el suelo.

-¿Qui-quien demonios eres tú? –cuestionó Axel.

-Acabas de responderte tú mismo, un demonio –se burló el ojiverde- Tú si debes saber quién soy, pero como no reconoces mi rostro, me presento: mi nombre es Demon Zeldris –dijo cruzándose de brazos con una sonrisa de superioridad absoluta.

»Sí con mi nombre no te basta, puedo adelantarte que lo que dice Wikipedia sobre mí es bastante acertado –bromeó- Aunque yo tú, no me creería lo que dicen de mi instrumental, exageran a veces. Por lo que no tienes que preocuparte por el guante, aprieta un poco, pero está bien para mí –advirtió con repulsividad usando el mismo lenguaje que Axel usó para referirse a su amada.

El azabache de ojos verdes se acercó hasta el adolorido hombre a sus pies y le propinó una patada en la cara tan fuerte que Axel escupió uno de sus incisivos.

-¡Yagh! –pronunció Zeldris con asco- Ahora tengo tu saliva y sangre en mi deportivas, mal día para estrenar zapatos –comentó como quien habla del clima.

¡Zeldris! –exclamó una voz femenina a las espaldas del ojiverde.

Mirana y Elizabeth se habían acercado al menor de los Demon esquivando a las pocas personas curiosas que se habían acercado a observar.

-¿Qué haces? –cuestionó la albina al azabache.

La platinada miró al hombre a los pies de su cuñado y al identificarlo le vio con asco.

-¡Ellie! –llamó Axel- ¡Ayúdame por favor! Este hombre está loco.

Elizabeth posó su mirada azul en Mirana y colocó su mano en el hombro ajeno.

-Es Axel –informó a la albina.

Mirana miró con desprecio al hombre sangrante del suelo.

-¡Ellie! –volvió a llamar el jugador.

Zeldris miró a la platinada, esperando por alguna palabra de ella a favor del agonizante tipo.

-Zel… Por mí, mátalo –dictaminó la platinada- Pero antes… -murmuró acercándose al desvalido Axel, una vez frente a él este la miró con agradecimiento, ella sonrió y le propinó una fuerte patada en los testículos.

-¡Ellie! ¡Por Dios! –exclamó el adolorido hombre.

-Tienes suerte que mi hermano no esté aquí –habló Zeldris en voz alta y clara- Él te rompería cada hueso del cuerpo por tutear a su novia, él acabaría con tu carrera al romperte una a una las falanges –dijo volviendo a patear al hombre que estaba hecho un ovillo.

»Yo soy más compasivo y te daré una oportunidad –comentó con tranquilidad- Pero, si vuelves a acercarte a Gelda o a cualquiera de su familia, me encargaré de hundir tu patética carrera. De ahora en adelante tienes prohibido siquiera pensar en ella –amenazó- Sabré si intentas contactarla, así que no te lo recomendaría.

Zeldris dio la espalda al adolorido hombre, dejándolo en un estado lamentable frente a los pocos clientes que había en la tienda y varios de los trabajadores de allí. Cuando los ojos verdes del menor se conectaron con los de su nana esta le dio un asentimiento y lo dejó ir.

Cinco minutos después dos docenas de guardaespaldas privados de la familia Demon ingresaron en la tienda y confiscaron los celulares de los tontos espectadores que creyeron que podrían cargar algún video de lo sucedido a internet. Una hora pasó y ninguna evidencia fotográfica o de video quedó ni en las cámaras de seguridad de la tienda, los pocos daños fueron pagados, las compras de Mirana canceladas y Axel enviado en ambulancia directo a urgencias donde tendría que pasar por quirófano, mínimo para reparar el diente que le rompió Zeldris.

En el viaje de regreso al recién adquirido departamento, Mirana iba muy feliz parloteando mientras le mostraba una y otra vez el video de la “hazaña heroica” de Zeldris a la novia de este. ¿Creyeron que el video se perdió para siempre? No, Mirana nunca deja pasar una oportunidad para agrandar su biblioteca digital de los momentos épicos de sus no-hijos.

El azabache tenía las mejillas sumamente rojas debido a la continua repetición del video mientras él manejaba, escuchando una y otra vez sus monólogos mientras le propinaba una paliza al irritante ex novio de Gelda.

-¡Debería enviárselo a Mel! –exclamó la albina.

Zeldris frenó repentinamente.

-¡NO! –gritó el azabache.

Mientras en Japón, Zeldris y su trio de damas conflictivas la pasaban bien; en China, la situación no era tan animada para Damián, algunos detalles no estaban marchando como deberían, por lo que el estrés y cansancio estaban socavando al patriarca.

El agotado empresario apenas había logrado dormir desde que el viernes por la noche empezaron a llover las malas noticias, no era algo tan grave, ese tipo de cosas sucedían todo el tiempo antes del lanzamiento de cualquier serie de productos, el problema radicaba en que él no se sentía en control.

Damián tenía la mente dispersa, por un lado estaba con sus planes de quebrar la relación de su hijo mayor, por otro tenía el asunto de la posible mudanza de Mirana y por ultimo tenía su demandante trabajo, normalmente podría solucionar eso y más, pero las largas noches de desvelo y borracheras pensando en la albina que tenía por empleada, le empezaban a pasar factura.

Y como si el mundo quisiera verlo destruido, le envió una nueva carga de la cual preocuparse. El celular del atareado adulto sonó, el identificador de llamadas solo mostraba una “G” como único dato, usualmente el patriarca Demon no contestaba ese tipo de llamadas, pero en esa ocasión lo hizo:

-Demon –“saludó”.

-Hola papá Demon –saludó una burlona voz masculina con un peculiar acento a la hora de hablar en japonés- Lo siento, chiste privado –se disculpó risueño- Un gusto saludarlo, señor Demon. Seguramente me recordará, hace no mucho le hice llegar una carta. 

-¿Quién eres? –exigió el azabache al entender con quien hablaba.
-¿Puedo llamarle Damián? –cuestionó la cordial voz pero nunca recibió respuesta- Bien, Damián. Supongo que entenderá el motivo de mi llamada. Usted no hizo caso de mi advertencia.

-Yo no atiendo amenazas vacías –declaró el ojiverde.

-Y comparto su opinión, un hombre poderoso como usted no puede poner la rodilla en la tierra cada que un extraño intente amedrentarlo –argumentó el hombre desconocido- Pero mis palabras no fueron amenazas vacías, fue una cortesía. Verá, la señorita Arelian es una prioridad en mi vida, entenderá, que eso incluye protegerla, y por motivos que no le interesan, ella desea mantener cierta información de su vida bajo llave. Y yo, como un buen caballero me complazco en concederle cada absurdo deseo que esa esplendida mujer tenga.

Mientras el desconocido más hablaba, el empresario más apretaba los puños por la irritación causada por el remilgado vocabulario de su interlocutor.

-Vaya al grano o colgaré –advirtió Damián.

-Como guste. Le advertí que no investigara a Mirana o la sacaría de su alcance –dijo la masculina y seria voz- No me interesa como se meta o arruine la vida de sus hijos. Por mí, bien puede destruir su relación padre hijos como le venga en gana. Pero siempre que sus planes involucren a esa mujer, me involucran.

-Ella es mi empleada, si la investigo o no es mi asunto, es mi derecho conocer quien trabaja en mi casa –argumentó el ojiverde.

-Como usted dice, ella es su empleada. Pero Mirana llegó a su hogar a través de la difunta Elise Demon y fue a ella a quien Mira confió su historia. Y aun luego de saberla, su esposa la dejó permanecer en su hogar y criar a sus hijos –argumentó el desconocido- ¿Qué planea Demon? Han pasado muchos años y jamás dudó de ella ¿Acaso los celos lo consumen? ¿Acaso es la culpa? –inquirió con malicia- ¿Por qué Mirana ha permanecido bajo su yugo aun cuando ella no lo necesita? ¿Por qué no la ha dejado libre? Ella ha intentado irse antes y usted la ha detenido.

-¿Quién le ha concedido el derecho de nombrar a mi esposa? –cuestionó Damián enfadado- Además, nada de lo que pregunta le incumbe.

-Me incumbe –aseguró el extraño- Esa mujer que ha consagrado su vida a su familia es el tesoro más grande que poseo…

-Desde que era una chiquilla de diecisiete años ha vivido bajo mi techo, en lo que a mí respecta, jamás ha podido poseerla –le cortó Damián.

-Usted no sabe nada –contestó con burla en la voz- Mirana es una flor de la adversidad que no merece estar en manos de un indeciso e incapaz como usted –insultó.

-¡Suficiente! Ya he tenido demasiada cortesía con solo contestar su llamada –dijo el irritado ojiverde- Más le vale no volverme a molestar.

-No se preocupe, yo cumplo mi palabra. La compra del departamento es el principio, cuando menos se lo espere Mirana estará fuera de su alcance –comentó el desconocido antes de colgar.

El celular terminó estampado contra una pared de la lujosa oficina. Pero aunque el aparato que lo irritó yacía en el suelo hecho trizas, las palabras que aquel desconocido pronunció ya se habían convertido en veneno para la mente de Damián.

La cabeza del mayor se llenó de planes. Tenía algunas cosas en mente que podían encausar las circunstancias a su favor, pero antes de poner todo aquello en marcha, necesitaría un nuevo smartphone.

Los celos hacen que la gente haga estupideces.

En otro continente, un rubio se carcajeaba mientras hablaba por teléfono.

-¡Tienes que verlo, Ban! –exclamó Meliodas- Zeldris estaba que lo mataba, no creo haber visto a mi hermanito tan enojado en la vida –se burló.

-¡Pues deja de hablar y envíame el puñetero video! –reclamó el peliblanco de voz cantarina- No puedo creer que la víbora se fuera a los puños con un ex de Gelda.

-El desgraciado no encontraba que hacer, era obvio que provocaba a Zeldris –continuó su relato al poner el celular en altavoz- Y cuando vio a Mirana y Elizabeth, casi se le desencaja la mandíbula. Me habría gustado que algún subtitulo mágico apareciera para saber que pensó en ese momento, nishishi –bromeó mientras buscaba en su teléfono el video que le envió su nana para reenviárselo a su mejor amigo.

-El desgraciado seguramente estaba impresionado de ver que Zeldris tenía a esos monumentos con él. Admitámoslo, tu mamá junto a Elizabeth y Gelda impresionan a quien sea –explicó jocoso.

-Te encantará cuando veas su cara desfigurarse luego de creer que Ellie lo iba a ayudar –informó- Listo, está enviándose –advirtió Meliodas al cerrar el chat de WhatsApp.

-Nuestra pequeña víbora ya es un hombrecito –comentó Ban fingiendo llorar de orgullo.

-Sabes que Zel escupe veneno a la mínima provocación, pero jamás lo vi irse a los puños tan en serio.

-¡Llegó! –exclamó Ban- Déjame que lo veo desde el WhatsApp Web para no tener que colgar. 

Luego de media hora, los mejores amigos continuaban bromeando sobre el video de Zeldris.

-¡De verdad que Zeldris se lució! Estaba que echaba fuego –admitió Ban- Aunque no es para menos, si algo de esa naturaleza llega a pasarme con Elaine el tipo no llega consiente a urgencias.

-Dímelo a mí, en mi caso no llega vivo. Zeldris tiene razón al decirle que tuvo suerte de que yo no estuviera cerca –admitió el rubio- Hablando de la hadita… ¿Cómo van las cosas con Elaine? ¿Está cerca de ti para saludarla? –cuestionó cambiando de tema.

-Estamos pasando por un pequeño bache –confesó el ojicarmesí.

-¿Qué sucedió? –indagó Meliodas.

-¿Sabías que todo lo que alguna vez recibiste se carga diariamente al servicio de nube automáticamente? –cuestionó.

-Sí –respondió con obviedad- ¿Pero que tiene eso…?

-¡Pues yo no! –gritó enojado- Elaine quería ver más fotos de mis hermanos y le di mi celular, ella entró a la nube y vio una viejas fotos de Jericho y mías…

-¿Ella cree que tú las guardaste?

-¡No! Lo curioso es que le expliqué y ella me creyó, el asunto es que… Las fotos eran algo gráficas –admitió con pesar.

-¿Está molesta con eso? ¡Pero es agua pasada! A veces no entiendo a las mujeres.

-En realidad es otra cosa. Tú sabes cómo me gusta jugar.

Meliodas rápidamente recordó las primeras investigaciones que hizo junto a su amigo respecto al mundo del sadomasoquismo, ambos aprendieron de ese mundo juntos, asistiendo a una que otra fiesta de swinger y leyendo ciertos artículos de revistas de adultos, los típicos jóvenes haciendo locuras. El detalle era que, para Meliodas aquella era una actividad prescindible, pero en el caso de Ban aquella practica se había vuelto habitual en su vida y fue eso lo que lo llevó a ponerse de novio con la maestra del BDSM Jericho Overland, una despampanante presentadora de televisión americana con quien tuvo un tórrido e intenso romance de casi dos años.

-Ajá… -incitó Meliodas a que su mejor amigo continuara.

-¡Ahora quiere que haga eso con ella! –exclamó indignado- Y discutimos por eso.

-Disculpa pero no estoy entendiendo…

-¡Capi~! ¡No estás ayudando! ¿Acaso no entiendes que Elaine no está siendo lógica? –pausó para respirar profundamente- Ella es una chica demasiado delicada, no es del tipo de chicas que le vaya el rollete sado ¡Puede pensar que soy un pervertido!

-¡Alto ahí, zorro! ¿Realmente me estás diciendo que discutiste con tu novia porque ella quiere que te la cojas como a ti te gusta? –cuestionó incrédulo.

-¡Capitán no hable así de Elaine! –reclamó disgustado.

-¡Ban estas comportándote como un idiota! –regañó el rubio- Escucha, tienes una novia que de  entrada no te está juzgando, ella solo quiere conocer lo que te gusta y ver si puede vivir esa faceta a tu lado ¿Es eso tan malo? –suspiró- Zorro, en mi opinión tienes una persona maravillosa a tu lado y la estás apartando por una estupidez.

-Capi~, pero ¿Y si al conocer esa parte de mi decide que no le gusto? –cuestionó aterrado.

-Míralo de la siguiente forma, si no aceptas a sus peticiones crearás un brecha entre ambos, las cosas irán de mal en peor y te dejará, pase lo que pase, si no te arriesgas, la perderás –razonó con seriedad- Ahora voy a colgar y tu pensarás profundamente en lo que te he dicho, Ban –aconsejó- Sé que tomarás la decisión correcta. 

Meliodas colgó la llamada y procedió a marcar a su novia, durante la llamada pudo hablar con su cuñada y hermano, ya que todos estaban en el departamento de Mirana estrenando algunos de las cosas que habían comprado. Lastimosamente, el rubio tuvo que avisarle a su amada que no llegaría hasta después del jueves, ya que los socios planeaban realizar una pequeña fiesta para celebrar el cierre de las negociaciones, más bien, fue por él que aceptaron adelantar la celebración para el miércoles, porque de lo contrario se habría tenido que quedar hasta el próximo fin de semana.

-Bueno, supongo que podré aprovechar de visitar a mi padre antes de que vuelvas –terminó por aceptar Elizabeth.

-En estos días a lo mucho saldré a hacer algunas compras, chocolates para Zeldris, tal vez algo de joyería para Mirana y Gelda –divagó Meliodas.

-¿Y para mí? –cuestionó divertida.

-Será sorpresa, pero te prometo que te gustará. Nishishi.

-Bien… -aceptó a regañadientes.

Con la semana de la moda finalizada, Meliodas y Elizabeth no tenían por qué seguir pensando en la presencia de Liz, ella probablemente volvería a Alemania pronto y esperaban no saber de ella en una larga temporada. Y para asegurarse de que las cosas resultaran tal y como quería, Meliodas se tomó el atrevimiento de llamar a la pelirroja.

-¡Hey, Liz! –saludó el rubio al escuchar la voz de la fémina contestar.

-Hola, Mel. ¿Qué sucede? –indagó la sorprendida chica.

-Te llamaba para invitarte a una pequeña cena de celebración por la nueva fusión de Demon Enterprises –informó Meliodas.

-¡Claro! ¿Cuándo será? –inquirió alegremente la pelirroja.

-Este miércoles.

-Oh, lo siento tanto, Meliodas. Pero no puedo, a más tardar el martes debo viajar –se lamentó Lizzette

-Es una pena –comentó el rubio con falso pesar, pero por dentro estaba haciendo un baile de la victoria- Supongo que será en otra ocasión –dijo dispuesto a colgar.

-Pero mañana estoy libre, podemos hacer algo –se apresuró a decir.

-Sí, eso creo –aceptó sin mucho ánimo.

Rápidamente Meliodas pensó en contener lo mejor posible los daños de aquella “salida” con la pelirroja, por lo que optó por un plan que no lo expusiera demasiado.

-¿Qué te parece pasar la tarde de mañana aquí en el hotel conmigo? Podemos usar la piscina y almorzar juntos –propuso cortésmente.

-¡Me encantaría! ¡Es una cita! –exclamó emocionada antes de colgar, dejando al ojiverde con la palabra en la boca.

-No es… -susurró a medias con el celular aun pegado a su oreja- Al menos no seremos víctimas de los paparazzi –suspiró  con cansancio en la soledad de su habitación.

El domingo por la tarde, Elizabeth partió a Tokio con la intención de pasar unos agradables días con su padre y hermanas, así no tendría tiempo de pensar tonterías en lo que su amado llegaba, además de que era la oportunidad perfecta para hablarle a su familia sobre su relación.

Como Mirana no recibiría los muebles comprados hasta el martes, Zeldris insistió en que durmiera en la mansión, alegando que así podría ir empacando sus pertenencias. No obstante, el azabache solo esperaba pasar una última pijamada con su adorada nana y segunda figura materna, ya que, según él, aunque se quedara mil veces junto a ella en el nuevo departamento la sensación nunca sería la misma.

Esa noche, la albina y el ojiverde vieron un anime de gore juntos, ambos cómodamente recostados en el inmenso sofá de la sala frente a la igualmente grande pantalla plana, vestidos con sus pijamas enterizos favoritos, ella de Raichu y él de Pikachu, rodeados de comida chatarra y riendo como verdaderos madre e hijo.

Aquella costumbre tenía casi tantos años como Zeldris, luego de la muerte de Elise el pequeño azabache sufría de terrores nocturnos al igual que Meliodas, solo que este se esforzaba por parecer fuerte y nunca recurría a Mirana, en cambio, cuando las pesadillas atormentaban al infante de oscuros cabellos este entraba a la habitación de la albina, quien dejaba la puerta abierta de par en par para que él nunca tuviera la sensación de que estaba importunándola. Luego de llorar en el regazo de la ojiazul por su madre perdida, Zeldris y Mirana veian animes infantiles juntos con grandes vasos de leche tibia y galletas de chispas de chocolate caseras, uno de los favoritos del niño era Pokemon, es por eso que con el pasar de los años, el ojiverde y la albina empezaron a usar pijamas alusivas a aquellas fantásticas criaturas, en homenaje a esos momentos donde ambos se consolaban el uno al otro.

La mañana del lunes empezó de manera tranquila, los demás empleados de la mansión Demon recibieron con felicidad a la peliblanca, ya que Mirana era el verdadero corazón de aquella fría casona, durante su ausencia los empleados extrañaron la armoniosa voz de la ojiazul cantando en los pasillos y la música alta mientras realizaba sus labores, ella le daba calidez de hogar a la mansión.

Mirana estaba en la cocina dando los últimos toques al almuerzo mientras escuchaba música a todo volumen, las caderas de la ojiazul se movían al compás de un enérgico ritmo latino, mientras entonaba ciertas frases de la pegadiza letra. El grácil cuerpo femenino se contoneaba sensualmente como si bailara con una pareja invisible, estaba tan metida en su mundo que no escuchó la puerta principal abrirse y mucho menos los pasos que se acercaban a la cocina. Y aun cuando una intensa mirada se posó sobre su cuerpo no dejó de bailar de espaldas al intruso.

Los verdes ojos de Damián Demon escaneaban detenidamente a su empleada, complacido por verla en su casa, tan vital y escandalosa como siempre, y aunque aquella faceta sensual le era totalmente desconocida no dejaba de resultarle atractiva, él sabía que Mirana gustaba de bailar y que lo hacía bien, fue ella quien le enseñó a bailar a sus hijos, pero jamás por su mente se pasaron ese tipo de ritmos. Con su escaso español intentó comprender algo de lo que decía la letra de la canción, entendió algo de un tigre, estar loca y perfectamente entendió la palabra: condones, pero el resto quedó en absoluto misterio.

Tras Damián hizo acto de presencia su hijo menor, quien se cruzó de brazos y miró sonriente la escena de su nana bailando en la cocina.

-Estoy loca por mi tigre, loca, loca, loca –canturreó la mujer de blancos cabellos mientras ambos azabaches la observaban en silencio.

-¿Nunca la habías visto así? –preguntó a su progenitor, quien pareció avergonzado al verse descubierto en su espionaje –Ella siempre es así, creo que pudiera bailar hasta las canciones de cuna si quisiera –acotó ante el mutismo de su progenitor.

Zeldris se acercó a la albina en silencio y ocupó el lugar de su acompañante imaginario. Ella, al verlo, sonrió y volvió a cerrar los ojos dejándose llevar por la música. La marcha sensual por un segundo crispó los nervios del Demon mayor, pero al ver que su hijo no tenía más que contacto inocente con la ojiazul se relajó, resultaba entretenido verlos reír y bailar juntos, hasta deseaba ser diestro en ese arte para poder unirse, pero ese tipo de música y movimientos distaban mucho de los bailes de salón y baladas que solía danzar con su difunta esposa.

El sonido del horno rompió el hechizo. Luego de que Mirana sacara la suculenta lasaña del electrodoméstico al fin volteó, y al conectar su mirada con la verde de su empleador casi tira al suelo el caliente recipiente que tenía entre sus manos enguantadas.  

Rápidamente ella apagó la música.

-No. N-no sabía que usted volvería hoy –tartamudeó la desconcertada albina.

Zeldris abandonó la estancia en silencio para no interrumpir el ambiente entre ese par. Mirana dejó la bandeja caliente sobre la rejilla de la estufa y se quitó los guantes de cocina antes de acercarse a su jefe.

-Lo sabrías si te dignaras a responderme los mensajes –dijo Damián como si fuera el reproche de un novio abandonado.

Mirana rió discretamente ocultando su gesto con una mano.

-Lo siento –murmuró sonriente- Han pasado muchas cosas últimamente –explicó ella con una sonrisa- Espero que la lasaña sea suficiente por ahora, esto quería comer Zeldris. Esta noche puedo prepararle lo que guste –ofreció.

-Me gustaría, pero conociéndote… Seguramente apenas termines de comer empezaras a preparar mil cosas innecesarias para una cena tan íntima –comentó- ¿Por qué no mejor salimos a cenar? –propuso tomando una de las manos de ella.

La peliblanca miró su mano sostenida en la palma de Damián con desconcierto.

-M-me refiero a los tres. Zeldris, tú y yo, sabes que eres parte de la familia y no sería considerado que te haga trabajar tanto cuando he llegado sin avisar –argumentó el avergonzado ojijade.

-Supongo que está bien si somos los tres –aceptó la invitación- ¿Quiere comer ahora? –preguntó Mirana soltándose del agarre del hombre.

-Sí –murmuró el azabache- Eso huele bien, me abrió el apetito.

-Entonces vaya a ponerse más cómodo en lo que yo pongo la mesa –indicó la ojiazul con una sonrisa.

La sonrisa de Mirana atontó a Damián por lo que en silencio se retiró de la cocina con la firme intención de hacer lo que ella le había pedido.

Y mientras Damián era víctima de los encantos de la ojiazul, en Tokio, en la amplia casa de la familia Liones, Elizabeth compartía un animado almuerzo con sus parientes.

-De verdad que es un gusto tenerte aquí, Ellie –comentó Margaret al dejar de reír por el bobo chiste de su segunda hermana.

-¡Deberías venir más seguido, tontellie! –secundó Verónica.

-Saben que no venir más porque mi madre depende mucho de mí –explicó con amabilidad la platinada.

-¡Pues esa estirada debería empezar a hacerse cargo de sus propios asuntos y no dejártelo todo a ti! –comentó la de cortos cabellos violetas con evidente desprecio.

-¡Verónica! –exclamó Baltra, obviamente disgustado.

-Hermana Verónica, te agradecería que no hagas ese tipo de comentarios –advirtió Elizabeth con el ceño levemente fruncido.

-Discúlpala, Ellie. Conoces el carácter impropio de nuestra hermana –comentó Margaret con actitud de reproche.

-Lo entiendo. Es razonable que ustedes tengan sus reservas con mi madre, pero si alguien va a hablar mal de ella prefiero ser yo misma –dictaminó la platinada antes de dar un sorbo a su copa de vino.

-¡Pero Ellie! Ella te ha causado problemas, te despidió por no aprobar tu relación actual –reclamó Verónica.

-Verónica; Nerobasta es una mujer estricta de costumbres extrañas, pero no es nuestro deber juzgarla –intervino Baltra en actitud diplomática.

-Hablando de tu pareja, Ellie –razonó Margaret con su usual voz tranquila- Aun no nos has comentado nada de él.

-¡Cierto! –exclamó Elizabeth con los ojos brillantes de la emoción- Ayer había tanto de lo que hablar que eso quedó debajo de la mesa, en especial con los preparativos de tu boda, hermana Margaret –argumentó feliz.

-Entonces cuéntanos –animó Baltra, viendo con ternura aquella chispa de emoción en los ojos de la menor de sus hijas.

-Mi novio es Meliodas Demon –confesó la ojiazul.

Las reacciones en la mesa fueron diversas, pero todas entraban dentro de la categoría de la sorpresa, Margaret cubrió su boca con ambas manos, Verónica soltó el tenedor de golpe dejándolo caer en el blanco mantel de la mesa y Baltra miraba a su hija con la mandíbula desencajada.

-¡¿Estás loca?! –gritó Verónica parándose bruscamente de su asiento.

-Te puedo asegurar, Verónica, que no estoy loca –respondió Elizabeth mirando seriamente a su hermana.

-¡Rompiste relaciones con tu madre por un hombre como ese! –regañó la de cortos cabellos.

-Verónica… -murmuró Margaret intentando calmar el explosivo carácter de su consanguínea.

-Hermana, si solo esperaras a escuchar la historia no estarías lanzando falsas acusaciones –comentó la ojiazul visiblemente molesta.

-¿Y porque mejor no nos cuentas, hija? –cuestionó Baltra.

-En primer lugar, no dejé Goddess Company por Meliodas. En realidad llevaba años planeándolo, mi madre lleva mucho tiempo obligándome a hacer cosas que no quiero. Ella me dice cómo vestir y peinarme, critica mis amistades, pretende elegir inclusive a mi esposo –reveló la joven.

-¡Qué! –exclamó el padre de grisáceos cabellos con indignación- ¿Cómo se atreve? ¿De quién se trata?

-Mael Seraph –contestó la platinada.

-Debí sospecharlo, Nerobasta los juntaba a menudo en casa, además de que luego del divorcio consintió que ese joven viviera bajo el mismo techo que Elizabeth aun cuando yo no estuve de acuerdo –meditó Baltra con pesar.

-Pero creí que él te agradaba, lo llevaste a la fiesta de aniversario –puntualizó Margaret.

-Por orden de ella, lleva años intentando hacer que nosotros nos gustemos, con los años ha sido cada vez más insistente y creativa para forzar algo entre los dos. Pero yo no lo veo de esa manera –se sinceró Elizabeth- ¡Mael casi se crió conmigo! ¡Es como si intentaran casarme con nuestro primo Ardeen!

-¿El hijo de tío Denzel? –Elizabeth asintió- ¡Iuhg! –exclamó Verónica con repulsión.

-Eso y muchas cosas más me han hecho prepararme para abandonar el mando de mi madre, Meliodas solo es una excusa –comentó risueña.

-Pero, tontellie… ¿Sabes lo que se dice de ese tipo? –cuestionó Verónica.

-Todo. Y él no es quien la prensa describe, así como ustedes saben que no soy el angelito Goddess –razonó.

-Es cierto, aún recuerdo tu cara de felicidad cuando hicimos ese curso de paracaidismo –murmuró la de cabellos cortos con una sonrisa.

-También aquella vez cuando Gil y Griamore te llevaron a una pista de vehículos Formula Uno –intervino Margaret con nostalgia en la voz.

-¡Y ni hablar de los sustos que me diste cuando quisiste aprender escalada libre a los quince años! –acotó Baltra.

-Entonces entienden mi punto. Meliodas no es quien parece, es un maniático del trabajo, adora a su hermano con el alma, es un hombre leal a sus amigos y convicciones, esforzado como ninguno… Y… Puede que esté hablando desde la ceguera de una boba enamorada, pero… Mel es… -intentaba argumentar mientras su voz se hacía más y más débil- ¡Estoy enamorada por primera vez en la vida, puede que me equivoque y esté dejando que las cosas vayan más allá de lo sensato! Pero en algún momento tenía que pasar, si he de equivocarme quiero cometer este error. Lo necesito –explicó con convicción- Meliodas me mantiene aplomada, me da la fuerza para ser quien soy, rompió las cadenas que me aprisionaban, y aunque…

La voz de la platinada dejó de manar de su boca y las lágrimas corrieron por sus ojos. Los conmocionados familiares permanecieron estáticos en sus asientos, mirando como la tranquila y centrada platinada que conocían mostraba una nueva faceta desconocida a sus ojos.

El primero en abandonar su estado pétreo fue Baltra, quien se levantó de su asiento y abrazó a su hija menor. Las lágrimas pronto cesaron y los ojos azules de la menor buscaron la mirada de su padre.

-Tráelo alguna vez, me gustará darle una oportunidad –susurró el comprensivo padre.

-Más le vale portarse bien contigo, de lo contrario Griamore y yo estaríamos encantados de usarlo como tiro al blanco –comentó Verónica con las manos enlazadas tras su nuca.

-Un Demon en la familia, suena como algo digno de ver –acotó Margaret con serenidad.

El resto de la comida la conversación fluyó en torno al polémico hijo mayor de Damián Demon, donde Elizabeth se encargaba de comentar los pormenores inocentes de su relación con el rubio, esforzándose por dejar una buena primera pre-impresión de su novio.

En Italia eran las cinco de la mañana y era la quinta vez que Meliodas estornudaba frente a Liz en lo que esperaban por la llamada de abordaje del vuelo de la pelirroja.

-¿Estas bien? –indagó la fémina- Seguro que nadar tanto ayer te hizo pescar un resfriado, estamos a pocas semanas de entrar en otoño.

-No, estoy bien. Seguramente hay alguien hablando de mí –comentó Meliodas con una sonrisa.

-Sí tú lo dices –dijo Liz con una entonación que denotaba su escepticismo- De nuevo gracias por traerme, no era necesario.

-Eres mi amiga y una modelo famosa, no podía dejarte sola en un aeropuerto a las cinco de la mañana, hay raros por allí y ni hablemos de los paparazzi. Nishishi –bromeó- Teniendo a los guardias aquí puedes relajarte un rato –comentó señalando a los hombres vestidos de negro que trabajaban para él.

-Es un lindo gesto de tu parte –dijo la sonrojada Liz.

-Para eso están los amigos –declaró el ojiverde.

El martes por la mañana, Baltra Liones recibió una terrible noticia: una de las torres de perforación de la división americana de su empresa explotó, los jefes de división se esforzaban por mitigar los daños en lo que las autoridades investigaban la causa del incidente. La noticia conmocionó a los Liones que apenas estaban tomando sus alimentos matutinos. Baltra se levantó de la mesa sumamente pálido y corrió a su estudio donde comenzó a hacer una llamada tras otra.

Elizabeth observó el reportaje televisivo con consternación, estaba preocupada, los procesos judiciales que iniciarían si resultaba ser un accidente causado por un error administrativo serian devastadores para su padre, pondrían en peligro su salud, Baltra no era un hombre tan joven como para moverse en ese tanque de tiburones solo.

-Iré con papá –dijo la platinada levantándose de la mesa.

-Ellie –susurró Margaret con una expresión de preocupación en el rostro.

-No podrá con todo esto solo –declaró la platinada- La empresa lo solicitará en Estados Unidos y no es bueno que vaya solo. Iré con él.

-Te lo encargamos, Ellie –comentó la preocupada Verónica.

-Margaret, llama a Gil y pregúntale si está disponible, necesitaré un buen abogado a mi lado –explicó Elizabeth.

-Pero Gil no está especializado en derecho penal internacional –razonó la consternada pelilila.

-Conozco a alguien que sí, él puede asesorar a Gil de ser necesario, pero no puedo pedirle que se ausente del país ahora –argumentó- Llámalo, y dile que notifique a su jefe que fue solicitado para una asesoría legal prolongada con Lyonesse, para esto es necesario alguien que me organice en el marco legal, protegeré a papá y a la compañía.

-¡Gracias a Dios que estás aquí hermana! –dijo Margaret con los ojos acuosos.

-No es hora de llorar –intervino Verónica- Ve a hablar con Gil y Ellie que vaya con papá, haré unas cuantas llamadas para que el jet privado haga uso de la pista del comando aéreo, será más rápido que contactar al aeropuerto.

Elizabeth subió las escaleras de la gran casa y rápidamente llegó al despacho de su progenitor, donde lo escuchó hablar por teléfono consternado, al escuchar el silencio provenir de la oficina, ingresó.

-Papá… ¿Debes ir? –cuestionó con gesto tranquilizador.

El agobiado hombre miró a su hija y la abrazó en búsqueda de consuelo.

-Hay tanto que hacer –murmuró el de cabellos grises.

-Pero no estás solo, iré contigo –dictaminó- Mis hermanas ya se encuentran haciendo los preparativos necesarios, así que es mejor que vayas a empacar.

-Pero Elizabeth –el adulto fue interrumpido.

-No quiero un no por respuesta, tú ve a alistar lo que necesites y yo iré a hacer un par de llamadas antes de salir.

En cuestión de tres horas los Liones habían determinado su plan de vuelo y se dirigían en limosina a la base aérea, donde su avión privado aguardaba para el despegue. Gilthunder leía atentamente algunos de los textos legales que Escanor le envió a petición de Elizabeth, Baltra continuaba respondiendo llamadas y Elizabeth miraba con nervios su teléfono. Ella no había podido comunicarse con el rubio y era de esperarse, en Italia eran las tres de la madrugada cuando lo llamó, pero guardaba la esperanza de poder hablar con él antes de subirse al avión.

En Italia, Meliodas tenía el sueño intranquilo, por lo que optó por levantarse, apenas se iba iluminando el cielo de la ciudad cuando el rubio revisó su celular. Alarmado, leyó el único mensaje de Elizabeth: “Me voy a América en unas horas”. A ese escueto mensaje le seguía un reportaje del incidente a la torre de perforación perteneciente al padre de la joven, ni siquiera lo abrió y directamente llamó a su novia.

-¡Ellie! –exclamó cuando ella contestó- ¿Estás bien? –cuestionó.

-Mi amor –saludó Elizabeth- Gracias a las Diosas pude hablar contigo antes de subirme al jet –razonó aliviada.

-¿Qué está pasando, Ellie? –inquirió preocupado.

-¿No leíste el artículo que te envié?

-No, preferí llamarte.

-Gracias por eso, bien te explico rápido, la empresa de papá va a tener serios problemas durante las próximas semanas, no quiero que esté solo e iré con él –explicó resumidamente la joven.

-Entiendo –susurró triste mientras escuchaba de fondo las turbinas del jet- No podremos vernos pronto.

-Lo siento.

-Esto es más importante –dijo serio- Me tocará esperarte ahora –intentó sonar de buen humor.

-Te lo recompensaré cuando regrese, cariño –una voz masculina se escuchó tras la joven- Aquí hay alguien que quiere decirte algo, Mel.

-¿Qué? –cuestionó el ojiverde desconcertado.

-Disculpa por los inconvenientes muchacho –habló una voz de hombre mayor- Espero que pronto podamos hablar apropiadamente, Meliodas.

-¿Quién es? –acertó a cuestionar.

-Disculpa, mi error. Soy Baltra –se presentó- Cuando todo esto pase estaré encantado de que tú y Ellie me hagan una visita.

-Un placer, señor Liones –respondió cortésmente el confundido rubio- No esperaba que nuestras primeras palabras fueran de esta manera.

-En el futuro será una historia graciosa –bromeó el mayor- Te paso a Ellie.

-Mel –llamó la voz femenina- Mi padre hace cosas innecesarias a veces –razonó nerviosa.

-Eso no importa, preciosa. Lo importante es que te cuides y que me llames cuando puedas, si necesitas algo, lo que sea, llámame y te ayudaré –ofreció.

-Te amo tanto, rubio.

-Y yo a ti mi diosa –una nueva voz se escuchó al fondo de la comunicación- ¿Es hora de que te vayas?

-Sí, debo colgar, cariño. Te llamaré al aterrizar. Adiós –se despidió la platinada.

-Te amo –susurró el ojiverde.

La comunicación se cortó y el decaído rubio se lanzó a su cama boca abajo, permaneció tranquilo un par de segundos hasta que intempestivamente comenzó a dar golpes a la mullida superficie.
-¡Maldición! –exclamó rodando sobre sí mismo con el ceño fruncido.

Meliodas se levantó de la cama de un salto y se metió a la ducha, una vez bañado se puso ropa deportiva y salió de la habitación con rumbo al gimnasio del hotel, necesitaba de una terapéutica sesión con un saco de boxeo.

Cuando Damián se enteró de los pormenores de la situación que estaba sucediendo a Baltra Liones, sintió que los Dioses se habían confabulado a su favor, ya que al ver las fotografías del empresario abandonando el país notó a su hija platinada acompañándolo, lo que significaba que su hijo y la hija de Nerobasta no tendrían la oportunidad de reencontrarse durante un tiempo.

Rápidamente tramó una artimaña en su cerebro y seguro de que funcionaria marcó el número que su sobrino le había facilitado recientemente.

-Las cosas han cambiado –comentó en cuanto le contestaron.

-Ni crea que por ello le devolveré su depósito, mi trabajo no cubre cambios de moral –respondió la voz femenina.

-Al contrario, empezaremos de inmediato.

-El trabajo express cuesta más –explicó la voz monótona.

-Eso no es problema –dijo Damián.

-Bien. ¿Cómo debo entregarle los dispositivos de intervención de red? –cuestionó.

-Enviaré a una amiga por ellos, dime la dirección y podremos comenzar con esto.

-¿Le explico a ella como instalarlos? –interrogó.

-Sí.

-Okay. Le enviaré un mensaje con la dirección en un rato. Hasta luego señor Demon –se despidió la fémina.

Damián sonrió complacido. Las cosas empezaban a salirle como a él le gustaban. Recién había convencido a Mirana de que viviera un tiempo más en la mansión y ahora tenía la oportunidad definitiva para sacar a Elizabeth Goddess de la vida de su hijo.

El miércoles por la noche, Meliodas hizo uso de toda su escasa paciencia para ser cortes durante la cena preparada para celebrar la “fusión” de empresas, que en realidad era más correcto decir que Demon Enterprises había absorbido a la pequeña compañía italiana ya que en el futuro sus instalaciones y empleados serian directamente dirigidos por la mesa directiva de Demon de la cual no serían participes los anteriores dueños.

Aunque respondía con elocuencia cada una de las preguntas hechas por los presentes, en realidad la mente de rubio no estaba allí, y se encontraba a miles de kilómetros de distancia, en América junto a su novia, quien desde su llegada había sido tan colmada de trabajo que no podía permitirse a sí misma un descanso para contestarle un mísero mensaje, que tenía a Meliodas con el humor de una tempestad en el infierno.

Finalmente el jueves por la mañana el primogénito de la familia Demon abordó el jet privado de Demon Enterprises que lo devolvería a su hogar, donde tenía el consuelo de poder descansar rodeado del aroma de su adorada mujer, en lo que ella regresaba.

El rubio aterrizó en el aeropuerto a eso de las nueve de la mañana de viernes, siendo gratamente recibido por Zeldris y Mirana. Los empleados de la familia se encargaron de subir todas las pertenencias del heredero al vehículo blindado y posteriormente lo llevaron hasta la casa de su padre, donde, al entrar, fue casi derribado por una chica de cabellera roja.

-¿Liz? –cuestionó Meliodas con la cara desencajada, viendo a la fémina que lo abrazaba.

-¡Sorpresa! –exclamó ella- Tenía algunos negocios en la ciudad y tu padre amablemente me invitó a quedarme con ustedes –contó llena de alegría.

-¿Cómo que el viejo está aquí? –preguntó conmocionado- ¡Se supone que no lo veríamos hasta noviembre! –razonó buscando respuestas en su hermano y nana.

-¡A mí no me mires! –exclamó Mirana- Que esta es su casa y puede venir cada vez que quiera.

-¡Pero habría sido una buena idea tener la delicadeza de avisarme! –reclamó Meliodas.

-Estuve ocupado –dijo Zeldris con expresión serena.

-Meliodas, sé que tienes tu propio lugar pero… -murmuró Liz con expresión tímida- ¿Podrías al menos quedarte el día de hoy? –preguntó con la esperanza reflejada en sus ojos.

-Sí, seguro –aceptó por puro compromiso- Por el momento iré a mi habitación, quiero descansar.

-¡Por supuesto! -dijo la pelirroja apartandose del cuerpo masculino.

-¿Está listo mi cuarto? –preguntó el rubio a Mirana y esta asintió.

Al pasar junto a Zeldris se detuvo por un instante y le susurró al oído.

-Encárgate de que mi equipaje lo lleven directamente al maletero de mi camioneta –Zeldris asintió y el rubio continuó con su camino.

Cansado y con una migraña en aumento, Meliodas fue hasta su habitación donde escribió un corto mensaje a Elizabeth, uno que sabría que ella no respondería, lo cual le molestaba muchísimo, y se lanzó sobre la cama con la intención de dormir un rato y calmar la sensación molesta que le punzaba en el cerebro.

Meliodas despertó horas después por unas dulces caricias en su cabello que le eran absolutamente familiares, abrió los ojos lentamente encontrándose con unos amorosos ojos azules.

-Hora de almorzar, príncipe –dijo Mirana en tono maternal.

-Seguro –murmuró mientras se fregaba los ojos con las manos- En un momento bajo.

Cinco minutos después Meliodas bajó vestido con un jean y camiseta casual, para su sorpresa en la mesa no solo estaba sentado su hermano, Liz y Mirana, sino que su padre también estaba allí.  

La comida pasó en un ambiente tan agradable, que por un segundo el hijo mayor creyó estar en una típica serie familiar de finales de los noventa. Luego de terminar con los alimentos todos se movieron a la cocina para tomar el postre sentados en la isla de la cocina, facilitándole a Mirana el trabajo de atenderlos.

-Le ayudo con los platos –dijo Liz a Mirana levantándose de su taburete alto, para recoger los platos y tazas vacías de Meliodas y Zeldris.

-No es necesario –trató de detenerla la albina.

-Quiero hacerlo –aseguró Liz dejando la vajilla junto al fregadero donde estaban algunas ollas remojándose.

Mientras Mirana lavaba la vajilla, Meliodas le enseñaba algunas fotos de su viaje.

-Yo también quiero ver –dijo Liz acercándose apresuradamente al rubio y tropezándose con él.

En cámara lenta los presentes vieron como el aparato caía en la jabonosa agua del fregadero y aunque Mirana se apresuró a sacarlo, ya era tarde, los productos de limpieza habían penetrado en los circuitos del aparato y ocasionaron que se apagara.

-¡Demonios! –exclamó Meliodas viendo la oscura pantalla que no reaccionaba.

-¡Oh Dios! Lo siento tanto –dijo la apenada pelirroja.

-No te preocupes, Liz. Compraré otro –consoló el rubio a pesar de lo irritado que se sentía.

-Hijo, yo me encargo de que te traigan uno nuevo –habló Damián- Debo regresar a la oficina, le pediré a Chandler que te busque el mismo modelo y tramite el paso de la información que se pueda rescatar.

-Gracias, no me preocupan mis archivos, todo se carga directamente a la nube. Lo fastidioso son los contactos, y no sé si puedan recuperarlos cuando hay este tipo de daño en los circuitos –explicó Meliodas.

-De verdad lo siento muchísimo –repitió Liz.

-Podemos meterlo en arroz toda la noche a ver si lo revivimos –sugirió Mirana.

-No, dejemos esto así… -suspiró- Te lo encargo –dijo el rubio entregándole el celular a su progenitor- Sí Chandler necesita algo para tramitar el paso de la línea o lo que sea, dile que me llame aquí –acotó.

-¿Piensas quedarte? –preguntó Damián sorprendido.

-¿No puedo? –inquirió.

-No quise darte a entender eso. Meliodas, esta es tu casa, puedes estar aquí siempre que quieras –aseguró el mayor- Bueno, Zeldris y yo nos tenemos que retirar, hablamos cuando regrese.

Damián y Zeldris se retiraron. Al poco rato Meliodas regresó a su habitación, desde allí el ojiverde escribió un correo a su amada desde su computadora portátil, avisándole de lo sucedido con su teléfono y recordándole que pasara lo que pasara contaba con él. Apenas había presionado el recuadro de enviar, cuando el sonido de un puño contra su puerta llamó su atención.

-¡Pase! –exclamó.

-¿Qué haces, Meliodas? –indagó Liz al ingresar a la habitación.

-Le enviaba un correo a mi novia, está de viaje y quise avisarle lo que sucedió con mi teléfono –respondió girando en la silla de escritorio para mirar a su invitada.

-De verdad lo lamento.

-No vuelvas a decirlo –dijo irritado- Fue un accidente. Y dime ¿En qué puedo ayudarte? Nishishi.

-Mel… -susurró ella con la voz quebrada- Necesito un consejo, la compañía de mi padre está peor de lo que me dijo y tratando de salvarla acumuló tantas deudas que ni liquidando por completo mi negocio podría cubrir todos los gastos –reveló.

-¡¿Qué!? –exclamó incrédulo.

-Vine a Japón a pedir la ayuda de tu padre, él me dijo que hablaría contigo al respecto porque eres su heredero. Sé que él hablará pronto contigo al respecto, pero primero quise contarte la situación por mi propia boca –pausó- Por favor Meliodas ayúdanos, perderemos hasta la casa si no contamos con su apoyo –suplicó.

Ante la información revelada mil ideas cruzaron la cabeza del rubio, dejándolo pasmado. Cerró los ojos y con el pulgar e índice sosteniendo fuertemente su tabique nasal contó de forma decreciente desde el veinte para despejarse.

-Bien, haré lo que pueda –dijo Meliodas- ¿Tienes copias de la información financiera de tu negocio y el de tu padre?

-Sí, están en mi habitación –aseguró.

-Ve a buscarlos –Liz abandonó la habitación del ojiverde rápidamente- Espero sinceramente que esto no me explote en la cara –murmuró para sí mismo.

Aun con la desconfianza haciendo muda presencia en su cabeza, Meliodas revisó toda la documentación facilitada por la pelirroja, que evidenciaba la grave situación de la compañía Danafor. Incitado por las enormes cifras en rojo, le prometió a Lizzette que la ayudaría en lo que pudiera, pero le recordó que la última decisión siempre la tenía su padre.

Más tarde el padre e hijo menor regresaron al hogar, ambos azabaches saludaron a Mirana con un beso en la mejilla ante la atónita mirada del rubio integrante de la familia, ese comportamiento no era raro en el caso de Zeldris, pero en Damián era absolutamente anormal.

Los hermanos se reunieron en la habitación del mayor luego de que el menor se hubo cambiado de ropa.

-Necesito que me expliques algo –dijo Meliodas- ¿Qué demonios sucede entre esos dos? –cuestionó refiriéndose a Mirana y su padre.

-Honestamente no lo sé, primero regresa antes de tiempo, luego nos invita a una lujosa cena en un restaurante cinco estrellas y no me vas a creer lo que sigue, el martes luego del trabajo se pareció con un ramo de flores para Mira y se sentó a ver televisión con nosotros al terminar de cenar –relató Zeldris con una expresión digna de quien ha visto un unicornio.

-Perdóname, pero no puedo tragarme eso –razonó el rubio en total negación.

-Te dije que no me creerías –comentó el azabache cruzándose de brazos- Meliodas, creo que papá cambio un poco, creo que la inminente salida de Mirana de la casa lo tocó. Sabes que durante años hemos sospechado de que él siente algo por ella y ahora todo parece tan cierto, y no uno de nuestros inventos –argumentó Zeldris.

-No estoy seguro, ver para creer hermano.

-Obsérvalos atentamente durante la cena –sugirió Zeldris.

-Solo porque tú me lo pides, pero sigo permaneciendo escéptico. Papá cambiando, suena ridículo –dictaminó.

Cuando la hora de ingerir sus alimentos nocturnos llegó, Meliodas se sorprendió gratamente de ver la atenta manera en la que su progenitor trataba a su nana, reconoció perfectamente esa cara de imbécil enamorado, ya que la había visto múltiples veces, en sus amigos, hermano y hasta en sí mismo. Al parecer, su padre no era un demonio sin emociones, él también podía ser evangelizado por la persona correcta.

-Meliodas –llamó el adulto en cuanto acabó su taza de té- ¿Podrías reunirte conmigo en mi despacho en cuanto termines? –solicitó.

-Por supuesto, padre –aseguró el hombre joven que aun degustaba del trozo de tarta de limón que Mirana había preparado como postre.

Minutos después el rubio se encontraba frente a su padre, totalmente confiado al saber de lo que su padre le hablaría.

-Tú dirás, papá.

-Quiero que te comprometas con Liz –declaró.

-¡Qué! –gritó

La voz interna del rubio pareció pronunciar un seco: “Te lo advertí” en su oído izquierdo.

-La empresa de Elliot está más que quebrada, quiero ayudarlo.

-¡Pues ayúdalo! Es tu amigo de la infancia o no… ¿Además que tiene que ver un compromiso con ayudar a Danafor? –exigió Meliodas.

-Él obtiene financiamiento para salvar su empresa y yo obtengo a la mejor opción para tu esposa –informó.

-¡Estas demente! ¿En qué jodido siglo crees que estamos? –acusó- Sí vas ayudar a tu amigo hazlo, negocien con bienes ¡No con personas! ¡No estamos en la época de las colonias donde se compraba una esposa por dos vacas y un gallo de raza!

-No hablamos de vacas, hablamos de miles de millones en inversión. No creo que Liz se sentirá ofendida dado el alto precio por el que se está pagando su mano –razonó Damián.

-No lo haré –murmuró- ¡Ni loco! Tengo una novia, por amor a Dios. ¡Tú elegiste a tu esposa, no mis abuelos! ¿Podrías al menos tener la misma cortesía conmigo? –cuestionó frustrado y tirando se sus dorados cabellos.

-Tu madre era una mujer ideal, nadie podría criticar ni su origen o crianza.

-¿Y qué te hace creer que yo no escogí a una persona tan buena como mamá? –razonó.

-Meliodas no discutiré más contigo, te advertí que la siguiente portadora del apellido Demon debía ser una mujer a la altura, ni siquiera conozco a esa famosa novia y aunque fuera el caso contrario, seguiría del lado de Lizzette –afirmó Damián.

-Pues yo no lo haré –declaró con seguridad.

-Bien, entonces no moveré un dedo por Elliot y cómo te dije en el pasado comenzaré a capacitar a Estarossa como mi sucesor. Eso es todo Meliodas, puedes retirarte –dijo el azabache como si estuviera hablando a un empleado cualquiera y no a su propio hijo.

-¡Tch! –chasqueó la lengua Meliodas- Y él decía que habías cambiado –murmuró.

-No tengo idea de lo que balbuceas, Meliodas.

-Liz no va aceptar tal condición por ayudar a su padre –aseguró el rubio- Ya intentaste este truco y no salió como tu querías.

-Las cosas son diferentes en este momento, es una decisión por lógica, no por pasión, hijo –razonó el hombre- Entonces dime ¿Eres un hombre de lógica o de pasión?

-¿No puedes simplemente prestarle el dinero a Danafor? Lo conoces hace media vida, jamás intentaría estafarte.

-Conoces mi postura, las relaciones y los negocios no se mezclan. Meliodas, mejor deja de quitarme el tiempo, ya decidiste que prefieres que Estarossa pisotee a tu hermano antes que dejar que te elija una pareja adecuada y tienes suficiente dinero a tu nombre para vivir una vida modesta sin trabajar ni un solo día más de tu vida –argumentó- Eres libre, hijo.

-Por tu ambición me estás arrebatando todos los años que me esforcé estudiando por esta familia, cada noche en vela, cada gota de sudor derramada por ser el hijo que tú querías que fuera –razonó.

-No intentes conmoverme, ya sabes lo que quiero,  si no lo obtengo hay consecuencias, es simple.

-Me retiro –dijo dándose la vuelta para abandonar el despacho.

-Es una lástima, Zeldris siendo traicionado por su hermano mayor, Liz perdiéndolo todo porque su supuesto amigo no puede centrarse y sacrificar un simple romance por ella –se burló el azabache.

El rostro indignado de Zeldris vino a su mente, seguido de la cara llorosa de Liz suplicándole ayuda. Era demasiado que procesar en tan poco tiempo. Sí tuviera un espacio de tiempo para pensar, encontraría la solución, siempre la encontraba. Fue cuando se le ocurrió y volteó a ver a su padre.

-Hablaré con Liz –declaró- Pero si ella no acepta, y no lo hará, entonces desistes de todo, negociaremos verdaderamente sobre el la compañía Danafor y dejarás de amenazarme con hacer de Estarossa tu heredero.

-Es un trato –aceptó Damián complacido.

Meliodas abandonó el despacho de su padre sin saber que él era quien había marcado las cartas del juego.

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¡Waoh!
Creo que este es uno de los capítulos mas largos de toda la historia, sino que el más largo.

Como podrán ver la bonita relación de Meliodas y Elizabeth se está retorciendo por factores externos, aunque puedo asegurarles que nada de lo que haga Damian podrá separarlos.

En fin, mis amores. Nos leemos la próxima semana.

Infintamente agradecida con su apoyo.

Ya saben, tomatazos, sugerencias, votos y compra de antorchas para lincharme en un futuro próximo, todo eso y más en la seccion de comentarios o por mensaje privado.

Nos vemos en la página de Facebook: Mia Reader's para contenido inedito.

Besos y abrazos.
Mía_Gnzlz♥

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