27._ Bella traición

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Una vez que salió de la oficina de su padre, Meliodas se esforzó por contener la ira que bullía en su interior. Con pasos pesados regresó a su alcoba, donde descargó su frustración con lo primero que encontró, tomó un grueso manual de administración que reposaba sobre una mesa y lo lanzó contra el espejo del tocador, merodeó por el espacio como bestia enjaulada hasta que una preocupada Mirana ingresó sin tocar.

-¡Meliodas! –exclamó la mayor al ver los vidrios en el piso- ¿Qué demonios te pasa? –exigió aturdida por la furiosa mirada del rubio.

-¡El viejo! ¡Eso es lo que me pasa! –vociferó en español- Voy a estrangularlo.

-¿De qué hablas? Cuéntame –pidió Mirana en el mismo idioma.

Meliodas se sorprendió ante el fluido uso del idioma por parte de su nana. Tanto fue su asombro que la ira fue mitigándose dentro de él, hasta convertirse en una furia fría y razonable.

-¿Desde cuando hablas castellano? –indagó el rubio- ¿Has podido entenderme todo este tiempo? –cuestionó, sintiéndose avergonzado de todas las veces que Mirana le había escuchado decir locuras en ese idioma, mientras él creía que ella no podía entenderle.

-Siempre lo he hecho, Meliodas –respondió la adulta con una sonrisa, haciendo uso de su perfecta y armónica pronunciación.

-A las madres nada se les escapa ¿No? –dijo irónico- ¿Hay algo que no puedas hacer bien?

-El árabe no es mi fuerte y no puedo ni pronunciar el griego –le siguió el juego.

-Entonces esos idiomas estarán en mi lista de pendientes.

-¿Para qué? ¿Para insultar a través de videochat tranquilamente sin que yo te entienda? ¿O para seducir chicas estúpidas? –preguntó ella con los brazos cruzados y una mirada risueña.

-¿A-así que cuando charlaba con esa española...? –indagó avergonzado y con las mejillas rojas.

-Entendía TODO, mi príncipe –aseguró remarcando las palabras justas- Ahora deja de darme cháchara y dime porque le lanzaste ese chingadazo al espejo –alentó.

Meliodas profirió una carcajada.

-¿Centro américa? –inquirió Meliodas.

-México –puntualizó la albina.

-Eres una caja de sorpresas, Mira.

-¡Deja de dar vueltas y dime! –exclamó.

Abatido, el rubio se acercó hasta su cama donde se sentó con pesar. No estaba seguro de decirle lo que su padre estaba haciéndole, no porque no confiaba en ella, sino porque temía arruinar la relación de la albina con su padre, luego de lo que le contó Zeldris una infantil esperanza de que Mirana se convirtiera en su madre renació dentro de él. Meliodas era consciente de que para Mirana primero eran él y su hermano, ella los defendería costara lo que costara, era capaz de darle una patada por el culo a su padre con tal de protegerlos, por lo que tenía fuertes razones para estar seguro de que si la albina se enteraba de lo que sucedía iría en ese mismo instante a cantarle las cuarenta a su progenitor, y no quería eso.

Meliodas Pov's

Mirana se sentó junto a mí y esperó en silencio a que yo hablara.

Honestamente, no quería hacerlo.

Eran demasiadas cosas a la vez.

Primero, Ellie tuvo que irse antes de poder verla. No tuve tiempo de resarcir mis errores mientras estuve en Italia. Sé que ella pasó por mucho en mi ausencia. Ser desconocida por su madre, que por muy arpía que fuera, seguía siendo alguien vital para ella. Y para hacer las cosas más difíciles, fui y me metí en el ojo del huracán, siendo el centro de mil chismorreos estúpidos junto a Liz. Entiendo perfectamente su sentir, aunque Elizabeth es una persona calmada, no ha de ser gracioso ver a tu novio aparentemente coqueteando con la chica que casi les costó su relación pocos meses atrás, indiferentemente sea invento de la prensa o no. Eso desarma a cualquiera.

Segundo, Liz, es mi amiga de la infancia. Casi una hermana. Y no puedo ignorarla cuando cosas tan graves están sucediendo a su alrededor, ella no es mala persona y no creo que merezca lo que le está sucediendo. Quiero ayudarla, pero no al precio que me están exigiendo.

Tercero, Zeldris. Sé que si decidiera hablar con él, ambos encontraríamos una buena solución a todo, pero no me atrevo a contarle que su padre, a quien respeta, es capaz de pisotearlo para lograr sus objetivos profesionales. Mi hermano no se merece eso, ha sido un hijo modelo toda su vida, se ha esforzado por nuestro legado familiar tanto o más que yo, salió con las chicas que mi padre le presentó, aprendió los idiomas que este le sugirió ¡Incluso se viste como mi padre considera apropiado, por amor a Dios! ¡Literalmente Zeldris hizo todo por ver feliz a papa, por enorgullecerlo! ¿Y así se lo paga? Me quemaré en el infierno, pero no pienso decirle a Zel lo que papá me obliga a hacer. Debo encontrar una solución yo solo.

Cuarto, Mirana. Ella tiene tantas deferencias con papá que es imposible que no sienta algo por él. Sospecho que no se atreve a más porque mamá fue su mejor amiga. Pero también creo que mamá aprobaría que el vejete rehiciera su vida al lado de Mira. No quiero dañarle la ilusión ahora que al fin él parecía interesado en cortejarla, ella merecía ser feliz y si mi padre era a quien había escogido, mejor para mí. Al menos tendré la certeza de que no terminaría teniendo de familia a la madrastra de Blancanieves.

Quinto, papá. Debería odiarlo en estos momentos, pero no puedo. ¡Es mi papá por amor a los Dioses! Sé que se convirtió en un pésimo padre luego de que mamá murió, pero estaba destrozado y perdido, yo también lo estaría si perdiera a mi esposa. No fue el padre ideal pero fue un mentor excepcional, lo admiro, su determinación y carácter fueron los pilares que admiré cuando todo se derrumbó en casa, yo anhelaba con ser igual de aplomado, pero ahora que sé el sacrificio tan grande que implica no estoy tan seguro. Podría hundirlo, destruir su relación con Mira y Zel, hacerle tanto daño como él me estaba haciendo a mí, pero conozco ese juego, él mismo me lo enseñó y no terminará bien para ninguno.

Para armar una estrategia necesito tiempo y aliados, y no tengo ni uno u otro. Mi novia, quien me da apoyo moral, tiene algo más grande entre manos en estos momentos. Mi nana y hermano se verían seriamente afectados por lo que está sucediendo. La única opción razonable era Liz, cuando ella descartara la opción del matrimonio como seguro para los futuros tratos entre los Danafor y Demon, papá tendría que negociar conmigo algo razonable. Aunque muy en el fondo tengo mis reservas respecto a ella, después de todo solo han pasado poco más de dos meses desde que ella declaró estar enamorada de mí y aceptó la idea de un compromiso acordado por mi padre y el suyo.

Y por último estoy yo. Mi padre es tan vengativo como Nerobasta Goddess, si simplemente le doy la espalda él bloquearía todos mis movimientos financieros y laborales de aquí a los próximos quince años. ¡Se supone que soy su hijo! ¡Su primer hijo, demonios! Fui el mejor en todo lo que se me puso por delante, porque así lo esperaba de mí. Campeón continental de tres diversas disciplinas marciales. Poliglota a los quince años. Mejor estudiante de secundaria japonés de mi generación. Graduado con honores en Licenciatura en Administración y Finanzas. Un año de post-grado en Alemania sobre Gerencia empresarial.

¡Todo! ¡Le he dado todo mi esfuerzo a mi padre! No fui el hijo modelo porque pasaba demasiado tiempo siendo portada de las revistas rosas de chismes. Pero cada paso de mi vida lo di a la perfección; asistí a cada maldita gala, impresioné a cada millonario obeso para que respaldaran mi posición como heredero de la familia, durante años me acosté a altas horas de la noche por hacer mi tarea ya que mi horario de actividades no tenía espacio ni para tomarse un vaso de limonada y todas las horas extras que hice para manejar cada aspecto de la empresa familiar. Y así soy tratado. ¡Yo soy el heredero de Demon Enterprises! ¡No voy a permitir que Estarossa acabe con todo lo que he logrado! ¡Ni mucho menos que mi padre me aleje de Elizabeth! Él ya decidió bastante sobre mi vida como para que también decida a la persona con la que debo casarme.

Fin del Meliodas Pov's.

-No vas a hablar ¿Verdad? –habló Mirana finalmente.

-Yo... Ehm... Discúlpame, solo es mi padre presionándome como siempre –comentó el abatido rubio- No estoy de humor, pasé largas semanas haciendo un trato que en quince minutos pudo estar resuelto, tuve los peores problemas de toda mi relación con Ellie y ni siquiera alcance a compensárselo y ahora el viejo quiere fastidiarme con más trabajo –suspiró- Honestamente solo quiero descansar.

-¿Quieres un consejo? –indagó cautamente la mayor.

-¿De esos que son tan evidentes que uno se siente estúpido por no haberlo pensado antes? –razonó el ojiverde.

-Exactamente –corroboró asintiendo.

Meliodas asintió en muda aprobación.

-Ve a casa y descansa todo lo que necesites. Rodeado de la seguridad de tu hogar todo pesará menos –aconsejó con una sonrisa.

-Le prometí a Liz que me quedaría todo el día –recordó deprimido.

La mirada azul de Mirana se paseó por la habitación hasta el escritorio donde un reloj antiguo, que servía más de pisapapeles que como reloj, marcaba tranquilamente el paso del tiempo. Eran las doce con quince de la noche.

-Técnicamente, el día se acabó –anunció Mirana.

Los orbes verdes de Meliodas escanearon con devoción a su nana, el gesto tranquilo y de confianza le hizo sentir que no estaba tan solo como lo creyó en un principio. Él la abrazó y ella acarició con amor maternal lo alocados cabellos amarillos como el sol.

-Muévete –alentó- Sé que Zeldris se encargó de que todas tus pertenencias las mandaran a tu camioneta, las llaves están en el gancho junto a la puerta del garaje, el tanque está lleno y aun no es muy tarde.

Meliodas miró el reguero de vidrio en el piso.

-Yo me encargo –atajó la albina, adivinando las preocupaciones del rubio- Pero me llamas al llegar –advirtió como madre severa.

-Gracias, mamá –dijo el rubio con una sonrisa, ignorando deliberadamente el ceño fruncido hecho por las blancas cejas del rostro de su nana.

Como alma que lleva el diablo, Meliodas recogió las pocas pertenencias que había sacado de la pequeña maleta de viaje que sacó de su Range Rover. Bajó las escaleras casi de dos en dos y en cuestión de pocos minutos ya había abandonado la propiedad de su padre, sintiéndose aliviado por dejar aquel entorno que lo asfixiaba.

Casi cuarenta minutos después el rubio ingresaba a su hogar en la costa. Apenas había terminado de bajar todas sus pertenencias del maletero cuando escuchó el teléfono fijo sonar, ingresó a su hogar y antes de contestar colocó el código que activaría el nuevo sistema de seguridad de la casa.

-¡Te dije que me llamaras! –reclamó Mirana en cuanto contestó.

-Lo siento, estaba bajando las maletas –se disculpó.

-Bien –aceptó en tono orgulloso- Mejor ve a descansar, hablamos en la mañana.

A la mañana siguiente Meliodas se percató de que alguien, probablemente Mirana, se había encargado de surtir adecuadamente la despensa y nevera para su regreso. Por lo que pudo tachar de su lista de pendientes realizar las compras. Durante el desayuno escribió un corto correo a Elizabeth avisándole donde estaba, asegurándole que la extrañaba con locura y que estaría disponible las veinticuatro horas para ella.

Lo siguiente en su lista de cosas por hacer, era desempacar. Meliodas pasó al menos una hora moviéndose por toda la casa, organizando las maletas en el armario de la sala destinado para ese uso, colgando la ropa limpia y separándola de la sucia que era la mayoría de la contenida en el equipaje y devolviendo a los lugares adecuados sus instrumentos de higiene y electrónicos.

En el proceso de arreglar sus pertenencias se encontró con los obsequios que compro para sus familiares y amigos, varias cajas de chocolates, que en su mayoría estaban destinados a Zeldris, algunas bolsas de costosas boutiques de alta costura y una que otra de Cartier, la famosa joyería francesa. En los últimos paquetes había un presente para Mirana, uno para Gelda y otro para su amada, seleccionó el más pequeño y lo abrió, dentro de la bolsa acartonada negra con serigrafía dorada había tres estuches de gamuza negra, uno grande y cuadrado, otro alargado y rectangular, y por ultimo uno pequeño y cuadrado, tomó este último y se lo guardó en el bolsillo de sus bermudas.

Un par de horas después y cansado de ver la televisión, el ojiverde decidió que era más productivo tomar una siesta de media mañana bajo las palmeras de la playa. Del cobertizo exterior sacó una hamaca y la colgó con destreza de dos palmeras cercanas, ideales para el trabajo. Se introdujo en la comodidad del tejido y disfrutó de las frescas corrientes del próximo otoño, por instinto llevó una mano al bolsillo de sus bermudas y extrajo la cajita de joyería. La abrió para contemplar con ilusión el bonito anillo de oro rosado con un rubí de corte ovalado engarzado, rodeado de una discreta hilera de diamantes.

A Meliodas le gustaba el rojo, le resultaba nostálgico. Le recordaba el color cereza en los labios de Elizabeth la primera vez que la vio, la peluca pelirroja que ella usó la primera vez que lo visitó en la oficina o el vestido carmesí que ella vistió, y que él arruinó, durante su primera cita. Su relación con la platinada estaba llena de rojo y por ello creyó que un anillo con una piedra del mismo color sería un bonito detalle para su amada.

-¿Para quién es el anillo? –cuestionó una voz femenina que a Meliodas le pareció salir de la nada.

-¿!Liz!? –exclamó alarmado, dejando caer al anillo sobre su regazo- ¿Cómo llegaste aquí?

-¿Acaso no escuchaste el coche en la entrada? –inquirió sorprendida- Hice mucho ruido al derrapar un poco por la pendiente –razonó la pelirroja.

-¡Por supuesto que no! De hacerlo habría ido a ver quién era –puntualizó el alarmado rubio.

-Uhm... Entonces... ¿Para quién es el anillo? –repitió.

-E-es so-solo un obsequio para mi novia –respondió avergonzado.

-¿Vas a pedirle matrimonio? –cuestionó la ojiazul con una enorme sonrisa que no llegaba a sus ojos.

-E-en... En realidad... No –susurró Meliodas.

-¿Entonces porque darle un anillo de compromiso?

-¡Liz! –gritó avergonzado- Ya basta, por favor –suplicó desviando su rostro avergonzado del escrutinio de la extranjera- ¿Por qué mejor no me dices como llegaste aquí?

-Le pedí tu dirección a Zeldris, para traerte esto –dijo sacando del bolso que llevaba colgando en el vértice de su codo una caja rectangular y blanca, la típica caja en la que vienen los celulares –El asistente de tu padre, el señor de cabello verde y bajito... -murmuró tratando de recordar el nombre del sujeto.

-¿Chandler? –le ayudó.

-¡Sí! ¡Él! –exclamó al reconocer el nombre del empleado- Lo trajo hoy en la mañana y Zeldris tenía una cita con su novia por lo que me ofrecí a traerlo –explicó.

-Muchas gracias –dijo recibiendo el paquete- ¿Te fue difícil llegar? –cuestionó con amabilidad.

-No, me dieron buenas indicaciones –consoló la pelirroja.

Meliodas observó detenidamente a la intrusa, notando los cortos shorts de mezclilla y la blusa sin mangas que exhibía la blanquecina piel de sus hombros, una corriente de aire pasó y la piel de ella se erizó.

-¿Quieres pasar? –invitó con pesar- El frio no es muy amigable para la forma en la que estas vestida.

- –aceptó apenada- Creí que por estar cerca del mar haría más calor, pero me equivoqué.

-Ahora las corrientes marinas son aún más frías durante la mañana, pero por la tarde se vuelve lo suficientemente cálido para pegarse un chapuzón, aun en esta época del año –razonó Meliodas- Mejor vamos adentro ¿Te gustaría un café o té?

-Café, por favor.

El rubio condujo a su invitada dentro de su hogar, donde le indicó que ocupara un taburete de la cocina en lo que recalentaba un poco el café sobrante de su desayuno.

-¿Aquí no hay mucha cobertura, verdad? –cuestionó Liz alzando su celular buscando inútilmente una mejora de la recepción.

-Estamos en una zona escarpada, la recepción irregular. Conéctate al Wi-Fi –aconsejó mientras ponía una taza frente a su amiga.

-¿Meli-zabeth? –pronunció la alemana con dificultad al leer el nombre del dispositivo y Meliodas sonrió- ¿Es ese?

-Liz, no hay ninguna otra casa en varios metros a la redonda. Obviamente es ese –respondió con ironía.

-¿Cuál es la contraseña?

-Taizai con T mayúscula, diecinueve, cero tres, veinte, mellie, veintiocho, cero cuatro, veinte –recitó el rubio de memoria.

-No entra –anunció la pelirroja al terminar de teclear en su teléfono.

-¿Qué? –cuestionó sorprendido y levantándose para alcanzar el teléfono de su invitada –No es posible.

En su brusco movimiento, Meliodas volcó su propia taza de café sobre la mano derecha, quemándose al contacto con el líquido caliente.

-¡Demonios! –exclamó, levantándose rápidamente de su asiento para poner su mano bajo el chorro de agua fría del grifo del fregadero.

-¡¿Estas bien?! –preguntó la ojiazul alarmada.

-Sí, no te preocupes –tranquilizó- En la sala en la mesa junto al sofá grande está el router. Ellie siempre deja la contraseña pegada allí, puede que la cambiara luego de que los trabajadores vinieron a instalar el sistema de seguridad.

La pelirroja hizo caso de las instrucciones y se acercó al aparato, donde efectivamente estaba adherido un cuadrado de papel azul celeste en el que se leía claramente la contraseña en prolijas letras romaji. No era que Meliodas no conociera su contraseña, o que Elizabeth la hubiera cambiado, Liz la estaba ingresando mal.

-¿La encontraste? –cuestionó Meliodas desde la cocina.

-S-sí –tartamudeó Liz- La escribí mal –comentó.

Meliodas apareció junto a Liz sorprendiéndola.

-¡No aparezcas así! –exclamó ella.

-Lo siento –se disculpó con gesto confuso- Solo quería decirte que subiré a buscar algo para las quemaduras, vuelvo en unos minutos.

-Está bien –susurró, cohibida por el aura intimidante del rubio.

En cuanto Meliodas desapareció por las escaleras, ella se apresuró hasta su bolso de donde extrajo un pequeño dispositivo del tamaño de una memoria USB, pero con un puerto de entrada distinto. Regresó con prisa al router y lo conectó hábilmente, dejando el aparato exactamente en la misma posición de antes.

Lizzette no era tonta, podía no ser la más brillante en el área de la tecnología, pero desde que se reunió con la persona que Damián Demon le dijo y esta le entregó una bolsa oscura con varios de aquellos pequeños dispositivos, supo que eran.

Aquellos aparatos eran desviadores remotos, ilegales al comercio libre en varios países, daban acceso total a las comunicaciones online de los dispositivos electrónicos conectados a la red inalámbrica que parasitaban. La pelirroja tenía una vaga idea para lo que Damián pensaba usarlos y por ello aceptó de buena gana conectar varios de ellos, uno en la casa Demon, otro en el vacio departamento de Meliodas y el que acababa de instalar. Asumió que el resto se conectarían en los servidores de internet de la compañía Demon. Aunque no se lo explicaron, ella dedujo que la idea era dificultar la comunicación entre Meliodas y su pareja, lo que no entendía era ¿Para que serviría eso? Porque observando el ambiente de la casa resultaba obvio que allí vivían ambos.

Se sentó en el sofá junto al dispositivo que transmitía la señal alámbrica de internet y miró como las notificaciones comenzaban a invadir su celular. Tenía tanto en la cabeza que no sabía que pensar. En un principio solo decidió ayudar a un amigo a alejarse de una mala relación, pero pronto se vio involucrada emocional y profesionalmente en el trabajo, la caída de la empresa Danafor no era una elaborada mentira, resultó ser una verdad que tuvo que obligar a confesar a su padre, por lo que se avocó a su papel con el doble de estímulos que antes.

Ella necesitaba rescatar el negocio de su padre e impulsar el suyo luego de esa difícil situación. Y lo obtendría si conseguía separar a Meliodas de su novia. Y tal vez, solo tal vez, también lograra que en el proceso el rubio sintiera algo real por ella. Todo lo había hablado detalladamente con el padre del ojiverde, si conseguía que Meliodas y su novia terminaran de forma permanente Damián Demon le había prometido respaldar su marca y sacar la empresa Danafor del hoyo en el que se había sumido y ella aceptó. Creía firmemente estar haciendo lo correcto.

Sus curiosos ojos vagaron por la estancia, las terminaciones oscuras no eran de su agrado, pero la madera clara y los toques de color dados con cojines, lencería de hogar y jarrones equilibraban el gusto marcado de Meliodas por el color negro. En la bonita estructura donde se apoyaban los diversos aparatos electrónicos del sistema de entretenimiento también había varios marcos blancos con fotografías, se acercó a la estructura de color negro mate para ver las fotos, una de ellas mostraba a Mirana junto a Zeldris y Meliodas, otra a ambos hermanos con otras cinco personas y algunas eran imágenes de parejas que no supo identificar.

Por la esquina del ojo Liz pudo identificar un conjunto de fotos donde se veía una cabellera rubia y una platinada, probablemente de Mirana, ya que la novia de Meliodas era pelirroja como ella. Se aproximó al siguiente conjunto de fotos con el corazón latiéndole frenéticamente contra las costillas, alargó la mano derecha para alcanzar uno de los marcos, pero la voz del dueño de la casa la detuvo.

-¿Qué estás haciendo? –preguntó la fría voz de Meliodas tras Liz.

-Na-nada, solo veía las fotos –explicó sonrojada.

-No deberías curiosear en la casa de los demás –comentó el rubio relajando su postura.

Meliodas se interpuso protectoramente entre Liz y las fotos enmarcadas de él y Elizabeth. Lizzette no sabía guardar secretos, y Meliodas estaba seguro de que nada bueno saldría de que ella conociera la verdadera identidad de su novia, fácilmente podría hablar demás frente a su padre.

-Liz, necesito hablar contigo –declaró con el ceño fruncido.

El ojiverde se encargó de poner el grupo de fotografías boca abajo para apartar de ellas la mirada curiosa de la pelirroja, al terminar la condujo al sofá.

-Hablé con mi padre –reveló luego de suspirar- Su condición para ayudarte es que te conviertas en mi prometida. Por algunos motivos personales no aprueba a mi novia y pretende obligarme con esto a separarme de ella, sé que te prometí ayudarte, pero no pienso someterme a esta petición absurda –aclaró.

La pelirroja entristeció.

-Meliodas sé que la quieres mucho y que te estoy poniendo en una dura posición, pero... De verdad no tengo a nadie más a quien acudir –argumentó desesperada.

-Quiero ser franco contigo, él me está obligando, amenaza con despojarme de mi estatus de heredero y favorecer a mi primo.

-¡Eso es horrible! –exclamó con total sinceridad- Yo... Yo no tengo problema en convertirme en tu prometida para salvar los negocios de mi familia, pero si no cuento con tu apoyo yo...

-Entiendo y de verdad me siento tan asfixiado como tú y...

-¿Tu padre solo habló de compromiso? –cuestionó de repente.

-Ehm, sí –respondió confundido.

-Podemos fingir estar comprometidos, solo una pantalla de humo entre tú y yo. No tenemos que casarnos, solo fingir un tiempo, tu padre dejará de amenazarte y prestará el apoyo inicial a Danafor Energy. Con eso liquidaría las deudas y luego por mi propia mano iré levantando la empresa de mi padre, pero si no recibimos un apoyo inicial el impacto financiero hará caer a mi empresa ¡No tienes idea de lo duro que fue para mí llegar hasta donde estoy! –reclamó desesperada.

-Lizzette, yo también trabajé muy duro a pesar de la posición privilegiada que creer que tengo. Además no le puedo hacer eso a Elizabeth, ella es mi vida, el aire que respiro –razonó determinado.

-Déjame explicarle, yo hablaré con ella de ser necesario, ella no tiene por qué separarse de ti, es solo otro trato comercial, ella debe entender –argumentó desesperada.

-Ella no se encuentra en el país, está trabajando junto a su padre en este momento. Y jamás le pediría que me mire por quien sabe cuánto tiempo en las portadas de las revistas junto a otra, suficiente tensión pone entre nosotros el mantenerse oculta de mi padre ¿Acaso te imaginas todo lo que sufrió cuando vio en la prensa todas esas fotos editadas de la semana de la moda? –replicó exasperado.

-¿E-ella vio todo eso?

-Sí y déjame decirte que no pienso volver a hacerla sufrir de esa manera –declaró.

Las lágrimas comenzaron a inundar los ojos de la pelirroja, y se deslizaron como calientes cascadas por su rostro. Con la negativa del rubio estaba perdiendo más que una ilusión adolescente. Ahora estaba verdaderamente asustada por su destino. Se sintió tan a la deriva como cuando su madre falleció.

Meliodas abrazó a la ojiazul para consolarla.

-Te prometo encontrar otra manera –susurró el ojiverde mientras acariciaba la espalda de la temblorosa chica entre sus brazos.

Luego de varias tazas de té, Liz abandonó la casa de Meliodas y Elizabeth con los ojos rojos y apagados.

Esa noche, Meliodas volvió a escribir a su novia, contándole de lo sucedido con Lizzette. Él sabía que Elizabeth era una mujer razonable y de cierta manera esperó que comprendiera la difícil situación de la amiga de ambos, por lo que le comentó la locura que Liz había ideado sobre intentar engañar a su padre. Cuando terminó de redactar el correo, miró con miedo el recuadro con la palabra "enviar", aquella bizarra propuesta le podría costar el mayor de los convenientes vividos con su novia, pero lo hacía por ayudar a una amiga.

La mañana del domingo, al levantarse vio la caja blanca y alargada de su nuevo smartphone sobre la mesa de la cocina, justo donde la había dejado, recién recordaba su existencia, por lo que las siguientes dos horas se la pasó configurando el nuevo dispositivo y descargando aplicaciones. La última de las aplicaciones en instalarse fue WhatsApp, y en el instante en que estuvo operativa, múltiples notificaciones asaltaron su pantalla, una tras otra y sin detenerse.

Entre sus chats solo le interesó uno, el de su amada.

Ellie <3

"Mel, cariño. Llegué. Estamos bien."

"Apenas llevo dos horas aquí y las cosas están peor de lo que imagine."

"Te amo y te extraño."

"Meliodas, recibí tu correo."

"Dime que no perdiste nuestras fotos, hay muchas que solo estaban en tu teléfono."

"Leí tu correo"

"No sé qué pensar al respecto"

"Pero confió en ti"

"Hablamos cuando tengas tu nuevo celular"

"Preciosa, tomate las cosas con calma, una cosa a la vez"

"Ayer llegó mi teléfono, pero con lo de Liz lo olvidé"

"No te preocupes, tengo respaldo de todo"

"Avísame cuando pueda llamarte, quiero oírte"

Los mensajes no se enviaron con la rapidez usual, pero Meliodas creyó que se debería a que el teléfono estaba saturado de todas las notificaciones que aun llegaban sin parar. Por lo que dejó el teléfono sobre el mármol del mesón y procedió a hacerse un desayuno ligero. Mientras comía, el rubio recibió respuesta de Elizabeth.

Ellie <3

"Estoy en una reunión"

"Al menos sé que estas bien"

"Lo estoy"

Aquella respuesta por parte de su novia le hizo suponer que ella estaba enojada por el asunto de Liz. Por lo que decidió no volver ni a plantearle la situación. Tenía que buscar otra alternativa.

Llegada la noche, Meliodas estaba frustrado. Esperó durante todo el día señal de vida de su novia, pero no recibió nada de su parte. Entendía lo ocupada que podía estar, pero la sola idea de imaginarla molesta con él lo estaba torturando. Y por ello, antes de irse a dormir le escribió: "Preciosa, me voy a dormir", "Te amo", "Descansa bien", "Soy un imbécil, lo siento", "Por favor perdóname".

Al levantarse el lunes, Meliodas encontró un breve: "Lo pensaré" como respuesta de parte de Elizabeth, lo que le derrumbó la moral, pero tenía que ir a trabajar.

Trajeado y pulcro de la cabeza a los pies, el rubio ingresó a la compañía que por derecho le pertenecía, bajó en el último piso y se preparó mentalmente para un incómodo día de trabajo bajo la estricta supervisión de su ofuscante progenitor.

Entró sin tocar a la oficina, encontrándose con su padre y Estarossa hablando animadamente, pero las sonrisas de estos se marchitaron en cuanto él entró.

-Buenos días –saludó el rubio.

-¡Primo! Un placer tener de regreso –saludó el pelicenizo con una sonrisa sarcástica en el rostro.

-Digo lo mismo ¿Qué tal Francia? –indagó por pura cortesía.

-Maravilloso –respondió complacido- Bueno, estimado tío, los dejo para que charlen.

La manera en la que el peligris había dicho lo último antes de abandonar la oficina le hizo a Meliodas tensarse.

-Buen día, hijo. No esperaba verte por aquí –dijo con falsa cortesía el azabache.

-¿Y porque no? –inquirió cruzándose de brazos- Trabajo aquí.

-Tienes razón, hoy tenemos mucho que hacer, los cambios de puesto siempre son laboriosos –comentó con ligereza- Ya envié a Chandler a avisar en el departamento de limpieza para que despejen la antigua oficina de Estarossa para ti.

Y Meliodas se alarmó.

-¿De qué diantres hablas? –exigió en tono amargo.

-Meliodas, hablé muy enserio contigo. Ya que te niegas a aceptar mis peticiones, cumpliré lo acordado, rechazaste a Liz y ahora tú ocuparas el puesto de director ejecutivo y me encargaré personalmente de asesorar a tu primo para que asuma el mando en el futuro –declaró.

-¿Qué te hace creer que rechacé a Liz? Ella pudo rechazarme a mí –indagó tratando de mantener la calma.

-Pues que: ella no está en posición de denegar esa propuesta y se marchó hoy de la mansión, debe ir rumbo al aeropuerto en este instante –argumentó Damián- Meliodas, hoy tengo mucho que hacer, tu oficina estará lista mañana, espero que no te moleste estar en una posición inferior a la de tu hermano menor.

-Estas cometiendo una locura, Estarossa destruirá todo lo que has logrado –evidenció.

-No si yo permanezco tirando de los hilos hasta que alguno de ustedes tenga un heredero que pueda moldear.

-¿Piensas que Zeldris o yo permitiremos que uses a alguno de nuestros hijos como tus títeres? ¿No fue suficiente con dirigir la vida de tus propios hijos? ¿Ahora quieres controlar a tus nietos? –cuestionó evidentemente molesto.

-Meliodas, dejémonos de sentimentalismos, te inculqué que con ello no se logra todo lo que nuestra familia ha conseguido –declaró.

- Y todo eso estás pensando en tirar por la borda para obligarme a hacer tu voluntad.

-No te estoy obligando, te di opciones. Y aun las tienes, pero se acaban si Lizzette Danafor aborda el avión a Alemania.

-¿Cuál es tu maldita obsesión con Liz? –preguntó a los gritos.

-¡Ella no es la hija de Nerobasta Goddess! – los ojos verdes del menor se abrieron de par en par- Así es Meliodas, conozco la verdadera identidad de tu noviecita. Esta demás decir lo que opino al respecto –dictaminó.

El rubio se congeló en su lugar, completamente mudo.

-Ahora déjame ofrecerte un trato de acuerdo a tu transgresión. Comprométete con Liz. Sal a buscarla en este mismo instante y Zeldris no compartirá el mismo destino que tú y Elizabeth –amenazó- Un pajarito me dijo que Nerobasta ya desconoció a su hija, seguramente porque se enteró de su aventura contigo. Yo soy más considerado que esa perra y te estoy dando opción, hijo. Haz lo correcto.

El rostro de Zeldris invadió la mente de Meliodas. Y se puso en marcha sin mirar atrás. Una vez que estuvo seguro entre las paredes metálicas del elevador, sacó el celular de su bolsillo, seleccionó un chat de WhatsApp y presionó el icono de micrófono.

-Ellie, lo siento, preciosa. Perdóname –dijo en el altavoz del aparato con la voz rota- Por favor no me juzgues, dame la oportunidad de hablar. Te amo con mi alma. Esto que nos hacen no es justo. Por favor, perdóname –susurró amargamente.

Las puertas del elevador se abrieron y el ojiverde se apresuró entre las hileras de vehículos del estacionamiento, condujo su deportivo con la habilidad de un piloto de carreras. Cuando un semáforo lo detuvo aprovechó para marcar un conocido número. Al tercer tono una voz femenina contestó.

-¿Meliodas?

-¡Liz! –exclamó- ¿Dónde estás?

-Voy a la zona de abordaje con apoyo de algunos guardaespaldas de tu padre, los paparazzi se enteraron de mi viaje de hoy –contestó.

-¡Quédate donde estas!

-¿Qué? ¡Pero mi vuelo ya inicio el proceso de abordaje!

-¡Que te quedes!

Los claxon de algunos vehículos amortiguaron la voz de Meliodas, por lo que lanzo el teléfono al asiento del acompañante y se concentró en maniobrar lo más rápidamente posible entre el tráfico. Apenas cinco minutos después, el rubio llegó al aeropuerto, estacionando apresuradamente en el espacio destinado para los servicios de taxis. Corriendo atravesó la mitad del aeropuerto y exigió a los oficiales que lo dejaran pasar a la zona de abordaje, y estos temerosos de su poder lo permitieron.

El ojiverde localizó el tumulto de periodistas y gritó.

-¡LIZ!

Los guarda espaldas despejaron el paso para él, y la mirada verde se encontró con la azul.

-¡Esta bien, lo haré! ¡Lo haremos! –aseguró extenuado.

-¿Es enserio? –preguntó la sorprendida chica.

Meliodas asintió y la pelirroja se arrojó a sus brazos, llorando fuertemente contra el cuello del rubio. Los camarógrafos se volvieron locos con la escena y los bañaron repetidamente con la luz de los flashes de las cámaras.

Antes de que el escándalo del mundo de las finanzas fuera reportado en las noticias de las doce, una ruborizada e ilusionada Mirana se reunió con su jefe para un bonito e íntimo almuerzo en un restaurante. Donde permaneció sumergida en su romántica burbuja hasta que al regresar a la mansión Demon los mensajes de Gelda la alertaron de lo que estaba pasando.

A partir de ese momento se concentró totalmente en establecer contacto con Meliodas. Pero no contestaba las llamadas. Incluso fue a buscarlo hasta su casa de la playa, pero tampoco tuvo éxito.

En la noche, Mirana tenía los nervios a flor de piel y ni hablar de Zeldris que se encontraba confundido por todo lo que estaba pasando. La prensa especulaba sobre una supuesta propuesta de matrimonio dadas las imágenes captadas en el aeropuerto. Pero la prensa podía inventar lo que quisiera, lo importante y alarmante en ese momento es que después de ese instante, Meliodas y Lizzette habían desaparecido juntos en el deportivo del primero, y nadie sabía de ellos desde entonces. Todos los amigos de Elizabeth que sabían de su relación con el rubio, esperaban ansiosamente que apareciera Meliodas y les aclarara elocuentemente lo que estaba sucediendo o entre todos lo colgarían de un roble de los tobillos para golpearlo con palos como si fuera una piñata de cumpleaños, y los primeros en la fila serian Gelda y Zeldris.

El martes por la mañana solo se supo que Meliodas había abordado el jet privado de la familia junto a Liz con rumbo a Alemania pero en ningún momento se dignó a comunicarse con su familia o amigos.

Más tarde ese día durante el almuerzo, Damián se había encargado de informarle a Mirana y Zeldris que Meliodas había salido de viaje para ayudar a Lizzette con su complicada situación financiera por orden suya. Aunque, para Zeldris aquella explicación carecía de contundencia, antes Meliodas había salido a hacer tratos por su padre y nunca había formado aquel revuelo.

Durante el resto de la semana el rubio primogénito de Damián permaneció sin comunicarse, lo que mantenía a Mirana en un constante estado de ansiedad, que Damián se encargaba de calmar con muchos gestos románticos, desde costosos ramos de flores, obsequios y salidas en pareja, donde se aseguraba de demostrar el encanto típico de los Demon para cortejar a su amada albina.

Al final de la semana no se sabía nada de Meliodas. Este no contestaba las llamadas. Pero siempre estaba en línea en WhatsApp. A Meliodas no le importaba ninguna otra persona salvo Elizabeth, por lo que constantemente revisaba su celular, casi de manera compulsiva, esperando que ella le indicara que tenía tiempo disponible para hablar, salvo que ella siempre estaba ocupada, sus mensajes eran cortos: "Sí", "No", "Confió en ti", "No estoy segura", "Estoy en una reunión", "Hablamos luego". Y sinceramente todo aquello lo tenía al borde de la locura, el lunes se había tomado el tiempo de explicarle en una larga nota de voz lo que estaba sucediendo y le rogó que no lo abandonara, le dijo que se aseguraría de solucionar esa situación para siempre y que escuchara lo que escuchara de los medios él era suyo. No obstante no obtuvo más de ella que un: "Esta bien".

En Estados Unidos, la situación era caótica, Elizabeth prácticamente no paraba durante todo el día, no tenía tiempo para comer o dormir apropiadamente y a sus amigos apenas podía responderles un descortés. "Estoy hasta el cuello". Al final de la semana la platinada se veía más pálida de lo usual y lo que preocupada seriamente a su padre y cuñado.

Rumbo a los juzgados la ojiazul trastabilló y casi cayó al suelo de no ser porque su cuñado Gilthunder la atrapó.

-¡Elizabeth! –exclamó Baltra alarmado.

-Ellie, tienes que descansar mejor, te exiges demasiado –razonó el pelirosa.

-No es eso, me sentí mareada y el estómago se me revolvió –explicó la joven mujer- Sentí asco repentinamente.

-Elizabeth, necesitas que te revise un médico –dictaminó Gilthunder.

-Seguro solo fue algo que comí –argumentó la platinada irguiéndose nuevamente- Me lavaré la cara y todo estará mejor –dijo para tranquilizar a su padre.

Ciertamente a Elizabeth las responsabilidades estaban haciendo mella en su cuerpo. Pero lo que no le permitía dormir por las noches era no lograr comunicarse con su novio, últimamente siempre estaba ocupado y aunque ella se esforzaba por escribirle bonitos mensajes de buenos días y buenas noches solo obtenía de él escuetos: "Descansa", "Estoy ocupado", "Tengo demasiado trabajo", "Sí" y "No". Se hablaban, pero no se comunicaban, lo que la ponía de mal ánimo y le quitaba el sueño la mayoría de las noches. Estaba tan enfocada en su trabajo y en Meliodas que no tenía tiempo ni para leer una hoja de una novela, mucho menos un artículo de prensa.

El lunes por la noche el jet de la familia Demon regresó a Japón, con Meliodas y Lizzette abordo, el rubio llevó a la pelirroja a su antiguo departamento y regresó a su hogar, donde durmió abrazado al olor de su amada que desprendía la almohada de ella.

Meliodas apareció en el trabajo con aire sereno y cumplió su jornada de trabajo a la perfección, pero como siempre tenía cerca de su padre, Zeldris no podía acercarse al rubio para cuestionarle sobre su repentina desaparición. Superficialmente todo parecía en orden, pero había algo en la mirada de su hermano que inquietaba a Zeldris y lo último que quería era contactar a Elizabeth para averiguar lo que estaba pasando.

La tarde del martes, Mirana caminaba en su habitación como león enjaulado mientras sostenía fuertemente su teléfono contra el oído.

-¡Desaparece y ahora reaparece de la nada! ¡Ni un mensaje, ni llamada! ¡Voy a colgar a ese niño de los pies cuando lo vea! ¿Cómo se atreve a preocuparme de esta manera? –cuestionó a su interlocutor en italiano.

-Mira, los hombres somos caprichosos y extraños –intentó consolar el hombre al otro lado.

-¡Extrañas las mujeres que sangran cinco días y no mueren! –exclamó- ¡Pero es que a estos Demon les pegó la luna! ¡Andan lunáticos te digo! ¡Dignos de psiquiátrico! Primerio Damián coqueteándome descarada y abiertamente, luego Meliodas desapareciendo a quien sabe dónde con la niña pelirroja, mira que cuando regrese Elizabeth lo va a despellejar vivo en cuanto vea todas las locuras inventadas por la prensa –razonó.

-Mirana, creo que deberías tener cuidado –advirtió con seriedad el hombre.

-¿Por qué? –cuestionó curiosa.

-Papá Demon no es un hombre intachable, sospecho que la conducta extraña de su hijo puede deberse a él.

-Alucinas, Giotto –declaró.

-¿No crees que es extraño que empezara a cortejarte de pronto? Justo cuando te ibas a alejar de él.

-Siempre supe que algo había dentro de él hacia mí. Además, él me confesó que tuvo miedo de perderme –puntualizó la albina segura de sí misma.

-Mirana, mantén los pies en la tierra. Al seguirte seguramente descubrió el romance de su hijo, y por lo que me has contado, él no lo aprobaría ni un poco ¿No puede eso ser la razón del raro comportamiento de Meliodas?

-É-él me quiere y ama con locura a sus hijos, no les haría daño por no aprobar a sus parejas –declaró casi totalmente segura.

-Tienes razón, tal vez estoy exagerando –comentó luego de suspirar- Pero recuerda que nada bueno nace en el mar de las mentiras, tú debes confesarle tu pasado y él decirte lo que estuvo haciendo a tus espaldas, solo así podrán iniciar algo sano –aconsejó.

-Seguro... -murmuró la ojiazul.

-Me alegro que lo entiendas, eres una mujer sabia, Mira –dijo Giotto- Debo irme, luego te hablo.

Giotto no tuvo corazón para decirle directamente a Mirana que Damián probablemente estaba confabulando para separar a su hijo de la joven Elizabeth, de quien Mirana tenía un gran concepto, por lo que optó por callar.

Pero no se necesitaba de mucho para plantar la semilla de la duda en la albina, ella era una mujer inteligente, que sabía leer entre líneas y que conocía al italiano profundamente, conocía lo oculto en sus silencios y suspiros, y por ello permitió que la duda echara raíces, en un principio ella también tuvo sus sospechas, pero se sintió tan feliz y halagada por la atención de Damián que decidió apartar lo demás, eligió permanecer ciega. 

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¡Hola mis preciosuras! 

Ya no es miércoles de Nanatsu no taizai, pero si estamos a puertas del día de San Valentin, no es un especial, pero este capitulo dan ganas especiales de partirle la cabeza a Meliodas, Lizzette y Damián. El castillo del Melizabeth se derrumba y no pueden hacer nada por detenerlo, ya que ni siquiera entienden que es lo que está sucediendo.

Ya conocen la dinamica, tomatazos, sugerencias, quejas y formación de aquelarres en los comentarios. Estaré contestando todas sus dudas.

AGRADECIMIENTOS

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Besos y abrazos
Mía_Gnzlz

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