28._ I'm in love with a monster.

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Desde la conversación con su amigo italiano, Mirana no había estado tranquila, desde ese momento había pasado casi una semana y las cosas en su entorno se comportaban con una inusual tranquilidad, era como la calma antes de la tormenta.

Meliodas no se había dignado a parecer por la mansión, pero si aparecía en cada revista de chismes existente en Japón, siempre con Lizzette junto a él. Zeldris había intentado hablar con su hermano en múltiples ocasiones, aunque este siempre le esquivaba con alguna excusa. Y ni hablar del grupo de amigas del cual Mirana era participe, todas habían intentado comunicarse con Elizabeth, iniciando una conversación casual antes de preguntarle sobre el problemático y rubio de su novio, pero en ningún momento lograban intercambiar más de dos mensajes seguidos, mucho menos hacer una llamada.

En varias ocasiones la albina había visitado la casa de su no-hijo, y en cada una de ellas la edificación parecía estar deshabitada, siempre con las luces apagadas, todas las puertas y ventanas con llave, y ya no podía entrar a la estructura porque Meliodas cambió todas las cerraduras.

Nadie podía acercarse al ojiverde, porque él mismo así lo había decidido.

Era el tercer fin de semana desde el regreso de Meliodas de Italia y la albina nana estaba al borde de los nervios. Sentada en el jardín de la mansión Demon, Mirana intentaba calmar sus revueltos pensamientos con una taza de té, estaba sola, Zeldris había salido de viaje junto a Gelda, y su no-novio Damián estaba en el trabajo y no regresaría hasta entrada la noche.

A la peliblanca no le quedaban más cabos sueltos que explorar, excepto la persona que amaba desde hacía muchos años. Giotto tenía razón, cuando Damián la investigó pudo descubrir por error la relación de Meliodas, y era lógico pensar que el mayor no aceptaría de buenas a primeras ese amorío, pero... ¿Era Damián el monstruo que forzó ese comportamiento en Meliodas?

Mirana conocía la respuesta, después de todo llevaba años viviendo alrededor de los Demon.

Ella podía intentar engañarse y buscar las explicaciones más creativas al comportamiento del rubio ojiverde, pero la verdad quedaría expuesta en cuanto investigara los movimientos de Damián, ella lo sabía, estaba consciente de que la respuesta destrozaría su corazón. No obstante, aunque ella amara al mayor, primero estaba su promesa a Elise, antes de llegar a ver al patriarca Demon como hombre, prometió a la difunta rubia velar por la felicidad de los menores a su cargo, y si debía destruir al mundo con tal de cumplirlo, lo haría.

—Primero vino sábado que domingo —susurró al aire antes de pegar nuevamente sus labios a la porcelana.

Lo pondría a prueba. Le daría una última oportunidad de confesarle las razones tras el comportamiento de Meliodas.

A la hora de la cena, el patriarca Demon comió junto a su empleada y enamorada en un divertido ambiente, comentarios jocosos iban y venían, era obvia la química que existía entre la pareja, la felicidad de ella era genuina, se veía en sus ojos, que observaban con enamorada ilusión al hombre que tenía al lado; incluso en él se notaba el aura del amor, por la forma en la que dulcificaba sus rasgos cuando hablaba con la ojiazul y la manera atenta en que escuchaba cada una de las pequeñas cosas que decía. Pero, nada puede construirse en el mar de las mentiras.

—Damián —llamó ella con voz dulce.

Él se deleitó con el sonido de su nombre en los labios femeninos, antes de preguntar.

— ¿Dime? —cuestionó dando un breve trago a su copa de vino.

— ¿Alguna vez me has preguntado algo directamente y yo te he mentido? —cuestionó ella sin verle a los ojos.

—No lo sé ¿Lo has hecho? —inquirió él saliéndose por la tangente.

—Jamás —aseguró viendo directamente al de orbes verdes —Pero hay cosas que no sabes de mí; muchas de ellas, que te compartiré si preguntas.

—No se me ocurre nada por el momento ¿Hay algún motivo por el que saques esto ahora?

—Sí, en estos días estuve recordando muchas cosas. Mi pasado, mi presente, evaluando mi futuro... —argumentó— Cuando tuvimos nuestra primera cita te lo dije, estoy en una edad donde las aventuras no me placen, los juegos sé cómo ganarlos y no estoy para ellos —rememoró jugueteando con los vegetales sobre su plato— Nada crece en el mar de las mentiras, y no te he mentido en ningún momento, pero no conoces mucho de mí. Mi vida, mi pasado, es un campo de rosas, lleno de momentos espinosos que me son difíciles de recordar y mucho más difíciles de contar, aunque me gustaría compartirlos contigo, en su debido momento —pausó un instante— Y sobra decir que espero lo mismo de ti.

El azabache permaneció casi un minuto en silencio, observando el blanquecino rostro de su acompañante, perdido en las facciones dulces que se habían endurecido por la determinación. Y aunque Mirana le había ofrecido el momento perfecto para sincerarse, él decidió permanecer en la mentira, aun cuando ella no tenía la certeza absoluta de que le mentía.

—Mirana, tú me conoces mejor que yo mismo, dudo que exista algo que yo pueda decirte que te resulte una novedad —dictaminó Damián tomando la mano izquierda de la dama.

La mirada de la ojiazul se oscureció por un instante, dándole un aire melancólico a su fas, pero pronto aquella expresión desapareció tras una máscara de felicidad.

—Me gustaría preparar algo especial para nosotros el martes ¿Tendrás tiempo? —indagó con voz tranquila.

—Por supuesto —aseguró el hombre.

—Entonces tendremos una cita especial para cenar —aseguró.

Luego de esa conversación, Mirana permaneció en modo automático, elucubrando mil ideas en su fuero interno. Al terminar de cenar se excusó con un falso dolor de cabeza para ir directo a su habitación, donde permaneció escuchando música hasta altas horas de la madrugada.

El domingo por la noche Zeldris apareció en la mansión hecho todo sonrisas, con unas orejas de Mickey Mouse sobre su cabeza, al entrar en la sala cargando sus maletas, Mirana y Damián dejaron lo que hacían para ver al inusualmente feliz azabache.

—¡AAH! —gritó— ¡Luces encantador, Zel! ¡Déjame tomarte una foto así! —rogó la albina en modo madre fanática.

—Gelda seguro te pasará una de las cientos que nos tomamos —informó el sonrojado menor.

—¡Pero esas son de ella! ¡Yo quiero una para mi solita! ¡Para mi álbum! —volvió a rogar la ojiazul.

—Mira...

—Si accedes no te fastidiaré todo el mes con que fueron a Disney y no me llevaron —pidió imitando la cara del Gato con botas.

—Bieen... —aceptó luego de suspirar.

La emocionada albina tomó al menos tres sesiones de fotos en menos de cinco minutos y luego siguió al joven hasta su habitación para que le contara de su romántico fin de semana en el lugar más feliz del mundo. Dejando a Damián impresionado y solo en la sala.

El lunes Mirana amaneció de buen humor, cantando a todo pulmón las melodías de famosas películas de Disney mientras preparaba el desayuno.

—Esa es una buena manera de decirle indirectamente a mi padre que te lleve a Disney —comentó Zeldris a modo de saludo al entrar a la cocina.

—Seguramente no entendería, dudo que alguna vez viera una película de Disney —respondió la albina depositando en la mesada una perfecta torre de panqueques.

—Pues piensa otra vez... -intervino Damián- Me gustó Trazan, la canción: Hijo de hombre es buena —informó antes de depositar un beso en la mejilla izquierda de la anonadada ojiazul.

Zeldris no cabía en sí de la impresión, y gracias a todas las deidades no tenía nada en la boca en ese momento o lo habría escupido.

—No sabía eso de ti, padre —se atrevió a comentar el menor.

—Tu madre amaba esas películas —dijo Damián antes de darle un sorbo a su taza de café recién servida— Aunque estoy seguro de que a estas alturas no reconocería nada del contenido nuevo.

—Te recomiendo que no me des motivos para actualizarte —bromeó Mirana apuntando al azabache mayor con la espátula de madera.

La peculiar unidad familiar desayunó en un ambiente tranquilo, al terminar, ambos hombres fueron a sus habitaciones a buscar sus portafolios y cuando bajaron Damián salió por la puerta de la entrada donde Mirana lo despidió con un breve movimiento de su mano antes de que él abordara la limosina. En cambio, Zeldris depositó un beso en la mejilla de su nana y se dirigió a la cocina con la intención de usar la puerta que conectaba el garaje con la casa.

El azabache ya estaba sentado en el asiento del conductor de su deportivo cuando sintió la presencia de la peliblanca junto a él.

— ¿Qué sucede Mira? —cuestionó Zeldris mirándola a través de sus gafas oscuras.

— Intenta hablar nuevamente con él —suplicó la ojiazul con gesto torturado.

— Créeme que lo he intentado, Mira. Pero Meliodas es un tozudo total — razonó frustrado.

—No tienes que decírmelo, sé de donde salió —recordó con los brazos cruzados e ironía en su voz —De todos modos... Haz lo que puedas —susurró.

—Lo haré —aseguró el menor.

Mirana se alejó del vehículo y dejó que el menor de la familia continuara con su camino.

—¿Acaso tendré que usar mis propios métodos para acercarme a ese niño tonto? —preguntó a la nada.

La ojiazul prefirió hacer cosas más productivas antes de que su mente la dominara, por lo que empezó con sus labores diarias.

En la Torre Demon el azabache patriarca ingresaba a su oficina con Chandler y Cusack a sus espaldas, encontrándose con la visión de un joven rubio que miraba fijamente la pantalla de su computadora portátil.

—Meliodas... -susurró el padre el nombre de su primogénito— Buenos días.

—Buen día, padre —saludó escuetamente el ojiverde apartando por un segundo la mirada de la pantalla.

Para Damián fue un signo de alarma ver a Meliodas allí antes que él, más aun verlo usando sus gafas de lectura, indicativo innegable de que tenía la vista cansada, por lo que concluyó rápidamente que el menor llevaba allí unas cuantas horas.

—¡Amo Meliodas! ¿A qué hora llegó? —indagó Chandler alarmado.

—Llegué antes que tú, Chandler. No podía dejar de pensar en el informe contable que dejé pendiente el sábado, y vine temprano para revisarlo detalladamente antes de mandarlo a archivos —informó el rubio.

—¡Pe-pero, joven amo Meliodas! ¡Llegué a las seis en punto! ¿Siquiera desayunó? —inquirió el peliverde.

—Chandler, te agradecería que bajes la voz —pidió Meliodas quitándose las gafas.

—Solo estoy preocupado por usted —comentó bajando el tono de su voz.

—Lo entiendo, pero preferiría que fueras más útil y me trajeras una buena taza de café cargado —solicitó el menor— Y una aspirina, por favor.

El asistente de caninos prominentes se apresuró a cumplir el pedido del heredero.

—Cusack —llamó Damián— Ve a recibir a Zeldris, hablaremos luego.

—Sí señor —aceptó el pelimagenta de prominente bigote.

Cuando padre e hijo se encontraron solos, el azabache se permitió observar descaradamente su entorno. El área donde reposaba la cafetera de la oficina se encontraba desordenada y la jarra de vidrio estaba vacía, indicativo indudable de que Meliodas se había acabado al menos una jarra entera de café.

—Si Mirana te viera así, se preocuparía —comentó Damián dejando su portafolios sobre el escritorio principal.

—Seguramente, pero hoy necesito de cafeína. Además tengo un compromiso para el almuerzo —comentó con tranquilidad sin mirar a su progenitor.

—Sabes que no es necesario que hagas esto, venir a la oficina antes que Chandler es excesivo, incluso para mí.

—¿Escucho preocupación en tu voz? —cuestionó el rubio con ironía.

—¿Acaso está mal? Soy tu padre, preocuparme por ti es normal para mí —respondió el azabache.

—Tal vez yo no sea el hijo ideal, pero al menos no soy un hipócrita, padre —espetó con ira contenida— Pero tienes razón, si me hago daño a mí mismo Mirana estará el triple de molesta de lo que está. Voy a comer algo a la cafetería —comentó levantándose de su asiento.

—Así que eres consciente de lo que la haces pasar —dictaminó el adulto con el ceño fruncido— ¿Por qué demonios la tratas de esa manera, Meliodas?

—A diferencia de ti, yo me preocupo por los que me rodean. Ella con una mirada descifrará lo que me pasa, después de todo ella me crió —explicó con amargura en la voz— Y si nuestros tratos llegan a sus oídos... Mirana va a matarnos a ambos, pero no temo por mí, más temo por ti, padre ¿Serás capaz de soportar que la mujer que has querido durante años te desprecie? ¿Soportaras el odio en su mirada? —indagó con una sonrisa torcida y tétrica en sus labios.

—¿Me estas amenazando? —cuestionó iracundo.

—En realidad no, yo sé jugar limpio, Damián —dictaminó el rubio antes de abandonar la oficina.

Mientras Meliodas se esforzaba por comer en la cafetería de la empresa, para Elizabeth aún eran las siete de la noche del domingo, acababa de cenar pero su estómago rechazaba todo lo que ingiriera, enfadando aún más a la agotada peliplata.

Elizabeth llevaba tres semanas de disgustos, asistiendo a interminables citaciones en los juzgados y aún más extensas reuniones con los sindicatos de trabajadores petroleros, todos estaban tratando de sacar el mayor provecho a la tragedia, exigiendo compensaciones ridículas como: porcentajes de inversionista en la compañía de su padre, cuando la verdad era que: los reales afectados solo querían acabar con todo aquello para llorar a sus muertos en paz. Y para ponerle la cereza al pastel de su mal humor estaba aquel endemoniado malestar que no la dejaba concentrarse por más de tres horas seguidas.

La platinada estaba sufriendo de náuseas y jaquecas recurrentes, que ella no podía explicar, pero intentaba atribuírselo al exceso de trabajo, las preocupaciones personales y al retraso de su ciclo menstrual.

Cansada de seguir leyendo reportes financieros y demandas judiciales, tomó su celular y se dirigió al chat de su amado.

 Mel🍆💖

"¿Cariño?"

"¿Estás?"

"Te extraño"

Minutos pasaron sin recibir respuesta, por lo que la abatida joven se levantó para buscar un analgésico dentro de su maleta. Luego de pasar la pastilla con una botella entera de agua, apagó todas las luces de su habitación de hotel y volvió a la cama, donde abrazó fuertemente una almohada, esforzándose por contener las lágrimas que pugnaban por salir.

Luchando con la nostalgia, la tristeza y tratando de alejar los malos pensamientos que se asentaban en su mente, impulsados por los malos presentimientos que empezó a tener pocos días después de su llegada a América, de esa manera la ojiazul se sumergió en un inquieto sueño.

Horas después cuando Elizabeth despertó se encontró con los fríos mensajes de su amado, que rompieron su corazón.

 Mel🍆💖

"Elizabeth, estoy en el trabajo."

"Tengo demasiado que hacer."

Una lágrima solitaria bajó del ojo derecho de la platinada, pero en cuanto ella lo notó, la quitó con rabia de su mejilla.

Mientras la platinada sentía su corazón marchitarse, Meliodas recién ingresaba a su hogar, totalmente agobiado por los acontecimientos del día. La carga de sus obstáculos no hacía más que aumentar. Sí su mañana no fue lo suficientemente conflictiva con el frio enfrentamiento matutino con Damián, todo empeoró con el pasar de las horas.

Flash Back.

Las horas de trabajo pasaron con su tranquilidad habitual en Demon Enterprises, y aunque el ambiente podía cortarse con un cuchillo en la oficina de presidencia, ninguno de sus dueños parecía ser afectado por ello. Damián trabajaba tranquilamente en el escritorio principal y Meliodas también se encontraba aparentemente muy cómodo en el escritorio secundario que habían hecho instalar recientemente dentro de la oficina. Cuando llegó la hora del almuerzo, el rubio se levantó con tranquilidad y estaba por abandonar el espacio hasta que su progenitor le habló.

—¿A dónde vas?

—Te dije en la mañana que tenía un compromiso a la hora del almuerzo —ratificó Meliodas viendo al azabache.

—No vi nada programado con algún socio en la agenda —argumentó el mayor.

—Porque no voy a salir con un socio —explicó con sequedad.

—Meliodas, no tenemos tiempo para salidas sociales.

—Bien, yo no tengo problema. Pero tú llamaras a Liz y le dirás que no me reúno con ella por tu voluntad —dijo el menor con las manos en los bolsillos en actitud despreocupada.

—Eso cambia las cosas —comentó Damián relajando sus facciones— ¿Cómo van ustedes?

—Tal como lo pediste, estamos juntos. No voy solo a ninguna parte y siempre estoy con ella —respondió con neutralidad.

—Bien, puedes irte... —el rubio se dio la vuelta dispuesto a abrir la puerta— Una cosa más... —murmuró— Recuerda que el trato fue hacerla tu prometida.

El ojiverde menor solo apretó los dientes ante las palabras del adulto, pero nunca se volteó a verlo.

Una hora después, Meliodas y Liz terminaban sus entradas en un bonito restaurante de tres estrellas bastante íntimo.

—Mi padre volvió a mencionar el tema del compromiso —dictaminó el ojiverde sin ver a su acompañante.

La pelirroja bajó de golpe su menú para observar a su interlocutor, quien seguía concentrado en su propia carta.

—¿Qué vamos a hacer? —cuestionó nerviosa— ¿Has logrado hablar con Ellie? —preguntó llena de dudas.

—Ella aún está lejos, y sospecho que está sumamente enojada, no hemos podido hablar apropiadamente desde que se fue —se lamentó bajando su menú y dejando de fingir tranquilidad— Ya quiero que llegue, estoy seguro de que todo se verá más claro en cuanto ella y yo discutamos apropiadamente.

Liz se removió en su asiento, la culpa le devoraba las entrañas.

—Por el momento, supongo que tendremos que elegir un anillo —dijo Meliodas con un intento fallido de sonrisa.

No es necesario que me compres algo así, pu-puedo usar algo que ya tenga —intentó parecer considerada.

—No —dictaminó rotundo— Si no te compro algo, mi padre hará que te dé el anillo de compromiso familiar, además de que nos impondrá hacer un gran comunicado al respecto, con fiesta y todo. Y no voy a permitir algo así —decretó con seguridad— Voy a manejar esto a mi manera. Al terminar de comer iremos a una vistosa joyería y elegirás la pieza que quieras, con algo de suerte esto se filtrara como un chismorreo más en la prensa y así mi padre no me obligará a hacer un anuncio personal, no quiero hacerle eso a Ellie.

»Que ella me vea ante las cámaras presentándote formalmente como mi prometida sería el último clavo en el ataúd de nuestra relación —explicó con profunda tristeza reflejándose en sus verdes orbes.

—E-está bien —aceptó Lizzette con su corazón oprimido.

Y así como Meliodas lo planeó, así lo hicieron. El rubio le ordenó a sus guarda espaldas que les dejaran solos, para que así los paparazzi que los asediaban encontraran los ángulos correctos. En la joyería, Liz escogió un elegante anillo de compromiso de oro de veinticuatro quilates con un gran diamante rectangular rodeado de una hilera de diamantes más pequeños, que luego de pagarlo, el rubio se encargó de poner "románticamente" en el anular izquierdo de la fémina.

Cualquiera que viera la escena la interpretaría como la típica escena de enamorados, pero aunque Liz se esforzara por creerlo, no podía, aquel brillo de tristeza en los ojos de Meliodas la hería profundamente.

Fin del flash back.

Abatido, el rubio ingresó a su hogar y evitó entrar a la habitación que compartía con Elizabeth, por lo que se duchó en uno de los baños de visitas, pero igualmente tuvo que pasar a su alcoba para vestirse. Ropa interior limpia, unas bermudas cómodas y una camiseta de algodón después, Meliodas se torturó con la textura de las sabanas de la gran cama matrimonial, recordando las veces que su novia y él habían encontrado la plenitud en el cuerpo del otro, todas las palabras que se habían dicho en esa cama y que ahora parecían mentiras.

Se maldijo mil veces por las locuras que estaba cometiendo, por la mera idea de estarle causando dolor a su amada. Estaba atrapado, tomado del cuello, entre la espada y la pared, se sentía dividido; ambición, familia y amor se disputaban su conciencia constantemente. Él fácilmente podría mandar al demonio la ambición, si con ello no arrastrara lo demás.

Cansado de pensar, de sentir, se levantó de la cama, abandonó la habitación y como un condenado a la horca recorrió la escalera y el corto trecho que lo separaba de la cocina. En tres mordiscos se acabó el sándwich que se había preparado por inercia, aunque también ese acto tenía algo de culpa impregnada, sabía que no alimentarse era algo que causaba sufrimiento a su nana y novia.

Pero él quería olvidar, anestesiarse. Buscó por toda la cocina, pero no encontró ni un mísero sobre de gomitas y la idea de tomar vodka solo le provocaba arcadas, por mucho que quisiera escapar de sus problemas en la ebriedad se negaba a tomar esa cosa sin algo que lo ayudara a mejorar el sabor, y lo único que conocía capaz de esa hazaña eran las gomitas de ositos.

Derrotado ante la falta de ositos multicolor en su hogar, pasó a su segunda opción: alcohol y música muy fuerte. Tomó dos botellas del bar y un vaso de cristal bajo, colocó los objetos sobre la mesa de centro de la sala, se acercó al equipo de entretenimiento y lo enlazó con su cuenta de Spotify, donde buscó la más estridente de sus listas de reproducción, anhelando que la música vaciara y llenara su alma.

Pronto encontró lo que buscaba, una canción que concentró su mente las notas y que se sincronizaba con la turbulenta vorágine de sentimientos que lo estaban marchitando. Al ritmo del bajo abrió la primera botella y se tomó de un solo trago los tres dedos de Whiskey que se sirvió en el vaso.

Por suerte el ojiverde no tenía vecinos en kilómetros a la redonda, o habría tenido a la policía frente a su puerta en cuestión de minutos.

Somedays you're the only thing I know. Only thing that's burning, when the night grow cold, can't look away, can't look away —coreó Meliodas la cuarta vez que la música se reprodujo en bucle— Beg you to stay, beg you to stay... Something in the way you're looking through my eyes. Don't know If I'm gonna make it out alive.

Mientras Meliodas bebía y cantaba, en la mansión Demon; Mirana, Damián y Zeldris habían terminado de cenar juntos, dos de ellos ignorantes de la tristeza que embargaba al hijo mayor de la familia. No obstante, la albina sentía una presión inusual en su pecho. Por lo que decidió llamar al chico rubio, pero como en sus anteriores intentos a lo largo de tres semanas, este no contestaba sus llamadas.

La ojiazul volvió a la sala y se sentó junto a Zeldris, pero rápidamente el menor notó el extraño comportamiento en ella. Los ojos verdes de Zeldris escanearon la actitud de Mirana, la manera compulsiva en que ella movía las piernas y jugaba innecesariamente con su cabello, además de que su mirada no dejaba de dirigirse a su celular, en el que esporádicamente tecleaba un mensaje rápido y al terminar lo bloqueaba.

Mirana —llamó el menor, llamando la atención de Damián- ¿Otra vez él? —cuestionó en italiano.

Zel, siento algo raro. Algo le está pasando —informó con sus ojos al borde de las lágrimas.

Sabes dónde están las llaves de mi coche —le recordó antes de volver a dirigir su mirada al libro que leía segundos antes.

¡Gracias Zeldris! —exclamó la albina colgándose al cuello del menor.

Ella ni siquiera vio a su pareja, simplemente se levantó del sillón como alma que lleva el diablo y corrió hasta la cocina, donde tomó las llaves del deportivo del azabache menor, segundos después, la luz de los faros del vehículo pasaron como un halo por las ventanas de la sala que daban al jardín frontal. Y fue cuando Damián se percató de lo que sucedió.

—¿A dónde fue? —inquirió el mayor intentando disimular su desconcierto.

—La caballero sacro Mirana, fue a salvar a su príncipe teñido —explicó el azabache en tono de burla.

—¿A quién se supone que te refieres Zeldris? —cuestionó en tono hostil.

Ante el ceño fruncido de su progenitor, el azabache menor no pudo evitar esbozar una descarada sonrisa, que solo acentuó los celos que reverberaban en los recónditos rincones del alma de Damián.

—No debes estar celoso, padre. Espero que tomes mis comentarios con humor, pero siempre habrá uno o dos hombres por encima de ti en el corazón de Mira —respondió con arrogancia.

De cierta manera, Zeldris estaba complacido de tener la certeza que él y Meliodas eran prioridad en la vida de su peliblanca nana, incluso por encima de su propio padre. El gen posesivo era innato en los Demon.

Con una sonrisa en los labios, el menor dejó a su progenitor solo en la sala de su hogar, divirtiéndose con la idea de las mil conjeturas erróneas a las que podía estar llegando el mayor luego de su malintencionado comentario.

Una vez el menor de la familia llegó a su habitación, sacó su celular del bolsillo derecho de sus pantalones con la intención de llamar a su novia, para distraerse del pensamiento que se esforzaba por ignorar: el rostro preocupado de Mirana.

Mientras su protegido menor hablaba con su novia, la adulta ojiazul contaba los segundos que la separaban del mayor de los hermanos Demon, rezando a cuanta deidad conocía, que eran muchas, porque el rubio estuviera bien y que el presentimiento en su pecho fuera solo producto de la paranoia.

Pero, el corazón de madre jamás se equivoca. Cuando Mirana estacionó frente a la elegante casa de fachada de madera, tuvo la certeza de que algo estaba mal. La música atronadora hacia vibrar los cristales de las ventanas y las luces de toda la casa estaban apagadas. Determinada, la albina se dirigió hasta las puertas francesas traseras, por las que se podía apreciar la figura masculina de cabellos alborotados, tenuemente iluminada por la luz del televisor, que se llevaba son regularidad un vaso a la boca.

En su fuero interno la ojiazul rogó por lo que estuviera bebiendo el rubio no fuera vodka.

Segura de que aunque lograra que el rubio la escuchara este no le abriría la puerta, decidió tomar medidas extremas, luego se encargaría de los destrozos, literalmente.

Mirana se dirigió al vehículo de Zeldris y abrió la cajuela, de la que sacó una pesada herramienta, regresó a las puertas francesas, tomó un poco de impulso y lanzó la herramienta de acero contra el vidrio, rompiéndolo al instante, activando el sistema de alarma de la propiedad.

Meliodas se levantó del sofá dispuesto a acercarse intruso, pero al ver a su nana quedó paralizado, hizo amago de acercarse a ella, pero con gritos y señas le indicó que se mantuviera alejado. Aquello hirió al rubio, no obstante al notar que la albina miraba los vidrios en el piso y luego a sus pies descalzos, desterró el sentimiento de tristeza de su ser. La música alta no les permitía comunicarse por lo que el ojiverde se apresuró a apagar el sistema de entretenimiento.

—¿Qué haces aquí? —cuestionó el rubio con los oídos zumbando por el súbito silencio.

—Yo... Tenía que asegurarme que estuvieras bien —confesó distinguiendo la forma de algunas botellas vacías sobre la mesa baja de la sala gracias a la escasa iluminación lunar que entraba por las puertas francesas arruinadas— Al menos por tu voz sé que no tomaste vodka.

—En realidad era lo que quería —admitió bajando la cabeza y viendo sus pies.

—Encenderé la luz —anunció la mujer.

El sonido de los tacones sobre los trozos de vidrio le pareció irreal a Meliodas, la compañía en su hogar resultaba un sueño lejano para el deprimido ojiverde. La luz inundó la estancia y Mirana observó con el corazón destrozado el rostro de su "hijo" mayor. Trazos de lágrimas secas surcaban el rostro del rubio, la nariz y mejillas enrojecidas solo acentuaban el evidente estado emocional del menor. Entre la mesa y el piso había cinco botellas vacías, y dos que aún permanecían sin abrir esperaban en el sofá.

Ella anhelaba abrazarlo, pero la luz roja del sistema de seguridad aun parpadeaba, y aunque ya no sonaba la alarma, era cuestión de tiempo para que la alerta fuera enviada a la policía, por lo que la ojiazul se dio la vuelta para pulsar el botón parpadeante del panel de control junto a la puerta de entrada.

—¿Aun la contraseña es la misma? —preguntó con voz calma.

—Sí —respondió Meliodas.

Cuando el asunto de la alarma estuvo finiquitado, Mirana volvió a acercarse al más bajo, deteniéndose a unos pasos de él. Ambos se miraron como quien escanea a un ser desconocido, salvo que ellos no lo eran, aunque ella se negara a que le imputaran el rol de su fallecida mejor amiga, Mirana y Meliodas eran madre e hijo. Ella extendió sus brazos en dirección del menor y Meliodas cerró la distancia entre ambos, fundiéndose en un necesitado abrazo. El de ojos verdes lloró como un niño, mientras la ojiazul acariciaba sus desordenados cabellos dorados con amor materno.
Una hora después, la mayor había conseguido que el más bajo fuera a su cama, agotado por las emociones que lo marchitaban desde adentro. No hablaron, solo se hicieron compañía mientras compartían el silencio y dos tazas de té de manzanilla preparadas por la de cabellos incoloros. Fue de esa manera en la que ambos quedaron dormidos en la misma cama, uno en cada extremo, con sus manos se enlazadas en el centro, igual que en el pasado. Cuando Meliodas sentía miedo por las noches, pero era demasiado orgulloso como para permitir que lo abrazaran y consolaran de la misma manera que a Zeldris, por lo que solo permitía que Mirana se durmiera a su lado, lo más alejada posible de él, siempre tomados de las manos para que él supiera que ella estaba allí.

Aún estaba oscuro cuando el rubio despertó y se encontró a su nana durmiendo junto a él, aferrada a su mano, con delicadeza apartó su diestra del agarre, provocando que Mirana, quien tenía el sueño ligero, comenzara a despertarse. Gracias a que dejaron las lámparas de lectura de la habitación encendida, los orbes azules no tardaron en toparse con los verdes.

—¿Qué sucede, Mel? —preguntó ella.

El apelativo cariñoso y los ojos azules le llevaron a recordar a su novia ausente, la realidad golpeó con fuerza al rubio y sus ojos se oscurecieron.

Mirana notó como la oscuridad regresaba a atormentar al menor.
—Meliodas, habla conmigo —suplicó ella, sin saber que Meliodas había vuelto a cerrarse— Sé que algo te está sucediendo, no te comportas como tú —argumentó.

—¿Qué te hace creer eso? —cuestionó incorporándose en la cama.

—Me evitas, evitas a tu hermano y para colmo de males dejas que la prensa haga esos odiosos reportajes entre tú y Lizzette Danafor —explicó enojada— ¿Cómo piensas explicarle esto a Elizabeth?

—Ella está al tanto —respondió toscamente, sintiendo la molestia crecer en su interior.

—Pues estoy segura que no le agrada ni un pelo la situación, si yo fuera ella te castraría con una cuchara caliente y sin anestesia ¿No te parece que ya la hiciste sufrir mucho con lo sucedido en Italia? —inquirió enfadada.

—Esos son asuntos nuestros, Mira.

—Igual, es mi deber aconsejarte, sé que algo ocultas, no tengo ni idea de qué, pero es mejor que confieses ahora jovencito, sino quieres verme muy enfadada —comentó en tono de reprimenda— Y espero una buena explicación, ignorar a tu hermano... ¡Hasta cambiaste las cerraduras de tu casa para que yo no viniera! ¡Por eso tuve que romper las hermosas puertas francesas! ¿Cómo hará Elizabeth cuando vuelva? ¿También piensas apartarla como si fuera un trapo sucio? —reclamó.

—¡Ya, Mirana! ¡Esto no te concierne! —exclamó irritado.

La peliblanca calló por un instante.

—En efecto, no me concierne involucrarme en su relación, pero Elizabeth es mi amiga y no me parece justo que... —intentó razonar pero Meliodas la interrumpió.

—¡NO ME IMPORTA LO QUE TE PAREZCA MIRANA! —gritó el rubio.

—Meliodas, yo, solo intento ser una buena... — ella estaba a punto de decir "madre" pero las afiladas palabras del rubio la detuvieron.

—No soy un niño, soy un hombre y puedo tomar mis propias decisiones, por una vez en tu vida deja de meter la nariz donde no te llaman —dijo descargando su furia en la persona equivocada— ¡ENTIENDE YO NO SOY TU HIJO! ¡NO TIENES DERECHO A SERMONEARME! ¡TU NO ERES MI MADRE!

Ella calló definitivamente. Las lágrimas se acumularon en los ojos azules, pero ella no permitió que Meliodas las viera. Aun en silencio se dio la vuelta, tomándose un instante para recoger sus zapatos del suelo y luego ir hasta la puerta de la habitación.

Meliodas respiraba agitadamente, pensando a toda velocidad, arrepentido de pagar sus frustraciones en la persona que menos tenía que ver con sus problemas, alguien que solo era un daño colateral en la situación que había propiciado su padre. ¡Era en Damián en quien debía vaciar su irritación! No en Mirana, la madre que lo había acompañado desde que se convirtió en un huérfano materno.

—Enviaré a alguien mañana para que repare las puertas traseras —informó la voz temblorosa de la albina antes de salir de la habitación.

—Mirana no... —susurró, en vano, porque la de ojos azules se había ido.

El cuerpo masculino cayó presa de un estado pétreo que no lo abandonó hasta que escuchó los neumáticos alejándose por el escarpado camino de grava que conectaba con la autopista. Por primera vez en su vida, Mirana lo había abandonado.

Minutos después, Meliodas bajó a la sala, donde encontró todo el desastre de botellas y vidrios rotos recogido, además de que el hueco en las puertas de vidrio estaba tapado con periódico pulcramente; típico de la albina, tan eficiente que ni recordaba un instante en el cual ella se separara de él para limpiar.

Decidió ocupar su mente en alguna serie absurda de Netflix en compañía de una enorme taza de café americano, pero sus pensamientos no le permitieron estar en paz debido al enorme peso de su transgresión.

En lo que Meliodas era torturado por su conciencia nuevamente. Zeldris, quien no había conciliado el sueño por más que se esforzó, observó desde la ventana de su habitación como su deportivo recorría el camino de la entrada, hasta que se perdió de su vista al ingresar al garaje.

El azabache se levantó con calma del sillón junto a la ventana, dispuesto a conversar con Mirana sobre la situación de su hermano, pero en el instante en que su mano se posó sobre el pomo de la puerta, escuchó como los tacones de su nana repiqueteaban apresuradamente por el pasillo, seguidos de un portazo.

Alarmado, el menor se apresuró hasta la puerta de la habitación de Mirana, pero en cuanto estuvo cerca percibió un sonido que solo podría salir de sus pesadillas o un desagradable recuerdo. Sollozos, y no cualquieras, estos pertenecían a la albina. Intentó entrar a la alcoba nos obstante, la puerta tenía el pestillo echado, cosa completamente anormal en la dama de ojos azules.

—Mira, ábreme, por favor —susurró el ojiverde contra la puerta— ¿Qué sucedió?

No hubo respuesta. Los gemidos no volvieron a escucharse. Pero Zeldris los había oído perfectamente y ahora se encontraba furioso. Deseaba con todas sus fuerzas ir en busca de Meliodas para exigirle respuestas, salvo que él no era del tipo de hombres que actuaba por impulso, aunque en esa ocasión ganas no le faltaban.

A la mañana siguiente, Mirana le encargó a otro de los empleados de la mansión que se encargara de los preparativos del desayuno y no salió en ningún momento de sus aposentos, ni siquiera para despedirse de su pareja o de Zeldris, causando un aumento exponencial en la furia y curiosidad del menor.

Pero nadie era rival para Zeldris Demon cuando este se determinaba a lograr algo, y él estaba determinado a conocer lo que le pasó a la madre de su alma.

Tratando de mantener un poco la calma, Zeldris inició su dia de trabajo con normalidad, esperando el momento adecuado para interrogar a su hermano mayor.

Mientras tanto, la mujer de cabellos blancos y ojos azules se lamentaba profundamente en su cama, envuelta entre las sabanas como si ellas la pudieran exorcizar del dolor que apretaba su pecho, las calientes lagrimas lastimaban sin cesar la piel irritada de sus mejillas y ojos, pero por mucho que llorara o sofocara sus gritos y gemidos en las almohadas, el dolor no remitía. La perseguía la mirada llena de rencor de Meliodas, esos orbes oscuros como el carbón, llenos de un odio y tristeza infinitos la lastimaban como si la estuvieran apuñalando.

Su cerebro entendía que aquellas palabras no reflejaban los verdaderos sentimientos del rubio por su persona ¿Pero quién le explicaba eso a su corazón herido? Temía por Meliodas, sufría por aquel interminable mar de tristeza que lo orilló a hablarle de esa manera. Estaba deshecha porque conocía perfectamente a la única persona que era capaz de sumir a su adorado rubio en ese mar turbulento de emociones negativas, y no era nadie más que el hombre que amaba.

Ella ayudó a criar a Meliodas desde una corta edad y fue la única que evitó sus comportamientos más autodestructivos durante su dura adolescencia gobernada por los imposibles estándares de Damián. El amor nos hace ciegos, pero no a todos, la albina sabía quién era el monstruo del que se enamoró. El patriarca Demon era un hombre fuerte, criado a la vieja usanza de los nobles europeos, donde los hijos trataban a los padres como extraños, donde los negocios valían más que las emociones, Mirana lo sabía porque su madre la crió de la misma manera. Salvo que Damián encontró un ángel, una tabla de salvación en Elise y cayó profundamente enamorado de ella, y gracias a la casualidad o el destino, la misma Elise provenía de una familia pudiente, por lo cual no hubo impedimentos para ese matrimonio.

La rubia de ojos verdes se encargó de transformar a Damián para bien, de convertirlo en un padre justo y amoroso, en un hombre de negocios equilibrado, un humano admirable. No obstante, cuando la llama de la vida se apagó en la ojiverde, el azabache se cerró, retomando sus viejas costumbres, usándolas como una muralla para proteger su herido interior de los ojos curiosos.

Y Mirana fue testigo de ello: las jornadas interminables de trabajo en la empresa o en casa, las borracheras, la enfermedad por el abuso de su cuerpo, los días sin comer y todas las noches llenas de pesadillas que acababan con gritos y un rostro lleno de lágrimas. Mirana conoció al hombre destrozado bajo aquellas murallas y se enamoró de él. Y fue por piedad que lo ayudó a levantarse, leía para él en voz alta, lo cobijaba cuando el sueño lo vencía sobre su escritorio, le preparaba tazas de té antes de dormir y procuraba que se alimentara apropiadamente. En ese largo proceso de sanación, se enamoró y ya no pudo olvidar aquel sentimiento. Pero aunque mucho lo intentó, jamás logró sacar nuevamente de él al hombre que Elise dejó.

Damián no volvió a ser el padre modelo, ni el hombre de negocios fuerte pero justo. Los indicativos de su sufrimiento desaparecieron, pero no fue porque sanara, sino porque reforzó su muro y aunque la dejaba entrar de vez en cuando a su vida, había un territorio inexplorado que él no se atrevería a mostrarle. El punto exacto donde residía la cicatriz de su alma.

Ahora el hombre que amaba amenazaba a los niños que con mucho esfuerzo intentó hacer florecer, aquellas plantas que alguna vez estuvieron a punto de marchitarse por la influencia de la muerte y del terrible monstruo que representaba su padre, y que ella consiguió medianamente hacer prosperar.

Ella no se lo permitiría. Primero debía rearmarse, así fuera superficialmente.

Con esa determinación afianzada en su corazón, ingresó a la ducha, para borrar los rastros más evidentes de su pena.

Faltaba poco para la hora del almuerzo y Damián se había ausentado de la empresa para asistir a una comida con los miembros de la junta directiva, reunión a la que Meliodas no quiso ir. Por lo que este último se encontraba solo en su oficina mirando su teléfono celular con anhelo, esperando por alguna respuesta de su novia a la última media docena de mensajes que le envió. El rubio se disponía a escribir un nuevo mensaje cuando el interfono sonó y tras pulsar un botón la voz de la señora Roberts llenó el silencio.

—Joven Meliodas, tiene una visita no programada esperándole en la sala de juntas.

—¿Quién es? No tengo nada programado —comentó confundido.

—Se trata de la señorita Danafor ¿Le digo que no puede atenderla? —preguntó la voz de la mujer mayor.

—No, enseguida me reuniré con ella —acotó antes de colgar el aparato.

El ojiverde rápidamente dejó lo que hacia para reunirse con Liz. Al ingresar en la sala de reuniones no la encontró por ningún lado, estuvo por salir del espacio para buscar su celular y llamarla, pero el sonido de la puerta cerrándose a sus espaldas cortó su accionar.

Los orbes verdes no chocaron con unos azules, sino con unos verdes idénticos a los suyos, pero estos tenían tupidas pestañas negras.

—¿Qué pasa Zeldris? —cuestionó con el ceño fruncido— No tengo tiempo ahora, Liz está en la empresa y no la encuentro —razonó.

—Ella no vendrá...

—¡¿QUÉ?! —exclamó confundido.

—No saldrías de tu oficina a reunirte conmigo y si iba yo hasta allí habrías encontrado la manera de huir, por ello le pedí a la señora Roberts que te mintiera —explicó con tranquilidad, cerrando la puerta con seguro— Hay solo una salida y tendrás que responder a mis preguntas para llegar a ella.

—Zeldris no tengo tiempo para tus juegos —dictaminó el rubio.

—Esta vez es distinto, no voy a preguntarte sobre Liz o Ellie —declaró— Quiero saber qué pasó con Mirana ¿De qué hablaron tú y ella anoche?

El rubio quedó estático en su lugar, recordando las duras palabras que le dijo a su niñera.

—Lo que hablamos no es tu asunto, Zel —respondió al encontrar su voz.

—¡Lo es si Mirana llegó anoche llorando luego de ir a verte! —reclamó— ¿Qué le dijiste Meliodas? —exigió— Sabes que Mirana no llora, no lo ha hecho desde aquella vez.

Meliodas permaneció callado ante el dolor que le provocó la nueva información.

—¡Habla! —bramó el azabache.

—Lo siento, Zel —susurró el mayor con la voz quebrada.

—¡Lo prometimos, Meliodas! ¡Lo juramos esa noche! —gritó— ¡Dijimos que jamás haríamos llorar a mamá de nuevo! ¿Lo recuerdas? ¿O toda la mierda en la que estas metido te ha impulsado a olvidar a la única madre que nos queda?

—Zeldris ella no... -inició Meliodas dispuesto a confesar, pero un golpe en su mejilla izquierda lo hizo callar.

—¡Mas te vale que cierres el pico! ¡Mirana es nuestra mamá! —se apresuró a decir— Y si tú no compartes ese pensamiento ahora bien te puedes ir al infierno mismo. Te voy a advertir una cosa Meliodas, si te vuelves a acercar a MI mamá voy a descuartizarte, no voy a permitir que la lastimes de nuevo. ¡NI TÚ, NI NADIE! —gritó al final— No tendré piedad contigo si la haces llorar nuevamente —amenazó.

Zeldris se dio la vuelta y casi rompe la cerradura de la puerta al tirarla con demasiada fuerza, saliendo de la habitación hecho una furia.

Ignorante a lo ocurrido entre ambos hermanos, Mirana contestaba un mensaje a Damián:

Demon D

"Si te sientes mal podemos posponer nuestra cita"

"De ninguna manera. Solo fue un ligero dolor de estómago"

"Ya estoy bien"

"Te espero a las siete"

"Tengo una sorpresa para ti"

La albina rápidamente recibió un mensaje de confirmación por parte de Damián. Con sus planes en pie se acercó a su armario y de lo profundo de este extrajo un par de cajas que estaban ocultas tras gruesos abrigos de invierno. Una era una caja cuadrada grande y la otra rectangular y mediana, abrió la mediana y observó con nostalgia el contenido, acarició la tela de hermosos bordados rojos sobre un fondo color piel como si se tratara de un objeto muy preciado, y así era. Guardó ambos contenidos de las cajas en una maleta deportiva y luego de comer se dedicó a hacer ejercicio.

Aun con el crepúsculo a sus espaldas, Damián y Mirana se embarcaron en el vehículo personal del mayor.

—¿A dónde vamos? —preguntó el azabache con una sonrisa.

—Sigue las instrucciones del GPS —respondió la ojiazul tecleando en su teléfono y programándolo para diera las indicaciones automáticamente en altavoz.

Damián se sorprendió por tanto misterio, pero acató cada una de las instrucciones dadas por la voz que salía del teléfono de su cita. Minutos después el elegante deportivo se detuvo frente a una pista de hielo, el ojiverde bajó dudoso, pero Mirana le tomó la mano para obligarlo a avanzar.

—¿Qué hacemos aquí? —inquirió él con nervios.

—Tranquilo, no te obligaré a subirte a unos patines. Solo quiero mostrarte algo —explicó confiada.

El azabache se serenó un poco y se dejó conducir por los intrincados pasillos del recinto deportivo, luego de pagar sus entradas ambos se dirigieron hasta el área de asientos. La mujer obligó a su acompañante a sentarse y le sonrió.

—Espera aquí —comentó con voz dulce, iba a alejarse pero una mano masculina sobre su muñeca derecha la detuvo.

—¿Acaso vas a entrar allí? -preguntó mirando el hielo con desconfianza— ¿Para eso es esa maleta que traes? —indagó mirando la misteriosa maleta deportiva con la que ella salió de la residencia Demon —Podrías lastimarte.

—¿Confías en mí? —preguntó.

Damián no contestó, pero la seguridad en los ojos azules de Mirana le dio la confianza para dejarla ir.

—Te mostraré parte de lo que soy, el motivo del fuego en mi alma —afirmó antes de alejarse del hombre.

La pista estaba casi vacía a esa hora, solo habían uno o dos grupos familiares que por alguna razón abandonaron la pista por pedido de los instructores. Minutos después inició una tonada clásica muy hermosa, que Damián reconoció de la banda sonora de una de sus películas favoritas. Apenas cerró los ojos unos instantes y cuando los volvió a abrir en el centro de la pista estaba ella, vestida con un cortísimo vestido rojo como el fuego.

https://www.youtube.com/watch?v=dL3jNyA83SA

Él miró a ambos lados, percatándose que instructores y usuarios de la pista miraban atentamente a Mirana, esperando que comenzara a moverse. La música hizo un crescendo y la albina se deslizó por el hielo, delicada y frágil como una bailarina de ballet, realizando complejos dibujos en el hielo, con las luces doradas y naranjas del crepúsculo filtrándose por los ventanales de la pista, otorgándole un aire etéreo y fantástico, era como ver un fénix.

Giros y saltos que al azabache le resultaban imposibles y atrevidos le sacaron suspiros a los demás presentes en el recinto, estremeciendo las entrañas del preocupado hombre, pero eso no fue nada a comparación de cuando la albina comenzó a realizar saltos más complejos y extensiones con sus extremidades que le daban la apariencia de ser de plástico, al menos desde el punto de vista de Damián.

Los botines blancos de cuchillas doradas cortaban el hielo con un susurro que resultaba hipnotizante luego de un rato, el blanco cabello recogido en forma de corona alrededor de la cabeza de Mirana tenía un tinte dorado gracias a la luz natural que se filtraba y emitiendo encantadores destellos cuando los adornos en este reflejaban la luz y ni hablar de la corta falda que danzaba en torno a las gráciles piernas. Todo esto hacía de la enigmática ojiazul un espectáculo digno de admirar.

La música concluyó y la agitada mujer realizó una reverencia para el público, salió del hielo por una puerta alejada de Damián donde se mantuvo por unos instantes con la cabeza agachada y luego se acercó al impresionado ojiverde.

Él se mantuvo mudo escaneando a la mujer que tenía adelante, desde sus ruborizadas mejillas hasta las llamativas cuchillas doradas cubiertas por un protector azul celeste. La misma mujer de la que siempre admiró su fortaleza y dulzura, pero de la que ahora conocía un lado frágil y determinado que casi lo puso de rodillas.

—¿Cómo? —susurró Damián.

—Esto es parte de lo que soy, pero te contaré un poco más de camino al restaurante —respondió ella antes de alejarse y desaparecer por los confusos pasillos de la pista.

Minutos después ella regresó por él y lo tomó de la mano, en silencio volvieron al vehículo donde Mirana solo habló para indicarle el nombre del restaurante en el que tenían reservación. La ojiazul permaneció en silencio durante el primer tramo del trayecto hasta que súbitamente comenzó a hablar.

—Mi padre era un reconocido patinador artístico, nos enseñó a patinar desde que aprendimos a caminar —explicó Mirana con una sonrisa nostálgica adornando su rostro.

—¿Nos? —cuestionó con curiosidad.

—A mi hermano y a mí —contestó ella— Fue la única manera en la que podía sentirme en contacto con él luego de que mis padres se divorciaron.

—¿No te visitaba?

—Mi madre obtuvo custodia total en el divorcio, por lo que no estaba obligada a dejarnos verlo —explicó con amargura— Básicamente lo prohibió por complacer a su nueva pareja, al menos nos dejó seguir patinando, así podíamos sentirnos en contacto con él.

—Pero luego de cumplir la mayoría de edad pudiste decidir ¿Cierto? —inquirió tratando de guiar esa conversación por rumbos más agradables, ya que detestaba la expresión triste que la albina estaba poniendo.

—No, él murió mucho antes de eso —respondió— De hecho el vestido que usé fue una de las cosas que dejó para mí, es casi un milagro que aún me quede —intentó bromear.

Mirana estaba tan concentrada que no notó que estaban estacionados frente al elegante restaurante. Fue Damián quien la sacó del mar de los recuerdos al tomar sus manos entre las suyas.
—Mira, no necesitas contarlo todo ahora —comentó en voz baja.

—Pero... Quiero hacerlo. Para que así me dejes entrar a tu vida, que entiendas que no hay secretos entre nosotros, que todo podemos compartirlo: los asuntos de la empresa, sobre la pérdida de Elise, incluso sobre Meliodas y Zeldris. Estoy para ti, para apoyarte y guiarte, pero debes dejarme entrar, Damián.

El azabache besó las manos de la dama en un vano intento por consolarla y de convencerse a sí mismo que lo que diría a continuación no era una mentira.

—No te oculto nada —aseguró— Ya conoces todo lo que hay dentro de mí, no podrías entrar más a mi vida.

Y así la segunda oportunidad fue desechada.

En lo que la albina y el azabache cenaban, en un set de televisión donde se grababa un popular programa de entrevistas se encontraba Liz, sonriente frente a las cámaras mientras contestaba con una naturalidad pasmosa cada uno de los cuestionamientos hechos por los anfitriones.

—Bueno, damas y caballeros, ya nos acercamos al final de esta maravillosa entrevista a la modelo y empresaria Lizzette Danafor, pero antes de irnos ¿Liz tienes algo que confesar ante las cámaras? —preguntó la rubia conductora con una sonrisa.

—En realidad, no —respondió la pelirroja con una sonrisa.

—¿Nada que tenga que ver con ese anillo? Que es evidentemente de compromiso —cuestionó el hombre con gesto jocoso y malicioso.

Las cámaras hicieron una toma a la mano izquierda de la ojiazul, enfocando la suntuosa pieza de joyería.

—Es solo... —titubeó Liz nerviosa.

—¿Acaso no es ese el anillo que nuestros paparazzi estrella captaron con sus cámaras el día de ayer?

En el monitor tras los presentadores se visualizaron imágenes del momento en que Meliodas y ella compraron el anillo, además de un acercamiento al momento en que el rubio le puso la joya en su dedo.

—Con estas pruebas irrefutables... Dinos Liz ¿Confirmas aquí y ahora los rumores sobre tu romance con el heredero Demon, Meliodas el pecado de la ira? Y no solo eso ¿Nos regalas la exclusiva de su compromiso? —dijo la presentadora con una sonrisa de un millón de dólares.

Las mejillas de Liz no podían parecerse más al tono de su cabello, pero aquella era la justa oportunidad de lograr todos sus objetivos, era el momento perfecto. Respiró profundamente para calmar un poco sus nervios y respondió.

—Sí, Meliodas ayer me pidió matrimonio y he aceptado —declaró con una dicción perfecta en su japonés, que no dejaba espacio para la duda.

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Mia corre a esconderse en un bunker. 

Bueno mis preciosos ángeles, ya conocen la dinámica, en la sección de comentarios dejen su amor o su odio, sugerencias, preguntas y teorías, a todo responderé. Adoro compartir con ustedes y acercarnos aun mas. 

Aviso, por el momento tengo olvidada la pagina de Facebook pero es porque tengo planeadas una o dos sorpresas que estoy controlándome de no revelar, pero si gustan seguirla para ver el material que publico la pueden encontrar como: 

Mia Reader's

Ahora la parte hermosa, los agradecimientos a cada uno de ustedes pastelillos.

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BESOS Y ABRAZOS PARA TODOS

EN ESPECIAL A MIS ADORADOS FANTASMITAS.

Mia_Gnzlz

PD: La cancion que canta Meliodas es: Teeth de 5 seconds of summer.  

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