29._ Dopamina

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La noticia de que el heredero de Demon Enterprises, quizás la compañía más lucrativa y bien posicionada de Europa y Asia, estaba comprometido oficialmente se propagó con una virulencia tal que solo podía ser comparada con la mecha corta en una bomba.

Sin embargo, no fue hasta varias horas después que la conmoción arropó al grupo de amigos del principal implicado en el hecho, comenzando por los que se encontraban en el mismo país.

El miércoles por la mañana fue caótico para el rubio. Las notificaciones le llovían, socios felicitándolo, correos de cadenas televisivas y periódicos solicitando entrevistas, cientos de mensajes de sus conocidos e incluso de un par de ex novias "dolidas"; pero nada de su grupo de amigos más íntimo.

Totalmente irritado, Meliodas llegó a su oficina, donde Chandler se pegó tras él como una lapa, exponiéndole sus diversas objeciones y torturándolos con sus comentarios, y fue cuestión de escasos minutos que el peliverde colmara su paciencia.

—¡Chandler! –exclamó para silenciar al mayor- ¿Podrías por favor, por lo que más quieras, dejar tus sermones para después? Te juro que los escucharé atentamente y en versión extendida en otro momento, pero por ahora necesito ayuda –suplicó mostrándole al mayor la expresión torturada en su rostro.

-Erm, sí, lo que pida señorito Meliodas –respondió solicito el mayor de dientes afilados- ¿En qué puedo serle útil?

-Necesito que... -paró un instante para poder organizar sus ideas- Contactes al personal de seguridad, voy a requerir un equipo conmigo y uno con Lizzette, veinticuatro siete. También quiero que filtres todo el contenido de mi correo, no voy a dar declaraciones personales a la prensa –dictaminó con el ceño fruncido- No acepto citas sociales, solo reuniones de negocios.

-Sí, amo Meliodas –aceptó en modo sumiso.

Chandler se retiró de la oficina principal, dejando al atormentado rubio solo, quien quería desesperadamente apagar todos sus dispositivos electrónicos y mudarse a una isla desierta de manera ipso facta*.

Mientras Meliodas tenía un enorme problema entre manos, el resto de la familia Demon desayunaba en un tenso silencio. Mirana y Zeldris permanecían concentrados en sus alimentos, moviendo los cubiertos con fríos modales, ambos con la mente ocupada en la terrible noticia diurna, un total sinsentido para las personas más allegadas a Meliodas y su relación.

Por otro lado, Damián no parecía comprender el lúgubre estado de ánimo en la mesa, en especial viniendo de una persona tan vivaz como la albina, para él ese era un magnifico día, tenía el sentimiento de plenitud típico de quien ve sus objetivos cumplirse, lo que él ignoraba era el verdadero costo de sus acciones.

Al terminar sus alimentos, los presentes fueron a sus habitaciones, recogieron lo que necesitaban y se reunieron en la entrada.

-¿Piensas salir? –inquirió Damián.

-Sí, Meliodas me pidió que supervisara unas reparaciones por él y no tengo llaves –respondió la ojiazul.

Zeldris frunció el ceño al detectar la mentira, después de todo, él mismo le contó a la albina sobre la discusión con su hermano menor en un vano intento porque ella revelara lo ocurrido entre ambos, pero su plan falló estrepitosamente.

Los adultos y el joven viajaron por separado a la compañía. En la limusina donde viajaban los mayores, el silencio era absoluto; la peliblanca miraba el paisaje exterior con el anhelo de un ave enjaulada y el azabache luchaba por entender la extraña actitud de su pareja.

-Qué raro que necesites pedirle llaves a Meliodas, creí que tenías una copia –comentó el ojiverde tratando de alivianar el ambiente.

-Hace unas semanas hubo una falla de seguridad en el complejo y Mel mandó a sustituir las cerraduras –mintió sin apartar la vista de la ventana- Y anoche me pidió que supervisara el cambio de sus puertas del balcón por unas de mejor seguridad –explicó.

Damián detectó la mentira y endureció su gesto, sabía que Meliodas no estaba viviendo en su departamento, ya que allí se estaba quedando Lizzette, pero optó por fingir demencia.

-Me alegro de que ambos retomaran su antiguo trato –declaró intentando ser gentil a pesar de los celos irascibles que se asentaron cómodamente en su estómago.

-Sí... -susurró la ojiazul en respuesta.

Una vez en la empresa, subieron al elevador privado y medio minuto después los tres residentes de la casa Demon estuvieron en la planta más alta del edificio. Los ojos de Zeldris buscaron los de Mirana y ella al notarlo lo acompañó; Damián al notar que la albina no lo seguía hasta su oficina la llamó.

-¿No venías a ver a Meliodas? –indagó el mayor.

-Sí, aunque primero hablaré unos minutos con Zel –informó.

Damián ingresó a su oficina donde encontró al trastocado rubio que desde muy temprano ya estaba usando gafas de lectura.

-¿Nuevamente madrugaste? –cuestionó el progenitor.

-No –respondió Meliodas por inercia- Me duele la cabeza y eso cansa más rápido mi vista.

-Pídele a Chandler un medicamento de venta libre* –sugirió luego de sentarse frente a su escritorio.

-No puedo, sería el segundo en menos de dos horas –confesó.

En lo que padre e hijo conversaban sobre el peculiar malestar del menor. "Madre e hijo" tenían un asunto más grave entre manos.

-¿Piensas hablarle de ello? –preguntó Zeldris.

-Meliodas es un hombre, no un niño –repitió las palabras que el rubio le gritó con anterioridad con una mueca miserable en su faz- Realmente vine por unas llaves. Cuando estuve en su casa rompí las puertas corredizas para entrar –relató al menor- Sabia que si tocaba, él no me abriría –argumentó antes de que Zeldris optara por preguntar.

-Entiendo... -susurró el menor.

El silencio se instauró entre ambos, hasta que Zeldris decidió hacer la temida pregunta.

-Entonces... ¿No haremos nada? –habló en voz baja.

-¿Qué se supone que haga Zeldris? ¡No puedo vivir resolviéndole la vida a tu hermano! –dijo Mirana frustrada- Lo intenté ¡Por Dios que lo intenté! Pero él no me quiere cerca, no quiere consejos, ni sermones, quiere afrontar lo que sea que esté pasando solo –declaró al borde de la histeria mientras tiraba de sus cabellos

-Lo que está haciéndole a Elizabeth está mal desde todos los ángulos ¿Cómo siquiera se le ocurre someterla a esa situación? –criticó el azabache- ¿Qué hacemos con ella?

-Zeldris, espero que esto no tengas que escucharlo nunca dirigido a ti, pero... -calló durante unos instantes y suspiró- Ustedes son como mis hijos, y los amo como tal, pero el día en que se equivoquen en cosas como estas, no me pondré de su lado –confesó- No voy a consentir lo que está haciendo tu hermano, en esta guerra estoy del lado de Elizabeth, ella tal vez me odie por no comentárselo antes, si es que por alguna razón no está enterada, pero creo que esta esta es la oportunidad para que tu hermano aprenda que puede pedir ayuda, que no está solo –dijo segura de sí misma.

Zeldris buscó refugio en el regazo femenino, como si de un niño perdido se tratara, dejando salir unos ahogados y lastimeros sonidos. La albina lo abrazó con fuerza, como si intentara evitar que el menor se rompiera en pedazos. Ella lo entendía sin necesidad de palabras, Zeldris estaba profundamente herido, él idolatraba y amaba a su hermano, y le lastimaba profundamente que este no confiara en él, que le alejara de su vida.

-Mira... Tengo que contarte algo –susurró mirando a su segunda madre con los ojos húmedos.

Pero la confesión de Zeldris tendría que esperar, en ese momento, la puerta emitió un par de educados y secos sonidos. El azabache limpió sus ojos con la manga de su traje y luego de una mirada de aprobación por parte de la ojiazul, dio la orden de entrada.

-Buenos días, amo Zeldris –saludó formalmente Cusack- Buen día para usted también, señora Mirana.

-Buen día, Cusack – respondió amablemente la albina.

-¿Qué sucede? –preguntó directamente el menor.

-Vine a entregarle estos documentos, joven Zeldris –declaró el pelimagenta alzando un poco el conjunto de carpetas que sostenía contra su pecho.

-Déjalos sobre el escritorio –indicó el azabache.

Cuando el eficiente empleado estaba por retirarse la voz de Mirana lo detuvo.

-¿Puedo pedirle un favor, cusack?

-Usted dirá en que puedo serle de utilidad –respondió solicito.

-Quiero un grupo de guardias que me escolten a la salida y si no es mucha molestia ¿Podrías informarle a Chandler que solicito verlo?

La expresión incrédula de los dos hombres presentes no se hizo esperar, aquellas peticiones carecían de total lógica para ambos.

-Enseguida, señora Arelian –habló el de ojos negros, realizando una leve inclinación antes de retirarse.

-¿Qué planeas, Mirana? –cuestionó Zeldris.

-Conozco a tu hermano –declaró.

Minutos después, un acongojado Chandler cruzó las puertas de la oficina de presidencia. Por las sienes del peliverde bajaban sendas gotas de sudor, evidenciando el estado en el que se encontraba, lo que llamó la atención de Meliodas.

-¿Qué sucede Chandler? –cuestionó el rubio dirigiendo su vacía mirada al ex tutor.

-La señora Mirana solicita que le preste las llaves de su casa, dice que ella supervisará las obras en las puertas francesas –informó anciano.

Damián observó con atención a su hijo, esperando la reacción de este, buscando en él algún indicio de que la albina le mintiera minutos atrás.

-Bien, las llevaré yo mismo y aprovecharé de saludarla –declaró Meliodas.

El ojiverde menor se levantó de su cómoda silla y tomó el llavero de encima del escritorio, cuando reparó en la actitud inquieta del adulto mayor.

-Habla –exigió Meliodas a Chandler. Sabiendo que había algo que el peliverde ocultaba.

-La señora Mirana pidió explícitamente que yo se las llevara y no usted, amo Meliodas –confesó el muy nervioso y contrariado adulto.

-¿Qué? –susurró el incrédulo Meliodas.

Inclusive Damián se levantó de su escritorio ante la peculiar información ¿Mirana evitaba a Meliodas? ¿Por qué? Tan confuso como interesado, el cabeza de la familia Demon siguió a su hijo cuando este abandonó la oficina como un vendaval.

Frente a la puerta de vicepresidencia estaban apoltronados seis elementos del personal de seguridad, y fueron ellos quienes le cerraron el paso al rubio que intentaba ingresar a la oficina de su hermano. Meliodas comenzó a discutir con los empleados y a lanzar amenazas de despido si no se cumplían sus órdenes, pero los trabajadores no se movieron. Ante las maldiciones y gritos del heredero, Zeldris salió de su oficina.

-Meliodas, tus amenazas no tienen validez –aseguró el hermano menor.

-¡Fuiste tú! –acusó- ¿Quién te crees que eres como para evitar que vea a Mirana? ¿Y desde cuando en esta maldita oficina tus ordenes van por encima de las mías? –cuestionó con la ira bullendo dentro de sí.

-Yo no di las órdenes, Meliodas. Pero si me encargo de que sean cumplidas –argumentó Zeldris con los brazos cruzados, encarando a su hermano.

-¡Claro! –exclamó con sarcasmo mientras rodaba los ojos- ¿Quién más que tú podría querer mantenerme alejado de ella?

-Fui yo –evidenció la voz de la fémina que salió de la oficina.

Meliodas, Damián, Chandler y Cusack miraron con desconcierto a la albina, quien se mantenía erguida y con barbilla en alto mientras hablaba.

-Mira, yo... -solo alcanzó a susurrar, herido por el desdén que reflejaban los azules ojos de su madre –Permíteme unos minutos, por favor –suplicó con la voz rota.

-No, Meliodas –negó con rotundidad y firmeza- Necesito que esas puertas sean reparadas, así que sé razonable y entrega las llaves –solicitó.

-Mirana... Por favor...

-¡Meliodas Elias Demon Clorance! –exclamó la albina con el ceño fruncido- ¡He tenido suficiente de ti! –dictaminó- Es hora de que dejes de comportarte como un niño. ¿Quieres que te traten como un hombre? Compórtate como uno –regañó- Un hombre acepta las consecuencias de sus errores.

Al aturdido rubio no le quedó de otra que cuadrar los hombros y erguirse, pero sus ojos no dejaban de mostrar una expresión desolada, una imagen que torturaría a la albina por el resto de su vida. Meliodas extendió su derecha con las llaves, pero Mirana no hizo amago de acercarse, en cambio, fue Zeldris quien tomó el objeto y luego se lo pasó a su nana.

El heredero se encontraba triste a niveles devastadores, nunca había sido reprendido de esa manera por la albina, muchas veces le había gritado y llamado por su nombre completo, pero jamás nada como aquello, nunca con un porte tan recto y una mirada tan severa.

La ojiazul le dedicó un leve asentimiento a Zeldris antes de iniciar su camino al elevador, ignorando deliberadamente a todos a su paso, tres guardaespaldas la flanquearon en su andar. Pero, en el momento en que la albina notó por la esquina del ojo las intenciones de Meliodas, dio una orden a los guardias y los presentes se asombraron de la aterradora determinación que poseía ella.

Fue cuestión de segundos, el rubio abalanzándose para atajar a su preciada figura materna, desesperado por resarcir los pecados que había cometido en su contra, y Mirana ordenándole a los empleados que lo contuvieran.

Los tres altos hombres sostuvieron al heredero con dificultad, debido a la monstruosa fuerza de la que este último era portador. Mientras forcejeaba, los ojos esmeralda conectaron con los orbes azules de la mayor.

-Mamá, por favor. Lo siento, discúlpame –dijo desesperado.

Mirana le dio la espalda y dijo:

-Yo no soy tu madre, Meliodas. Nunca lo he sido –declaró mientras pulsaba el botón del elevador- Chandler –llamó.

-¡S-sí! –exclamó el peliverde.

-Encárgate de que el joven Demon se tranquilice –ordenó la ojiazarca.

Segundos después las puertas del elevador se abrieron y la dama Arelian desapareció de la vista de los presentes en cuanto las láminas metálicas se cerraron tras ella, dejando a los presentes en una vorágine de emociones confusas.

Meliodas dejó de forcejear sintiéndose derrotado y confuso. Zeldris le dio indicaciones a los guardias para soltaran a su hermano y se retiraran, antes de encerrarse de nuevo en su oficina. Chandler, por otra parte, se acercó al desolado rubio que permanecía con la mirada fija en las puertas cerradas del elevador, y con amables empujones lo condujo de regreso a la oficina presidencial. Cusack se apresuró a preparar una infusión para calmar los nervios del aturdido heredero, y Damián se escabulló silenciosamente hasta las escaleras para intentar seguir a la albina y exigirle respuestas.

Con las lágrimas bañando su rostro, Mirana salió del elevador en el estacionamiento subterráneo, con destino al vehículo de Zeldris, ya que este le dejó sus llaves para facilitarle las cosas en lo que solucionaba el asunto de las puertas.

Ella jamás creyó que llegaría a hablarle de esa manera al rubio, pero sintió que todo aquello era necesario. De lo contrario, Meliodas habría podido llegar a ella y ablandarla con sus palabras; pero ni con el sol iluminando las noches en lugar de los días él tendría la razón, independientemente de las circunstancias que rodearan su comportamiento, él estaba equivocado. Y ella estaba segura de ello.

Conteniendo el poderoso nudo en su garganta, la ojiazul inició su camino; tenía que comprar todo el material necesario para la reparación y coordinar con el equipo de constructores que harían la mano de obra. Una vez en la casa, y rodeada del ruido de la maquinaria, Mirana se permitió llorar amargamente por lo que había dicho y hecho, se martirizó con el rostro suplicante del rubio y con la imagen que ella misma reflejó, tan parecida a la de su madre, la mujer que le arrebató todo y a la que juró jamás parecerse.

A eso de las tres de la tarde la triste ojiazul estaba de vuelta en la mansión Demon, las puertas de Meliodas habían sido reparadas y reforzada con vidrios blindados de doble cara, del deportivo y las llaves habían vuelto a manos de sus dueños, aunque ninguno de ellos fue contactado personalmente por ella. La cansada mujer solo le faltaba una tarea importante por hacer, y estaba esperando una hora prudencial para hacerlo.

-Señora Mirana –llamó educadamente el mayordomo de la casa.

-Dígame –solicitó en voz tranquila.

-Ha llegado un obsequio para usted –informó el hombre de cabellos canos.

-Uhm, sí... -susurró la albina siguiendo al hombre hasta la sala.

La mirada azul de la mujer se detuvo rápidamente en el bonito arreglo que ocupaba el centro de la mesa baja del salón, este consistía en una cesta de mimbre decorada con listón celeste y encaje y decenas de margaritas blancas artísticamente acomodadas dentro de ella, de diversas formas, tamaños y especies. El detalle era tan minimalista y de su gusto que era imposible que proviniera de Damián, ya que siempre le daba flores de vibrantes colores y en excesivas cantidades. Casi con angustia, acercó su temblorosa mano a la tarjeta que sobresalía del presente.

"Estas equivocada. Tú eres mi mamá. Y no aceptaré que digas lo contrario. Por favor, perdóname.

Tu hijo, Meliodas"

El empleado esperó junto a la albina impacientemente, creyendo que ella le aclararía de quien provino tan sencillo obsequio, ya que él se imaginaba que no eran de su empleador. Pero Mirana no pronunció ni una palabra, solo leyó la tarjeta y derramó silenciosas lágrimas mientras la acunaba contra su pecho.

-Gracias –susurró la dama Arelian luego de secarse las lágrimas.

Sin decir ni una palabra más, la adulta tomó la cesta del asa y la subió consigo hasta la habitación que ocupaba. Más determinada que nunca ha proteger a sus hijos, costara lo que costara.

Esa tarde, el hijo menor de la familia Demon salió temprano del trabajo, los sucesos del dia lo tenían perturbado, Mirana manteniendo alejado a Meliodas, la albina evitando a su padre abiertamente, el "compromiso" de Meliodas y por ultimo: Mirana declarando abiertamente que los veía como sus hijos. Todas aquellas emociones estaban a punto de sobrepasar al azabache, por lo que sin importarle el trabajo, lo dejó de lado y fue a visitar a la única persona que podría calmar la agitadas aguas de su inconsciente.

La rubia de ojos de rubí recibió a su amado con un fuerte abrazo, afortunadamente en la mansión Edinburgh solo se encontraban los trabajadores de esta, Chartiana tenía un compromiso social, Izraf se encontraba en una inspección a las plantaciones de su propiedad, Orlondi seguía en sus clases extracurriculares y Ren estaba en una sesión de fotos fuera de la ciudad. Por lo que los enamorados pudieron sentarse tranquilamente bajo los árboles del jardín mientras disfrutaban del té negro favorito de la rubia.

-Zel –murmuró la de ojos carmesíes- Te noto distraído.

Los ojos verdes del menor se abrieron de par en par por la sorpresa. Pensó que se estaba comportando como lo haría normalmente, no obstante, nunca lograría ocultar nada de la mujer que lo conocía mejor que nadie, incluso que Mirana.

-¿Es por lo de esa noticia? –indagó la rubia torciendo los labios.

El azabache despegó la taza de sus labios y dejó que sus emociones se reflejaran en su rostro. La mueca en los labios masculinos y la mirada triste y perdida en el líquido de su taza, fueron respuestas claras para Gelda, pero ella esperó paciente hasta que su novio decidió hablar.

-Meliodas definitivamente se está comportando como un imbécil –comentó Zeldris- Solo que no lo entiendo... ¡Él ama a Elizabeth! Lo que siente por ella va más allá de lo que le creí capaz*, estoy seguro de eso. Y es por esa razón que lo que está ocurriendo es aún más inconcebible –argumentó tomándose el cabello con ambas manos.

-Zeldris, no puedo hablar con esa certeza de Meliodas, pero sí de Elizabeth. Ella ama a tu hermano. Y si de algo estoy segura es que ni la explicación más lógica del mundo va salvarlo de su ira –declaró la rubia viendo fijamente al menor- Esa relación está acabada.

Zeldris tembló ante la idea y lo que más le aterró fue la seguridad en los ojos rubíes.

-¿Qué te hace estar tan segura?

-Elizabeth jamás amó a ninguno de sus novios –confesó- Los quiso, los deseó, pero el amor fue un terreno que ella se propuso no pisar en la vida. En el pasado vio sufrir a su madre por el amor no correspondido, incluso el divorcio de sus padres se debió en parte a que Nerobasta nunca fue capaz de olvidar a su primer amor, me vio a mi sufrir por Axel y quedar destruida por él –Zeldris frunció el ceño ante el recuerdo del pelinegro hablador- Ha consolado a Diane cuando sus romances fracasaban, a Elaine cuando su ex la engaño, incluso secó varias lagrimas del rostro de la misma Lizzette cuando se fueron compañeras de cuarto en la universidad.

-No sabía que se conocían –interrumpió Zeldris.

-Fueron amigas, de eso caí en cuanta hace poco –aclaró- El punto es que Elizabeth tiene razones de sobra para mantenerse alejada del amor. Aprendió desde fuera lo doloroso que puede resultar amar, incluso recuerdo que su virginidad se la entregó a un joven heredero que conoció a los dieciocho y que solo vio esa vez. Me dijo que de esa manera no tendría aquella atadura ilógica con sus parejas futuras –contó.

-¿No es eso demasiado? –cuestionó cruzándose de brazos.

-Fue su elección y basada en mi experiencia pareciera que es lo más practico...

-Gelda... -rugió el ojiverde alargando la última vocal.

-Cariño... -susurró con una sonrisa coqueta en sus labios- Aquí entre nosotros y para el resto del mundo, tú eres y serás el único –propuso aferrándose a uno de los musculosos brazos del azabache.

Zeldris relajó su postura y sonrió mientras la rubia depositaba múltiples besos sobre su mejilla derecha. Segundos más tarde Gelda reposaba su cabeza contra el hombro ajeno.

-¿No vamos a hacer nada? –preguntó el ojiverde.

-Zel, como amiga solo puedo recoger los pedazos de Ellie y volverlos a unir. Y si la aprecias, no intentaras convencerla de que regrese con tu hermano, respetaremos su decisión. Sé que intentaste llegar a Meliodas y evitar este desastre, lo que pasó es responsabilidad de él –aconsejó Gelda.

-Parece ser que todos abandonaremos a Meliodas –suspiró con pesar.

-¿Todos? –indagó curiosa.

-Mirana no va a apoyar su conducta y mucho menos permitir que se salga con la suya. Hoy lo confrontó, ellos discutieron hace poco y por mucho que ese tarado rogó, ella no lo dejó ni acercarse ¡Incluso le pidió a los guardias que lo contuvieran!

-Es una mujer sensata y le agrada Elizabeth. Opino que ninguna madre debe solapar ese tipo de comportamientos en su hijo, hace bien, esto le servirá de aprendizaje a Meliodas –razonó la rubia.

-¿Pero a qué precio?

-A uno muy alto, Elizabeth jamás volverá a ser su novia –ratificó Gelda- El día en que empezó a sospechar que amaba a Meliodas se puso histérica, vino aquí y lloró durante horas, estaba aterrada con la idea, pero al otro día, parecía que había aceptado la realidad, aunque no lo decía en voz alta –contó recordando aquel cómico momento.

-Gelda, no estoy seguro, pero sospecho que mi padre tiene que ver con esto –logró murmurar mientras paladeaba el amargo sabor de la bilis en su boca.

Los ojos de la rubia se desorbitaron y buscó la mirada de su pareja, recordando con rabia aquel hecho que tanto hirió a su amado.

En lo que Zeldris y Gelda sostenían una triste conversación, en España una menuda rubia de ojos ámbar empezaba a removerse entre los brazos de su amado, luchando por apartar el sueño de su cuerpo.

-Ban –susurró la voz ronca y delicada de la joven.

El fuerte y escultural hombre que la tenía asida de la cintura parecía reacio a soltarla, pero la urgencia de la vejiga femenina, obligó a Elaine a insistir al dormido caballero de cabellos plateados.

-¡Ban! –se quejó intentando mover a la montaña de músculos que tenía por novio -¡BAN! –chilló ante la apremiante necesidad de su cuerpo.

-¿Qué sucede Elaine? –preguntó la voz gutural del hombre que continuaba con los ojos cerrados.

-Suéltame, por favor –pidió.

-No –respondió Ban con simpleza e hizo más fuerte su agarre en la cadera femenina.

-Ban, por favor, tengo que ir... -confesó la rubia con las mejillas rojas.

-¿Ir? –preguntó abriendo sus rubies para observar a la pequeña rubia.

Al observarla entendió perfectamente lo que ella quería decir y por más que intentó ser considerado, no pudo evitar soltar una carcajada. Para Ban resultaba vigorizante ver todas las expresiones tiernas y curiosas de su novia, según él, era como ver a la misma flor florecer de distintas maneras todos los días, ella era encantadora y él estaba encantado del magnetismo que ejercía esa delicada dama sobre él.

-¡BAN! –exclamó Elaine golpeando el duro cuerpo con sus delicados puños repetidamente.

-Bien... -aceptó el platinado con voz cansada y una sonrisa resplandeciente.

Elaine, al verse libre de la prisión de los brazos masculinos corrió al baño sin mirar atrás, ignorando la descarada y libidinosa mirada que el hombre daba a sus sonrosadas nalgas, orgulloso del tono rosado que logró dejar en la piel de porcelana.

Hacía semanas que Ban se había decidido a iniciar a su "hadita" en el mundo del BDSM, justo como su mejor amigo y capitán le había recomendado. Fue sorprendido gratamente con la receptividad y habilidad innata que tenía su novia para el rol de sumisa, pero lo que lo sacó de sus casillas fue el extraordinario gusto que Elaine le tomó a los juegos de rol y al látigo, al parecer la seria y delicada hija de los Fairy tenía madera para ser una dominatrix.

La rubia luego de usar el sanitario, decidió que ese era el justo momento para iniciar su dia, por lo que ingresó a la ducha. Minutos después y con una toalla envolviendo su menudo cuerpo regresó a la habitación, donde encontró a Ban nuevamente dormido. Lo dejó descansar mientras se alistaba y una vez vestid y maquillada, se dio a la tarea de despertar a su hombre y instarlo a que salieran a desayunar antes de continuar con su búsqueda inmobiliaria.

Encontrar un terreno atractivo en Europa para la edificación de un hotel era complicado, ya que en el continente cada sitio viejo y raído era por fuerza mayor o menor algún tipo de lugar simbólico y de interés turístico para los viajeros correctos, por lo que el mercado de bienes raíces era un asunto escabroso, pero las dificultades no detendrían a Ban de lograr sus objetivos.

Mientras la pareja desayunaba en una pintoresca cafetería y disfrutaban de, lo que según Ban era, los mejores waffles del mundo ambos revisaban sus tabletas electrónicas para cerciorarse de los movimientos en sus negocios. La primera en cansarse de revisar registros contables fue Elaine, quien rápidamente entró a Facebook y se encontró con la peor noticia jamás leída en su vida: "¡EXCLUSIVA! Lizzette Danafor confirma futuras nupcias con el heredero de Demon Enterprises"

El corazón de la rubia sufrió un cambio en sus palpitaciones y con un amargo sabor en la boca ingresó al portal de noticias, donde encontró lo que consideró un escándalo y mentira de lo más aborrecible.

-Ban, tienes que ver esto –dijo la chica de orbes ámbar extendiendo su Ipad al platinado.

-¡Elaine por los Dioses! ¡Esto es basura! –exclamó Ban luego de leer muy superficialmente el artículo.

Ella sustrajo el dispositivo de las manos de su novio y buscó el video de la entrevista hecha a la pelirroja. Todo lo que observó la dejó atónita.

-Ban, esto no es un chiste –murmuró la desconcertada chica, volviendo a reproducir el minuto exacto en que la pelirroja de ojos azules confirmaba el futuro matrimonio.

El de ojos rojos se negaba a creer lo que estaba viendo, pero con el mismo mal presentimiento de su pareja ahora alojado firmemente en su pecho dijo:

-Tengo que llamar al capi...

De regreso en Japón, un alterado Meliodas recién había logrado escapar de los reporteros que lo esperaban en la salida de la Torre Demon para acribillarlo a preguntas; recordándole que aún tenía algo que hacer: confrontar a Liz. Gracias a la ayuda de los guardias su camioneta pudo salir del estacionamiento. Tratando de organizar sus pensamientos llegó al edificio donde anteriormente vivía. Mientras subía en el elevador recordaba todas las veces que besó a su amada Elizabeth en ese mismo cubículo, todas las oportunidades que la hizo suya contra todas la superficies de su anterior hogar; él sabía que estaba torturándose con esos recuerdos, pero al menos en ellos aun tenia a la platinada a su lado.

Frente a la puerta de madera oscura sacó sus llaves y entró.

-¿Liz? –llamó.

El lugar estaba diferente, sus cortinas luminizadas no estaban, había varios floreros y femeninos arreglos florales en algunas superficies y en el ambiente flotaba un olor femenino que le resultaba asfixiante; lo que era curioso, Elizabeth también ponía flores en su casa, las cortinas también las había escogido ella y desde luego Elizabeth siempre dejaba un rastro de su perfume al salir; pero a comparación, los arreglos de Liz le parecían exagerados y molestos, las cortinas le irritaban y el perfume le resultaba desagradable.

-¿Lizzette? –repitió su llamado.

Revisó las habitaciones y tocó antes de entrar a los baños, y no la encontró. Sacó el smartphone de su bolsillo y marcó el número de la pelirroja, al tercer timbre ella le contestó.

-¡Hola, Mel! –exclamó animada.

-¿Dónde estás? Vine al departamento y no estás aquí –dijo irritado.

-¿Querías verme? –cuestionó con clara ilusión.

-¡Era obvio que iba a venir a verte, Liz! –exclamó iracundo- ¿Cómo se te ocurre decir en una entrevista que estamos comprometidos?

-¿No era ese el plan? –musitó con la voz temblorosa.

-¡NO! ¿Cómo crees que se tomará esto mi novia, Lizzette? ¿Acaso estás loca? –acusó.

-Meliodas, habíamos acordado que así serían las cosas, de todos modos hablaste con ella y no parece que le importe mucho lo que se diga y lo que no –argumentó decidida- Se presentó la oportunidad y lo dije, ahora, si no te importa estoy ocupada.

-¡Tu no la conoces más que yo! ¡Así que deja de tergiversar mis palabras! Necesitamos hablar ¿Dónde estás? Iré por ti –declaró en tono frio.

-Estoy en el set de filmación de TV Tokio, van a hacerme una entrevista –comentó.

-¿Entrevista? ¿Cómo se te ocurre ir a una entrevista en esta situación? ¡Es obvio que toda la entrevista irá sobre nuestro compromiso! –exclamó tomándose los cabellos con su mano libre.

-Da igual de lo que trate, soy una modelo y vender mi imagen es mi trabajo. Lo siento, pero tengo que irme –dijo antes de colgar.

-¡LIZ! ¡LIZZETTE! –gritó al aparato pero este ya emitía los tonos típicos de una llamada concluida.

Sin poder contener su ira, Meliodas arrojó su teléfono y en la trayectoria, el aparato golpeó uno de los jarrones con flores que se tambaleó hasta caer, derramando el agua y las flores al suelo, solo por suerte el cilindro de cristal no cayó al charco de flores y restos de lo que fue un celular.

Mientras Meliodas tenía un ataque de ira, Elizabeth había empezado su día con buen pie, había logrado desayunar y retener la comida en su estómago, y se encontraba en los juzgados lista para una nueva tanda de sesiones en la corte, un poco animada luego de que su padre le confirmara que pronto ambos podrían regresar a su país debido a que los casos de fuerza mayor ya estaban por concluir y lo demás podía ser atendido a distancia.

Por primera vez en semanas, la platinada tuvo un instante libre, sin algo urgente que reclamara su atención fue por ello por lo que decidió abrir sus redes sociales, al ingresar a Instagram un millar de notificaciones la invadieron, fotos de conocidos y amigos la hicieron sonreír, en especial las de su mejor amigo quien pronto regresaría a Japón luego de su gira. Fue feliz ante la perspectiva de presentarle a Meliodas al famoso idol. Lo siguiente que revisó fue Facebook y allí su mundo se derrumbó.

La platinada se levantó de su asiento de la impresión, llamando la atención de su cuñado, quien a unos pasos de distancia conversaba con el grupo de abogados contratados por Bartra. El de cabellos rosados vio como el dispositivo electrónico se deslizó de las manos de Elizabeth y en un parpadeó el cuerpo de la platinada también se derrumbó al suelo.

-¡ELIZABETH! –gritó el joven abogado, alarmando al padre que estaba de espaldas a la escena.

-¡Ellie! –exclamó el empresario de ojos azules.

Ambos hombres se precipitaron hacia la joven, siendo seguidos por los abogados y un par de guardias de seguridad de la corte que alcanzaron a observar el evento.

Habían pasado dos días enteros, y Mirana no había podido comunicarse con Elizabeth, de hecho nadie podía, ni Zeldris o sus amigas, el celular de la platinada directamente mandaba a buzón de voz y aunque se empeñaban en atribuírselo a un error en las conexiones internacionales, todos sabían que aquello era una excusa barata.

La noche se apreciaba por los ventanales de la mansión, y el ambiente en esta era como el de una cárcel; desde que salió la noticia del compromiso de Meliodas, la albina no volvió a dirigirse a Damián más que para lo absolutamente necesario y desde ese mismo día tampoco habían tenido contacto directo con el rubio ojiverde, se sabía que estaba bien porque no faltó nunca al trabajo, pero Zeldris no se acercaba a su hermano y Meliodas tampoco hizo amago de acercarse a la mansión; lo único del rubio que pisaba la enorme casona eran los bonitos arreglos de flores que él enviaba para la ojiazul, acompañados siempre de hermosas palabras llenas de recuerdos y anhelos, firmándolas como: "Tu hijo, Meliodas".

Esa noche, la dama con nombre de cuento se cansó del silencio, por lo que con actitud decidida marchó hasta la oficina del patriarca de la familia, los últimos días habían sido de preparación para ese momento, convencida, pero sin pruebas de la culpabilidad de Damián en lo que respectaba al comportamiento de Meliodas, ella había comenzado a mudar sus objetos personales discretamente.

-¿Puedo pasar? –preguntó la ojiazul luego de escuchar la voz de Damián detrás de la puerta.

-¡Adelante! –respondió la animada voz masculina- ¿Han pasado días raros, no es así? –abrió la conversación amablemente el mayor.

-Definitivamente –aseguró la mujer sentándose frente al hombre- Vengo a hacerte una pregunta.

-La que quieras –alentó el de ojos verdes haciendo un ademan con su diestra.

-¿Por qué Meliodas salió de la noche a la mañana comprometido con la señorita Danafor? –preguntó directamente.

-¿Qué te hace creer que lo sé? –cuestionó fingiendo sorpresa- Aunque si me lo preguntas estoy satisfecho con ello, es una chica encantadora y de muy buena posición y educación.

-Damián, hace meses que ambos sabemos que Meliodas está en una relación. Y no precisamente con ella –declaró- Conocí a la chica y puedo asegurarte que es una dama tan buena como la hija de Elliot –Damián apretó los puños y frunció el ceño.

-Meliodas siempre cambia de parecer con sus parejas, pero nunca antes jugó con algo como el compromiso, ya hablé con él y le dejé claro como son las cosas cuando uno busca una pareja formal –argumentó tranquilamente.

-Él entiende el concepto, después de todo, su novia anterior era su pareja formal, no una aventura como las demás –razonó- Lo que me pregunto es: ¿Qué impulsó a Meliodas a dejar aquella relación con la que estaba tan ilusionado por un compromiso que resulta de lo más imprevisto? –dijo con evidente saña en la voz.

-No es imprevisto, ellos siempre han tenido afecto el uno por el otro desde niños –declaró el mayor- Lamento que te ilusionaras con una jovencita que no era nada serio.

-Yo crié a Meliodas y le eduqué como un hombre decente, no me presentaría a una simple aventura –dijo elevando su voz un octava.

-Él probablemente solo se vio en la obligación de presentártela porque lo encontraste metiéndola a la casa –ideó Damián en tono condescendiente.

Mirana apretó los puños y arrugó el ceño, indignada por el insulto en aquella oración, lo que la empujó a levantarse de su asiento.

-Puede que sí o puede que no, lo cierto es... Que averiguaré la verdad tras este compromiso –declaró mirando fijamente las esmeraldas de su interlocutor.

Damián sintió pánico de la determinación e ira que reflejaban los ojos de la albina, era como encontrarse desnudo frente a una tormenta invernal ¿Así se había sentido Meliodas cuando ella lo confrontó?

De pronto las palabras de su hijo mayor azotaron contra él como una bofetada: "¿Serás capaz de soportar que la mujer que has querido durante años te desprecie? ¿Soportaras el odio en su mirada?".

-Hoy no cenaré contigo –informó- Me está doliendo la cabeza –se excusó antes de salir rápidamente del despacho sin esperar por algún comentario del azabache.

De regreso en su habitación, la albina encendió su computadora, completamente segura de desentrañar todo el misterio, después de todo: la tercera es la vencida y Damián no confesaría ni aunque le dieran mil oportunidades. 

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Esquina de la cultura de Mia-sama.

Ipso facto: expresion del latín que significa de inmediato, usada comunmente por los abogados.

Medicamento de venta libre: medicina que se vende sin prescripción médica, como las pastillas para el resfriado, dolor general y de cabeza.

Supera todo aquello de lo que le creía capaz: referencia a Orgullo y Prejuicio, tanto en el libro como en la película esto es lo que dice Darcy cuando le explica en una carta a Elizabeth las acusaciones que le hizo.

CREDITOS

Rocio16_WuW Trejo285 SrtGenesisVillamar Whichiii Family_Mafer_Goddess mena_0912 LupitaZac Lily_Liones Mekishikato124 MaryuraBlueFlash15 jazz2304 Princess25l rmnat11042003 KarenSoacha ist_jazmin CarrieKristell kagome1315 NonniMaldivas Isabeli4567 _Nicole_liones_ anakarentorrez Lopito_Copito _Aileen-beth myrivaille HannaKarime15 suirine20 Jennifer_Lo29 LuisGabrielPerezAyon SakuraUchija110 AndreaCorredor085 KaiserGT dburgosb Kimta29 estefanyV32 Whitemel52

Los amo a todos, y en especial a mis adorados fantasmitas.

ANUNCIO

En la página de Facebook les consulté si querian ver un video de mi reaccionando a sus comentarios, esto lo pienso hacer con los comentarios del capítulo 30, así que si desean participar, nos vemos el miércoles en la siguiente actualización de Decadence.

Para enterarse de este y otros detalles ineditos, lo puede hacer por la página de Facebook: Mia reader's

¡Nos vemos la próxima semana!

Besos y abrazos
Mia_Gnzlz

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