34._ Bird set free

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Esto es un suceso paranormal.

Busquen algo para comer y beber porque esto es largo.

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-Nací en Rusia. Mi padre fue un medallista de oro del patinaje artístico, llamado Alexandré Dupré y mi madre una periodista deportiva de nombre Minerva Volkova. Tuve un hermano mayor llamado Maxon Aliott Dupré cuatro años mayor que yo. Soy la segunda hija de ese matrimonio, mi nombre verdadero es Mirana Alette Dupré -pausó para respirar profundamente antes de continuar- Mis padres tuvieron un feo divorcio cuando tenía tres años. Minerva ganó la custodia total de mi hermano y mía. Según la ley en Rusia la madre es la mayor beneficiada en un proceso de divorcio, e incluso ella tenía mayor peso en la decisión sobre las visitas a los hijos.

»Mi papá era francés, por lo que la ley Rusa no estaba muy inclinada a su favor. Todo marchó medianamente normal hasta que mi madre se volvió a casar, puede que el nombre de él les suene, Robert D'Crims -pronunció.

-¿El británico de la casa de exportación textil? -inquirió Zeldris sorprendido.

-Ese mismo -convino Mirana- Él es un hombre...

-¿Pasado de moda? ¿Antiguo? ¿Descontinuado? -sugirió Meliodas con fastidio y una mueca distorsionando su boca.

-Olvidé que no te caía bien, Mel -se burló un poco la albina- Yo diría que chapado a la antigua...

-Es lo más suave que decir de él -bufó el rubio.

-En fin. Robert no tenía hijos y por ley pasamos a ser sus hijastros. Parecía que todo iría bien, a Robert no le molestaba la escasa presencia de mi papá cuando nos pasaba a visitar y mi madre estaba feliz con su matrimonio. Todo se vino abajo cuando nos mudamos a Inglaterra. La sociedad allá era bastante anticuada en la década de los setentas, por lo que los amigos y conocidos de mi padrastro empezaron a meterle ideas en la cabeza -explicó torciendo los labios.

»Decían que era una lástima que no fuéramos más parecidos a mi madre, que de esa manera nadie podría saber a simple vista que no éramos sus hijos biológicos -contó abiertamente disgustada- Que sería prudente que portáramos su apellido y no el de papá. Que era "inapropiado" que un hermano y hermana fueran tan cercanos -escupió Mirana con desdén- Que no debíamos dormir en el mismo cuarto y mil cosas más. Poco a poco la mente de Robert creyó todas esas cosas, sintió vergüenza de nosotros y llenó la cabeza de mi madre con esas mismas ideas. Por aquel entonces mi papá estaba en sus entrenamientos antes de la temporada olímpica, y no se enteró de nada hasta que fue demasiado tarde.

»Robert y Minerva argumentaron ante una corte que mi padre nos había abandonado, por lo que su derecho a visitarnos le fue suspendido legalmente. Aliott me contó que papá luchó durante años en los juzgados para revocar esa sentencia, pero Robert tenia demasiadas conexiones en Inglaterra, contra las que mi padre no pudo ganar. -suspiró- Las cosas habrían sido distintas si hubiéramos nacido en Francia -comentó destilando melancolía en su voz.

-Disculpa ¿Aliott? -preguntó Meliodas.

-¡Su hermano, Meliodas! -reclamó Zeldris, irritado por lo distraído que podía llegar a ser el rubio.

-No te alteres, Zel -rió Mirana- Ambos nos criamos muy unidos, tal vez más que ustedes dos, nos tratábamos como gemelos y nos llamábamos por nuestros segundos nombres porque eran más parecidos entre si -aclaró para Meliodas- Dormíamos juntos, comíamos lo mismo, tomábamos exactamente la misma cantidad de jugo en el desayuno...-relató con una amorosa sonrisa plasmada en sus labios.

Flash Back.

Dos pequeños albinos de ojos azules estaban sentados frente a la barra desayunadora, mientras su rubia madre se movía con soltura por la cocina. Pronto frente a los niños fueron puestos dos tazones con cereal con frutas, el niño procedió a contar los trozos de fresas y banana que había en su plato, todo bajo la atenta mirada de su hermana menor, que solo tenía cuatro años recién cumplidos.

-Enséñame tu plato, Alette -solicitó el pequeño.

La niña vio detenidamente como su hermano contaba los pedazos de fresa, y el ceño fruncido de su hermano le avisó que algo estaba mal.

-¡Mamá! -llamó el albino- Alette tiene dos pedazos de fresa más que yo -reclamó.

-Lo siento, ya te doy más fresas -dijo la ajetreada madre un poco mosqueada por la petición poco practica de los menores.

-¡No importa, mami! -habló la niña- Aliott, si tomas una de mis fresas ¿Así estaremos iguales? -inquirió la inocente.

-¡Correcto! -alabó el varón- ¡Tengo la hermanita más inteligente! -exclamó acariciando el cabello de la más pequeña.

Los hermanos comenzaron a comer luego de intercambiar un pedazo de fresa, ambos en silencio, hasta que la madre sirvió frente a los menores un vaso azul y otro rosa, llenados con una cantidad diferente de jugo de pera. En ese momento fue la niña la que protestó.

-Mami, Aliott tiene más jugo que yo.

-Cariño no siempre tienen que comer todo en las mismas cantidades -trato de explicar la madre.

-¡No! -protestó Mirana- Aliott y yo somos los mejores hermanos, y los mejores hermanos hacen todo igual -explicó la niña cruzándose de brazos.

-Tranquila, aún no hemos bebido de nuestros vasos, Alette -puntualizó el hermano mayor, antes de tomar su vaso y verter un poco del jugo en el vaso rosa- ¿Está mejor?

Mirana observó fijamente ambos recipientes durante algunos segundos antes de dar el visto bueno, y con ambos consanguíneos convencidos de estar comiendo lo mismo, brindaron con su respectivo vaso y bebieron animadamente de ellos.

Fin del Flash back.

-Supongo que para mamá era tedioso, pero esa era nuestra forma -bromeó Mirana- Yo tenía cinco años, cuando las cosas comenzaron a cambiar, Aliott y yo nos distanciamos. Él se volvió huraño y ya no pasaba tiempo conmigo, me sentí tan sola -susurró- Una mañana nos llevaron a los juzgados, yo no entendía mucho de lo que hablaban, pero Aliott estaba muy molesto, y aunque no dijo nada, en su cara se notaba el disgusto.

Flash back.

Los hermanos albinos estaban parados, quietos y silentes mientras su madre y padrastro hablaban con un hombre vestido de traje. Luego de mucho conversar, los adultos firmaron un papel. La sonriente y rubia Minerva se volteó hacia sus hijos, agachándose a su altura.

-Ahora ambos tienen el apellido de Robert. Él es su padre ahora -comentó.

-¿Qué? -susurró Mirana.

-Ahora te llamas Mirana D'Crims, hija -explicó con una sonrisa tal como si le hubieran dicho que había ganado la lotería.

-No... -murmuró la pequeña- ¡NO! -gritó- Yo soy Mirana Dupré ¡Dupré! ¡Ese es el nombre de mi papá! ¡Quiero llevar el nombre de mi papá! -razonó haciendo un berrinche mientras enormes lagrimas brotaban de los oceánicos ojos.

-¡Silencio, Mirana! -exigió Minerva levantándose.

-¡NO! -chilló la niña- ¡No pueden obligarme! ¡No quiero! -gritó nuevamente- Aliott, diles que tú tampoco quieres esto -suplicó colgándose de la manga de la chaqueta formal que lucía su hermano.

Pero el menor calló, no dijo ni una palabra. Haciendo sentir aún más sola a la pequeña, por lo que huyó de la oficina tan rápido como sus piernas se lo permitieron. Empujó personas por los pasillos para hacerse camino y que no la atrapara su madre que gritaba a sus espaldas.

La mirada azul de la pequeña localizó una estatua, se escondió detrás y permaneció allí por lo que a ella le parecieron horas, llorando en silencio, hasta que unos guardias la encontraron y la regresaron con su madre y padrastro.

Fin del flash back.

-Hice la pataleta más grande que pude ese día, grité tanto que quedé casi sin voz por algunos días, lloré hasta quedarme dormida por semanas. Sentía que poco a poco estaba recorriendo el camino que me alejaría para siempre de mi padre -relató- Creo que esa era la idea, apenas dejé de llorar, mi madre contrató a un grupo de esteticistas, para que nos tiñeran el cabello -puntualizó ante las miradas consternadas de Meliodas y Zeldris.

Flash back.

Sentados uno junto al otro, estaban Mirana y Maxon, esperando porque terminaran de acomodar los implementos de peluquería en una amplia habitación de la casa. Poco después, a ambos hermanos les lavaron el cabello y le agregaron diversas cosas, en algún punto a los dos les empezó a arder el cuero cabelludo. La niña se removió y protestó.

-Quiten eso, quema -sollozó.

Tanto se movió que la infante se liberó del agarre de las estilistas y se llevó rápidamente la mano al cabello, donde tomó un mechón, quitándose parte la crema amarilla que lo recubría, encontrándose con que las hebras ahora eran ligeramente rubias.

-Es... Amarillo... -susurró- ¿Por qué? ¿Por qué es amarillo?

Mirana volteó desesperada a ver a su hermano, y observó que todo el cabello de él estaba cubierto por la misma pasta amarilla.

-¡Quítenme esto! -exigió.

La pequeña estaba a punto de levantarse de su asiento, cuando la mano de Maxon la sostuvo de la muñeca. Iniciando contacto entre ellos por primera vez en meses.

-Alette -llamó conectando sus azules ojos con los de ella.

Los irises oceánicos del menor estaban irritados y rojizos, como si estuviera conteniendo las ganas de llorar.

-Déjales que terminen, es su trabajo -razonó el mayor- Yo estaré aquí, a tu lado.

Por un instante la niña visualizó en Maxon a su padre, calmándola efímeramente. Ella regresó a su asiento y dejó que las manos de las esteticistas continuaran moviéndose por su cabello.

Maxon ofreció su mano a la menor, y ella la tomó. Durante todo el proceso estuvieron tomados de la mano.

Esa noche, en la soledad de su alcoba, Mirana no pudo seguir evitando los espejos. Sabía lo que le habían hecho, los tirabuzones rubios que caían por sus hombros lo evidenciaban. Pero ella no tenía el valor de verse en un espejo, para afrontar su nueva imagen.

Las lágrimas se derramaron por sus mejillas, quien le devolvía la mirada desde el espejo no era ella. La niña rubia platinada del espejo no era ella. Ahora era más parecida que nunca a su madre y lo detestaba, detestaba verse como la mujer que le había arrebatado las cosas que amaba y la llenaban de orgullo.

Lloró frente al espejo de cuerpo entero, abrazando sus rodillas. La puerta de la habitación se abrió y por ella entró su, ahora rubio, hermano. Él se sentó junto a ella y la abrazó.

-Es solo cabello, Alette -murmuró el niño estrechándola aún más fuerte- Es solo cabello -repitió vehementemente como si intentara convencerse a sí mismo en el proceso.

Fin del flash back.

-Después de eso un mundo de presión descendió sobre mis hombros -explicó Mirana a los Demon- Era la hija de Robert D'Crims, se esperaba que fuera perfecta, que siempre me viera como una muñeca, que hablara con claridad y callara cuando se me ordenaba, que cantara cuando los adultos me lo pedían, que tocara el piano, que tomara el té por las tardes, que comiera más ensaladas y menos dulces -relató con amargura- Fue un año difícil. Me educaron en casa con tutores privados, preparándome para cuando fuera enviada a la escuela.

»A los seis me hicieron tomar ballet por las tardes. En la mañana iba al colegio y por las tardes tenía cuatro horas de danza. Resulté ser buena. Le puse ganas porque recordaba que mi padre también pulía sus interpretaciones en un pequeño estudio que teníamos en casa. Pensé que eso me acercaba a él -comentó- Rápidamente destaqué, Robert estaba complacido y mi madre mucho más, supongo que era apropiado que una niña de mi categoría practicara algo tan refinado como el ballet.

»Al año siguiente muchas cosas dejaron de tener importancia, porque nació mi media hermana: Iracebeth. Ella es extremadamente parecida a Robert, cabello pelirrojo y ojos castaños, una niña muy bonita. Minerva y Robert estaban tan concentrados en la bebé que no les importó ceder a las exigencias de mi papá de volvernos a ver, aunque ese encuentro no se dio hasta casi un año después. Estaba cerca el cumpleaños de Iracebeth, y supongo que ellos no querían a los hijos del ex opacando las fotografías -rió sin gracia- Nos mandaron con mi padre por casi dos semanas -comentó cambiando la postura de sus

Flash back.

Un vehículo de vidrios tintados se estacionó frente a un complejo de departamentos bastante lujoso, de el bajaron dos rubios de ojos azules escoltados por cuatro hombres de gran tamaño vestidos de negro.

Los guardaespaldas acompañaron a los niños dentro del edificio y subieron junto a ellos al elevador, cuando llegaron a la planta marcada recorrieron un largo pasillo alfombrado con algunas puertas, deteniéndose frente a la última del corredor que fue tocada por uno de los hombres.

Maxon notó a su hermana temblando, por lo que estrechó la diestra de la niña entre su mano. La puerta se abrió y los tres pares de ojos azules idénticos colisionaron.

Alexandré ya no usaba el cabello largo y en su atractivo rostro se notaban algunas arrugas.

Ellos tampoco lucían como los hijos que le fueron arrebatados, pero se dice que la sangre llama.

El francés se dejó caer de rodillas al piso y extendió los brazos. Los menores no dudaron en ir al encuentro de su padre. En pocos instantes padre e hijos lloraban fuertemente asidos entre sí.

-Recuerde que estará vigilado las veinticuatro horas -advirtió uno de los guardaespaldas.

El albino solo levantó la cabeza un poco y fulminó a los hombres con la mirada.

-Lárguense, ahora -exigió el patinador con su voz destilando odio.

Fin del flash back.

-Mi papá que era un hombre todo bromas y sonrisas, amenazó a cuatro gorilas como si fuera el ser más poderoso del planeta. Me sentí segura, por primera vez en casi cuatro años -comentó Mirana con los ojos anegados en lágrimas- Había tanto que decirnos, él nos acariciaba los rostros como queriendo asegurarse que éramos nosotros, pudo preguntar por qué éramos rubios o como nos trataban, pero prefirió alejar la tristeza y la rabia. Esa noche hablamos de lo orgulloso que estaba de mi por mi corta incursión en el ballet, también molestó un poco a Aliott cuando él le contó de las frecuentes confesiones de amor que le hacían en el colegio. Fue como volver al hogar luego de un largo viaje.

»Días después lo llamó su entrenador, avisándole sobre una sesión fotográfica para una campaña publicitaria. Él no pudo cancelarlo, por lo que tuvo que llevarnos. Imagínense, dos niños felices de estar con su famoso padre con media docena de guardaespaldas mirando cada movimiento como si pronto fuera a haber un secuestro -comentó riendo.

-No es muy difícil de hacerlo, nishishi -comentó Meliodas recordando su propia infancia.

-Pero seguro que los de D'Crims no eran ex militares -bromeó Zeldris.

-No -dijo Mirana con una sonrisa- Nadie podría superar la paranoia de los Demon.

Luego de unas cortas risas, Mirana continuó con el relato.

-Ese día por primera vez usé unos patines de hielo -dijo llena de nostalgia.

Flash back.

La pista de hielo estaba atestada de camarógrafos y de equipo de filmación, todos asegurándose de captar los mejores ángulos del patinador. Habían pasado dos horas desde su llegada y el equipo decidió tomarse un descanso.

Alexandré se acercó a sus hijos.

-Disculpen, no es así como planee pasar el día -se lamentó el mayor.

-¡Nada de eso, papá! -exclamó Mirana- ¡Es asombroso verte patinar!

-Eres un ángel, mi princesa -devolvió el halago el francés.

-Papá -llamó Maxon- ¿Crees que pueda usar la pista mientras descansan? -indagó mirando a los camarógrafos comiendo y hablando.

-¡Qué! -exclamó el sorprendido padre- ¿Quieres intentarlo? ¿Estás seguro? -indagó emocionado.

-Me gustaría, pero no tengo patines -confesó el menor.

-¡No es problema! ¡Podemos pedir un par al personal de la pista! -aseguró el adulto- ¿No quisieras intentarlo tú, Miranita? -preguntó a la niña emocionado, pero al verla insegura trató de controlar su impulso- N-no tienes que hacerlo si no quieres -se apresuró a decir.

La pequeña rubia permaneció en silencio unos instantes hasta que decidió alzar la cabeza y conectar sus orbes con los de su progenitor.

-En realidad... Me gustaría, pe-pero no se hacerlo -explicó moviendo nerviosamente sus manos- ¿Qué pensaran los demás cuando me vean caer? E-es posible que se burlen por no ser como tú, papá.

-¡NADA DE ESO! -exclamó Alexandré muy fuerte- Mi hija no tiene por qué parecerse a mi o sentirse avergonzada por no serlo. No porque yo sea tu papá eso te obliga a ser patinadora, es para divertirnos los tres, yo te enseño, tomaré tus manos y no te dejaré caer en ningún momento -aseguró estrechando las pequeñas manos de la niña entre las suyas, en un intento de brindarle seguridad y confianza.

Minutos después, Mirana copiaba la manera en que su hermano ataba las trenzas de los patines.

Al erguirse Maxon trastabilló un poco, pero consiguió mantener el control de sus pies, se acercó a la cerca protectora y retiró los plásticos que recubrían las cuchillas, puso los pies en el hielo tambaleándose como un ciervo recién nacido por algunos minutos, hasta que recuperó el control, con el paso de los minutos fue agarrando confianza al deslizarse por la fría superficie, moviéndose por ella como si nunca hubiera perdido la práctica.

-¿Nos unimos? -cuestionó Alexandré a su hija que permanecía sentada admirando los movimientos de su hermano.

El adulto ofreció su mano a la menor y ella la tomó, moviéndose con inseguridad por el corto trecho que la separaba del hielo.

La dificultad de Mirana no era el equilibrio, si no moverse por la resbalosa superficie, y aun cuando su padre sostenía sus manos en todo momento, ella temía caer.

Aunque luego de casi diez minutos en la pista, dominó el moverse con cuidado por el hielo. No poseía la confianza para patinar libremente como Maxon, pero al menos no se había caído de sus propios pies.

-¡Bien, Alette! -felicitó Maxon moviéndose junto a la pequeña rubia- Papá deberías soltarla -sugirió.

-¡Qué! ¡NO! -exclamó horrorizada.

-Vamos, mira mis pies y copia mis movimientos, iremos lento.

Mirana decidió confiar en su hermano y soltó las manos de su padre, aunque manteniéndose cerca de la cerca protectora en caso de caerse.

-Derecha y luego izquierda -dijo Maxon, haciendo movimientos ligeros y marcados con sus pies- Uno, dos, uno, dos...

La menor prestaba atención a los movimientos de su hermano, dejándose guiar por la voz de este. Por lo que Mirana no notó cuando aceleró el ritmo junto al rubio, y mucho menos cuando ambos se alejaron de la cerca y pasearon por el medio de la pista.
-Alette -llamó el rubio.

-¿Uhm?

-Nos alejamos de la orilla -avisó sonriente.

Mirana entró en pánico y casi cayó, pero recuperó la compostura rápidamente.

Maxon tomó las manos de su hermana, él patinaba de reversa y ella de frente. Describiendo complejos ochos y círculos por la pista, riendo abiertamente.

-¡Mira papá! -gritó Mirana- ¡Lo logré!

Alexandré aplaudió y vitoreó a los menores, acercándose a uno de los camarógrafos para pedirle que captara el momento.

-¡Esos son mis hijos! -gritó el orgulloso padre desde la cerca protectora- ¡Wohooo!

El patinador se unió a sus hijos realizando algunas piruetas junto a ellos, lo que envalentonó a la rubia para tratar de hacer uno de sus saltos de ballet en el hielo. Logró ejecutar una descuidada pirueta que concluyó con la niña sentada sobre la fría superficie sobándose ligeramente tu adolorido cuerpo.

Ambos parientes de la niña se arrodillaron junto a ella preocupados por su caída, pero al verla reír todas las tensiones se esfumaron y ambos varones rieron con ella. Los tres estaban ignorantes de que las imágenes captadas por el camarógrafo pronto darían la vuelta al mundo.

Fin del flash back.

-Las fotos de ese día se publicaron en varias revistas deportivas, en estas especulaban sobre una posible carrera olímpica para Aliott y yo -relató Mirana- Las opiniones del mundo deportivo fueron tan insistentes que fue mi propia madre quien planteó la idea de que yo comenzara una carrera como patinadora. Estaba más que feliz con la idea, patinar para mi representaba reconectar con mi padre y volverme nuevamente unida a Aliott -explicó con una sonrisa- Pero lo que los niños piensan no es lo que los adultos tienen en mente, en efecto me inscribieron a un club local, con excelentes referencias y un buen entrenador privado, solo que mi padre no venía incluido en el plan y mucho menos Aliott -completó con el ceño fruncido.

-¿Por qué? -cuestionó Zeldris.

-Solo puedo especular que no era conveniente para Robert y Minerva dejar que mi padre estuviera demasiado cerca -respondió- Y en el caso de mi hermano, él no era precisamente un chico sumiso, acataba ordenes pero no dejaba de expresar su descontento con ellas, siempre desafiando a mi madre y padrastro, avergonzándolos con sus comentarios frente a otros adultos, evidenciando que no éramos la familia perfecta que a ellos les gustaba hacer creer. Pienso que prohibirle el patinaje a Aliott era su manera de intentar domesticarlo, pero eso no es precisamente algo que se pueda hacer con un Dupré -argumentó con burla recordando los múltiples arrebatos de su hermano y como sus expresiones cada vez se hicieron más parecidas a las de su padre aun cuando no convivían lo suficiente como para decir que él copiaba a su progenitor.

»En un año de entrenamiento estuve lista para mi primera competición, mi padre asistió y lamentablemente vio mi fracaso, no llegué al podio. Nadie detiene a un francés enfadado ¡Vaya que estaba indignado esa vez! ¡Le gritó en cuatro idiomas diferentes al entrenador! -se burló.

-Es lógico estar algo indignado, pero el entrenador no tenía la culpa. Era tu primer año, era de esperarse que no alcanzaras una clasificación alta -razonó Meliodas.

-Mi padre era un experto en la materia y a sus ojos no se escapó nada ese día. Resulta que la hija del entrenador también estaba la competencia, para mi papá fue evidente que me asignaron una rutina con menor rango de puntaje y complejidad independientemente de mi desempeño, para que a comparación pareciera que aquella niña era mejor, aunque mi presentación fuera perfecta los elementos de puntaje eran inferiores y jamás podrían ser evaluados al mismo nivel. Fui perjudicada a propósito -explicó viendo las expresiones de molestia en los rostros de Meliodas y Zeldris- Él insultó no solo al entrenador, si no que a mi madre y Robert, utilizó la mejor psicología inversa que he visto jamás para instarlos a que él supervisara mis entrenamientos.

Flash back.

-¡Era de esperarse! Contratarían a cualquier inútil para encargarse de la carrera de mi hija, después de todo ustedes no tienen ni idea de la materia -reclamó el albino francés.

-¡Dupré no tienes derecho a decir eso porque yo...! -trató de defenderse Minerva del arrebato.

-Discúlpame por cortarte Minerva, pero no tienes idea de lo que se necesita para ser un campeón olímpico. La teoría no es suficiente para criar a una estrella del patinaje -alegó el ojiazul cruzado de brazos- Creí que al ser tan perfeccionistas, le ofrecerían a Mirana lo necesario para triunfar. Dime, Robert ¿Acaso no te indigna que tu apellido esté ligado a este tipo de fracasos?

-Dupré, solo lleva un año entrenando. El próximo año... -comentó el pelirrojo.

-¡Tonterías! -exclamó el francés- Este año fue ideal para estar en el podio, pero prefieres que tu apellido esté ligado a la crítica de la sociedad a permitir que yo convierta a Mirana en el fenómeno deportivo que está destinada a ser -comentó presionando las teclas adecuadas en el subconsciente del hombre- El próximo año será exactamente igual si no se cuenta con un equipo balanceado, durante el resto de la temporada ese entrenador hará fracasar a quien sea con tal de que su hija tenga una competencia menos ruda.

»Pero con un año bajo mi tutela estoy seguro de darle a Mira todo lo necesario para alcanzar el oro en su debut junior. Y puedo garantizarte lo mismo con Maxon, ambos pueden crear una sólida carrera conjunta e individual con mi guía -continuó argumentando- Pero... Si los fracasos continúan la culpa será toda tuya, la prensa te masacrará, los expertos reconocen donde están las fallas y se darán cuenta de que la falla no es genética, si no del guía. Se los comerán vivos por no saber pulir diamantes en bruto, pero bueno... -comentó alzando los hombros haciéndose el desinteresado- No es a mí a quien van a dejar por el suelo, ya que yo sí hice mi parte -dijo con burla.

El hombre pelirrojo se mantuvo en silencio algunos instantes bajo el escarnio del francés que lo miraba con superioridad acentuada por su prominente altura.

-Bien -suspiró Robert ofreciéndole la mano al patinador- Serás el coach principal de Mirana desde ahora hasta que pruebes tus resultados garantizados de aquí a un año y escucharé tus recomendaciones para reestructurar el equipo de entrenamiento.

-Excelente -convino el francés estrechando su mano con el británico- Para Maxon...

-¡Alto! -atajó Robert- Veremos tus resultados con Mirana y luego hablaremos de Maxon.

Fin del flas back.

-El resto de la temporada fue extenuante, pero coseché victorias una tras otra, cada consejo de último minuto de mi padre era preciso. Aun cuando tuvo que ausentarse y solo veía los entrenamientos a través de una computadora, no faltó a su palabra, estaba decidido a convertirme en una campeona. Un año después arrasé con la competencia que me había humillado, el abrazo de mi padre cuando bajé del podio, la foto de ambos besando esa medalla dorada, ser cargada en los hombros de mi hermano... -relató con lágrimas desbordándose de sus ojos azules- En ese momento me sentí completa nuevamente, y aunque yo sentía que las cosas podían encajar, esa no era la realidad para Maxon.

»Él tenía quince años; cada día era más conflictivo, peleaba constantemente en el colegio y nunca dejó de desafiar la autoridad en casa, hasta esa fatídica semana...

Flash back

-¿Almorzamos juntos, Mirana? -preguntó un chico de cabello rubio castaño y hermosos ojos azules.

La joven rubia de once años que leía bajo un árbol del patio del colegio solo miró al chico sin saber que responder, cuando una voz masculina respondió por ella.

-Aléjate de mi hermana, Thomas.

Mirana encontró sus ojos oceánicos con los de su hermano, dejándola impresionada con la imagen de su consanguíneo. No la impresionó la manera en que el uniforme le sentaba a Maxon, ni su rostro atractivo o la evidente musculatura que había estado desarrollando últimamente, lo que emocionó a la niña fue ver al joven con el cabello platinado. Obviamente no era el blanco natural proveniente de su padre, era más parecido al color metalizado de la plata.

-¿Acaso no entiendes el inglés, Felton? -cuestionó Maxon al chico que seguía congelado frente a la rubia.

El escrutinio de los ojos zarcos de Maxon intimidó al chico y posteriormente se alejó sin decir ni una palabra de despedida. Aunque Mirana estaba mucho más interesada en el cabello de su hermano que en la grosera salida del muchacho.

-¿Te lo teñiste? -preguntó Mirana una vez solos.

-En realidad... -inició a explicar Maxon cuando una voz adulta los interrumpió.

-¡D'Crims! -exclamó un maestro acercándose a ellos en actitud iracunda- ¿Qué te dije de usar estas cosas, jovencito? -cuestionó el adulto.

La rápida mano del educador fue hasta el cabello de Maxon y lo haló, desprendiendo la peluca platinada de la cabeza del menor con agresividad, haciendo que este hiciera una mueca de dolor en cuanto el objeto fue sustraído.

-¡Esto va en contra del código de vestimenta! -regañó el anciano.

Fin del flash back.

-El resto de la semana continuaron llevando a mi hermano a la dirección por el uso de la peluca, pero era un chico con mucho vocabulario que siempre lograba envolver a la directora con dulces palabras para que se la devolviera. Él y tú se parecen mucho, Meliodas -comentó con una dulce sonrisa curvando sus labios.

-Me habría gustado conocerlo, mamá -aseguró el rubio levantándose de su asiento para tomar lugar junto a la mujer que lo crió.

Meliodas estrechó las manos de la dama entre las suyas, presintiendo que la historia solo empezaba a mostrar sus tintes oscuros.

-Recuerdo que ese viernes los gritos resonaban en cada pared de la mansión, Robert y Minerva descargaron cada una de sus frustraciones sobre mi hermano -rememoró Mirana con el ceño fruncido- Aliott se había peleado en el colegio, un chico quiso burlarse de él y le arrancó la peluca. Mi hermano no se lo tomó bien y se fueron a los golpes, ese día lo sancionaron fuertemente, había mandado al otro chico al hospital, le fracturó la nariz y le golpeó tanto en el rostro que le provocó una contusión cerebral. Aliott se ganó una expulsión -comentó apretando las manos de Meliodas- Y Robert no estaba dispuesto a tolerar ese comportamiento...

Flash back.

La pequeña Mirana lloraba bajo sus sabanas, con las manos fuertemente apretadas contra sus oídos, rogando porque los gritos dentro de la casa terminaran.

Dentro de la habitación se encendió la luz, y la niña de escasos once años sacó la cabeza de entre sus mantas para identificar la persona que había ingresado a la habitación.

Y conectando sus ojos azules con los de su hermano, se apresuró a salir de la cama para ir al encuentro de este.

Los instantes que Mirana pasó con la cabeza escondida en el pecho de Maxon fueron casi eternos, pero eventualmente la niña se alzó en la punta de los pies y llevó ambas manos al rostro magullado del varón.

Con exactitud casi clínica la rubia detectó nuevos golpes rojizos en el rostro de su consanguíneo que no recordaba estuvieran allí luego de la pelea en el colegio, y del labio partido del adolescente brotaba nuevamente sangre.

-Te pegó.

Mirana no preguntó, ella estaba segura de que Robert había golpeado a su hermano. La furia se apoderaba poco a poco del cuerpo de la niña, su cabeza maquinaba cientos de insultos y planes de venganza por segundo, hasta que el peso extra de las manos de Maxon sobre sus hombros la trajo de vuelta a la realidad.

-No importa -comentó la voz tranquila del rubio- Tengo un regalo para ti.

La más joven observó confundida como el varón abandonó la habitación y regresó instantes después con una bolsa de regalo color celeste.

Maxon depositó el obsequio en manos de la confusa joven, por lo que tuvo que instarla a que lo abriera.

Ella escudriñó dentro de la bolsa y luego miró al mayor con incredulidad. Él realizó un asentimiento y esbozó una sonrisa amable, antes de que la emocionada niña dejara salir un chillido y correteara por la habitación abrazando el paquete.

-¡Ayúdame a ponérmela! -solicitó la ojiazul sentándose frente al tocador de la habitación.

El mayor se acercó hasta su hermanita y con ayuda del cepillo y algunas horquillas recogió el largo cabello de Mirana en dos trenzas que fueron envueltas alrededor del cráneo de la menor a modo de corona. Luego la mano de Maxon se extendió frente a la menor y ella le pasó el contenido de la bolsa.

La ojiazul mantuvo los ojos cerrados mientras sentía los movimientos de las manos de su hermano sobre su cabeza.

-Abre los ojos, Alette -pidió la amable voz del varón.

El reflejo del espejo fue la visión más maravillosa que había visto la niña en años. La peluca platinada que reposaba sobre su cabeza casi le hacía pensar que nunca la habían despojado de su cabello.

Los ojos de Mirana se llenaron de lágrimas de felicidad, mientras se maravillaba de cada nuevo Angulo que el espejo le proporcionaba de su reflejo, acariciando la fría superficie de vidrio con anhelo puro adornando sus facciones.

-Alette -llamó el rubio- Robert me enviará con papá -comunicó Maxon.

Ella se volteó tan rápido que el rubio temió por que la menor se lastimara el cuello.

-¡Iré contigo! -aseguró.

-Esta vez no podrá ser, hermanita. Robert me ha desheredado. Cree absurdamente que enviarme a la calle con mi padre es el mayor castigo que puede darme -explicó con una mueca de sarcasmo en su rostro- El pobre diablo no es ni un poco astuto -comentó llevándose ambas manos a los bolsillos del pantalón.

-Entonces yo...

-¡Ni se te ocurra, Alette! -cortó de raíz el mayor- El mismo truco no funcionará en esa manzana podrida, además tu eres diferente, te podrían enviar a un internado, quitarte el patinaje, sacar a papá de tu equipo, tienes demasiado que perder -razonó- Pero no te preocupes, encontraremos un método para estar juntos.

-¿Lo prometes? -inquirió la niña con los ojos llorosos.

Maxon no respondió verbalmente, en cambio le ofreció su meñique derecho a su hermana.

Fin del flash back

-Ese fin de semana, Robert envió a Maxon con mi padre. No me permitieron despedirme -relató Mirana llorando amargamente, regodeándose en el recuerdo del vehículo negro que transportaba a su hermano alejándose de la propiedad de Robert.

»Mi hermano se mudó a Francia con papá. Hablábamos escasamente durante algunos minutos durante mis entrenamientos diarios, solo cuando mi papá no estaba dándonos indicaciones telefónicas o gritándole a Aliott para que mejorara sus saltos, era un entrenador espartano -bromeó al recordar la estricta guía del patinador.

-¿Tu padre también comenzó a entrenarlo? -indagó Zeldris lleno de curiosidad.

-De los dos, Aliott era el verdadero genio del patinaje -respondió Mirana- Casi nació con un par de patines en los pies, no puedo recordar con claridad, pero el patinaje siempre fue eso donde no pudimos ser iguales.

»Ese año no nos vimos hasta el inicio de la temporada de competencias, todo estaba calculado hasta el más mínimo detalle para tener el debut junior que había vaticinado mi padre. Pero él siempre tenía grandiosas ideas de último minuto. Por nuestra edad Aliott y yo no podíamos competir juntos ya que estábamos en grupos distintos, aunque eso no detiene a un Dupré obstinado.

Flash back.

La casi adolescente de doce años bajó del podio con la reluciente medalla dorada del primer lugar colgando orgullosamente del cuello. Mirana corrió los pasos que la separaban de su padre, lanzándose a los brazos del mayor bajo el centenar de flashes de las cámaras.

Padre e hija posaron para los reporteros; ambos besando el galardón, ella colgando la medalla en el cuello del adulto, él colocando una corona de rosas azules sobre el cabello rubio de la menor.

Maxon se unió a ellos, luego de liberarse de los reporteros que lo asediaban con entrevistas por su propio primer lugar en la categoría masculina senior. Los consanguíneos posaron orgullosamente para las cámaras y contestaron brevemente algunas preguntas de los periodistas antes de retirarse a los vestuarios.

Todas las premiaciones habían terminado y la pista de hielo había sido despejada para iniciar con el evento de cierre: la gala de los ganadores, donde cada medallista del podio presentaba una coreografía única llena de toda la creatividad y habilidad de los patinadores. El tercer y segundo lugar de la categoría femenina junior pasaron primero, y ahora la audiencia esperaba impaciente por la entrada de Mirana.

Los jóvenes ojos azules miraban el hielo con nervios desde un hueco oscuro en la entrada de la pista.

-Hey -llamó la amable voz de Maxon al posar sus manos sobre los hombros de la menor- No estés nerviosa, estamos juntos en esto.

Mirana se volteó para encontrar sus oceánicos irises con los de su consanguíneo, ella observó como él se sacaba la chaqueta deportiva que cubría la parte superior de su traje para la exhibición. Ella copió la acción.

Ambos se miraron. Los trajes eran copias casi idénticas el uno del otro, blancos con plumas y pedrería, ella un vestido de falda corta y él camisa con pantalón, pero ambos continuaban siendo lo mismo, como si vieran a su "yo" de una realidad alterna.

-Salgamos a dejarlos mudos -dijo Maxon ofreciendo su derecha a la menor.

Mirana se aferró a la mano de su hermano y salieron juntos a los reflectores, la multitud de fanáticos y los periodistas enloquecieron, bañándolos de flashes y gritos de apoyo. Justo la reacción que fue planificada por Alexandré.

Fin del flash back.

-Mi papá era todo un rey de la puesta en escena, y presentar a sus hijos como una pareja de patinaje revolucionó el mundo del deporte. Las entrevistas fueron agotadoras por semanas. Los resultados obtenidos sobrepasaron tanto las expectativas, que incluso Robert tuvo que admitir que mi carrera tenía que estar dirigida por mi padre, y aunque pertenecíamos a selecciones distintas fue casi un hecho que en el futuro cercano Maxon y yo competiríamos codo a codo -pausó para darle un trago a su té que ya se encontraba frio.

»Incluso que Maxon permaneciera rubio por un tiempo entraba dentro de los planes. Firmamos para pequeñas campañas deportivas gracias al renombre de papá. Mi imagen se vinculó a la compañía de Robert, reforzando la fortuna y renombre que ustedes conocen -acotó- Mi padrastro estaba tan feliz que me permitió vacacionar con Maxon y papá el siguiente verano.

Flash back.

-¿Y? -cuestionó la joven rubia a su padre y hermano- ¡Digan algo! ¿Cómo me veo?

Padre e hijo se vieron entre ellos y luego pusieron gesto de seriedad mientas analizaban la apariencia de la menor.

Aunque Mirana solo contaba con trece años el estricto entrenamiento había moldeado su cuerpo de forma maravillosa, confiriéndole una imagen un poco más madura para su edad; busto promedio, abdomen plano y unas piernas torneadas, aunado al reciente bronceado que había aportado color a la piel normalmente blanquecina, gracias a la larga semana de continua exposición al sol y la salada agua de mar de las Islas Polinesias, y para rematar aquel ligero cambio en su cabello hecho recientemente por la estilista, que moldeó las hebras rubias en hermosas ondas y tintó las puntas de sus mechones de azul celeste.

Todos estos elementos fueron examinados detenidamente por ambos varones que observaban a la nerviosa Mirana, quien esperaba por una respuesta halagadora por parte de las personas más importantes de su vida.

-Papá, necesitaremos contratar guardaespaldas -comentó Maxon.

-Estoy de acuerdo contigo, Max -concordó el albino.

-¿Qué? -murmuró la confundida joven.

-¡Decimos que luces fantástica hermanita! -exclamó el rubio rodeando con su brazo los hombros de la menor- Opino que yo también debería hacerme lo mismo en las puntas del cabello, ya sabes, para estar iguales y causar el mismo impacto del año pasado en la gala de los nacionales cuando volvamos a ganar este año -¿Qué dice? ¿Se puede? -cuestionó el adolescente en ingles a la estilista que se había mantenido callada tras el grupo familiar.

La empleada de la peluquería miró confundida al francoruso.

-¿Puede hacer lo mismo a mi cabello? -especificó Maxon señalando sus rubios cabellos y luego los mechones azules de Mirana.

La estilista asintió y le indicó al rubio que la siguiera.

Amazing! -exclamó el francés- ¡Estarán increíbles esta temporada!

Fin del flash back.

-El año siguiente fueron los juegos olímpicos de invierno, papá estuvo tan ocupado que apenas tenía tiempo para coordinar nuestras presentaciones, por lo que ese año Maxon y yo nos propusimos tomarlo como un reto, para que se supiera en el mundo que teníamos nuestro propio esplendor, demostrar que no éramos una extensión del talento de papá. Coreografiamos nuestras propias presentaciones, y solo pedimos consejos puntuales a nuestro padre, no le permitimos ver las presentaciones completas hasta que llegó el momento de competir -explicó sonriente.

»Las lágrimas de papá al vernos nuevamente en el podio como medallistas de oro prácticamente sin su ayuda fue el momento más gratificante de toda mi vida -confesó Mirana con la voz rota- Incluso besó las navajas de nuestros patines frente a las cámaras, diciendo al mundo sin necesidad de palabras: "Son mi más grande orgullo". Esa noche nos regaló navajas doradas a ambos, ese era su sello personal. Aún recuerdo sus palabras esa noche.

Flash back.

El trio de patinadores se encontraba terminando de arreglarse en la habitación de hotel antes de partir a la fiesta organizada por el comité de patrocinadores. Los más jóvenes esperaban por su padre en el área común de su suite, Mirana usando un hermoso vestido largo de color verde esmeralda y Maxon un traje negro con pajarita del mismo tono de verde que el vestido de su hermana.

Cuando los adolescentes se comenzaron a impacientar apareció Alexandré, cargando dos cajas oscuras en sus manos, sin decir una palabra entregó los obsequios a sus hijos.

-Esto no es porque ganaron, de hecho pasara lo que pasara en las finales, aun si no entraban al podio pensaba entregarles esto, un símbolo físico de nuestro nexo, han probado esta noche que ustedes son estrellas que brillan con luz propia, que su éxito no es gracias a mí y por eso quiero que me otorguen el honor de que usen este símbolo -explicó con ceremoniosidad el albino- No para que el mundo los reconozca como mis hijos, si no para que el mundo sepa que yo soy su padre, y lo inmensamente orgulloso que estoy de eso.

Ambos adolescentes confundidos abrieron las cajas, dentro de estas descansaban nuevos patines, pero estos tenían las cuchillas de color dorado, símbolo icónico del patinador que tenían como progenitor.

Las lágrimas se acumularon en los ojos de los menores y llevados por la emoción del momento se levantaron precipitadamente de sus asientos para abrazar al francés con fuerza.

Alexandré consoló a sus hijos con delicadas caricias y palabras dulces.

-Pueden despojarlos de sus rasgos físicos, de su apellido, intentar reconstruir su identidad; pero nosotros orbitamos juntos, nuestros corazones nos conectan, yo soy su padre y ustedes mis hijos, ni el tinte, la ley o el dinero puede arrebatarnos eso de nuestra esencia -aseguró el albino.

»Ahora... Maxon; abiertamente te declaro la guerra, te toca destronarme, hijo. Nos veremos las caras en el cuatro continentes el año que viene, no me tengas piedad, ve con todo, destruye cada una de mis marcas si quieres, porque solo a ti te permitiría ser mejor que yo -anunció- Aunque no es como que te lo vaya a dejar fácil -bromeó mostrando una perfecta y blanca sonrisa.

-Te obligaré a retirarte, vejestorio -correspondió Maxon.

-Y tú, mi pequeña princesa -dijo conectando sus ojos azules con los de su hija- El año que viene cuando aplastes la competencia y reclames tu primer oro como senior, tú y yo compartiremos la pista en la gala.

Fin del flash back.

-Y dos meses después de conquistar su quinta medalla de oro olímpica, falleció... -rememoró Mirana con una simpleza que solo hacia un contraste abismal con la desolación reflejada en sus facciones- Convulsionó de noche, nadie pudo hacer nada, cuando los paramédicos llegaron era tarde, estaba muerto.

»Aliott estaba hecho polvo y yo viví la experiencia como si estuviera viendo una película muda.

Flash back.

El sol brillaba sobre los presentes en el entierro del ídolo francés, los camarógrafos no dejaron de enfocar en ningún momento a los abatidos hijos del siete veces campeón mundial del patinaje. Mirana estaba de rodillas frente al féretro llorando en pasmoso silencio, quienes la veían llorar pensaban que miraban a un ángel sufrir, la chica usaba un hermoso vestido blanco con armazón de tul gris y decoraciones de listones negros, guantes de encaje negro revestían sus manos y un sombrero negro con tul gris cubría a parcialidad el rostro de la joven, pero lo que reforzaba la imagen era que el cabello antes rubio se había ido, siendo reemplazado por una larga y ondulada mata de pelo blanco platino.

Maxon vestía entero de negro, el traje de tres piezas que portaba era tan oscuro como el abismo en su corazón, incluso su corbata y camisa formal eran negras, haciendo un profundo contraste con su hermana, pero al igual que ella, lucia sus cabellos de un blanco platino casi puro que le confería la apariencia de un ángel vengador protegiendo de cerca a la sollozante chica que permanecía de rodillas.

Los fanáticos gritaban y lloraban, algunos lanzaban flores cerca de la urna. Los periodistas gritaban preguntas a los hermanos y se apiñaban uno sobre los otros para captar cada ángulo posible de los jóvenes patinadores.

Fin del flash back.

-En cuestión de días, Aliott se convirtió en alguien lleno de amargura y resentimientos, agredió a unos paparazzi que lo acechaban y le hicieron varias fotos saliendo de clubes totalmente borracho. Por lo que me apartaron completamente de él, me involucraron de lleno en el patinaje, reformaron al equipo de entrenadores y me asignaron más guardaespaldas -explicó la albina con las lágrimas corriendo libremente por sus ojos.

A esas alturas Zeldris también había tomado asiento junto a la adulta y tenía un brazo rodeando la cintura de esta en señal de apoyo.

-La pista de hielo se había convertido en una especie de prisión para mí, emocionalmente dolía tanto que a veces pude jurar que el dolor era físico. No tenía ni a mi hermano, ni mi padre. Y mi madre solo me hablaba para darme interminables sermones sobre mi desempeño deficiente en la pista y para pronunciar pestes sobre su propio hijo -bufó- No supe de ese cabeza hueca de Aliott durante el resto del año. Solo sé que mientras yo hacía lo que podía para honrar la memoria de papá en la próxima temporada, aun cuando sentía que moría lentamente cada vez que hacia una pirueta en el hielo, él conoció a las personas a las que les debo mi libertad.

Flash back

La rubia Mirana observaba atentamente su reflejo en el espejo de los vestidores, ni ella misma sabia como logró los éxitos de esa temporada. Contra todo pronóstico ganó el cuatro continentes como debutante en la categoría; incluso se ganó el nombre de: "La reina del Quad" por la manera impecable en que realizaba piruetas cuádruples, en especial la que era insigne de su fallecido padre, el cuádruple Salcow. Y en ese instante se preparaba para salir a cerrar la competición con su presentación.
Estaba lista para dejar de examinar su perfecto reflejo, cuando una figura masculina entró al vestidor. No se necesitó de mucho para que ella lo reconociera.

-¡Te atreviste a abandonarme! -exclamó la furiosa adolescente de quince años acercándose a su reaparecido hermano- ¡Eres un tarado Maxon Aliott Dupré! -insultó pegándole repetidamente en el pecho con ambos puños.

-Mirana -llamó el mayor deteniendo con sus manos las acometidas de la contraria- Quiero pedirte y proponerte algo.

-Estas demente -murmuró la fémina luego de escuchar la rápida explicación de su hermano.

-Por favor, solo así podré cerrar el círculo de amargura que inicié con la muerte de papá -suplicó.

-No hemos practicado -excusó.

-No importa, es la gala de cierre. Vamos, Alette. Presentemos juntos el programa que papá diseñó para ustedes -suplicó nuevamente.

-Bien -se rindió al ver los tristes irises azules del mayor.

-No te avergonzaré -prometió el mayor.

Unos suaves toquidos provinieron de la puerta y el varón se apresuró a abrir, instantes después Maxon cerró la puerta y le mostró a Mirana lo que la persona desconocida le había entregado.

-¡A cambiarnos! -exclamó feliz.

Ataviados ambos con trajes oscuros con pedrería, emulando uno de los atuendos usados por su padre en una competencia de sus inicios, los hermanos salieron de los vestidores tomados de la mano.

Nadie se percató de la magnitud de sus intenciones, hasta que obnubilaron a todos los presentes en la pista con su interpretación. Las secuencias de pasos y la entrega de ambos patinadores le confirieron a la coreografía una emotividad digna del homenaje que sus corazones sabían que estaban realizando.

Y tan súbitamente como aparecieron abandonaron el hielo, dejando a los observadores mudos, el único sonido dentro de la pista por largos instantes fue el repetitivo chasqueo de los obturadores de las cámaras. Los patinadores ya estaban en el túnel que los devolvería al vestuario cuando escucharon a sus espaldas el bullicio del reanimado público.

Los hermanos rápidamente pasaron por el vestuario y simplemente tomaron sus escasas pertenencias y corrieron apresuradamente por las instalaciones, cubriendo sus rostros con las capuchas de sus suéteres deportivos.

Atravesaron pasillos poco transitados con rapidez, hasta llegar al estacionamiento, donde una camioneta blindada de vidrios tintados aguardaba con el motor encendido. Maxon arrastró a su hermana hasta el vehículo y la instó a abordarlo lo más velozmente posible.

La puerta apenas se había cerrado cuando el transporte avanzó para salir del estacionamiento. El piloto mantuvo la vista al frente, pero el copiloto asomó su rostro entre los asientos y esbozó una amable sonrisa.

Mirana detalló con la escasa luz los ojos con tonos naranjos y amarillos como atardeceres, y cabellos rubios del joven de sonrisa amable.

-¡Al fin nos conocemos, pequeña Alette! -saludó el rubio de bonita sonrisa.

-¡Ya te he dicho cientos de veces que no la llames así! ¡Solo yo puedo hacerlo! -reclamó Maxon.

-Max es un hermano celoso y sobreprotector -se burló el desconocido- ¿No es molesto a veces? -preguntó gentilmente a la rubia.

-Un poco -respondió Mirana tímidamente aferrándose al brazo de su hermano.

-Alette, el chico todo sonrisas es Giotto Di Vongola. Él nos va a ayudar a ser libres -puntualizó Maxon intentando tranquilizar a la menor.

-Ya habrá tiempo para presentarte al resto de la pandilla -comentó Giotto al ver la postura cerrada de Mirana- Por el momento tenemos que salir de la ciudad para ganar un poco de tiempo.

La chica lo miró dudosa por unos instantes, pero la manera en que el rubio suavizó sus facciones para transmitirle confianza la confortó.

-No te preocupes, de ahora en adelante podrás vivir como quieras hacerlo -consoló el de ojos peculiares- Max, mis amigos y yo te cuidaremos.

Fin del flash back.

-Técnicamente fue un secuestro -argumentó Mirana haciendo comillas en el aire con sus dedos al mencionar la última palabra- Lo he pensado muchas veces y aun en la actualidad no encuentro una forma mejor de haber hecho las cosas en ese entonces. Giotto es hijo de una muy antigua familia italiana, que ahora es líder en materia de exportación y comercio en Europa, su historia se remonta a la época dorada de las mafias en Italia. Una manera no muy pura de comenzar un negocio familiar -pausó para regodearse en la expresión levemente asustada de Meliodas y Zeldris, lo que le causó risa.

»¿Miedo? -preguntó la albina conteniendo las carcajadas.

Zeldris se apresuró a negar con la cabeza, pero Meliodas se mantuvo en silencio.

-Lo que comenzó hace siglos como miembros de una mafia, ahora es una unida y exitosa familia, que aún tiene ciertos roces con las caras oscuras de la vida. Fue gracias a los contactos de los Vongola en el submundo, que Aliott y yo pudimos cambiar de identidad y formar una nueva vida. Ambos nos cambiamos el apellido al nombre de soltera de nuestra abuela paterna y vivimos en Italia junto a nuestro benefactor y su familia manteniendo un bajo perfil, para evitar que Robert y Minerva nos encontraran -explicó lo más sencillo que pudo- En ese año que no supe de mi hermano, él empezó a trabajar directamente con Giotto, lo que le permitió alcanzar cierto nivel de vida estable aun cuando nunca cursó estudios universitarios. Para los Vongola la lealtad es un bien preciado. Pero no duramos mucho allí...

Flash back.

Una bonita joven pronta a cumplir dieciséis lloraba en la soledad de su habitación, llevaba varios días encerrada sin reunirse con sus amigos y hermano en la mesa para compartir las comidas, en cambio, los empleados de la gran casa le llevaban sus alimentos al cuarto, preocupados porque la muchacha estuviera intentando morir de inanición.

Mirana apenas tocaba las comidas que le subían, su estómago se negaba a la sensación de hambre y su corazón latía continua y dolorosamente dentro de su pecho.

En el instante en que una nueva oleada de lágrimas manaba de los ojos de la teñida platinada el estruendo de la puerta azotando contra la pared llamó su atención. Parado en la puerta estaba su hermano, vestido con un impecable traje azul marino, con el ceño fruncido.

-Ya pasaron tres días, Mirana -dijo Maxon usando el primer nombre de la joven, en señal de que estaba molesto- Y no vas a pasar un segundo más llorando -declaró.

-¡Tú no sabes lo que duele! -reclamó la llorosa platinada.

-¡Y tú no sabes lo que me duele ver a mi hermana sufrir! -rebatió.

Los argumentos de ambos hermanos eran impecables, por lo que se sumieron en un tenso silencio, desafiándose mutuamente con la mirada.

-Alette -suspiró el mayor cediendo- Tu vida no puede irse al demonio por esto. Apenas vas a cumplir dieciséis, tienes tantos amores por conocer, que uno falle no es el fin del mundo -razonó acercándose hasta la cama lentamente.

Maxon tomó asiento junto a Mirana con cautela, permitiéndose abrazar cuidadosamente a la menor.

-Además, yo no habría dado mi permiso para que te cases tan pequeñita -bromeó despeinando los cortos cabellos de ella.

-Aunque me lo hubiese propuesto, no habría aceptado -confesó jugueteando con los mechones platinos que apenas rozaban su barbilla.

-Alette, en este momento tú y él no están en la misma página. No habría funcionado -explicó Maxon la cruda verdad.

-Tienes razón -aceptó Mirana con silenciosas lagrimas bajando por sus ojos.

Maxon estrechó a su consanguínea fuertemente entre sus brazos, permitiéndole que se desahogara todo lo que quisiera.

-Prométeme que estas serán las últimas lágrimas a su nombre -suplicó la torturada voz del mayor.

-Lo prometo, Aliott -susurró Mirana entre hipidos.

-¿Sabes? -inquirió el albino- Giotto quiere que me haga cargo temporalmente de la sucursal en Japón.

-¿Pero allá no se encuentra Asari? -cuestionó recordando al amable japonés de cabellos negros.

-Pues tiene planeado venirse una larga temporada a Europa con su prometida, ya sabes para planear la boda -explicó el ojiazul con una sonrisa.

-¡ASARI VA A CASARSE! -exclamó la joven soltándose de los brazos de su hermano, totalmente llena de felicidad y toda sonrisas por la noticia.

Fin del flash back.

-El matrimonio de un amigo resultó en una oportunidad para independizarnos de la tutela de la familia de Giotto -relató Mirana con una sonrisa plasmada en su rostro al recordar a su amigo con gusto por la flauta- Nos tomó casi un año preparar todo para nuestro traslado, me concentré en mis clases para concluir mi educación a tiempo, estaba tan ocupada con concluir la secundaria que vine a Japón con nociones muy vagas del idioma. Apenas teníamos dos meses en el país cuando mi hermano fue atacado.

-¿Atacado? -preguntó Meliodas sorprendido.

-Las rencillas y nexos en el bajo mundo pueden durar muchísimo. Y digamos que el negocio de importación no es precisamente amable cuando te niegas a ceder a la presión de los yakuzas. Los Vongola intentan mantener su pasado al margen de sus negocios y tratos actuales, pero no es una tarea fácil -se lamentó la albina- Su política corporativa es estricta, no mezclan sus negocios con mercancía ilegal o que no cumpla con todos los controles. Eso no les gustó a algunas personas. Mi hermano era un hombre de carácter y cuando decía no era no, con algunas excepciones -comentó con burla al pensar en su cuñada y ella misma- Por negarse a hacer un trato ilegal casi lo matan, le tendieron una emboscada en una avenida poco transitada, no había muchos conductores tampoco debido a una alerta de tifón.

Mirana pausó y se sirvió té en su taza vacía, dándole un trago a la templada bebida antes de continuar.

-Seis impactos de bala -murmuró con las manos temblando sobre su regazo.

El agua mezclada con sangre, volvió a la albina desde lo profundo de sus recuerdos. El cuerpo del albino tendido en el suelo. La sensación de la lluvia helada calándola hasta los huesos cuando abandonó el automóvil. La sangre de Aliott manchando su blusa mientras prácticamente lo arrastraba por la entrada de emergencia del hospital.

-Arrastré a mi hermano por la sala de emergencias del hospital más cercano. Mi poco japonés no me ayudó a comunicarme con las enfermeras a las que les suplicaba noticias de Aliott. Hasta que ellos llamaron a alguien con la que si fue capaz de comunicarme y obtener las respuestas que quería -Mirana escaneó a los menores a su lado, sonriéndoles con ternura- Su madre.

-¿¡Así conociste a mamá!? -exclamó Zeldris sorprendido.

-Solo con ella podía entenderme. Su madre era una persona de tan fácil trato, tan amable y comprensiva, que solo podría compararla con un ángel en la tierra -relató llena de nostalgia- Ella había ido a guardia esa noche por una emergencia, y estaba a punto de regresar a casa cuando le hablaron de una paciente a la que no podían entender. Ella intentó convencerme de que mi hermano estaba bien y que no podría verlo hasta la mañana, que tendría que regresar a casa; pero yo no tenía ni una puñetera idea de cómo regresar al departamento donde vivía, ni conocía la calle, mucho menos supe darle indicaciones que relacionara con mi hogar -dijo con las mejillas tornándosele rojas de la vergüenza- Le insistí en que me quedaría hasta que pudiera hablar con mi hermano, pero ella era...

-¿Terca como mula? ¿Necia como un Demon? -sugirió Meliodas con una sonrisa de pura satisfacción.

-¿Obtusa como Meliodas? -ironizó Zeldris burlándose del mayor.

El rubio se estiró para alcanzar la cabeza de su hermano, y propinarle un golpe "inocente" en la parte posterior de la azabache cabeza.

-Sí -concordó- Ambos son así de obstinados porque Elise y Damián tienen ese detalle en común, ustedes genéticamente no tienen escapatoria para la cabezonería -diatribó Mirana encogiéndose de hombros- En fin, su madre se negó a dejarme sola, empapada y cubierta de sangre. Me llevó con ella.

Flash back.

Una sonriente Elise ingresó a una de las habitaciones de huéspedes en la mansión Demon, cargada con una pila de ropa que probablemente le serviría a su invitada.

-¡Vamos! ¡A la ducha y quítate esa ropa mojada! La meteré a lavar, seguramente logramos sacarle esa mancha -apremió la ojiverde.

-Gracias -dijo tímidamente la albina de puntas platino.

Minutos después la joven salió de la ducha ataviada con un cómodo atuendo deportivo de chaqueta y pantalones holgados.

Los ojos azules de Mirana se posaron sobre la rubia que cargaba a un sollozante bebé igualmente rubio.

Elise se mecía de un lado a otro cantándole al bebé una canción infantil en japonés, pero este parecía reacio a dejar de llorar.

-Te queda bien ese conjunto -comentó Elise en cuanto reparó en la menor- Disculpa el escándalo, este es Meliodas, mi hijo, normalmente es un niño tranquilo, pero hoy no parece estar de buen humor -explicó con una incómoda sonrisa- Bien, te dejaré descansar. Llevaré a este llorón a un paseo a ver si se calma.

-¿Puedo acompañarla? -se atrevió a preguntar.

-Será un placer -aseguró Elise.

Ambas mujeres y el bebé pasearon por la hermosa casa, pero luego de cinco minutos de paseo y varias tonadas para arrullarlo, Meliodas se negaba a tranquilizarse.

-¿Podría intentarlo? -preguntó Mirana con las mejillas rojas.

-¿De verdad quieres intentarlo? -rebatió la joven madre con ilusión- Mel puede ser un poco arisco con los desconocidos -advirtió.

-Me gustan los niños, espero ansiosa porque mi hermano tenga hijos para ser una tía al estilo de las películas viejas. Ya sabe, consentidora -aclaró mostrando su ilusión por el tema.

Aquella chispa de honestidad agradó a Elise, por lo que sin ningún miedo depositó a su unigénito en los brazos de la desconocida.

Casi al instante en que el niño sintió el cambio de brazos paró de llorar, solo para escrutar con el ceño fruncido y ojos enrojecidos a la persona que lo sostenía.

Mirana sonrió con gentileza y empezó a entonar una bonita canción de cuna. Al principio no se distinguían las palabras susurradas, pero luego la agradable voz de la ojiazul pronunció con confianza las palabras.

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Increíblemente, su canto calmó al irritado bebé, sumergiéndolo en el mundo de los sueños al cabo de la segunda estrofa.

La albina devolvió el niño a su madre, el que se removió por unos instantes, alertando a las féminas de un posible nuevo berrinche. Pero Meliodas permaneció en silencio y con los ojos cerrados.

Fin del flash back.

-Fue la primera vez que sostuve a Meliodas -murmuró la ojiazul con lágrimas en los ojos que no se atrevían a derramarse.

Ambos hermanos abrazaron a la albina durante algunos instantes.

-Aliott permaneció sedado dos días, y esos días me mantuve en la mansión, junto a Elise y Mel. Cuando despertó sentí que el alma me volvió al cuerpo, le conté mi encuentro con Elise y él me pidió hablar con ella. No sé todos los detalles, pero su madre me contó tiempo después que él le solicitó que cuidara de mí mientras él no podía. Yo volví a mi hogar, pero Elise y yo entablamos una amistad, nos veíamos todos los días. Aprendí a pronunciar la dirección de la mansión antes que la mía propia -bromeó- Jugaba con Meliodas como si fuera un peluche, siempre lo tenía en brazos. Lo bañaba, vestía, alimentaba, tomaba fotos a montones...

-¡Ya entendí! -gritó Meliodas con las mejillas rojas.

-Está bien, ya paro -pronunció Mirana al acabar de reír- Elise y Aliott también se hicieron buenos amigos. Con el pasar del tiempo era prácticamente la niñera de Mel. Pronto Aliott me notificó que debía volver a Italia, solo que esa vez él no quería llevarme. Creo que fue un tema de conversación entre él y Elise. A ella se le ocurrió la idea de que trabajara para su familia a tiempo completo como niñera. Su propuesta alivió el corazón de mi hermano, se sentía tranquilo de dejarme bajo la tutela de Elise. Planteamos que esa separación seria corta, pero unas semanas se convirtieron en meses, luego en un año. Aliott jamás entraba en detalles de porque no podía irme junto a él -suspiró- Ahora solo puedo conjeturar sobre la razón.

»Tenía dieciocho, estaba sumamente deprimida y mi única amiga era Elise... Le confesé todo una noche mientras su padre estaba de viaje.

Flash back.

Meliodas descansaba apaciblemente en una silla mecedora para bebes.

Mientras Elise acariciaba en gesto maternal los cabellos de la albina que lloraba sobre su regazo, después de haberle confesado todas sus tristezas.

La rubia fue testigo de la amargura, ira y tristeza que se escondía dentro de Mirana. Una madre que no proveyó amor. Un padre amoroso que fue arrebatado cruelmente. Un amor que se marchitó. Una amistad de sentimientos dispares. Un amado hermano que se mantiene distante. Una media hermana que te odia. Un futuro incierto.

Tantas cosas grandes y pequeñas, que para la rubia resultaba admirable como la joven aun sonreía sinceramente para ella y su hijo.

-Mirana, no te tortures. Haremos este camino juntas -consoló la rubia.

El llanto de la albina se hizo más fuerte ante las palabras tan gentiles pronunciadas para ella.

Fin del flash back.

-Pasé dos años sin saber de mi hermano. Yo inicie la universidad y establecí un contrato casi vitalicio con Elise, para proteger a sus hijos. En ese entonces ella estaba sana, y embarazada de Zeldris, pero supongo que tuvo una de esas corazonadas estilo Harry Potter que solía tener. Tenía veinte cuando nació Zel, recuerdo tenerlo en mis brazos, fuertemente agarrado a mí cuando me acerqué a las rejas de la entrada por pedido de los guardias, para confirmar a un visitante.

Flash back.

-¡Oh por Dios! -gritó Mirana en italiano- ¡Por la sagradísima Rumiko Takahashi! -prosiguió en japonés- ¡No puedo creerlo! -dijo en ruso.

La albina detuvo su explosión poliglota cuando notó al bebé aferrado a su cuerpo con los ojos llorosos.

-Déjenlo entrar -pidió a los guardias mientras hiperventilaba.

El vehículo en el que se transportaba Maxon se aparcó junto al cubículo de vigilancia, el de irises azules salió del deportivo y se acercó a su hermana, envolviéndola en un fuerte abrazo, dejando a Zeldris aplastado entre ambos.

Los consanguíneos se separan al escuchar el gimoteo del bebé de escasos cabellos negros, para mirar con sorpresa como el niño de cuatro meses empujaba el pecho de Maxon con una regordeta mano antes de volver a aferrarse con los dos brazos al cuello de la albina, mirando al desconocido con su diminuto ceño fruncido.

Fin del flash back.

Meliodas no pudo contener la risa ante la anécdota.

-¡Desde chiquito que eras un maldito posesivo! -exclamó el rubio.
-¡No soy posesivo! -rebatió el azabache- Defendía a alguien preciado de un desconocido, soy un caballero.

-¡Caballera la putiza que le metiste a ex de Gelda! -continuó burlándose el Demon mayor- Un caballo lo hubiera dejado menos torcido.

Luego de cinco minutos, Meliodas logró calmarse para escuchar el resto de la historia.

-Lo demás es corto, seguí viviendo en la mansión porque ustedes estaban pequeños, a pesar de que mi hermano ya estaba debidamente establecido aquí. Pasó un año y conoció a la mujer que se convertiría en su esposa, una enfermera fisioterapeuta japonesa. Dos años después tuvieron a su único hijo Rowan, por quien mi hermano vuelve a nuestro verdadero apellido. Es así como mi madre lo localiza, y lo empieza a hostigar con el fin de que le confiese donde me encontraba. Mi hermano le miente, diciéndole que estoy casada y que ni él sabe dónde o como encontrarme y para despistarle él y su familia se mudan a Francia, al antiguo hogar de mi padre. Ese mismo año el cáncer de su madre es detectado y en poco menos de dos años ella fallece.

Flash back.

La mansión Demon está llena de personas vestidas de negro, el ataúd cubierto de flores reposa en el centro del gran salón. Los pequeños hermanos lloran la pérdida de su madre. Meliodas quien comprendía perfectamente el concepto de la muerte lloraba más sosegadamente que Zeldris.

Mirana que permanecía pegada a los menores se cansó de verlos sufrir. Ella estaba harta de las miradas de lastima para los infantes. Fastidiada de la postura fuerte que Meliodas se veía obligado a tomar a pesar de ser un niño de apenas ocho años que acababa de perder a su madre.

La albina cargó al azabache y tomó al rubio de la mano, decidida a salir de aquel espectáculo mediático lleno de hipócritas que esperaban usar de trampolín el duelo de una familia para escalar en posición social y económica. Mirana casi abandonaba el salón cuando una mujer castaña se interpone en su camino.

-¿A dónde crees que vas? -preguntó la dama en actitud desafiante.

-Aparta, Maya. Sacaré a los niños de aquí, este no es un ambiente para ellos -explicó decidida a la cuñada de Damián.

-¡No puedes hacer eso! -siseó.

-Puedo y lo haré, más bien... Ross debería venir conmigo también -acotó mirando al pequeño peligris que estaba cabizbajo en una esquina.

-¡Mi hijo se quedará dónde está! ¡Y tú deberías dejar de enseñarle ese tipo de debilidades a Meliodas y Zeldris! ¡Ambos son Demon! ¡Los Demon no huyen!

-¿Siquiera te escuchas? ¡Son niños por amor a los cielos! -bufó Mirana irritada- Es más... YO soy la custodio de Mel y Zel, y YO decido que es lo mejor para ellos de ahora en adelante. Y YO digo que no es correcto que sigan aquí -explicó con altanería, reafirmando su posición.

»¡Estarossa! -llamó al menor.

El pequeño alzó la mirada al escuchar su nombre.

-¿Quieres venir con nosotros? -preguntó Mirana amablemente.

El peligris miró a la albina y su madre durante algunos instantes, antes de negar y volver a bajar el mentón.

Mirana continuó su camino hasta la cocina y dejando a Zeldris sentado sobre la isla, procedió a revisar las alacenas, de donde extrajo paquetes de galletas y golosinas de todos los gustos y formas, las colocó en una bandeja y se la pasó a Meliodas.

El pequeño rubio la miró con algo de duda y la fémina en respuesta le dio una sonrisa.

-Vamos a mi habitación -aclaró Mirana al menor.

Minutos después, la albina y los menores estaban sobre la cama de la primera, mientras comían golosinas con el sonido de una caricatura manando del televisor, a pesar de que ninguno de los tres la veía, las voces y los chistes de los personajes ayudaban a los infantes a mantener la mente alejada del bullicio que subía desde el primer piso.

-Hoy haremos una fiesta de pijamas -comentó la ojiazul acariciando las mejillas de los niños- Hoy Mirana los va a proteger de los monstruos -aseguró abrazando a los hermanos.

En ese momento Meliodas se permitió llorar, escondiendo su rostro en el costado de la albina. Y Zeldris también dejó correr unas diminutas y calientes lágrimas en total silencio, mientras veía como estas mojaban la galleta de dinosaurio que sostenía en sus manos.

Fin del flash back.

-Nunca volvieron a gustarte las galletas con forma de tiranosaurio -comentó con tristeza la fémina.

-Saben amargas -murmuró Zeldris cabizbajo.

-Ya no volveré a molestarte con eso -prometió Meliodas acabando de un trago el té de su taza.

-Un año después, murió mi hermano.

Meliodas y Zeldris miraron sorprendidos a su nana.

-Accidente automovilístico. Volvía a su casa, llovía con fuerza, un auto salió de la nada, murió al instante -explicó brevemente mientras las lágrimas se deslizaban lentamente de sus mejillas al mentón, para morir en la falda de su vestido.

Flash back.

Fue día tan hermoso como el del funeral de Alexandré. El sol brillaba, la brisa era fresca y el pasto verde esmeralda. Pero Mirana sentía que en su corazón había una fuerte tormenta.

Arrodillada frente a la tumba de Maxon, Mirana lloraba en silencio. Apenas bajó del avión que la llevó hasta Francia fue directa al cementerio, allí esperó a la pequeña procesión fúnebre.

La esposa de su hermano estaba inconsolable, y sus amigos se miraban abatidos, pero ella estaba peor, ella se sentía peor que todos. Mirana sentía que le habían arrancado la mitad de su alma.

Atardecía y la albina continuaba de rodillas frente a la tumba, aunque casi todos se habían marchado, no estaba sola, un rubio de hermosos ojos naranjos cual atardecer la acompañaba silenciosamente a unos pocos pasos de distancia.

Los colores nocturnos aun no cruzaban el cielo, cuando el italiano habló.

-Mira, es hora de irnos -susurró con gentileza.

-Gio ¿Qué haré sin él? -murmuró con voz rota en el idioma de él.

-Mirana, puedes tener el mundo si quieres. Max me pidió que te cuidara, ven conmigo, no sientas que no soy una opción solo porque no me correspondes -suplicó acercándose a la fémina.

La de ojos azules se levantó del verde pasto, tan verde que le recordó los ojos de Zeldris. Volteó en dirección del italiano y lo observó atentamente por unos minutos, deteniéndose en sus rubios cabellos, tan rubios como los de Meliodas.

La respuesta era clara.

-Lo siento, pero no dejaré a Mel y Zel. Ellos me necesitan. -dijo con firmeza.

Fin del flash back.

-Y aun cuando ustedes ya no me necesitaron, no me fui. El amor por ustedes, y por su padre me ancló, pero también el miedo. Miedo a enfrentarme a mis demonios. A ver el rostro de la persona que me dañó. A encontrarme con el hombre que me rompió el corazón. A rechazar abiertamente los sentimientos de quien es un hermano para mí -reveló Mirana- Toda mi vida he vivido con temor, y eso me ha detenido de alcanzar cada uno de los sueños que he tenido.

»Mel, Zel. Aprendan de mis errores, no vivan con temor -suplicó- Han tenido tanto en esta vida, que a veces temía porque no quisieran nada más, pero su ambición innata destruyó ese temor. Mi miedo ahora es que dejen de vivir sus vidas porque están paralizados por temor a lo desconocido. Que no se apoyen mutuamente en las cosas verdaderamente importantes, que se sientan solos aun teniéndose el uno al otro -aclaró- Una buena madre predica con el ejemplo, es por eso que volví a usar el apellido que me corresponde, no me ocultaré más, iré a resolver los asuntos que dejé inconclusos, enfrentaré a mis demonios y empezaré a vivir la vida que siempre quise para mí.

-¿Te vas? -preguntó Zeldris en un susurro con los ojos aguados.

-No puedo decir que sí, o que no. Por el momento me tomaré un largo viaje, visitaré a mis amigos, comeré un helado donde quiera, resolveré los asuntos de mi herencia y ¿Quién sabe lo que surja después? -argumentó sonriente.

-Sate, sate, sate -murmuró Meliodas pensativo, antes de mirar su reloj- Bien, es hora del almuerzo ¿Por qué no vamos los tres a algún sitio bonito? Cita de madre e hijos -propuso.

-Secundo -se pronunció Zeldris frotándose los ojos.

-Será un placer.

Dos días después, los hermanos Demon acompañaban a su madre en el área de espera del aeropuerto en lo que llamaban a abordar el vuelo de la albina.

-Insisto; pudiste usar el jet privado -bufó Meliodas de brazos cruzados.

-Por trillonésima vez, Meliodas. No -repitió con hastió la mayor.

-Antes de que inicien nuevamente esa discusión -interrumpió Zeldris- ¿Por qué no mejor seguimos jugando, mami? -sugirió ofreciéndole el pequeño mando de la consola portátil.

Luego de diez minutos en silencio Meliodas se sumó al uso de la nueva consola de Zeldris, cortesía de Gelda por su quinto mes de noviazgo.

Diez victorias de Mirana después, una voz femenina anunció por los parlantes el abordaje del vuelo de la fémina.

Meliodas y Zeldris abrazaron a la albina con la fuerza suficiente para hacer crujir los huesos de la espalda femenina, evidentemente sin ningunas ganas de dejarla ir.

La voz de los parlantes llamó una cuarta vez y madre e hijos tuvieron que separarse.

-No llamen, yo los llamo. Y recuerden: una palabra al toxico de su padre de mi paradero y volveré para castrarlos -amenazó.

Ambos hermanos sabían que la amenaza era broma, pero la mirada en los ojos azules prometía un castigo innombrable nada placentero.

-Los amo -dijo ella besando ambas mejillas de los menores, antes de reunirse con la empleada encargada de la revisión de boletos.

Mirana no volteó, para que ellos no la vieran llorar. Y ellos no llamaron, para evitar que su madre siguiera con esa sensación de estancamiento que pesaba en su corazón.

Era de noche cuando Damián Demon regresó a su hogar. Él había permanecido dos días más en Tokio creyendo que Mirana aún continuaba allí, pero luego de sobornar a algunos empleados del hotel donde se hospedaba la albina y unos instructores de la pista de patinaje, se dio cuenta que ella ya no estaba en la ciudad. Por lo que volvió a casa.

La mansión estaba sola, solo el mayordomo recibió al azabache y este se encargó de informarle que Zeldris había salido en una cita, Meliodas avisó que trabajaría hasta tarde y que Lizzette se había marchado ese día a un compromiso laboral pero que volvería para el fin de semana.

-Su correo lo espera en la oficina, señor -avisó el mayordomo.

-¿Algo interesante? -inquirió Damián con voz cansada.

-Lo único que parecía distinto fue un sobre blanco que dejaron en el buzón, señor -notificó el empleado.

-Lo revisaré después -murmuró más para sí mismo que para el anciano de traje.

Una vez duchado y con un cómodo pero elegante pijama puesto Damián se encontró a si mismo vagando por su casa sin saber qué hacer, por lo que optó por ir a buscar un libro que dejó a medio leer en su despacho.

Mientras buscaba el libro, la mirada verdosa del patriarca Demon se encontró con el sobre mencionado por el señor Tanaka. La curiosidad pudo con él y terminó sentándose en su cómoda silla para revisar el misterioso envío. Se extrañó de que el sobre tamaño carta no tuviera estampillas, sello postal o la dirección manuscrita. Aun así lo abrió.

Dentro del sobre había una sola hoja, con una nota adhesiva azul celeste pegada.

"Mi curriculum vitae, jefe"

Llevaba veinticinco años viendo esa letra como para no reconocerla. Despegó la nota que cubría la miniatura de la fotografía de Mirana.

"Nombres y Apellidos: Mirana Alette Dupré Volkova

Nacionalidad: Rusa

Edad: 46 años

Formación académica: Licenciatura en Medicina General mención Cirugía"

El resto de la hoja era información básica, pero lo que más llamó la atención del azabache fue el nombre completo de la mujer. Encendió su computadora de escritorio y tecleó en el buscador ese nombre, encontrándose con múltiples noticias, que no eran recientes.

"La desaparecida hija del héroe francés Alexandré Dupré llega al podio ¿Será este el regreso de la reina del quad?"

"Futura proeza olímpica, Mirana Alette D'Crims Volkova"

"Los hermanos D'Crims Volkova nuevamente en el podio"

"¿De quién fue la idea de renombrar a los hermanos Dupré? ¿Estrategia deportiva para que los menores representen a Inglaterra?"

Cada enlace y titular era escandaloso y sensacionalista. Por lo que Damián accedió a la sección de fotos, donde la mayoría reflejaban a una joven rubia, excepto por la más reciente donde una joven Mirana sostenía una medalla dorada.

Luego pasó a algunos enlaces de Youtube. Algunos eran videos de youtubers que presentaban la desaparición de la joven como un suceso casi paranormal al nivel del caso de Elisa Lam o la muerte de Lady Diana, otros eran viejas grabaciones de sus presentaciones o videos homenajes a la corta carrera deportiva.

Y mientras veía una y otra vez las viejas imágenes y videos, Damián entendió quién era el hombre de ojos azules que Mirana dibujaba y fotografiaba, su hermano: Maxon Dupré.

Mirana estiró los brazos al salir del área de desembarque del aeropuerto internacional de Roma, haciendo crujir sus cansados huesos, fatigados de más de diez horas de viaje. La albina apenas alcanzó a levantar el rostro cuando una cabellera platinada impactó contra su abdomen.

-¡Tía Mi La! -exclamó el niño, estrechando aún más fuerte la cintura de la mujer.

Ese cabello peculiarmente rizado en un copete, un abrigo dorado y ese acento asiático al pronunciar su nombre.

-¿MEN? -inquirió sorprendida.

El menor alzó el rostro, confirmando las sospechas de la ojiazul.

Con el miedo revolviéndole las entrañas miró al frente. Si ese niño estaba allí, su padre no debía estar muy lejos. Divisó una cabellera rubia que desafiaba la gravedad, una sonrisa amable, unos fríos ojos grises y por ultimo lo que más temía: una mirada dorada que resaltaba por el contraste que hacía con el cabello negro de su portador.

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No tengo mas palabras. Los veo en los comentarios.

Besos y Abrazos.

Mia_Gnzlz

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