4._ Goddess

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Luz solar entraba por raudales a la habitación matrimonial donde dos cuerpos desnudos reposaban entrelazados, la iluminación del astro mayor atravesaba las cortinas y dosel de tul color blanco. El exceso de claridad, logro que la fémina platinada abriese los ojos lentamente, los recuerdos llegaron a ella como una ráfaga. Un poco desconcertada, Elizabeth permaneció exactamente en la misma posición. Desde la noche pasada ella y el rubio, en cuyo pecho durmió, eran pareja, oficialmente novios. Más que el estatus, era la prueba fehaciente de que ambos tenían sentimientos el uno por el otro, ya no debían ocultarse tras la careta de amantes, no entre ellos. Se querían mutuamente. Ella le amaba.

Una sonrisa curvo los labios femeninos, dejo escapar lentamente una profunda inhalación, aire que ni ella misma sabía que estaba conteniendo. Se deleitó con la calidez que le brindaba el cuerpo masculino; empezando por su mejilla reposando en el pectoral derecho de Meliodas; bajando por los planos abdominales, el blando busto y cintura estrecha contra los duros abdominales y cadera contrarios; el brazo derecho abrazando la cadera masculina; finalizando con la pierna derecha femenina, enredada a la del rubio.

La diestra del ojiverde no había abandonado durante toda la noche el hombro femenino. Aquel gesto protector trajo un nuevo suspiro a la boca de la platinada. Algo dentro de ella le impulso a querer levantarse y preparar el desayuno para ambos, ya no debía fingir desinterés o frenarse a sí misma para disimular los gestos amorosos que deseaba tener con el ojiverde. Lentamente retiro la mano masculina de su hombro y se irguió con delicadeza.

Meliodas se removió un poco y termino por adoptar una posición diferente, boca abajo y con ambos brazos bajo la mullida almohada de plumas. La espalda masculina, era un espectáculo para cualquier fémina, ancha en los hombros, con todos los músculos marcados a pesar de estar en un estado de relajación absoluto, estrechándose a medida que bajabas hasta la cadera, dando la impresión de un triángulo invertido…

-¿Te gusta lo que ves? –murmuro la voz ronca del ojiesmeralda.

-Me encanta… Me encantas, Mel –se corrigió esbozando una sincera y amplia sonrisa.

-A mí tampoco me disgusta tu forma de darme los buenos días –bromeo mirándola descaradamente de arriba abajo.

Las mejillas de la albina se pusieron coloradas y por inercia se llevó las manos a los senos para cubrírselos. Eventualmente, Elizabeth dejo de cubrir su pecho, cayendo en  cuenta de lo absurdo de su acción ante el rubio, con quien había compartido decenas de encuentros sexuales de los más atrevidos y variados. Le lanzo una almohada juguetonamente a Meliodas, quien se la quitó con algo de lentitud perezosa.

Elizabeth, se estiro alzando sus brazos para desperezarse, su rubio novio solo miraba los voluptuosos senos rebotar ligeramente con el movimiento, una sonrisa pícara curvo los labios masculinos, a lo cual la platinada contesto con un gesto divertido de falso reproche. Una vez libre de las sabanas, camino orgullosa de su desnudez hasta el armario.

-¿Te gusta lo que ves? –devolvió el chiste a su pareja.

-Con toda seguridad… -contesto el rubio desde la cama- Por cierto… ¿Por qué te levantas? –cuestiono.

-Voy por mi celular, anoche no devolví las llamadas de mi madre y debo contestar algunos correos para unos socios –respondió, sacando una camisa blanca de mangas largas del armario.

-Te acompaño.

-¡No te levantes! – Exclamo alzando la voz, por lo cual termino sonrojándose violentamente- Digo… Luces cansado, duerme un par de horas más y luego te levanto para que hagamos desayuno juntos –propuso.

-Bien –acepto sin apartar la vista de las blanquecinas manos abrochando los botones de la camisa.

Una vez “vestida”, la albina se dirigió hasta la cama para depositar un beso en los labios ajenos y regalarle una sonrisa tierna, que fue correspondida por el rubio. Con algo de pesar, Elizabeth abandono el lecho y se dispuso a salir de la habitación.

-Elizabeth –llamo el ojiverde antes de que ella abandonara el cuarto- Te ves preciosa con mi camisa.

Las mejillas femeninas, se tintaron de carmesí por décima vez en lo que iba de mañana, quedando con la mente en blanco, sin saber que contestar al cumplido. Por primera vez en su vida, se quedó sin palabras ante un hombre. Meliodas sonrió complacido ante el mutismo de la ojiazul, se reacomodo en la blanda superficie del colchón y cerro sus ojos dispuesto a descansar otro par de horas.

Con el corazón agitado, la platinada cerró la puerta con sumo cuidado. Se recargo unos segundos en la superficie de madera, poso una mano sobre su pecho, sintiendo los frenéticos latidos de su corazón, un suspiro abandono los labios rosados, seguido por una sonrisa de gozo puro. Solo ese rubio era capaz de tanto en ella. Bajo las escaleras casi dando saltos en los peldaños y con una sonrisa perenne adornando su rostro.

Una vez en la sala, tomo su smartphone del sofá donde lo lanzo al aceptar la propuesta del rubio, las mejillas le picaron ante el recuerdo. Reviso sus notificaciones brevemente y procedió a entrar el historial de llamadas, pulso una de las tantas llamadas perdidas de Nerobasta, llevo el aparato a su oreja y espero. Al tercer tono su progenitora contesto.

-¡Elizabeth! ¿Dónde estás? –cuestiono alterada- Estuve a punto de llamar a la junta de condominio de tu edificio para que revisaran las cámaras de seguridad.

-Madre –hablo en tono conciliador- Anoche, luego de dejar a Diane, me sumergí en el trabajo por hacer, eventualmente sentí sueño y quede dormida. No mire el celular en toda la noche.

-¡Dioses! ¡Niña vas a matarme de un infarto! –regaño.

-Es bueno saber que te preocupo –bromeo.

-¡No te pongas insolente conmigo!

-En fin, llamaba para decirte que reserve una estadía en una casa de playa por el fin de semana. Probablemente no pueda comunicarme, ya que la zona es de baja cobertura –anuncio.

-¡No me mientas niña! Seguro te vas con alguno de tus amantes Don nadie –cuestiono.

- Ese-no-es-tu-asunto –contesto separando las palabras- El punto es que no estaré disponible hasta luego del día del trabajo. Te llamare al regresar, te quiero mami –se despidió diciendo lo último en tono burlón para luego colgar, dejando a Nerobasta quejándose con la nada.

Un suspiro y una mueca de incomodidad adornaron a la fémina por un segundo. Apago el celular y se dirigió a la cocina, donde se puso a sacar ingredientes de las alacenas para realizar una sorpresa para su ‘ahora’ novio. Harina de trigo, huevos, azúcar y tocino después; Elizabeth ya tenía una torre de panqueques perfectos y esponjosos, tocino crujiente, café, huevos revueltos y algunos extra dispuestos sobre la mesa organizadamente, se quitó el delantal de cocina y estaba dispuesta a subir para buscar a su novio, pero lo encontró mirándola sonriente desde el marco de la cocina.

-Y por este tipo de cosas es que eres perfecta –dijo Meliodas mientras se acercaba a abrazar a su novia.  

-S-solo quería sorprenderte –confesó con la cara roja y apartando la mirada del escrutinio masculino.

-Insisto… Eres perfecta –murmuro para atrapar los labios rosas en un feroz beso- Bueno… ¿Comenzamos?

Elizabeth asintió con una enorme sonrisa. La pareja tomo asiento,  se sirvieron los alimentos en sus respectivos platos y a su gusto. Al principio se intercambiaban bocados entre ambos, regalándose sonrisas cómplices, pero luego de un ‘error’ de trayectoria de la platinada que termino por manchar la nariz del rubio con miel, el tranquilo y coqueto desayuno desencadeno una pequeña batalla por quien era mejor para limpiar a besos la miel del rostro contrario.

-Ahh… -gimió Elizabeth bajo la boca masculina que apresaba sus labios- Esta… bien. Tu ganas –acepto la derrota agitada, separándose un poco del rubio.

-Siempre preciosa, espero que quedara claro –dijo con una sonrisa arrogante Meliodas, dando un apretón al muslo femenino.

En medio de la guerra de besos, Meliodas alzo a la platinada para colocarla sobre su regazo y así poder besarla como quería con mayor comodidad. La comida había quedado a medias, pero la pareja no quería separarse el uno del otro, estaban más entretenidos con su nueva actividad. Pero el teléfono celular del rubio tenía un diferente sentido de la oportunidad. El sonido estridente no les molesto hasta que se repitió por tercera vez en 5 minutos.

-Contesta –dijo en un suspiro la ojiazul separándose del rubio.

-Es el tono de Ban, ha de ser una estupidez… -explico volviendo a atacar el cuello femenino.

-Es la tercera vez, puede ser importante –razono Elizabeth bajando del regazo de su novio.

Irritado, el rubio llevo la mano a su bolsillo para sacar el dichoso aparato y contesto con un bufido nada amigable. La voz estridente del albino de ojos rojizos aturdió por un segundo a Meliodas quien se vio obligado a alejar el aparato de su oído. Elizabeth señalo la taza de café del rubio, quien respondió con un asentimiento, y ella se dedicó a recalentar el líquido que se había enfriado mientras ellos jugaban.

-Ban ¿Podrías ser más claro? –los gritos no cesaban del otro lado de la línea- ¿Estas borracho? No, este fin estaré fuera con Elizabeth. El próximo viernes salimos, Elizabeth me comento sobre una salida con sus amigas –la voz del otro lado sonó un poco más calmada- Bien, nos vemos –nuevamente hubo un silencio del rubio mientras escuchaba a su mejor amigo- Zeldris sabía que no estaría. No, no se lo dije claramente, creí que lo supondría por la última vez que nos vimos. Bien, le llamare.

-¿Sucedió algo? – pregunto Elizabeth al ver a Meliodas colgar la llamada.

-Ban, hablando de hacer un asado en su casa hoy. Y como no me encontró en mi celular llamo a Zeldris, no me localizaban ninguno de los dos y ya iban a empezar a armar drama como dos niños –finalizo suspirando- Gracias –dijo tomando la taza caliente que su novia le extendió.

-Podemos ir si gustas… -propuso.

-Preciosa, este fin de semana es para nosotros. Le enviare un mensaje a Zeldris y ya saldremos en grupo luego.

-Sí, debo acordar todo con las chicas.

La pareja disfruto de sus café y picaron distraídamente la comida que sobraba en sus platos, mientras mantenían una conversación amena sobre sitios que habían visitado o experiencias hilarantes en sus empresas.

-Les dejamos encerrados en el ascensor privado durante tres horas, la primera hora escuchábamos todos los gritos atemorizados de Gloxinia, sobre quedarse sin aire y para cuando los sacamos parecía que necesitarían una hora más mientras hacían sus cosas –comento el rubio entre risas, recordando el tono tan rojo de la cara de su amigo, que se confundía con su cabello, por haberlo encontrado con la lengua de Drole hasta la garganta –Desde allí empezaron a salir, pero era muy obvio que se gustaban.

-Había visto al tío de Diane con anterioridad y si no me lo cuentas jamás creería que el Señor Drole seria homosexual, parece tan serio.

-No le has conocido con un par de cervezas encima.

-Terminamos por comernos todo… -comento viendo los platos vacíos.

-Demasiado ejercicio anoche, debíamos reponer fuerzas –bromeo Meliodas.

-¡Calla! –exclamo ruborizada.

-Eso no me decías anoche… ¿Cómo era? –haciendo una pose pensativa- ¡Ya sé!... ¡Más, Mel, más! –exclamo fingiendo una voz femenina –Nishishi.

-¿Preferirías que dijera otra cosa? Podría decir el nombre de algún otro –sugirió cruzada de brazos con el ceño fruncido por la molestia.

En una fracción de minuto, la platinada dejo de sentir sus piernas apoyadas en el taburete de la cocina, para encontrarse sobre las piernas del rubio, quien con la mirada oscurecida y el ceño fruncido, la apreso contra su cuerpo con todos los músculos en tensión y escondió la cabeza en cuello femenino.

-Ni se te ocurra bromear con eso –susurro ronco contra la piel erizada de Elizabeth –Eres mía y que no se te olvide.

Meliodas realizo un pequeño trazo con sus labios en la piel del cuello de Elizabeth, paso del cuello hasta la clavícula y luego al hombro, posteriormente subió al lóbulo de la oreja derecha, apretándolo levemente con los dientes. Disfruto por un segundo el gemido contenido de su novia, continuo su caricia bajando por la garganta, sonriendo cuando noto como ella tragaba grueso por los nervios, desprendió unos botones de la camisa que ella usaba, dejando a la vista su escote. En momentos como ese, se alegraba de ser de corta estatura. No era particularmente acomplejado por ello, ya que se consideraba un excelente amante, sumándole ser guapo y rico; desecho ese hilo de pensamientos cuando acaricio con la punta de la nariz el valle de los senos de Elizabeth, dejo salir su aliento pesado y caliente para erizar aquella piel tan erógena. Pego sus labios al costado interior del seno izquierdo, abriendo un poco su boca succiono fuertemente la piel blanquecina, la platinada se removió sobre él, aumentando la incomodidad de la presión de sus pantalones a su erección.

Separándose de la piel blanquecina, observo con deleite la notoria marca rojiza sobre aquel lienzo blanco perfecto. Deliberadamente subió su diestra hasta la mejilla ruborizada contraria, acariciando levente un pezón erecto en su trayecto. Con el pulgar rozo la tibia superficie del pómulo de su amada y dejo escapar una sonrisa sincera, el enojo había pasado ¿Cómo no hacerlo? Si tenía a su merced aquella escultural mujer, quien le proporcionaba las más diversas sensaciones, tanto fuera como dentro de la cama. La idea de ella con otro lo volvería loco, pero ella era tan transparente y pura a sus ojos, que la creyó incapaz. Tomo con su pulgar e índice la barbilla contraria y la acerco a él, para depositar un fogoso beso en los labios entreabiertos.

-Eres mía, preciosa –murmuro al separarse- ¿Vamos a la playa? –invito de buen humor.

Elizabeth respondió con un asentimiento, sorprendida por las acciones tan contrarias del rubio, por un segundo creyó que le arrancaría la ropa y le haría el amor contra la superficie de la cocina, pero luego esa ira que manaba de él se fue disipando hasta convertirse en la sonrisa tierna que estaba contemplando. Con el corazón desbocado se bajó del regazo masculino, las frías baldosas contra sus pies descalzos la hicieron sentirse solitaria, luego de estar totalmente ardiendo entre los brazos del rubio. Sin emitir un sonido, comenzó a recoger los platos, Meliodas se bajó del taburete y procedió a salir de la cocina, pero antes de atravesar el arco que dividía esa área de la sala se detuvo en seco.

-Elizabeth… -llamo.

-¿S-sí? –tartamudeo volteando a verlo.

-Te amo –dijo con los ojos del más resplandeciente verde.

-Y yo a ti, Mel… -susurro en respuesta, él estaba por darse la vuelta nuevamente –Meliodas –llamo- el rubio se volvió a girar aun sin haber dado un paso.

La platinada llevo su izquierda a sus labios y beso su palma, para luego soplar sobre esta, haciendo “volar” el beso; una sonrisa amplia se plasmó en las facciones del rubio, quien alzo la mano y “atrapo” el beso con su puño derecho para luego llevar su palma a su corazón.

-Nos vemos en la arena –dijo el rubio sonriente emprendiendo camino a las escaleras que conducen al dormitorio.

Luego de lavar todos los platos, Elizabeth subió rápidamente las escaleras para encontrarse al rubio al teléfono, tenía el ceño fruncido y hablaba duramente con la persona al otro lado de la línea, entendió que se trataba de una llamada de trabajo. Abrió uno de los cajones del armario para encontrarse con cinco diseños distintos bañadores, tomo uno negro sencillo de dos piezas y le dedico un gesto al rubio antes de ingresar al baño, este respondió articulando un mudo ‘adelántate’. Ella tomo una ducha rápida y se colocó el bikini, que le quedaba exacto.

Sonrió, sorprendida por la habilidad de Meliodas para comprarle ropa que le quedaba como un guante, ya era la segunda vez que sucedía; la primera fue luego de arruinar su vestido al arrojarla al mar y al día siguiente la sorprendió con haberle comprado tres vestidos nuevos, dos veraniegos y uno de fiesta que le sentaban a la perfección. Salió del baño encontrándose con Meliodas tecleando rápidamente en su Smartphone.

-¡Guao! Me arrepiento de no haberme reunido contigo en la ducha –confeso el rubio con descaro.

-Supongo que era trabajo, lo entiendo.

-Discúlpame, termino de revisar este contrato que hay que modificar de urgencia y me reúno contigo en la playa.

-Bien –acepto depositando un beso en la mejilla del rubio y saliendo de la habitación.

La ojiazul bajo y se dirigió a la terraza, el sol calentó levemente su piel, con una sonrisa arrastro a la sombra de una palmera una camilla playera que se encontraba plegada junto a las escaleras que conectaban la terraza a la arena, se acostó boca abajo disfrutando de la ligera brisa y los rayos del sol sobre su piel. Una idea picara paso por su cabeza y desato ‘inocentemente’ los cordones de la parte superior del bikini. Algunos minutos transcurrieron y la platinada se sentía algo adormilada.

El sonido de unas pisadas cerca suyo la hizo voltear en dirección al ruido, encontrándose con tres chicos con tablas de surf, un castaño y dos rubios de estatura promedio que la miraban con lujuria.

-Disculpen, chicos. Pero este lugar es privado –informo con el ceño fruncido por las miradas desagradables.

-Tranquila belleza, solo vinimos por unas olas, no queremos molestarte –hablo el castaño.

-Más bien pareces solitaria ¿Quieres compañía? –comento uno de los rubios mirando descaradamente el trasero de la platinada.

-Entiendo, pero esta zona es privada. No pueden surfear aquí sin el permiso de los dueños.

-¿Y quién nos lo impedirá? ¿Eh? Princesita –hablo en mofa el segundo rubio.

-¡Miren trio de cretinos, yo…! –exclamo enfurecida Elizabeth dispuesta a levantarse para llamar a Meliodas, pero una tela deslizándose de su pecho detuvo su acción.

-¿Tu qué? –cuestiono nuevamente el rubio altanero.

-Al parecer perdiste algo fierecilla –intervino el primer rubio viendo como Elizabeth se cubría los pechos con sus brazos y cabello.

El segundo rubio dejo su tabla clavada en la arena y tomo una de las muñecas de Elizabeth dispuesto a descubrir las curvas que ocultaba. La platinada se removió intentando librarse del muchacho, pero la fuerza en su muñeca logro que dejara escapar un alarido de dolor. Los otros chicos veían como su amigo tironeaba a la chica, hasta lograr que cayera de su camilla a la arena de rodillas. Dentro de la casa el ojiverde preparaba unos cocteles para él y su amada, cuando un grito logro que dejara caer la coctelera, salió rápidamente a la terraza, encontrando la escena de su novia acorralada por tres hombres y se tapaba su pecho con uno de sus brazos. Cegado por la ira salto la baranda de la terraza y en pocas zancadas se encontraba entre Elizabeth y el rubio que le apretaba la muñeca, Meliodas coloco su mano sobre la muñeca del joven.

-Suéltala –hablo siniestramente.

-Tranquilo pequeñito, tu hermana nos invitó a jugar –hablo el rubio sin soltar a Elizabeth haciéndose el gracioso.

-Te dije que la sueltes – repitió mostrando sus ojos oscurecidos hasta casi parecer negros, apretando el agarre en la muñeca masculina.

-¡H-hey! –exclamo el rubio sintiendo un dolor inmenso en su muñeca y soltando a Elizabeth.

Meliodas alzo su brazo hasta que mostro al rubio como apretaba su muñeca, no cedió la presión hasta que escucho un crujido. Con una sonrisa perversa en su mirada empujo al joven lanzándolo a la arena, los otros dos chicos salieron en defensa de su amigo, intentando atacar al ojiverde. Pero este se agacho y propino un golpe al pecho del castaño, el otro rubio intento una finta, pero con el dorso de la mano le dio un golpe a la nuca masculina, noqueándolo.

-Ahora trio de basuras… -hablo con lentitud- Van a pagar caro, haber tocado a mi novia.

-¡Meliodas! –exclamo Elizabeth, este volteo a mirarla y al ver la súplica en los ojos azules se detuvo –Tienen suerte de que ella sea alguna especie de ángel, de lo contrario no la cuentan. Estaba dispuesto a mandarlos a emergencias con una o dos fracturas.

El ojiverde sacó del bolsillo de su bermuda su teléfono celular y llamo a un amigo que tenía en el departamento de policía, cinco minutos después tenía a tres policías frente a él recogiendo a los delincuentes y uno de los oficiales vendo rápidamente la muñeca fracturada de uno de los jóvenes.

-Nos encargaremos de procesarlos, Señor Demon. Lamentamos que interrumpieran su fin de semana –hablaba algo nervioso por la presencia amenazadora de Meliodas.

-Más le vale que los enjuicien por los cargos pertinentes –dijo el ojiverde enojado.

-¿Cargos? –exclamo el rubio de la muñeca fracturada- Vinimos a surfear y nos atacaste amigo.

-¿Les parece poco irrumpir en propiedad privada? ¿Intento de violación? ¿Acoso sexual agravado? –pregunto con tono iracundo Meliodas.

-¿Intento de violación? Tu novia nos llamó y se nos propuso…

-Al parecer no aprecias tu vida… -susurro el ojiverde encaminándose lentamente al joven.

-¡Cállate, imbécil! –exclamo uno de los policías- Saliste bien parado ¿Acaso no sabes quién es él? –cuestiono al joven.

-Yo me presento solo, Howser. Soy Meliodas Demon y eres el único que escapa lúcido de mi, niño.

-¡No veo porque tenemos que pagar porque tu novia sea una ofrecida!

-¡Me canse! –exclamo hastiada Elizabeth y se dirigió hasta el joven, de un limpio movimiento de su pierna le propino un potente rodillazo en los testículos–Para que me recuerdes, boquiflojo.

Los hombres presentes miraron anonadados a la aparentemente frágil chica, que puso de rodillas a su atacante con un rodillazo. Un dolor fantasma paso por las entrepiernas de cada hombre presente, aunque en Meliodas eso termino en un atisbo de erección en su bermuda. El silencio absoluto fue roto por la carcajada del ojiverde.

-¡Retiro lo dicho! De ángel nada… ¡Cariño, si tú eres más Demon que yo mismo! –exclamo ante la mirada atónita de los policías quienes ya lo conocían y esa actitud les parecía de lo más inusual en el frio Meliodas que ellos conocían –Llévenselos, tengo un fin de semana con mi novia por delante ¿No es así, preciosa? –pregunto mirando a la chica del bikini negro.

-Por supuesto, amor –contesto abrazando al rubio, quien se recargo en los voluptuosos senos y sonrió con arrogancia al rubio fracturado, para luego articular un mudo “¿Hermana?”.

Las patrullas se retiraron rápidamente por el camino del bosque y Meliodas pudo respirar tranquilo, desvaneciendo por completo la ligera sed de venganza con la que se quedó luego de que Elizabeth le detuvo.

-No estoy seguro si quiero saber, pero soy curioso –hablo Meliodas desde su escondite en el pecho femenino- ¿Por qué estabas sin la parte superior del bikini?

-Quería hacerte una broma topless… -admitió con la voz baja, avergonzada por su acción impertinente.

El rubio noto el cambio en la entonación de su novia, subió la mirada, para encontrar el ceño femenino fruncido por el disgusto, con las mejillas algo coloradas. Un suspiro escapo del hombre, seguido de una pequeña elevación de una de sus comisuras, llevo su diestra al rostro de la platinada, logrando que esta le mirase directamente.

-Habría sido divertido… -admitió con buen humor- Encontrarte como alguna visión de Afrodita, rodeada de las olas y la arena.

-Lo que dices suena diferente de divertido.

-Para mí lo seria, ver con total nitidez tus rubores mientras te hago mía en la playa a plena luz del día, venerándote como solo yo quiero hacerlo –prometió con voz ronca- Soy el único devoto que tienes permitido tener, Ellie –dijo con total convicción, ocultando tras su sonrisa su potente instinto de posesión.

-No tengo ninguna objeción ante eso –respondió ella para luego besar con fiereza los labios de su amado.

-Adentro estaba preparando unos cocteles ¿Por qué no los terminamos juntos? –propuso el rubio alejando su mano de la cara contraria, para entrelazarla con la mano de su chica.

Elizabeth noto el breve ruego en los ojos esmeralda, la experiencia con los alborotadores no lo tenía precisamente tranquilo. Y ella tampoco lo estaba, pero no dejaría que eso le arruinara el fin de semana con su rubio. El fuerte agarre de Meliodas en torno a la mano femenina, no provocaba dolor, pero era innecesariamente fuerte, la platinada elevo las manos juntas hasta sus labios, deposito un beso en los nudillos masculinos, el ojiverde la miro desconcertado por su acción, pero ella le contesto con una sonrisa y halando a su acompañante dentro de la casa.

-¡Vamos!

Dentro de la cocina, la pareja puso música y continuo con el proceso que Meliodas había comenzado para las bebidas. En una de esas ocasiones casi terminaron cubiertos de jugo de frutas por haber encendido la licuadora sin tapa por una centésima de segundo, las risas de ambos reverberaron por la cocina. Pararon la música para poder secar el celular del rubio que tenía algo de jugo.

-Mel… -llamo la platinada- Antes dijiste que era Afrodita ¿No te parece exagerado?

-Para mí no, preciosa. Eres mi diosa –respondió con sinceridad absoluta mientras terminaba de limpiar su smartphone – Te queda como anillo al dedo, tu apellido en ingles tiene ese significado.

-Ya me lo habían dicho con anterioridad –expreso recordando a los imbéciles que trataron de iniciar un acercamiento con esa coincidencia gramatical.

-Le arrancare la lengua a cualquier imbécil que intente esa jugada desde ahora –bromeo con una pizca de honestidad oculta en su voz.

-Yo también debería ponerte un apodo… -murmuro ignorando el comentario de Meliodas.

-Me han puesto cientos en la prensa, me sorprendería que se te ocurriera alguno que no haya oído antes –comento mientras agregaba el resto de los ingredientes a la licuadora.

-Ares… -susurro, pero el sonido de la licuadora opaco su voz.

-¿Dijiste algo? –preguntó el rubio apagando el aparato.

-Te llamare Ares –repitió con una sonrisa.

-Ese es nuevo… -dijo con un tinte de incredulidad en la voz.

-Dios de la Guerra y amante de Afrodita –puntualizo Elizabeth.

-¿Me acabas de degradar al rango de amante? –cuestiono Meliodas con buen humor sirviendo una copa de coctel a la ojiazul.

-En la mitología griega Afrodita era casada, y Ares su amante, de cierta manera el papel te queda. Ambos tenían un romance apasionado que no podían controlar y él tenía una personalidad muy agresiva; con ataques de ira… -dijo lo último con una sonrisa coqueta dedicada al rubio, para dar un sorbo a su bebida.

Meliodas dirigió un breve vistazo al tatuaje bajo su hombro izquierdo, esbozó una sonrisa de buen humor, tomo su copa en la derecha y con la izquierda tomo la mano libre de su novia, conduciéndolos a ambos hasta la playa. El rubio puso una silla reclinable junto a la camilla playera donde Elizabeth estaba recostada, dio un largo sorbo a su bebida y suspiro.

-Bien, acepto el apodo. Pero que te quede claro, preciosa. Eres mía,  no seré tu amante y tú no tendrás un esposo del cual deba estarme escondiendo –dijo con determinación mirando fijamente a la platinada.

Las piernas de Elizabeth sintieron el impulso de apretarse y removerse como si estuviera incomoda, aunque la verdad era que la ojiazul estaba excitada. Aquella determinación en los ojos esmeraldas de su novio era muy atractiva, pero no pensaba dejárselo saber; prontamente, para disfrutar un poco más de aquellas palabras lindas que eran afloradas en él por la sombra de los celos.

-Entonces… ¿Un esposo que acepte compartirme contigo? –bromeó y el rubio bufó- No sería diferente de ahora. Nos escondemos de nuestros padres –expuso distraídamente mientras mezclaba su bebida con la pajilla.

-¿Crees que yo me escondo por lo que pueda decir mi viejo? ¿O la empresa? –pregunto escondiendo su ceño fruncido tras las gafas para sol.

-¿No es así? –pincho.

-¡Claro que no Elizabeth! –exclamo- Cuando empezamos a salir era para que nadie metiera la nariz donde no le incumbe, aparte para que nosotros decidiéramos que tanto sacar al mundo, y para más peso, esto inicio como una aventura ¡No íbamos a sacar a la luz una aventura sin saber qué diablos era lo que éramos o sentíamos! ¡Fue para ser nosotros dos, no nosotros y el mundo! –argumento molesto volteando en dirección a la chica, encontrándola sumamente cerca suyo, casi nariz con nariz.

-Lo sé –admitió desde su posición arrodillada en la arena para estar a la altura del rostro de su amado –Solo quería enfadarte un poco, se me paso la mano, lo siento, Mel –susurro casi con los labios pegados a la boca contraria.

Elizabeth retiro las gafas del rostro de Meliodas, con el índice derecho acaricio sutilmente la arruga del ceño fruncido del contrario, para luego tomar posesión fieramente de los labios ajenos, sin interrumpir el contacto se sentó en el regazo masculino. El ojiverde enredó sus manos en la cintura femenina con firmeza.

-Cualquiera con dos dedos de frente se daría cuenta – murmuro Meliodas al separarse del contacto.

-¿De qué? –cuestiono confundida.

-Que has andado conmigo…

-Ilumíname… ¿Por qué, según tú, es obvio que eres tú?

-Siempre te recogen vehículos de la marca Demon, hay dígitos en las placas que se repiten, para indicar que son míos o modelos exclusivos fabricados para mi “M3-01”. M por mi nombre y 301, por mi cumpleaños, el 30 de enero –comento a una sorprendida Elizabeth- El equipo de guardaespaldas tiene bordados en los trajes el logo de la compañía, en gris plomo, se camufla bastante bien con el color del traje, pero es notorio ¡El papel que lancé a la calle cuando enseñe el anillo al camarógrafo tenía mi firma! ¡Pero vaya que son imbéciles!

-¿Por qué hiciste todo eso? –cuestiono anonadada.

-Supongo que de alguna manera quería hacer que el mundo supiera que eres mía, que nadie más te pusiera una mano encima… -admitió.

Dentro de Elizabeth, había una lucha emocional, la indignación de haber confiado ciegamente en Meliodas para ocultar su “secreto”, pero, no era como si eso importara mucho, él siempre fue diferente para ella desde el momento uno en que se vieron. También estaba la ternura que le causaban las acciones infantiles y palabras del rubio. Al final, lo positivo gobernó por sobre lo demás, ella le amaba.

Sonriente, Elizabeth se levantó del regazo masculino.

-¿Estas molesta? –cuestiono confundido por la expresión de su novia.

-No –admitió, y luego salió corriendo- ¡Atrápame si puedes!

Meliodas contemplo por dos segundos enteros el cuerpo femenino corriendo bajo el sol, dejo escapar una carcajada ¡Esa mujer era todo lo que pidió en su fuero interno durante años! Corrió a todo lo que dieron sus piernas, hasta alcanzarla y levantarla en brazos, le acomodo como costal de papas en su hombro izquierdo. Internándose en el mar con Elizabeth dando chillidos de fingida irritación.

En lo que Meliodas y Elizabeth jugaban en la playa, un vehículo de color plata se estacionaba en paralelo junto a la entrada de la mansión Demon. El conductor del vehículo se bajó, siendo recibido por un de los mayordomos de la familia.

-Joven Estarossa –saludo el empleado.

Estarrosa se retiró sus lentes oscuros del rostro y entro al recibidor sin devolver el saludo, encontrándose con la ‘niñera’ de sus primos, que lo miraba con el ceño levemente fruncido desde las escalinatas que conectaban al piso superior.

-Mirana… –saludo con sorna el pelicenizo.

-Estarossa –respondió la platinada- ¿En qué podemos ayudarte?

-Tú en nada… -dijo con desprecio- ¿Qué haces aun aquí? ¿Dándole biberón a Zeldris? Por cierto ¿Dónde están los bebés de mis primos? –se burló.

-Soy la supervisora de la mansión cuando el Señor Demon no se encuentra, su asistente personal; Zeldris estaba en el estudio hace unos minutos y Meliodas no viene muy seguido a quedarse aquí, eso lo sabes –respondió sin caer en provocaciones.

-Seguramente de esas asistentes que se la pasa trabajando de rodillas frente a su jefe –insulto a la platinada.

Un puñetazo conecto con la barbilla de Estarossa; sorprendido, este se llevó la mano derecha al área adolorida, busco con la mirada a su agresor, encontrándose con la mirada furibunda de Zeldris, sus característicos ojos esmeraldas estaban tan oscuros que podían pasar por negros.

-¡Largo de aquí, imbécil! –dictamino el azabache.

-¡Vaya, primo! Al parecer ya puedes alcanzar mi barbilla –se burló luego de escupir algo de sangre al suelo.

-¿A qué has venido Estarossa? –pregunto entre dientes.

-Venía a ver a mi tío, pero como no está, no tengo nada que hacer en presencia de su zorra personal y tú, reemplazo.

-Mi padre está en Alemania, regresa en dos semanas; lo sabrías si hicieras bien tu trabajo y asistieras a las reuniones.

-¿Lo hago mal? ¿Acaso tengo que matarme trabajando como tú? Para llamar la atención de papi… ¿Eh? Reemplazo…

Zeldris no se contuvo más y volvió a arremeter contra el más alto, no paro de golpearlo por mucho que escuchaba los gritos de Mirana para que se detuviera. Logro derribarlo y lo tenía en el suelo, estaba por acercarse nuevamente para acabar con él, darle una lección para que no se acercara más a la mansión o a su familia, pero Mirana se atravesó en su trayectoria, con los ojos anegados en lágrimas.

-¡Zel, detente! –rogo.

-Pero él… -intento argumentar pero fue interrumpido.

-No me importa –repuso Mirana.

Tras la peliplata, Estarossa se había levantado y miraba con desprecio la empalagosamente emotiva escena, siempre desprecio a esa mujer, su estupidez irracional y aquel cariño fingido que profesaba por sus primos, todo una treta para alcanzar conquistar patriarca Demon, pero éste estaba mucho más allá de esos juegos estúpidos.

-Aun finges –susurro Estarossa- Crees que al hacerte pasar por buena ante los ingenuos estos, lograras convertirte en la señora Demon ¡Eso jamás pasara, puta! –hablo lleno de repulsión.

Mirana sostuvo a Zeldris de su brazo izquierdo para que no volviera a lanzarse sobre su pariente, ella podía sentir el cuerpo del menor temblar de la ira. Aunque era una suerte que fuera Zeldris y no Meliodas, de lo contrario, no habría podido separar al rubio del más alto hasta que este estuviera inconsciente.

-Zeldris… -llamo el cenizo- Sirve de mensajero para Meliodas, dile que: sé sobre su zorra de turno y que es hora de que deje de jugar como un niño –hablo mientras lanzaba a los pies del azabache la tarjeta de presentación de Elizabeth que encontró en la oficina del rubio.

El azabache recogió la cartulina del suelo y entendió el comentario del mayor, volvió a lanzar el trozo de cartoncillo a los pies contrarios, dándole la espalda al cenizo.

-Ten el valor de amenazarlo de frente –dijo Zeldris- Tienes prohibida la entrada a esta casa –hablo sobre su hombro mirando a Estarossa de refilón.

Zeldris desapareció dentro de la casa con Mirana aun colgada de su brazo, el cenizo dejo la tarjeta en el piso, al igual que sus gafas de sol que se encontraban rotas en una esquina del recibidor. Cojeo hasta su vehículo, una vez dentro dejo escapar un suspiro, pensándolo bien, lo mejor fue no haberse encontrado con su tío como planeo en un principio, al menos por el momento.

★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★★

Lo prometido es deuda. No pense atrasarme tanto con la publicación, pero hice un curso de verano bastante intenso el ultimo par de meses.

Bueno, menos excusas y más escribir, casi 6mil palabras para celebrar el estreno de la tercera temporada de Nanatsu no taizai. Nuestros miercoles estarán plagados de nuestro rubio favorito por unas maravillosas 24 semanas aproximadamente. 

Estoy en una breves vacasiones antes de regresar a clases, ya casi llegamos al nudo de la historia que pondrá en aprietos a nuestra hermosa pareja.

¿Suerencias, comentarios, estrellas o tomatazos?

Les espero en las notificaciones, los saludos se los debo para el próximo capítulo ya que deseaba publicar antes de hacerse mas tarde.

Nos leemos en unos pocos días

Besos y abrazos
Mia_GnzlzR♥

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