A un paso de la adultez

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Gabriel

Gabriel termino se paso una mano por el cabello, intentado acomodarlo en algo que pudiera verse medianamente decente, puesto que su cabello ondulado ya estaba lo suficientemente largo como para evitar que pudiera peinarlo con facilidad, sin embargo, no había podido ir a la peluquería esa semana, incluso su asesora en la escuela amenazó con pasarle ella mismas las tijeras por la cabeza si no lo recortaba, claro que en esos años, nada de eso sería posible, Gabriel ya no le temía a la amenazas infundadas por los docentes del Instituto Wilde, más bien, asentia con la cabeza, fingiendo estar apenado cuando en realidad, por dentro se estaba riendo.

Era un poco cruel, si.
Pero esa era su forma de ser y no pretendía cambiarla.

Bajó las escaleras hasta llegar a la sala/comedor de la casa de sus abuelos, una vez ahí, se sirvió un vaso de agua, la jarra ya estaba puesta en la mesa junto a un grupo de varios vasos de cristal, y tomo asiento en una de las sillas que se encontraban desperdigadas por el lugar, le dirigió una pequeña morada de reproche al hombre que dormitaba en uno de los sofás amarillentos de la sala, su abuelo, aún tenía en la mano una cerveza a medio terminar, ya caliente y que no se veía muy apetecible la verdad. Aparentemente había terminado bebiendo la noche anterior con la propia madre de Adrián y el pobre había tenido demasiada pereza como para  desplazarse hasta su propia habitación.
Suspiro y tomó uno de los cojines de la sala, antes de colocarselo en la cabeza, pues el cuello del hombre colgaba en una dolorosa posición hacía un costado.

Continuó degustando su helado, hasta que una mujer regordeta apareció por la puerta de la cocina, con un plato de carne bien cocida y condimentada con ajo, su abuela era una excelente cocinera y a veces se inventaba recetas para complacer a su familia, quizás ese era uno de esos días.

—¿Cuántos años cumple tu novia?—preguntó, mientras dejan sobre la mesa, aquel plato de carne, a Gabriel se le antojo, inevitablemente.
—Diecisiete—tomó un trozo de carne aún caliente y se lo metió a la boca, cerró los ojos para concentrarse mejor en el sabor.
—¡Pero si pensé que era más chiquita que tú!—ya no le extrañaba ese tipo de comentarios, gracias a la complexión de la chica y su rostro pequeño, todos se confundían respecto al tema de las edades, a él una vez lo llamaron señor en un restaurante y Helena le contaba muy a menudo que incluso teniendo ya los doce años cumplidos, en algunos lugares como museos le seguían cobrando su entrada como si fuera una niña. Así que no le sorprendió la reacción de su abuela.
—Todos nos dicen eso—alegó, restandole importancia—Su regalo esta allá arriba, es un peluche de pingüino—la razón de haber elegido ese amimalito en particular se debía a una razón en particular; hace años, se topó con un artículo que hablaba sobre la monogamia en dichos animales, aparentemente escogían una pareja para toda su corta o larga vida, representaba perfectamente, lo que quería al lado de Helena, siempre estar juntos, pasara lo que pasara.
—¿Y no le vas a dar...otro regalito?—la voz de la anciana sonó juguetona e incluso algo burlona cuando hizo aquella insinuación. Gabriel casi escupe otro trozo de carne qué aún se encontraba masticando. Comenzó a toser, mientras intentaba no escupir el bocado y tragarselo, al mismo tiempo intentaba no ahogarse.

La mujer comenzó a carcajearse en su sitio, el abuelo, aún medio dormido en el sofá, murmuró algo sobre que le dolía la cabeza e inmediatamente volvió a caer en un sueño aparentemente profundo.

—Ay hijo, estas bien chistoso—no paró de reír—Yo me refería a un chocolatito, no a lo que tu mente cochambrosa esta imaginando—se sentía un poco avergonzado, lo suficiente como para cambiar de tema inmediatamente, uno que no tuviera nada que ver con lo antes mencionado.

Aunque en su mente, las palabras de su abuela seguían resonando como un eco que jamás terminaría de borrarse.
Desde que comenzaron a tener relaciones íntimas, dichos encuentros habían sido más recurrentes de lo que él mismo llegó a imaginar en algún momento. A veces invitaba a Helena a su casa, no porque no quisiera salir a ningún otro lado con ella, pero no tenía el dinero suficiente como para invitarla a esas salidas que tanto le gustaban a su novia, como comer en restaurantes de lujo o cosas por el estilo, a veces tomaban un café en la plaza cerca de su casa o iban al cine, aunque ninguno era muy fanático en realidad de esto último, así que la mayor parte de las salidas se limitaban a ambos en la casa de alguno, mientras Gabriel cocinaba algo y Helena elegía lo que harían en esa ocasión, planeaban llevar a Daemon a pasear por el parque pero temían que terminara llamando el apetito de los perros grandes, así 1ue decidieron que lo mejor sería jugar con él solo en el patio de la casa de los Valencia, otras veces, Helena llegaba con el hurón hasta la casa de Gabriel y esos eran los días que menos le gustaban a él.

El amimalito era tierno y todo, pero siempre se la pasaba mordiendole los tobillos o intentando arrancarle un dedo cuando sentía la necesidad de acariciarlo, no entendía porque; Helena lo justificaba diciendo que en realidad solo era cuestión de tiempo para que se acostumbrara la presencia de Gabriel y terminara aceptandolo, pues supuestamente su teoría indicaba que el hurón solo estaba celoso por la presencia de otro hombre cerca de su humana, era los celos los que lo llevaban a querer mordisquear al chico con violencia cada vez que tenía oportunidad.

A Gabriel no le importaba mucho eso, solo sabía que no se sentía cómodo con el animal en casa porque no podía estar solo con su novia, que era verdaderamente lo que le interesaba.
Claro que su madre también estaba ahí, haciendo de chaperona algunas veces, pero casi siempre estaba en su cuarto, en otras ocasiones simplemente no estaba en casa, lo que les daba libertad para hacer lo que quisieran en un buen rato.
Las relaciones con Helena eran algo altamente pasional y placentero, su chica tenía un lindo cuerpo, con la cintura fina y las piernas fuertes, naturalmente la contextura de su novia era pequeña, muy pequeña si la comparabas con la de Gabriel y eso por alguna razón, en vez de perturbarlo de alguna u otra forma, le hacía desearla más. Se la pasaban muy bien, a veces se bañaban juntos después de terminar con lo suyo, Helena se metía a la regadera primero para templar el agua y se recogía el cabello en un chongo alto y despeinado para no empaparlo, Gabriel disfrutaba de ser él quien le frotara el jabón por el cuerpo y viceversa, a veces solo se quedaban abrazados sintiendo como el agua caliente, casi hirviendo, les recorría el cuerpo entero.

Sin embargo había algo que lo quejaba un poco y es que dándose a la tarea de investigar encontró cosas y demás practicas interesantes para realizar en compañía de "prometida", sin embargo Helena se negaba a realizar algo más de lo que ya habían hecho con anterioridad, a ella le gustaban las caricias suaves y los besos en las mejillas, a excepción de cierta fantasía, sin embargo Gabriel tendía a irse más a los extremos, él quería algo de slavajismo quizás, hacer otra cosa además de besarla y lo demás.
Sin embargo siempre que tocaba el tema, su novia siempre le da la misma respuesta, todavía no le apetecía realizar ciertas acciones durante las relaciones íntimas.

Y eso no es algo que le molestara del todo, simplemente le incomodaba y no temeinaba de entender porque ella no quería hacerlo, al menos no con él...¿será qué...?

Sacudió la cabeza de lado a lado, como si aquel movimiento fuera capaz de alejar cualquier pensamiento relacionado con ello, y con "ello", se refería a las malas imágenes que su propia mente se encargaba de crearle. En ellas podía ver a Adrián, siempre él, con su novia.
Eso no podía ser real, lo sabía bastante bien, Helena no era el tipo de chica que le pondría los cuernos y aunque sabía bien que Adrián si se prestaría a ese tipo de cosas, las dudas, el miedo de que fueran a quitársela, de laguna manera no lo dejaba dormir en ciertas noches.

Para Gabriel, Helena ya era suya y viceversa, suponía que al entregarse el uno al otro, de una forma u otra quedarían atados de por vida, como contaban los relatos y novelas que a ella tanto le gustaban.

Ella había sido suya.
Y el fue suyo.

Era como si aquello fuera lo único que terminaría por sellar una unión que el ya imaginaba concretada en un futuro desde que era solo un niño. Porque la quería para él. Sin ella ¿qué se supone que haría?

Su mente no se detenía a medida que avanzaba por las calles del fraccionamiento donde vivía Helena, con el regalo en mano y un anillo dorado con un pequeño hilo rojo justo en el centro rodeando el dedo anular de la mano izquierda, se trataba de una joya a juego con la que él mismo le regaló a su novia, casi como un matrimonio, el significado era demasiado obvio.
Tocó la puerta y apareció ella, con una sonrisa enorme en su pequeño rostro, los ojos brillantes, vestida con un corset negro y una falda tableada en color negro que le cubría parte de los muslos, se arrojó a sus brazos y el por inercia le regresó aquella muestra de afecto antes de regalarle un beso en los labios, uno apasionado, mientras le apretaba la cintura.
Entraron a la casa y nada parecía poder ir mejor en aquel día tan esplendoroso, el mismo en el que el mundo obtuvo a Helena y a él se le dio el regalo más grande en la faz de la Tierra. Encontró la mesa de regalos y posisciono ahí el suyo, cubierto por una bolsa brillante en color rojo, aunque también notó como es que una de las amigas de Helena le dió una pequeña bolita de papel rosa, finamente decorada con moños rosas, la chica le susurro algo a la cunpleañera y Helena pareció entender el mensaje, pues subió rápidamente por las escaleras de la residencia hasta su habitación, probablemente para esconder el presente, él no podía imaginarse qué podría ser, algún juego pesado entre ambas seguramente.

Gabriel se encaminó hasta uno de los sillones del gran salón y tomó asiento en el, mientras miraba a los demás invitados, a las amigas de Helena, ir y venir, susurrandose cosas y riendo entre ellas, esto le extraño un poco, pero trato de hacer caso omiso, aunque un par de minutos después comprendió el porque las risas y los secretos en voz baja, lo supo, cuando un chico que él conocía bastante bien, atravesó el salón cargando una gran caja rectangular, envuelta en papel rosa pastel con un brillante moño blanco en la parte más alta, lo dejó sobre la mesa de regalos y luego, se encaminó hasta la cocina para salir de la misma con una gran charola llena de tartaletas de varios colores y sabores, las colocó cuidadosamente sobre otra mesa, la de los postres. Estuvo así un buen rato, yendo y viniendo de un lado al otro, casi como otro trabajador de la propia casa, lo estuvo observando, incluso después de que Helena regresó y se sentó junto a él, las otras chicas también los siguieron y se pusieron a platicar entre ellas, además de comer y beber refresco o té, la familia de su novia también estaba ahí, fumando puros y bebiendo vino o comiendo queso y salami. En todo ese rato, Gabriel no le quito los ojos de encima a Adrián, temiendo que fuera a robarse a su chica y de alguna forma, cumpliera eso a lo que su mente tanto le temía, solo pudo suspirar tranquilo cuando Lalo apareció en el salón y le paso un brazo por encima, antes de llevárselo a la salida de la casa, aparentemente se ausentarian por un rato. Fue en ese momento, en el que sintió la cabeza de su novia sobre su propio hombro, y como sus delgados dedos envolvían su mano y la apretaban, aferrandose con poca fuerza a ella, lo que aquel gesto significaba era muy claro para Gabriel y lo entendió de inmediato, así que desvío su atención de aquel eterno rival para centrala por completo en la chica que se aferraba a él, pidiendo ayuda.

—¿Qué tienes?—ya lo sabía, pero por alguna razón, le gustaba reafirmar que tenía razón en algo, en sus teorías, a lo mejor la sensación de sentirse necesario para alguien, le gustaba...
—Cosas de mujeres...—murmuró cerca del oído del chico, antes de volver a apretarle la mano, esta vez mucho más fuerte que la anterior.

Sabía perfectamente que hacer.

Se puso de pie, soltando la mano de su novia antes de dirigirse a la cocina y buscar en el refrigerador unos unos pequeños cojines rellenos de gel, los cuales podían calentarse o congelarse según requiriera el caso, tomó uno y lo llevó en el microondas, para cuando lo saco, podía sentir el gel caliente quemando su piel, se quito la sudadera y envolvió el cojín con ella, regresó al salón y con mucho cuidado lo colocó sobre el vientre de Helena, cuidando que no fuera a quemarse. Posterior a ello, volvió a la cocina y se encargo de preparar un té de manzana con canela, de esos que vienen en bolsita, también se encargó de revisar que estuviera endulzado con miel, tres cucharadas para ser exactos, justo como lo tomaba Helena desde hace años; se lo dió y la chica pareció sentir un poco de alivio al sentir el líquido caliente llegar hasta su estómago.

Bien sabía que esa parte del mes podía llegar a ser muy dolorosa para las mujeres, pero la mayoría de las mujeres podían aliviar aquellas molestias con medicamentos que no tardarían en surtir efecto, sin embargo, su novia no gozaba de tal privilegio, debido aun problema de nacimiento, su estómago parecía sufrir un permanente estado similar al de la gastritis, aunque solo parecía surtir efecto con cualquier tipo de medicación, desde niña, se descubrió que las pastillas eran demasiado agresivas para ella, así que tuvo que limitar y en algunas ocasiones restringir por completo el uso de las píldoras.
Eso era algo que seguramente Adrián no sabía y no tendría el derecho de hacerlo en algún momento.
Esas eran el tipo de cosas que lo volvían mejor para ella, que la conocía por completo.

El resto de la fiesta fue...realmente aburrida.

Se la pasó mirando como la festejada hablaba con sus amigas, en un parloteo que no era capaz de terminar en ningún momento, ni siquiera cuando fue el momento de degustar la comida, pasaron al comedor, a cuál tuvieron que agregarle un par de sillas y una pequeña mesita para el resto de los invitados, era algo pequeño comparado con el jolgorio de su...¿abuela?, ¿abuela-suegra?, ¿cómo debería referirse a esa mujer?, ahora que estaba prácticamente comprometido con la menor de los Valencia. La verdad es que no tenía idea, pero le gustaba saber que pertenecía a una familia tan grande o al menos lo haría en un futuro no tan lejano, que era aceptado y querido, al menos por Helena, pasada la hora de la comida, llegó el momento de partir el pastel, era de cereza, y uno de piñón a un costado, ya que, el abuelo de Helena no era gran fanático de las cosas tan dulces, le cantaron las mañanitas, mientras la chica le tomaba la mano y sonreía para todos los invitados, en la cabeza llevaba una corona blanca, hecha con estambre que su amiga Brenda le había tejido especialmente para ese día, todos se veían contentos, su familia y amigos, aquella tarde hubiera sido particularmente agradable de no ser por un pequeño detalle uno que empezaba con la letra A y tenía piernas largas y flacuchas, una mirada tristona y la piel morena, quemada por el sol, no sabía muy bien porque, pero jamás podría convivir adecuadamente con Adrián, no le agradaba y estaba seguro de que eso no cambiaría, pues bien sabía que el sentimiento era mutuo. De hecho no entendía porque él estaba ahí, específicamente ese día, se supone que se trataba de una fiesta íntima, con familia y amigos de Helena, y según él tenía entendido, Adrián se limitaba a ser amigo unicamente de los gemelos, Adrián no tendría nada que hacer ahí.

Pero ahí se encontraba, recargado en una de las columnas del salón mientras todos comían pastel, solo observaba a su alrededor, sin prestarle especial atención a nadie, era como un mueble más y Gabriel pensó que entre más lo veía, más defectos encontraba en él, no solo físicos, también como persona y un posible rival amoroso, Helena no tendría porque haberse fijado en él primero.

A diferencia de Gabriel, Adrián no tenía fondos monetarios para sustentar sus gastos, era hijo de obreros pobres que a veces tenían que doblar turnos para conseguir solo cien pesos más, recordaba muy vividamente un escándalo que la familia del chico ocasionó previo a un torneo, al paracer la ficha de competencia se encarecio un poco, pues la madre del muchacho se puso a gritarle a su entrenador que era un robo pagar ochocientos pesos por ver pelear a su hijo solo un par de veces e intento convencer a los demás padres para que no llevaran a sus hijos, se armo todo un griterio dentro del gimnasio y los alumnos que se encontraban entrenando perdieron su total concentración debido a aquel pleito, en ese momento Gabriel tendría alrededor de unos diez años quizás, solo pudo mirar a Adrián de lejos, con el seño fruncido por el ridículo que su madre estaba ocasionando, esperando que quizás, el chico corriera a decirle algo, sin embargo, Adrián solo agachó la cabeza e intento ocultarse de las miradas de sus compañeros, estaba completamente avergonzado. Lo peor es que después de lo ocurrido, de alguna manera, Adrián terminó compitiendo de igual forma, o sea que la señora armo todo un circo que no sirvió de absolutamente nada.

Cuando le comentó a su padre lo sucedido, entre risas burlescas por parte de Gabriel, el hombre lo miró y de manera muy atenta y clara pronunció una frase que jamás se le borraría de mente:

“Hijo, esa, es una persona corriente, procura no tener contacto con alguien similar, jamás"

Tomando en cuenta ese comentario, era quizás, una de las razones por las cuales procuraba tener tan vivo su odio por Adrián, simplemente no pertenecían a la misma clase social, el había entendido lo cruel que era el mundo en esa cuestión, percibía a las personas en una estructura piramidal, relacionada a cuantos recursos podía tener dicha persona; por ejemplo, los Valencia se encontraban por encima de todos, económicamente hablando tenían mucho más dinero del que Gabriel pudiera haber visto en algún momento, luego se encontraban su padre y él, un escalón más abajo.
El hombre podría ser quizás un terrible marido y mujeriego más no poder, pero ciertamente también era un hombre de negocios, en menor grado qe los Valencia, pero lo era, tenía el dinero suficiente como para cumplirle todos sus caprichos a él sin rechistar.
Luego, se encontraban personas como Brenda e Irene, sus padres tenían trabajos bien remunerados, lo suficiente como para enviarlas a una escuela privada sin quejarse por ello, aunque no gozaban de lujos tales como viajes en avión sin resentir las consecuencias de ello.

Y finalmente, muchos, muchos, niveles más abajo, casi en la base de la pirámide, quitando a las personas más desafortunadas como las que debían pedir dinero en las calles para sobrevivir, se encontraba la familia de Adrián.
Sonrió cuando aquella imágen mental le pasó por enfrente de sus ojos, como una especie de proyección que solo él podía ver.
No lo odiaba por ser pobre, lo odiaba porque aún con la inferioridad de su sola persona, con los pocos modales que tenía, el que no supiera comer con cubiertos apropiadamente, o que no conociera más allá de lo que su pobre mente podía llegar si quiera a imaginar.

Lo odiaba porque siendo como era, simplón, flacucho, sin ningún tipo de atractivo, la mirada fría y distante, la mente nublada por una maldición familiar arrastrada desde generaciones atrás, sin dinero y nada que ofrecer.

Aún con todo en contra...él gozaba de talento nato para pelear, por lo menos dentro de las áreas de taekwondo, aún con su poco atractivo, tenía a Helena observandolo a la lejanía, con los ojos brillando, anhelandolo, mirándolo con amor...

Apretó la pequeña cucharita de plástico que estaba usando para comer pastel, aunque en cuanto se dió cuenta de lo ridículo que se veía haciendo eso por mera rabia, aflojó el agarre y partió otro pedazo de pastel antes de llevárselo a la boca.

—¿Quieres jugar?—la voz de Helena lo saco de aquel trance y por un momento, temio verse perdido y perdido dentro de su propia cabeza.
—¿Jugar qué?—dijo, apenas en un balbuceo, por lo que las risas no tardaron en hacerse presente.
—Ajedrez, por supuesto—Helena le sonrió y se inclinó un poco hacía él antes de frotar la punta de su nariz contra la suya en un gesto de amor total. Lo siguiente que hizo fue asentir con la cabeza y darle un beso en la mejilla antes de presenciar la partida que se estaba llevando a cabo, aunque el pánico lo inundó, cuando observó quien era su contrincante.

Adrián, observaba el tablero como quien mira una habitación que ya conoce de pies a cabeza, aún así, tenía que tratar de intimidar lo, como fuera, porque ella estaba ahí, mirándolos, sabía que si perdía esa partida, de alguna manera, temía que el afecto de su futura prometida, fuera en declive. Así que uso su primera arma, tenía que bajarle los humos a ese chico.

—¿No conocesas reglas, verdad?—le preguntó, queriendo mofarse de él, pues suponía, en el mundo de Adrián, no eran fanáticos de ese tipo de juegos.
—Las conozco—murmuró mientras acomodaban las piezas en su respectivo sitio. Gabriel tenía las negras y Adrián las blancas, el juego comenzó y el chico de piel morena, muy lentamente eligió un alfil para mover primero, Gabriel sonrió con malicia y de un solo movimiento se lo quito, con ayuda de uno de sus caballos.
—No deberías sacar piezas tan importantes primero—el juego siguió, con secuestros de piezas cada uno, hasta el momento, a Gabriel ya no le quedaba ningún peón, pero si sus dos alfiles, un caballo, una torre y ambos reyes, mientras que Adrián ya había perdido la mayoría de sus piezas fuertes, exceptuando a una torre, ambos reyes y los dos caballos, conservaba la mayoría de sus peones, posicionado en distintos puntos del tablero.
Gabriel estaba seguro de su victoria, tanto que no le tomó mucha importancia a las piezas menores que se podían mover por el tablero con libertad, persiguió al rey hasta acorrararlo en una esquina, con su única torre, el resto de las piezas de Adrián se concentraban en rodear al rey para protegerlo, solo necesitaba eliminar a las piezas que lo rodeaban y ganaría el juego, sin embargo, en su turno, movilizó la torre hacía el frente, lo suficientemente cerca para deshacerse de la reina, sin embargo, para el turno de su adversario, se dio cuenta demasiado tarde, como el caballo, peligrosamente era levantado de su lugar, puesto que era la única pieza que podía saltar a las otras, acabo con su torre. Enfurecido, intento arremter contra el rey, esta vez usado a su reina, pero sufrió el mismo destino a manos del rey contrario, se desespero, e intento mover a su propio monarca a un lugar alejado del tablero, sin notar la presencia de un peón, el cual, logró comerse al Rey, dándole jaque mate y punto final a la partida.
—Solo un par de persecuciones sin sentido y estabas fuera, Gabo—todos los jóvenes ahí reunidos rieron con burla ante el comentario de Lalo, quien había sido derrotado por el mismo Adrián minutos antes.
—Me toca a mi—alegó Helena, mientras empujaba con su cadera a Gabriel, para que se moviera a una silla distinta para poder encarar a Adriá. Acomodó las piezas rápidamente, antes de decir algo más—Quiero jugar con las blancas—Adrián le dio la vuelta al tablero para darle gusto ala cumpleañera.
—¡Eso!, demuéstrale que nadie se mete con tu hombre—gritó una de las amigas de Helena, quizás fue Brenda, la mesa estalló en risas.
—No te preocupes mi amor, esta victoria va para ti—dijo, antes de plantar le un beso en los labios frente a todos.
—¿Cómo estás tan segura que vas a ganar?—cuestionó de pronto Adrián, antes de recargarse en el respaldo de la silla, como si fuera algún jefe de la mafia o algo así—Tu novio pensaba lo mismo y mira...
—Que seas un buen peleador, no te hace buen estratega—alegó, colocando a la reina en su lugar—¿Estás seguro que TÚ me puedes ganar?, anda, demuéstramelo, Andy ahí está el tablero—Lalo comenzó a reír, sabía que cuando su hermana utilizaba ese tono era porque iba a jugar enserio. Gabriel en cambio, solo pudo pararse a mirar la reacción de Adrián. Esa expresión jamás la había visto en él, no en todos esos años que llevaba conociéndolo a distancia.

Tenía los labios un poco abiertos, el rostro desencajado entre sospresa y miedo, aunque los ojos le brillaron con...¿anhelo?, ¿deseo?, no sabía que era aquello que parecía relucir en ellos, pero si sabía que no le agradaba, para nada.

—¿A-Andy?—tartamudeo, mientras intentaba disimular la sorpresa en su rostro.
—Si, si, luego me preguntas eso, ahora ponte a jugar—el chico paso saliva y agachó la cabeza, obediente, casi como un fiel sabueso, esperando que Helena moviera la primera pieza.

Andy...
Gaby...

¿Usaba esos apodos cariñosos para descolocar a cualquier imbécil?, ¿para conseguir lo que quería?

El juego avanzó, durante los primeros movimientos, Helena se concentró enteramente en el tablero, sin arriesgar a sus piezas fuertes, sacrificando algunos peones cuando era necesario y quitándole otros al adversario, se mantenía en una postura recta, recargando su barbilla en el dorso de una de sus manos, sin embargo, a medida que el juego iba complicandose, cuando Adrián tomaba una pieza para ejecutar su debido movimiento, Helena lo miraba directamente y luego a lo que deseara realizar, como si estuviera juzgandolo, antes de levantar las cejas y mirar hacía otro lado.

—¿Estás seguro?—le dijo cuando tomo el alfil. Adrián gruño y retiro su mano del tablero, buscando, otra alternativa.

Finalmente, logró desarmarlo, después de varios movimientos, Adrián se mantenía sereno, aparentemente sin demostrar emoción alguna, sin embargo, Gabriel captó un movimiento repetitivo en la pierna izquierda del muchacho, de arriba hacía abajo a cierta velocidad, estaba nervioso y preocupado
Cuando intentó huir con su rey hacía el fondo del tablero, Helena lo intercepto llevando uno de sus peones hasta el final del juego, lo que le daba derecho a recuperar una de sus piezas secuestradas, tomó una torre y la coloco en su lugar, Adrián movió a su rey un cuadro más abajo, intentando escapar, pero no se dió cuenta del peón, que se encontraba ubicado peligrosamente a su lado derecho, en diagonal.

—Jaque Mate—Helena devolvió la mirada al frente, de manera soberbia, como intentando hacerle saber por todos los medios al chico frente a ella, que se había equivocado al pensar que no era un rival apto, en un movimiento rápido, Helena tomo al rey negro entre sus dedos antes de colocarlo a un lado del tablero.

Esto no le estaba gustando, se suponía que ella debía consultar su estrategia con él, preguntarle a quien debía o no mover de su lugar, si debería mostrarse agresiva durante la partida o ocultarse tras su faceta de niña buena, Helena debió preguntale a él, su novio, que debía hacer para ganar.
Pero no, en cambio lo hizo todo sola.

Y eso...de alguna manera le molesto.

De pronto, Adrián la miró de vuelta.

—Eres buena, lo admito—y ambos se sornieron, no como quien se burla de alguien a quien acaba de vencer, no, no, era distinto, se quedaron perdidos por un par de segundos, solo mirandose y sonriendose.

Los celos se apoderaron de él.

Tomó la mano de la chica, por debajo de la mesa y la apretó un poco, esperando llamar su atención, pero, ¿qué obtuvo?, solo que ella aprwtara su mano de igual manera, pero más rápido, como si estuviera jugueteando con él.

—Mi hermanita es la mejor jugadora que ha visto esta casa—dijo Lalo, antes de comenzar a recoger las cosas, Helena a bajó la mirada, mostrando modestia mientras discretamente volteaba un poco su rostro hacia la su derecha, intentando juntarlo con su hombro.
Parecía una niña, tímida por aquel cumplido qué intentaba ocultar su sonrojo.
—Sin duda...es la mejor—el muchacho tuvo que apartar la vista de Helena para prestarle atención a su amigo, pero con esas palabras, enfocó nuevamente sus ojos en la chica antes de sonreír sutilmente.

Eso támpoco le gustó.

Apretó aún más fuerte la mano de Helena, quién dió un pequeño brinco en su asiento y luego cerró los ojos, intentando asimilar el dolor en su mano, no dijo nada, por lo que Gabriel se sintió con el derecho de insistir y esta vez, apretó su muñeca con tanta fuerza que temió dejar alguna marca, pero no aflojo el agarre  y la chica se puso de pie, disculpandose, pues según ella, quería ir por un vaso de agua, le pidió a Gabriel que la acompañara a la cocina. Él la siguió, sin mirar atrás y efectivamente, entraron en la cocina, pero caminaron derecho hasta llegar a la puerta que conectaba dicha habitación con el patio.

—¿Se puede saber qué te pasa?—le dijo en un susurro a manera de reclamo mientras se acercaba a él.
—¿Qué me pasa de qué?, creí que te gustaba el dolor, ¿o no?—su voz sonó burlesca, pero aún así intentó acercarse para tomar el rostro de Helena con una de sus manos, la chica intentó desviar aquel contacto con ayuda de la muñeca lastimada, de forma brusca, Gabriel se lo impidió, volviendola a tomar entre sus dedos para acercarla más a él—¿Cómo es que tienes el descaro de hacer esa pregunta?, mientras estas coqueteando con él enfrente de mi cara, ¿qué carajo crees que soy, Helena?—dijo entre dientes, llevando una mano a la cintura de la chica, para que no pudiera escaparsele—¿Soy un maldito juguete para ti?
—Yo no le estaba coqueteando—intentó alejarse, como si el fuera un trozo de carne indeseable.
—Empezando por esa ropa, por eso te pusiste ese corset, porque sabías que ese pendejo iba a estar aquí, no sé si te lo pusiste para mi o para llamar su atención—la chica se quedo muda por un momento, solo lo miró a los ojos con sorpresa—Entonces si era para él...—Helena lo empujó y subió el cierre de la chaqueta de cuero que le cubría los hombros, mientras lo miraba con los ojos encendidos en llamas.
—Lo estoy usando porque me gusta A MI, no por él, ni por ti. Y yo jamás le coquetee...
—¿Ah no?, ¿tu crees que no me doy cuenta de como se sonríen, de como se miran los dos par de mentirosos?—dió un paso al frente, como cuando en un combate tienes que acercarte al oponente, esperaba que Helena retrocediera, pero no fue así, se quedo firme en su lugar, sin mostrar ninguna expresión facial además de la que ya tenía.
—¿Qué estás insinuando qué soy, Gabriel?—le preguntó, arrugando el entrecejo—Sé muy bien el tipo de chicas con las que estuviste antes de mi, pero yo no soy ellas. ¿Puedes al menos intentar confiar en mi?
—El problema del porque no puedo confiar en ti es porque estuviste, años y años diciéndome todos los malditos días lo mucho que te gustaba ese wey, cuanto deseabas que te dedicara una sola de sus miradas y mira, al fin te presta atención, ¿tienes lo que querías?, por fin te mira como algo más que solo una niña mimada, hija de papi y mami...
—Gabriel...
—No, déjame terminar, el único problema ahora soy yo, ¿verdad?, es por mi que no puedes estar con él, porque estas atada a mi...
—¿Atada?, ¿tu de donde sacas eso?, no estamos atados de ninguna manera, si estoy aquí, contigo y no con él es porque yo...
—Claro, siempre fui tu segunda opción, el plato de segunda mesa, ni siquiera te gusto Helena y aceptalo, solo estás conmigo porque bien sabes que Adrián jamás...
—¿Por qué dices que estoy atada a ti?—el muchacho se quedó callado de golpe por un momento, trago saliva, sabía bien su respuesta, solamente no quería responder, pero las palabras salieron de su boca  sin previo aviso.
—Te entregaste a mi...

El silencio reino el jardín de la casa, porque él ya no tenía nada más que decir y ella estaba demasiado consternada para dar una respuesta inmediata, hasta que llegó, tan fuerte como un golpe.

—Ay no—colocó una mano sobre sus labios y se dió la media vuelta, intentado analizar lo que su novio acababa de decirle—Gabriel yo no estoy obligada a quedarme contigo por eso—dijo, aún dándole la espalda.
—Ya tienes unos brazos a los que correr si esto se acaba, ¿no?—lo miró por encima de su hombro con los ojos rojos, como estuviera aguantandose el llanto.
—Piensa lo que quieras—comenzó a caminar de regreso a la cocina—Si quisiera engañarte con él, ya lo habría hecho, Adrián pasa mucho tiempo aquí, junto con mi hermano, sería muy fácil para mi, pero jamás harías algo como eso. Porque yo te quiero a ti—la chica abrió la puerta y se metió a la casa.

Ese momento se sintió como si le hubieran aventado un cubetazo de agua helada.

—Helena, espera...—corrió para alcanzarla y sin duda lo hizo, a mitad de la cocina, la tomo del brazo pero ella simplemente se alejo y le pidió que se fuera a casa, volvió al salón do de todos aún se regodeaban en el festejo, buscó en los sillones la sudadera que Gabriel llevaba esa tarde y se acercó a él para dársela en las manos, después, lo acompañó hasta la puerta principal y la abrió, invitandolo a irse.

—Mi amor, por favor escúchame, lo siento, no era mi intención...—notó el tono rojizo en los ojos de la niña a la que decía amar, estaban llenos de dolor—Helena, por favor...—de pronto la puerta se cerró.

Y el frío viento de la calle parcialmente vacía le caló los huesos.

Apretó la sudadera qué ya reposaba en sus manos, antes de lanzarla contra la acera, ahogando un grito, porque no quería ocasionar un escándalo. Luego, recogió la sudadera y emprendió camino a paso lento por el fraccionamiento, a veces volteaba para mirar por encima de uno de sus hombros, esperando que Helena saliera corriendo y le gritara que todo estaba bien entre ambos.
Lo hizo por lo menos unas diez veces, hasta que llegó la final de la calle, volteo una última vez.

Y no encontró a nadie.

Las lágrimas bajaron rápidamente por sus mejillas y trato de limpiarlas rápidamente para que ningún transeúnte pudiera ver que estaba llorando.

No lo consiguió.

Con la vista nublada, el corazón palpitando dolorosamente dentro de su pecho y la cabeza llena de preguntas, siguió caminando, ignorando las miradas curiosas de algunos peatones, bajo la cabeza y se precipito hasta la salida del fraccionamiento.

¿Por qué se había puesto así?, ¿por qué tuvo que decir todas esas cosas?

Una ráfaga de viento nuevamente pareció atravesarle el alma y gua ahí donde se dió cuenta que nadie estaría esperándolo en casa, su madre no estaría ahí para consolarlo o darle algún consejo para recuperar a su novia, y llamar a su padre no era una opción, seguramente le diría que la dejara y se fuera a buscar a otra, pero él no quería eso. Él quería estar con Helena, ella era suya, y tenía que arreglar las cosas.

Miró al cielo nocturno, iluminado por las farolas del paisaje citadino y pensó que debía ir a casa de sus abuelos, si es que no estaban durmiendo ya, y aunque estuviera más lejos, necesitaba alguien con quien hablar...

No paró de llorar en todo el camino.

_________________________

Helena

Se tomó su tiempo, respiro hondo, tallo sus ojos para que pareciera que estaban rojos por aquella acción y no porque estaba a punto de llorar, pasó saliva, sintiendo como un nudo en la garganta se apretaba dolorosamente cada vez que intentaba respirar, hasta que finalmente, una voz la sacó de todas las emociones que estaba sintiendo en ese momento.

—¡Heli!, ¿Puedes abrir tus regalos?, queremos ver que te trajeron—miró sobre su hombro a la dueña de aquella voz que ya conocía muy bien, era Irene, tenía los brazos detrás de la espalda y le sonreía con emoción mientras mantenía una distancia prudente.
—C-claro, ya voy, es que estoy un poco triste porque Gabriel tuvo que irse de repente—dijo, las palabras luchaban por ser pronunciadas correctamente en su lengua, pero aún así supuso que había sido una actuación ejemplar, pues ninguno de los invitados se volteo para mirarla y preguntarle si estaba bien. Eso pensaba, hasta que Irene se acercó a ella y en voz muy bajita le dijo:
—Puedes contarme lo que sea, ¿lo sabes no?—Helena entendió al instante, y asintió, mientras sentía como los dedos de su amiga tomaban su mano, para enrelazarlos, como si en silencio, quisiera darle apoyo.

Ambas se dirigieron una sonrisilla cómplice antes de volver a la mesa donde todos continuaban jugando ajedrez, sin embargo hicieron espacio para que la cumpleañera pudiera posicionarse al centro para comenzar a abrir sus regalos.

El primero que eligió fue uno de sus padres, se trataba de un dobok de edición especial, o en palabras más sencillas, un nuevo uniforme de taekwondo que estaba siendo muy popular últimamente, ya que era bastante ceñido al cuerpo, él siguiente fue un obsequio de Irene y Brenda, era una caja de chocolates en forma de corazón con varios sabores y un peluche de conejo.

—Lamentamos que no sea de hurón—se disculpo Brenda en nombre de ambas chicas, aunque eso no era necesario, Helena estaba bastante feliz con que le dieran regalos, no importaba si eran grandes o pequeños, saber que se lo dió alguien que la apreciaba era más que suficiente.

Un par de cremas faciales y productos de skincare se hizo presente y adivino rápidamente que eso debía ser obra de sus abuelos. Lo que sus tíos le regalaron fueron algunos sobres con dinero, no en cantidades grandes pero Helena le daría un buen uso a esos recursos. Finalmente solo quedaban dos regalos, una caja grande en forma rectangular, en la cual podía leerse en una tarjeta que estaba sujeta al moño que la decoraba:

“Lamento no poder estar ahí contigo en un día tan especial, ya estas a un paso de la adultez y no puedo creer que me lo estoy perdiendo :(, pero queremos que sepas que este regalo es por parte de tus hermanos mayores, que te aman y esperan, este pequeño presente pueda ayudarte a ser la gran violnista que quieres ser.
Te queremos carita de garbanzo, Feliz cumpleaños♥️"

Reconocería la firma de Lalo y la de Samuel en cualquier lugar, rápidamente rasgo el papel y abrió la caja, se encontró con un violín eléctrico precioso, de color negro, las cuerdas parecían flotar, únicamente sostenidas por lo que ella le gustaba llamar como, el esqueleto del violin.
Observó a Lalo y le sonrió, llena de emoción, antes de agradecerle mientras abrazaba el instrumento. Por un momento se olvidó de Gabriel y de sus problemas con él.

Estaba tan feliz con toda su familia y amigos reunidos y no esperaba nada más.

El último regalo venía cubierto por una bolsa, brillante, suspuso qué se trataba de el regalo de su novio y aunque con un poco de duda...terminó abriendolo.
Un peluche de pingüino bastante adorable la sorprendió. Aunque rápidamente hizo el presente a un lado, pues seguía molesta con él y prefería no tener que leer la tarjeta que acompañaba al pingüino, quizás lo haría después, en la soledad de su habitación donde nadie la molestara.

El resto de la noche transcurrió tranquila, le pidieron tocar algo en su nuevo violin y no puso peros, interpretó un par de canciones de pop, lo que pareció animar a los invitados, incluso Brenda propuso mostrar a todo el mundo una de las coreografías que a Irene tanto le gustaban, aunque terminó siendo un completo fiazgo ya que Irene se rehuso rotundamente a bailar enfrente de esa pequeña multitud.
En realidad, todo fue bastante ameno y divertido, aunque llegadas las diez de la noche, sus amigas y familiares comenzaron a retirarse de a poco.
Irene no perdió tiempo en recordarle que debían hablar de lo sucedido con Gabriel en cuanto tuvieran el tiempo y Helena ni siquiera se negó.

Cuando la casa volvió a estar en paz, su hermano y Adrián se encargaron de guardar las sillas adicionales que se habían necesitado al igual que la mesa que sobraba. Mientras ella recogía sus obsequios para subirlos hasta su habitación, una vez le dio un lugar especial a cada uno, bajo nuevamente para ver si podía ayudar en algo, pero se encontró con el salón vacío. A excepción de una figura esbelta y alta que se encontraba sentada en uno de los sillones, miraba  su teléfono, tonteando, Helena supuso que estaba esperando a Lalo para despedirse de él, aunque quizás tardaría un poco, pues mientras bajaba las escaleras vió por el rabillo de su ojo como su hermano y sus padres se encerraron a hablar sobre algo en la habitación de los señores de la casa.

Pensó en regresar a su habitación, puesto que, Adrián fue de cierta forma la razón por la cual acababa de pelearse con su novio, pensó en que no sería adecuado quedarse a solas con él.
Se dió la media vuelta y apenas se encontraba pisando el primer escalón cuando la voz del muchacho la detuvo en seco.

—¿Podemos hablar?—el jóven se puso de pie, cuando Helena asintió con la cabeza antes de mirarlo de frente, curiosa ante lo que tuviera que decirle, pues lo vió desaparecer por una de las puertas de la casa, específicamente la que conectaba al gran salón con un pequeño armario, que servía para guardar abrigos de invierno o chaquetas que su familia usara habitualmente para salir.
Salió después de un par de segundos, con lo que le pareció, era un ramo de rosas blancas, aunque no estaba segura de si eran de verdad.

Adrián se acercó a ella y le extendió el ramo, tímidamente, mientras pretendía mirar hacia otra parte.

—Es algo muy sencillo en realidad, pero son para ti—Helena pudo ver más de cerca aquel objeto y no, no eran rosas de verdad, estaban hechas de listón blanco, con lo que parecían ser cuentas de esas que se usan para las pulseras, adornando el centro de cada flor. Tomó el ramo con cuidado y lo observó más a detalle—Perdón si te lo dí después...es que...—se quedó callado un momento, antes de hablar—Te dieron cosas muy bonitas y yo no pude comprarte algo más costoso—oh ahora entendía todo.
—Esta muy bonito, muchas gracias, de verdad, me gusta mucho—le dijo, con una sonrisa genuina en su rostro ovalado, mientras tocaba delicadamente las flores—Dijiste que no las compraste, entonces...
—Las hice yo—declaró con algo similar al orgullo retratatado en su voz—Mi abuelita le está haciendo un vestido a una de mis primas, tomé prestado un poco de su material...
—Alexa tiene mucha suerte de tener a un chico tan detallista como tú—no sentía envidia, Gabriel también era detallista con ella, pero de alguna forma quería halagarlo, sin embargo, notó como el rostro del chico se deformo en uno completamente serio, casi molesto al hacer mención sobre esa chica—Quiero decir...—no alcanzó a decir nada más, se quedo callada en un ridículo y muy incómodo silencio, no era mucho su estilo, pero debía escapar—...gracias por el ramo, es muy lindo, de verdad—quiso volver por las escaleras, correr y no verlo de nuevo.
—Heli, yo ya no tengo novia—ahora entendía, la razón de aquella expresión facial, se sentía como una tonta e insensible por sacar el tema a relucir, aunque ciertamente no era culpa suya, no estaba enterada de ese rompimiento.
—Rompí con ella hoy, antes de venir aquí...
—Oh...lo siento mucho—de verdad se sentía mal por él, no lo había visto sonreír mucho en compañía de Alexa, pero suponía, un rompimiento siempre era triste.

Sin embargo, no sabía porque percibía a Adrián un poco desesperado por hacerle saber esa información, por la forma en la que se inclinó hacia adelante para decirle, como la miró directo a los ojos.

¿Acaso estaba...?

—Pues, no te preocupes, seguramente llegará alguien para ti.
—Si, a lo mejor...

El silencio volvió a ser protagonista de aquella conversación ya muerta. Ninguno de los dos sabía bien que hacer, pero Adrián sabía bien que todavía no quería irse, así que ha lo nuevamente, tartamudeando un poco.

—¿E-estas emocionada por el viaje a Veracruz?—a Helena parecieron brillarle los ojos cuando pronunció el nombre de dicho estado.

El viaje a Veracruz era algo que su academia de taekwondo llevaba realizando desde que la escuela se fundó hace varios años atrás y en realidad no era el único viaje que realizaban para participar en torneos foráneos, pero en especial los que teníam como destino la playa, solían ser los más emocionantes y por su puesto esperados durante todo el año. Helena había asistido a todos desde que era una niña, sin embargo Adrián jamás había tenido la oportunidad de viajar con la escuela o a ningún lado en particular, tenía la pequeña esperanza de que este año fuera el Bueno y pudiera conocer el mar, por fin, claro que Helena no sabía nada de esto último y él no iba a contárselo porque le daba vergüenza. Pero ese tema fue el único que se le vino a la mente con tal de no dejar de hablar con ella.

—Mucho, mis papás ya tienen arreglado todo, pero me emociona más porque podré estar con Gabriel, nadaremos juntos y todo eso...creo—el entusiasmo en su voz comenzó siendo muy elevado, sin embargo, a medida que la plática avanzaba, decayo de forma notable, en especial cuando se mencionó a Gabriel—¿Tú vas a ir?—Adrián suspiro y desvío la mirada.
—Aún no lo sé, todavía estoy checando eso.
—Ojalá y si puedas—dijo la chica—Podrías nadar con nosotros y mi hermano, en el mar, si tu quieres.

"No sé nadar, el océano me asusta"

Fue lo primero que cruzó la mente del chico, sin embargo, se mordió la lengua con tal de no quedar evidenciado referente a su poco conocimiento del mundo exterior.

—Ah...si, estaría bien—de pronto Lalo bajó las escaleras a toda prisa y se llevó a Adrián abrazado por los hombros.

Ambos se despidieron torpemente y Helena se quedó sola, teniendo completa disposición para subir a su recamara y contarle de una buena vez a Irene lo sucedido.
No quería contarle a sus padres porque...no quería que tuvieran una mala imágen de Gabriel.

Su corazón pareció contraerse dolorosamente.

Envío un par de mensajes contando lo sucedido y ya tenía a Irene diciéndole que debía botarlo.

"Es un imbécil"

Texteo la chica al otro lado del teléfono, seguido de un sticker de un gatito enojado que mostraba los colmilloa de forma graciosa.

"Nene, de verdad no sé que le pasa, el Gabriel que yo conocí, no era así"

"Creo que solo esta paranoico, acaba de darse cuenta que no es el único al que le gustas, supongo que ya lo sabia pero darse cuenta así tan de golpe...debió ser feo, así como él"

“Me siento un poco culpable porque a mi si me gustaba Adrián, pero de verdad no le estaba coqueteando"

"Deberías dejarlo"

"Es que no quiero hacer eso"

"Solo no le pidas disculpas, no es culpa tuya ser bonita"

Esto último la hizo reír y bien sabía que Irene tenía algo de razón.

Ignoró todos los mensajes de Gabriel, al menos por esa noche, y se dedicó a colocar su peluche de pingüino en el centro de su cama antes de leer la tarjeta que acompañaba al muñeco.

...Los pingüinos escogen una pareja para toda la vida, yo quiero que tu seas mi pareja por siempre. Te amo...

Ahora entendía el significado de aquel regalo y aunque la enternecio un poco, aún seguía molesta con él.
Posterior a eso, tomó el regalo de Adrián y lo acomodo cuidadosamente en su tocador.

Lo bueno de esas flores, es que jamás se marchitarian.

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