Malos entendidos

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Gabriel

Tenía que ocuparse del problema, ¿Por qué había dicho eso en primer lugar?. Levantó la cabeza súbitamente del escritorio, miró el reloj, faltaban diez minutos para que iniciará la siguiente clase.

“Diez minutos”

Pensó para si mismo, debería ser suficiente para…acabar con todo ese problema, si no. Levantó la mano para pedir permiso su profesora se acercó a él preocupada antes de susurrarle algo al oído.

—¿Estás bien?, ¿quieres que llame a tus papás?—Gabriel la miró de vuelta al tiempo que negaba con la cabeza, era verdad, no se veía nada bien, estaba más que desvelado, no había sido buena idea quedarse hablando con sus amigos hasta las tres de la madrugada, se sentía como si estuviera casi alcoholizado, ya estaba acostumbrado a ese tipo de desvelos, siempre procuraba dormir al menos unas cinco horas, pero ahora solo había dormido Tres…y con ello su vitalidad había mermado dramáticamente.

—No se preocupe, estoy bien, es solo que tengo náuseas, es por el cansancio de…los torneos ya sabe—eso era verdad, había estado corriendo desde el viernes ya que debido al próximo selectivo estatal, su entrenador los tenía pero bien cortos durante las clases, no supo de dónde saco fuerzas para seguir. Definitivamente lo iba a matar.

O el cansancio, o la tristeza.

—Esta bien, si necesitas algo más sabes que puedes decirme—él asintió, antes de caminar débilmente de su sitio para salir del salón y llegar hasta el pequeño patio donde Helena y sus amigas pasaban el receso , una vez ahí, se mojo el rostro con ayuda de un grifo qué se encontraba escondido entre la vegetación, buscando despertar, por fortuna el agua fría sobre su piel sirvió para hacerlo sentir un poco más fresco , más lúcido y con más valor para decir las cosas. Tomó su teléfono que había escondido hábilmente en la manda de su sudadera, y escribió un mensaje…a su mejor amiga…que diga, novia.

"Podemos hablar?"

Como siempre, ella tardó en responder.

"Ahora?"

"Si, Helena, por favor"

"

No tengo tiempo ahorita"

"Amor por favor..."

Nada...visto.

Se recargo en la banca del lugar, por fin podría eliminar esas maldita pelea y su consciencia quedaría libre de cualquier pecado, porque siempre había tratado de ser un novio impecable, perfecto, aunque esas malditas palabras dijeran lo contrario, porque, él no pensaba realmente eso de Helena, era de esperarse que estuviera molesta con él.
Sabía que no era su culpa llamar la atención, pero realmente, no le gustaba como Adrián la miraba y cómo ella solo siendo amable parecía corresponderle.

Realmente la extrañaba mucho.

Suspiro y volvió sobre sus pasos, directo al salón de clases, esperaba que ella aceptara verlo en su lugar favorito de toda la escuela, por eso había ido ahí en primer lugar, sin embargo, al recibir un rotundo no, solo pudo bajar los hombros y ocultar lo mucho que quería llorar.
Debía intentar algo más.
Para su buena suerte, hoy debían realizar un recorrido por toda la escuela, exponiendo algo sobre el calentamiento global, la verdad no podría importarle menos, solamente quería ver a Helena, como fuera posible.

Las clases exposiciones de ese tipo eran usualmente aburridas, pero es que en realidad no estaba prestando mucha atención en ese momento, su mente reproducía una y otra vez lo ocurrido hace semanas en la fiesta de su novia, seguía dándole vergüenza el hecho de haber caído tan bajo, por caer fácilmente en los celos, actuó como un loco.

Los chicos de primer año, (o sea su grupo), ingresaron al salón, Helena los miro uno a uno intentando buscar a su amiga Irene, posiblemente, sabía bien que ese día iban a dar una exposición,  se trataba de un proyecto que llevaban haciendo todos los años sin falta, ella misma lo había realizado apenas hace un tiempo atrás, pero el tema de su equipo era sobre relaciones tóxicas, supuso que vendrían a explicar eso más tarde, no hizo mucho caso de todos modos, dirigió sus ojos hacia su libreta debajo de ella, quería seguir escribiendo su ensayo para acabarlo mucho antes, sin embargo, sus ojos captaron un puño cerrado, apoyado sobre su escritorio, al parecer guardaba algo en el interior de esa mano, levantó la vista un poco más y descubrió a Gabriel haciendo como que prestaba atención a sus compañeros, fingiendo que repasaba dentro de su cabeza lo que le tocaba decir; que falso, ¿o solo ella se daba cuenta debido a todos esos años conociendolo?, quien sabe, igual le resto importancia, no estaba aquí para hablarle a ella, debía dejarlo centrarse en su proyecto y en realidad no quería mantener contacto con él.

Pero los dedos masculinos dieron dos golpecitos en el escritorio de madera, nuevamente miro al chico, algo extrañada, pero creyendo que no era más que una confusión devolvió los ojos a su libreta.

Toc, Toc

Ahí estaba, otra vez, dos golpes despacitos, no era una confusión, realmente quería que lo mirara por una extraña razón. Así que lo hizo, Gabriel la observó por el rabillo del ojo, antes de juguetear con sus dedos, que sostenían una bolita de papel, finalmente se lo entrego muy a su manera, lo aventó con ayuda de sus dedos, como siempre, debido a su torpeza, termino impactado en una de las mejillas de la chica, quién expreso su molestia en silencio, mirando a Gabriel con los ojos entrecerrados.

La bolita había caído en su regazo, pero por alguna razón decidió ocultarla y esperar para leerla.

La exposición pasó demasiado rápido, Gabriel incluso se trabó al decir una de sus frases, ella lo miro con burla como si quisiera decir que era su karma por haberla golpeado con la bolita de papel hace unos minutos, los chicos comenzaban a despedirse, decidió que era momento para abrir el mensaje. Discretamente desenvolvió la hoja y leyó su contenido.

"Podemos hablar, por favor."

Gabriel la miró con súplica, ella suspiro y se guardo la nota en la manga de su uniforme, antes de asentir con la cabeza.

El grupo finalmente salío y una vez llegado a su salón, la campana que indicaba el inicio del descanso de medio día, sonó; el jóven se apresuró, para interceptar a Helena en cuanto bajara de las escaleras, espero un rato y finalmente la chica apareció, con su cabello negro cubriendole hasta la cintura, la falda corta y buscándolo entre la pequeña multitud de alumnos. Él se acercó y la tomó de la mano, caminaron hasta llegar a la biblioteca de la escuela, Gabriel cerró la puerta y después se paró frente a ella, jugueteando con ambas manos y pensado en que palabras eran las correctas para disculparse por el altercado de hace semanas atrás.
Así que muy apenado y con apenas un hilillo de voz, de sus labios, salió una disculpa.

—Lo siento mucho Helena...—la chica se cruzó de brazos y levantó una de sus delgadas cejas.
—Bueno, disculpa aceptada—comenzó a caminar hasta la puerta de salida, pasando por a un lado de Gabriel, sin embargo, él no la dejo marchar, la tomo de la muñeca y la obligó a quedarse junto a él.
—Helena, ¿seguimos juntos verdad?—los labios femeninos no emitieron sonido alguno, y eso lo llenó de pánico, sintió que el mundo lo estaba aplastando, destruia todos sus huesos y sus venas explotaban dentro de él.

No era posible, ella no podía dejarlo, no quería que esto se acabara...

Capto la frialdad y la indiferencia en la mirada de su mejor amiga, trago saliva y los ojos comenzaron a lagrimearle.

—No me hagas esto—susurró, en su garganta, algo le impedía hablar, se sentía sin fuerza y desesperado por recuperar aunque fuera un poco del afecto de aquella señorita—Perdóname, de verdad yo no quería decir todas esas cosas, estaba molesto pero no pienso que seas...nada de lo que crees que dije, pero tengo mucho miedo, Helena por favor no me dejes.
—¿Miedo de qué?—quiso saber, intentando quitar el agarre en su muñeca, no lucía desesperada, algo que le inquieto más a Gabriel.
—De perderte. Helena, tu tienes a tu familia, tus amigos, un pretendiente; pero yo solo te a tengo a ti—notó como la chica intentaba con más insistencia quitar sus dedos, los cuales aún en volvían su extremidad y la lastimaban en el proceso, pero no la soltó, en cambio, tiro de ella y la abrazó, aferrandose al pequeño cuerpo que se encontraba a su merced—No quiero que Adrián te aleje de mi, sé que no fue tu culpa, soy un idiota y no debí hablarte así. ¿Podrías por favor, darme otra oportunidad?, te prometo que lo haré mejor,pero no me dejes solo—conocía lo suficiente a Helena como para saber que esas súplicas, de alguna forma lograrían calar muy en el fondo de su noble alma; la sintió tensarse, aunque sus manos, no se aferraron a él como en reconciliaciones anteriores.
—¿Por qué Camila te sacó una foto?
—¿Qué?—se alejó de ella y la tomó por los hombros, ¿de qué foto hablaba?

Realmente no estaba entendiendo que tenía que ver Camila en todo esto y porque le preguntaba por ella, recordaba hace días haber tenido un encuentro casual con ella, intento arrebatarle su botella de gusanito y juguetear con él, intentando coquetear, sin embargo, la rechazo de tajo, la verdad odiaba a esa niña más que a nada en el mundo, atreverse a jalonear a su novia era suficiente como para ganarse su desprecio, después aparacieron mensajes desde el perfil de ella, ignoro todos completamente. Pues, aunque estuvieran peleados, él bien sabía cuál era su lugar y cual era el de Helena.

Ellos eran pareja, estaban destinados a casarse algún día por esa misma razón el no se despojo del anillo que aún reposaba en su dedo, porque para él, su relación no terminaba todavía.

El hecho de que Helena quisiera dejarlo ahí tirado, solo, con los monstruos de su cabeza, en ese infierno donde nadie lo quería, lo dejó detarozado por completo.

La jóven pelinegra le mostró en su teléfono, una captura de pantalla acerca de la supuesta foto y cuando se vió asi mismo reflejado en el teléfono, solamente pudo sentir mucha vergüenza ajena por la chica que había subido eso a sus historias.

—¿Por qué me tomó una foto a escondidas?—el alivio en el rostro de su acompañante era notable y lo fue aún más cuando lo abrazo con fuerza, esta vez, apretando su tronco con toda la energía que tenía guardada en esos pequeños brazitos, él le correspondió y le obsequió un beso en la coronilla de la cabeza.
—No lo sé...
—Heli, te aseguro que no tengo nada que ver con ella, la verdad es que ni siquiera la soporto.
—Irene me contó sobre los mensajes y lo de la botella—Gabriel rodó los ojos y gruño, tendría que dejarle muy en claro a Camila que no le interesaba en lo absoluto, ya tenía suficiente problemas debido al tema de Adrián como para soportar ese tipo de malos entendidos. Él la amaba. Y no quería conocer a nadie más, no le interesaba otras chicas, para él, solo existía Helena y las demás podían irse al demonio.
—Mira, no sé como es que Irena...
—Irene—lo corrigió, mirándolo a los ojos con reproche.
—Bueno ella; no sé como supo lo de los mensajes o lo de la botella, pero la verdad es que no pasó nada, jamás lo hará, ¿por qué no puedes entender que solo te quiero a ti?—alejo las manos de los hombros de la chica para colocarlas en su rostro, pro primera vez en esos días, ella no rehuyo a su tacto—Eres el amor de mi vida, aunque supongo que yo no soy el tuyo...
—Lo eres, Gabriel...pero no me gusta cuando te pones...
—Sé que soy muy celoso, pero estoy asustado, eso es todo.
—No deberías.
—No, pero lo estoy...—pegó su frente a la de ella y cerró los ojos, aún sosteniendo el pequeño rostro entre ambas manos—...le gustas a Adrián—Helena retuvo el aire por un momento y un sentimiento extraño la envolvió, miedo y felicidad mezclados entre sí, una combinación rara y al mismo tiempo peligrosa.
—Eso es ridículo—intento distraerse de aquello que comenzaba formarse en su estómago y soltó una pequeña risa, tratando de menguar lo que estaba sintiendo
—Él no quiere ser tu amigo, Helena.
—Pero así como le gusto yo deben de gustarle otras diez más. Esa es la diferencia entre tú y él—acarició el cabello detrás de la cabeza de su chico, estuvo extrañando esa sensación, todo ese tiempo—Y no pienso cambiar a mi novio—enfocó su mirada en la del jóven frente a ella—Por alguien que ni siquiera tiene sentimientos por mi. Quizás le guste, pero tú me amas...y yo te amo a ti.
—Sigues siendo mi novia, ¿verdad?—tuvo la necesidad de darle un beso en la mejilla, uno largo, permitiendose aspirar el aroma de su piel, olía a frambuesa, como siempre.
—¿Todavía somos novios...?—ella le regresó el beso, en los labios.

Se quedaron así un rato, no pasó nada más, se trataba de un beso inocente que tenía semanas atrasado y siendo pedido por los respectivos cuerpos de los involucrados.
Cuando separaron sus labios, ambos se sentaron en el suelo de la biblioteca, debajo de la ventana, no quería que algún profesor los viera y terminara sacándolos, pues al no estar en contacto por mucho tiempo, era obvio que se extrañaban.
Helena se encontraba recostada sobre su pecho, sentada en el suelo del aula y Gabriel tenía la espalda recargada en la pared, justo en el espacio que quedaba entre el piso y el marco de la ventana, tenía que agachar la cabeza para no ser visto, pero no le importaba, mientras tuviera a Helena cobijada bajo sus brazos y acurrucada en el pecho. Su plan era quedarse ahí todo el receso, si sus amigos le llamaban mandilón que más daba, el estar con ella era mucho mejor que patear una pelota.
Platicaron un rato acerca de lo acontecido en esas tres semanas en las que no se hablaron, aunque realmente no sucedió nada importante salvo la intromisión de Camila en su relación, aunque, quizás, para demostrar que ya no le importaba lo que sucediera con Adrián, él mismo sacó el tema. Preguntando si al menos le regaló algo el día de la fiesta o solo fue de arrimado a comer pastel y beber vino caro. Helena apretó un poco los labios y le dijo que su regalo fue un ramo hecho a base de listón, el muchacho no pudo reprimir una risa, aunque por dentro los celos le carcomian toda el alma, sabía que si dejaba que su inseguridad lo controlara volverían a pelearse y en definitiva no era algo que deseara.
—¿Tú sabías que rompió con su novia?—levantó una ceja, completamente extrañado por aquella declaración.
—No sabía que tuviera novia.
—Se llamaba Alexa—intentó hacer memoria, después de todo, el nombre le sonaba extrañamente familiar, rebusco un poco dentro su su propia cabeza, de verdad esforzándose por recordar, hasta que finalmente, la imágen llegó a él como un destello de luz algo borroso.
—¡Ah!, ¿es la chava esa medio llenita que luego iba a verlo entrenar?—su novia asintió y después se acurrucó más en sus brazos—¿Sabes por qué cortaron la primera vez?—esperaba que la información que estaba a punto de desvelarle, sirviera un poco para por fin quitarle la venda de los ojos, a lo mejor dejaba de idealizarlo tanto como el príncipe azul que obviamente no era.

Fue en eses momento cuando comenzó a recordar, palabra por palabra lo que escuchó hace años. Estaba en sexto de primaria, no le interesaba nada más que no fueran los videojuegos, las hamburguesas y ser el mejor de su clase, era demasiado bobo, infantil y despistado, pero algo que siempre le llamó la atención desde muy pequeño, eran los rumores, le agradaba escuchar a escondidas conversaciones que claramente no eran aptas para él simplemente porque no eran asunto suyo. Se encontraba guardando su equipo de protección, cerca de los baños del gimnasio, tarareando una canción, Helena ya se había marchado, lo dejo ahí solo mientras ella lo esperaba afuera para marcharse a casa, su madre le grito que se apresurara y él le respondió de vuelta con un gruñido de desagrado. En ese momento, Adrián, Lalo y Samuel ingresaron a los vestidores, quizás pensaron que se encontraban solos porque cerraron la puerta que conectaba esta pequeña salita privada con los sanitarios, Gabriel se quedo sin salida y aunque pensaba avisarle al trío de adolescentes sobre su presencia, en cuanto comenzaron a hablar decidió fingir no encontrarse ahí, quería escuchar, si se encerraron debía ser algún rumor jugoso.
Se quedó inmóvil, pegando uno de sus oídos a la puerta de los vestidores; el protagonista de aquella platica era Adrián, narraba con soltura como se encontró a una de sus supuestas conquistas en su preparatoria y decidió marcharse con ella después de salir, no entendió muy bien que sucedió después de eso, pero sabía bastante bien que significaba aquellas acciones, había estado engañando a su novia de ese momento con esa chica desconocida y un montón más, escuchaba la risa del chico, mofandose de la incredulidad de Alexa, Lalo lo imito, pero Samuel les advirtió que tarde o temprano tendrían que dejar ese tipo de andares para centrarse en algo mucho más serio. Estaba tan enismismado en la conversación que no se dió cuenta cuando Samuel abrió la puerta de los vestidores, él terminó cayendo al piso, a los pies de los tres jóvenes, quienes se mofaron por haberse quedado ahí atrapado, aparentemente tímido y reacio a decirles sobre su secuestro accidental. Los gemelos ingresaron a los sanitarios y Adrián tomó asiento en una de las bancas que amueblaban el vestidor, mientras revisaba su teléfono, Gabriel por su parte, emitió un pequeño sonido que demostraba el enojo que estaba sintiendo, mientras miraba directamente a Adrián, con el ceño fruncido y la los labios apretados.
Adrián notó la mirada acusatoria sobre él y levantó el rostro para encararlo. Se quedaron un par de minutos así, solo mirandose a los ojos, uno de ellos notablemente confundido y el otro lleno de enojo y repulsión, era algo para extrañarse, pues el más pequeño solo tenía once años en ese momento y Adrián ya se encontraba cursando la preparatoria.

—¿Pasa algo, pequeño?—Gabriel arrugó más el entrecejo y se alejo cuando el adolescente intentó colocar una de sus manos sobre la cabellera del niño.
—Estás muy feo como para hacer cosas así—la expresión de serenidad se le borró del rostro en cuando la voz infantil de aquel chiquillo le hizo ver su realidad. Y es que era tal vez muy pequeño para hablar de esa forma, pero ya tenía la edad suficiente para recordar a su mamá llorando noches enteras tras la separación con su padre y la boda de este mismo, conocía muy bien lo que una infidelidad, una traición podría ocasionar en el alma de una mujer, odiaba a su progenitor por ello y ahora sentía repulsión hacía su compañero de entrenamiento por esa misma razón, tenía bien en claro lo que no deseaba ser cuando se convirtiera en algo cercano a un adulto—Deberías agradecer que alguien se fijo en ti—tras decir eso último, salió del vestidor, casi corriendo, pues temía a la consecuencias de aquellas palabras, quizás Adrián decidía que se sentía lo suficientemente ofendido como para tomarlo por el pescuezo y darle su merecido, en la soledad de aquella habitación. Pero no hizo nada de eso, en su lugar, hizo un pequeño chasquido con la lengua y lo dejo marchar.

Años después, Gabriel analizó que aquellas palabras en realidad no iban dirigidas hacía Adrián, si no más bien, se trataban de pensamientos reprimidos por los adultos, cosas que le hubiera gustado decirle a su padre en algún momento, pero jamás pudo y esta seguro de que no podría hacerlo incluso ahora y es que en su mente infantilizada, creía que ambos hombres eran muy poco agraciados como para permitirse cometer tal canallada.

—Yo no sabía eso—dijo Helena, en apenas un murmullo audible.
—¿Cómo ibas a hacerlo?—la chica dejó salir un suspiro y volvió a acurrucarse en el pecho de su novio, antes de sellar la conversación en un silencio inaudito, por un momento creyó que por fin había logrado reducir a cenizas, esa imágen de príncipe azul, por lo que piso respirar tranquilo, al menos por un par de meses, hasta que ese idiota volviera a aparecerse de nuevo, con sus palabras vacías y engaños. Además, ¿para qué buscar a Helena?, después de tantos años de haberla rechazado educadamente.

Por fin se habría decidido a dejar de lado la inferioridad de su cuna o las represalias que representaba cortejar a la hermana menor de sus amigos. Y justo ahora, que Helena ya tenía un buen prospecto y un buen futuro por delante, ¿se trataba quizás de un especie de juego macabro para recobrar su atención perdida?, ¿o actos mundanos para demostrarle algo a él o a su orgullo?

Entre todos esos pensamientos de tinte estoico, tuvo que bajar la mirada para concentrarse en algo más que no fuera Adrián intentando robarle a su novia y debía admitir su buena desición, pues, al recargar su cabeza en uno de los hombros de su acompañante, pudo notar como el pecho de la misma, subía y bajaba, debido al simple esfuerzo de respirar, quizás el mito ese que señalaba ciertos cambios en el cuerpo humano tras tener actividad sexual repetidamente no era del todo mentira.
Guiado por su instinto primitivo por sentir placer, sus manos parecieron moverse solas y viajaron desde el abdomen femenino, delineando la silueta ajena, hasta llegar al nacimiento de su pecho, donde se detuvo a pensar por momento, en un reflejo de lucidez, quizás.

Era un adolescente a final de cuentas, y un hombre al mismo tiempo, a veces las hormonas se le subían a la cabeza y al parecer, ese era uno de esos momentos, sin embargo, Helena no pareció darse cuenta de lo que pensaba hacer, se encontraba muy cómoda, mirando el anillo que simbolozaba la unión eterna entre ambos, mientras tarareaba una canción que él ya conocía muy bien, no podría decir el nombre exacto de la misma, pero si sabía que pertenecía a un grupo que se puso muy de moda a inicio de los dos mil, ¿o a mediados?

—Te extrañé—susurro, cerca de su oído antes de hacer presión en las pequeñas cosillas que ahora tenía en su poder.
—Yo también te extrañé, más en las noches, es raro no hablar contigo, quería contarte sobre algo que dijo Brenda, nos hizo reír mucho a todas y...—eso era habitual en ella, le gustaba parlotear sobre lo que pasaba o no en su grupo social, Gabriel podría recitar de pies a cabeza lo que le gustaba o no a las amigas de su novia, si algún profesor le llamó la atención a las tres por cosas estúpidas o que harían el fin de semana en la plaza comercial cuando no fuera a estar con él.

Le gustaba escucharla hablar, y viceversa, pero en esos momentos, de verdad le molestaba que hiciera ese tipo de cosas, él quería otra cosa, acción simplemente, un poco de cariño y ya, ¿por qué era tan difícil?

No se lo preguntó más, subió ambas manos hasta el pecho de Helena y las dejó caer de golpe, siendo sorpresivo, en cuanto pudo, apretó suavemente mientras besaba el hombro de la chica, de forma suave y sutil.

—También extrañe otra cosa—Helena se removió intranquila, buscando removerse de sus caricias—¿Tú no?
—S-si pero...—tomo las manos del chico y las colocó nuevamente sobre su abdomen—Estamos en la escuela—aquella respuesta le pareció tan cierta como absurda, de alguna manera él pensaba que al estar separados por tanto tiempo, sin ningún tipo de contacto carnal, se encontraría ansiosa al igual que él, pero eso claramente no era verdad.

Eso, lo entristecio un poco y le resultó algo casi irreal.

________________________

Para Irene el amor resultaba ser un sentimiento extraño, casi ajeno a su propia realidad.
Para ella, él único amor que conocía era proveído generosamente por las mujeres que se encontraban presentes en su vida.

Su madre, su hermana mayor, su mejor amiga y por supuesto, Brenda.

Ni una pizca de ese sentimiento representaba para ella a algún ser masculino, por ello mismo, no aspiraba a tener novio, no soñaba si quiera con tener algún pretendiente o una historia de amor como le sucedía a sus amigos. Ahora que ya llevaba un buen tiempo soltera, su amiga, al parecer, puso encontrar a un mejor chico que el anterior, aún no eran novios pero no veían la hora de hacerlo oficial, por su parte, Helena se reconcilió con su novio tras un par de abrazos y besos.
Mentiría si fingía demencia cuando le preguntaban si se encontraba celosa por ello y claro que a veces las ganas de tener a alguien especial se convertía en un deseo latente, demasiado fuerte como para mantenerlo controlado y claro, con el paso del tiempo, se volvería peligroso.

Había llegado a la conclusión de que en realidad no odiaba el amor como mucho tiempo llevaba pensando, solo temía de el.

O eso se encontraba analizando, mientras miraba a sus padres durante la comida de esa tarde.
La casa por fin era solo de ellos tres, con Sara viviendo fuera, sin muchas ansias de regresar y con Iván prácticamente todo el tiempo en la universidad y sumido en su propio mundo de libros y alcohol combinandos, ya solo quedaba ella para soportar el matrimonio de sus padres, que se tambaleaba constantemente desde hace años atrás, en peligro de derrumbarse a pasos agigantados, pero sin lograr a concretar tal desgracia...o alivio, según se viera de una perspectiva o de otra.

Su madre se levantó de la mesa, devota a su hogar y a su esposo, retiro el plato de su esposo y desapareció por la cocina para luego, llegar nuevamente a la mesa, con tortillas y el siguiente platillo en otro plato. Después de un rato, Irene la imito y se sentó nuevamente con sus padres en la mesa. Ese era uno de esos extraños días en los que no estaban peleándose y amenazando con correr a los brazos de otras personas en cuanto la discusión se terminara.

Para Irene el amor era raro.
¿Un día si y un día no?
¿Solo duraba un par de años y después se evaporaba como el agua al hervir en una olla de metal?
¿Cómo es que en realidad funcionaba?

Bueno, al menos sabía que el amor existía porque su madre aguantaba ese matrimonio tortuoso por intentar darle un hogar medianamente funcional a ella, quizás no terminaría de entender del todo el razonamiento de su progenitora, pero buscaba entenderla de la mejor manera posible a sus cortos dieciséis años de edad. Por eso le extraño un poco que ante la posible depresión tras perder a su hija mayor, comenzará a culparla a ella por todo.

—Pensé que el tenerte ayudaría a mi matrimonio, ya veo que no—le dijo en una ocasión, tras discutir con su esposo y encontrarla a ella cortando un par de manzanas y demás frutas para hacerse un cóctel—Hija, deberías de dejar de comer tanto, o al menos ponte a hacer ejercicio por Dios—dicho esto último, tomó el montón de ropa que ya reposaba encima de uno de los sillones de la sala. Irene pudo escuchar sus pasos rápidos subiendo las escaleras, mientras tanto, ella se quedó ahí, de pie en la cocina, con un cuchillo en la mano y un trozo de sandía a medio cortar.

Ese día, fue el inicio de tormentosos pensamientos.

Ya sabía que no poseía un cuerpo deseable o algo similar.
Todos los días se encargaban de recordarselo en la escuela, con sus burlas y todo lo demás, pero con el paso de los años, aprendió a aceptarlos y quizás a que doliera menos. En la escuela era tortuoso y molesto, pero al menos al salir de la institución, en su hogar, nadie le hacia comentarios despectivos respecto a su físico, criticaban más otras cosas, como su falta de intelecto.
Pero el que su madre se lo dijera y no con una indirecta, le afectaba más, ¿o acaso solo dolía de forma distinta?.
A partir de ese momento, todas las noches sin falta, iba al baño, se subía en un pequeño banquito que estaba ahí desde que ella era niña, y subía su blusa hasta por debajo de su pecho, dejando libre su abdomen. No le gustaba lo que miraba en el espejo todas esas noches antes de dormir.
En un momento dado, alcanzó a comprender a Brenda, el porque se arrodillaba en ciertos momentos en el baño de la escuela, porque no parecía llevar lunch a veces, porque su piel tenía un tono pálido enfermizo, casi como un cadáver.

Ella solo quería ser delgada.
Enfermizamente delgada.

En un inicio tenía planes de hacer un poco de ejercicio, aprender a defenderse debido a las agresiones de Camila y Aby, sin embargo, ya había entendido que por más empeño que pusiera, no aprendería a defenderse debidamente. Camila siempre tendría más fuerza y Aby...bueno, era difícil ganar un dos contra uno, así que desistió de la idea rápidamente.
Varias veces se sorprendió así misma preguntándole a Helena como era la forma más adecuada para bajar de peso, luego descubrió que en realidad, el cuerpo de Helena no se limita a solo a años y años de entrenamiento, era su genética la que la ayudaba enormemente, todos en su familia eran delgados, suponía que eso tenía algo que ver.

Su amiga se limitó a decirle que quizás debería inscribirse a algún gimnasio pues su teoría era que al tener ya un poco más de peso, no tardaría mucho en construir músculo, incluso comentó que podrían asistir juntas, pues ella necesitaba generar más fuerza en sus piernas, puesto que debía prepararse para la próxima competencia, la más importante de todo el año posiblemente. Sin embargo, cuando Irene le comentó a su madre sobre aquella idea, la cual la tenía sumamente entusiasmada, recibió un no rotundo.

—¿Y para qué vas a ir?, no no no, eso es puro desperdicio de dinero—trataba de entenderla, pero es que a veces su madre se la ponía tremendamente difícil. Estaba a punto de desporticar sobre su propia familia dentro de sus pensamientos, cuando su madre volvió a llamarla—Toma, te lo manda tu hermana—le dijo, ofreciéndole un libro que sacó de su ropero, discretamente.

Eso era extraño, pues según tenía entendido, su padre, prácticamente la desterro de su hogar, prohibiendole la entrada en cuanto Sara puso un pie afuera de la casa. Después de mucho analizarlo, supuso que aquel repudio por la libertad de su hermana no se resumia solo a su pensar machista y altamente anticuado, si no más bien a una necesidad de controlar a sus hijos, específicamente a sus hijas. No podía controlar sus actos y no los de su esposa, por eso necesitaba a alguien más débil y más manipulable. Por eso cuando Sara se negó a seguir sus ideales, estalló y termino queriendo cortar todo tipo de relación con ella, cuando su único pecado era no querer vivir más con él.

—Vino a verme el otro día—hablo en voz baja, esperando que su marido no las escuchara—Cuando tu papá estaba en el trabajo, dijo que un día de estos podría llevarte a conocer a sus compañeros—Irene tomó el libro con ambas manos, antes de abrirlo y ojearlo un poco, sonrió al notar pequeñas hojas de colores pegadas en ciertas zonas del libro, con la letra de su hermana en forma de anotaciones y algunas frases subrayadas en colores vibrantes.

Su hermana no se había olvidado de ella.

Y eso, era amor.

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