¿Lalisa?

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Rosé entró a su departamento, haciendo silencio al notar que no había ninguna luz encendida y que no se escuchaba ningún ruido.

Miró hacia la cocina para encontrar todo tal como lo había dejado, en la mesa del comedor no había rastro de que alguien la hubiera utilizado.

El lugar estaba tranquilo, demasiado.

—¿Lalisa? —llamó, en su pecho, la idea de que se la habían llevado, de que la habían encontrado, creció y se convirtió en miedo.

Arrojó el bolso de la universidad al suelo, lanzando las llaves a la mesa mientras un 'No' murmurando se repetía en sus labios.

Entró a su cuarto, para, de nuevo encontrar todo tal como lo había dejado, al menos los primeros segundos, hasta notar las sábanas desordenadas y el bulto que de escondía bajo estas.

—Lisa... —se acercó a paso acelerado a la cama, levantando las sábanas con brusquedad.

El olor a tristeza y melancolía, que tapaba el olor propio de la chica, la golpeó como si fuera una cachetada.

La omega se irguió en la cama para intentar tomar las sábanas, pero Rosé las arrojó al suelo al ver lo que quería hacer.

—¡Lalisa! ¿Qué...? ¿Haz hecho un nido?

Ella no contestó y sin siquiera mirarla, se volvió a girar para volver abrazar la almohada, dándole la espalda mientras escondía el rostro en la misma.

—Lalisa, yo...

Rosé esperaba que la otra dijera algo, no sabía cómo reaccionar.

Dentro de su pecho, su loba estaba preocupada.

De nuevo, se dio cuenta de cómo Lisa podía hacer volver su subconsciente animal.

Y no sabía cómo actuar, su loba interior le pedía tomar el control.

Decidiendo hacerle caso, por primera vez en mucho tiempo, tomó a Lisa por la cintura, alzándola un poco a tiempo que ésta soltaba la almohada para forcejear con ella para que la liberara.

Rosé se sentó en la cama, haciendo que la menor se acomodara sobre sus piernas. Quedando frente a frente, la acomodó para que apoyara el rostro en su pecho, y Park llevara sus labios entre el cuello y el hombro de la menor, en lugar donde, algún día, habría una marca de mordida.

Aún con el collar entre medio, el gesto logró calmar a la pequeña, era un punto bastante sensible para los omegas, donde se conectaba más de una forma física a su loba interior.

Y Rosé lo había aprendido con el libro de cómo tratar omegas que creía casi inútil.

A pesar de que tenía lo que quería, Lisa no quería disfrutarlo, no quería conformarse con la idea de que eso era sólo momentáneo, y que dentro de un rato, Rosé volvería a ser la idiota que la había lastimado horas antes.

Aunque su loba se sintió un poco más consolada.

—Lo siento, Lalisa —dijo, apenas despegando los labios de donde estaban—, como siempre, hago las cosas mal.

Lisa no dijo nada.

—Lo único que hice bien fue llevarme una cachorra asustada de un callejón mugriento.

El comentario logró sacarle una sonrisa a la "cachorra".

La mayor acarició los cabellos de ese color negro brillante de la omega, notando que estos estaban algo grasosos.

—¿No te has bañado desde que llegaste, no?

Lisa continuó sin hablar, Rosé ya sabía la respuesta.

La tailandesa se asustó un poco cuando la más alta la apartó de su pecho, no quería que la dejara, no tan pronto.

Pero se asustó un poco más al sentir las manos de Rosé, algo frías, bajo el suéter que llevaba puesto, subiendo de a poco.

El tacto la hizo dar un brinco, mirándola con temor, y la delta se detuvo automáticamente al ver sus ojos oscurecerse.

Sin pensar, quitó las manos de debajo de la prenda para llevarlas al rostro de Lisa, tomando sus mejillas con suavidad.

—¿Pasa algo? —musitó, con preocupación.

Lisa miró los ojos casi negros de Rosé, tan preciosos, luego bajó la vista.

—S-Solo me tomaste por sorpresa —murmuró, su voz sonó ronca.

Rosé rió un poco.

—Lalisa, como si enserio no quisieras que te desnudara —dijo, lo que hizo que la otra frunciera el ceño y se ruborizara.

El pequeño mohín de confusión en sus labios hizo que sonriera de ternura.

Con una ligera caricia de su pulgar en la mejilla de Manoban, volvió a bajar las manos para subir lentamente el suéter, con delicadeza, como si ella misma (o Lisa) fuera a romperse si hacía un movimiento brusco.

Al terminar de pasar la prenda por la cabeza de la chica, ésta quedó sólo con la ropa interior. La mirada de Rosé se distrajo un poco en el cuerpo semi desnuda de la omega.

—Ahora ve al baño —dijo, volviendo a mirar el rostro sonrojado de la pelinegra—, supongo que sabes cómo funciona una ducha.

Lisa frunció de nuevo el ceño.

—A menos que quieras que te bañe —añadió, como una ligera broma, pero por la expresión de Lisa, no le parecía una mala idea—. Bien, escucha, yo no estoy de niñera de nadie, así que no tengo porqué bañarte.

—Ya que empezaste a desvestirme, termina —dijo, en tono desafiante, con el rostro serio.

Park fue quien se ruborizó esta vez.

—No lo dices en serio...

Lisa alzó una ceja.

—Lo dices en serio...

Rosé le hizo una seña para que se moviera de encima, la omega obedeció, y la rubia fue hacia el baño, abriendo el agua para llenar la bañera.

—¿No era una ducha? —preguntó la menor, quien había aparecido detrás suyo.

—Si es una ducha tendré que meterme contigo para bañarte, y terminaríamos bañándonos juntas —explicó—. Yo estoy hablando de que yo te voy a bañar a ti.

Lisa parecía un poco decepcionada.

—Ahora, quítate la ropa interior y métete a la bañera mientras dejo esto para lavar —ordenó, saliendo del baño.

Lisa obedeció, tampoco quería negarse demasiado, Rosé podía ser muy explosiva al enojarse, de forma abrupta y fuerte, tal como lo había hecho la noche anterior.

Sentándose de espaldas a la puerta del baño, con el agua llegando sobre su cadera, la de pecas regresó, con un cuenco de plástico en la mano e intentando no mirar la parte inferior del cuerpo contrario.

Arrodillándose a un lado de la bañera, comenzó a llenar el cuenco para vertir agua sobre el cabello de Lisa, apoyando una mano sobre la frente de la omega para que no cayera sobre su rostro y a su vez, echando la cabeza de la chica hacia atrás.

Lisa no podía evitar sentirse algo nerviosa, aunque su loba interior se sentía mimada.

Le costó un momento relajarse, hasta que Rosé comenzó a lavar su cabello masajeándolo suavemente.

Y la mayor no pudo evitar sonreír con ternura al sentir que Lisa estaba prácticamente ronroneando.

Terminó de enjuagar el shampoo de su cabello, y Manoban, al sentir que la otra se había detenido, giró un poco para verla por encima de su hombro.

—Te traeré ropa y una toalla —anunció, levantándose para salir del baño—. Vacía la bañera —dijo desde el dormitorio.

Lisa suspiró, obedeciendo a la delta, quien regresó con lo que había dicho.

—¿Sabes secarte y vestirte sola, omega bebé?

Lisa frunció un poco el ceño, algo ofendida por ese apodo.

Antes de contestar, el gruñido de su estómago hizo que se ruborizara.

Por la expresión en el rostro de Rosé, parecía que eso le molestó.

—¿No has comido?

La omega bajó la vista.

—Lalisa, puta madre...

—¿Qué quieres que haga? —habló molesta, prefería enojarse ella antes de que Rosé se enojara primero—. Escapé para llegar aquí contigo, eres una idiota fría y malhumorada que no está en todo el día-

—Lalisa...

—No, "Lalisa", nada... Mi loba sufre y te llama y tú sólo la ignoras, y cuando te lo digo yo misma tampoco me haces caso —sintió sus ojos aguados.

—Lalisa, para...

—Me dejas sola todo el día y ayer... Te fuiste toda la noche, el único rato en que estás aquí a... No sé dónde, y ya de por sí estoy asustada. ¿Cómo quieres que me sienta? Todo lo que hice en el día fue un nido para intentar sentirme mejor y tú llegas y-

—Lalisa, en serio, vístete.

La pelinegra se sintió un poco confundida, hasta que se dio cuenta que, en su descargo hacia la idiota frente a ella, había salido de la bañera y se había ido acercando a Rosé, olvidando su desnudez.

Notó que la neozelandesa estaba totalmente ruborizada, a pocos centímetros suyo.

Lisa se sintió avergonzada de golpe, Rosé dejó lo que cargaba en manos en su pecho y salió rápidamente del baño.

En la cocina, intentó concentrarse en respirar, intentando ignorar el dolor que le provocaba su parte inferior.

Además de que había visto el cuerpo totalmente desnudo de la chica (que no estaba nada mal), el olor de Lisa la había abrumado, el fuerte aroma dulce de la omega se había incrementado bastante, y no entendía muy bien porqué le había gustado tanto.

Intentando calmarse, cayó en cuenta qué había pasado.

Lisa había entrado en celo.

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