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Lena

Mi estado de ánimo ahora mismo está en el suelo. Por más que hago el intento de no darle más vueltas a él o a sus palabras cada cosa que veo me lo recuerda.

Durante el día es más fácil combatir mis pensamientos porque tengo a mi hermano, que, a pesar de saber que algo no va muy bien, no hace preguntas al respecto.

En las noches me siento algo más deprimida, y lo único que hago es ver películas de terror, comer palos de zanahoria y compartir alguna que otra llamada con Grace y mis amigos. Hasta que llega las tantas de la noche y logro quedarme dormida.

El problema es que él está hasta en mis sueños. Compartiendo unos besos un poco subidos de tono en los que yo parecía ser mucho más joven y él tenía menos tatuajes. Parecían ser muy reales o tal vez lo sentía así por mis ganas de estar con él. ¿Quién no ha tenido alguna vez sueños subidos de tono con su amor platónico del instituto?

También he intentado olvidar mis sentimientos tratando de fijarme en otras personas o incluso tratando de cambiar mi percepción sobre él, fracasando en el intento como era de esperarse.

—¡Hola! —exclamo al abrir la puerta del dormitorio de Jason.

Tuerzo los labios al verlo caminar por toda la habitación con un coco en la mano y susurrando palabras extrañas. Al bajar mi vista en la alfombra de su cama me fijo en que ahora tiene un mantel rojo junto a unas hierbas y unas velas encendidas.

—¿Qué se supone que haces?

Él pega un sobresalto en el sitio provocando que el coco este a punto de caerse de sus manos.

—¿No sabes llamar antes de entrar?

—Claramente no. —digo acercándome curiosa hasta el mantel rojo, mis ojos se estrechan en un libro que parece viejo.

—Brujería y mal de ojo tomo uno. —leo en voz alta sosteniendo el libro entre mis manos.

Él me arrebata el libro de las manos antes de poder abrirlo.

—¡Suelta eso! Puede ser peligroso si no tienes protección.

—¿Qué?¿Acaso te estás volviendo loco?

—Estoy haciendo una limpieza de la habitación. Te digo que estoy notando cosas extrañas, algo no va bien. —miro de reojo la ropa sucia tirada por todo el espacio formo una sonrisa corta.

—Creo que no es eso lo que deberías limpiar. —murmuro con sorna.

Él solo cierra la puerta y sigue caminando con el coco en la mano y susurrando cosas extrañas.

—Vamos a ver algo.

—Estoy ocupado.

—¿Hasta cuándo?

—Esperame cinco minutos.

Con un suspiro me echo hacia atrás en la cama esperando a que termine sus rituales extraños. Lo único que me falta es tener un hermano brujo.

A este paso la única persona normal a mí alrededor sería Romina, si no se había vuelto loca intentando averiguar porqué su exnovio tuvo ese final tan trágico.

—Vamos a ver Breaking Bad. —habla cuando estoy a punto de quedarme dormida.

—¿No la habrás visto? —niego con la cabeza.

—No creo que me vaya a gustar.

—Ni siquiera has visto el tráiler de la serie.

—Está bien, pero solo la primera temporada.

—¿Haces palomitas? —pregunta con ojos de cordero.

—No.

—¿Por? —encojo los hombros a modo de respuesta. —Eres una vaca vaga. —murmura jocoso dándole a la flecha para dar comienzo a la serie.

Tengo que admitir que juzgué mal la serie. Estamos ya en el tercer capítulo y no puedo parar de verla y lo odio, porque sé que desde hoy iré hasta a cagar viéndola.

—Te lo dije. —habla Jason mirando hacia la pantalla cuando finalizó el capítulo.

La pantalla se queda en negro antes de dar espacio al siguiente.

—¿Puedo preguntarte algo? —digo de la nada con nervios y algo de pudor, él asiente. —Pero no me juzgues.

—Suéltalo ya.

—¿Te acuerdas de la fiesta a la que fuimos juntos? Bueno pues, traté de ser amable con él. El Conde. —dije lo último haciendo comillas con mis dedos. —Y él solo fue un grosero.

—¿Y? —pregunta con ojos expectantes.

Me muerdo el interior de mi mejilla, me avergüenza estar admitiendo esto en voz alta. Ni siquiera debería importarme lo que piense de mi. Es un imbécil.

—No sé porqué le caigo tan mal.

—A él le cae mal todo el mundo.

En seguida la imagen de aquella chica rubia se me viene a la cabeza. Su presencia parecía agradarle mucho más que la mía, y eso me da bastantes celos.

Quiero decir. ¿Qué tan especial es como para que alguien como él la trate medianamente bien? Solo me da curiosidad. No celos.

—No todo el mundo. Hay alguien en especial que no.

—¿Quién?

—Una rubia que siempre va con el. Parece su perrito faldero. Bueno, perrita.

A mi lado Jason suelta una risotada.

—¿Estás celosa?

—No. No podría. A mi ya no me gusta de esa forma. Sólo quiero saber porqué le caigo tan mal, eso es todo.

—Ya claro. A otro perro con ese hueso.

No sería mala idea tirarle el hueso a la Pollita esa. Pienso mordiéndome la punta de la lengua para no soltarlo.

—Te digo la verdad. No puedo negar que es muy atractivo, pero ya lo he superado.

—¿Y por qué estás tan interesada en caerle bien?¿Quieres que le convenza para que seáis amigos? —pregunta con gracia.

—No. Olvídalo. —respondo apretando el cojín entre mis brazos.

—Bueno, tal vez si le das diez mil kilos de coca le caigas mejor. —murmura tras soltar otra carcajada.

—Muy ingenioso. Gracias.

—Por algo se empieza. Sé su socia y luego su novia. ¡Mira, incluso rima! —sus risas ahora se hacen más fuertes haciendo que le dé una mirada molesta.

—Ya te he dicho que no quiero tener nada con él. —replico dirigiéndome a la puerta con pasos fuertes. Su risa aún de fondo me irrita aún más.

Cuando estoy en mi dormitorio me tumbo en la cama con los ojos cerrados sin ni siquiera molestarme en meterme bajo las sábanas.

Esta vez no me cuesta tanto dormirme, mi insomnio aminora con la acumulación de sueño atrasado y el cansancio, pero no puedo decir lo mismo sobre mis pensamientos. Soy realmente una jodida masoquista. ¿Qué tiene él que no tengan los otros chicos con los que he estado chateando estos días para olvidarlo?

•••

Por la mañana mientras desayuno observo las fotos de distintos perfiles de Snapchat que se han fijado en mí. No son nada feos, ¿Por qué no puedo interesarme en ellos de forma romántica? Con un suspiro dejo el móvil a un lado del sofá y me meto otra cucharada de cereales a la boca.

—Buenos días. —saludo con el bol de en los muslos y cambiando el canal de televisión en reiteradas ocasiones al ver al mayordomo entrar en la sala.

—Buenos días.

Giro la cabeza bruscamente hacia él al acordarme del ramo de rosas negras que me ha estado llegando estos días a diario, todavía no sé nada del remitente y la situación me está empezando a poner jodidamente nerviosa.

He hablado con Antoine pero siempre termina negándolo. Al principio no le creí, pero es cierto que sus recursos económicos no son tan altos como para estarse gastando un dineral a diario, y menos en estas cosas. Además él nunca ha sido alguien muy detallista que digamos.

—¿Se sabe algo del tema de las flores?

—Me temo que no. Señorita. —me estremezco en cuanto escucho esa irritante palabra salir de su boca.

Luego me termino los cereales rápidamente, ansiosa por saber si he recibido algo nuevo hoy. Casi trotando camino hasta el dormitorio y al abrir la puerta observo un bolso blanco de lujo postrado encima de la cama. Esta vez su tamaño parece más grande que el resto que he estado recibiendo.

Cierro la puerta y sin pensarlo dos veces examino el bolso entre mis manos. Dentro hay un ramo de flores. Estaba esperando el típico ramo de rosas negras con los tallos bañados en oro que he estado recibiendo, pero en vez de eso es un ramo sencillo de rosas rojas. Pasado un rato centro mi atención en una pequeña caja, por la imagen que tiene fuera parece ser un teléfono móvil.

Al abrirla me encuentro con un iPhone de último modelo. No soy una gran fan de las nuevas tecnologías así que no me impresiona. Lo que si me impresiona es el colgante con la silueta de un escorpión.

Después de guardar el colgante en algún lado enciendo con cuidado el teléfono sin haberle quitado el plástico que protege la pantalla. Viene con una tarjeta sim que desconozco, eso me hace desconfiar bastante del aparato electrónico, así que lo dejo a un lado y examino nuevamente el ramo de rosas y el tallo de estas.

A diferencia del resto de ramos que he estado recibiendo decido dejar estas en la habitación. Luego voy en busca de algún jarrón vacío que no sea de gran utilidad para la casa, y al no encontrar ninguno simplemente coloco el ramo dentro de una gran botella de agua y la coloco junto a la ventana.

Al volver a la habitación me encuentro con la pantalla del móvil encendida, me aproximo y veo que tiene varias llamadas pérdidas de un número desconocido.

Rápidamente me acerco a la ventana para asegurarme de que no hay nadie tras la que me pueda estar vigilando, para mí alivio no encuentro a nadie.

Me siento en la punta de la cama y como si fuera algo de otro mundo observo el teléfono móvil, estoy un buen rato investigando el número de teléfono desconocido intentando saber de dónde proviene la llamada con el prefijo del número, pero lo único que consigo es confirmar que es del mismo país en el que estoy.

De repente entra una nueva llamada del mismo número, haciendo que pegue un respingo del sobresalto, en un impulso rechazo la llamada y apago el teléfono móvil. Con la respiración algo agitada decido deshacerme de el tirándolo a la basura, junto con el resto de ramos que tiré previamente.

Tal vez pueda encontrar algo de información si lo hablo con mi hermano.

No servirá de nada, pero si no lo hablo con alguien voy a explotar. Como de costumbre entro a su dormitorio sin molestarme en tocar la puerta antes, lo cual lejos de molestarlo en este punto ya le es indiferente.

—Tengo que hablar contigo, de una cosa importante. —digo en casi un susurro nada más entrar.

—Dime que no es del tema de siempre, por favor. —responde en una súplica desde la cama para después cerrar una especie de enciclopedia sobre animales que está leyendo.

Tampoco lo culpo, en estos días me la he pasado despotricando de quien ya sabemos cada vez que podía.

—No, es de otra cosa. —me siento a su lado, observando la enciclopedia. —¿Y tu qué haces leyendo eso? —hablo con algo de gracia. Lo único que le gusta leer son cómics.

—Estoy buscando un animal que de buenas vibras. —dice con bastante interés. Sacudo la cabeza, seguramente sea otra de sus rarezas de estos últimos días.

—Bueno. Ya sabes que últimamente he estado recibiendo flores. —asiente con la cabeza con desdén. —Pues he recibido más cosas.

—¿Qué cosas?

—Ven. —digo casi arrastrándolo de vuelta a mi dormitorio del brazo.

Allí cierro la puerta y le indico que se siente en algún sitio mientras voy en busca del teléfono móvil que yo misma tiré a la basura.

Jason me mira con una expresión indignada en cuanto lo percibe.

—Esto. —respondo enseñándolo con una sonrisa corta.

—¿En serio has tirado este móvil a la basura? —exclama en un susurro arrebatándome el teléfono de las manos. —Si no lo quieres habérmelo dado a mi. —limpia la pantalla con el interior de su camiseta.

—Y eso no es todo, mira esto. —saco el ramo de flores de la botella y se las enseño, este al verlo pone una cara que es todo un poema.

—Solo es una rosa.

—Fíjate bien en los pétalos, ¿Sabes lo qué significa esto? —suelto en un tono algo esperanzador porque entienda a dónde quiero llegar.

—Tu sugar piensa que no te gusta el negro y ha cambiado de color. —niego con la cabeza varias veces. Aunque pensándolo bien, también podría ser el caso.

—No, pero la persona que mandó todo esto tiene bastante dinero.

—Pues lo dicho. —responde de inmediato en un tono de obviedad.

—No Jason, no creo que ese sea el caso.

—¿Cómo lo sabes? —pregunta con las cejas curvadas.

Cuando estoy a punto de decir algo la puerta del dormitorio se abre, en un instinto escondo las flores debajo de la cama rápidamente y mi hermano lanza el teléfono por algún lado que desconozco.

—¿Se puede? —pregunta mi madre sacando la cabeza por la ranura de la puerta.

—Si, claro. —respondo ocultando mi nerviosismo.

Las únicas personas que saben de estos obsequios son los empleados y Jason, si le digo algo a mis padres son capaces de encarcelarme en la casa durante semanas y cortarme la comunicación con el mundo exterior. Entiendo que sean sobreprotectores pero algunas veces se pasan.

—¿Estáis ocupados? —mi hermano y yo nos miramos unos instantes y negamos con la cabeza.

—¿Por qué?

—Bueno, he pensado en que podemos ir a cenar a algún sitio sólo los tres, hace mucho que no hacemos algo. —su tono suave me hace sonreír.

—A mi me parece bien, de todas formas no es como si tuviera algo más que hacer. —responde mi hermano en una mueca.

—Estupendo, os veo entonces en media hora.



•••



Cuarenta minutos después estamos en uno de los restaurantes de la zona, yo removiendo la comida que tengo delante con la mirada de mi madre encima y Jason engullendo todo lo que puede y más.

—¿Estás bien? Te he visto un poco decaída estos días, ¿Pasa algo? —habla mi madre haciendo que desvíe mi atención de los platos de comida a ella.

—Si, solamente estoy en mis días, ya sabes. —respondo obligándome a crear una sonrisa que no parezca forzada.

Después me levanto con la excusa de ir al baño para refrescarme un poco. Más bien para intentar olvidarme de todo por un momento y ganar algo del apetito que perdí días atrás.

Por suerte para el aseo de mujeres no hay cola, pero para el baño de hombres hay un hombre trajeado esperando, al estarme dando la espalda no puedo verle el rostro, pero su postura me suena de algo.

Cuando termino de lavarme la cara y mojarme un poco el pelo salgo del baño, encontrándome nuevamente con el hombre que antes estaba esperando para entrar a los aseos masculinos, me parece extraño que en todo este tiempo no haya sido desocupado, pero decido no darle demasiada importancia.

Al llegar a la casa el sol apenas se está escondiendo, pero no me apetece hacer mucho más, así que me despido de mi familia y voy hasta mi habitación con el objetivo de colocarme el pijama y llamar a Grace como casi todas las noches.

Con la diferencia de que hoy no lo coge, seguramente estara de fiesta, así que voy a mis redes sociales revisando algunos chats.

Los chicos con los que he estado hablando han dejado de responderme, algunos de ellos incluso están en línea ahora mismo. Suelto un suspiro apagando la pantalla del móvil. Ser ghosteada es lo único que me falta para completar mi mala suerte en el amor. Obviamente lo digo por Antoine y no por un Conde de ojos azules. No me puedo creer que me haya puesto los cuernos.

—Solo somos tu y yo. —murmuro al aire mirando a la pantalla con la serie de Friends lista para ser vista por décima vez.

Ya no me reconforta igual que antes, ver una escena romántica entre dos personajes hace que mis párpados se humedezcan.

Ni siquiera sé porqué tengo tantas ganas de llorar. Parece que el polen  está jodido este año. Y además no me gusta. Hacerlo siempre me termina llevando a recuerdos tristes de los que no me he podido deshacer.

Un sonido en la ventana hace que salga de mi burbuja por un momento, pero al fijar mi vista en ella no veo nada fuera de lo normal, así que mantengo mis ojos en el ordenador hasta caer rendida.



Alekei



Volví a expulsar el humo entreabriendo mis labios ligeramente deseando arrancarme las orejas para no seguir escuchando las voces de los demás.

La reunión en una de las terrazas del jardín había acabado hace pocos minutos y algunos seguían sin coger la jodida indirecta de que los quería fuera de mi casa.

—¿Y a ti qué te pasa? Tienes el ceño más arrugado de lo normal. —comentó Denis acercándose.

Negué con la cabeza apagando el cigarro en un cenicero. Al final usarlos no estaba tan mal.

Después volví a sentir ese tirón en el estómago al visualizar el lago donde hablamos por última vez y mis nudillos  se volvieron blancos por la fuerza con la que no estaba apretando mis puños.

Pasé el piercing por delante de mis dientes pensando en cuál sería el siguiente al que tendría que destrozar hasta que ella se diera cuenta de que era mía. Porque mi paciencia estaba llegando a mi límite.

Estaba a un imbécil más rondándola de enloquecer de los celos. Imaginarla con alguno de sus supuestos exnovios o con uno de esos estúpidos chicos que se creían con el derecho de enviarle mensajitos tampoco ayudaba una mierda. Y después pagas todo eso con ella cuando la ves. Me reproché a mi mismo.

Los celos me lo ponían más fácil a la hora de tener que fingir mi apatía con ella, pero tal vez estaba empezando a llevarlo demasiado lejos. Por eso había hecho el intento de pedirle disculpas siendo lo más disimulado posible, pero ella nunca respondía.

—Estoy hasta la mierda de que me siga ignorando. —dije finalmente en un tono bajo dejándome caer en uno de los sillones. Denis a mi lado hizo lo mismo engrandeciendo su sonrisa.

—¿Y qué pretendes que haga?¿Que olvide lo gilipollas que has sido solo por unos ramos de rosas? Encima son negras. En vez de querer hacer las paces con ella parece que le estás deseando la muerte.

—Que haga lo que le dé la gana. No pienso arrastrame. —refuté sabiendo que por ella me arrastraría las veces que hiciera falta.

Mi orgullo valía mierda comparado con una sonrisa suya.

—No sé, pero tal vez si pusieras algún remitente ella no te ignoraría. —negué con la cabeza y hablé una última vez dando por finalizada la conversación.

—Dile a todos estos que se larguen de una jodida vez.

Luego entré a la cocina y me serví un vaso de agua con la mente en las flores que encontré en la basura todas las noches que me colé en su habitación. Sabía bien que el negro era su favorito, ¿Por qué demonios las tiraba entonces?

Un muchacho entró a la cocina con la respiración agitada al ir a llevarme el vaso a los labios.

—Hemos cogido a un par de ladrones intentando cruzar el muro, señor.

Dejé el vaso en la encimera y llevé dos dedos al puente de mi nariz, apretando para reprimir la sed de sangre que crecía con cada segundo que pasaba.

—Los tenemos en la sala. —habló después adelantándose a mi pregunta.

Luego lo seguí hasta la sala principal. Allí solo había un hombre castaño tirado en el suelo con las manos y la boca atada mientras otro de mis hombres ponía su zapato encima de su cabeza para que no se pudiera mover.

—¿Dónde coño está el otro? —pregunté  dándole una mirada de reojo al chico a mí lado.

—Él escapó.

—Bueno, mierda, más vale que esté aquí en una puta hora si no quieres acabar con tus sesos desperdigados por la alfombra. —le dije levantando una ceja y el asintió antes de marcharse inclinando la cabeza en una especie de reverencia jodidamente ridícula e totalmente innecesaria.

—No pierdas tu tiempo conmigo, no te diré una mierda de mis compañeros. —escupió el hombre castaño con dificultad cuando me acerqué a él y le quité la cinta que cubría su boca.

Me gustó que tuviera las pelotas bien puestas, pero más me gustó la forma en la que sus ojos me desafiaban, así que me replantee dejarlo vivir.

—Estás de suerte, tendrás un mejor destino que el de tus amigos. Trabajarás para mí. —murmuré sonriente antes de llevarlo a rastras por el cuello de su camiseta hasta el sótano.

Extrañamente no se resistió mientras su cuerpo golpeaba las escaleras a las salas subterráneas. No es como si tuviera más opciones de todas formas. Estaba rodeado.

Un par de horas después dejé la herramienta en la bandeja de metal y le di una mirada curiosa a las heridas que había formado en su torso. Tuve cuidado de no arrancar ninguna de sus extremidades o dañar algún órgano interno. Y no por falta de ganas.

—Aguantas bastante bien. ¿Cuál es tu nombre? —él escupió al suelo con la sangre acumulándose en su boca y una mueca adolorida adornando su rostro.

Un quejido salió de sus labios echando la cabeza hacia atrás.

—Bien, no importa. —murmuré indiferente antes de cortar las cuerdas que lo tenían atado al techo, haciendo que su cuerpo cayera al suelo en un golpe sordo.

Luego cogí el hierro de marcar que calenté antes hasta más no poder y se lo pegué a su costado izquierdo.

La sala se llenó con el olor a carne quemada que aspiraba como si se tratara de oxígeno y los jadeos adoloridos del castaño que se retorcía en el suelo en un intento de disipar su dolor.

—Bienvenido.








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