Capítulo Trigésimo Séptimo

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Lecuim

El frío que recorría mi cuerpo no era normal, solía estar enseñado al frío que hacía aquí en la luna, pero debo admitir que hoy hacia un hielo espantoso, como si algo malo estuviera a punto de suceder, quizá no a mí, ni a las personas que vivían en este reino, pero si a alguien que conocía en la tierra y eso me atemorizaba, no soportaría que algo malo le pasará a Helery, ni tampoco a Lance, ya que de él, dependía la felicidad de mi pequeña, así que debía preocuparme por ambos.

En la luna había un pequeño observatorio, donde se podían ver a las personas de la tierra, todos podíamos venir aquí y observar, siempre y cuando no incumplieramos las reglas, como por ejemplo: pasar mucho tiempo mirando a la misma persona o observarla en situaciones íntimas, como en la ducha o estando con su pareja, realmente no sabría a quien se le ocurriría mirar a alguien estando con otra persona, pero aparte de eso, si he incumplido las demás reglas, ya que la mayor parte de mi tiempo libre, lo gastaba aquí, observando la vida de Helery, como si fuera mi telenovela favorita. 

—Sabia que te encontraría aquí. —dijo una voz familiar.

—Siempre estoy aquí. —susurré sin apartar mi mirada del observatorio.

—¿Crees que puedes incumplir las reglas solo porque eres el hijo de la reina? —preguntó con fastidio.

—Sea o no lo sea, aquí estaré siempre. —respondí sin ganas.

—Ella ya es feliz con otro hombre, deberías olvidarte de ella —comentó— y quizás fijarte en otra persona.

—¿Cómo tú por ejemplo? —indagué.

Desvíe mi mirada por unos minutos, para ver la reacción de la chica junto a mí. Acuario era una chica muy hermosa, tenía el cabello rojizo, pestañas largas que decoraban sus ojos verdes, pómulos firmes con destellos de color carmesí y unos labios rojos en forma de corazón, que pedían a gritos ser besados. Definitivamente era la chica perfecta para cualquier hombre, pero no para este hombre, pues la personalidad que tenía Acuario, borraba todo rastro de belleza en ella, convirtiéndola en un ser insípido y despreciable.  

Seguía mirándola para ver si reacción ante mi pregunta, pero solo logré sonrojarla, haciéndome reír desenfrenadamente, pues estaba claro que esa chica quería algo más que una amistad, pero para eso, tendría que cambiar su fea personalidad y sí, nadie debe cambiar por nadie, pero no hace daño si el cambio era para bien.

—¿Y bien? —pregunté nuevamente esperando una respuesta.

—Sabes que me gustas mucho y sería un honor para mí que me eligieras como tu pareja. —respondió rápidamente con voz débil y apenada.

—Prefiero quedarme solo por toda la eternidad, que desposar a una chica tan insípida y despreciable como tú, Acuario. —informé. 


La noche había llegado y el sueño se había apoderado de mí, pero por alguna extraña razón, no quería dormir, mi cabeza daba vueltas pensando en la sensación extraña que sentía en mi pecho, como si de un mal presentimiento se tratase. Hoy habia sido un día interesante, pues había descubierto que Helery estaba embarazada y la verdad me alegraba mucho por ella, ya que eso la haría muy feliz y la verdad, cuando uno quiere realmente a alguien, quiere verla feliz, ya hacia con uno o sin uno, así es la ley de la vida.

Estaba tratando de conciliar el sueño, cuando escuché un ruido fuera de mi habitación, rápidamente salí en busca del ruido, pero sencillamente no encontré nada, volví a mi habitación creyendo que todo era una mala jugada de mi cerebro, pero al entrar, la vi a ella, era la reina o como le decía yo, la Luna. La Luna seguía igual, su cabello blanco como la nieve, al igual que su piel, sus ojos azules brillantes como los míos y una sonrisa resplandeciente.

—¿A qué debo el honor de tu visita? —consulté.

—Acuario me comentó tu irresponsabilidad en el observatorio. —contó.

—Lo suponía, esa chica está loca. —articulé.

—¿Qué te llama tanta la atención? Pasas mucho tiempo allí. —musitó.

—Vigilo que la bruja no vuelva, no quiero que le haga daño a Helery o a su bebé. —expresé.

—¿Bebé? —dudó—. Debe ser mentira.

—¿Por qué abría de serlo? —averigüé.

—Helery no puede tener hijos, yo le quité ese privilegio. —confesó— ven conmigo, te lo mostraré.

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