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Querido Alan:

¿Sabes lo difícil que es el primer día de clases en una nueva escuela?
Pues yo sí lo sé.

Pero, por increíble que parezca, no sentía tanto temor. Porque seguía emocionada por lo del día anterior.

Había conocido a un niño, tal vez un amigo, mi primer amigo y, lo más importante, había hablado por primera vez.

Recordaba cada momento en el que me preguntaste cosas, ya no respondí, decirte mi nombre fue suficiente. Y tú, ya no insististe, razón por la que me agradaste más.

Jugamos y me preguntaste si nos volveríamos a ver. Yo solo sonreí y me fui.

¿Te digo algo? Albergaba la esperanza de que estuvieras en esa escuela.

Caminaba entre los demás niños buscándote. No te encontré.

Y cuando estaba a punto de rendirme. Te vi.
Pero volví a tener miedo. Miedo a que no me recordaras o peor, a que me rechazaras.

Por lo que me alejé...

He de decirte que no me encontré tan sola. Pues una niña, Nancy, me habló y aunque no le respondí, se juntó conmigo. ¿Recuerdas como después nosotres tres éramos llamados los tres mosqueteros?

Todo ese "nuevo cambio" me empezaba a gustar de verdad.
Los malos no habían llegado para hacerme sentir mal.

O eso pensaba. Luego de una semana, en el que no te hablé y seguro ni te habías dado cuenta de que estaba ahí, una niña usó la espada de la palabra para herirme. De nuevo.

"Amelia la muda", me llamó riéndose, lo que ocasionó un nuevo apodo para mí.

Nancy me defendió, pero eso no los calló.

Me acuerdo como fui al baño llorando, pero choqué contra ti en el camino.

Me reconociste con una sonrisa, pero luego preguntaste lo que ocurría. Te veías preocupado.

"¿Estás bien?", odiaba esa pregunta. Aún lo hago.

¿Por qué quieren saber algo tan obvio? Y lo peor es que no podemos ir por la vida diciendo que no, aunque esa sea la respuesta correcta.
Siempre recurrimos a la mentira. La misma y falsa mentira...

Porque si dices que estás bien, eres el tipo duro sin sentimientos. Si dices que estás mal, eres el que quiere llamar la atención.
¡Pero que sociedad tan contradictoria!

Así que no supe como contestar a eso. Cuando de pronto llegó Nancy y... supongo que recuerdas lo que siguió, ¿no?

Pero la respuesta a esa pregunta que nunca te dije, era no. No lo estaba y ahora también sabes la razón por la que lloraba.

Lamento nunca haberte dicho muchas cosas. Solo creí que ya no importaban.

Porque eres testigo que luego de un tiempo en el que los tres nos volvimos mejores amigos, los abusos me dejaron de lastimar y aprendí a ignorar.

Aprendí a dejar que no me afectara. A compadecer su amargura, porque sabía que en un futuro, serían personas vacías y solitarias.

Gracias ustedes, aprendí a valorar muchas cosas.

Gracias Alan.

Siempre tuya:

Amelia.

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