0.VII

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

No quedaba nadie. Se habían marchado todos sin mí. Bea se había marchado sin mí. Nadie. Ni un alma quedaba en el pueblo. En el marchito huerto de Yayo y Carmela me dejé caer, rota, desconsolada. Caminé hacia casa lo más despacio que pude, tratando de mantener un rato más mi último atisbo de esperanza. Mi corazón se saltó un latido en cuanto terminé de subir la cuesta que daba para casa. Kainz seguía ahí en su sitio. Subí corriendo y entré en casa llamando entre lágrimas a mis padres. Corrí por todas las habitaciones, mirando hasta debajo de las camas. No estaban. Se habían marchado con los demás. Me habían dejado sola. De pronto una idea se me antojo. Me repuse con nerviosismo febril y comencé a buscar por cada rincón la carta que tendrían que haberme dejado. Seguro que tenía que haber una carta. Una carta explicando donde se hallaban y como encontrarles. Seguramente algo les había pasado que había apremiado la marcha. En la carta me lo explicarían todo. Rebusqué por todas partes. Dejé la casa patas arriba. Deshice las camas, volqué los muebles y vacíe los armarios con violencia. Nada. No me habían dejado nada. Salí, casi en un trance, de la casa y me dejé caer sobre las rodillas de Kainz. No sé cuánto tiempo estuve sollozando ahí. No me atrevía a levantar la cabeza y enfrentarme a un mundo en el que estaría sola. La quietud del aire era insoportable. Ni un pájaro podía oírse. Ni la más mínima brisa corría. El tiempo había dejado de fluir. Respiré hondo y trémula, como un niño tomando aliento antes de romper a llorar pero no me quedaban lágrimas. No encontré más desahogo. Solo esa insoportable quietud. Ese espeluznante vacío. Me incorporé con cuidado buscando consuelo en mi hermano. Estaba horriblemente consumido. Los ojos le caían plúmbeos sobre la tierra. No había vida alguna en su semblante. Oculte nuevamente la cara en sus rodillas y volvió a brotar el llanto.

Debí de quedarme dormida pues cuando abrí los ojos el sol ya se había puesto. Kainz no se había movido un ápice en todo ese tiempo. Su enjuto rostro parecía de cera. Traté de alzarle la cabeza, conseguir que mirara al frente, pero ésta siempre caía de vuelta como atraída irremediablemente por la tierra. Fue entonces cuando recordé mi sueño. Su terrible voz y el vacío que sentí. Volví a ver el cariño que encontré en sus ojos. Ahora no había nada en ellos. Estaban muertos. Me dijo que fuera a verle en cuanto despertase. "Estoy aquí, Kainz." - le dije implorante -. "Háblame. Háblame como en mi sueño. Enséñame eso que me dijiste." No recibí respuesta. Su respiración era tan débil que casi pensé que lo habían matado antes de marcharse para evitar que sufriera. Me sacudí rápido esos pensamientos. A decir verdad hacía mucho que no reparaba en él. No había caído en cuán deshecho estaba quedando. Lo habíamos desamparado y dado por muerto mucho antes de su tiempo. Sentí una terrible lástima por él. Recordé cuando de niña le hacía trencitas o le traía flores para que las oliese. Recuerdo que me sonreía como lo había hecho en mi sueño. Ya no quedaba nada de esa persona. No podía permitir que siguiera así. Me levanté resuelta a poner fin a su sufrimiento. Le tapé la nariz y la boca y esperé. Al cabo de varios segundos su cuerpo comenzó a sacudirse espasmódico. Me asusté y le solté. Su cabeza se volvió despacio hacia la tierra. No estaba haciendo aquello para darle paz a él sino a mí. Para librarme de la carga que suponía y poder marchar tras la pista de Bea. Me sentí horriblemente cruel. Egoísta y podrida hasta las entrañas. Caí de rodillas frente a él y cogiéndole con fuerzas las manos imploré su perdón, velado mi rostro anegado de lágrimas. Por un momento me pareció que Kainz me devolvía el apretón. Cuál fue mi sorpresa cuando, buscando nuevamente sus ojos, estos se habían movido. Estaba mirándome. Pegué un respingo, soltando sus manos y cayendo de culo al suelo. Retrocedí arrastrándome un par de metros. No había sido un truco de mi alterada mente. Estaba mirándome y parecía que trataba de comunicarse. Abría ligeramente la boca, haciendo una corta respiración y la cerraba en seco, dejándola así un tiempo angustiosamente largo. Comprendí al instante lo que quería decirme. Me pedía, con las escasas fuerzas que le quedaban, que terminase aquello que había empezado. Me levanté del suelo, acercándome lentamente. Él seguía haciendo esos gestos, su mirada siguiéndome en mi paso. Me agaché y le besé con cariño la frente. "Descansa por fin, hermanito." Al rato de cortarle la respiración su cuerpo volvió a contorsionarse, cada vez más violentamente. Me achanté por un instante pero seguí con decisión. Las sacudidas se volvieron pequeños temblores y finalmente su cuerpo cesó. Le solté despacio, tratando de mantenerle en su postura, pero su cuerpo se colapsó cayendo a la tierra. Ahogué un chillido y me agaché para levantarle. Sin embargo, tan pronto como así su cuerpo, éste se deshizo en mis manos. La piel y el hueso se volvieron polvo que la tierra tomó con gusto. Despareció antes de que pudiera decir nada, dejando nada más que su ropa hecha jirones entre mis dedos. De pronto volví a escuchar aquella insólita melodía que acompaño mi sueño y me pareció que el suelo comenzaba a temblar. Y entonces la nada.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro