XII

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"¿Nos conocemos? Juraría que nos conocemos." - deshiló una voz quebrada y pastosa -. Gris se incorporó con cuidado, dejándose apoyar deshecho contra la informe y fría roca. "A ver, gira un pelín la cabeza, así, a la luz de mis ojillos. Ah, sí. Sí. Yo te conozco de algo. Sí." Gris dejó caer su pesado mirar sobre el anciano, consumido por el tiempo; la carne cubierta de hongos y estriada de verdín y podredumbre. "¿Cómo es que hay luz aquí?" - comentó al fin Gris, con un aire distraído -. "Cortesía de los michis. Saben que no me gusta quedarme a oscuras." "¿Así se llaman esos bichos?" "No lo sé, pero son michis. Michis de fuego." Gris volvió a recostarse. Los puntos de su pecho le tiraban palpitantes y la fiebre le hacía difícil mantener los ojos abiertos. El cuerpo le temblaba mas no sentía frío. "Tú y yo nos conocemos ¿verdad?" - insistió el anciano -. "No, no nos conocemos." - replicó Gris molesto -. "Pues yo creo que sí." - respondió con una amable y casi infantil sonrisa -. "Crea usted lo que quiera." - dijo Gris tratando de girarse hacia el anciano -. "La memoria se resiente con los años. Es posible que se le hayan torcido los recuerdos." - sentenció Gris -. "Es posible que tengas razón. Tal vez me recuerdes a alguien que conocí en otra vida." "Tal vez... Dígame, ¿Cuánto tiempo lleva usted aquí?" - inquirió Gris tras notar sus fúngicas ligaduras -. "A saber, hijo. Vine aquí nadando un día y supongo que nunca me fui. Es buen lugar para hacerse viejo. Hay muchos michis." "Un encanto."

Durante un rato reinó el silencio; abriéndose paso entre el crepitar de las antorchas y el salpicar de las cálcicas gotitas. Entre ese exiguo compás irrumpieron las tripas de Gris en un impúdico rugir. "¿Tiene algo de comer?" El anciano lo miró curioso. "¿Quieres una seta?" - replicó rompiendo en una carcajada áspera y flemosa -. "Está usted tísico. ¿No come nada?" "¿Qué sé yo? Algo comeré. Supongo. O tal vez no. ¿Tú que comes?" "Poca cosa. Lo que haya por ahí. Sotocorzos, raíces. Algún pescado." "Suena delicioso. A mi me gustan las alubias con chorizo, creo." "Están bien. Aquí creo que no hay alubias." "¿Hay chorizo?" "Una vez un señor me dio un poco. No recuerdo que el chorizo supiera así pero me dijo que era chorizo. Yo creo que sería otra cosa." "¿Me traerás un poco cuando vuelvas a verme?" "Tal vez, si es que salgo de aquí." Y bruscamente se dio la vuelta. "¿Te vas a dormir?" - preguntó con cierta congoja en el tono de su cascada voz -. "O a morirme. Ya lo veremos." "Creo que aquí eso no se puede. Yo ya lo he intentado." "Tal vez solo sea usted. He visto morir." "Tal vez sea solo yo. El otro día trató de asistirme una chica majísima. Tampoco pudo y se marchó." "¿Tiene deseo de morirse?" "Pues creo que sí." Gris se volvió a girar con él. Algo en la triste figura del anciano le inspiró una honda ternura. "Su situación me recuerda a una historia. ¿Ha oído hablar de la Sibila de Cumas?"


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