IX

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Un millar de voces; un millar de intenciones; los gritos del parlamento silente. Un rey necio incapaz de entender; Inhiesto en el umbral de la puerta. Si tan solo pudiese abrir esa puerta. O echar una mirada a través de la mirilla

(si tan solo hubiese una mirilla)

El ruido se vuelve denso y desleído

Nada que hacer aquí.

La salida está al frente.

Mi anciano padre me legó este trapo gris. Empapado de humo y aguardiente. Durante el verano, un festín para polillas. Refugio para juegos y estragos. En honesta soledad espero. Dudo que tu voz me llame. Perdido en mi inevitable declive. Nada que hacer aquí. Me envolví en mi manto gris y salí a pasear.

Bajando la rúa, pisando ligero los adoquines, me encuentro con Samuel – hace años que cayó en desgracia – su mirada está vidriosa y perdida; ahogado en jarras de apatía. Nadando, solo, en un mar de olvido. Siento lástima por él y le acompaño a unas escaleras donde nos sentamos. De su mochila saca una botella de vino. Ah, el gran imperativo. Y las criaturas reptando en cadena, detrás de la cortina; y el licor enturbiándome la mente; y esto soy, esto soy esto soy; y rindiéndome a la luna para empezar a soñar; y el caballito soñado y el caballo de verdad. Y en medio de esta honesta intimidad,

una chispa en el polvorín.

El Gólgota parece un derribo. Ahí se yergue el harapiento monumento del hombre. Un pajarito se sentó en su cabeza y le cagó el hombro. "Y todo es vanidad" Y el viento llevaba un canto estremecedor Co było, nie wróci. Y la canción se repetiría, cabalgando por las estaciones. Y era otoño, recuerdo. Más no duró. Y verde a ocre y ocre a polvo.

Se nos terminó el vino. Le di un abrazó y regalé la mitad de mi tabaco. Aún tenía camino que andar. No siendo consciente de mis pasos. Un fantasma recorriendo las calles que una vez anduve. "¿Quién era antes de la lluvia?" Esto recuerdo pensar. "¿Quién era antes de que el tormento consumiera esta mente sin formar?" "¿Fue lógica, voluntad; el amor que siempre conocí?" Uno puede confiar en el poder de una canción; de una plegaria, pero, al fin y al cabo, todo se reduce a lo que tus espaldas puedan cargar. Me senté a fumar, perdido en el purpureo florecer de un cardo. Pasó un rato largo antes de percatarme que aquello no debía estar allí. Conocía bien el camino, cada muro, cada pintada. Todo eso había desaparecido. Quise decirme que era una broma, que no podía ser. Pero una parte de mí ya comprendía. Por lo que me envolví en mi manto gris y seguí con mi paseo.

Todo se vuelve borroso desde ahí. El tiempo que llevo aquí, como lo he empleado, todo eso me es inaccesible. A veces temo que para siempre sea así. A veces temo que ese pasado jamás haya existido.

Aprendí a leer los pulsos de la tierra y sus raíces. Aquí solo hay roca. Roca fría, roca mojada, roca dura, roca estéril. Aquí no existe nada. Solo olvido y anhelo. Sin ser consciente me había acostumbrado a este fluir. Día tras día muere otro pedazo de mi ser. Como el mar que todo lo erosiona y consume. El mar. Recuerdo el mar. No recuerdo si me gustaba. Se me antoja precioso. Supongo que me gusta. Hay momentos en los que estoy a punto de encontrar las formas, de volver a ser, pero antes de poder comprenderlas se deshacen como barro en las manos de un niño.

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