20 - "A tu favor"

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—Gracias Bryan, has hecho un trabajo perfecto. ¿Nos vemos en Nashville?

—Por supuesto, me debes más que una cerveza. Ingresando al aparcamiento del hotel, allí descansaba mi Mustang. Mi amigo Bryan habría hecho la gestión necesaria para tener a mi corcel esperando por nosotros. 

—Déjame decirte que me encanta tu coche ─dijo Maya rodeándolo para sentarse del lado del acompañante.

—Era de mi abuelo. Cuando él falleció mi padre quiso venderlo, pero yo no se lo permití ─hablar de mi familia frente a ella era tan reconfortante como inquietante. 

Debía desapegarme de esa pequeña, de su olor, de su sonrisa. Contarle cosas de mi vida no hacía más que profundizar el vínculo.

—Buena elección, por cierto—Subimos y eché a rugir el motor. 

—Ya es lunes. No puedo creer que hayamos sobrevivido a todos estos días juntos ─dando una carcajada, acotó. Me acoplé a su gesto.

—Es cierto. Pero fuimos un buen equipo. ¿No lo crees?

—Claro. ¡Y tú que te negabas!

Detuve la marcha de mi coche para retener un poco más su gesto en mi alma. 

Con ambas manos corrí sendos mechones de cabello para ubicarlos tras sus orejas. Adoraba acariciar ese manto oscuro y liso. 

—Cuando ayer pregunté cómo continuaríamos con esto, no te preguntaba sobre Virkin y Zuloa ─ sus pestañas se agitaron mientras que con la boca hacía puchero.

—Lo sé—sus ojos llenos de expectativa, nublaban mi juicio. 

—Yo no soy digno de una mujer como tú; buena, gentil, abnegada.

—¿Por qué sigues sin confiar en ti mismo?

—No es cuestión de confianza, Maya. Es cuestión de saber cómo soy.

—Entonces dime ¿cómo eres? ─liberé su rostro para acariciar el dorso de sus manos.

—No he sido un buen hombre.

 —Todos tenemos algo que nos ha hecho no tan buenos ─justificó con voz dulce.

—No, Maya. Yo he sido un mal hombre ─imprimí un tono distintivo al adjetivo mal. 

Ella tragó y miró mi caricia sobre sus palmas.

 —¿Qué es eso que te detiene?¿Qué es lo que te impide ser feliz? ─inocente, sus labios liberaron esa pregunta tan simple como dolorosa.

—Mi pasado─ determiné.

— Cuéntame...por favor... ─en una rápida maniobra, fue turno de ella de sujetar mis manos. Acomodándose en la butaca, aun sin haberse colocado el cinto de seguridad, se acercaba. 

Sus pulgares pincelaron mi mandíbula ancha, rígida. Buscaba respuestas que merecía, pero que yo no podía darles.

 —Mitchell, si no me dices la verdad mi cabeza será capaz de pensar lo peor.

—Pues hazle caso. Sabrá guiarte.

—¿Por qué no me explicas tú mismo? ─quejumbrosa, sus manos fueron lanzadas al vacío─ . ¿Por qué sigues sin hacerme parte de lo que piensas? Para mí lo que ha pasado entre nosotros ha sido más que un polvo, Mitchell ─ expulsando lágrimas, sus ojos bramaban por explicaciones ─ .¡No sé por qué mierda siento esto aquí dentro!¡No sé por qué mierda me provocas furia, odio, amor y tranquilidad!¡No sé por qué mierda tengo ganas de matarte cuando me regañas y al mismo tiempo, adoro que lo hagas! ─gimoteando, su garganta se ahogaba con el llanto. 

Me sentí un bastardo por mirarla y no responder.

 —¡Háblame Mitchell o haré de estas horas de viaje un verdadero calvario! ─amenazó.

—Maya... 

Jalando la palanca de su asiento, simuló bajar. 

—¡Si salgo de este puñetero carro te prometo que no me verás un pelo nunca más en tu vida! ─ su dedo en alto era amenazante. 

Sus ojos verdes, fueron petróleo puro.

—¡No hagas chiquilinadas!

—¿Chiquilinadas?¿Solo porque pido sinceridad? ¿Quién me lo pregunta?¿Bruce Wings, Clinton Rex o Gustave Mitchell? Raspé mi barbilla. 

Enderezando mi espalda, me apoyé contra el asiento del coche. 

—En una misión, un maldito ruso me hizo trizas la rodilla ─ aferrándome al volante, mirando a través del parabrisas, sostuve la vista en una columna de hormigón del estacionamiento subterráneo─. Tardé un año en recuperarme ─ logré su silencio. Limpió su nariz ─. Al principio, trabajé desde mi casa, llenando formularios, haciendo investigaciones menores. No tenía la infraestructura ni podían desviar un sistema especial a mi domicilio y mucho menos, Barbara podía estar al tanto de mis tareas asignadas ─aclaré recordando esos días espantosos. Maya era puro silencio ─.Pedí a gritos ir a la oficina. Por más de tres meses me movilicé en sillas de ruedas, rentando un coche que me fuera a buscar a casa y luego me regrese a ella. Para entonces, Zach era un bebé de dos meses. El llanto del niño, los reproches de Barbara por volver a altas horas, mi estado físico...todo complotaba para el gran desastre. 

Respiré hondo, con la traición aprisionando mi pecho. Regresando para comprimirlo. 

─Las responsabilidades de la familia me agobiaban, mi esposa necesitaba regresar a su trabajo y yo no podía cuidar del niño. Me refugié en más y más trabajo, en las sesiones médicas para recuperar mi movilidad. Sacrifiqué a mi propia familia. Mi madre me llamaba para regañarme, para decirme que era un hijo de perra. Mi padre me mataba con sus silencios y mi hermana no hacía más que gritarme que era un pendejo inmaduro que no cuidaba a su mujer e hijo. 

Tragué tomando impulso para continuar. 

—Me peleé con ellos; los obligué a apartarse de mi vida. Cómo un perro rabioso escupí insultos, maldije sus palabras y deseé que me dejaran vivir la vida que yo elegía: una vida de porquería y vacía, en la que el alcohol y el tabaco eran protagonistas ─Maya ni siquiera preguntaba, dándome el espacio para confesar ─.Las noches en vela trajeron consigo esas adicciones. Llegaba a cualquier hora, me acostaba en el sofá e ignoraba lo que pasaba a mi alrededor. Sin importar qué día de la semana era, no asistía al médico de Zach, ni a las reuniones con las hermanas parlanchinas de Barbara.

 Bajé la mirada por primera vez en mi monólogo. Inflando mi pecho de coraje, o de miedo, no lo sabía, me preparé para la confidencia final. La que me convertía en un bastardo con todas las letras. 

—Una noche, alcoholizado, sumido en un estado inmundo, llegué a casa dispuesto a continuar con la rutina habitual: beber un café, arrojarme vestido en el sillón y roncar hasta que el cuerpo me avisara que tenía que despertar. Pero a diferencia de siempre, Barbara se interpondría en mis planes y mi ira, se desató—Maya parpadeó, presumiendo lo que vendría. Para mi sorpresa, con sus dedos suaves, giró mi rostro. 

Incapaz de verla, lo volteé al frente impidiendo su escrutinio. Ni siquiera era merecedor de su mirada compasiva.

 —Rivalizando conmigo no estuvo dispuesta a que la dejara sin hablar. Pidió explicaciones e hizo más reclamos. Fue para entonces cuando despertó mi furia ciega—con mayor firmeza que la anterior, Maya se apoderó de mi rostro. Cómo un látigo, mi cuello viró. 

— Mírame Mitchell... ¡Mírame ahora mismo! ─su grito histérico me intimidó a hacerlo. Maya presionaba mi cara, fuerte, asegurando su pertenencia ─. ¿Qué le hiciste a Barbara? ─sus dientes se presionaban entre sí con insistencia.

—Nada.

—¡¿Nada?! ─afirmó buscando consentimiento de mis ojos.

—Nada. Estuve a punto...pero no lo hice. 

Maya respiró y me entregó su aliento, una exhalación llena de gracias.

 —Ella me dejó. Subió a la habitación y bajó con el niño y un bolso. Ni siquiera pude detenerla ─ quebrado emocionalmente, liberé mi pecho de fantasmas tan guardados ─.Verla marcharse fue la frustración más grande que pude padecer en mi puta vida ─yo no estaba acostumbrado a los sentimientos, palabras bellas y emociones gratas. Pero esas horas con Maya me habían transformado─. Todos los meses dejo dinero en su cuenta. Probablemente ni siquiera lo necesite, pero me siento apenas menos culpable. 

Yo no era un hombre de llanto fácil. Pero esta vez, sería la excepción. 

—¡Fui un bastardo! ─escupí─. ¡Un monstruo que no supo cuidar de su propia esposa, a su niño chiquito! ─moví las manos, preso de una angustia aguda y asfixiante ─.¿Cómo pretendes que pueda estar contigo de otro modo?¿Cómo pretendes que sepa cómo cuidarte? Yo sólo sé cómo se protege alguien cuando calzo mi traje de profesional. 

Maya me abrazaba, contra mi voluntad.

 —¿Cómo crees que me sentí cuando ese tipo estaba a punto de follarte? ¿Cómo piensas que podría protegerte si lo único que quería era moler a golpes a ese imbécil? Yo no sé solucionar las cosas con palabras, yo sé actuar con puños, con armas. Yo no sé amar, Maya. ¡No lo sé! 

Agobiado, roto en mil pedazos, aflojé los músculos de mi cuerpo para entregarme a su contención; al cuerpo pequeño de esa gran mujer. 

—Mitchell, nadie nos enseña amar ─con voz quebrada, pero sincera, acusaba ─.La vida nos enfrenta a circunstancias extremas; debemos aprender día a día cómo enfrentarlas.

—Pues yo no sé...

—Te ofrezco mi ayuda.

—No te merezco. Te lastimaré de un modo u otro ─mi voz retumbaba desde el fondo de mis pulmones.

—No tienes por qué ─soltándome, me permitió regresar a mi sitio. Limpié mi rostro transfigurado. Era patético.

—Maya...

—Mitchell: el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra ─me adoctrinó con un sermón dominical ─. El amor no sólo se trata regalar flores y decir cosas bonitas. 

La miré con los ojos irritados. 

—Tú amas a tu hijo a tu modo; sé que lo haces.

—Todos los miércoles conduzco hasta Louisville para ver sus prácticas de básquetbol.

—¡Eso es muy dulce!¿Lo ves? ─¿tan grande era eso que sentía por mí que justificaba lo injustificable?

—Es de cobarde ─ella chasqueó su lengua.

—¿Él no sabe que vas?

—No. Ni nunca lo sabrá.

—¿Por qué? ─regresó la Maya preguntona.

—Porque prefiero que mantenga para sí la imagen que Barbara pudo haberle figurado de mí.

—O sea que si ella le dijo que eras un asesino serial, lo aceptas y ya ─cruzó los brazos en su pecho.

—Barbara no lo haría.

 —¿Por qué no intentarlo, Mitchell?¿Por qué no acercarte y decirle tu verdad?

—¿Cuál verdad Maya? ¿La que fui un maldito borracho que quise abofetear a su madre con él siendo niño en brazos?

—¡Sí!

—¿Estás loca?¡Es un suicidio!

—No es ni más ni menos que lo que haces cada miércoles de tu vida desde hace años: matarte sistemáticamente. ¿Qué harás cuando cambie de deporte?¿Qué harás cuando se aburra del baloncesto? ¿Lo perseguirás a la universidad?¿Te harás pasar por un profesor?

—No seas sarcástica ─la miré de reojo, molesto.

—¡Pues no seas idiota entonces y deja las estupideces de lado! Presioné mi mandíbula con firmeza—.Mitchell, ¿en qué cambia que le digas la verdad?

—En que podré seguir viéndolo.

—Lo puedes seguir haciendo aun sabiendo que puede odiarte. Tienes recursos para perseguirlo por toda Norteamérica y alrededores ─sarcasmo número dos en la deliciosa boca de mi muñeca.

—No sé...

—Prométeme que lo pensarás.

—No me presiones.

—Está bien Mitchell ─refunfuñando, se colocó el cinturón, cediendo en su insistencia. Agradecía a Dios a pesar de ser ateo ─. No discutiré más contigo ─bajó la mirada y jugueteó con su anillo ─. Mejor volvamos a casa a compadecernos de lo asquerosa que es la vida.

—No seas cínica.

—¡¿Y cómo quieres que sea?! ¿Acaso te piensas que eres el único que sufre?¡Dos miserables violaron a mi hermana hasta matarla, la tiraron a un río y desaparecieron del planeta! ¡Hace menos de una semana perdí a mi madre en las manos de alguien que está por verse quién fue! ¿Y por eso me arrojaré debajo de un automóvil? ¡No! Continuaré luchando. Te he contratado por eso, para que sus muertes no queden impunes. Perdí dos vidas, Mitchell ─enumeró con los dedos en alto ─. ¡No descansaré hasta cumplir con mi objetivo!¡No me rendiré tan fácil...!¡Aunque me cueste mi propia vida! ─enfatizó el mí clavando su dedo en su pecho. 

Fuerte, extremadamente valiente, Maya era agallas. Aquellas que le exigía a Virkin, aquellas que me exigía a mí. 

—Pelea Mitchell. No sólo debes sentirte poderoso en un polígono de tiro. Fortalece tu espíritu ─estrelló su puño con fuerza en mi bíceps ─. Fortalece tu alma... ¡fortalece tu corazón, imbécil! ─gritó agitando sus manos en torno a su cabeza ─. ¡Yo sé que lo tienes allí debajo! ─presionó mi pecho, justo sobre mi obsoleta máquina de latir ─.Sea como fuese me cuidaste, me soportaste, me dijiste que no querías perderme...eso también es amar...¡idiota! ─insultándome, desnudaba mis falencias. 

En mi garganta anudé sus reproches, su conjunto de verdades y su modo tan particular de hacerme ver la realidad. 

—¿Tanto te cuesta aceptar que no eres quien crees?¡Eres noble, Mitchell! Meneó su cabeza, desistiendo ante mi silencio—. ¡Mierda! Me estoy desangrado por dentro... ¡te amo! ¡Y me miras como si nada...! ─lanzó con su ceño formando una V quejumbrosa. 

Pasé saliva por la garganta y vorazmente, me abalancé sobre ella. Peleando contra el cinto, jalé de él para liberarla de su presión; mis manos sostuvieron su rostro angelical, las suyas, buscaron mi espalda.

 Cómo un animal herido, encontré a mi rescatista. 

 Cobijándome en el calor de su boca verborrágica, la sentí mía. Siendo un concierto de manos torpes, jadeos inconexos y movimientos toscos e incómodos, la amé  con mi alma retorcida, con mi corazón de hojalata. La amé en silencio y también en voz alta. 

—Creo que también te amo ─largué sin pensar, enloquecido ─. Pero prométeme que me tendrás paciencia. 

 Un gemido risueño salió de su boca. 

—Lidiaremos juntos con eso, Mitchell. Te lo aseguro. 

____

Rumbo a Brentwood con mi música celta de fondo, ella miraba de reojo la perilla de volumen, conteniendo sus ansias por moverla hasta que la pregunta, no se hizo esperar: 

—¿Cómo soportas ese chirrido constante?

—Se llaman gaitas, Maya.

—Resultan muy agudas ─frunció la nariz.

—Casi tanto como tu voz cuando te enfadas conmigo ─formó una O gigante con sus labios.

—Eso fue agresivo, Mitchell ─hizo puchero─, pero supongo que tienes razón ─contra cualquier vaticinio soltó y mi risa no se hizo esperar. 

Con ternura, sujeté su mano y la llevé a mi boca.

 Le besé los nudillos sin ignorar la carretera ni el dominio del volante. 

Una leve vibración se coló en nuestra atmósfera. Era mi teléfono. 

Maya lo observó, pero lo cogió ni yo se lo permití. Olvidándonos del aparato, ella comenzó a platicar. 

—Debo comprarme otro. No me olvido que tengo uno calidad de préstamo.

—Pues lo haremos antes de ir a tu casa.

—¿Lo elegirás conmigo? ─su sonrisa fue amplia, con todos sus bellos dientes dispuestos frente a mí.

—Por supuesto. Lo sacarás a mi nombre.

—¿Y eso por qué?

—Porque sí.

—No es válido.

—Bueno...─ rolé los ojos ─.¿Por las dudas?

—Ya no hay nada que temer...¿verdad Mitchell?

—No, cariño ─ mentí. Lo cierto es que los audios incriminaban a Virkin pero el hecho de que declarase en contra de su amigo, era algo difícil de obtener.

— ¿Cuándo podré ir a la morgue? ─ se miró las uñas, esquivando demostrarme que estaba al borde del llanto.

—Está todo listo para que pases. Lamentablemente hay mucho papelería que firmar, pero el departamento forense ha expedido su dictamen. Las pericias han sido entregadas a la justicia ─ inspiró profundo y exhaló acongojada.

 Le di su espacio y tiempo para procesar las cosas. En menos de un año estaría visitando la morgue para retirar los cadáveres de las personas más importantes de su mundo. 

—¿Qué estás haciendo? ─girando su cabeza, preguntó.

— Iremos hasta Nashville, ¿no lo has leído niña experta en carteles? ─ me mofé de sus habilidades, quitando dramatismo al diálogo anterior.

—Pero yo vivo en Brentwood. ¿Lo olvidaste? ─batió sus pestañas.

—¿Cómo hacerlo! El acarreo de tu Chrysler me ha costado una fortuna. 

Maya me sacó su lengua, infantil. 

Continuando por la 24, no ingresé a su ciudad, sino que seguí de largo hasta la mía. Estaba dispuesto a enseñarle una pequeña muestra de fe de mi parte, desafiándome, incluso, a mí mismo. 

—¿Me está secuestrando agente Mitchell?

—Solamente por un rato.

—Bueno...entonces acepto su rapto por un rato ─jugando con las palabras, Maya era un cascabel. 

 Caminando de la mano con ella por Church St. el sol se ponía tras de nosotros; Maya continuaba a mi lado. Lejos de huir, sin señalarme con el dedo acusador como lo haría todo mi entorno, se permitía dudar y darme una nueva oportunidad. 

—Ese es bonito ─apuntando el vidrio desde fuera, me enseñó un móvil de línea tradicional, nada fuera de lugar y discreto.

—Pues vamos a comprarlo ─para cuando abrí, ella apoyó su palma en mi pecho, deteniéndome con pasividad.

—Mitchell, no tengo mucho más dinero.

—¿Y qué con eso?

—¡No lo robaré! ─miró a sus laterales.

—Ni yo... ¡Deja ya de pensar en el dinero! Asintió y entró tras de mí. 

Cómo una niña con juguete nuevo, aceptó las explicaciones del joven regordete con respecto al aparato. Le enseñaba los botones, su sistema operativo y las funciones diametralmente opuestas que tenía en relación su viejo artefacto. 

—Cariño, debo atender una llamada ─dije al sentir la vibración de mi móvil en mi bolsillo. Ella asintió sin dudar ─. Volveré al momento de la paga ─guiñé mi ojo, conformando sus ansias. 

Una vez fuera, perdiéndome en el sonido del tráfico, tomé asiento en una banca de madera bajo un árbol cercano a la tienda de telefonía.

 —Bryan.

—¡Mitch! Mira que te he buscado en las noticias pero no hay ni una sola imagen tuya.

—Esa era la idea ¿no? Se me arruinaría todo el negocio, ¿no lo crees? ─me mofé antes de ir a lo concreto del llamado.

—Ciento por ciento ─suspiró ─.Pues bien, no te he llamado para que decirte que los paparazis no te quieren, sino para confirmarte que a Zuloa se ha volado los sesos en su celda.

—¡¿Qué?! ─plegué cada músculo de mi cara ─.¡¿Pero cómo es posible?! ─manteniendo la compostura, espeté sin comprender.

—Fiel a su estilo de escritor frustrado, dejó una carta. 

 —¿Y qué dice? ─presioné mi mandíbula. 

—Que "para vivir encerrado, prefiero no vivir."

—Muy poético...─ y un retroceso enorme. 

 —Muy estúpido, por cierto. Lo peor, es que no hemos podido sonsacarle ni una palabra. Para cuando llegó su abogado, estaba todo hecho. O deshecho...─ironizó tan disgustado como yo.

—¡Mierda! 

—í...una real y absurda mierda. 

—¿Entonces?¿Eso es todo? ─parpadeé. ¿Todo se resumiría a un suicidio y un puñado de silencios?

—No, amigo.Las muestras de ADN lo han declarado como uno de los dos violadores de la hermana de la chica que cuidas. Zuloa efectivamente estuvo en la escena del crimen de Elizabeth Neummen. En las próximas horas, podremos saber si también tuvo algo que ver con la muerte de su madre, Felicity.

Entreabriendo la boca, quedé mudo. Era acaso lo mejor que podría haber escuchado en años. Hacia el final del túnel, parecía vislumbrarse la luz.

 —¡Esa es una muy buen noticia!

—¿Has visto que no sólo soy el mensajero de la guerra? ─bromeó  como siempre lo hacía en estas situaciones de crisis. Agradecí que me conociera lo suficiente ─.Lo de Virkin nos llevará más tiempo. El miércoles, quizás a primera hora, tengamos más certezas.

—Está bien, sé que las cosas a veces resultan ser más tediosas de lo que quisiéramos.

—Pues sí...y ahora, déjame hacerte una pregunta.

—No sé si quiera responderla ─resoplé. Imaginé el camino por donde venía.

—Eso es otra cosa.

—¡Hazla y ya!

—¿Te has involucrado en serio con esa chica?

—¿Hablas de Maya? 

—¿Y de quién si no? 

Suspiré y sonreí como un adolescente, rascándome la nuca y mirando al tráfico circundante. El sol se estaba poniendo, aunque con Maya cerca, siempre transitaría por la calidez del amanecer.

 —Sí, amigo...ella es...¡un ángel! ─  era poca palabra para describirla.

—Sabe que tú...─deslizó sin completar la frase.

—No sabe todo. Pero sí lo más importante.

—Entonces te has sacado la lotería... ¡Por fin, Mitch!

—Aun no me lo creo ─reconocí con sus verdades golpeando en mi pecho y mirando hacia dentro de la tienda, Maya agitaba los brazos; el momento de abonar había llegado ─.Ahora, debo colgar Bryan, envíame los reportes y seguimos al habla. ¿Correcto?

—Ve y disfruta de tu chica. Seguiré acumulando cervezas a mi favor.


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