CAPÍTULO 3 - Los Wellyntong

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—¿Esos son brownies los que huelo? —pregunté recién levantada y entrando en la cocina.

Rachel había puesto una gran bandeja llena de estos, calientes y apetitosos sobre el fregadero.

—Sí, me levanté temprano, así que tuve ganas de cocinar —dijo con sonrisa—. Lo hice de la receta de mamá —añadió poniendo uno sobre un plato y dándomelo. Me extrañó que cocinara recetas de mi madre, tal vez lo había hecho por la discusión de ayer, ella sabía que amaba esos brownies, así que supongo que quiso hacerme algo que me recordara a tiempos felices.

Tomé el plato con una media sonrisa nostálgica y le di un gran mordisco, el delicioso sabor a chocolate invadió mi boca deleitándome.

—Iguales a los de ella —murmuré y sus ojos se iluminaron.

—¿De verdad? —inquirió esperanzada y asentí.

—Fantásticos —afirmé y era cierto. Rachel hizo una sonrisa triunfante.

—Eso era lo que quería —susurró y sonreí, lo sabía...

—Iré a darme una ducha para irme —avisé antes de tomar dos en cada mano y salir disparada hacia el baño.

Los brownies habían hecho que comenzara tranquila el día, pero ahora bajo la regadera y con el agua caliente cayendo sobre mi espalda hizo que la preocupación regresara. Preocupación de que Radrick le hiciera algo a Honor o a Rachel si no buscaba su estúpida piedra. Pensé en preguntarle a mi hermana pero eso levantaría sospechas y no quería volver a discutir con ella.
Puse las manos sobre la fría pared y apoyé la frente en la misma. A partir de hoy iría armada con estacas, no sabía cuando se podrían necesitar, de hecho lo que necesitaba urgentemente era un plan y uno ingenioso si quería derrotar a Radrick, no sin antes de que me dijera quien era realmente el asesino de mis padres. Haría pagar a ese maldito, e iba a hacer que me recordara por siempre, porque cuando lo encontrara convertiría su existencia en algo mucho más miserable al igual que lo había hecho conmigo cuando tenía once años. A Radrick también lo haría pagar.
Sonreí imaginándomelo de rodillas y pidiéndome clemencia.

—¡Scarlette, apresúrate si no quieres llegar tarde! —el grito de mi hermana me trajo de vuelta y salí rápidamente del baño.

Me puse unos vaqueros, una blusa de manga larga y unas botas, en las que metí una daga en cada una, pero había decidido no llevarme la estaca, no creía que Radrick atacara hoy... o eso esperaba.

Bajé saltando de dos en dos los escalones y llegué a la sala en donde Rachel estaba guardando la portátil en su estuche.
Ella había entrado a trabajar de secretaria en una empresa después de la muerte de nuestros padres.
Iba vestida formalmente, nos parecíamos un poco, solo que su cabello era lacio y sus ojos eran cafés.

—¿Te llevarás el Mustang? —preguntó y asentí. Habíamos cambiado el Jeep de papá, consiguiendo un Mustang seminuevo y un Volvo, añadiendo una gran suma de dinero que El círculo nos dio como compensación después de esa fatídica noche.

Ambos coches negros, porque era más discreto salir de noche con ellos.

—Te veré al rato —me despedí tomando las llaves del auto.

—Espera —me detuvo y volví la cabeza—. ¿Dónde está tu onuxor? —interrogó examinándome y me mordí el labio. ¡Carajo...!

—En mi bolso, me lo pondré luego —mentí y salí con rapidez antes de que me preguntara otra vez. Había estado cerca.

Conduje con rapidez, ya iba tarde.

Saludé a Honor que me esperaba en la entrada de la escuela. Es algo que siempre habíamos hecho, esperarnos la una a la otra, además teníamos la primera clase juntas.

—Pareces gótica —observó viendo mi vestimenta y le di una media sonrisa.

—Sabes que así visto yo, además no siempre uso el negro.

—Te queda con tu papel de sexy ruda —bromeó y le alcé una ceja.

—¿Sexy ruda? —repetí mientras abría la puerta y entraba—. Estás fumada.

—Mucho. —Rió y le rodé los ojos—, tal vez si te pusieras un poco de rosa... —opinó

—Sabes que lo odio, es como el vómito de peppa pig —murmuré y sonrió.

—Pero que tonta comparación. Y detestas a todos los colores.

—Solo el rosa —corregí al tiempo que caminábamos por el pasillo atestado de estudiantes.

—Ya sé que darte para tu cumpleaños —anunció con una sonrisa maliciosa y bufé al recordar que sería en una semana.

—Déjame adivinar... —solté fingiendo cara pensativa—, tal vez una, ¿tanga rosada?

—Mierda —susurró en voz baja, había adivinado. Le di una sonrisa triunfal antes de llegar al aula y nos fuimos a nuestra mesa.

—¿Cómo te fue con Rachel anoche? —Acomodó sus libros frente a ella dejando el tema de tangas rosadas en el olvido.

—Me dio una reprimenda, pero no hubo castigo —conté y sonrió aliviada. Honor era atractiva aunque mucho más baja que yo,  pelirroja y de ojos verdes.

—Que bien, porque tenía planeado que tú y yo saliéramos a divertirnos este fin de semana a Clarividence. He oído que es la mejor discoteca que hay en estos días. Aunque acaban de golpear a un hombre, debemos tener cuidado con la gente que hablemos, deben ser psicópatas… —contó inquietada. Apreté los labios tratando de contener una sonrisa y una mueca al mismo tiempo. Que ironía…

—No me gustan esos lugares —interrumpí, en parte era verdad.

—Aguafiestas —se quejó haciendo un puchero.

—Ya sabes que los evito... —la recordé haciendo que resoplara.

—¡Chicas! Les traigo la bomba del día —nos dijo con entusiasmo Amanda Hross, la copia perfecta de Gossip girl, ya que tenía siempre su celular listo para textear cualquier chisme que surgiera. Nos estaba mirando con una sonrisa; Honor y yo intercambiamos miradas dudosas—. Entraron unos chicos nuevos y… —comenzó a relatar y me irritó.

—Siempre entran chicos nuevos —interrumpí e hizo un bufido de desesperación.

—Pero no como estos —insistió y puse los ojos en blanco.

—¿Qué diferencia tienen? —preguntó Honor y Amanda volvió a sonreír. Típico de ella, siempre tenía que ser amable con todos.

—Bueno, lo que sé es que vienen de Londres, son tres, son hermanos y se apellidan Wellyntong, uno tiene diecinueve, otro dieciocho y el más chico diecisiete —contestó y Honor entonces sí se interesó.

—¿Cómo se llaman?

—Gregory, Balthazar y Dwight, y déjenme decirles que son los chicos más ardientes que he visto en mi vida —aseguró con una mirada soñadora, pero yo fruncí el ceño. <Que raros nombres y poco comunes tenían>

—Que nombres tan extraños y anticuados —murmuré y ambas me miraron.

—Eso los hace más sexys —opinó Amanda

—¿Y todo eso lo supiste en... —Miré el reloj—, media hora?

—Las buenas noticias corren rápido.

—Querrás decir los buenos chismes —corregí—. Y por favor la próxima vez que vengas, trae algo para limpiar por que has mojado las bragas hasta el piso —agregué y Amanda se fue molesta e indignada.

—Que mala.

—Si va a traer un chisme que sea algo bueno, como la vez que el de historia y la biblotecaria se enrollaron en la dirección y los corrieron. Eso sí fue épico, no unos chavales de los cuales me interesan menos que las tareas escolares.

—Quisiera verlos —musitó  Honor y resoplé fastidiada,

—Sí, que novedad —dije con sarcasmo y me dio una mueca.

En eso entró el señor Zuckerman, profesor de trigonometría, la materia que yo odiaba.
Empecé a gemir en mi cabeza antes de que hablara siquiera, pero me callé al ver a un chico verdaderamente atractivo entrar detrás de él.

Alto y un poco delgaducho, su cabello era castaño dorado y un poco rizado, unos mechones caían en su frente, sus facciones eran finas, piel muy blanca y ojos negros. Llevaba una chaqueta gris de lino con una bufanda roja alrededor de su cuello, vaqueros negros y botas del mismo color.

—Creo que ya estoy viendo a uno —murmuró Honor con la voz embobada—. Es el que se llama Dwight ¿no? —preguntó y asentí, era obvio ya que estaba en mi clase y era el menor de los tres.

Dwight Wellyntong le entregó un documento al señor Zuckerman, este lo firmó y señaló la única mesa vacía que estaba detrás de nosotros.

La mayoría de las chicas lanzaron una risita cuando él pasó a su lado y no pude dejar de seguirle con la mirada.

—Esta es la primera vez que te veo interés por el sexo masculino —comentó Honor con una mirada significativa.
No era eso por lo que no podía dejar de mirarlo, bueno de hecho sí, era atractivo, pero ser así no era normal, nunca había visto a un humano con esas características, solo en las ocasiones en las que iba a cazar, y esos no eran humanos.

No estaba diciendo que Dwight fuera un vampiro, porque… ¿Qué haría un vampiro en una escuela llena de adolescentes inmaduros?

Se me hacia extraña su apariencia, sus padres de verdad tenían excelentes genes.
En momentos como este lamentaba no tener conmigo mi onuxor y aunque no fuera nada malo, tenía de verdad curiosidad, pero no estaba interesada en él tampoco.

—Lo veo porque tiene cara de estreñido —protesté—. Pobre, debería ir a enfermería —agregué sin dejar de mirarlo y pude atisbar una pequeña sonrisa en sus labios.

Cuando Dwight tomó su lugar la clase comenzó, no podía decir que siempre ponía atención, de hecho en vez de hacer apuntes, mi mano comenzó a dibujar el rostro de Radrick, era un gran dibujante, siempre me lo habían dicho.

—Señorita Bloodwod —me llamó el señor Zuckerman, la verdad nos odiábamos mutuamente—, ¿por fin está poniendo empeño en la clase? —preguntó y le lancé una sonrisa descarada mientras me recargaba plácidamente en la silla, lo que él quería era humillarme, pero nunca lo había logrado.

—Jamás había puesto más empeño señor Zuckerman.

—Entonces no le molestará contestarme éste problema. —Señaló la pizarra.

—De hecho, preferiría no empañar su sabiduría con mis torpes garabatos —me excusé con un poco de sarcasmo en la voz y unas risitas se escucharon por toda la clase. Él me frunció el ceño molesto.

—No lo hará, confío en usted —dijo tendiéndome el gis, pero yo ni me moví.

—No merezco ese privilegio —comenté y Honor estaba aguantando una risa, el profesor estaba a punto de caminar hacia a mí, pero la campana sonó salvándonos a ambos.

Yo comencé a guardar las cosas pero el cuaderno cayó al piso. Estaba a punto de recogerlo cuando una mano blanca me lo ofreció.

—Esto es tuyo —anunció Dwight con voz profunda.

—Que observador —murmuré y me dedicó una gran sonrisa, pero luego frunció el ceño cuando miró hacia mi dibujo.

—¿Dibujas?

—No, mi mano lo hace —respondí con obviedad.

—¿Quién es? —preguntó señalándolo y lo guardé ignorándolo.

—Nadie, ¿no te han dicho que husmear cosas ajenas está mal? —espeté y alzó las cejas.

—¿Y a ti no te han enseñado ser amable con los demás?

—Tal vez, pero no se me da la gana —solté antes de dar media vuelta e irme sin darle las gracias.

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