XVII

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

¡Por Dios! ¿Podría estar más ansiosa? La televisión sigue encendida pero yo estoy parada junto a la ventana esperando ver a Max en su patineta.

Cuando lo veo aparecer, corro hasta el sofá dónde dejé el libro y me siento.

— Pero qué idiota — me regaño — ¿Quién va a abrir la puerta, Charlie?

Espero a que Max toque y respiro hondo mientras camino. Intenta peinar su cabello con sus dedos cuando abro la puerta.

— Hola.

— Ya estoy aquí — sonríe.

Me sonrojo, así que no puedo hablar sin balbucear. Le hago una seña con la cabeza para que entre y se siente en el sillón.

Max toma el libro y me siento junto a él. A pesar de que estoy nerviosa, me recargo en su hombro y apoyo la mano sobre su brazo para sentirlo.

— Me gustó mucho el dibujo — me sonrojo de nuevo — gracias.

— Que bien, mañana te haré otro.

— Eso me gustaría.

Levanto la cabeza para verlo y apoyo la barbilla sobre su hombro. Cuando él se gira para mirarme, su nariz y la mía casi rozan, ¿va a besarme?

Max sonríe y yo cierro los ojos, esperando mi beso. El cabello cobrizo le cae sobre los ojos, haciéndome cosquillas cuando se acerca más. Espero sentir el contacto de sus labios pero el ruido de la puerta nos sobresaltan.

— ¿Charlie? — grita mamá.

¡Agh! Estaba tan concentrada en Max que no escuché su auto, ni sus tacones en la entrada, ni la agitación de sus llaves.

— ¡Mamá! — me quejo.

— ¡¿Qué?! — me grita — Oh Maxi, lo siento, no sabía que estabas aquí.

— Que no es Maxi, señora necia — ruedo los ojos — se llama Max.

— Bueno, ya... — me hace una mueca — ¿te quedas a cenar, MAX?

Max sonríe antes de mirarme, se levanta del sofá y voltea hacia mi madre.

— Gracias, pero tengo que irme, tengo tarea que hacer.

Lo miro confundida mientras él le sonríe a mi mamá, que suspira. En silencio lo sigo hasta la puerta, haciendo un puchero.

— ¿Te veo mañana?

— Si, claro — encojo los hombros.

Decepcionada por no obtener mi beso, me despido agitando un poco la mano y me vuelvo hacia mi madre.

— ¡Muchas gracias, Selene! De verdad, ¡gracias!

Ella balbucea algo desde la cocina, pero yo ya estoy subiendo a mi habitación golpeando los escalones con los pies.

Al día siguiente, mientras camino con Diana entre clases, me pregunto por qué nunca me he topado con Max en los pasillos. Aunque se me ocurre una razón.

Di y yo siempre estamos sentadas afuera del laboratorio de química en las clases libres y supongo que Max va a la cancha con su patineta.

— Entonces — dice mi amiga mientras salimos — Se supone que este fin es el aniversario de sus padres y tendrán una fiesta.

— Ajá — digo distraída buscando a cierto chico.

— Y voy a ir, Nate aún no me lo pide, pero sé que lo hará.

— Ajá.

— Y voy a venderte como esclava a alguna familia de ricos para comprarme un vestido.

— Ajá.

— ¡Charlie! — me grita.

— ¿Qué? — volteo para verla.

— ¡No me estás escuchando!

— Lo siento — chillo — ¡estoy en una nueva misión!

— Ay Charlie, ¿ahora qué?

— Voy a besar a Max.

— ¿Ok... ey...? — arquea una ceja — luces muy emocionada.

— ¿Tú ya besaste a Nate?

— No — se sonroja.

— Pues entonces tienes una misión — apoyo mis manos en sus hombros para darle dramatismo al asunto.

— Creo que allá va tu oportunidad - levanta el brazo y señala.

Giro para ver a Max parado junto a la puerta, con una gran sonrisa. Un chillido se me escapa antes de salir corriendo hacia él.

— ¡Como una dama! — me grita Diana y me detengo.

Recompongo la postura y me acomodo el cabello mientras continuo dando pasos que más bien parecen saltitos. Me detengo a su lado.

— Hola.

— Hey. ¿Te acompaño a tu casa?

— Si.

Me acerco a él, pero mi pie se va de lado cuando lo apoyo sobre la patineta y grito.

— ¡Cuidado! — estira sus brazos para sujetarme.

— ¡Estoy bien! ¡Estoy bien! — río nerviosa.

— ¿Te has subido a una antes? — sonríe.

— ¿A una patineta? Dios, ¡no! Las damas no hacemos eso — Max se ríe.

— ¡Vamos! No es tan difícil, con algo de práctica serías una experta.

— No quiero acabar en urgencias con la ceja partida — él deja de reír.

— Inténtalo, yo te cuido.

Lo miro fijamente esperando que se ría o que diga que está bromeando, pero no lo hace. En su lugar, sujeta mis manos y detiene las ruedas de la patineta con el pie.

— Sube, te sostengo.

Lo pienso un poco antes de subir a la patineta y abrazarme a él. Pasa su brazo por mi cintura y me desliza por la acera mientras camina.

— Esto es divertido.

— Te lo dije — se ríe — y espera a que lo hagas tú sola.

— ¿Crees que pueda hacerlo?

— Claro que sí, y luego andaremos los dos en patineta.

— Entonces enséñame a hacerlo.

— ¿Ahora? — dice sorprendido.

— Si, ¿por qué no?

Sigue llevándome sobre la patineta por la calle mientras las personas que nos observan ríen divertidas. Max nos lleva hasta un parque cerca de mi casa.

— Paso uno, mantener el equilibrio.

Asiento como si me hubiera dado una orden y dejo caer mi mochila para subirme a la patineta. Después de unos minutos, he dominado el antiguo arte de mantener el equilibrio sobre la tabla de madera.

— ¡Mira! — le grito — ¿Impresionado?

— Si, pero ten cuidado — se acerca — no hagas movimientos bruscos.

— ¿Bruscos? — cambio el peso de un pie al otro.

El entusiasmo hace que apoye con fuerza un lado más que el otro, lanzándome al piso sobre mi trasero.

— ¿Estás bien? — grita mientras corre hacia mi.

— Creo que ha sido más el susto que el golpe — le sonrío.

— Creo que deberíamos parar.

— No, quiero hacerlo de nuevo.

— Puedes practicar otro día — dice pero ya estoy de nuevo en la patineta — Charlie...

— Una vez más — digo entusiasmada.

Sin despegar los pies de la madera, intento impulsarme para avanzar un poco. Lo hago unas tres veces más, hasta que me decido a hacerlo de nuevo con más fuerza.

Me tambaleo sobre la patineta antes de ganar impulso hacia delante... Y caer de rodillas.

— ¡Ay! ¡ay! ¡ay! — chillo mientras Max corre hacia mi.

— Rayos — gruñe bajito — ¿Estás bien?

— Me duelen las rodillas.

Levanto un poco la falda de mi uniforme para ver mis rodillas raspadas, rojas y con algo de sangre.

— Ven, te llevaré a casa.

Max toma la patineta y la engancha en una correa de su mochila. Toma la mía y la cuelga sobre su otro hombro mientras me pongo de pie. Pero los raspones me duelen y me arden.

— ¿Qué haces?

Se sonroja un poco antes de agacharse frente a mi y levantarme en sus brazos. Mi príncipe.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro