CAPÍTULO 12: EL REENCUENTRO CON ELLA

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Había venido al parque frente a la casa de Amanda para verla marchar por última vez hacia la escuela y asegurarme de que estuviera a salvo, aunque claro, también necesitaba despejarme un poco del engañoso bosque. Había decidido marcharme a Londres lo antes posible para alejarme de la Serpiente y de este endemoniado lugar que incitaba a mi pasado. Estaba consciente de que dejaría sola a la niña, pero sin mí, no correría peligro alguno de que la mujer la matara. Me dolería demasiado despedirme de Amanda, no obstante, tenía que hacerlo, por el bien de ambas.

Me senté en una banca, donde los arbustos y árboles me taparon de la mirada de la chiquilla, no quería que se percatara de mi presencia. Le daría el anuncio de mi partida cuando regresara de la escuela, antes no deseaba mortificarla. Observé cuando se fue, dándole la espalda a su madrastra, que la regañaba de no sé qué cosa. La señora salió tras ella y la carita de mi amiga representó total irritación.

Me quedé lo que restó de la mañana deambulando por el lugar sin quitar la mirada de la acera por la que había visto a Edwin. Albergaba esperanzas de que regresara por estos rumbos y nos reencontráramos, esta vez no le descuidaría el rastro; sin embargo, jamás volvió.

Por el movimiento de la ciudad, determiné que ya era hora de que los niños salieran de la escuela, así que decidí encaminarme para recoger a Amanda del colegio; este se hallaba en la dirección por la que había huido Edwin. Al estar en la zona donde le perdí los pasos, alcé mi vista a cada uno de los puntos cardinales con expresión crédula, esperando a que mi amigo apareciera por aquí. Suspiré, evitando que la melancolía me invadiera, y moví la cabeza para concentrarme en mi objetivo, que era ir por Amanda al instituto. Mientras recorría las calles, observaba a toda la gente que pasaba junto a mí. Algo me decía que Edwin estaba por aquí. Llegué justo a tiempo a la escuela de mi amiga, ya que ella justo iba saliendo.

—¡Hola! —saludé con el mayor júbilo que pude.

—Hola... —dijo ella, viéndome con reserva— ¿Te has dado cuenta de cómo luces este día?

—¿A qué te refieres? —pregunté, frunciendo el ceño.

—Tienes ojeras muy notables. Aparte, parece que tu piel ha perdido todo su color —respondió, analizándome.

¿En serio me veía tan mal? No creí que mi falta de sueño y alimentación me dañara de una manera tan extrema como la que describió Amanda. Ahí tenía otra razón para regresar a Londres; ya era definitivo. No se habló más del asunto.

Luego comenzamos a caminar a la casa de la chiquilla mientras ella me contaba qué había hecho en la escuela. Le puse toda la atención que pude, ya que mi cabeza seguía buscando a Edwin entre las personas. Cuando llegamos a su hogar, su madrastra se encontraba cerrando la puerta para irse. Su mirada fue de total estupefacción.

—Olive, ella es Emily Anderson —dijo la niña.

Jamás había presenciado a Olive personalmente hasta ahora. De verdad que era guapa la mujer: castaña, esbelta y de piel hermosa.

—Buenas tardes, señora Breslow —traté de parecer educada.

—¡Buenas tardes! —exclamó ella— ¡Amanda la admira mucho!

—Sí...

—¡Ya sé!, ¿por qué no se queda a cuidarla mientras yo salgo por un rato? —comentó Olive, interrumpiéndome.

—Por supuesto —respondí rápidamente, percatándome de que me había tratado como niñera, pero poco me importó.

Esa tal Olive me recordaba tanto a Miranda, que tuve que controlarme para no rodar los ojos. La mujer se despidió insignificantemente de la niña y se alejó con sus tacones andantes por la acera. 

—Si su manera amable no te gustó, imagínate conocer su lado oscuro —pronunció Amanda mientras observábamos a su madrastra desaparecer entre la gente. 

Hice una mueca. Mi amiga abrió la puerta y me dejó ingresar a su casa. Del lado derecho estaba el comedor, y del otro, la cocina; más al fondo, la sala y las escaleras para ingresar al piso de arriba. Era muy bonita, no me pude imaginar lo que tenía que pasar la chiquilla para no querer estar en este lugar tan acogedor.

La niña colocó su mochila junto a la puerta y me ofreció tomar asiento en la sala mientras ella iba por dos vasos con agua. Después de un momento, regresó y se sentó junto a mí, poniendo los recipientes con líquido sobre la mesa.

No sabía cómo explicarle que me iría. No tenía intenciones de herirla, pero ya no podía estar en ese bosque infernal ni por un día más. Intentaría darle la noticia con suma delicadeza, empezaría por contarle mi pesadilla.

—Amanda..., he soñado algo verdaderamente extraño —dije en medio del silencio.

—¡Yo también!, qué coincidencia, ¿no? Pero te toca a ti primero contar tu sueño.

¿Qué? Si habíamos tenido la misma pesadilla, sí me asustaría y no pondría ni una pizca de esfuerzo por ocultarlo. Es que todo esto era tan raro, que ya no sabía si me hallaba soñando o estaba despierta.

—No es un sueño en sí, fue una pesadilla. Primero me encontraba en una fiesta con mis excompañeros de la escuela; empezaban a espetarme que era un monstruo y una asesina. No sabía a quién había matado, hasta que se hizo presente una lista con nombres y fotografías de las víctimas. Al final, mi amigo, Edwin, apareció. La mujer serpiente trató de asfixiarme y después terminé nadando en un lago de sangre.

Contar lo ocurrido me provocó unos escalofríos tan terribles, que mis piernas se inmovilizaron. Esa pesadilla había sido la más terrorífica que había tenido en toda mi vida, y con los sucesos anteriores, sentía que iba a ahogarme por tanto estrés.

—¿Quiénes eran las víctimas? —preguntó la niña, interesada.

—Mi madre, tú y mi novio —respondí, evitando que se me rompiera la voz.

—Emily, es normal que sueñes eso. La mujer nos está vigilando y temes perdernos a él y a mí. Es natural que tu inconsciente refleje que estás asustada. 

Tal vez tenía razón... Geneviève...  

—Hay alguien más, Amanda.

—¿Qué?

—Había otra víctima aparte de las que te mencioné —afirmé, mirando a un punto nulo de la habitación.

—¿Quién? —preguntó, ansiosa.

—Geneviève Abdelbari.

Ella no dijo nada más. No obstante, su rostro se llenó de total estupefacción, y al mismo tiempo, se encogió porque le dio miedo.

—¿Qué pasa? No temas, Amanda, Geneviève fue fabricada por mi mente.

—No, Emily, te equivocas... —me aseguró con la voz cortante. Sus ojos estaban cristalizados—. Geneviève Abdelbari sí existe.

—¿Qué? —dije con agresión, deseando no escuchar lo que venía.

—Geneviève Abdelbari respira, camina y vive como nosotras. Salió su historia hace un mes en el periódico.

El mundo se me cayó a los pies. ¿Geneviève Abdelbari era real? ¿Por qué soñé con ella? En mi vida creí que pudiera cruzar palabra con aquella chica. Me atemoricé demasiado, mi cabeza perdía los estribos.

—¿Qué decía el periódico de esa adolescente? —pregunté con la intriga danzando por mi ser.

 Quería saber quién era esa misteriosa joven y lo quería saber ahora. Tal vez sólo escuché su nombre por ahí y lo guardé inconscientemente... Sí, probablemente era eso. Mi Geneviève Abdelbari no es la misma Geneviève Abdelbari del periódico, una y otra vez me repetía esas palabras para creérmelo.

—Aguarda —me pidió Amanda.

Se dirigió al comedor, donde había un montón de diarios. La observé sacar una simple hoja. Luego la trajo hasta mí. Sujeté el papel con agresión por el nerviosismo, casi lo rompo. Mis manos empaparon el pliego de sudor. Leí el encabezado. 


TRAGEDIA FAMILIAR


—El señor Abdelbari es uno de los cardiólogos más prestigiosos del país. En una conferencia de prensa, su hija, Geneviève, sufrió un fuerte ataque psicótico; creando un escándalo en los medios. Después de aquel incidente, los conocidos no declararon nada sobre el estado de salud de la chica. Sin embargo, los expertos dicen que, seguramente, desde hace tiempo sufría algún padecimiento mental que nunca había sido tratado. En fin, lo último que se supo es que su familia la internó en un hospital psiquiátrico en París —me explicó Amanda mientras yo revisaba la nota, que relataba lo mismo con palabras más rebuscadas.

Me dieron ganas de vomitar por mi histerismo, aún no entendía qué tenía que ver esta chica con mi sueño.

—Es ella —la niña señaló una imagen en el periódico—. ¿La reconoces?

La sangre se me heló y tuve un asqueroso vértigo. La adolescente no sólo compartía nombre con la joven de mi pesadilla, sino que eran idénticas. ¿Cómo era posible? Estaba harta: Viendo, soñando y escuchando cosas que jamás podían ser coincidencia. Si esto era una enfermedad, deseaba curarla en este instante. Ya no resistía más.

—¿Y si cambiamos de tema? —dije inmediatamente con voz temblorosa— Dime, ¿tú qué soñaste?

Amanda se dio cuenta de que la respuesta a su pregunta era afirmativa. Ella también sabía que la frustración y el pánico me comían las entrañas, así que decidió seguirme la idea. Supuso que me distraería un poco de los problemas verdaderos.

—Estábamos tú y yo en el bosque cuando escuchamos un disparo. Inmediatamente, todo para mí se convirtió en negrura absoluta. Después me hallaba en mi cuarto, pero cuando me miraba al espejo, no me veía a mí, sino a ti: Tú eras mi reflejo. Lo que pasó posteriormente no lo recuerdo muy bien, sólo tengo unas pocas imágenes borrosas en mi memoria.

—¿Cuáles son? —pregunté para continuar la conversación. 

—Yo cantando El Hombre Armado y agua... ¿Crees que signifique algo? 

Ella no estaba asustada con su sueño, más bien, parecía que le fascinaba.

—No lo sé, aunque no creo que sea grave —respondí con voz apresurada y fingiendo una sonrisa.

—Ni yo.

Tenía que irme de aquí ahora. No podía estar ni un momento más en esta ciudad de problemas y misterios. Me encontraba fatigada, temía por la vida de mis seres queridos y sólo deseaba paz. Dolería, pero tenía que marcharme esta noche. No le podía decir a Amanda; no hallaba las palabras para explicarle y ya no había tiempo para sentimentalismos. Debía actuar ahora o terminaría como Geneviève, convirtiéndome en una loca.

—Amanda, tengo que irme, se hace tarde y todavía tengo que atravesar la carretera.

—¿Nos vemos mañana? —preguntó tiernamente.

Mañana ya estaría en París, esperando abordar un avión, y habría dejado la casa de mis pesadillas muy atrás. Me sentí mal conmigo misma; Amanda me consideró su compañera leal y ahora estaba a punto de abandonarla, y ella ni siquiera lo sabía. Tal vez regresaría en algunos años, podría buscarla... Quise llorar, extrañaría mucho a esta niña.

—Claro —mentí.

No pude más y me acerqué a abrazar su pequeño cuerpo; la chiquilla me respondió el abrazo. Después no hubo más palabras. Amanda sólo movió su mano en signo de despedida cuando salí de su hogar y crucé la acera en dirección al oscuro parque. Mi amiga cerró el umbral y así pude recorrer tranquila el lugar, hasta que una terrible ventisca pasó congelándome el cuerpo.

Noté lo que estaba sucediendo. En el sitio no había ni una sola alma, las tinieblas inundaban todo. No había escapatoria, y si existía alguna, no la pude ver. Seguí caminando derecho, fingiendo indiferencia. En mis adentros rogaba que mi cuerpo no se paralizara, tenía que salir de este tenebroso sitio.

Emily... Emily..., comenzó a rondar por mi cabeza una voz ronca y espeluznante. Aceleré la caminata. Sólo se escuchaba mi andar y mi fallida respiración, entonces se oyeron otros pasos detrás de mí. Volteé inmediatamente, no había nadie. Unas risotadas maliciosas aparecieron. Yo soy la única que controlo si quiero que me veas o no, tonta; pero estoy aquí..., sí estoy aquí, observándote. Dirigí la mirada a todos lados, incluso vi hacia el cielo para saber de dónde provenía la voz; sin embargo, estaba inhóspito. Otra carcajada.

Mi cuerpo se convirtió en una máquina de rabia y miedo. Era la voz de la Serpiente... Quería que se apareciera ante mí para matarla a golpes. Ten cuidado con lo que deseas, Emily Anderson. Yo puedo leer todo lo que ronda por esa cabeza retorcida que tienes. ¡Quería que se largara de mis pensamientos!, ¡¿cómo había podido entrar?! Tuve pavor de moverme, así que me quedé quieta.

—¡¿Qué es lo que quieres?! ¡Déjame en paz! 

¡NO ME HABLES ASÍ! En cualquier momento puedo tomar el dominio de tu mente y causar que hagas algo aberrante, como lo de París en la casa de tu abuela cuando te autolesionaste... La última frase provocó que el miedo se esfumara, ahora me sentía con un gran coraje para enfrentarla.

Pensé que la mujer se había ido hasta que volvió a hablar. He estado vigilándote y no me gusta lo que veo. Emily, creí que eras más lista. ¿En todo este tiempo no te has dado cuenta de que tus más terroríficas pesadillas siempre se convierten en realidad? Eso no era cierto..., eso era imposible. Estaba delirando, tenía que concentrarme en mi alrededor para que ella se fuera, pero no pude, ya que una parte de mí se moría de curiosidad por saber a qué punto quería llegar. 

Vamos, piénsalo. Soñaste que conocías a las mujeres de blanco y matabas a tu novio. ¿Qué fue lo que pasó? Las mujeres de vestiduras blancas eran tu familia materna, tu padre te separó de Peter y le rompiste el corazón. Tal vez era verdad, pero sólo había sido una vez, ¡una!, eso no probaba nada. ¿Aún no me crees? ¿Qué hay de la vez que soñaste con la niña en el espejo, después de tu visita al hospital psiquiátrico? ¿No fue verdad?, ¿esa niña no es Amanda?

—¡Basta!, ¡ya mostraste el punto! ¡Lo entiendo!, ¡mis pesadillas se hacen realidad! ¡Ahora aléjate! —espeté, intentando no tartamudear por el terror.

Tienes miedo..., lo puedo sentir. No deberías temer, aún no empieza tu verdadero escarmiento. Vine aquí a advertirte: Todas tus pesadillas se convierten en realidad. Emily, lo que has soñado sobre ser una asesina es verdad; ¡tú mataste y matarás a tus seres queridos! Sé que has pensado en regresar a Londres, pero créeme, hagas lo que hagas, asesinarás a toda esa gente...

—¡Cállate!, ¡yo jamás les haría daño! ¡Vete! —chillé con los ojos cristalizados.

Sentía que los objetos a mi alrededor se encimaban, asfixiándome. ¡Lo harás! La primera vez que conviviste con la muerte en el incendio, ella supo que tú serías perfecta para la tarea; por eso te dejó crecer en paz. La muerte y tú no se han visto en dieciséis años, pero ella está a punto de retornar; se aproxima para arrebatarte todo una vez más...

Juré que mis aullidos se escucharon por toda la calle. Lloraba por la terrible melancolía. Estaba loca, estaba enferma y una mujer hecha por mi imaginación tomaría el control de mi vida. Iba a matar... Ella logró que me cortara la pierna, ¿qué impediría que asesinara a todas las personas de mi sueño...? Me ordené detenerme, estaba cayendo en su juego...; no, no la dejaría. Yo aún tenía poder sobre mis acciones y pensamientos. Quería que se fuera y eso iba a lograr.

Ya viene... Ya viene... Ya viene...

—¡LARGO! —grité, haciéndome escuchar por toda la cuadra.

De repente, ya no había nada. Su diabólica voz se fue, dejándome sola en la oscuridad. 

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