CAPÍTULO 2: EL COMIENZO DEL JUEGO

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Fuego. Silencio. La escuela. El principio. El agobio. La máscara. El olor a muerte. El renacimiento. Esperanza. Él. Mis amigos. Edwin. Nosotros. Vacío. Él. Nosotros. Dolor. Edwin. Él. Nosotros. La pérdida. La paz. Nosotros. Huida. Guerrera. Frío. La niña...


Mi corazón latió con tanta fuerza, que rompió el silencio. Abrí los ojos lentamente, causando que la negrura desapareciera. Todo lo veía borroso. Escuché al aparato indicar mis ritmos cardíacos; eran tranquilos, casi muertos.

Supuse dónde me encontraba. Inhalé y exhalé para comprobar mi teoría. Todavía no lo creía posible. Agarré con fuerza las sábanas, no eran las mías. Empecé a angustiarme, ya que aún no recuperaba la vista del todo. Traté de sentarme, pero varios cables jalaron de mí, impidiendo que me moviera. Mis latidos aumentaron tan deprisa, que temí que el corazón se me fuera a salir del pecho. Sentí un nudo en la garganta sofocante, ni siquiera pude emitir un sonido para pedir ayuda.

La imagen del cuarto comenzó a tomar sentido. Estaba en el hospital, conectada a una máquina con el cuerpo dolido; me hallaba completamente sola en la habitación.

¿Qué había sucedido? ¿Por qué me encontraba aquí? Después recordé la luz brillante venir hacia mí... El accidente: Había chocado contra otro vehículo.

Mi pulso se tranquilizó y el nudo en la garganta desapareció. Por un momento, sentí una total felicidad. Pude haber muerto, pero en lugar de ello, me encontraba viva; en una cama llena de heridas en el cuerpo y cables, pero viva.

No pude pensar en otra cosa porque inmediatamente la puerta se abrió. Era Jack. Sus ojos se llenaron de euforia al verme despierta; era como si me hubiera visto renacer de las entrañas de Sarah. A mí también me alegraba verlo, no pude evitar sonreír.

—¡Oh, hija mía!, ¡te amo!, ¡te amo mucho! —dijo con emoción.

—Yo también te amo, papá —le respondí.

Se acercó a mí y me plantó un beso en la frente. Una sensación de cariño invadió mi rostro.

Después oí a unos pasos provenir del pasillo, y en menos de lo que esperé, Jennifer y Jane estaban en el umbral. La cara se les llenó de un profundo alivio y corrieron a abrazarme, haciéndome recordar cuando aún eran pequeñas. Volverlas a sentir entre mis brazos me provocó algo maravillosamente indescriptible. No sé si nuestro abrazo duró mucho tiempo, pero al percatarme, Lorraine había llegado a la habitación junto con Erick. De inmediato noté que había algo diferente en ella. Jane y Jennifer se separaron de mí, saliendo del cuarto junto con mi padre.

—Les daremos espacio para que conversen —había dicho Jennifer.

Pude ver a Lorraine con más precisión. Su rostro era el mismo, sin embargo, había algo con su cuerpo que era más voluminoso...

—¿Estás embarazada? —le pregunté sin poder evitarlo.

Ella sonrió y se dirigió a abrazarme. Al instante supe que se trataba de un sí. La persona que había sido como mi madre, ahora estaba a punto de tener a su propio hijo. Guau, de verdad que me perdí de todo.

—Sí, lo estoy —empezó a decir—. Erick y yo íbamos a dar el anuncio en la cena...

Pero claro, yo tuve que llegar a arruinarlo, pensé, Siempre pasa lo mismo: Mis estupideces destruyen todo a mi alrededor.

—¿Por qué siempre lo echo a perder? —pregunté irritada.

—No digas eso —me respondió Lorraine, incorporándose para ir adonde estaba Erick.

—No has arruinado nada, Emily —comentó su esposo.

Erick: hombre alto, robusto, de piel pálida, cabello oscuro —al igual que sus ojos—, nariz larga y boca pequeña.

Bajé la cabeza con timidez.

—Emily, no te preocupes —insistió Lorraine.

Esbocé una sonrisa fingida.

—¿Y nuestros abuelos y Victoria? —pregunté.

—Están en la casa de Jack, ansiosos por verte —me respondió.

—Pues vámonos —contesté.

Quería irme de aquel sitio. Nunca me habían gustado los hospitales, sentía que se respiraban muy malos augurios en ese lugar.

—Aún no —sentenció Lorraine—. Ya te hicieron varios estudios para comprobar que no haya heridas mayores...

—¿Y? —pregunté, rogando que estuviera sana.

El nudo en la garganta volvió a aparecer.

—Todo está en orden —me respondió con una pequeña sonrisa.

Me relajé. No podría imaginarme tener que lidiar con algún problema que el accidente hubiera desatado. Tal vez tendría que ir a terapia por unos meses, pero podría vivir con ello.

—Por último, alguien más vino a visitarte —anunció Lorraine, dirigiéndose a la puerta con Erick.

—¿Quién? —quise saber, frunciendo el ceño.

—Ya verás —concluyó, y ella y su esposo salieron de la habitación.

Sin dejarme pensar en un nombre, escuché a los pasos raudos caminar hacia mi cuarto. Llegó a la puerta y se detuvo. Todo mi cuerpo empezó a lanzar chispas. El corazón se me aceleró, las estúpidas mariposas en el estómago se manifestaron y la alegría se esparció por mi pecho. No pude evitar sonreír. Peter hizo lo mismo y se acercó a mi cama. Después acarició mi mejilla, originando que la electricidad se apoderara de mi cuerpo para prepararme; se inclinó y me besó los labios, el sabor a gloria causó que mis mejillas hormiguearan. El aparato detectó cómo se aceleró mi corazón, haciendo que sonara por todas partes. Peter se separó de mí y tomó mi mano para colocarla sobre su pecho. Sus ritmos cardíacos iban hasta más rápidos que los míos: sorprendente.

—Pensé que volverías en una semana —comenté.

—Tenía que venir a verte.

Lo observé con ternura, él me dedicó la misma mirada.

—Salgamos de aquí —susurré con anhelo.

—Aún no —murmuró también, alejándose de mí—. Tres personas más quieren verte —concluyó, elevando el tono.

¿Tres personas más?, ¿quiénes eran? Traté de pensar en la respuesta, pero ningún nombre se me vino a la cabeza.

—¿Quiénes...? —pregunté con el ceño fruncido.

Peter sólo sonrió y salió del cuarto, dejando vacío el pasillo.

Empecé a ponerme nerviosa. ¿Quién diablos había venido a visitarme?, ¿qué querían de mí? Escuché voces en el corredor, discutiendo. La única que pude reconocer totalmente fue la de mi novio, ya que las demás se me hicieron vagamente familiares. Las palabras se callaron y una serie de pasos se dirigieron a mi recámara. Cada zancada que escuchaba, hacía que se me erizara más la piel. Peter llegó a la habitación, los que deseaban verme se encontraban detrás de la pared.

—Aquí están —me dijo él, y las tres personas salieron de su escondite, entrando al dormitorio.

La boca se me abrió en signo de total estupefacción, mis ojos casi se salen de sus órbitas y sentí que mi corazón dio un estallido. Era una locura. Las tres personas que querían verme eran dos mujeres y un hombre. Una de las jóvenes tenía el cabello rubio apagado; ojos casi grises; y la piel, entre pálida y amarillenta. La otra chica era pelirroja con un cabello sedoso y lacio; ojos azules rey e inquietantes; su piel era pálida, se parecía a la misma tez que tenía su novio... o al menos pensaba que aún continuaban como pareja, pero no estaba segura. Por último se encontraba el hombre: Tenía el cabello rubio oscuro, ojos verdes y la tez medio morena, era mínimamente más alto que Peter y se había dejado crecer un poco la barba.

La última vez que conviví con estas tres personas fue antes de irme a la universidad. No sabía absolutamente nada de sus vidas desde entonces, ya que poco a poco habíamos dejado de hablar...

Los ojos se me cristalizaron. Mi familia perdida había regresado..., aunque sólo tres de ellos, ¿dónde estaba el cuarto...?, no lo sabía, pero no dudaba que posiblemente estaría por llegar a este edificio. Evelyn, Jade y Dylan se habían convertido en adultos; sin duda, ya no eran los adolescentes atolondrados que fueron prácticamente mis hermanos en la secundaria. La primera lágrima cayó sobre mi mejilla..., después mi mar histérico se desató.

—¿Qué esperan?, vengan a abrazarme —sollocé.

Ellos tenían la misma expresión nostálgica que yo. Sin pensarlo un segundo más se acercaron a mí, dándome un enorme y caluroso abrazo. Al estar hombro con hombro, me sentí más amada que nunca. Tuve la sensación de que duró eternidades, pero, aun así, no fue suficiente.

Poco después nos separamos y ellos se sentaron a mi alrededor. Vi a Peter, él había tomado asiento en una de las sillas.

—¿Puedo preguntar cómo los encontraste?

Mi novio sonrió.

—Ellos me hallaron primero —respondió—. Iba en camino hacia el hospital cuando me vieron en la calle.

—Habíamos salido a comer —explicó Jade—. Hubo un encuentro tan emotivo como este y luego nos dijo lo que te había sucedido, así que venimos a verte.

Asentí con la cabeza. Entre ellos sí habían mantenido el contacto, pero, ¿por qué con Peter y conmigo no? ¿Y Edwin?, ¿no se supone que debió estar con ellos? Tuve el presentimiento de que Jade y el que solía ser mi mejor amigo ya no tenían una relación. Esperaba que sólo fueran inventos míos, ya que temía haberlo perdido para siempre.

—¿Y?, ¿qué ha sido de ustedes? —pregunté.

Por alguna razón, no me atrevía a averiguar sobre Edwin.

—Acabo de terminar Derecho —contestó Evelyn—, estoy a punto de entrar a trabajar en una firma de abogados como pasante para ahorrar y hacer la maestría.

—Yo ya concluí la carrera de Mercadotecnia. Me dieron empleo en una empresa de ropa, el cual acepté, pero creo que terminaré poniendo mi negocio particular —agregó Jade.

Asentí con la cabeza. Me alegré por ellas. A los ojos de otros, lo anterior podrían parecer simples pasos, pero en realidad, eran grandes logros.

—¿Y tú, señor de las bromas? —le cuestioné a Dylan.

Él me sonrió pícaramente. No me di cuenta de lo mucho que había extrañado ese gesto hasta ese momento.

—Estoy en el último año de Pedagogía —me respondió.

Abrí mucho los ojos. ¿Había escuchado bien?, ¿Dylan estudiando Pedagogía?

—¿Estás bromeando? —pregunté sin poder evitarlo.

Jade y Peter se echaron a reír.

—Es poco creíble, ¿cierto? —añadió Evelyn.

—Tú siempre odiaste la escuela —exclamé.

—Lo sé —concordó Dylan—. No tengo idea de qué me ocurrió que decidí estudiar eso.

—Increíble —fue lo único que pude decir.

A cada uno de ellos les iba bien a su manera. Sin embargo, Edwin no dejaba de rondar por mi cabeza..., ¿dónde estaba? Necesitaba respuestas.

—Se me corrió el delineador, iré a arreglarme al baño —anunció Jade de repente, luego salió de la habitación.

Todos la contemplamos marchar del cuarto.

—No ha cambiado en nada —comentó Peter, tenía razón.

Hubo un silencio entre nosotros. No sabía si era pertinente preguntar por Edwin, pero no resistí las ganas.

—No me atreví a averiguar esto frente a Jade, pero... ¿y Edwin? —les cuestioné dudosamente.

—E hiciste bien en no hacerlo, a Jade no le gusta hablar del tema —contestó Dylan.

—¿Qué?, ¿ellos no siguen juntos? —preguntó Peter con la misma curiosidad que yo.

—No —respondió Evelyn.

—¿Entonces dónde está? —quise saber.

—Ni idea —dijo el hombre.

—No sabemos nada sobre él desde hace un año —agregó mi amiga.

—¿Qué sucedió? —volví a cuestionar.

—Nunca nos dieron detalles de la situación, pero Jade y él discutían muy a menudo. Una noche me llamó, llorando; ella y Edwin acababan de romper. Jade dijo que esa tarde habían peleado a gritos y que después de dar por terminada la relación, Bridgerton se había largado precipitadamente. A pesar de que habían tenido tantos problemas en los últimos meses, ella sentía el corazón destrozado. Sin embargo, déjenme decirles que jamás quiso contarnos por qué habían roto —explicó Dylan.

—Al día siguiente fui a ver a Edwin a su hostal (donde se había hospedado durante el verano en Londres), pero cuando llegué, me informaron que él se había ido muy temprano en la mañana; pagó y se largó con sus maletas. Intenté localizarlo después, pero jamás respondió. Meses más tarde, sus amigos comentaron que nunca regresó a la universidad; no sabemos adónde se fue ni por qué, simplemente desapareció —concluyó Evelyn.

Me resultó muy difícil aceptar que esta era la historia completa; tenía que haber otra explicación más razonable, pero ninguno de ellos quiso encontrarla.

—Aún no me lo puedo creer: ¿Edwin?, ¿estamos hablando del mismo Edwin que durante toda la secundaria estuvo loco por Jade? —dijo Peter.

—Así es, Bennet —contestó Dylan.

Mi novio y yo nos miramos con extrañeza, cada uno tratando de sacar sus propias conclusiones. Ninguno de los dos creía que esto fuera posible; no obstante, nadie comentó más sobre el tema porque Jade llegó del baño con una gran sonrisa.

—Estaba pensando —empezó ella—, deberíamos salir a comer para ponernos al tanto con nuestras vidas, ¿no crees, Emily?

Estiró los labios tan ampliamente, que me hizo pensar si aún ocultaba dolor en ese gesto: ¿Había superado a Edwin o todavía sufría por él en silencio? Era complicado saber la respuesta.

—Por supuesto, Jade..., claro que sí —respondí sin despegar los ojos de su misteriosa sonrisa.


Jennifer detuvo el vehículo frente a mi hogar. Me había traído desde la casa de Jack, ya que había ido para allá después de salir del hospital la mañana posterior a la visita de mis amigos.

—Recuerda llamar a alguien en caso de que te sientas mal —me pidió mi hermana.

Giré hacia ella, pero Jennifer no me devolvió la mirada porque se encontraba observando cómo los automóviles circulaban en una tarde londinense.

—Lo haré, hermana. Confía en mí —musité.

En un acto desesperado me abrazó, estaba temblando y sollozaba.

—No sé qué habría hecho si tú...

—Pero no sucedió. Estoy aquí, con vida —le dije, frotándole la espalda para consolarla.

La aparté de mí para limpiarle las lágrimas. Odiaba verla así y más porque era mi culpa.

—Te quiero mucho, Emily —gimoteó.

—Yo también.

Hubo un silencio, así que decidí bajar del auto para entrar a mi departamento.

—Gracias, Jennifer —agradecí y abrí la puerta.

Estaba a punto de salirme del carro cuando mi hermana me sujetó del brazo.

—Prométeme que tendrás cuidado, por favor —me rogó.

Le esbocé una sonrisa.

—Tendré cuidado, lo prometo —contesté.

Ella me devolvió el gesto y me dejó ir. Luego arrancó el motor y se fue, perdiéndose entre los otros autos.

Me encaminé a subir las escaleras del edificio hasta el tercer piso. Al llegar al umbral, escuché al teléfono de mi sala timbrar. Me apresuré a buscar las llaves y abrir la puerta a toda prisa para responder la llamada. Giré la manija y la entrada cedió. Aventé las llaves en el sillón, cerré el umbral y me dirigí rápidamente al aparato. Miré el identificador de llamadas, pero estaba en blanco como si se tratara de un número fantasma. Presioné el botón de responder con mucha cautela.

—¿Hola? —mi voz resonó del otro lado de la línea. Escuchaba una respiración serena, pero nadie contestó— ¿Quién habla? —insistí.

Entonces colgaron. Miré con rareza el teléfono, después lo coloqué en su lugar y me fui al sillón para buscar las llaves de la casa.

Estaba inquieta, ¿quién había llamado? Seguro se equivocaron..., pero se habían tardado demasiado tiempo en colgar si el número era el incorrecto. La persona que ejecutó tal acción, lo había realizado a propósito. Me angustié.

¿Si llaman otra vez, deberé responder?, me hacía ese cuestionamiento cuando el teléfono volvió a sonar a mis espaldas. Un escalofrío erizó toda mi piel. Volteé a ver al aparato retumbante. Un nudo en la garganta amenazaba con ahogarme. Dudé en moverme a atender la llamada, pero el sonido era tan ensordecedor, que me producía un gran pánico. Reaccioné y fui hacia el aparato, otra vez el teléfono no podía reconocer el número. Con los dedos temblando, apreté el botón para contestar. Me puse el auricular en el oído. La misma respiración serena se hizo presente. Tragué saliva para que el nudo en la garganta desapareciera y me dejara hablar.

—¿Sí? —inquirí agitadamente.

—Buenas tardes —era una mujer con un acento... ¿francés?—. ¿Sería tan amable de comunicarme con Emily Anderson, hija de Sarah Lorraine Collinwood y Jack William Anderson?

Sentí que mi corazón se detuvo. ¿Quién era esa mujer? ¿Qué quería de mí? ¿Cómo sabía quiénes eran mis padres?

—Soy yo —respondí con voz segura, esperando cualquier amenaza.

—Oh, buenas tardes, señorita Anderson. Hablo del Sistema Tributario Francés. No hemos logrado contactar con su padre, así que se lo comunicamos a usted: Le informamos que debe pagar sus deudas en los impuestos por patrimonio o su propiedad será despojada.

¿Qué? Ni Jack ni yo teníamos una propiedad en Francia. Las únicas veces que había regresado a ese país era para visitar a Charlotte y Victoria.

—No sé a qué se refiere, ¿qué propiedad? —pregunté, confundida.

—La propiedad que tiene en Aquitania —respondió la mujer.

—¿Aquitania? —cuestioné en susurro.

De repente, las ideas se me aclararon violentamente y un horrible vacío apareció en mi pecho. Jamás discutí de ese tema con Jack. Pensé que, después de todo lo que sucedió, la había vendido. Volverme a imaginar la estructura de aquel recinto hizo que me dieran ganas de llorar. Ese lugar era tan sombrío...

—Sí, señorita Anderson; me refiero a la casa en el bosque de Las Landas de Gascuña. 

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