CAPÍTULO 3: NOS VEMOS EN OTRA VIDA

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Analizaba cada detalle de mi reflejo en el agua del vaso. El líquido se movía lentamente, haciendo que mi imagen se distorsionara. Estaba hipnotizada.

Había comprado mi pasaje a París, después tomaría un autobús hasta Burdeos y luego me encaminaría a mi casa en el bosque; pero no se lo había dicho a nadie. Quería encontrarme sola con ese lugar para superar la oleada de recuerdos y procesar lo que fuera a ocurrir. Sólo me iría un par de semanas, no era de qué preocuparse. Por otra parte, sabía que mis hermanas tenían el mismo derecho que yo de regresar a aquella casa, sin embargo, quería hacer primero esta travesía personal y después les contaría toda la historia. 

Emily..., Emily, me llamaba una voz aguda, pero dulce y suave; eran tan angelical, que estaba segura de que pertenecía a una niña...

—¿Emily...?, ¿Emily? —reaccioné al escuchar a mi amiga.

Parpadeé rápidamente para volver a la realidad. No se trataba de una chiquilla, sino de Jade. ¿Por qué cambié su voz por la de una niña? No tenía sentido, así que me deshice de la idea para concentrarme en mi alrededor.

—¿Sí? —pregunté.

—Gracias por invitarnos. Ha sido muy grato verte de nuevo —me respondió la pelirroja con una sonrisa.

Dylan, Evelyn, ella y mi novio habían venido a mi departamento a tomar el té para ponernos al tanto de nuestras vidas. Hubo charlas interesantes, o eso supuse, ya que había sufrido serios problemas de concentración durante la visita. No sabía qué me sucedía o qué era lo que me angustiaba tanto, sólo tenía la voz de la mujer francesa rondando por mi cabeza una y otra vez. Aunque su llamada había sido una advertencia para pagar los impuestos, yo la había tomado como una invitación para regresar a la tierra que me vio nacer. Estaba segura de querer viajar a Francia.

—¡Emily! —exclamó Evelyn.

Me había vuelto a perder... ¿Qué me ocurría? La vergüenza se apoderó de mi pecho, creo que me había comportado muy descortés con ellos.

—Lo siento, ¿qué sucede? —cuestioné.

—Jade, Dylan y yo ya nos vamos... ¿Estás bien?, te noto un poco distraída —dijo la rubia.

—No, no, estoy bien —mentí—. Gracias por venir —concluí con una sonrisa.

No se notaron muy convencidos, pero, aun así, se pusieron de pie y se dirigieron a la puerta para salir de mi hogar. Yo me levanté y los despedí mientras bajaban por la escalera del edificio; cuando no los pude ver más, cerré el umbral.

Me quedé un momento en la entrada para asegurarme que ir a Francia era la elección correcta. Lo quería y lo necesitaba, así que lo haría. Estaba decidido.

Alguien se aclaró la garganta a mis espaldas, sobresaltándome; sin embargo, me calmé al ver que se trataba de Peter.

—Me espantaste —comenté, relajando los hombros.

—¿En serio? —habló con ironía—, no me sorprende porque, al parecer, ni notaste que yo no salí por esa puerta —concluyó, alzando las cejas.

Tenía razón, no me había percatado..., no me había dado cuenta de nada. Algo peligroso crecía dentro de mí, causando que, lo que pasara a mi alrededor fuera irrelevante a comparación con lo que sucedía en mi cabeza. Estos días había estado viviendo dentro de mi mente. Me costaba mucho trabajo enfocarme en lo demás, mis pensamientos me asfixiaban.

—Perdona... —le respondí cortantemente.

Él se acercó demasiado, dejando muy poca distancia entre nosotros.

—¿Y bien? Dime, ¿qué te ocurre? —preguntó interesado.

Bajé la cabeza. Dudaba en explicarle. Había acordado conmigo misma no decírselo a nadie, ya que temía que se lo contaran a mis hermanas. Además, no quería que Peter supiera; encontrarme con la esencia de mi madre..., ir al lugar donde nació la oscuridad era algo sólo para mí, él no podía seguirme. Lo vi a los ojos. Traté de no apiadarme de su mirada, aunque me resultara algo imposible de lograr. Hice mi mayor esfuerzo para observarlo con indiferencia.

—Nada, estoy bien —contesté y le di la espalda para huir a mi habitación.

Esa fue mi estrategia para no caer...

—Sé que te irás a Francia —confesó de repente.

Detuve el paso. La intriga me invadió. ¿Cómo lo sabía? ¿Me conocía tan bien? ¿Era tan evidente? Claro que no era evidente. Todo el mundo pensaba que sólo estaba distraída, pero él vio más allá y supo que algo me angustiaba... ¿Cómo determinó lo de Francia? Volteé a verlo. Tenía el gesto suave aunque sus ojos penetraban los míos. Di un paso hacia él.

—¿Cómo lo sabes? —quise saber.

—Se ve el boleto debajo de tu florero —respondió.

¿Qué...? Lo había colocado ahí por miedo a que lo fuera a perder si lo ponía en otro sitio.

—No es cierto —contesté a la defensiva.

Peter se hizo a un lado.

—Compruébalo tú misma.

A toda velocidad me dirigí al florero que se hallaba en el recibidor. ¡Maldición!, sí se veía el boleto. Rogué que él fuera el único que había conseguido notarlo.

—¿Ves?, te lo dije —murmuró.

El pavor me inundó dentro del alma. No sé qué controló a mi cuerpo en ese momento, pero no fui yo.

—¡No puedes decirles a mis hermanas!, ¡ni a Nicolle!, ¡ni mucho menos a Jack! ¡No pueden saber que volví a ese lugar! —empecé a gritar con histeria.

Jamás en mi vida había escuchado ese tono salir de mi boca. Él me observó sumamente preocupado, así que me tomó de los hombros para tranquilizarme.

—Calma... Por favor, tranquilízate...; no le diré a nadie adónde vas, te lo prometo.

Me relajé. Tenía que creer en Peter, no se lo contaría a nadie si yo se lo pedía; era él en quien más confiaba.

—Gracias...

Mi novio asintió con la cabeza. Me aparté de él y continué mi trayecto hacia el corredor.

—Sólo respóndeme una cosa... —su voz volvió a detenerme.

—¿Sí? —lo miré otra vez.

Dio unos cuantos pasos hacia la dirección donde me encontraba. De la nada, ese espacio que aún nos dividía se me tornó infernal.

—¿Por qué irás a Francia? —preguntó.

Me acerqué más a él para contestar, de tal manera que nuestros cuerpos se rozaron. Iba a empezar a tartamudear porque no sabía qué responder. No podía decirle la verdad, así que decidí contarle la mitad de la historia.

—Iré a pagar los impuestos por Patrimonio...

Traté de sonar segura para que mi novio no notara que le mentía.

—No sabía que aún tenías una casa allá —me respondió, frunciendo el ceño.

—Sí, aún la tengo; sabes que ahí vivía antes de mudarme a Italia —añadí rápidamente.

El gesto de cuestionamiento, que tenía en el rostro, desapareció. Me había creído. Bien, el plan salía a la perfección.

—Entiendo —afirmó, me observó unos segundos más y después se dirigió a la puerta para irse.

No podía moverme, pero quería hacerlo. Tenía el presentimiento de que esta sería la última vez que nos veríamos comúnmente, la próxima vez sería insólito, todo se encontraría distinto. No quería dejarlo ir así... Reaccioné acerca de este hecho cuando él estaba girando la manija. Me acerqué y tomé su mano para que no abriera la puerta. La electricidad recorrió todo mi cuerpo. Él me miró profundamente a los ojos, sabía bien qué era lo que más deseaba, por lo que me besó de manera apasionada como si se tratara un beso de despedida. Luego de no sé cuánto tiempo se separó de mí. Me dio un vuelco en el corazón y la incertidumbre me perforaba el estómago.

—Cuídate, por favor —me suplicó.

—Claro que lo haré —respondí, todavía pensando en ese sentimiento de vacilación cuando se soltó de mí.

Suavemente, me plantó un ósculo en la mejilla, luego se dirigió a mis labios otra vez para darme otro beso rápido. Yo estaba con los párpados cerrados al momento en el que lo escuché abrir la puerta e irse, cerrándola a su paso. Después oí el eco de sus pisadas, descendiendo por las escaleras. Cuando abrí los ojos, el vacío en el pecho reinó mis dolores.

¿Qué diablos me ocurría? ¿Por qué presentía que algo sumamente malo se aproximaba? Pasé saliva para deshacer el nudo en mi garganta. Luego fui raudamente a la ventana para verlo marchar. Cuando me asomé por ella, Peter se encontraba ahí, observándome también. Me sonrió; al instante recordé el día en que lo conocí, hace un lejano tiempo atrás, donde la guitarra y el piano se habían unido. 

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