Capítulo 30

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DIARIO NUEVO DE MARLENE FRANCESTE

15 de setiembre de 1605

CARTA DE FAMILIA LAPSLEY HACIA MARLENE FRANCESTE

«Estimada Srta. Franceste:

Madre e hijo le escribimos con el objetivo de seguir instrucciones.

Como parte del movimiento opositor de las fuerzas de poder en el pueblo, hemos trabajado en despojar a todos los que dañan a Uril. Hasta el momento, nuestro éxito era nulo. Ante su negativa de apoyar al General Valtierra, Celestino decidió que era hora de movilizarse. Sin embargo, hemos iniciado nuestro plan de la misma manera. Subestimamos al sacerdote, ya que no conocíamos las dimensiones de sus fanáticos o la abrumadora lealtad que le juran.

Mi madre y yo seremos quienes tengan una reunión con usted pronto, manténgase firme para luchar porque se vienen días difíciles, en tanto, repose. Es mejor que no sepa lo que hay en las afueras o qué sucedió con sus seres queridos hasta el día de mañana. Recuerde que la clave para derrotar al clérigo, yace en aquellos con sed de justicia.

Por ahora, confié en el Dr. Vaneshi, mi hombre de confianza, mi informante de los delitos del viudo. Pronto nos veremos.

Armando Lapsley

15 de setiembre»

—No quisimos decirle nada por miedo a que...

¿Anna? ¿Anna? ¿Anna? ¿Anna vivía? La maldita mariposa respiraba el mismo oxígeno que yo, se escondía en alguna parte de este sitio. Mi hermana, haragana, ¿existía de nuevo? No supe cómo sentirme, estaba muy confundida por todo. Mi mente quedó congelaba por un gran momento y no fue capaz de entender las palabras que continuaban saliendo de la boca de Vaneshi. El tiempo que pasé buscando su cuerpo fue inútil. Tal vez la ubicación que me otorgaron era la real.

¿Cómo se desentierra un recuerdo?  En mi inventiva cabeza la enterré y escupí sobre la tierra que la protegía. ¿Cómo se desentierra un sentimiento? Atravesé el duelo, ahora era sinsentido. Volvería a pasarlo, esta vez para asimilar su existencia. La joven era el único familiar que me quedaba, la que me acompañaría el resto de mi vida.

—¿Cómo? ¿Y con qué motivo me ocultaron eso? ¿Sabe cuánto tiempo gasté con el dolor de mantenerme sola? No vi esperanza alguna en el futuro. ¿Ahora me dice que mi pariente se pasea por Uril? —grité exasperada. ¿Cómo no estarlo? Todos me vieron la cara de descerebrada.

—Ella no corre libre, se encuentra en malas condiciones. Rescatarla no es la prioridad, era inútil develarle la verdad. Sería someterla a una tortura al sufrir la muerte de Anna dos veces. —Su expresión melancólica estuvo por conmoverme. 

—Pero, ¿qué dice, Vaneshi? ¡Mi padre murió! ¿Se supone que me olvide que el familiar que me queda con vida, sigue allí? No, se equivoca. ¡Vamos a ir por ella quieran o no! —exigí golpeando la cama con mi puño. 

El galeno me miró con ojos racionales, el brillo que calaba por sus pupilas regresó. Vi, por un segundo, una chispa de ilusión en ese rostro serio y agotado. Aunque me indicó que todas las decisiones las tomaba el Sr. Lapsley y que debía charlar con él a fin de que cambiara de opinión. Accedí a ello.  

Las consecuencias del máximo hallazgo que era la vitalidad de Anna serían increíbles. Me alentó a buscar a la mariposa y con lo cerca que estaba, no se complicaba en extremo. Ansiaba, por primera vez, abrazarla. Correr hacia ella, disculparme por lo acontecido y huir de Uril hasta no observarlo por el horizonte. Decalle supo el hecho todo el tiempo y se mantuvo en silencio, tratando de esconderla. Como ya conocía, al viudo se le dificultaba deshacerse de cualquier persona a la que le guardara cariño, como Anna o Cómalo. Aquello era su debilidad.

Nuestra estrategia sí estaba en marcha y yo, apenas descubría de la resurrección de mi hermana. El doctor se marchó, para que pudiese tomarme un tiempo y respirar el asunto. Asumí que lo espanté con mi reacción; no obstante, es muy normal cuando me anuncian que van a dejar morir a mi hermana; no podía ser indiferente.

17 de setiembre de 1605

No había salido de estas asfixiantes cuatro paredes y tampoco visto por las tapadas ventanas. No tenía idea de aquello que sucedía afuera. Solamente escuché gritos, lamentos y varios desfiles, mientras, me escondía en la habitación de la hija de Vaneshi. Este cuarto era casi como una fogata apagada, se aparecía el fantasma de las fogosas llamas que hubo, pero que se desvanecieron. Leí sobre ella en el informe del médico, aunque nunca se sabía el sentimiento de una pérdida como en el ambiente que vivió aquel ser. Esos recuerdos de la ejecución pública de su retoño eran desgarradores. Me los imaginaba con dolor y no creía pasar por algo similar.

Navegué por la habitación, encontrando una apertura con vidrio y unas plantas pequeñas, al parecer le agradaba la botánica. La puerta era bastante grande, las bisagras sonaban en la penumbra con un chirrido metálico, junto a la melodía que tocaba el viento por las noches en esta casa. La esposa del doctor, Nicolasa, me ofreció una charla amena el día de ayer, explicándome en buenas bases las razones de mi encierro, o al menos algunas de ellas...

Mencionaba que hace unos días se llevó a cabo una misa especial en honor al aniversario de la llegada del sacerdote, lo que en un principio no debería ser un hecho relevante ni conmemorado. Además, decía que cada persona asistió; todo fue adornos y regocijos hasta que se pronunció el sermón final, con una intención distinta a la, usual, de reflexión. Sin embargo, no me reveló nada del discurso, me mantuvo con el Jesús en la boca.

Decidí que necesitaba más información, ¿por qué no me autorizaron a irme? Descendí hasta la sala principal, en tanto, se hallaba el Dr. Vaneshi inspeccionando unos documentos suyos. Aun así, lucía perdido entre las hojas, es más, ni siquiera estaba enfocado en ellas. Cuando caminé hacia el sofá rojo a su delantera, entonces me prestó atención.

—Buenas, Dr. Vaneshi, ¿cómo se encuentra? —pregunté con alegría en lo que lo examinaba con la cabeza inclinada.

—Pues yo... —Miré sus iris viajar al lado derecho, tratando de forzar un recuerdo, luego, cerró sus ojos y dijo—: Srta. Franceste, eso es irrelevante. Dígame qué indaga, sabe que mis labios están sellados.

—Los Lapsley ordenaron que me desvelaran la verdad y si no, voy a romper estas puertas para salir —repliqué determinada.

—Si es que lo hace, correrá un gran peligro. —Vaneshi se acomodó en su lugar, inclinó su torso—. Debe entender que lo que está sucediendo es más grande que nosotros, se trata del pueblo entero. ¿Le han contado cómo era Uril antes del sacerdote Celestino? Éramos un bello sitio, con personas amables y uno que otro vecino problemático. Los Decalle nunca fueron las mejores autoridades; no obstante, no dañaban a ninguno. Todo cambió cuando él arribó. Se lo digo por experiencia propia, esa iglesia se convierte en una adicción y las confesiones de Celestino se sienten como si un ángel me perdonara.

Observé la aflicción en su rostro cuando hablaba de la nostalgia que le producía el antiguo Uril. Era cierto, los pueblerinos recordaban que se convirtió en un indeseable punto. Goya era distinto, porque gozaba de muchos letrados, escuelas de estudio, filósofos e inventores adelantados; mi familia desechó la religión. En parte, había que poseer un buen espíritu para no ser modificada por las palabras de un supuesto salvador, a pesar de que Decalle se tragaba cada sílaba de los belfos de ese hombre mayor.

—¿Y Cómalo? —pregunté con curiosidad. No me enteraba de él, por tal, me encontraba preocupada por su estado de salud.

En mi mente, el exterior lucía como la guerra y por eso los ruidos extraños. Me imaginaba un cielo repleto de bombas, edificios llenos de pólvora y personas muriendo en las calles; sin embargo, podría estar siendo fatalista. Tampoco existía razón por la que entraran en una guerra, aquello carecía de sentido. ¿Qué dijo el padre?, ¿cuáles eran las consecuencias?

—Sí, justo nos llegó una información por parte de Salomé, tal vez la única acción buena que haya. Lo que sucede es que Retya, la empleada, se convenció de que usted murió, por lo que eso fue lo que le comunicó a Cómalo, además de mentir sobre esconder su cuerpo. —Exhaló y colocó su mano encima de la mía—. Créame que es complejo; todo saldrá bien. 

Me dejó sorprendida por completo el evento. El moreno pensaba que yo ya no estaba entre los vivos y los demás seguían desaparecidos. En sí, se trata de la inverosimilitud pura, el rostro del Dr. Vaneshi no aludía a nada bueno, el hombre se escondía entre las emociones que no mostraba. 

—¿Y Anna? ¡¿Por qué estamos encerrados en lugar de ir a ayudar?! —demandé con locura—. Dana dibujó un mapa con la ubicación de la cabaña que usted nos brindó. Estábamos a poco de irnos de aquí para siempre, de no ser por las ideas sobre liberar a Uril del totalitarismo que ofrecía el clérigo. Necesito ir por ella. 

Los minutos transcurrían y perdía mi cordura entre esas viejas maderas del suelo.

—¡No podemos ir! —vociferó sin reparos. Sonaba a desesperación—. Cuando se reúna con los Lapsley, moléstelos con eso. 

—Dr. Vaneshi, discúlpeme sobre lo que le diré, sabe que le guardo respeto. No es cortés que me falte a la decencia cuando alza su voz. —Levanté mi dedo índice y me erguí, quise proyectar seguridad—. Exclusivamente le preguntaba acerca de mi pariente, la mujer por la que sigo en este recóndito sitio. ¿Cómo pretende que averigüe si no es preguntando?

Enmudeció.

Subí las escaleras, presionando muy fuerte mis talones contra el piso. Mis tacones atacaban el silencio del hogar, despedazando la paz que reinaba. Con mis manos tiré de las tablas arraigadas a la ventana del suelo superior y, tras varios intentos, me hallé a punto de zafar una de ellas. 

—¡¡¡Señorita!!! —voceó la sirvienta de los Vaneshi—. ¡Aléjese de allí! —Me agarró por la cintura se aferró a mi cuerpo hasta removerme de la protección—. Eso que acaba de hacer es muy peligroso, deje que los señores lo sepan.

Sujeté a la mujer del brazo, lo que provocó una sorpresa de su parte. Se soltó de mi agarre, caminando con enojo directo a bajar los peldaños. Daba pisotones que retumbaban por la morada, aparte que apuntaba a mi escena.

—Cállese, tanteaba los clavos —susurré las mentiras más ocurrentes que me vinieron en ese instante- 

La mujer se detuvo, volteó y terminó por observarme a los ojos. Su cabello era negro con una gran línea grisácea que sobresalía de su frente, poseía un traje monocromático pulcro. Traté de explicarle, a pesar de que Margarita era lo bastante escandalosa como para seguir provocando ecos. Mis esfuerzos valieron la pena cuando logré atisbar, por una línea fina, el exterior.

Entes caminaban, agrupados fuera de las chozas. El barrio del Dr. Vaneshi no era muy pudiente, al contrario, se veía en el límite de la marginalidad. Ojeé la casa de enfrente con destrozos múltiples, las paredes con tablas faltantes y un jardín casi inexistente. Esa imagen me despertó la intriga de nuevo, ¿qué acaeció?, ¿tenía que ver con lo sucedido hace poco? 

Mientras bajaba las escaleras al piso inferior, oí la entrada principal. Se trataba de la Sra. Lapsley, junto a dos varones. El primero era un hombre alto, de cabello ondulado color café, labios puntiagudos y un gran volumen. Luego, se hallaba a otro chico de cabello liso, más bajo, poseía un cuerpo escuálido. Pasaron deprisa, cerrando con inmediatez.

—¡Vaneshi! —chilló el primer chico. Empujaba sin mesura, inclusive al frente de la escalinata, por su lenguaje corporal diría que ocultaba a su compañero.

Seguí de manera cautelosa, hasta que logré divisar lo que pasaba. El galeno corría de un lado hacia otro, llegando a dónde se encontraban los invitados. No cabía duda de que parecía una situación urgente. Tanto alboroto por la venida de un visitante extraño que, para mí, era insignificantes. Sólo me importaba Lapsley, pues él nos dirigía. 

—¿Cómo lo pudo traer sin que los atraparan? ¡Se supone que nos ausentamos! Si arriesgamos lo que tenemos de factor sorpresa, será en vano —exclamó alterado el Dr. Vaneshi, se veía perturbado. Su seño se frunció, apretó los labios y entrecerró los hundidos ojos.

—No se preocupe, tuvimos cuidado suficiente. ¿Dónde se encuentra? —Temía que esa interrogante me señalara y así fue. Armando, el dueño de la melodía de esas cuerdas, era un hombre imponente, con una voz gruesa y profunda.

—En el segundo piso.

Todos miraron hacia arriba descubriéndome, pronto me coloqué al lado del doctor. Traté de mantener el orgullo. El aire se tensó, materializándose en alientos fríos que salían de nuestras bocas. Esa aura misteriosa que caracterizaba a los personajes de Uril se presentó.

—Buenos días, Srta. Franceste. —Extendió su callosa mano el corpulento—. Tenemos una plática pendiente.

Me congelé por alguna razón que desconozco, el sonido de mis palpitaciones sobrepasaba su voz con creces. Luego, el doctor gritó por los aires a su sirvienta que se llevara al otro esmirriado joven hasta una habitación de huéspedes que quedaba más expuesta, en el piso de inferior. Me dejó la duda de su nombre, apellido o alguna cosa. Se notaba que no apareció en buenas condiciones, un vendaje le rodeaba la cadera.

—Todo empeoró. —Suspiró Lapsley con decepción—. Los fanáticos de Celestino han capturado a muchas de las esposas. Y ellas nos traicionaron, pues Clarissa las convenció de que la violencia era la mejor forma de arreglar las cosas. Mataron a Valtierra sin consideración alguna, ¡son monstruos!

Me sentí culpable por haber tenido conocimiento de que las mujeres tramaban una atrocidad y no revelarlo. Era como si yo también engañara a Armando con la omisión de mis palabras. Aunque no fui valiente como para develar que decidí guardar silencio cuando lo supe. Eso quedaría en mi memoria, nada más.

—El pueblo es un desastre, deberíamos tomar nuestras cosas e irnos de aquí —expresó la Sra. Lapsley con vigor.

La anciana me aclaró que la salvación dejó de existir. Todavía no comprendía el ambiente que mencionaron, sonaba como un caos de proporciones magníficas. Uril era tan callado que se dificultaba pensar en esa circunstancia. Sin orden, sin disciplina o razón. La cordura abandonó a los habitantes para convertirse en animales sedientos de sangre que se acunaron en la doctrina del sacerdote. No temían asesinar, no temblaban para arrancar y despedazar y romper y deshacer. Agradecí estar a salvo en la casa Vaneshi.

—No. La situación es culpa de Celestino. —El galeno volteó su mirada hacia mí, clavándose en mis pupilas—. Señorita, contamos con su participación. Tal vez si platica con Clarissa, logre un acuerdo. Lo que siempre buscamos fue enseñarles una lección, no masacrarlos. ¿Está de acuerdo?

—Primero necesito saber qué sucedió con Dana, antes de responder. —Me dirigí a un tema que me mantenían prohibido. ¿Por qué? La verdad era el hogar de las decisiones correctas y la catástrofe ameritaba que me lo dijeran.

—La Sra. Villermo corrió por la calle tocando puertas, cuando usted se desmayó, pero nadie la auxilió. Entre sólo tres personas la subimos al carruaje y trajimos aquí. Sabrá que Decalle es tan odiado que ningún vecino le ofrecería una mano, aun si fuera vital. —Hizo una pausa, tragó con fuerza e incomodidad y evitó mis cuencas—. Ella me platicó una noticia que completa lo que nos dejó dicho Salomé.

La curiosidad me mataba, las miles de preguntas que rondaban mi cabeza apuñalaban mi cerebro indagando por una respuesta. Cómalo, ¿qué pasó contigo? En mi pecho se siente un encogimiento de mi corazón, el rojo aparato sólo late ante tu presencia, mi raciocinio desaparece con tu cariño. Aunque no sea lo mejor adorarte, porque eres un facineroso. Negarme a la información no era una opción.

—¡Que conste que no quería ayudarla! Armando fue el graciosito que tuvo la idea. La muy ladrona se atribuía mis cosechas, ¡que se pudra! —La vieja soltó su enorme descontento. Luego amañó su rostro y arrugó la nariz.

—Según los oídos de la dama Villermo, a quien creíamos fallecida, Cómalo Cachi tiene la impresión de que el Sr. Decalle fue el culpable de su defunción. La sirvienta de cabello rizado, Retira o algo similar, se lo comunicó e inventó que la trajo a un recóndito punto de Uril. —Lapsley entrelazó los dedos de sus manos con nerviosismo. Los mantenía en movimiento—. Mi madre y yo vimos al chico hace poco, se notaba en mal estado. Después de todo, perdió a su hermano, a su casa y a usted.

Cómalo se uniría a nosotros. No entendía por qué motivo no traíamos al chico, peligraba en el exterior. Lo ansiaba a mi lado, ya que el me ayudaría con esto de la revolución, tenía un buen poder de persuasión y era agradable.

—¿Por qué razón no rescatamos a Cómalo? A él se le ocurrió mi conexión con las esposas —reclamé rogando por una oportunidad para el moreno. Mi voz presentaba insistencia en el plan de ampararlo.

—Señorita, estoy muy seguro de que la empleada esa nunca nos contactó —Los luceros del abogado se tornaron un mar de confusiones. Su rostro me daba a entender que no advertía lo que le confesaba.

El Sr. Lapsley cuestionó la punta de otro evento infausto. Si Retya me mintió con todo lo demás, era muy probable que no contara nuestro plan. Las piezas del acertijo se unían, como un matrimonio, la sirvienta no tardó en manipularnos a Decalle y a mí para que hiciésemos lo que ella tenía en mente. Todas esas veces que creí avanzar, sólo retrocedía.

»Puede que usted tuviese una percepción distinta de Cómalo, aunque en el pueblo es bien conocido por ser incluso peor que su familiar. En Uril se les identifica por ser los hermanos a quienes evadir, siempre causando desastres a escondidas. Es afortunada de continuar con vida. —Situó su mano sobre mi hombro derecho, mientras me examinaba con dulzura.

»Es usual que las esposas de Decalle mueran, muchas veces se debe a enfermedades comunes, fechorías de Cómalo o accidentes. Permanece un misterio en las causas de los fallecimientos y el doctor tiene prohibido examinarlas. Con su hermana todo cambió, a razón de un capricho, me supongo. —Armando relamió sus labios carnosos y su mirada se atascó en el lado derecho inferior del lugar—. El hombre no se divorcia, sólo enviuda.

Mi cerebro no procesaba la cantidad de información que llegaba, ¿es qué el Sr. Decalle había estado casado? El viudo terminó por parecerse a una araña que liquida a sus parejas. Anna se aproximó a aparecer en el muro invisible de trofeos de Jorge.

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