Capítulo 11: Cansado de esperar

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CAPITULO 11

Cansado de esperar


SUPERMAN

Pasaba media hora de las diez. Clark había sopesado mucho el hecho de si debía o no presentarse en la Atalaya, sin embargo las palabras de Lois parecieron darle el empujón que necesitaba para encarar a sus amigos.

Al fin había abierto los ojos.

Debía afrontar el presente sin anclarse en los recuerdos del pasado.

Debía aceptar, de una vez por todas, las consecuencias de sus actos, sin miedo a decepcionar a los demás.

Clark siempre había tenido miedo.

Cuando era un niño, por ser diferente, por no encajar.

Cuando fue adolescente, por lastimar a alguien con sus poderes, por acabar cautivo en algún laboratorio.

Cuando fue adulto, por sentirse solo, por su herencia genética.

Empezó a pensar que él mismo había propiciado que algunos de sus miedos, si no todos, se hubieran vuelto realidad. Así que tomó la firme decisión de ser el dueño de su propio destino y de dejar de una maldita vez, de autocompadecerse de sí mismo.

Al menos podía cambiar uno de ellos.

Por el gran Rao ¡Él era Superman!

Cuando entró en el salón de la justicia los encontró a todos sentados a la ovalada mesa, expectantes pero no se amedrentó.

Los miró a todos y a cada uno, directamente a los ojos, ininmutable, sin temor, casi sin emoción.

Cyborg, Wonder Woman, Flash, Hal Jordan y otro Linterna afroamericano que no conocía, Aquaman, Zatanna y Flecha verde.

Quizás al ver a Arrow sí que alzara algo una de sus cejas pero no iba a cuestionarlo. No tenía derecho.

Se alegró de que Batman no estuviera allí. Eso lo haría menos doloroso. Le reconfortó algo el hecho de que Bruce también dejara plantados a sus compañeros de la Liga, así no se sentía el único.

Superman vestía su clásico uniforme azul y rojo. Miró a sus compañeros, con su porte solemne.

Oliver Queen era la primera vez que lo veía vestido de héroe y la imagen le impactó.

Resultaba ... no sabía cómo explicarlo ... más intimidante de lo esperado.

Superman podría fulminarlo con la mirada.

Literalmente.

- He venido para explicar el por qué de mi ausencia. Aunque puede que ya lo sepan, me gustaría que oyeran la historia de mis labios.

Los miembros de la JLA lo escuchaban atentamente, aunque a más de uno le costaba un esfuerzo considerable no saltar sobre él para abrazarlo. Todos recordaban el lamentable estado en el que estaba antes de desaparecer.

Sin embargo ahora parecía estaba allí plantado, completo, irradiando poder. Algo más serio de lo que los tenía acostumbrados, pero lejos de parecer el hombre roto y lisiado que encontraron antes de su repentina desaparición.

Sus ojos del azul del cielo parecían más que nunca, de otro mundo.

- El Joker asesinó a mi madre – Lo lanzó sin tapujos – Y junto con la ayuda del gobierno y Amanda Waller, me secuestraron. Me torturaron y me mutilaron, sólo para acceder con ello a la tecnología alienígena de mi nave kriptoniana – Hizo una pausa– Cuando me sentaron en el puente de mando, la nave se rearmó solventando su avería inicial. Descargó sobre mí el programa original kriptoniano que consistía en eliminar todo organismo sobre este planeta – Explicaba los hechos casi como si él no hubiera sido el fatídico protagonista de sus vivencias, como si reportara una noticia en una cadena de televisión - Las defensas de la nave se activaron a mi orden y me protegieron erradicando toda vida que no fuera la mía dentro de la nave – Dejó un breve silencio para darles tiempo a que asimilaran lo que venía a continuación, aunque prácticamente todos sabían la historia – Yo maté a Waller y a veintisiete personas más - Hizo otra pausa apretando los puños – Aguardé hasta que el Joker salió del coma para curarme en el tanque de génesis kriptoniano y poder matarlo, a él y a Anatoli Tinyenko. No les di ninguna posibilidad de defenderse.

Algunos de los miembros de la Liga agacharon la mirada, no pudiendo continuar con el contacto visual, pero Superman no se detuvo.



- No disfruté matando. No hay día que no me atormente por ello, pero no me arrepiento – Las miradas volvieron a alzarse, algunas temerosas, otras extrañadas, otras justificativas – Lo volvería a hacer, si fuera necesario.

- ¿Quién decide cuándo es necesario, Superman? – Dijo Batman golpeando la puerta. Nadie había notado su llegada. Nadie, excepto Clark.

Vestía su uniforme de murciélago, que parecía más oscuro que nunca.

- Cálmate, Batman – Se apresuró a decir Diana.

- Estoy calmado – El murciélago arrastraba las palabras, con voz grave, encolerizado. Muy lejos de estar tranquilo.

- Sólo ha venido a explicarse – Expuso Jordan.

- ¡NI SIQUIERA DEBERÍA ESTAR AQUÍ! – Explotó.

Era la primera vez que veían a Batman perder la compostura de esa manera. Flash se hizo pequeño en su silla, mientras John Stewart abría los ojos como platos, preguntándose si discusiones como aquellas eran normales allí.

El murciélago miró al kriptoniano con rabia, clavando sus ojos en el alma de Superman como si fueran dos espadas incandescentes abrasándolo todo a su paso.

- No justifico lo que hizo pero se merecían lo que les pasó – Clamó Diana – Yo misma he matado a...

- EN TU MUNDO, DIANA – Bruce golpeó la mesa con el puño cerrado y la resquebrajó - ¡NO EN EL MIO! Nosotros no somos Dioses para decidir quién vive y quién muere, por mucho que se lo merezcan.

Wonder Woman se levantó con la mano agarrando fuertemente la espada.



- Chicos por favor – Barry se puso en medio intentando lidiar con la situación – Sólo ha venido a explicarse. No estamos discutiendo su permanencia en la JLA.

- ¡PUES DEBERÍAMOS! – Arremetió la amazona.

- No puedo creer que os lo estéis planteando – Batman apretó la mandíbula desesperado, perdiendo los nervios.

- Le necesitamos – Sentenció Arthur – Deberíamos someterlo a votación.

El caballero oscuro no había mirado a Superman ni un solo momento a los ojos pero entonces lo encaró sin miedo.

- Estáis solos en esto – Dijo dando media vuelta hacia la salida – Dimito.

Superman vio como el murciélago cerraba la puerta de golpe mientras Jordan daba un bote en su asiento. ¿Qué les habría pasado en aquella nave de regreso a La Tierra? Por qué ese arrebato de ira que acababan de presenciar, parecía personal ¿Por qué si no, se pondría así?

Al linterna empezaba a agradarle esa nueva faceta de Batman. Cabrearse en público lo hacía rebajarse al nivel de los demás y no pudo evitar sonreir.

El siempre lógico, frío y calculador Batman, era humano como todos los demás ... bueno, como casi todos los demás ... y con algo más de dinero ...

Superman no se movió de su lugar. Ni siquiera un paso.

- No he venido a discutir mi permanencia en la Liga. Como dice Batman, no merezco formar parte de ella – Algunos, entre ellos Diana y Arthur, férreos seguidores del hombre de acero, estaban dispuestos a replicar pero el alienígena se adelantó – Mi decisión está tomada, pero si necesitan mi ayuda, acudiré, como siempre he hecho – Sólo entonces su mirada se suavizó, antes de desaparecer más rápido de lo que nunca le habían visto desvanecerse.



BATMAN

Lo alcanzó en la sala de teletransporte de la atalaya.

- Batman – Alzó la voz tras de él.

El murciélago siguió tecleando las coordenadas de su destino. La Batcueva, algo torpe con sus dedos. Estaba nervioso y sabía que él podía notarlo.

No era su intención reaccionar cómo lo hizo. Estar delante de él, siempre tenía efectos inesperados. Catastróficos. Dejando patente su debilidad delante de sus compañeros. Una debilidad que tanto se había esforzado para que olvidaran, siendo como era, junto con Arrow, el único humano sin superpoderes del grupo.

- Batman – Insitió. El murciélago no lo miró y se metió en el tubo de luz – Quiero hablar contigo.

Ni siquiera se molestó en negarle con la cabeza su petición. En ese momento, la persona que menos deseaba ver en la faz de la Tierra era a ese maldito kriptoniano.

Esa noche salió a patrullar.

Extrañamente, eso le calmó.

Nadie entendería que golpear maleantes fuera la única rutina que conseguía calmar el corazón de Bruce Wayne. Incluso recibió algún golpe por tener la mente en otro lugar. Los hematomas por la mañana serían el justo castigo por su falta de concentración.

Siempre fue algo masoquista. Incluso autodestructivo.

Mientras el sol ya hacía horas que se alzaba, el multimillonario Bruce Wayne entró en el enorme vestidor de su habitación. Se paseó por el pasillo mirando las camisas, todas ordenadas por colores, exquisitamente planchadas y puestas en sus perchas, al igual que los pantalones y las chaquetas.

Escogió un traje negro con camisa negra. Abrió un enorme cajón lleno de corbatas y sacó una de ellas también negra. Casi instintivamente, se cerró el nudo sobre su camisa y bajó las solapas de ésta.

Los zapatos, brillantes y lustrosos, eran nuevos como casi todo lo demás.

Todo negro.

No estaba de humor para ningún color más.

- Buenos días señor Wayne – Saludó su mayordomo cuando lo vio bajar la gran escalinata principal - ¿Hoy tampoco va a comer? – No dijo desayunar porque ya eran las dos de la tarde.

- No Alfred. No tengo hambre.

Pennyworth se apresuró a coger uno de los abrigos largos negro, por supuesto, y se lo cedió gentilmente.

- Que pase un buen día señor Wayne.

Bruce se metió en la parte trasera de su Bentley sin contestar al mayor.

- A la torre Wayne – Le dijo a su chófer.

La mansión estaba apartada de Gotham, a unos treinta kilómetros por una sinuosa carretera de curvas, en un altiplano que disfrutaba de unas magníficas vistas de la ciudad.

La suya era la única casa de los alrededores hasta llegar a la interestatal. Bruce disfrutó de la tranquilidad del bosque, observando por la ventana del flamante auto cómo la luz se colaba entre las ramas, deslumbrándolo con su intensa amalgama de verdes.

- Trevor – Llamó a su chofer – ¿Dónde está el diario de hoy? – Lo preguntó extrañado ya que tanto el Gotham Gazzete como el Planet siempre le esperaban en el asiento de atrás del vehículo. A Bruce les gustaba sentir el papel recién impreso bajo sus dedos y mantenerse al día de los hechos acontecidos.

- Lo siento pero Trevor no ha podido venir hoy – Contestó una voz grave y masculina.

¡Pero qué cojones! A Bruce le dio un vuelco el corazón al escuchar la voz de Clark. Saltó sobre su asiento dándose un pequeño golpe en el techo "¡Qué patética escena!" pensó sin poder evitarlo.

- Para el coche – Ordenó. Pero el auto no se detuvo – ¡PARA EL MALDITO COCHE! – Clark obedeció.

Bruce abrió la puerta y salió del auto llevándose las manos a la sien, intentando tranquilizarse. Estaba prácticamente más avergonzado que temeroso, por no haberse dado cuenta de que era el alienígena quien conducía todo el tiempo.

Lo encaró armándose de valor. Clark bajó la ventanilla del conductor aparentemente sereno. ¿Por qué no iba a estarlo?

- Sal de mi coche – Volvió a ordenarle.

- No.

"¿Qué? Ahora ¡Qué! "

¡Qué podía hacer él! Si Superman no quería cumplir aquella sencilla orden, no lo haría.

- ¿Qué has hecho con Trevor?

- No le he hecho nada ¿Por quién me has tomado? Estará en tu mansión, buscando el coche.

Se estaba riendo en su cara y eso no lo iba a tolerar. La rabia llenó de rubor su rostro antes pálido. No quería recurrir a la violencia pero no podía dejar que se sintiera superior a él.

Su altanero orgullo empezaba a resentirse.

Accionó un mecanismo en su reloj y la pequeña caja de plomo liberó la kriptonita de su interior. No la había utilizado antes porque a la velocidad a la que iban, se hubieran salido de la carretera por la debilidad que el mineral causaba sobre Superman.

- Sal de mi coche – Dictaminó con los ojos encendidos acercando su reloj al rostro del kriptoniano.

- No.

Wayne se extrañó frunciendo el ceño. Esa no era la reacción que esperaba.

El mineral esmeralda no parecía afectar demasiado a Clark, al menos, si lo hacía, éste actuaba como si fuera totalmente inocuo ¿Desde cuándo se había vuelto tan buen actor?

Tocó la piel de acero con el reloj, que se iluminó como siempre hacía cuando estaba el kriptoniano cerca.

- Sube al coche, Bruce – Le dijo tranquilo.

- No iré a ningún sitio contigo – Empezó a caminar, desencajado. Confuso. Si la kriptonita no le afectaba ¿Qué o quién podía detenerlo?

- No seas terco – Bufó – Gotham está a más de quince kilómetros- Alzó la voz mientras Bruce se alejaba.

Bruce sacó su móvil del bolsillo.

- Aquí no hay cobertura – Le dijo mientras le seguía con el coche, circulando poco a poco al lado de Bruce, que caminaba por la carretera.

Wayne sonrió de soslayo. Él siempre tenía cobertura por más que estuviera en el centro de La Tierra, para eso disponía de sus propios satélites de telecomunicaciones.

Marcó el número de la mansión y cuando dio el primer tono, el aparato desapareció de entre sus manos.

Apretó los puños con fuerza. Quería golpearlo en la cara hasta desfigurarlo, si eso hubiera servido para algo más que para romperse todos los dedos de la mano.

- Devuélveme el teléfono – Ordenó con voz rasposa, completamente impotente.

- ¿Qué teléfono?

"¡Maldita sea!"

En ese momento, observó un auto girando la curva y se puso en medio de la carretera sin dudarlo. Una salida.

Fueran cuales fueran las intenciones de Superman, no podría llevarlas a cabo, delante de civiles inocentes.

El coche frenó estrepitosamente, derrapando, quedando a escasos centímetros del multimillonario, que permaneció inalterable.

Se dirigió hasta el asiento del conductor. Allí estaba agarrada al volante con cara de pánico una mujer de cabello castaño, despeinada, con dos niños de unos tres y cinco años sentados en sus sillitas en la parte de atrás. Reían a carcajadas, por haber escuchado el grito de su madre histérica al casi haber atropellado a aquel hombre en mitad de la carretera.

- ¿Pero qué coño hace en mitad de la carretera? ¡Gilipollas! – Gritó la mujer.

- Lamento mucho haberla incomodado – Dijo Wayne con su mejor sonrisa – Pero es que mi coche se averió y no tengo cobertura para llamar a la grúa.

La mujer lo miró de arriba abajo, perpleja - ¿Es usted Bruce Wayne? – Preguntó anonadada.

Era fácil reconocerlo cuando iba vestido de esa manera tan elegante.

- Sí, soy yo – Asintió amablemente - ¿Podría hacerme el favor de acercarme hasta Gotham?

- ¡Es usted Bruce Wayne! – La mujer empezó a reír nerviosa – Niños, ¡Es Bruce Wayne! – Los niños miraron a su madre como si se hubiera vuelto loca.

- ¿Podría llevarme? - Insistió deseando desaparecer de allí lo antes posible.

- Si ... sí ... por supuesto. Suba – Quitó el seguro de su coche. Esa mujer seguro que trabajaba en la ciudad.

- ¿Puedo ponerme delante? – Se atrevió a preguntar, para alejarse lo más que podía de aquellas dos criaturas. Los niños nunca habían sido su fuerte.

- ¡Claro! – Contestó la mujer contentísima. Así todas sus amigas verían quién la acompañaba al dejar a sus hijos en la escuela – ¿Su amigo no nos acompaña? – Preguntó al ver a aquel altísimo hombre moreno apoyado en el capó del coche.

- No.

- Oh - ¡Qué lástima! Pensó la mujer, también estaba bastante buenorro, pero tendría que contentarse con el soltero más codiciado del país. Volvió a reírse nerviosa - ¿Le puedo hacer una foto?

Bruce se llevó los dedos al puente de la nariz. Se había dejado la cartera con la documentación y el dinero en el auto.

"¡Mierda!"

Llegó una hora más tarde de lo previsto a la Torre Wayne, con cara de pocos amigos. Ni siquiera saludó a las más de diez recepcionistas rubias del hall de su propio edificio que hicieron un puchero, decepcionadas por la falta de atención.

Derek le seguía como un perrito faldero, para informarle de todos los movimientos a William Earle, tal i como hacía siempre que se dejaba caer por la sede central de Industrias Wayne, que solía ser muy de vez en cuando. No estaba de humor y lo empujó fuera del ascensor antes que éste cerrara las puertas.

Su secretaria le llamó cuando pasó por delante de su mesa.

- Señor Wayne – Carraspeó – Un periodista ha venido a verle – Señaló con los ojos a Clark Kent, sentado en la enorme sala de espera de butacas impolutas forradas por suave cuero negro – Ya le he dicho que sin cita no ...

- Yukio, llama a seguridad – Dijo el CEO antes de irrumpir en su despacho y cerrar la puerta. De nuevo su corazón se le iba a salir por la boca. Estaba tan irritado que sabía que no le sacarían sangre aunque le pincharan en una vena.

Clark abrió la puerta , empujando a Bruce unos metros hacia dentro, ya que estaba aguantándola desde el interior. La cerró tras entrar.

- ¿Seguridad? – Preguntó nerviosa la señorita Yamashida al agarrar el teléfono– Vengan rápido, al despacho de Wayne – La japonesa colgó, abrió uno de sus cajones y sacó una semiautomática - ¿Está bien señor Wayne? – Interrogó detrás de la puerta con el arma preparada.

Yukio Yamashida se había criado en uno de los peores barrios de Tokyo.

Wayne miró iracundo a Clark. Un escalofrío recorrió toda su columna.

El kriptoniano se desabrochó un botón de la camisa y Bruce sintió que se le salía el corazón por la boca, provocó que la adrenalina se distribuyera por todo su cuerpo activando todas sus alertas.

En un leve parpadeo Clark ya no era un simple humano, sino que se había convertido en Superman, vistiendo su uniforme kriptoniano azul, con su flamante capa roja.

No dijo ni hizo nada más ¿A qué estaba esperando?

- ¿Señor Wayne? – Preguntaron varios hombres tras la puerta - ¡Vamos a entrar!

- NO – Se apresuró él a decir. ¿Cómo explicaría la presencia del Hombre de Acero en su despacho? La gente empezaría a preguntar qué tipo de relación tendrían, de qué se conocerían ... - Estoy bien – Así que eso buscaba.

- Diles que se vayan – Superman se paseaba por su despacho como si estuviera en su granja.

No pensaba quedarse a solas con el jodido alienígena, que había resultado ser demasiado inteligente como para seguir disimulándolo.

Bruce salió del despacho dejándolo dentro. – Siento el malentendido – Les dijo a su equipo de seguridad – Es que había olvidado que hoy tenía una entrevista – Sin embargo, no volvió a entrar al despacho. Ante la mirada extrañada de aquellos hombres, en vez de eso, se sentó en el escritorio de madera tallada de su secretaria y le sonrió seductoramente – Aunque la verdad, es que se me ocurren mejores maneras de pasar el rato que respondiendo preguntas aburridas a un reportero ¿Verdad, Yukio? – Le besó la mano galantemente mientras la secretaria se derretía al sentir el roce de sus labios sobre el dorso de su piel.

A este juego, jugamos todos – Pensó Wayne antes de tomar el ascensor agarrándole la mano a la japonesa.

- ¿Qué necesita, señor Wayne? – Le preguntó a la mujer cuando llegaron a la planta baja. Por suerte, Yukio siempre hacía las preguntas adecuadas, a parte de ser la preciosa hija rebelde de un jefe de la Yakuza.

- Un coche con chófer – Solicitó, sabiendo que Superman no se atrevería a abordarlo si estaba con alguien ajeno a sus otras personalidades – Y dinero.

- ¿Diez mil dólares estará bien?

- Que sean veinte.

Yukio sacó su teléfono y llamó al chofer de Earle, el cual le caía como una patada en el culo. No pensaba desaprovechar la oportunidad de joderle, aunque solo fuera quitándole el medio de transporte. Después le dio una targeta de crédito a nombre de la empresa.

Cuando salieron a la calle, Bruce movió los ojos nervioso, alzando la vista hacia el cielo. Parecía que la única manera de evitar al kriptoniano era estando en compañía de otras personas.

Necesitaba tiempo para pensar.

La inexplicable falta de reacción a la kriptonita le había pillado con la guardia baja ¿Cómo detendría lo que se había vuelto imparable?

Entró en el BMW que vino a recogerle.

- ¿Qué le digo al alcalde, señor Wayne? – Preguntó Yukio desde la acera– Tenía usted una cita con él en media hora.

- Dile que tengo cosas más importantes que hacer.

La secretaria asintió. No era la primera vez que su prácticamente inexistente jefe rehuía de sus responsabilidades sin dar ninguna explicación.

– A los juzgados – Dijo escuetamente al chofer, comprobando antes que no fuera cierto alienígena.



HARVEY DENT

Llevaba horas en el despacho de Dent. Había llamado desde allí a Alfred para comprobar que efectivamente Trevor se encontraba en perfecto estado, solo un poco confuso porque uno de los vehículos había desaparecido del garaje privado de la mansión. Alfred también parecía algo preocupado pero Wayne intentó tranquilizarlo, mintiéndole.

Seguro que el viejo había notado la falta de convicción en sus palabras.

- Salgamos a divertirnos – Bruce se sentó en el escritorio del fiscal de Gotham, mientras éste terminaba de escribir unos informes.

- No es que me queje de tu presencia, Bruce, pero tengo muchísimo trabajo acumulado con la explosión en aquella fábrica y ...

- Venga Harvey ... ¿ Cuántas veces te he pedido algo? – Dijo mientras aprovechaba para echar un vistazo a unos documentos confidenciales que el fiscal tenía sobre la mesa, como el que cotillea una revista del corazón. Intentaba que pareciera que no prestaba atención.

- ¿Con ésta? Dos – sonrió y se levantó a quitarle el expediente – Y esto .... Es confidencial – Metió los papeles en un cajón y los cerró con llave.

Claro. Se acordaba de aquella vez que arrestaron a Clark en Metropolis. ¡Debería haber dejado que se pudriera entre rejas!

- ¿Cuántos favores me has pedido tú a mí? – Contraatacó Wayne.

Puso cara de niño desvalido, descontándose, pues los números no eran lo suyo. Acabó accediendo muy a su pesar y acabaron en la discoteca de moda de Gotham, rodeados de un montón de gente que se movía al son de los últimos hitos musicales del momento.

El lugar estaba abarrotado y era enorme.

Tanto en la pista de baile como fuera de ella, cientos de jóvenes y no tan jóvenes se movían al son de la música, rozando sus cuerpos en una danza sensual.

Bien, sonrió Wayne, sintiéndose a gusto por primera en aquel interminable día.

Resolvería esto de una manera o de otra, como siempre hacía. Solo necesitaba tiempo para pensar.

Se llevó a los labios su Martini con Limón, intentando concentrarse en buscar soluciones. Mientras un par de chicas le sonreían con mirada seductora, preguntándose si realmente sería él.

Harvey era como un depredador, con todos sus instintos alerta, buscando a la presa perfecta, mientras sentía algunas miradas puestas en él. Eso no le molestaba en absoluto, sin embargo tenía que reconocer, que la mayoría de ellas iban dirigidas al infame Bruce Wayne.

El playboy millonario eclipsaba a todos con su presencia, aunque era de agradecer la poca luz de aquel lugar cosa que hacía que le resultara más fácil pasar desapercibido.

- ¡Baila, Bruce! – Rió el fiscal, viendo la expresión distraída de su amigo. Se desató dos botones de su camisa – Hemos venido a divertirnos y esto está lleno de chicos guapos, como a ti te gusta.

Wayne se acabó su copa y se fue hasta la barra para pedir otra más fuerte. La necesitaba.

- Whisky, Macallan o Glenfiddich – Indicó al camarero.

Harvey lucía despreocupado, buscando presas. Últimamente estaba sometido a mucha presión como ayudante del fiscal y echar un polvo con algún desconocido era precisamente lo que andaba buscando.

Buscó entre la multitud y observó un hombre joven vestido con una sencilla camisa blanca y unos vaqueros oscuros ¡Vaya espécimen! Era la primera que lo veía por allí. Si no fuera así, se hubiera acordado. Enorme, guapo, fuerte y con los ojos más azules que había visto jamás.

Incluso aquellas gafas le daban un toque de inocente intelectual.

El hombre moreno se le acercó y Dent sonrió pícaramente. Pensó que era su noche de suerte.

- Yo soy Harvey – Le ofreció la mano.

Aquel hombre se la estrechó firmemente. Tenía las manos grandes, mucho más que las suyas. Fantaseó con el hecho que también tuviera otras partes de su anatomía de igual tamaño.

- Clark Kent – Dijo serio. Parecía que buscaba algo entre la multitud.

- ¿No eres de por aquí, eh? – Preguntó intentando entablar conversación.

- No... Soy de bastante lejos.

- Ya decía yo – Dent sonreía como si le hubiera tocado la lotería – Me hubiera fijado en ti. Entonces Clark ¿Qué te trae por aquí?

- Estoy buscando a alguien.

- ¿Lo has encontrado? – Sonrió socarrón el fiscal.

- Acabo de hacerlo – Pero no le miraba a él, sino a Wayne, que estaba detrás suyo con un semblante indescifrable. Mirando la escena como si acabara de ver un perro verde.

- ¿Qué haces aquí? – Le preguntó Wayne sujetándolo por el brazo. El tamaño de su bíceps era tal, que no podría abarcarlo ni con las dos manos.

- ¿Os conocéis? – Preguntó Dent temiendo la respuesta.

- Íntimamente – Contestó el hombre de los ojos celestes.

Harvey se hundió en la miseria.

Era la última vez que salía con Bruce Wayne. Él siempre se llevaba todos los chicos guapos.

¡Oh Demonios! ¿Cuántas veces se había dicho eso a sí mismo?



BRUCE

Bruce se llevó a Clark hasta un rincón, algo apartado de la pista, aunque igualmente repleto de clientes de la discoteca.

- ¿Qué estás haciendo aquí? – Le preguntó reprimiéndose las ganas de meterle el trozo de kriptonita por el ojo solo para asegurarse de que ésta ya no le provocaba dolor alguno.

- Me cansé de esperar – Le susurró al oído, notando como el vello de su lóbulo se erizaba por el leve contacto de sus labios.

- Vete Clark, ahora mismo o ...

- ¿O qué? – Se mostró desafiante como pocas veces - ¿Me castigarás con tu indiferencia?

- ¿Ahora te me pones cínico? – Se extrañó el mayor alzando una ceja – No te pega.

- Lo que no me pega es esperar. Sabes que la paciencia no es uno de mis superpoderes.

¿Así que esas teníamos? Invadiendo su espacio personal, colándose a la fuerza en su mansión, en su despacho, en su vida.

- ¿Qué pretendes, Clark? ¿Qué haga como si nada hubiera pasado?

- No – Apartó la vista al suelo. Bien, un punto débil que explotar ante su creciente seguridad – Pero no podemos dejar que el pasado no nos deje vivir el presente.

- ¡Y ya está! ¿Así de sencillo? – Se indignó Bruce por la simplicidad con la que Clark veía las cosas.

- Sí, así de sencillo. Aunque tú te esfuerces en complicar las cosas.

- ¿Ahora la culpa es mía?

- En parte sí.

Bruce se llevó una de las manos a la cabeza resoplando e intentando aclarar sus ideas. Observó al indestructible Dios kriptoniano que le miraba como si nunca hubiera roto un plato, como si todo fuera culpa suya, como si todo pudiera solucionarse, olvidarse, pasar página, olvidarlo todo ...

Superman dio un paso al frente acercándose.

¡Qué diablos!

Con una de sus poderosas manos lo agarró por la cintura y con la otra  por detrás de su cuello, atrayéndolo suavemente hacia él.

Bruce le aguantó la mirada, perdiéndose en el color de las cálidas aguas de algún paraíso perdido, como perdida estaba su mente, respirando con dificultad, sintiendo el aliento del kriptoniano sobre sus labios, rozando su piel y erizando cada pelo de su cuerpo.

Cerró los ojos.

Esa fue la señal que Clark había estado buscando para posar sus labios sobre los ajenos en un lento y tierno beso, algo dudoso al principio, más sensual al final.

Sus constantes se dispararon, su temperatura subió tres grados y una punzada se aposentó en su diafragma como antaño. Le costaba respirar y sabía que él lo notaba, leyéndolo como si se tratara de un libro abierto.

Abrió los ojos.

- ¿A que no es tan complicado? – Le dijo el kriptoniano – Empecemos de nuevo – Le acarició tiernamente la mejilla y el murciélago se apartó levemente, aunque no lo suficiente como para evitar ese contacto.

- Antes devuélveme el móvil.

CONTINUARÁ ...



Notas de la autora:

Aquí les dejo el nuevo capítulo.

Sí, yo también estab harta de la falta total de acción por parte del murcielágo y Superman nunca ha sido demasiado paciente, así que esto era de preveer.

Espero que les haya gustado.

Yo disfruté mucho la escena del auto cargado de niños, y del pobre Harvey en la discoteca.

Nunca se puede salir a ligar con alguién que está más bueno que tu!!!

Ja ja ja

Espero que les haya gustado y ya saben ... espero ansiosa sus reviews, son el alimento de mi mente de escritora ....

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