Capítulo 22: Un Mundo en Llamas

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng




CAPITULO 22

Un mundo en llamas


KAL-EL


Los ojos de Kal-El se entrecerraron y su rostro se ensombreció.

No.

"  P...  "

No lo aceptaría.

No lo haría.

Salió del tanque disparado hacia la sala de núcleo de fisión de su nave kriptoniana.

Ni siquiera esperó a que Kelex denegara su autorización a entrar. Estaba seguro de que lo haría, ya que allí se generaban niveles de radioactividad extremadamente peligrosos, por la fisión de la Kriptonita.

"No siento su latido"

Debía actuar con rapidez.

No sabía si funcionaría, pero por amor se hacen grandes locuras. Las mayores. No pediría perdón a los Dioses que lo habían abandonado. No pediría permiso y tampoco se disculparía ante nadie.

Porque él, ya no tenía que dar explicaciones.

Arrancó las tres compuertas de seguridad que sellaban la cámara y todas las alarmas de seguridad de la IA kriptoniana se encendieron. Superman se paró ante el reactor principal de la nave alimentada por kriptonita. Su capa roja dejaba un rastro rojo carmesí tras ella. Allí, por el suelo, quedaba también la cordura, de la locura que estaba a punto de cometer.

Su cuerpo vibraba preso por la rabia incontrolada, cautivo de unas emociones impuestas al nacer que poco a poco iban adueñándose cada vez más de sus acciones.

Sin pensar tomó uno de los tubos donde se concentraban los isótopos del mineral verde que reaccionaba ante su presencia con un brillo que cegaría a los mortales. Se lo llevó a los labio y lo bebió. No hubo un ápice de duda. La desesperación hace al bueno, cruel.

"Es mi única oportunidad"

Sus piernas flojearon y sintió que perdía fuerza en sus brazos. El tubo se resbaló entre sus dedos, incapaces de sostenerlo y cayó al suelo rompiéndose en mil pedazos.

No era lo único que estaba quebrado en ese lugar.

Kal-El se tambaleó y acabó por apoyarse en la pared para no desplomarse contra el piso.

Sabía de su resistencia al mineral. La inyección que le proporcionó Kelex hacía ya tanto tiempo le hacía inmune a la piedra kriptoniana, pero no a los residuos de su fisión. La concentración de pureza de los isótopos que acababa de tragarse matarían a cualquier kriptoniano, hubiese sido inmunizado artificialmente o no.

"No escucho la sangre circular por su cuerpo inerte"

Avanzó cayendo varias veces al suelo por aquellos interminables pasillos austeros, dejando el rastro de una muerte segura tras de sí. Pensó que le tomaría menos tiempo volver y tiempo era precisamente, algo que Bruce no tenía. Sus daños cerebrales estaban a punto de ser irreversibles. Su visión estaba borrosa y escupía sangre por la boca.

"No puedo vivir sin él"

Haciendo acopio de toda la fuerza que le quedaba, superó la necesidad de sucumbir y retorcerse al veneno que le quemaba las entrañas. Eso hubiera sido fácil, pero no, él lucharía, como lo haría Batman, como lo había visto cientos de veces en batalla. Se levantaría de sus cenizas cual ave fénix y resolvería la situación, o quemaría a todos por ello.

Llegó a la sala médica y lo vio sumergido en el líquido color ocre del tanque de curación. Flotaba vagando en aguas tranquilas. Inmóvil. Imperturbable. Sereno.

"Mi ángel, de una manera o de otra, pronto estaremos juntos"

Se metió en el tanque sujetándose a lo que pudo, pues volar ya no era una opción. Lo abrazó y apoyó su cabeza contra su pecho que todavía vestía la S de la casa de EL, manchada de sangre humana y kriptoniana a partes iguales.

Kal-El miró sus dedos temblorosos y exhaló el que podía ser su último aliento. Miró hacia arriba buscando el consuelo de la madre que le arrebataron, del padre que perdió, de la soledad que lo acompañó toda su vida. Sabía que ellos no lo aprobarían. 

No le arrebatarían a su amor. No se quedaría solo de nuevo.

En el acto de convicción más certero del mundo se desgarró su propio cuello con la mano derecha, hundiendo sus dedos en la carne, arrastrando piel y hueso en la cruenta acción. Una que sin duda, le costaría la vida.

Sintió lo que debió sentir él. La propia sangre resbalando por su sistema respiratorios, colapsando órganos con su ausencia, agravándose con el envenenamiento de la Kriptonita.

Convulsionando, cerró la tapa del tanque.

El enorme cuerpo del kriptoniano tocó el fondo del tubo y aún al borde de la inconsciencia, nunca dejó de abrazar a su amor.

"Ya tienes tu fallo multiorgánico en tu jodido espécimen kriptoniano, maldita nave hija de puta" pensó.

El silencio sepulcral de la sala se rompió con un pequeño pitido en la consola de mandos.

- * Detectada ausencia de signos vitales en espécimen kriptoniano. Acceso a cura inmediata.

Solo entonces, sucumbió a la pérdida de conocimiento.



BRUCE

...Ingravidez...

Se sentía flotando, bañado por el sol  ¿El océano? 

Abrió levemente los ojos y la luz le deslumbró "¿Dónde estoy?"

Aquello debía ser el cielo. Se sentía confuso pero extrañamente apaciguado. La rabia había desaparecido y también el dolor.

...Dolor...

Se llevó una de las manos al cuello. Sus manos obedecían sus ordenes aunque se movían lentamente a través de aquel líquido mucho más denso que el agua del mar.

La piel suave le sorprendió. Un tacto extraño que no reconocía, sin rastro de heridas o vendajes.

Siempre pensó que iría al infierno.

Intentó tomar aire pero sus pulmones no se llenaron. Su cuerpo se removió en el aire. Sintió una superficie lisa tocando contra su espalda y una más blanda cerca de su pecho que le resultaba familiar.

Abrió los ojos y el resplandor amarillo los quemó. Volvió a cerrarlos.

No era el Sol.

Sus brazos se estiraron intentando situar su cuerpo flotante y tocó fondo con los dos. Estaba encerrado dentro de algo no demasiado grande lleno de líquido "¿Un ataúd?" "¿Estoy muerto? ¿Sumergido?" 

Abrió los ojos de nuevo. Debía intentar serenar un corazón agitado que latía con más fuerza de la que recordaba. Todo tenía un pálido tono ocre, pero translúcido si esforzaba la vista. 

Estaba confinado y allí no había aire que respirar. El pánico hacía que pensara de prisa y se moviera de prisa. Debía salir de allí. Movió sus pies para que lo impulsaran hacia arriba.

Se golpeó fuertemente la cabeza al intentar liberarse y sintió el choque de otro cuerpo contra el suyo. Focalizó la vista

"¿Clark?"

Parecía dormido. Flotaba junto a él con los ojos cerrados... tenía ...

Llevó sus manos a través de aquel líquido viscoso que los rodeaba, hasta tocar el cuello del kriptoniano. Estaba destrozado. Podía ver sus nervios y fibras musculares, ya que no había piel que los cubriera.

¿Qué estaba pasando?

"Clark" gritó, pero su súplica se acalló sin aire por el que transmitirse.

Miró a su alrededor, a través del cristal de aquella enorme pecera y vio lo que parecía la sala de un hospital. No. Ya había estado allí, aquello era la nave kriptoniana, concretamente la sala médica.

Bruce ya lo recordaba. Estaban los dos metidos en el tanque de curación.

El velo desapareció y recobró la memoria de sus últimos instantes de vida.

"El disparo"

La nitidez del recuerdo compungió su mente. Rememoró cada detalle de antes de perder el conocimiento: su amigo Gordon presionando la herida gritando desesperado y los ojos vidriosos de Superman sujetándolo en brazos. Volvió a llevar sus manos a su cuello sin rastro de laceraciones. Estaba completamente curado.

Superó el pánico a morir ahogado cuando se dio cuenta de que realmente, allí dentro, no necesitaba respirar. Inhaló profundamente el líquido que ya estaba dentro de sus pulmones y fue como tomar una bocanada de aire fresco de una hermosa y despejada mañana.

Volvió a mirar a Clark. El corazón se le encogió al verlo en aquel estado.

"¿Quién? ¿Cómo?"

Observó los daños en la habitación. La mitad de ella había desaparecido.

Zarandeó al kriptoniano pero no respondió. "¿Qué te ha pasado, Clark?"

Lo abrazó estrechándolo contra su cuerpo. Encerrado allí con él, no podía hacer nada más que rogar porque se recuperara.


***

No fue consciente de cuánto tiempo permaneció en ese estado, pero la compuerta que los aislaba del exterior se abrió al fin y el líquido fue drenado por unos agujeros situados en el fondo del tanque. Bruce apartó suavemente el cuerpo de Clark y su cuerpo tomó aire. Evidentemente lo que vino a continuación no fue demasiado bonito, vómitos y tos hasta que consiguió que todos los fluidos salieran de sus pulmones .

Consiguió salir del cubículo arrastrando a Clark con él. 

Sus ropas seguían manchadas de sangre y se pegaban a su cuerpo mojado como una segunda piel. Puso los pies en el suelo y resbaló, cayendo sobre el costado. Era como aprender a caminar de nuevo sobre hielo.

Clark yacía bastante más recuperado, en su cuello solo quedaban leves vestigios de una antigua cicatriz, pero no despertaba.

Eso no tenía que estar pasando.

Se puso de pie de nuevo y se dirigió hacia la consola. Agradecía enormemente el haber aprendido kriptoniano tanto hablado como escrito. Empezó a teclear para ver los últimos informes de la nave, que parecía menos luminosa que de costumbre.

*"Tres por ciento de autonomía"

Esa era la energía que le quedaba a la nave kriptoniana. Por lo que pudo leer en el panel de mando, ese era el punto crítico en el que todos los sistemas no vitales de la nave se desactivaban, inclusive la cápsula médica. Supuso que por esa razón el tanque se había abierto antes de haber curado totalmente a Clark.

Tecleó sobre el panel "Curación completada al ochenta y tres por ciento de espécimen kriptoniano".

Esa cicatriz no debería estar ahí.

Accedió al sistema de monitorización de seguridad para ver lo que habían grabado las cámaras, pues si había algún enemigo en aquella nave capaz de hacerle eso a Clark, debía estar alerta para protegerlos a ambos.

Bruce palideció al ver lo sucedido realmente.


***


Clark se despertó en su habitación de la nave kriptoniana, dos días más tarde. Estaba oscuro, apenas había un atisbo de luz roja en una de las paredes.

- ¿Cómo estás? – Preguntó Bruce sentándose a su lado, sobre la cama.

Clark se levantó como una exhalación y lo estrechó entre sus brazos. Aparentemente había recuperado toda su fuerza, ya que solo aflojó sus músculos cuando escuchó crujir la espalda del murciélago. El kriptoniano hundió su rostro sobre el hombro del humano y Bruce percibió los espasmos en su espalda. Estaba llorando. Se contraía con cada sollozo y sintió el flaquear de sus piernas.

- Estoy bien, Clark – Intentó consolarle acariciando sus brillantes rizos negros – Pero lo que hiciste ...

Superman le besó en los labios. Tenía los ojos irritados por la emoción y sus labios temblaban con cada lamento que intentaba ahogar sin éxito.

- Lo haría una y mil veces si con eso lograra salvarte – Volvió a besarlo conmocionado.

Bruce guardó silencio.

Realmente no sabía qué decir. Nunca fue bueno con las palabras. Quería transmitirle tantas emociones, tantos sentimientos pero ¿de qué serviría?. Estaba enfadado con él, tanto como agradecido. Se había comportado como un inconsciente en un acto que podría haberle costado la vida, pero lo cierto es que allí estaba. Gracias a él seguía respirando y se sentía mejor que nunca. 

Había recuperado toda su fuerza y agilidad. No había rastro de antiguas heridas ni cicatrices, no tenía ese dolor punzante al andar donde el Joker le rompió la rodilla con aquella maza, no sentía el desagradable hormigueo en la boca del diafragma, donde Killer Crock  lo atravesó con aquella barra de acero.

Tendría nuevas cicatrices, pero eso sería con el tiempo.

Tiempo.

Tiempo que a la nave no le quedaba.

- Clark, debemos irnos – Se apresuró a decir – No queda apenas kriptonita en el núcleo y no sé cuánto tiempo este hierro pueda mantenerse en el aire.

El kriptoniano se puso en pie y se llevó las manos al cuello palpando el relieve de su única cicatriz. Acarició la mejilla del murciélago con el dorso de la mano.

- *Kelex, nuevo rumbo fijado, Polo Norte terrestre – Su voz sonaba algo ronca y más grave de lo normal (*Traducido del kriptoniano)

No hacía falta mucho para darse cuenta de que Clark no estaba completamente recuperado.

-*Nivel de combustible insuficiente para trazar el rumbo. Entrando en modo suspensión.

Clark miró a Bruce.

- Yo la llevaré a Tierra firme, Bruce.


El aterrizaje fue bastante movido. Cuando Clark acabó de enterrar la nave bajo toneladas de nieve, los llevó a ambos a la mansión por deseo expreso de Bruce. Además, el kriptoniano parecía cansado, todo lo contrario que Bruce.

Aquel era un buen momento y un buen lugar. Estaban tumbados sobre un enorme sofá y los troncos en la chimenea crujían con el fuego que aportaba calor en esa fría noche de invierno. Acababan de hacer el amor y Clark, situado debajo de su espalda, lo abrazaba acariciando y rodeando su abdomen, mientras le propinaba pequeños besos sobre la espalda.

- Clark – Bruce se giró para verlo de frente – Gracias, por lo que hiciste, pero ... No tenías que haber arriesgado tu vida por mí.

- Ya hemos tenido esta conversación – Dijo testarudo, sin dejar de besarlo en el cuello – Me encanta tu nueva piel sin cicatrices.

- Mírame – Le ordenó tomando su rostro entre sus manos – Clark, yo moriré algún día, y no será de viejo. Siempre he sabido que eso sería así y lo he aceptado. Tú también debes hacerlo – Clark desvió la mirada al suelo – Ya sea en batalla, por enfermedad o por el inexorable paso del tiempo, yo me iré y tú no podrás hacer nada y tendrás que vivir con ello.

El kriptoniano se levantó y dejó que su enorme cuerpo desnudo se bañara con los destellos rojizos del fuego.

- Necesito saber que puedo confiar en ti cuando eso pase – Prosiguió el humano - Necesito saber que continuarás con tu vida y que no harás ninguna tontería.

Clark se llevó una de sus manos a la nuca y jugó con sus cabellos de manera nerviosa. Asintió con la cabeza sin convencer a nadie.

Bruce también se levantó y se colocó justo delante de él. Clark no acostumbraba a mentir, pero le estaba ocultando algo desde hacía tiempo. Podía sentirlo nítidamente.

Allí solo estaban ellos dos, cuerpo a cuerpo, piel con piel. Desnudos y despojados en una intimidad que ya les resultaba habitual.

- Prométemelo – Insistió el murciélago.

- No salgas de casa. Ahora tengo que irme – Fue su única respuesta antes de desaparecer ante sus ojos, dejándolo en la más absoluta soledad.

- ¿Señor, Wayne? – Preguntó Alfred desde el otro lado de la puerta sin atreverse a entrar – Diana Prince ha llamado más veces de las que puedo recordar. Quería saber cómo se encontraba.

"Mi fiel amigo" Alfred también había estado abrazado a Bruce más de veinte minutos cuando apareció en la puerta de la mansión. Se le notaba demacrado y su rostro repleto de arrugas reflejaba las horas de angustia vividas ante las imágenes retransmitidas en directo por todas las cadenas mundiales.

Bruce no sabía cómo iba a solucionar su repentina recuperación ante los medios, pero Batman no tenía que dar tantas explicaciones. Echaba de menos al murciélago, se sentía pletórico y enérgico, tanto física como espiritualmente.

Se había enfrentado a la muerte, había perdido y sin embargo allí estaba. Había vuelto de un lugar sin retorno.

Le debía una a la parca. Una deuda que no pensaba saldar. Al menos, aún no.

- Ahora mismo la llamo, Alfred – Dijo poniéndose los pantalones. Salió del gran comedor donde estaba y abrazó a su mayordomo que quedó tan sorprendido por el gesto cariñoso que no pudo articular palabra -Te quiero, Alfred, como un hijo puede querer a un buen padre del que se siente orgulloso.

Pennyworth quedó en estado de shock por aquella verbalización de amables palabras. Desde luego, sabía que Bruce le apreciaba de esa manera pero nunca esperó oírselo decir.

Ojalá el inglés hubiera podido decir algo, pero tan solo respondió con una lágrima resbalando por su mejilla y una sonrisa.



SUPERMAN

Sobrevoló el globo desde el espacio. Desde donde la calma reinaba y el silencio acariciaba su piel con suavidad certera.

Había aguantado la compostura por él. No quería que se preocupara más de lo debido después de por lo que había pasado pero aquel silencio sepulcral que sintió durante los más de cinco minutos en los que el corazón de Bruce no latió, le estaban pasando factura.

Le costaba volar. Le costaba respirar. Era como si aquel aire estuviera viciado y se pegara a sus pulmones como una  mucosa de la que no podía deshacerse. Descendió para no tener que golpearse contra el suelo en una segura caída.

Le costaba contenerse.

Sentía que iba a explotar de un momento a otro y se llevaría a medio planeta con ello.

No estaba recuperado. Las secuelas en su cuerpo así lo atestiguaban, pero las heridas en su corazón eran las más preocupantes.

Su corazón estaba tan acelerado que pensó que se le saldría del pecho. Le dolía.

Al tocar tierra con los pies, cayó de rodillas y las lágrimas descendieron de nuevo por sus mejillas, con dolorosa y silenciosa rabia e impotencia. Aquello no era tristeza. Aquello sobrepasaba toda la racionalidad del humano crecido y criado en Kansas. Por un momento, vio el mundo arder y por un momento, lo disfrutó.

Porque eso hubiera pasado de no estar de nuevo acompañado, porque eso hubiera sucedido si no hubiera conseguido traerlo de vuelta.

Un mundo en llamas.

Apretó los nudillos contra el suelo y la piedra caliza debajo de ellos se resquebrajó como lo hace la madera podrida. "El culpable arderá, los humanos arderán, el planeta arderá, pero juro que encontraré al que lo hizo y se lo haré pagar con su vida"



JIM GORDON



Aquella no era una buena noche para dejar de fumar.

Normalmente todo eran escusas triviales pero realmente, aquella no era una buena noche para dejarlo. No era una buena noch, para nada, igual que la anterior, y la anterior a la anterior.

Miró a la calle desde el balcón de su casa. No era muy alto, apenas tres pisos, pero eran suficientes como para sentirse a salvo de la escoria que paseaba por la calle a aquellas horas de la noche.

Dio la última calada a aquel puro habano, saboreando cada matiz tropical. Lo había guardado para una ocasión especial y sin duda, esta se lo merecía.

Miró la batseñal en el cielo grisáceo de aquella ciudad carente de color. Llevaba brillando en el cielo desesperanzado cuatro días y cuatro noches, y él no aparecía.

En la estación de policía se preguntaban qué le habría pasado. Gordon callaba, otorgando con su silencio. Todos los oficiales sabían que eran amigos pero nadie se atrevía a preguntarle. Tenían miedo a la respuesta.

Las marcadas arrugas, el semblante entristecido, la mirada ausente del comisario. No hacían falta palabras para que los buenos entendedores entrevieran la verdad del asunto: Que Batman no volvería.

Pisó lo que quedaba del habano con el zapato, chafándolo contra la húmeda superficie, brillante por una llovizna incesante que repiqueteaba también en lo más profundo de su corazón. Lo calaba de frío, congelando sus esperanzas.

- Jim.

Escuchó la voz grave a su espalda pero no se giró. No era la primera vez que alucinaba. Últimamente el alcohol le jugaba malas pasadas. Su hija se lo advertía, su exmujer también, pero era un viejo zorro de costumbres arraigadas que no admitiría los estragos de la edad y que esas marcas en la piel ya no eran producto del sol, sino de los muchos años de maltrato a aquel cuerpo maltrecho.

- Jim – Volvió a escuchar.

Era imposible salir de algo como aquello. Se miró las manos temblorosas. Parecía que por mucho que las lavara el rastro de sangre no se iba, sentía su olor metálico, su viscosidad antes de la coagulación. Las mentiras que le dijo.

Una mano fuerte y grande se posó sobre su hombro y no pudo más que sucumbir a aquel sueño que era enfermizamente real. Se giró y lo vio, con su traje de murciélago. Imponente, majestuosamente intimidante.

- Deberías dejar de fumar – No apartó su mano. Eso no era propio de él. Batman jamás consentía un contacto físico prolongado, y mucho menos, lo buscaba él mismo.

"Bendito espejismo que me da la tregua de la ilusión"

Jim se acercó un paso a aquella grandiosa figura oscura y la rodeó con sus brazos, colgándose de su cuello. Por un momento, sus rostros se rozaron como antaño. Puede que el murciélago no lo recordara, pero él sí.

Cada día de su triste vida en el que arriesgaba todo, menos su amor, porque su amor estaba a salvo de todo lo terrenal, porque aquella ciudad que lo vio nacer no se lo arrebataría dos veces. Aquellos recuerdos fueron grabados a fuego porque aunque breves, los vivió como los más intensos de su vida.

Nunca supo si para el otro fueron un juego de poder, de lujuria o de pasión. Solo supo que tal y como aparecieron, se esfumaron en la memoria de un tupido velo de sensualidad intercambiada por algo más que una simple amistad, pero amistad, al fin y al cabo.

Ya nunca dejaba que él lo tocara, más que en sus sueños y eso era precisamente esto: Uno de los mejores sueños que había tenido jamás, uno cargado de nitidez y de detalles que no desaprovecharía.

Se separó un instante de él. Olía a cuero y a material antiinflamable, a químicos y a perfume caro, un leve atisbo de Bruce Wayne que nunca conseguía camuflar del todo. Pues eso era él, aquel niño asustado en aquel callejón al que él prestó su abrigo para darle cobijo. Nunca pensó entonces que un gesto simple como aquel se convertiría en algo tan transcendente en la vida de ambos.

Nunca olvidó aquellas perlas nacaradas brillando sobre el rojo carmesí de la sangre.

Porque el barquero aguarda impaciente por sus monedas.

Observó aquellos labios finos y jugosos. Apetecibles. Él siempre fue el único. Nunca hubo ninguno más, porque después de él, no tenía sentido aferrarse a nada más. Nadie podía hacerle sombra.

Le besó.

Juntó sus labios temblorosos con los de él en un acto de añoranza comedida más allá de toda racionalidad.

Él se dejó hacer, por un instante, se dejó besar. Sintió la aspereza de sus labios carnosos. La suave frialdad prácticamente sucumbida con el pasar de los años. Luego él lo apartó suavemente de su cuerpo y lo devolvió a la realidad.

- Jim, no.

Gordon parpadeó varias veces. El abrasador calor de la pasión de esfumó cuando el sueño se resquebrajó en sus pensamientos. Sentía frío de nuevo, sentía la lluvia calándole el abrigo por dentro, llegándole hasta las entrañas.

- ¿Bruce? – Aquello no podía ser real ¡No podía serlo!

- Soy yo, Jim.

Su voz era firme y grave, masculina como ninguna otra. Podría intimidar al peor de los malhechores solo con ella, pero eso no bastaba para alimentar la leyenda.

El símbolo. El símbolo sobre el pecho. Eso era lo importante.

El significado de la causa justa, la dedicación más allá de la razón.

- Deberías estar muerto – El comisario no cedería ante sus deseos, era un hombre que siempre tocó con los pies en el suelo – Deberías estar ...

- Morí, Jim, pero me trajeron de vuelta.

Las lágrimas del viejo policía empezaron a caer entremezclándose con las que se precipitaban desde el cielo. El clima parecía acompañarle en la pérdida de su temible héroe gótico, fruto de su vientre.

- ¿De verdad eres tú? – Las piernas de Gordon flojearon, pero aquella criatura nocturna poseía los mejores reflejos que ningún humano pudiera tener. No iba a dejar que se golpeara contra el suelo. Lo tomó en brazos y empezó a caminar con él a cuestas.

- Entra en casa, Jim – Casi parecía que le sonreía – Estás empapado. Mañana hablaremos en el trabajo.

Al entrar en la casa, la joven Bárbara acababa de llegar para visitar a su padre. 

- Papá, ya iba a subir a buscarte, está empezando a llov ... - Se quedó atónita al ver a la señorial figura del murciélago llevando a su padre en brazos - ¿Qué le ha pasado, qué ...?

- Nada, Bárbara – Dijo él, impertérrito – Solo está algo conmocionado – Lo dejó suavemente sobre la cama de su habitación y con inédito gesto, lo tapó con una manta que había doblada en una de las sillas. Después, dejó uno de los batarangs sobre la mesita de noche – Cuida de tu padre – Lo miró apaciblemente – Es muy importante para mí.

Si Gordon había conseguido mantener a raya sus sollozos hasta ese momento, éstos estallaron sonoramente al escuchar aquellas palabras que jamás pensó oír.

Este había sido el mejor de los sueños.

Uno, del que por primera vez, nunca despertaría.

Tomó el reluciente y letal batarang entre sus manos. Un regalo, para hacerle saber que había pasado, que todo era real, que estaba de vuelta, como si nada malo hubiera sucedido, como si su corazón quebrado pudiera recomponerse.

Se pinchó con uno de los afilados extremos – ¡Auch! - Sin duda, había sido real.

El dolor anhelado era su regalo y su maldición.



BATMAN




La visita a su viejo amigo lo había animado.

Se sentía extrañamente en calma. Como aquella calle oscura por la que pocos se atrevían a pasar, pero la calma, siempre precede a la tormenta.

Siempre.

Dos mujeres, muy jóvenes, algunos dirían que niñas, otros dirían que suficiente como para pasar un buen rato y eso era precisamente lo que pensaban los cinco maleantes que las seguían.

Las muchachas aceleraron el paso. Una de ellas tomó de su bolso un espray de pimienta. "Chica valiente" pensó el murciélago agazapado entre las sombras, pero no lo suficiente. Noapara aquellos cinco. Dos de ellos con abrigos abultados en su lado derecho, diestros, con sendas armas de fuego ocultas debajo.

La primera amenaza no se hizo esperar.

La risa, acompañada de las lágrimas, los gritos. Unas súplicas que usualmente no obtendrían respuesta pero esta noche sí. Esta noche, él estaba allí, en el momento adecuado, en el lugar preciso.

Se movió entre las sombras dejando que uno de ellos le viera. Jugando con el miedo, porque ese era su reinado del terror.

- Tíos ... creo que he visto algo allí arriba – Intentó avisar a los otros con la voz temblorosa.

Demasiado tarde.

Batman cayó de la oscuridad como el Dios de la noche que era. Sus rodillas no le dolían, de hecho, nada le dolía. Pensaba disfrutar aquel momento que sentía como si fuera el primero. El corazón bombeando adrenalina, el resplandor del cañón de la nueve milímetros cuando la aguja lanza la bala a una velocidad mortífera.

Pero aquella criatura nocturna era más letal que cualquier arma de fuego. Otros disparos sordos le siguieron, resonando por todo el callejón, iluminando aquella silueta temible que se acercaba implacable sin que nada ni nadie pudiera hacer nada para evitarlo.

Las jóvenes cayeron contra el suelo, aturdidas por el sonido de las dos pistolas que no conseguían cumplir con su cometido.

El primer crujido del primer brazo roto no se hizo esperar, la segunda pierna quebrada, el sonido del hueso astillándose en fractura abierta atravesando los tejidos. Violento. Los dos portadores de armas neutralizados en primer lugar. Las mayores amenazas. Ahora venía la diversión. Ahora se escucharían los lamentos.

Así era como tenía que ser, así se esperaba que fuera, así se había ganado la reputación. Él no mataba. Nunca. Pero hubiera mostrado compasión haciéndolo, por muy contradictorio que esto pudiera parecer. En vez de eso, impartía sufrimiento por doquier.

Se dejó golpear solo para sentir un pequeño atisbo de molesta realidad. Aquel maleante de más de cien kilos le había propinado un directo a la mandíbula que rivalizaría con cualquier boxeador profesional, y sin embargo, él había logrado esquivarlo.

Aquello les iba a doler tanto como él lo iba a disfrutar.

- Fuera – Les dijo a las chicas. No había necesidad de que vieran lo que vendría a continuación.

- Dales su merecido – Dijo una de ellas, ayudando a la otra a levantarse – Y gracias, Batman.

Aquella mujer pudo escuchar los gritos de sus atacantes clamando por una piedad que nunca les sería concedida, y lo disfrutó.

Vaya que si lo hizo.


CONTINUARÁ ...



Notas de la autora

Sé que les hice sufrir con el último capítulo, pero en esta vida, como en todas, hay sufrimiento y alegría, porque lo uno no puede existir sin los otro.

Sin embargo, no les hice esperar demasiado, como prometí para que su tristeza no se extendiera más allá, o para que no se apagara la llama, de este mundo en llamas.

Personalmente, disfruto cuando el punto de vista del que relato es el de Jim Gordon y les animo a  leer el fic de "Cómo supe que Bruce Wayne era Batman" por si quieren ver qué es lo que pasó entre el murciélago y el policía en los primeros años de conocerse. Además, es totalmente compatible con esta historia. 

Pd: Espero que les haya gustado, no duden si quieren dejarme su opinión.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro