Parte 8: Reflexiones

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Joseph siempre se había considerado a sí mismo como un solitario afortunado. Probablemente, nunca hubiese conseguido entablar amistad con nadie de no haber sido por Sia. Ella no solo había sido su primera y más importante amiga, sino que también era la voz de su conciencia, y quien lo obligaba a avanzar y desarrollarse como persona.

Si bien al conocer a Lilian, Edward y Hans se había ampliado su círculo social, Joseph siempre había considerado solo a Sia como la persona en la que podía confiar incondicionalmente. Ella parecía sentir lo mismo, ya que acostumbraba a mantenerse al lado de Joseph durante casi todo el día.

Joseph suspiró, meneando la cabeza para librarse de aquellas reflexiones y recuerdos que, en ese momento, le resultaban muy dolorosos. Se encontraba apoyado en las rejas que rodeaban la azotea de uno de los pabellones de la universidad. La suave brisa que corría por el lugar le resultaba muy agradable, y parecía ayudarlo a reflexionar.

Esos últimos días su vida había cambiado radicalmente. No solo había perdido a Sia, su mejor amiga y su primer y único amor, sino que su propio sentido de discernimiento sobre la realidad había sido puesto en tela de juicio. Joseph no podía evitar temblar al recordar que hace una semana se había topado cara a cara con una entidad que escapaba por completo a su comprensión.

En cualquier otro caso, Joseph hubiese catalogado a aquel individuo sin rostro como una simple alucinación producida por el estrés, pero considerando el contexto general, él no podía encontrar manera alguna de dar una explicación racional a los acontecimientos. Sin embargo, su sentido lógico aún se mostraba reacio a aceptar que una creepypasta pudiese contener algún tipo de verdad. Aunque fuese poca, Joseph mantenía una minúscula esperanza que se tratase todo de una increíble coincidencia y no de un hecho paranormal.

Tras lanzar otro suspiro de resignación, el chico concluyó que no ganaba nada rellenando su mente de aquellos pensamientos trágicos. Supuso que lo mejor era olvidarse por completo de cualquier temática supernatural y centrarse en la realidad pura y dura: Sia había muerto y él debía aceptarlo para poder seguir adelante. Por ello, Joseph se decidió a evitar por completo cualquier cosa que pudiese guardar la más mínima relación con el Embaucador, al menos hasta que su mente se aclarase un poco.

Joseph se levantó y observó a través de la reja. Allá abajo podía distinguir muchas personas en contante actividad, aunque el bullicio que parecían producir no llegaba hasta el punto en donde él se encontraba. Según lo que Joseph recordaba, se trataba del Festival Cultural que su universidad acostumbraba a organizar cada año. Aquel Festival era muy famoso en toda la ciudad ya que se decía que nunca había dos iguales en años distintos. Esto se debía a la política liberal de la universidad, la cual daba gran poder de decisión y acción a su alumnado, con el Consejo Estudiantil a la cabeza. De dicha manera, eran los mismos alumnos los que pensaban y preparaban los eventos a realizarse durante los Festivales.

Joseph rio sin alegría pensando en que si Sia hubiese estado viva, muy probablemente lo hubiese obligado a formar parte de aquel Festival a la fuerza. Pero, al no ser así, Joseph consideró que su participación no era necesaria, de modo que decidió volver a su casa ya que, gracias al Festival, no había más clases durante el día.

Joseph salió de la azotea y comenzó a bajar las escaleras con suma lentitud. Se sentía sumamente aletargado y sediento. Se detuvo un momento a sacar una botella de agua de su mochila y comenzó a beberla con prisa. Joseph consideraba muy extraño aquel comportamiento suyo ya que, por lo general, no gustaba de beber agua pura salvo casos excepcionales. No obstante, una leve sospecha de que el consumo excesivo de agua pudiese estar relacionado a la aparición del Embaucador, lo obligó a dejar de pensar en el caso.

Cuando Joseph estaba bajando un tramo de las escaleras, se percató de que alguien a quien él consideraba inmensamente desagradable estaba subiéndolas, frente a él. Joseph intento no cruzar miradas con dicha persona y apuró su andar.

—Que sorpresa encontrarte por aquí, Joseph Irolev —comentó Ericka, cerrándole el paso.

Joseph se pasó una mano por el cabello y suspiró con extremo cansancio, preparándose para iniciar la discusión que, suponía, estaba a punto de comenzar.

—¿Vienes de la azotea, verdad? —continuó Ericka sin dilación—. Tal vez no lo sepas, pero está prohibido ingresar allí.

—No estoy de humor —masculló Joseph, apretando los puños—. En verdad no estoy de humor. Hazte a un lado.

Joseph intentó rodear a la chica, pero esta se lo impidió sin titubear.

—Se cómo te estás sintiendo —expresó ella con un tono amable que Joseph no recordaba haber escuchado antes de su parte, pero que solo consiguió enfurecerlo.

El chico se exasperó y empujó a Ericka violentamente, haciéndola chocar contra la pared. Joseph chasqueó la lengua, levemente arrepentido, temiendo que ella comenzase a regañarlo y buscarle más problemas. Sin embargo, Ericka se limitó a arreglar la posición de sus gafas y a ordenar su cabello que se había soltado por el golpe.

—Mandé a tus amigos a ayudar en el Festival —informó la chica—. Deberías ir y divertirte junto a ellos.

—Métete en tus asuntos... —murmuró Joseph, mirando al piso.

—No soy tu enemiga, Joseph.

Dicho esto, Ericka continuó su camino y desapareció de la vista de Joseph tras subir las escaleras. Él se quedó sin saber que hacer durante una considerable cantidad de tiempo. Se sentía tentado a buscar a Lilian, Edward y Hans, pero al mismo tiempo no le agradaba la idea. Tras unos minutos de reflexión, decidió mantener su objetivo original y se dirigió a la salida de la universidad. Afortunadamente para él, el Festival había conglomerado a los estudiantes y maestros, de modo que no se topó con nadie y pudo llegar a la salida sin contratiempos.

Sin embargo, una sensación incómoda se apoderó de él apenas puso un pie fuera de la universidad. Dicha sensación se hizo más pesada al percatarse de la presencia de una peculiar mujer en la acera de enfrente. Poseía un largo cabello rubio ondulado que le cubría los hombros, y la bata de laboratorio que llevaba le brindaba un aspecto destacable.

Joseph intentó evitar mirarla, y comenzó a andar. No obstante, la mujer se alertó al ubicarlo y se dirigió rápidamente hacia él.

—Joseph Irovel, supongo —dijo ella cuando estuvo a una corta distancia—. He venido a hacerte unas cuantas preguntas.

—¿Qué? ¿Quién eres? ¿Qué quieres? —respondió Joseph, sorprendido de que supiese su nombre completo.

—Bueno, supongo que es necesario presentarme antes —consideró la mujer, haciendo ondear su cabello dorado—. Mi nombre es Charlotte Douceur, y vengo de parte de Ethereal Corp.

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