98%- Por esa puerta no regresarás (2)

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Caminaron por otras dos horas. Narel fingía que buscaba algo, pero únicamente se limitaba a palpar impávida las paredes. Ya llevaban más de cinco terribles horas en ese lugar, pronto amanecería.

Sus padres ya deberían estar buscándolos. Habían ido de compras a un supermercado para darse un festín y mejorar los ánimos. Pero deberían haber regresado y notado que sus hijos habían desaparecido ¿Habrían regresado a su casa hace unas tres horas? Sí. No. Cuatro horas. Narel se relamió los labios, asustada. La estaban buscando. Ellos y Jonás. Su familia. No debería preocuparse ¿O sí?

—Mejor sigamos caminando, de este lado tampoco está la puerta —lamentó Narel cuando terminó de inspeccionar la mampostería.

—Es la peor broma que me gastaron —se quejó Ryshia, marchando ligeramente encorvada, estaba cansada de caminar, ya ni siquiera tenía energías para hacerse la bromista.

—Ah, cierto. Broma.

Ella les había mentido a los niños diciéndoles que un bromista sin escrúpulos los había encerrado en aquellos laberinticos corredores y luego les había movido la puerta por la que entraron. Sólo con ese argumento logró que ellos dejaran de llorar y llamar a Jonás que siempre los mimaba más de lo debido y actuaba como una niñera adolescente con múltiples habilidades. Él siempre tenía un chiste barato bajo la manga que los calmaba como si por las noches estudiara esos libros de bromas patéticas que regalan en las librerías con tu compra mayor. Pero no, por la noche siempre estudiaba diccionarios para saber más palabras que luego olvidaba con el tiempo.

Ese flacucho de catorce años se llevaba bien con los niños y los animales, era como una princesa de caricatura. Narel se preguntó qué haría la princesa Jonás en ese momento. Ella no tenía idea de cómo actuar, su noche había sido de lo más extraña. Primero había cruzado una puerta que apareció de la nada, luego otra cosa también apareció mágicamente: la valentía de Jonás al decir que iba a "investigar". ¡Investigar! ¡El muy medroso brincaba como liebre cuando veía su propia sombra y justo en ese momento se las dio de explorador! Esperaba que los ritualistas no lo hayan capturado y sacrificado como cabra, así ella se encargaría se asesinarlo como es debido.

Sabía que no era una broma. Algo le había pasado al pelmazo y distraído de Jonás, pero no sabía qué, por el momento tenía mayores problemas como estar cerrada en un edificio oscuro con gente vestida como en The Purge, a cuidado dos niños incrédulos.

Rezó en su mente y deseó que Jonás, su otro hermano menor, se encontrara bien. Tal vez tuviera la misma idea que ella y tratara de huir de aquella estructura siniestra. Debía salir antes y encontrarlo. Debía ser más rápida e inteligente que él para restregárselo en la su paliducha cara con gafas.

Todavía no lograba comprender bien qué había sucedido, su hermano desapareció en tres segundos. Lo último que lo escuchó decir fue que iría a buscar una linterna para introducirse con más seguridad en los oscuros corredores, pero tal vez su idea de buscar una linterna era desaparecer y dejarla sola porque eso había hecho. Continuó caminando por los siniestros corredores y maldijo en voz baja.

Por más que repetía en su cabeza los últimos eventos no lograba encontrar sentido.

«Organízate, Narel. Cuenta hasta tres. Así. Uno. Dos. Tres. Los segundos que le tomó a todo esfumarse. Uno. Dos. Tres»

Primero debía buscar una salida si algo aprendió de sus noches de acampada con papá es que cuando te pierdes no debes dejarte llevar por el pánico.

Sus ideas estaban mermando junto con su paciencia.

—Debemos ser más listos que el bromista —recordó Eithan atrapando el oso de peluche que arrojaba sobre su cabeza y cazaba en el aire.

Cómo es que estaba perdida sin un arma y sí con un oso de peluche.

—¿Pero el bromista sólo quiere hacernos quedar mal? Digo, tanto lio para eso, es decir, se montó todo un escenario para eso —gritó Ryshia alzando la cabeza hacia el techo arqueado.

—Shhh no eleven la voz —los regañó Narel.

—¿Pero qué quiere el bromista? —insistió Eithan.

—Que cierren la maldita boca, eso quiere.

—¿El bromista es el Joker? Le dicen el bromas.

—¿Qué? No, a callar.

Ni bien terminó la frase vio una sombra alzándose en la pared del corredor. Se petrificó, su pulsó se aceleró, no podía estar pasando, su peor pesadilla se convertiría en realidad, alguien la vería usando un pijama patético.

Agarró a sus hermanos y los ocultó detrás de ella, a pesar de que protestaron y trataron de empujarla, Narel era la mayor y tenía más fuerza.

De repente una chica joven, gris y pálida apareció frente a ellos. Era de verdad gris como esas personas raras y empollones que se rocían el cuerpo de pintura para parecer marcianos o robots frikis. Se veía como un amigo fanático de las historietas de Jonás, claro, si tuviera amigos. A pesar de que se veía elegante, para Narel, era una roñosa de piel pálida. Su cabello era plateado y esponjoso, además, tenía los ojos rojos de tanto llorar y lucía un lujoso vestido negro.

Narel titubeó por dos razones. La primera fue que el semblante lastimero de la chica al verlos se desfiguró de la rabia, como si masticara sal pura. Reformó su postura y alzó tiesa los hombros. La segunda fue que iba a acompañada de dos tipos que eran la copia barata de un caballero con armadura. Lo que no se veía falso ni barato fueron las espadas que desenvainaron, filosas, resplandecientes y letales.

—¡Son ellos! —bramó la chica señalándolos acusadoramente—, ¡Los asesinaron! ¡Mataron a mis padres! ¡Quiero que los maten! ¡Arránqueles el corazón! ¡Por Babilon!

Narel no tuvo que terminar de escuchar sus gritos para saber que los acusaban de algo grave. Estaban a quince metros de distancia, eso le dio una ventaja considerable que agradeció gritando:

—¡No hicimos nada a la estúpida Babiland!

—Babilon —corrigió—. ¡Se burla de nuestras tierras! —chilló histérica la chica de pálida hasta que se le quebró la voz en un arranque de pubertad—. ¡Atrapen a esos hijos del bosque endemoniado! ¡Quiero sus cabezas en estacas!

—Sí, señorita Tamuz —respondieron solícitos los soldados.

—Pfff —Ryshia rodó los ojos y apoyó las manos en la cadera, imitando a alguien porque no era un gesto propio de ella—. Mi cabeza está sobre mis hombros no puede estar en una estaca. Duh.

Su hermana tragó en seco. Narel se hubiera burlado de ella si no estuviera tan asustada. La chica estaba tan desquiciada como pálida, pero que se encabronara no implicaba que corriera porque la muy perezosa se quedó plantada en su sitio, señalándolos con el brazo extendido mientras los guardias la perseguían.

Por más que la armadura de los soldados fuera pesada ellos corrían velozmente. A Narel le recordaron a las cucarachas levantando vuelo porque le provocaron el mismo miedo punzante. Pero de cucarachas tenían poco, para empezar, brillaban tanto como un diamante, sus yelmos, cota de maya, grebas y pecheras estaban compuestos de un metal que ella jamás había visto. Era resplandeciente, irisados, de superficie lustrada, clara e incolora. Parecían piedras preciosas, pero dudaba que lo fuera.

Hacían tanto ruido a perseguirlos y eran tan vistosos que resultaban el peor equipo de combate del mundo. Y a pesar de eso eran veloces.

Metal raro, pieles de otras gamas, palabras extrañas... acaso estaba en otro...

Narel empujó del cuello a los niños y corrió por los pasillos de ladrillo y las cámaras de azulejos, introduciéndose en las entrañas del castillo.

Ya no había manera de que memorizara el camino de regreso a hogar o a la torre donde antes había estado la puerta. Su excursión había finalizado. Se hallaba perdida en ese... en ese... ni siquiera sabía dónde se encontraba. El castillo era demasiado amplio y contaba con bastantes personas como para que todo cupiera bajo el sótano de nueva casa en Grand Forks. Estaba en otro lugar, su casa únicamente había sido la puerta a ese sitio.

Estaban a punto de atraparlos o al menos atrapar a Eithan que era torpe y lento. Ese niño iba derecho a convertirse en una réplica barata de Jonás y en una presa si no agilizaba su huida. Narel se había liberado del grande, pero tenía ahí a su mayor admirador.

Giraron por un pasillo, bajaron unas escaleras estrechas y desembocaron en una sala de costura abandonada. Lo supo inmediatamente porque estaba atestada de ruecas, telares con hilos opacos y ennegrecidos por el moho. Telarañas se entretejían sobre sus cabezas como constelaciones de seda y el polvo se agitaba de un lado a otro al igual que la lluvia. La oscuridad era absoluta porque las ventanas con forma de lágrima estaban obstruidas por una fina lámina de hojas y ramas. Había enredaderas y raíces nudosas colgando del techo y vertiéndose en las paredes como causes de agua congelados. No localizó una puerta de salida u otro corredor por el que escapar. Estaban acorralados. Tragó saliva.

Un soldado bajó de un salto los últimos tres escalones y aterrizó en la sala de costura con una rodilla flexionada. Se irguió, empujó una mesa del taller y embistió un taburete mientras extendía sus garras, enguantadas de cuero, para cazar al eslabón más débil: Eithan, que estaba a punto de descubrir que su cabeza podía estar en más lugares además de sus hombros

Si seguían corriendo en línea recta serían atrapados.

Narel odiaba estar a cargo de sus hermanos porque debería cuidarlos y estaba rodeada de inútiles. Pero si algo no iba permitirle a ese soldado era que atrapara entre sus manotas a Eithan y lo estrujara como una pasa. Porque era su hermano y por más que su familia la asfixiara eran sus seres queridos, lo único que tenía después de sus amigas. Con resignación tomó del brazo al niño, agarró a Ryshia del cuello sin miramientos y se aventó al primer lugar que encontró: una de las ventanas.

Un segundo de caída. Dos. Tres.

A veces caer mucho o caer poco no hacía la diferencia.

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