Capítulo 9: Los dos sanukais

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   Alguien...

                Alguien....

                                     Alguien...                       alguien...                            alguien...

    Alguien.

   Alguien.

Alguien.

   Por más que intentara ver el mundo con ojos de esperanza e imponer un abrazo de amor para sobrellevar lo que la rodeaba, Trinity no lograba acallar el siniestro susurro que la llevaba a recordar constantemente que en las profundidades de Kyogan se escondía... «el grito desgarrador de una mujer implorando auxilio». Si bien Darien suponía que se trataba del grito de las magias, fruto de un hechizo mal concebido y de un desorden en los ingredientes mágicos, Trinity no podía dejar de preguntarse por qué tuvo que resonar femenino cuando ninguna de las doce magias tenía género.

   Era algo ajeno a Kyogan, una voz que él mismo había encarcelado en las abismales profundidades de su ser, el eco de una mujer... sufriendo con una intensidad que erizaba la piel a Trinity. ¿Qué era?, ¿un ser humano?, ¿un fragmento de su alma?

   Le lastimaba saber que había una posible y aterradora explicación para esto, y no se trataba de ninguna teoría. La idea caía sobre ella con un peso agobiante y estremecedor, como si de pronto le confesaran que su querido niño había cometido delitos imperdonables que superaban con creces el simple asesinato o cualquier mal comportamiento. Sus fechorías en Argus eran una completa... tontería al lado de esto.

   Trinity recorría la habitación donde Kyogan dormía. Lo miró tendido en la cama y suspiró con los ojos anegados en lágrimas, buscando repeler la idea, pero esta la golpeaba de regreso.

   Sabía, en pocas palabras, que los magos ilusionistas podían manipular el alma ajena de incontables formas. Los antiguos reyes crearon un sinfín de hechizos prohibidos por los dioses para perturbarla. Podían, por ejemplo, fragmentar el alma en múltiples fragmentos, dotando a cada uno de un nombre propio, creando así personalidades múltiples en la víctima.

   Algo atroz. Y era apenas uno de los tantos conjuros macabros que podían ejercer.

   Un mago ilusionista podía capturar un fragmento del alma ajena e insertarlo en otra criatura o en un muñeco. El sufrimiento y la incomodidad que surgían de tal acto eran insoportables. Cuando un raksa recibía ese fragmento de alma, obtenía dotes humanos, pero esta inteligencia mezclada con las limitaciones mentales del raksa creaba un desorden sistemático demasiado atroz para ser sobrellevado, provocando deformaciones corporales y una incorrecta fusión de manás que conducía a la muerte. En el caso de un muñeco, era aún peor... el alma se retorcía atrapada en algo inerte, pudiendo sólo comprimirse en agonía, con la voz ahogada, incapaz de mover algo que carecía de músculos y nervios, afectando así gravemente la salud mental y física de su verdadero cuerpo.

   Por estas razones un mago ilusionista podía ser muchísimo más temido que un mago elemental.

   Eran tantas las maniobras mágicas que podían ejercer sobre el alma, que los hechizos registrados en los libros quizás no representaban la verdadera lista. Pues por otro lado las magias respondían al llamado de la mente rota de formas imprevistas, gracias a traumas demasiado intensos, algo que variaba de persona en persona. Por ejemplo, en un anhelo extremo de venganza, eran capaces de actuar contra el blanco, perforándole el alma acorde a las emociones del momento.

   ¿Sería aquí donde se hallaba la respuesta? Quizás Kyogan tuvo un encuentro sin igual con una mujer, o bien forjó un vínculo tan intenso que quiso llevarse algo de ella, aunque solo para someterla a una tortura eterna por alguna razón.

   «Dioses divinos». Trinity sentía que estaba caminando por páramos cavernosos, donde no existía el sol y las lunas eran espectros burlándose de su falta de entendimiento, mientras le sugerían ideas que inyectaban más tormento.

   Es malvado, Kyogan es lo más malvado y peligroso que conocerás, y lo sabes, pero no quieres reconocerlo.

   Recuerda que asesinó a dos ladrones cuando era apenas un niño.

   Y quizás a cuántos más asesinó antes de conocerte.

   Recuerda que en su aldea solo había...

   Sacudió la cabeza con decisión, dispuesta a no dejarse llevar por aquellas sensaciones. Además, ella había pasado demasiado tiempo junto a Kyogan, había tenido infinitas oportunidades de leerlo con la ayuda silente de las magias, y sabía que bajo tanta defensa y desconfianza se resguardaba un niño.

   Por otra parte, los hechizos que actuaban sobre el alma requerían magia fundida, es decir, una perfecta unión entre iyan y yain, algo que exigía extrema afinidad con ambas magias. Kyogan carecía de conexión con la luz.

   Por último, lo que sea que hubiese sucedido en ese pasado que Trinity desconocía de Kyogan, habría sido resultado de un trauma, no de un acto intencional.

   Miró un momento más a su niño, sus delicados párpados de café cayendo sobre sus ojos, negados a reaccionar de su sueño infinito, cuando decidió retirarse a paso rápido hacia el oasis en la alta mansión, la cúpula dorada que abrigaba vías de hierbas medicinales y un rincón de camillas. Trinity se arrodilló en un extremo de aquel jardín paradisíaco y retiró un vidrio cuadrado que protegía una flor particular, fruto de un hechizo que incluso para ella era complicado, una flor cristalina que brillaba como un atardecer, con cientos de pétalos de delicada transparencia.

   Se trataba de magia fundida.

   Pocas personas podían fundir una magia con otra, logrando resultados que rasgaban los límites de lo sobrenatural con una gracia aún más grande.

   Una de las mejores medicinas nacía cuando la planta, fioria, se mezclaba con la luz. En este caso, Trinity estaba creando una flor llamada Terraluz cuyas sustancias podían emular el comportamiento de las células madres. El polen, un oro molido, ayudaba a que todo organismo retornase a su forma original. Sin embargo, para lograr dicho propósito, requería ser «educada» con otros hechizos, un proceso que se extendía durante meses, mientras la flor iba drenando una exorbitante cantidad de nutrientes de la tierra, dejándola seca, incluso incapacitada para volver a concebir vida.

   El segundo inconveniente de Terraluz era su delicadeza y dependencia: un solo movimiento desacertado y se destrozaría, un solo día de abandono significaría su muerte.

   —Trinity.

   La voz de Darien la sorprendió por la espalda.

   —¿Darien? —preguntó mientras sus manos danzaban encima de la flor, como si le enseñase el camino correcto de crecimiento.

   —La veo totalmente madura. ¿No crees que ya deberíamos utilizarla? —El profesor tenía altas expectativas en la flor, aunque al mismo tiempo había inseguridades azotando su vigor.

   —Me gustaría unos días más, Darien, para estar más seguros.

   Darien gestó una mueca de molestia.

   —No podemos hacernos esperar más.

   —Darien... —suplicó aún arrodillada frente a la flor.

   —No quieres decepcionar a Cyan, ¿verdad?

   Trinity se contrajo enseguida, deteniendo sus movimientos en seco.

   —Él no es nuestra autoridad, Trinity —pronunció con cruda sinceridad—. ¿Hasta cuándo le daremos tanta influencia a un par de niños? Cyan no puede perturbar así tus métodos. No te acondiciones a él, a sus emociones y lloriqueos...

   —¡Darien! —El crujido de su voz fue como si una herida abierta hubiese hablado.

   El profesor exhaló un suspiro cargado de inquietudes, alzando la mirada hacia el techo dorado como buscando alguna señal en la incertidumbre, quizás alguna nube viajera en el cielo encubierto que le otorgara un respiro imaginario.

   —En realidad, no te traigo buenas noticias: Eldric e Isadora arribarán en el palacio pasado mañana por varios motivos, para traer algunos bienes y alimentos, y para hablar contigo y Dyan...

   —¡¿Qué...?! Pero ¿de qué quieres hablar con nosotros... semejantes personas? —preguntó con un brillo de horror fulgurando en sus ojos.

   —Para hablar del terremoto y lo que hubo detrás de él. Hay algo realmente preocupante, Trinity.

   —¿Qué...?

   —La carta que enviaron no presenta el sello de la emperatriz, de Nidel o un autoritario, solo los de algunos sanukais de segundo rango, sus allegados, y los propios. Lo que te demuestra que las intenciones detrás de su visita son más... personales —explicó con la cabeza en alto, formando un cierre casi completo en sus ojos, donde una sabiduría oscura brillaba—. Estoy seguro. Además, el imperio, como muy bien nos ha estado demostrando, está reticente a nutrir cualquier teoría que confirme la llegada de un tal primer engendro; por el contrario, están decididos a decir que este desastre tiene una fuente aún desconocida o, mejor dicho, incluso natural, confesando a lo sumo que debemos acercarnos a los dioses divinos. ¿Entonces por qué un par de sanukais, que nunca han sido de nuestra confianza, vienen a tratar un tema tan cerrado y delicado y precisamente con nosotros?

   El horror de Trinity era mayor que la simple palabra, eran los ojos de una persona que había vivido situaciones que aún no podía digerir. Era el anuncio de verdugos que incomodaban cada fibra de su ser, verdugos que en el pasado la torturaron de una forma tan... morbosa.

   —¿Qué crees tú que vienen a buscar en realidad? —preguntó, irguiéndose al igual que un sauce que desafiaba la corriente.

   —Quieren ver a Kyogan y a Malec, aunque especialmente a Kyogan.

   El espantó cayó sobre ella como un rayo caluroso.

   —¡¿Por qué querrían algo semejante?!

   —Sabes muy bien que están obsesionados con los ardanas. —Suspiró con desagrado. Una corriente repulsiva inundó a Trinity.

   —Pero ¿justo en estos momentos? ¿Cómo es posible que quieran atender sus deseos cuando estamos en mitad de la reconstrucción de Sydon?

   —Alguna excusa habrán hallado, alguna correlación. Sabes que vienen mostrando agudo interés desde que vieron a Kyogan compitiendo, y son conscientes de que está en coma, querrán dar sus condolencias o algunas sugerencias para que puedas sanarlo. Además, en la escuela ya circula el rumor de que Kyogan enfrentó a Vicarious. Aunque por fortuna su enfrentamiento se mezcló con el terremoto y persiste una considerable confusión, consideran que es un logro impresionante que haya dañado tanto al zein.

   Las fuerzas abandonaron a Trinity, su cabeza se prensó, lugar donde una larga cadena de batallas buscaba cobrar su precio, no obstante, ante el primer asomo de una caída, volvía a aferrarse de la luz y la fuerza de voluntad para continuar, mientras se recordaba que ya no era esa niña herida y tímida que solía ser, no...

   —Lo que también me preocupa, Trinity, es que indaguen en la condición de Kyogan —añadió Darien con un codo puesto en la espada que sobresalía de su funda—. Podrán ser unos sujetos sumamente desagradables, no te lo niego, pero recuerda que son sanukais, e Isadora tiene una exorbitante percepción. Y Esaú no está para que nos ayude a vigilarlos.

   Trinity estaba fija en sus palabras, intentando digerirlas.

   —¿Dices que... podrían ponerse a suponer cosas, como que el coma de Kyogan pudiese deberse a algo más?

   —Tú misma me dijiste que su coma ya no parece ser normal —dijo encogido de hombros—, sigues viendo su cerebro sano en su forma, una y otra vez.

   —Pero verlo en su forma normal no signifique que esté sano —enfatizó—. El cerebro es muy complejo.

   —Sí, está bien —dijo cansado de las replicaciones—, pero reconozcamos que hay una brecha, una brecha en la que no quiero que pongan sus dedos inquisidores.

   Trinity contempló la flor que había creado en el oasis, hasta que decidió:

   —Está bien, le suministraré a Kyogan la medicina.

   Luego añadió en un susurro que fue dirigido hacia sí misma, el recuerdo de un juramento sagrado:

   —Yo no dejaré que le hagan dado a ninguno de mis niños, jamás.

   Cyan se esforzaba por cumplir con quehaceres que eran obligatorios, aunque su alma aún se arrastrara por los suelos. Gracias a la benevolencia de Trinity, por lo menos, podía ocuparse de tareas simples: el transporte de mantas y otros suministros que la gente resguardada en Argus necesitaba. Al finalizar, se dirigió, como lo hacía todos los días, a alimentar al zorro de Kyogan, quien pasaba hambre, ya que se priorizaba la comida para los humanos. Cyan se retiraba el pan de su propia boca, decidido a no dejar que ese raksara sufriera, no después de que le salvó la vida y aún más porque era una de las pocas pruebas que demostraba el corazón de Kyogan.

   Pero no solo debía ocuparse de Deus: Cyan también tenía su propio raksara, un ave que se camuflaba en el cielo al tener la capacidad de imitar su color, aunque era muy poco resistente a los ambientes calurosos, amaba solo el hielo. Y había alguien más: el último miembro que merecía la preocupación de los hermanos Kuhira, aunque Kyogan rabiaba más con esta criatura en comparación con Deus y era muy reticente a ella. Se trataba de una gran polilla negra cuyos ojos eran grandes y expresivos, dos esferas cariñosas que parecían haber sido diseñadas por un creador de peluches. Parecía incluso guardar una sonrisa entre sus algodonadas mejillas. Era una criatura regalona y muy apegada a Kyogan, teniéndole un amor que nadie en Argus comprendía aún.

   Llegó a la vida de Kyogan hacía varios años gracias a una exigencia que caía sobre aquellos que deseaban estudiar curación.

   Cyan estaba entregándola unas semillas cuando Rechel apareció con rostro urgente para informarle que Trinity suministraría la medicina a Kyogan. Cyan se lanzó escaleras arriba en una carrera contra el tiempo para llegar al cuarto de su hermano.

   —¡¿Por qué no me avisó que se lo daría ahora?! ¡Si no fuera por Rechel ni me entero! —criticó con los pulmones acelerados. Estaba muy irritable últimamente, no solo a causa de Kyogan, sino por las noches de insomnio que las ojeras y su semblante demacrado evidenciaban.

   —Perdóname, mi niño —contestó Trinity—. Te buscamos, pero no había mucho más tiempo y el trasporte de esta sustancia es muy inestable...

   —Por eso debió avisarme antes de empezar a moverla.

   —Cyan —murmuró Darien—. Contrólate, jovencito.

   —Está bien, Darien —intervino Trinity, como siempre dándole el favor a los hermanos Kuhira.

   Cyan apretó los labios con desdén y se acercó al lecho de Kyogan, donde Trinity suministraba por vía intravenosa una verdadera sustancia de oro. Una ilusión se hizo parte de su rostro a pesar de que sabía que la medicina no era instantánea ni aseguraba una mejoría.

   —¿Usted cree... cree que sirva?

   —Esperemos que sí, mi pequeño. —Sonrió Trinity.

   Un suspiro tembloroso escapó de los labios de Cyan mientras, una vez más, rogaba en la intimidad de su mente:

   «Levántate, Kyogan, por favor, hay muchas cosas que tenemos que hablar.

   »Y se acerca nuestro cumpleaños...»

   De pronto, sin que nadie se diera cuenta, se abrió de par en par la puerta del dormitorio, puerta que Cyan no había cerrado, como si alguien hubiese caminado a través de ella. Darien lo notó al poco tiempo, por lo que se acercó a examinar, aunque sin encontrar a nadie por los alrededores. Extrañado, echó una mirada hacia la ventana abierta, preguntándose si había sido el viento que brotaba a través de ella quien la abrió, pero era demasiado suave...

   Las armaduras y vestimentas de Isadora y Eldric eran imposibles de ignorar, reflejos resplandecientes y cortesía de sus legendarias batallas. A Eldric le complacía vestirse con el tono del sol, asemejándose a una representación viva de Tharos, con portentosas hombreras salpicadas de ornamentos religiosos: dibujos de espadas y constelaciones que narraban la historia del dios de la fuerza. Isadora, por su parte, era una figura fiel a la belleza de los océanos, con una bufanda compuesta por un celeste vivo donde una pequeña sirena parecía enroscarse alrededor de su cuello, mientras perlas y otros adornos de corales caían a lo largo de su cuerpo. El rostro de ambos, sin embargo, era mundanal, como si fuesen un par de obreros que jamás se adaptaron a la alta educación y opulencia, más que para cargarlas en una máscara sucia y descarada.

   Yacían sentados en unos cómodos sofás, en uno de los tantos cuartos de la mansión de Argus, una sala de estar donde se deslumbraba una chimenea apagada, cuadros con mensajes religiosos adornaban las paredes y delicadas cortinas blancas se dejaban llevar por los suspiros del viento provenientes de las ventanas.

   —No, es que sigo sin entender qué carajos quieren —gruñó Dyan—. ¡Quiero una razón más! ¿No entienden todo lo que tenemos que hacer o qué? ¡Estoy levantando Álice y la ciudad de las sombras con mis propias manos, y queda mucho por hacer!

   —¡Tranquilo, hombre, tranquilo! —solicitó Eldric con un ademán educado pero igualmente inquieto, mientras cruzaba las piernas con una elegancia forzada—. Venimos a ayudarte con eso también.

   —Sí, Dyan, por los dioses. —Rio Isadora con la cabeza enterrada en el cuello y los hombros apretados. Sus ojos yendo de lado a lado jamás se detenían en un punto fijo.

   A pesar de la situación, ambos sanukais habían arribado con gigantescos vehículos cargados de alimentos, ropa, herramientas de construcción, medicina y más suministros. Sydon, un imperio multimillonario, estaba trabajando con el sudor en la frente para restablecer la normalidad de su pueblo, y priorizaba lugares como Argus u otras instituciones clave.

   —¿Y por qué carajos vienen aquí sin el sello de Sideria o Nidel o un autoritario? —Dyan era incapaz de tomar asiento, desde las alturas y con los brazos cruzados, miraba a los sujetos con ojos criticones. Gracias a una conversación previa con Trinity y Darien, se sentía con las defensas elevadísimas.

   —Dyan. —Eldric suspiró hondo y con los ojos cerrados, buscando paciencia—. Con este lío ¿cómo quieres que Nidel esté firmando cada uno de nuestros movimientos? La casa real está demasiado ocupada. ¡Pero...! —alzó la voz justo cuando Dyan intentaba interrumpirle—, puedes comprobar por ti mismo ante otros sanukais o la propia emperatriz que estamos aquí bajo su apruebo. Si tanto desconfías, pues.

   El líder de Argus se sintió temporalmente desarmado.

   —Dyan —susurró Trinity intentando llamar su atención, pues, a pesar de todo, sabía que no podían excederse con los sanukais, eran los soldados más importantes y poderosos del imperio y tenían poder gubernamental.

   —No pondríamos el nombre de Sideria en juego, Dyan —añadió Eldric con la certeza de quien gana en una batalla oculta.

   —¡Si-si venimos bajo su apruebo es porque realmente tenemos cosas importantes que hacer aquí! —le apoyó Isadora con un frenetismo detrás de su sonrisa.

   Dyan y Trinity compartieron una mirada cargada, conscientes de que no podían desafiar las decisiones de Sideria, aunque quisieran.

   —¿Y qué cosas tan importantes son esas? —cuestionó el líder.

   —En nuestra carta mencionamos que queríamos hablar de las causas del terremoto, ¿no? —Eldric se notó nervioso.

   —¿Y qué con eso?

   —¡Oh, en realidad, nada demasiado importante! Solo queríamos decirles que la gente es demasiado crédula y sensible, y toma cualquier teoría que se les entregue. No quisiéramos... caer en este error e instalar un pánico innecesario. La gente ya ha sufrido demasiado.

   La mandíbula y los labios de Dyan se tensaron, contenedores de un fuego creciente que explotaría si no era detenido.

   —¡Pero ¿a qué quieres llegar?!

   —¡Oh, nada, nada! —Sonrió con unas gotas de sudor en la frente—. No hay que alimentar teorías que jamás han sido comprobadas.

   —¡¿Así que sí piensan negar que nació el primer engendro?! —El potente bramido de Dyan sacudió el espacio como un sismo.

   —¡Dyan, te pido que te calmes!

   Se desató entonces una viva discusión, donde Dyan cuestionaba sin tapujos cada letra que brotaba de los labios de los sanukais, incapaz de soportar la insensatez, la falta de cordura, la oscuridad que se escondía detrás de todo esto.

   —¡Pero si tú tampoco creías en el primer engendro! —acusó Eldric.

   —¡Sí, ya, pero ahora sí!

   El sanukai gruñó para sus adentros, rechinando los dientes mientras le lanzaba una maldición imaginaria a Trinity: sabía que gracias a ella Dyan no podía ser controlado, y ahora creía en las «idioteces invisibles y espirituales.» A pesar de todo, debía controlarse y demostrar la mayor pasividad posible.

   Dyan alegaba ahora que había putrefacción y escoria escondidas bajo las máscaras de sus actitudes.

   —¡Dyan! —gritó Trinity, quien raras veces subía la voz, así que cortó el aire de inmediato.

   Con su pecho que subía y bajaba, le solicitó encarecidamente a su marido que controlara sus palabras. Por supuesto, ella lo apoyaba en su totalidad, pero Dyan abusaba de la paciencia, solidaridad y su puesto en Argus, cuando un insulto hacia un sanukai podía incluso pagarse con cárcel o grandes multas.

   Inclinó su rostro con humildad, y dijo:

   —Les ruego un perdón por el descontrol de mi marido. Deben comprender que estamos en tiempos muy complicados, hay mucha confusión, estrés y dolor en el aire.

   Eldric se reacomodó la armadura y solo sonrió.

   —Tienen mi perdón, como siempre lo han tenido, pero por favor, no enfaticemos más en lo que no estamos seguros.

   Trinity articuló una mueca reprimida, cargada de frustración no expresada, y aceptó sus palabras. Pero Dyan no pudo, necesitó apartarse, pero al no querer dejar a su mujer sola con esos sujetos, se detuvo en el umbral de la puerta.

   El tema de conversación cambió repentinamente cuando Trinity se mostró más que dispuesta a escuchar a los invitados. Eldric e Isadora se miraron entusiasmados y procedieron a explicar que querían aprovechar la oportunidad para reclutar a los dos ardanas más poderosos de Argus, situación que venían intentando en variadas ocasiones, aunque solo habían acumulado derrotas.

   Muchos sanukais eran dueños de sus propios gremios, centros llenos de cazadores, trotamundos, sabios y demás guerreros. Eldric e Isadora al fin habían constituido su gremio, pocos meses antes del terremoto. «El Círculo de las Rosas» estaba íntimamente relacionado con la búsqueda y entendimiento de exodus, la investigación de las hadas, ángeles y demás seres relacionados con la naturaleza y belleza, luz y la magia suprema, y razas conectadas, como los ardanas y los serenis, aunque estos últimos habían sido tristemente exterminados por los reyes magos.

   Codiciaban a los ardanas que vivían en los alrededores, ya que su verdadero lugar de origen era una isla custodiada por un zein zaga llamado Titania. El sitio era una zona negra: llena de peligros y codiciosos tesoros. Sin embargo, Titania no admitía la entrada de nadie más que de los ardanas.

   —Es que llegó a nosotros el rumor de que Kyogan pudo resistir al mismísimo Vicarious —dijo Eldric con una sonrisa victoriosa e iluminada—. Sí, no necesitamos que nos vuelvan a decir que su comportamiento es desastroso. ¡Pero su poder es cada vez más excepcional! ¿Creen que simplemente desistiremos de él? No...

   Dyan no lograba comprender cómo su esposa se mantenía serena, mientras él no aguantaba los deseos de molerle la boca a Eldric con un solo puñetazo.

   Isadora, a su lado, incapaz de leer la molestia ajena o respetarla, sonreía de oreja a oreja cual niña a la que al fin se le ofrecía la oportunidad de abrir un regalo prohibido. Dyan chasqueó la lengua con mucha fuerza, dejando a la vista un rencor latente y un asco.

   Trinity, por su parte, llevaba a cabo su mejor actuación para soportar, además, las miradas que la recorrían. Eldric e Isadora dirigían hacia ella una ola de ansiedad un poco más descarada. La añoraban, a pesar de que solo era mitad ardana y que no sería recibida por Titania.

   —Yo no los entiendo —habló Dyan, caminando hacia ellos.

   —¿Por qué? —respondió Eldric, haciéndose el desentendido.

   —¿No te cabe en la cabeza que el mocoso está en un maldito coma? ¿Y así vienes a ofrecer cosas, como si pudieras hablar con él?

   —Pero confiamos plenamente en que Trinity lo sanar, y más ahora con la presencia de Isadora. —Sonrió con suficiencia.

   —Yo solo digo que hay que intentarlo, por favor, no se lo tomen a mal —apoyó Isadora con voz suplicante.

   —¡Además! —gritó Eldric antes de que Dyan alzara la voz—. Aún no han escuchado nuestras propuestas, e Isadora muere de ganas por percibir a Kyogan y ayudar a descubrir el motivo de su coma. ¿Les recuerdo que también es una kyansara y que posee una de las mayores percepciones del imperio? Además, está tomando una especialización en neurología.

   »Dejarás que vea a Kyogan, ¿no? —preguntó con sus ojos anclados en Trinity como garras ocultas.

   Sabía perfectamente que su solicitud era desfachatada. Sabía cuánto estaba incomodando a los líderes de Argus. Pero Eldric e Isadora eran personas tercas, imposibles de corregir con cualquier tipo de palabra o intervención.

   Trinity se vio entre dos murallas. Ni siquiera estaba al tanto de la especialización de Isadora. Era muy casual y por lo tanto había posibilidades de que fuese mentira, aun así no podía acusarla sin una prueba en mano y un juicio correspondiente.

   No podían negarse ante lo que exigían. De lo contrario ellos podrían alegar ante Sideria u otros gobernantes importantes su falta de disposición.

   Debía acceder, sin embargo, algo le atravesó el corazón, un viejo piquete se sacudió como la cola de una serpiente histérica, un miedo que se había instalado en ella desde el día en el que Kyogan pisó este palacio.

   Un miedo que le aseguraba que la verdadera condición de Kyogan sería descubierta. 

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