Capítulo 16: El plan de Kyogan

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    Los anhelos de destrozar narices renacían con un fervor... inusitado. Ahora, obligado a escoltar a Shinryu a la biblioteca, las miradas de la chusma estudiantil se dirigían a ellos sin tapujo alguno. Aun conociendo la mórbida fascinación de Kyogan por las enfermedades en general, sus cerebros atrofiados no lograban concebir que era el verdadero motivo de su acercamiento. ¿Por qué los imbéciles nunca conocían los límites?

    «¿Siguen creyendo que me ablandé por él? Manada de tarados, ¿les hace falta recordar cuán cruel soy?»

    ¿Cuánto más tendría que soportar esta situación?, se preguntaba mientras hacía crujir su cuello y acariciaba sus nudillos, sintiendo, por otro lado, rabia contra el maldito Dyan porque le había prohibido portar dagas hace ya muchos años. 

   Le repugnaba, además, ese apego que Shinryu proyectaba mientras caminaban. Sí, le había quitado un peso inmensurable de encima al masacrar a Regan, ¿pero acaso eso bastaba para borrar los traumas que le había causado el día que se conocieron? Esa comodidad y expectativa que emanaba despertaban mareas y emociones pútridas que amenazaban con florecer en una nueva oleada de maldad.

    Analizó a Shinryu una vez más, y detectó el atisbo de una... ¿sonrisa? Detuvo la marcha en seco y lo fulminó con unos ojos que prometían un futuro espantoso. Shinryu se petrificó, devolviendo una mirada que recordaba a un ángel educado enfrentándose a las fauces de un demonio amargo. 

    —Avanza —ordenó Kyogan, rechinando los dientes para controlarse.

    Shinryu subió a mayor velocidad una amplia escalera alfombrada de blanco. Cuando llegó a la cima, se detuvo al no saber adónde tenía que dirigirse. Se armó de valentía para preguntarle a Kyogan, pero al buscarlo se dio cuenta de que había desaparecido. Miró hacia todos lados, hasta encontrarlo en una esquina mucho más adelante, confrontando a un grupo de alumnos, sosteniendo a uno de ellos contra una pared. 

    —¿Por qué se esfuerzan tanto en alargar mi lista de enemigos? —La voz gélida de Kyogan se deslizó hacia su víctima, mientras humedecía sus labios con un movimiento macabro de lengua. 

    —¡¿Qué?! ¡No, no...! —Suplicó el chico, con sus pies colgando a medio metro del suelo.

    —Nunca me han gustado las lenguas tan chismosas como la tuya. ¿Te parece si te la educo a las malas? —ofreció Kyogan con un destello expectante.

    —¡Kyogan, por favor, no!

    —Si tanto te gusta hablar de los demás, ¿por qué no lo haces en sus caras? Ante la mía, en este caso. No sabes cuánto me gustaría escuchar tus opiniones sobre mí. De seguro son tan profundas que podrían cambiar mi sádica manera de pensar. ¿Empiezas?

    El chico se convirtió en otro más de los que rogó hasta el cansancio para que Kyogan no le hiciera nada. El mago, quien pareció optar por dejarlo en paz, lo levantó y estrelló. En cuestión de segundos, el grupo de estudiantes huyó desatado en desbandada, mientras el chico herido sollozaba y pedía disculpas, jurando no volver a molestar en su vida.

    La situación mejoró notablemente el humor de Kyogan, quien ahora sonreía como si no hubiera nada más delicioso que el dolor de todos los que le caían mal. 

    El momento más tenso, sin embargo, llegó cuando alcanzaron la entrada de la biblioteca. Los alumnos influyentes de Argus aún tenían a varios estudiantes bajo su mandato custodiando las puertas para impedirle la entrada a Shinryu. Al notar a Shinryu junto a Kyogan, sus voces se ahogaron en sus gargantas y sus miradas de estupefacción les cubrieron, como si jurasen presenciar una alucinación.

    Kyogan deslizó su mirada hacia un lado sin sentirse nada cómodo, mientras analizaba, por un segundo, lo que implicaba estar al lado de Shinryu y esta montaña de paradojas. Odiaba verse como un héroe. Su soledad era un castillo impenetrable, cuyas puertas llevaban eones cerradas. Había removido toneladas de desdén acumulado sobre sus murallas para auxiliar, por un momento, al tonto desdichado. Después de tanto tiempo en aislamiento, había olvidado la molesta luz del entorno. Encandilado, luchaba por discernir si el proceso había dejado vulnerabilidades en su fortaleza.

    Aun así, y una vez más, llegó a la conclusión de que los revuelos emocionales no debían limitarlo por esta ocasión y que el propósito detrás del zein a invocar primaba. 

    Después de haberse mostrado vulnerable y exhausto por milisegundo, alzó su cabeza, encarando a los alumnos con una mirada que despedazaba seguridades.

    —Hey... ahora que lo pienso —elevó su análisis—. ¿Quién les dio el derecho de venir a joderme, así sea de forma indirecta? El nugot me ha tenido que hacer varias tareas, pero ustedes no lo dejaban entrar a la biblioteca.  

    Una oleada de miedo y asombro se arrojó sobre los estudiantes.

    —Necesito al nugot en la biblioteca y a ustedes debería valerle una reverenda mierda la razón. ¿Qué, creían que se las iba a explicar? Jamás le ando dando explicaciones a nadie, no tengo por qué; mi vida la rijo a mi regalada gana y no al antojo de ustedes.

    »Si los veo jodiéndome una vez más los agregaré a una de mis tantas listas, a la que se llama «dedos». Saben lo que significa, ¿no es así? También agregaré a la tonta que tanto idolatran. Se me antoja jugar con esas uñas asquerosamente mal pintadas.

    Los alumnos eran una masa de tensión y temor que no respondía. Sin embargo, cuando Kyogan chasqueó la lengua y dio un paso hacia ellos, se dispersaron como si una bomba hubiese caído entre barriles.

    Shinryu estaba... con los ojos muy abiertos, convertido en una estatua, con una mezcla de miedo y admiración. Le resultaba muy extraño no sentir rechazo total hacia la manera en que se manejaba Kyogan, cuando normalmente no estaba de acuerdo con esas actitudes.

    Ya en la biblioteca, se encontraron con la encargada, una dama veterana que se iluminó al ver a Shinryu. Sin embargo, no tardó en regañarlo por su larga ausencia. El chico le pidió disculpas, ocultando una herida fresca con una sonrisa cariñosa.

    Shinryu siguió a Kyogan hacia el interior y así, finalmente, pudo sumergirse de nuevo en su amado refugio intelectual. Las estanterías de madera noble, grabadas con intrincados detalles dorados, se elevaban en una danza armoniosa a lo largo de las paredes como un bosque de conocimiento. Cada recoveco estaba colmado de volúmenes que custodiaban historias milenarias y secretos arcanos, aguardando el momento de ser desvelados, mientras la luz ambarina que se colaba por los vitrales tejía un manto de gemas líquidas sobre el suelo, creando una alfombra iridiscente que invitaba a perderse en sus cambiantes reflejos. Arriba, arcos labrados contenían lámparas y fragmentos celestes que emulaban las vastas bóvedas del firmamento, otorgando un toque cósmico que transportaba la mente más allá de las paredes.

    Shinryu inhaló, embriagándose del aroma a cuero añejo y páginas de pergamino que impregnaba el aire, notas de sándalo y tintas de antaño. 

   ¡Por fin... había regresado a casa! Luchaba por no llorar.

    Después de avanzar por varias escaleras junto a Kyogan, alcanzaron un salón privado en el tercer piso que parecía ser del mago. Shinryu supuso esto gracias a las señales de peligro y pegatinas de demonios incrustados en la puerta.

    Al entrar, descubrió un pequeño aposento que se comparaba, extrañamente, con un vergel de herbología, pues estaba repleto de macetas y plantas de aspecto exótico, ubicados bajo ventanales que filtraban haces de luz solar. El chico sombrío se aproximó a una planta y la alimentó con semillas, observando cómo abría la boca desde una flor y sacudía sus hojas en un festival de alegría. 

    —Ahora sí, empieza de una vez —empezó Kyogan con actitud impaciente, mientras tomaba asiento sobre un escritorio contra la pared.

    Shinryu estaba contento y demasiado nervioso a la vez. Alucinaba, ya que el mago había accedido a responder sus dudas más importantes sobre el zein. De su mochila, retiró una libreta donde había anotado todas sus interrogantes.

    —¡¿A poco anotaste todas tus preguntas ahí?!

    Shinryu asintió con el cuerpo tensionado, mientras el mago articulaba gestos incrédulos.

    —Empieza de una maldita vez... —refunfuñó con resignación.

    Luego de carraspear varias veces, Shinryu empezó a expresar su primer consulta, sin notar que estaba dejando fluir sus palabras en una exhaustiva exposición sobre todo lo que necesitaban saber los alumnos para enfrentar a los temibles zeins. Destacó la necesidad de un equipo de protectores y sanadores especializados para una batalla exitosa. Kyogan lo miraba con sorpresa y escepticismo.

    —¿Por qué tanta vaina introductoria para hacerme... una maldita pregunta? ¿Me estás sermoneando, enseñando, o qué carajos?

    —¿Eh? ¡No, Kyogan, para nada! Es que los zeins...

    —¿Pensabas que iba a enfrentar a este zein en grupo? —indagó Kyogan, mirándolo como si fuese un bobo tan difícil de comprender—. Lo enfrentaré solo.

    Shinryu quedó temblando ante la magnitud de la confesión.

    —¿Qué te preocupa o qué? —escrutó el mago, sonando tan áspero y poco sensible como siempre—. ¿Crees que no puedo? Todo el mundo sabe que he enfrentado un zein varias veces y lo he vencido siempre.

    Shinryu dejó caer la boca. ¡¿Había escuchado bien?! ¡No podía ser cierto! ¿Cuánto poder tenía Kyogan para vencer a una de las criaturas mágicas más poderosas conocidas?

    Antes de aclarar su duda, Kyogan liberó una porción de maná verdoso de sus manos para que se disolviera en las paredes del cuarto. Era un hechizo no mágico que aumentaba su capacidad para percibir cualquier tipo de persona por los alrededores.

    —¿Me vas a decir que no sabes que tengo un zein que me presta dos magias?, fioria y akio. A ese zein lo vencí siendo casi un crío y lo invoqué muchas veces para practicar y pelear con él. Todo el mundo lo sabe.

    Kyogan no supo si sintió rabia, asco o adulación cuando Shinryu se llevó una mano al corazón y suspiró tambaleante, buscando sostener sus fuerzas para no desmayar.

    En efecto, Shinryu se desvanecía. Había escuchado por tanto tiempo sobre el poderío majestuoso de los zeins que le costaba cuadrar una imagen. Sin embargo, recordó por enésima vez que Kyogan era un mago capaz de emular hechizos más poderosos que el mismísimo Kiran.

    —¡Pero ¿cuál zein es?! ¿Puedo saber?

    —¿Nunca lo viste?

    —No... ¡¿Lo invocaste?!

    —No lo he invocado hace meses, pero debiste haberlo visto en el fondo del salón de clases, a principio de año, en forma de trofeo, pues.

    Con rostro pensativo, Shinryu recordó que había una costumbre en Argus: los alumnos que lograban capturar un zein recibían un trofeo con la apariencia de la criatura, la cual solía colocarse en las repisas del fondo, en el salón de clases. Lamentablemente, supo de esto hace poco, así que desconocía cuál de todos esos trofeos pertenecía al mago.

    —¡Claro que sí! ¡Woh, woah..! ¡¿Pero cuál de todos es?!

    Kyogan enrojeció con un rencor inexplicable y repentino.

    —¡Destruí ese maldito trofeo! 

    »Aunque esa es otra mierda que no pienso explicar ahora.

    —¿Qué? —preguntó con un escándalo interno—. Pero ¿por qué, pasó algo con ese zein?

    —¡Te dije que no quiero hablar de esa cagada ahora! —rugió. Shinryu retrocedió con un saltito.

    «¡¿Cagada?!», ¿acaso Kyogan sentía rechazo por su zein?, se preguntó. Pero, ¿cómo era posible? Estas criaturas eran el sueño máximo de casi todos en el mundo. Si se le preguntaba a cualquier alumno lo que añoraba en su vida: «¡un zein!», respondería sin dudarlo. Y Shinryu no era la excepción. Se regocijaba imaginándose cómo sería su compañero mágico mientras contemplaba los dibujos en los libros de Argus. Había tantos tipos y combinaciones que no podía parar.

    —¿Y qué otra duda tienes o qué? — Kyogan se sobó la frente adolorida, maniobrando con sus dedos mentales para escarbar la poca paciencia que tenía.

    —Ehm... sí, en realidad, me preocupa algo —susurró después de retomar su libreta para echarle un rápido vistazo.

   —¿Ha? —Deformó los labios. Y su queja sonó como un «¿Ja?»

    Shinryu carraspeó nuevamente, ahora en un intento de debilitar su nerviosismo y centrarse.

    —Invocar zeins es ilegal y un-un poco grave —explicó en tono de discurso. Se notaba que había ensayado demasiado sus palabras, especialmente las siguientes, ya que sonarían más educadas de lo normal—. No digo que no quiera experimentar con el zein para ver qué sucede con mi maná y él, sin embargo, nos podrían expulsar a los dos, lo cual sería una consecuencia grave para mí. No te pregunto esto por faltarte el respeto y cuestionarte, ni para indicarte que quiero fallar ante mis compromisos... pero ¿qué pasa si nos expulsan? —Suspiró, sintiendo una liberación al soltar la pregunta. 

    Kyogan lo escrutó detenidamente, aún sentado encima del escritorio, ahora con un brazo sobre su rodilla, hurgando en la manera de entender capas más profundas de Shinryu.

     —No. —Suspiró con la cabeza en alto, resignándose y al mismo tiempo imponiendo una verdad—. Tendré un maná poderoso y todo lo que quieras, pero no por eso me voy a lanzar de cabeza sin armar un plan. Te lo dije el primer día: arriesgo muchas cosas al estar en esta escuela como para tirar todo ante cualquier pavada.

    «Claro que lo recuerdo. ¡Y por favor, no te imaginas cuánto quiero saber por qué estás en Argus!»

    —Vale, ya. ¿Sí aceptas que te examine? ¿O...? —siguió Kyogan, con los ojos más arrugados.

    —¡Sí! —Shinryu respondió con presura y determinación—. Y cumpliré mi juramento contigo a toda costa, pero... no te puedo mentir, Kyogan, no quiero tener problemas con Argus porque significaría perder mi única oportunidad de ser sanado y de crecer para rescatar a mi mamá. Por eso me gustaría hallar alguna manera de hacer esto sin que seamos perjudicados.

    »¡Por supuesto que quiero despertar mi maná como nada más en este mundo! Y ahora sé que hay personas que lo despiertan con un zein. Perdona, estuve leyendo un poco al respecto en Álice.

    »Sabes que estoy dispuesto a todo. Pero mi mamá sigue siendo mi prioridad.

    Una vez más, Kyogan experimentó una sorpresa que eclipsó su habitual irritación. Quedó atónito ante la franqueza con la que Shinryu le repetía la historia de su madre, sin tapujos, aun conociendo los riesgos que conllevaba hablar sobre algo no comprobado.

    De pronto, algo insólito se agitó en su interior, un cambio sutil pero perceptible que lo llevó a esbozar una sonrisa fugaz, como si una cualidad de Shinryu comenzara a resultarle... atractiva: esa maldita forma de decirle las cosas, de arrojarle sus juramentos y verdades. Shinryu era alguien muy sensible y bastante llorón, pero tenía una capacidad de resistencia alucinante y poseía una lengua con demasiadas agallas.

    De repente, Kyogan se encontró sintiéndose como un felino atraído ante la idea de jugar con un ratón particular.

    —¿Sería posible, Kyogan, que me cuentes un poco de tu plan? —Shinryu también añadía un toque muy respetuoso a sus palabras, lo que parecía agradarle de forma inconsciente.

    Entonces, en un gesto característico, Kyogan cruzó los brazos detrás de su cabeza y se apoyó en ellos, usándolos como almohada contra la pared. Era una postura relajada que rara vez adoptaba

    —Vale, pues —respondió, acompañando sus palabras con un gesto exagerado que dejó sus ojos en blanco, como si la solicitud de Shinryu fuera un suplicio  tolerable. Shinryu se iluminó en otro fragmento de su alma—. Te conté que vi en el Valle a unos mercenarios interesados en este zein, ¿no? Al parecer sabían que se perdieron documentos de Argus y que había instrucciones para invocarlo. Son cinco tipos, no olvides eso.

    »Pues, como andan indagando tanto y se ven tan desesperados, pienso dejarles las pistas necesarias para que ellos mismos invoquen al zein. Así toda la responsabilidad les caerá encima —explicó mientras los ojos de Shinryu sobresalían, fríos ante el plan—. He estudiado muy bien a esos tipos —continuó Kyogan—, sé cuáles son sus niveles y no creo que puedan vencer a ningún zein. Son como... un grupo de pobretones buscando migajas alrededor de la escuela, y dependen de armas tecnológicas. Yo solo me presentaré a quitarles todo, mientras ellos habrán dejado todo un escenario de pruebas que los culpabiliza. También puedo vencerlos si hace falta.

    »Ten en cuenta, por otra parte, que los líderes de esta escuela saben que paso demasiado tiempo en el Valle de los Reflejos, así que no será raro cuando les diga lo que descubrí. También deberías saber que al imperio no le agradan los mercenarios por las cosas que hacen. Es fácil echarles la culpa de todo.

    »Y si es que aún tienes más dudas... entérate de una vez por todas que soy protegido de Trinity.

    «¡¿Qué?!», Shinryu casi tropezó consigo mismo, ahogándose en su propia saliva, atrapado en una tos interminable que parecía querer expulsar la sorpresa de su cuerpo.

    —Esa es otra historia, pero sí, ajá, Trinity decidió tomarme como a su protegido apenas llegué a esta escuela. Ella no va a permitir que unos mercenarios me culpen de cualquier cagada. Su palabra tiene demasiado peso.

    Shinryu empezó a clamar a todos los dioses divinos para que le dieran fuerza con tal de resistir la noticia. Le era inconcebible pensar que la esposa de Dyan había decidido proteger a un mago. Ahora no había duda de que existía una historia muy compleja detrás de Argus y Kyogan.

    Luego cruzó recuerdos y entendió al fin por qué los alumnos habían dicho que Kyogan abusaría una vez más de Trinity para defenderse en el juicio. ¡¿Abusaba de su protección?!

    —Mejor deberías estar preguntándote otra cosa: ¿cómo haré para meterte al Valle y experimentar con el zein? —expuso el mago—. Ahí es cuando entra tu enfermedad.

    —¡Kyogan...!, pero ¿cómo puedes ser protegido de la señora Trinity? ¡Pero...!

    —No pienso explicarte eso ahora —sentenció, ahogando en seco su adrenalina.

    Shinryu bajó las comisuras de sus labios en una decepcionada y triste expresión.

    —¿Y... mi enfermedad qué tiene que ver con el valle?

    —Si aceptas que te analice puedo buscar la forma de hacerle entender a los profesores que quiero llevarte al valle porque en él hay elementos que pueden ser usados para la salud, pero pierden sus propiedades si son transportados a otra parte. Pondrán el grito en el cielo, pero ya sé qué hacer.

    »Entiende algo: si ando cerca de ti de vez en cuando es por tu enfermedad. Eso mismo es lo que debes dar a entender tú, especialmente a los profesores. ¿Lo entiendes o no? —advirtió—. Si fallas te cortaré un dedo —añadió sin una pizca de duda.

    El chico sin maná asintió varias veces con el rostro emblanquecido y el corazón resonando. A pesar del miedo, se llenaba de emoción. ¡Ya que sería analizado por un mago!, y no había mejores curanderos y analistas que ellos. ¿Sería posible que Kyogan pudiera desentrañar el enigma que se ocultaba detrás de su enfermedad?

    —¿Es la profesora Alaia quien te pide que yo acepte que tú analices mi enfermedad?

    —Ajá... es un protocolo de kyansaras —respondió Kyogan con líneas rectas conformando sus párpados—. Tienes que firmar un par de cláusulas con una moneda de eco-esencia o con una gota de sangre, si no, no me darán permiso para nada.

    —Entiendo. —Un intenso brillo de admiración y perplejidad en los ojos de Shinryu puso a Kyogan a la defensiva.

    —¿Qué?

    —No, no, nada..., es que todavía me parece increíble... que seas kyansara. ¡No tiene nada de malo, por supuesto!

    —Me vale lo que pienses —respondió Kyogan con los labios desajustados—. Ser kyansara para mí es algo muy importante, lo único que me importa de esta escuela. Tu caso me puede ayudar a ascender y a entender varias cosas del etherio y la creación de maná. Son cosas que quiero saber.

    »Bueno, me hartaste —declaró el mago—. Ya te dije lo más importante.

    Había algo más que aterraba a Shinryu: quedar mal ante Dyan, pero no quedaban alternativas. ¡Debía confirmar su aceptación! Sin embargo, antes de hacerlo, Kyogan lo detuvo con un ademán mientras clavaba su mirada en la puerta. Shinryu miró a la entrada del cuarto, entendiendo que su compañero había percibido a un intruso.

    «¿Ese maná es de...?», se preguntó el mago.

    Alguien golpeó.

    —Kyogan, ¿estás ahí? —preguntó Rechel.

    —Ajá.

    —¡Me alegra!

   —¿Qué pasa? —respondió árido.

    —Te tengo una enorme noticia, Kyogan, ¡Trinity ha regresado!

    El rostro de Kyogan se convirtió en una máscara de piedra, con cada músculo congelado en un gesto de espanto y desasosiego.

    —Y discúlpame, pero me dijeron que Shinryu estaba contigo. El pequeño es el primero en la lista de atención de la señora Trinity. Kyogan, ella lo atenderá en este mismo momento como algo urgente. —Sollozó emocionada.

    «¿Esto es en serio, lo es?! —se preguntó Kyogan con una sonrisa delirante—. ¡Es que no puede ser...!»

    —¿No es una gran noticia? Shinryu, si estás ahí, solo espero que estés tan emocionado como yo. Pero, ¿qué digo? ¡Me imagino que tú has de estar más contento que todos!

    »¡Ah, pero cierto! Trinity primero quiere hablar contigo, Kyogan. Hay algo muy importante que desea tratar. Después atenderá al joven Akari.

    Kyogan abrió la puerta de un tirón, hallando el rostro de Rechel estaba surcado por lágrimas de felicidad. Mientras tanto, la figura de Shinryu se recortaba contra la pared, más impresionado que todos.

    Kyogan seguía sin procesarlo. Había pasado tanto tiempo, que el regreso de Trinity parecía no encajar. ¿Qué sucedería con todos los planes? 

   ¿Y sería posible que Trinity al fin diese una respuesta definitiva sobre la enfermedad de Shinryu? Si no es que lo sanaba hoy mismo, pues por algo era una de las mejores curanderas del mundo.

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