Capítulo 17: La oscuridad de Shinryu

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https://youtu.be/i8XM_gl-xD4

     Trinity no solo era una de las curanderas más eminentes del imperio de Sydon, sino que su belleza era celebrada como una de las trece maravillas de este mundo.

    Los alumnos recuperaban el alma con la noticia de su regreso, la admiración e incluso el corazón que ocultaban. Los más vulnerables y necesitados acudían a ella en búsqueda de confort, creyendo con fe que era un avatar de la diosa Loíza. Cientos se turnaban para abrazarla, dejándose arropar como si sus latidos fuesen una melodía emitiéndose en una cadencia maternal, capaz de sanar almas profundamente desgarradas.

    Trinity era una princesa envuelta en un aura de gracia y serenidad. Miles aseguraban que era una zeinen, es decir, una mezcla entre un zein humanoide angelical y un ser humano. Aunque los zeinen no fuesen más que mitos, ella parecía ser la prueba de su existencia gracias a las cualidades que componían su belleza. Su cabello, de un tono curuba único, caía en suaves ondulaciones, reflejando la luz en un resplandor plácido. Sus ojos azules con destellos verdes creaban constelaciones de ternura y compasión que aún no conocían agotamiento. Era esbelta, cada vestido se moldeaba a su figura sin jamás rozar en lo grotesco.

    Pero el verdadero manantial de su belleza aguardaba en esa sonrisa con la que cargaba en silencio las penas del mundo para aliviar el sufrimiento ajeno. Así tuviera mil problemas y heridas, Trinity siempre se ofrecía como un estandarte para los demás, cimentada en las instrucciones de la diosa del amor, guiando a aquellos necesitados de protección y consuelo.

    —¿Y cómo tengo que leer eso? —inquirió Dyan en la mansión de Argus, a un costado del trono extravagante que componía su reino.

    —¡Dyan, pero si es tan simple! —gruñó Rechel, mientras que, a punto de estallar por el estrés, sacudía frente a él una carpeta—. En la página uno te dejé escritas las citas más importantes. En rojo están los nombres de las personas que tú mismo me dijiste que no querías ver.

    —¿Y por qué en rojo?

    —¡Para que se noten más! ¿Rojo no llama más la atención o no significa peligro? —preguntó curiosa.

    —¿Desde cuándo?

    —¡Ay, por favor!

    El líder chasqueó la lengua, enfadado con su asistente, como millones de veces había sucedido.

    —En azul te señalé las citas que tú mismo me pediste atender primero —Rechel continuó, expresando una claridad que solo se les dedicaba a los tontos.

    —¡Oye, mujer, estás muy atrevida! —gruñó ofendido.

    —¡Nada de eso, te trato como debo de hacerlo! —respondió envalentonada, sin importarle la temeraria altura de un metro noventa de Dyan, mientras ella ni siquiera le llegaba al cuello.

    —¡Oe!

    —Ahora necesito que me digas qué harás con los padres de Dan, Regan, Hasan y Deiko. Me exigieron una cita con la más pronta urgencia, al parecer ya se enteraron de que mandarás a sus hijos a un reformatorio.

    —Ah, ¿sí? —Sonrió con un malicioso orgullo, disfrutando del destino que les esperaba a los acosadores de Shinryu—. Por los tres dioses divinos, ¿entonces vienen a defender a sus críos malignos? ¿Van a deshonrarlos aún más? 

    —¡¿De qué color te los señalo?! ¿En rojo también?

    —¡¿Y por qué me hablas en ese tono tan alto y exigente?! —cuestionó indignado.

    —¡Porque...!

    Rechel fue interrumpida cuando Trinity abrió las puertas del salón. El ángel, como le decían muchos, entró cargando varias bolsas repletas con regalos. Para Rechel fue como si la luz ingresara al palacio; para Dyan, como si la vida misma volviera a fluir en el universo.

    —Hola, hola —saludó Trinity con una entusiasta sonrisa.

    —¡Ay, no puede ser, no puede ser! ¡Mi mujer, mi mujeeeeeeeeer llegó!

    Dyan corrió hacia ella y la levantó en el aire, sin importar que sus bolsas cayeran sobre la alfombra.

    —¡Ay, Dyan! —exclamó, emocionada y nerviosa a la vez.

    —¡Mi mujer, mi mujer! ¡Al fin llegaste, dios mío, por Tharos, por mis tres amados dioses!

    Dyan cubrió el rostro de Trinity con bulliciosos besos, luego inspiró exageradamente para disfrutar de aquel aroma florar súper cargado en su piel. Antes le saturaba, ahora lo llenaba de amor. Rechel entendió que debía darle espacio a esa conmovedora escena. La forma en la que Dyan miraba a Trinity mostraba un alma tatuada por otra, un corazón que había encontrado su mitad y volvía a latir con plenitud. 

    Trinity acarició el rostro de su amado con el cuidado de una dama apreciando una vez más a su caballero, cada facción de él y la calidez que emanaba su cuerpo. Dyan era su mayor inspiración para luchar contra la oscuridad del mundo. Sin embargo, después de unos minutos de más besos, sus lágrimas empezaron a brotar en silencio, causando preocupación en él.

    —¡¿Qué pashó?! ¿Por qué lloras? ¡¿Qué te hicieron esos infelices?! ¿Tengo que golpear a alguien? Sí me dejas, ¿no? ¡Esos imperiales infelices te hicieron luchar demasiado!

    —No es eso, Dyan, pero sí hay muchas cosas que debo contarte.

    Kyogan se presentó en la terraza de la torre más alta, ante el jardín que antecedía la mansión del líder. En esta ocasión, lucía repentinamente desorientado, como si el mundo, en un desliz desconocido, se estuviera hundiendo en un vuelco incompleto y los colores se hicieran más densos, entre brumas invisibles y tóxicas que florecían desde un plano insondable.

    Se masajeó la frente, cansado de recibir estas percepciones repentinas que, según él, solían brotar de la oscura turbulencia almacenada en su interior.

    En ocasiones, Kyogan también se sentía mal cuando Trinity lo citaba para algo que sonaba demasiado serio. Con sus llamados, parecía arrastrarlo para que pisara el verdadero mundo, el que aún huía de su manejo. Sin embargo, en esta oportunidad, había algo más, algo distante y descarnado que acechaba desde las sombras más recónditas del cosmos, retumbando en la infinita oscuridad y extendiéndose poco a poco, prometiendo un abrazo incierto.

    También tenía la inquietante sensación de que esta maraña era antigua y agitabas vástagos de tinieblas mal enterrados.

    «¿Me estoy acercando a una psicosis sin siquiera alcanzar los diecinueve años, o qué carajos...? ¿Qué mierda me está pasando ahora?», se preguntó, recordando cómo las emociones influenciaban sobre los mensajes de las magias. 

    Fue así que prefirió sacudir la cabeza, cortar con esto y centrar sus pensamientos en el ahora, en Trinity, buscando entender para qué lo había citado. ¿Cuándo fue la última vez que solicitó su asistencia con una nota de urgencia?

     «Pasó rato ya.

     »Ella sabe que...»

    Al traspasar las puertas de la mansión, la extraña y ajena sensación que lo acompañaba se agudizó, ya que se topó con los ojos aguados de Trinity, y a Dyan, quien debería estar feliz, pasándose las manos por el rostro una y otra vez, intentando desenredar un problemático misterio que se atropellaba entre sus pensamientos.

    —Ahí está el mocoso, míralo —espetó Dyan, con cara de pocos amigos.

    —¡Hola, mi niño! —Trinity esbozó una inmensa sonrisa.

    Trinity era la única persona que miraba a Kyogan pensando que era un niño bueno y agradable, por eso el mago creía que era... ¡la persona más ingenua del universo!

    Encogió los hombros como una pobre forma de saludarla.

    —¿No vas a saludar como corresponde? —interrogó Dyan, reprochando su actitud—. ¡Hace meses que no la ves, ¿y así reaccionas?!

    —Hola... —respondió Kyogan, apretando una mueca incómoda.

    —Algo mejor —comentó el líder con los brazos cruzados, resignándose a la poca sensibilidad del chico.

    —¿Qué pasa, para qué me mandaste a llamar así? —inquirió Kyogan con su mirada puesta en Trinity.

    El líder volvió a chasquear la lengua, visiblemente frustrado.

    —¡Al menos pregúntale cómo está, mocoso déspota y desalmado! ¡Dirígete de mejor manera a la persona que te ha enseñado tanto y te protege!

    —¡Va, ya va!

    —No lo atosigues, Dyan —intervino Trinity en tono pacífico—. Él se comunica a... su ritmo. No le saques palabras a la fuerza, te lo he dicho muchas veces.

    Dyan gruñó entre dientes.

    —En realidad, mi niño, son solo un par de consultas.

­     —¿Consultas? —Kyogan se alivió al darse cuenta de que la citación no traía algo tan grave.

    —Así es, ven conmigo —pidió ella con una de sus manos extendida—. Además, te traje regalitos, unos deliciosos chocolates con jarabe de Yuda.

    —¡¿En serio?! —preguntó con los ojos brillando por la emoción.

    Dyan abrió la mirada y endureció la mandíbula sin terminar de entenderlo. El demonio más antipático de Argus dejaba que su humanidad aflorara siempre y cuando le ofrecieran dulces, especialmente si eran exóticos. ¡¿Cómo era posible?!

    Trinity tomó la mano de Kyogan para llevarlo a una oficina, consciente de que se dejaría guiar por ella, aunque siempre con una mirada baja y conflictuada.

    Ya en un cuarto lleno de adornos florales y rosados, Trinity expuso preguntas que Kyogan no esperaba, mencionando un tema que para ambos debería ser un tabú. Luego, para no profundizar más, fingió una actitud liviana y humilde hasta que de la nada habló de Shinryu.

    —¿Qué pasa con él o qué? —preguntó con desconfianza, alertándose.

    Trinity era incapaz de retener una alegría llena de encanto. Kyogan supo exactamente qué significaba esa estúpida sonrisa: se había enterado de todo lo sucedido con Shinryu y estaba interpretando calamidades totalmente ajenas de la realidad.

    —¡¿Qué te contaron?! —exigió saber, preocupado por lo que quedaba de su reputación maligna.

    Trinity se escudó diciendo que solo deseaba conocer cosas generales entre la relación recién nacida entre ambos. ¡Kyogan no creyó una sola pizca de su modesto interés! Sabía que estaba desfalleciendo de felicidad al creer que por fin, ¡después de tantos años!, se relacionaba con un compañero de clases.

    —¡Dame mis chocolates y déjame ir! —demandó el brabucón.

    Ella accedió, pero manteniendo su sonrisa, orgullosa de una evolución que... ¡no existía!

    «¡Estás más ciega y tonta que el mismísimo imperio!».

    Kyogan regresó a la parte baja del palacio, al salón de clases, con una rabia arrasadora y el rostro enrojecido. Estaba tan irritado que no quería hablar nada más de Shinryu con nadie, ni con las sombras. ¡Ya no sabía nada! Estaba cansado de todo y de que intentaran darle vuelta la cabeza como si fuera una pelota que podía cambiar según el antojo de los demás. ¡Listo, se había hartado de todo! Trinity, una vez más, había llegado a arruinarlo todo en este mundo, ¡así que tampoco quería nada con la invocación de ningún zein!

    Bueno... tampoco era para tanto.

    «¡¿Tengo que planear todo otra vez?!», se estresó, rascándose la cabeza con agresividad. Como nada se le ocurría, concluyó que necesitaba golpear a alguien para liberar la tensión. ¿A quién?

    Mientras buscaba en el salón de clases a su siguiente víctima, ocurrió algo que lo alborotó aún más, obligándolo a destruir un par de lápices y a rasguñar la superficie del pupitre —ya previamente maltratado por él—. Rechel se presentó para llevarse a Shinryu hacia su cita médica con Trinity.

    El aire se detuvo para cada uno de los que estaba en ese salón. El profesor de historia se puso de pie con los ojos agrandados cual esferas a punto de reventar.

    «Tampoco es para que exageres así, viejo idiota y retrogrado.»

    Shinryu también agrandaba los ojos, pero él de forma patidifusa, porque había vivido tantas veces este momento en la imaginación que se le hacía difícil distinguir entre la realidad y la ilusión. No era capaz de utilizar sus pies para levantarse, tiritaba y exhalaba grandes cantidades de aire.

    «¡No exageres tú tampoco!», continuó gruñendo Kyogan.

    Shinryu lo miró sobre el hombro. De inmediato, los ojos del mago lo llenaron con acusaciones que no se merecía, hasta que Shinryu le entregó una nota por debajo del pupitre que había escrito a toda velocidad.

    Sabes todo lo que te juré y jamás fallaré en eso. Pero lamento si mi enfermedad ya no te ayudará más, aunque si me dices que no vaya, no voy. Alguna excusa podré inventar.

    La agresividad en el semblante de Kyogan se desvaneció como por ensalmo. En su lugar, una máscara de estupor se apoderó de sus facciones. Sus ojos se dilataron hasta convertirse en enormes pozos oscuros, mientras sus labios se entreabrían formando una delgada línea tensa.

    ¿Shinryu estaba dispuesto a prolongar su enfermedad solo para que pudiese ser analizado por él? «Imposible». Además, Trinity dijo que su atención era urgente y Kyogan tampoco tenía el poder para detenerla.

    ¿Quién podía ser tan ridículamente tonto o loable? Shinryu era un maldito loco.

    Le indicó con un gesto que se largara de una vez. Por ahora, Kyogan no quería verlo más ni estar remotamente cerca de él recibiendo otra dosis de su cargante luz.

    Todos clavaron la mirada sobre el chico sin maná mientras caminaba con las piernas rígidas hacia Rechel, quien lo esperaba en la puerta. Se preguntaban si Trinity podría sanarlo y si tendría maná.

    ¿Shinryu revolucionaría Argus una vez más?

    Con una locura cardíaca, Shinryu llegó a la mansión, el santuario donde Trinity ejercía su arte curativo. La líder de Argus se disculpó incontables veces por la inexcusable tardanza. Shinryu apenas pudo contener un nudo en la garganta ante la calidez maternal que emanaba.

    Trinity lo guio hacia un recinto conocido como «El Oasis»: un jardín interior resguardado bajo una cúpula de cristal, donde reinaba una atmósfera de ensueño. Repisas de mármol serpenteaban por las paredes, repletas de frascos de colores vibrantes que parecían contener la esencia de los cuentos de amor. Vapores rosados y celestes danzaban en el aire, algunas pócimas adoptando formas de corazones. Un arroyo de aguas cristalinas, por otro lado, fluía entre los senderos de piedra, creando un delicado murmullo. Y allá, en el corazón del Oasis, una pequeña antecámara albergaba avanzada tecnología de sanación, con camillas.

    Trinity era una visión de hadas para Shinryu, con un vestido color cielo abrazando su silueta y realzado por un cinturón enjoyado. Una diadema tejida con finas hebras doradas enmarcaba su rostro, recordando a los pétalos. Shinryu apenas podía apartar la mirada, le costaba hacerlo.

    —Ven, Akari, toma asiento —le solicitó la líder, enseñándole una camilla.

    Shinryu se repetía una y otra vez que todo saldría bien. Trinity le explicó que analizaría a fondo su enfermedad y, de ser posible, procedería con su sanación hoy mismo. Un nudo de esperanza y ansiedad se formó en el pecho del muchacho mientras se recostaba en la camilla, observando cómo la curandera tomaba asiento a su costado.

    —A pesar de todo tienes un muy buen estado de salud, mi niño —halagó Trinity con una sonrisa reconfortante, ojeando unas carpetas con la información médica de Shinryu—. No está demás mencionar que tienes un corazón un doce por ciento más grande de lo habitual y late cincuenta y siete veces por minuto en estado de reposo. Eso quiere decir que eres un pequeño atleta. ¿Sabes?, no todos alcanzan tu promedio. Has entrenado duramente y eso se te debe de reconocer.

    Shinryu ya estaba luchando por contener las lágrimas. Su corazón estaba por derretirse en un río de conmoción.

    —Uno de los exámenes indica que tienes una tolerancia muy alta a las acumulaciones de etherio. Una persona sin maná tolera el cuarenta y dos por ciento, pero tú rozas el setenta. Eso es demasiado, Shinryu, pero en parte se debe a la costumbre que has generado a través de tanto entrenamiento y exposición. Es muy peculiar, pero comprensible si analizamos el hecho de que las personas desarrollan tolerancia cuando llevan tiempo esperando... el maná.

    Trinity entrecerraba los ojos, estudiando algo que la dejaba perpleja incluso a ella.

    —El etherio que absorbes no se mueve más allá dentro tus células, no alcanza el organelo que lo procesa, se bloquea como si chocase contra algo invisible. Pareciera que tu cuerpo no lo detecta y entonces intenta absorber más. Ahí está otro motivo de tu alta tolerancia.

    »Mi niño, a lo sumo produces una fase inmadura del maná, que es la dos, pero recordemos que cinco fases necesita recorrer el etherio para ser transformado en un maná completo. Gadiel fue quien descubrió tu bloqueo en las paredes de tu estómago, tengamos en cuenta que allí comienza la generación de maná.

    A Trinity le estaba costando mantener la serenidad. Algo en Shinryu escapaba de toda lógica y conocimiento.

    «Por favor, que Trinity descubra el porqué de todo esto. Por favor...», imploraba Shinryu con cada fibra de su espíritu.

    —No te preocupes, Shinryu, te prometo que haré lo posible, y sé que tendrás maná como todos los demás alumnos. —Le sonrió mientras sostenía su mano con seguridad.

    Entonces comenzó, pronunciando un hechizo para que el agua se alzara desde un manantial cercano, y creara un espiral que brilló con la fuerza del día, enriquecido con la magia de la luz, iyan.

    Dicha luz irradió pulsos rítmicos hacia el cuerpo del muchacho en una exploración meticulosa en su forma más pura. Con cada latido, el agua comenzó a esculpir ante Shinryu una representación de su mismísimo interior. Primero fue el corazón, que palpitaba con un fulgor acelerado, con sus ventrículos contrayéndose en compás a la ansiedad del paciente. Más abajo, el estómago adoptaba una forma globular de remolinos turbulentos, mientras los intestinos serpenteaban en un intricado laberinto acuoso. La luz indagaba en cada rincón con suma delicadeza, mientras el agua tejía estos dibujos orgánicos en una sinfonía mágica que Trinity dominaba con una destreza que desafiaba los límites de lo terrenal.

    Su conexión con la luz y las aguas era tan profunda que la magia fluía sin necesidad de palabras arcanas. Un leve fruncir de sus cejas bastaba para que la exploración se adentrara a niveles microscópicos, recreando ahora las células.

   ¡Con razón era la mejor curandera!, pensaba Shinryu.

   Con un movimiento cuidadoso, colocó bajo su nariz una goma cargada de etherio, ajustándola a sus fosas nasales. El cuerpo de Shinryu empezó a enriquecerse del elemento espiritual, y la magia del agua, akio, fue capaz de recrear una imagen de la sustancia química entrando a las células, un polvo cósmico de tonos rosáceos.

    Finalmente, Trinity encontró al etherio chocando contra algo invisible que le impedía alcanzar el organelo donde debía ser desarrollado. El elemento espiritual flotaba en los citoplasmas sin hacer nada. Los organelos, con su forma aperlada y bonita, no reaccionaban ante su presencia, lo que los llevaba a estimular el cuerpo a absorber más.

    La frustración comenzó a invadirla. A pesar de pronunciar hechizos cada vez más complejos, no encontraba respuestas exactas. Los minutos se convertieron pronto en dos horas, hasta que, en un acto de desesperación, intensificó la luz hacia límites insospechados, obligándola a desgarrar los velos de la realidad y desvelar lo que se ocultaba en las profundidades Shinryu.

    Lo logró.

    Y el resultado fue horroroso.

    El estómago del joven se tiñó de un negro enfermizo, como si un enjambre de sombras se arremolinara en su interior, royendo sus paredes. En sus pulmones, manchas negruzcas se comparaban con un moho que se esparcía con lentitud calculada, casi como si fuese guiado por una corrupción inteligente, una infección sigilosa similar al más letal de los cánceres.

    Un escalofrío serpenteó por la espina de Trinity cuando se percató de que esta abominación se movía dentro de Shinryu, palpitando en una grotesca mezcla de vida y descomposición. Contuvo el aliento, sintiendo cómo aquella oscuridad estaba cubierta por una dureza impenetrable.

    Sin evitarlo, sus dedos se crisparon en torno a la mano del muchacho en un gesto de protección, cuando un gruñido gutural manó de algún rincón de él, un sonido que no era ni femenino ni masculino, sino la expresión primigenia de una impaciencia absoluta, de un hartazgo, haciendo notar su desacuerdo por la luz que le observaba.

    Entonces ocurrió algo que Trinity jamás había experimentado: la oscuridad tomó posesión, y por primera vez las magias la desobedecieron. El agua huyó estrellándose contra los muros y la luz se cohibió hasta devorar todo a su alrededor, sumiendo el Oasis en una oscuridad absoluta.

    Trinity quedó paralizada, mientras sus ojos desorbitados no comprendían nada. 

    Pero algo era más que evidente: había descubierto lo que le impedía a Shinryu ser una persona normal. Sentía que la oscuridad que lo habitaba en él era peligrosa, arraigada por algún propósito y progresando de manera indiscutible. Esta amenaza se cernía sobre el chico, prometiendo consumirlo por completo en un futuro no muy lejano si nadie la detenía.

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