Capítulo 18: Primer milagro

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    Bajo el camuflaje de la noche, Kyogan se acercó a los alrededores de la mansión. ¿El motivo? Quería averiguar qué había sucedido con Shinryu, pero como no se atrevía a entrar directamente, no le quedaba de otra que husmear desde los jardines.

    Shinryu llevaba dos días sin aparecer, ¡dos! Tal ausencia había desatado un torrente de teorías entre los estudiantes, pues no era normal que una simple cita médica se extendiera tanto tiempo y que el paciente desapareciera. Los profesores, con su falta de respuestas, solo triplicaban la incertidumbre.

    Incluso Kyogan, quien sabía bastante sobre medicina, no lograba suponer por qué Trinity se estaba tardando tanto. La duda lo carcomió hasta tal punto que terminó deslizándose hacia la ventana de una habitación de huéspedes. ¡Ahí estaba Shinryu, su silueta ñoña era perfectamente distinguible! ¿Debería obligarlo a salir?

    Se acercó decidido, pero antes de abrir esa ventana sin permiso alguno, comenzó a vagar, preguntándose si estaría demostrando un interés demasiado alto con su acercamiento. ¿Permitiría que se dañara aún más su reputación de chico maligno? Además..., cuando un tipo se acercaba a alguien a través de una ventana, ¿no podría interpretarse como una actitud demasiado amistosa o asquerosamente romántica?

    El homosexualismo o cualquier orientación le daban lo mismo. Lo que no toleraba bajo ninguna circunstancia era cualquier detalle que le hiciera expresar sensibilidad, amor y amistad... ¡Puaj!, no había nada más horrible que gente jurándose amor eterno o abrazándose con afecto. «¡Asco total!»

    «Ni loco», se dijo, dándose a la fuga con celeridad.

    Pero la duda seguía punzando como una espina entrando por su nuca. Cuando ya no pudo tolerarla, regresó y golpeó esa ventana con rabia.

    —¡Hey, ¿estás ahí?!

    Shinryu abrió con la mirada muy abierta y cristalizada. Le sorprendió ver a Kyogan, por supuesto, pero nada sobrepasaba esa sensación abrumadora que le apretaba la cabeza, mientras sus pies parecieran desvanecerse bajo un mundo cada vez más borroso. Todo se agolpaba en su interior, su ser era el contenedor de un mar enfurecido, asechado por un remolino de voces disónicas que se retorcían sin piedad:

    Ya ríndete de una vez.

    Abandona tu determinación.

    Tal vez eres un tipo oscuro y finges no serlo, hipócrita.

    ¡Nunca rescatarás a mamá, porque estás más enfermo que nadie!

    —¿Qué pasó? —preguntó Kyogan, torciendo un gesto con sus labios foscos.

    —¡No, Kyogan!, es que... —Shinryu regresó a su habitación, jugueteando con los dedos, mientras suspiraba sobre ellos un aire tan pobremente tibio, que era incapaz de contrarrestar el frío que se había apoderado de él. Miraba hacia los lados, buscando asfixiar el miedo bajo un semblante optimista tan falso, que se podía comparar con una máscara de papel.

    El mago dio un salto al interior y cerró la ventana detrás de sí.

    —Kyogan, es que... pasó algo muy raro, no, raro no. —Intentó sonreír—, problemático, muy feo, peligroso. Todavía no sabemos qué es.

    El mago no lograba entender este tipo de pánico. Había visto a Shinryu aplastado de muchas formas, pero esta vez demostraba desmoronarse a un nivel más profundo, con sus ojos convertidos en las rejas de una jauría.

    —Tranquilízate, oe, y dime qué es lo que pasa.

    Shinryu le narró el alarmante descubrimiento de Trinity, no dejando nada sin relatar. Al terminar, quedó envuelto en un silencio sepulcral, paralizado por la irrealidad de sus propias palabras. En un anhelo desesperado por obtener normalidad, esbozó una sonrisa vacía.

    —¿En serio esta oscuridad... palpitaba? —preguntó el mago, hipnotizado por el asombro.

    —Sí —murmuró Shinryu, más inquieto que intrigado por las reacciones de su compañero.

    Kyogan tomó asiento a un costado de la cama, sin despegar su mirada de Shinryu.

    —¡Pero ¿qué te dijo Trinity?! ¿Qué es lo que supone ella? —preguntó con un tono ansioso.

    —Dice que por el momento solo tiene deducciones, pero que no es bueno sacar conjeturas deliberadas. Me dejó estar aquí y siempre viene a preguntarme cómo sigo —respondió con una expresión de agotamiento.

    —¿Te comentó sobre algunas de esas deducciones?

    —Es que... está como desorientada, ¡como si nunca hubiera visto algo así...!

    Shinryu cerró los ojos, buscando contrarrestar el aluvión que amenazaba con llevarlo en su corriente. Aunque se esforzaba por ser optimista, seguía recibiendo bombardeos desde áreas inesperadas. Kyogan, a su lado, no podía imaginar lo horrible que era tener esa oscuridad acampando entre sus entrañas, dañándolo día a día y de manera tan siniestra, arrebatándole su capacidad de crear maná. No concebía lo doloroso que resultaba padecer una condición cada vez más insólita.

    Horas atrás, las sabias y dulces palabras de Trinity habían logrado apaciguar su tormento, pero bastó la soledad de la tarde para que la ansiedad regresara con renovada ferocidad. Se sentía sin herramientas para combatirla. Jamás su mente había estado tan alerta, incapaz de conciliar el sueño al imaginarse constantemente lo que esa oscuridad estaba haciendo en su interior.

    —Me dijo que ninguna oscuridad se instala así porque sí, cree que es algo que absorbí hace años, a los siete u ocho y por alguna razón específica. Pero ni yo supe darle alguna idea de cómo y dónde, ¡ni yo! Es que esto es tan raro que incluso tiene a una persona como Trinity confundida. No es que esté confundida ahora. ¡Pero en el momento...! Y eso que es ella, ella es la mejor, la mejor y...

    —¡Tranquilízate, oe!

    —¡Sí...! —obedeció con un respingo.

    —Debe haber una explicación.

    —Kyogan, ¿tú sabes algo? —preguntó Shinryu, aferrándose a cualquier esperanza que pudiese agarrar.

    El mago reflexionó unos segundos mientras miraba un cuadro en la habitación, que mostraba a un grupo de personas arrodilladas ante la luz de la diosa Loíza, un ángel de diez alas que abría sus brazos para cobijar al necesitado.

    —Como te dijo Trinity, puede que hayas absorbido esto desde algún lugar y quién sabe por qué o cómo. ¡Pero eso no es lo más raro!

    —¡¿Qué?! —Shinryu se aceleró, alarmándose todavía más.

    —Sabes que ninguna de las doce magias tiene el poder de interferir con el maná, ¿no?

    —Sí, algo. —Negó con la cabeza.

    El mago suspiró al recordar que su compañero seguía sin saber muchas cosas, sin embargo, el asombro era mayor a cualquier tipo de impaciencia. Con un ademán rápido, explicó:

    —Las doce magias controlan un elemento y cuando todas se unen pueden controlarlo todo, pues, excepto dos cosas: el etherio y el maná. Si hay una oscuridad en ti, es evidente que viene de la magia oscura, yain. Lo increíble es que encontró la forma de detener el desarrollo de tu maná. ¡Aunque no, lo logró, pero indirectamente! —lanzó, atónito por la revelación—. ¡Claro, porque encontró la manera de estorbar en los mecanismos encargados! No está atacando tu maná en sí. ¡Oye, wow, esto es increíble!

    Shinryu se quedó sin aliento, procesando la forma en que su compañero decía las cosas. Al recuperar un sosiego, se sentó de rodillas al otro lado de la cama, frente al mago. Kyogan, por su parte, continuó murmurando algunas hipótesis mientras recorría su mentón con los dedos. Al finalizar, quedó impresionado cuando entendió que detrás de la oscuridad en Shinryu había una inteligencia astuta y específica, actuando con un sigilo y un propósito claro: obstaculizar el desarrollo del maná. Pero ¿por qué? ¿Qué beneficio ganaba con eso?

    —Tengo que ver la forma de analizar esto. Supongo que me vas a dejar, ¿no? ¡Ya sabes que no te queda de otra! —atajó con su típico tono brusco e inmaduro.

    Shinryu guardó silencio, incapaz de crear una respuesta en ese momento.

    —¿Y ahora qué pasa? —Kyogan frunció el ceño, percibiendo un cambio.

    Al leer las expresiones, dedujo al fin que Shinryu se estaba sintiendo un poco mal, solo un poco.

    —Bah. —Suspiró— ¿Sientes algo ahí en tu estómago en este momento? ¿Algún dolor o algo así?

    El chico negó.

    —Entonces esta oscuridad no te está haciendo un daño en sí, no te está matando, no está cambiando la forma de ningún órgano. ¿O no funcionas con todas tus capacidades? Si Trinity no hubiese descubierto esto, seguirías viviendo como siempre. En lo que ahora cabe, esta cosa solo se encarga de que no tengas maná.

    —¡Pero ¿por qué, Kyogan?! —preguntó con un clamor arrastrándose en sus palabras.

    —¿Trinity te mencionó algo de que buscará a una persona para analizar esto?

    —No, nada.

    —¿En serio? —Enarcó una ceja.

    —No, solo me dijo que estaba estudiando los mecanismos de yain para los pocos casos en donde las personas la absorben. También me dijo que estaba llevando a cabo un examen de las dos pobres fases que alcanzo a procesar del etherio. Pero dijo que examinar esas fases tan inmaduras lleva un poco de tiempo. Dijo que tal vez así podía averiguar si hubo algo en mí que atrajo esto. No lo sé, algo así como que si tengo una atracción a este tipo de cosas. ¡No me lo dijo así!, fue como lo entendí yo...

    El mago miró a un lado, meditativo, luego alzó unos ojos serios y fijos.

    —Sí, esos exámenes tardan, pero no creo que Trinity se esté demorando tres días solo por eso; es porque está buscando la manera de traer a una persona.

   —¡¿Una persona?! ¿Pero a quién? ¿Sí puedo saber?

    —A alguien que tiene la magia oscura —respondió, mirándolo a los ojos de manera baja, buscando provocar reacciones al mencionar esas palabras.

    Shinryu sufrió un apretón en el pecho.

    —Trinity no tiene lo necesario para analizar tu caso por una razón muy simple —continuó el mago con su seria sabiduría—: porque carece de la magia yain. La mejor manera de entender a la oscuridad es usándola a ella misma. Entiende algo: antes de romper con lo que sea que tienes ahí dentro, se necesita entender su raíz, el porqué entró y qué está buscando. Por eso Trinity buscará a alguien que pueda «hablar» con tu oscuridad. Pero tampoco puede ser cualquier persona: tiene que ser alguien entendido en asuntos de salud mágica y también de confianza.

    »Yo ya sé de quién se trata. El problema es que esa persona se retiró hace unos años de Argus y ahora vive en el continente de Aeris.

    Kyogan se acomodó de costado sobre la cama, expresando menos dureza, quizás porque al fin, después de tanto que había visto, reconocía que era difícil estar en los zapatos de Shinryu. A su vez, recordaba algunas experiencias que había compartido con Trinity, cuando ella lo educó y le mostró sus conocimientos en medicina. 

    —Trinity es así de esmerada. ¿Crees que es la mejor curandera solo porque tiene a un zein con tres magias? Nah..., esa mujer tiene un talento asqueroso para construir las soluciones más difíciles. —Entre las líneas de su comentario, pareció decir: «vaya que eres un niño mimado».

    Miró a Shinryu y, por primera vez, notó algo más, como si las magias se lo susurraran al oído: percibió a su compañero al igual que un niño necesitado del apoyo de un hermano mayor.

    —Tendrás a la luz y a la oscuridad analizándote. ¿Qué más quieres?

    Shinryu empezó a sentirse abruptamente mejor.

    —¡¿Entonces podrán averiguar todo lo que me pasa?! ­—postuló, y sus labios formaron un pequeño y tierno círculo mal formado—. Serían... ¡las dos magias etéreas trabajando juntas!

    »¡Entonces tengo que estar tranquilo! —replanteó—, porque cuando esas magias unen fuerzas revelan todo lo invisible, ¿no? Bueno... casi todo. —Se retractó al pensar en la maldición de los magos—. ¡El asunto es que son las únicas magias a las que no se les escapa nada y hasta pueden percibir el mismísimo mundo místico! Es cierto, ¿no? ¿Kyogan?

    Kyogan levantó una ceja, sorprendido por el súbito cambio de Shinryu. Sin embargo, reflexionó en lo que había preguntado y, sin haberlo imaginado, se adentró con él en una charla sobre las magias en general. Incluso, llegado a cierto punto, mencionaron los dos tipos de magos que existían. Estaba el mago elemental —como Kyogan—, y el mago ilusionista, maestro de las magias etéreas: iyan y yain; luz y oscuridad, una mezcla que ningún otro espíritu, ni siquiera los zeins zagas, podía soportar.

    Las magias etéreas poseían la capacidad de percibir incluso los ecos del mundo místico. De hecho, los magos ilusionistas fueron los únicos que lograron detectar algo de este mundo, aunque jamás lograron comprobar nada. De ahí nació, en parte, la palabra que se les dio para definirlos: «ilusionistas.»

    Pero también se les denominaba de esa forma porque las magias etéreas actuaban sobre todo lo invisible, especialmente sobre lo emocional y mental. La mente estaba compuesta por una mezcla de energía oscura y lumínica. Los magos ilusionistas podían escudriñar o extirpar de ella sentimientos, recuerdos y un sinfín de materia intangible, pudiendo provocar ilusiones capaces de enloquecer a cualquiera que no tuviese un maná poderoso que les proteja la mente. También podían provocar falsos sentimientos de amor o amistad, logrando manejar a una persona.

    Por eso era común que la gente se preguntara algo: «¿A quién le temes más, a un mago elemental, quien, logrando manejar las diez magias elementales puede controlar el cuerpo mismo? ¿O a un mago ilusionista?»

    A medida que los chicos seguían hablando de este tópico y de otros, sucedió un verdadero milagro. Sin que Kyogan se detuviera a analizarlo, se acomodó sobre un codo y se dejó llevar por una charla amena que no lo hería, aceptando la comodidad de una elegante cama y la calidez de una habitación hogareña.

    Entretanto, la compañía de Kyogan había empezado a crear un campo de bienestar y equilibrio en el corazón de Shinryu. La actitud autoritaria del mago y su habilidad para demostrar control generaron un ambiente de seguridad que ayudó a recomponer fortalezas que habían sido demasiado golpeadas. A su vez, desahogarse había sido un remedio, pero la presencia de Kyogan producía algo más profundo e inexplicable, como un resonar silente, una sintonía. 

    Parecía que, en medio de la noche, encontraban un respiro de sí mismos y de sus tormentas personales, hallando una sinergia de emociones que amansaban el mismo espíritu. Y es que, aunque Kyogan no lo supiera o no fuera capaz de admitirlo, le agradaba que Shinryu fuese una persona exageradamente pacífica. Esto reducía el griterío de heridas que exigían el alzamiento de armas, heridas que jamás habían logrado encontrar remedio.

    —¿Entonces Trinity siempre ha podido averiguar de todo cuando se reúne con esta persona? ¿Kyogan? —preguntó de rodillas sobre el colchón, con las manos encima de cada una en una forma muy educada.

    —Te dije que sí —respondió con impaciencia; pero su relajo sedaba toda pesadez.

    —¿Puedo preguntar quién es ella? ¿Y por qué dices que es... inútil? —preguntó, adornando sus palabras con intensa pero cautelosa curiosidad.

    —Se llama Soraya, es una tipa insegura que siempre ha trabajado con Trinity. Es una vidente. La tipa le guarda temor a todo y aun así tiene mucha afinidad con la oscuridad.

    —Oh, creo que entiendo... Pero, ¿temor a todo? ¿Le pasó algo?

    —Trinity y Soraya trabajan bien... —Kyogan se apagó de repente cuando se percató de la atmósfera íntima que se había creado.

    Entonces algo revivió y lo controló.

    Miedo

  Un miedo que brotó desde las cavernas de su ser y se lanzó sobre su mirada con una fuerza salvaje, apoderándose de todo alrededor, rodeándolo con protecciones oscuras y obligándolo a renovar la agresividad de siempre.

    Se retiró con movimientos desdeñosos y apresurados, ordenándole a Shinryu mantenerlo informado con un tono que no admitía réplica. 

    Fuera del cuarto, su rostro pálido y crispado reflejaba preguntas en crisis. Incomprensible. ¿Cómo había sido posible que se sumergiera en una charla tranquila con Shinryu? «¿Tranquila?» Kyogan jamás había experimento calma con ningún alumno de Argus.

    Un frío casi glacial lo recorrió, pero entonces sacudió la cabeza con brusquedad, forzándose a recuperar su yo habitual.

    Shinryu, en su cuarto, cerraba los ojos con una respiración lenta y profunda, recordando todo lo que había enfrentado hasta ese momento. El dolor acumulado debería aplastarlo, pero se negó a rendirse ante las lágrimas otra vez.

    Solo debía... seguir adelante, más ahora que estaba obteniendo cambios y respuestas. 

    Se adentró en un sueño profundo pero atribulado, donde escuchó una voz femenina, distinta a la de mamá, diciéndole:

    La montaña oscura se abrirá.

    La flor suprema, la flor será.

    Kyogan no tardó en comprobar que sus planteamientos habían sido correctos. Trinity emprendería un viaje al continente de Aeris para buscar a Soraya y atender el caso de Shinryu. Pero lo que Kyogan no comprendía, era por qué había decidido ir ella en persona. «¿Qué carajos?», se preguntaba mientras aguantaba una insoportable y aburrida clase de Zimmer, quien enseñaba a calcular fracciones rápidas para entrenar la segunda mente instalada en el sistema entérico y así repartir mejor el maná en el cuerpo.

    Una vez más, decidió huir de aquella clase. Lamentablemente, Trinity lo sorprendió mientras se deslizaba de puntillas por el pasillo, con su presencia apagada a través de un hechizo no mágico, volviendo su piel más gris y fantasmal. Pero ni el hechizo más sofisticado podía ocultar su aura malévola de los penetrantes ojos de Trinity.

    —¡Kuhira Kyogan, ¿así que escapando de una clase?!

     Kyogan lanzó un brinco mientras Trinity se acercaba dispuesta a jalarle una oreja, sin embargo, desistió de la idea a medio camino.

    —No me moles.... ¡Digo, ya, ya, si quieres vuelvo! —ofreció, urgido—. ¡Y no me digas nada..., tú sabes cuánto detesto la clase de Zimmer! Es que... siempre la carga conmigo, me jode la existencia con sus estúpidas órdenes. Me toma de ejemplo para todo lo peor. ¡Argh.. es que...!

    —Sabes perfectamente que el profesor Zimmer no admite que sus alumnos se retiren de sus clases. —Suspiró estresada—. Pero ven, aprovecharemos para hablar de otra cosa.

    Trinity lo guio a través de los imponentes pasillos del palacio, donde los rayos del sol se filtraban por amplios ventanales, bañando todo con un tono celestial. Llegaron a un acogedor salón con altos artesonados de madera tallada y una chimenea de piedra labrada, donde las llamas jugueteaban entre sí, proyectando sombras acogedoras. Tomaron asiento sobre mullidos sillones de terciopelo color borgoña.

    —¿Por qué no mandas a alguien más? —preguntó él, curioso.

    —Sabes que no hay nada más rápido que mi dragón, mi niño.

    «Vaya, sí, tu dragón». Kyogan recordó ese admirable zein de tres elementos que en los cielos se contoneaba como una serpiente de escamas blancas, cubierto con una placa de joyas y perlas.

    Trinity, gracias a su confianza inusual con el chico, le explicó casi todo lo que sucedía con la salud de Shinryu. Kyogan fingió sorprenderse con cada detalle.

    —Hay algo que te quiero pedir, mi niño. Y quizás sea una de las pocas cosas que te pediré de este modo —empezó con líneas tristes apagando sus párpados.

    —¿Qué fue?

    —Quiero que impidas que Shinryu sea acosado por cualquier compañero —pidió con un tono grave y determinante—. Antes de que me digas que no, antes de que creas que te pido esto porque estoy asumiendo una amistad entre tú y él, es porque sé que mis manos están limitadas en algunos terrenos que controlan solo los alumnos, más aún cuando me alejo de Argus. Sé muy bien, Kyogan, que una manera muy efectiva de proteger a un alumno es disponiendo a alguien que lo pueda cuidar, especialmente si ese alguien tiene tanto poder como tú.

    Trinity se limpió los ojos, que brillaban con un cansancio profundo, como si llevara una carga, el dolor del mismo Shinryu.

    —No sé aún cuánto han podido molestar a Shinryu, pero estoy convencida de que tú lo sabes a lujo de detalles. En este momento solo quiero que sepas esto: el principal motivo por el que han podido molestarlo no es por su enfermedad, es porque nadie se ha atrevido a acompañarlo. Quedé fría cuando me enteré de que hubo alumnos influyentes exigiendo que nadie se reuniera con él. Pero sé que a ti no te importa pasar por encima de lo que dicen. Yo hablaré seriamente con todos ellos apenas tenga tiempo.

    Kyogan se mantuvo en un silencio impenetrable. Fue entonces que Trinity mencionó una recompensa.

    —¿Y con qué me vas a pagar? —preguntó cauteloso, entrecerrando los ojos.

    —Con chocolates de jarabe de Yuda, puede ser, y algunos regalitos más.

    Los ojos verdes de Kyogan brillaron ante la mención de los chocolates, pero la idea de aceptar el trato aún le parecía descabellada. ¿Él de guardaespaldas? Solo había una persona que él protegía en Argus, y no era Shinryu. No obstante, comenzó a reconsiderarlo, analizando beneficios y defectos.

    —Vale, está bien.

     Trinity sonrió tan contenta que casi dio un salto al techo. ¡Ni siquiera ella había esperado que su niño estuviera progresando tanto como persona! ¡Al fin, al fin maduraba y consideraba a sus compañeros como seres humanos!

     —Pero déjame estudiarlo a cambio, déjame analizar su enfermedad.

     La expresión de Trinity se tornó abruptamente seria. ¿Debía permitir que Kyogan colocara sus manos encima de alguien como Shinryu? Sonaba descabellado, pero aceptó la propuesta, situación que dibujó en el chico una sonrisa interna cargada de vileza y expectativa. No obstante, Trinity estableció condiciones estrictas.

    —Tendré que quitarte tu título de kyansara si fallas, porque estamos hablando de la vida de un ser humano, mi niño, no de un experimento ni mucho menos un juguete.

     La vileza del muchacho se apagó, como si hubiese caído un hechizo de hielo sobre una fogata. Con los párpados formando líneas rectas, alzó dos dedos en forma de tijera por encima de su corazón para comprometer su título en caso de hacer algo incorrecto. Suspiró aburrido.

    —Pero necesito que me des permiso para analizarlo en el valle.

    —¡¿En el valle?! —preguntó, espantada.

     Kyogan usó todos sus argumentos para convencerla, asegurando, por ejemplo, que el etherio del valle era esencial para sus investigaciones y que con él presente no había un alma que pudiera correr peligro en ese sitio.

    Trinity impuso una enorme lista de peros que él fue diseccionado poco a poco, mientras era estrujado con más promesas e incluso con un lado más humano. Así, Trinity le entregó un permiso especial, pero recordándole que debía firmar pactos de vida cada vez que llevara a Shinryu al valle, y que Shinryu debía dar su consentimiento.

     Trinity se retiró de Argus con relativa tranquilidad. A pesar de todo, ella sabía cuál era el real motivo que impulsaba a Kyogan a ser curandero. Sabía que el muchacho podía dar su vida y orgullo con tal de lograr esa meta.

     Ahora, con mil ideas reordenándose en su cabeza, Kyogan se preparó para analizar la enfermedad de Shinryu y alistar la invocación del zein. Sin más preámbulos, decidió llevarle las instrucciones para que escudriñara la manera de invocar a esa criatura. Su afán lucía tan intenso, que más bien parecía estar jugándose algo más que su pellejo.

    Pero lo que sucedió a continuación lo tomó por total sorpresa y lo interrumpió de lleno: un sujeto se acercó a las afueras del salón de la clase B2 una vez hubo iniciado el tiempo libre, un alumno que aparentaba unos diecinueve años y cargaba un resentimiento dudosamente controlable. Apenas halló la oportunidad, se adelantó para interponerse y arrastrar a Shinryu a un lugar en donde lo podría reventar a cuestionamientos.

    Era un alumno que, sorprendentemente, no le dedicaba temor a Kyogan ni obediencia alguna, así que este no iba a impedir que se llevara a Shinryu.

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