Capítulo 19: Cyan

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    La imponente figura del recién llegado destacaba entre la multitud, rozando el metro ochenta de estatura. Su silueta delgada pero atletica se dibujaba con una fina musculatura que se insinuaba agradablemente bajo la ropa, delineando un porte de fuerza respetable, mientras su masculinidad se acentuaba aún más gracias a la nuez de su garganta y a esa esencia de chico maduro que había sobrevivido mil batallas oscuras. Sin embargo, lo que más cautivaba los ojos era el hipnótico contraste de su cabello negro azulado con una piel de blancura láctea, evocando una laguna sombría rodeada por un paisaje de nieve inmaculada.

    Sin rodeos, se acercó a Shinryu con determinación, casi chocando con él, para decirle:

    —Así que tú eres Shinryu, ¿no? Ven un momento —pidió con una voz gruesa, forzando una cordialidad muy poco creíble.

    —¿Eh? —murmuró el chico sin maná, acorralado a escasos centímetros—. Sí, soy Shinryu. Pero ¡¿por qué, qué pasó?! ¿Tú eres...?

    —Esto no puede ser cierto. —Kyogan se adelantó con cara de no podérselo creer—. ¿Qué haces aquí?

    El chico misterioso lo fulminó con la mirada antes de responder con desdén:

    —¿Por qué te tengo que explicar? ¿Y no es obvio?

    —¿Qué pretendes o qué? —La preocupación tiranteaba las facciones de Kyogan.

    Un brillo peligroso relampagueó en los ojos del alumno mayor al momento de replicar:

    —Primero vengo a hablar. Y mira, no es de tu incumbencia, así que ándate a hacer tus cochinadas de siempre y a mí me dejas acá —ordenó, y regresó a Shinryu—. ¿Vienes? Es importante, por favor, hagamos esto rápido y evitemos más problemas. Kyogan no sabe retenerse ni es prudente.

    Shinryu balbuceó un sin número de preguntas entremezcladas, hasta que Kyogan jaló al recién llegado de la muñeca, alejándolo unos metros.

    —¿Por qué no te dignaste a avisarme nada? —le increpó con severidad—. ¡¿Ayer fingiste estar calmado o qué?!

    El otro se zafó de un tirón, irradiando una autoridad que no admitía cuestionamientos.

    —¿Acaso no podía venir? Y dime: ¿por qué te tengo que avisar? ¿No puedo hablar con él solo porque lo dices? Y no te engañé, lo que ocurre es que no tengo por qué pedirte permiso para nada. Pero claro, como te sientes con el derecho de mangonear a medio mundo, piensas que puedes pasar por encima de mí también.

    Hizo una pausa con los puños formados, mientras un oscuro resentimiento teñía sus ojos.

    —Ridículo —murmuró.

     ¡Shinryu no lo podía concebir, no, no podía! ¿Quién era capaz de hablarle así al mago?! Desde que entró a esta escuela no había visto a nadie enfrentándolo jamás, incluso los poderosos seguían pasando de él.

    —¡Suéltame! —rugió el mayor, recuperando su brazo cuando el mago intentó sujetárselo—. Cada día más engreído y mandón solo porque sigues subiendo de nivel como enfermo. ¿En quién crees que te terminarás convirtiendo, en el amo y señor de este colegio? ¡De seguro!, pero ahí la escuela estará totalmente vacía, ¡¿lo oyes?, porque nadie estará dispuesto a soportar a alguien tan desagradable, mentiroso y tan vil!

    Todos los sentidos de Shinryu estaban acalambrados.

    —¿Qué mierda, Cyan? ¡Cállate! —La urgencia y la vergüenza tensaban la voz de Kyogan, mientras miraba nervioso a los alumnos que circulaban por el pasillo, fijando su atención en lo que sucedía—. Relaja la vena, maldita sea, porque la estás cagando como nunca.

    Apartó con brusquedad al chico misterioso y le susurró al oído:

    —Le estás dando pistas a la gente, contrólate. Después te cuento todo lo que quieras, ¡pero después!

    El mayor se alejó unos pasos con los labios apretados en un rictus de antipatía, mientras sus ojos expresaban mil historias pasadas con el mago, crudas y desagradables.

    —Eres tú el que estás armando un espectáculo. ¡¿Qué tiene de malo que hable él?! ¡Ni que fuera como tú y lo fuese a golpear o a torturar!

    La confusión era una patente en el rostro de Shinryu, pero... ya era una costumbre. Lo que sí le quedó claro era que los chicos se conocían muy bien y que el joven misterioso se llamaba Cyan, mismo nombre que tenía una de las tres lunas de Evan.

    —Tú sigues menospreciándome. —Cyan adquirió un tono dolido y más discreto—, te crees superior en todos los aspectos sin detenerte a observar tus propios errores. Pero basta, es hora de que también tenga voz en esto.

    Las pupilas del mago perdieron la noción por un instante.

    —Entonces ayer sí fingiste calmarte. ¡¿Y así me llamas calculador a mí?! —reclamó con las venas marcadas en las manos.

    Cyan negó lentamente con la cabeza.

   —¡Por la cara que está poniendo este tipo me estoy dando cuenta de que no tiene la más remota idea de quién soy! —concluyó al leer el rostro de Shinryu.

    Kyogan torció los labios, como si se hubiera sentido atrapado en otro delito imperdonable.

    —Ya, pero... ¿por qué tenía que hablarle de ti?

    —¡¿Y por qué, preguntas?! ¡Porque tiene que saberlo! —La indignación de Cyan se disparó por los cielos.

    —¡Ya cálmate!

    —¡Todo este tiempo actuando como si yo ni existiera, tomando todas las decisiones tú porque...!

    —¡Retrógrada, estás haciendo un espectáculo delante de todos a base de un malentendido, y delante de un mugrerío de idiotas!

    —¡, Kyogan, tú eres el que está armando un escándalo!

    —¡Cyan...! —advirtió rechinando los dientes.

    —¡Empieza a comportarte como una persona racional, así sea por una vez en tu vida! 

    —¡Cyan...!

    —¡Esto lo voy a aclarar de una vez por todas! ¡Y créeme cuando te digo que voy a hablar con Kiran muy seriamente y le voy a contar todas las cosas que has he...!

    —¡Se acabó, ven aquí!

    En un movimiento rápido y brutal, Kyogan descargó un puñetazo contra su cabeza, un golpe seco cuyo eco viajó por varios pasillos. Cyan exhaló un grito desgarrador, doblándose por el impacto. Sin piedad, Kyogan lo agarró por el cuello de la camisa, envolviéndolo para arrastrarlo con violencia. En un abrir y cerrar de ojos desapareció con él, conformando el secuestro más rápido que Shinryu había visto en su vida.

    —Pero, ¿quién gritó así? —El profesor Darios se asomó con los ojos desbordados y la boca abierta en una mueca deforme. Había reconocido la voz de Kyogan y eso no presagiaba nada bueno.

    Kyogan no asistió a las dos clases siguientes. 

    Shinryu desarrollaba mil teorías respecto a lo que sucedía, sin embargo, se desconcentraba a cada momento, ya que los alumnos se acercaban para saber por qué no tenía maná a pesar de haber sido tratado por Trinity en persona. Shinryu se sentía a prueba una vez más, pero se mantenía lo más firme que podía mientras entregaba explicaciones superficiales y precisas.

    Aprovechando el primer momento de libertad, se refugió en el comedor de Argus, un vasto espacio que evocaba un salón brillante, adornado con un estilo marino, glacial y forestal. Las estatuas de sirenas cristalizadas guiaban el camino hacia las mesas, y las lámparas coralinas colgaban de enredaderas que se entrelazaban con los pilares.

    Shinryu solía perderse en la contemplación del techo abovedado de cristal, inalcanzable como el cielo mismo. A través de él, las ramas de los añosos árboles exteriores se colaban en un suave espectáculo de reflejos naturales. El aire adquiría un frescor único, impregnado con el murmullo distante de un arroyo.

   Almorzó solo, pero consciente de que Kiran lo custodiaba desde la recepción de alimentos.

    Poco después, las puertas del comedor se abrieron para dar paso a Kyogan. En esta ocasión, su figura transmitía un agotamiento profundo, como si acabara de concluir una batalla que lo había dejado angustiado y con el pecho oprimido. Avanzaba a paso lento, con la mirada clavada en el suelo y las manos hundidas en los bolsillos, a merced de una amarga inercia.

    Cientos de alumnos contuvieron el aliento al verlo acercarse a la mesa de Shinryu, sin embargo, todo en él denotaba una desconexión severa de la realidad, pues no les hizo caso a ninguno, solo se mantuvo perdido en su propio mundo de tormento. Shinryu jamás lo había visto tan alicaído. La preocupación trepaba por encima de la curiosidad.

    —¿Qué haces? —La voz de Kyogan sonó áspera y vacía cuando se detuvo junto a la mesa.

    —Oh, estoy almorzando.

    Kyogan frunció el ceño y los ojos, molesto por la abundante luz del comedor.

    —Qué pregunta más estúpida —masculló con acritud. Luego, su mirada se cruzó con los cientos de ojos que los observaban, lo que desató su verdadero yo—: ¡¿Qué miran?! ¡¿Se les perdió algo en mi cara otra vez o qué?! ¡Dejen de ser tan mirones de una vez por todas y métanse en sus propios asuntos, mugreríos sin vida!

    El comedor enmudeció de golpe, incluso Shinryu se encogió, pequeño ante sus órdenes asesinas. Kyogan llevaba una polera negra con dibujos demoníacos ensangrentados bajo una chaqueta del mismo color que incrementaban su imponencia.

    De pronto, Kyogan dijo algo que lo descolocó totalmente:

    —Bueno, ven ya, maldita sea, aún tenemos que terminar la constelación de Hernes.

    «¿Eh?»

    —¿Me seguirás haciendo esperar o qué? —Kyogan se masajeó la frente con los ojos cerrados, incómodo por su mala actuación—. Solo apura, ¡por la mierda! —Estalló fuera de control y, con ello, Shinryu se puso de pie en un menos de un santiamén.

   —¡Jovencito! —intervino Kiran—. ¡¿Qué significa esto?! ¿Por qué andas tratando a un compañero de este modo?

    Kyogan se dio una bofetada contra el rostro. «¡Lo que me faltaba!», pensó mientras observaba al profesor, quien venía dispuesto a ponerlo en su lugar. Así, una discusión no se hizo esperar más tiempo. Kyogan intentó hacerle entender que no pasaba nada del otro mundo, pero era imposible convencerlo de lo contrario.

     —¡Kiran, ya! —gruñó de forma irrespetuosa, aunque en el fondo solo imploraba que detuviera su insistencia y dejara de exponerlo ante todos.

   —¡Tienes que saber tratar mejor a las personas, jovencito, y a tus superiores también! —reprochó Kiran.

    La disputa amenazaba con seguir escalando, sin embargo, se detuvo en seco cuando la voz de Shinryu intervino de forma inesperada. Con determinación, nobleza y sinceridad, comenzó a interceder a favor de Kyogan, asegurando lo contrario a lo que se criticaba de él.

    Kiran se quedó petrificado, como si las sílabas de Shinryu hubiesen sido los hechizos de un mago ilusionista arrebatando su entendimiento fuera de este mundo. Sus ojos se abrieron con desmesurada sorpresa, pues nunca nadie había intercedido por Kyogan aparte de Cyan, y ahora Shinryu estaba ahí, dispuesto a ser un escudo que repelía los conflictos. 

    Kyogan, muerto de irritación y vergüenza y con la mano aún en su frente, le dijo a Shinryu: «¡vamos!», para luego tomarlo de la camisa y arrastrarlo con empujones a la salida.

    Hervía de mil formas, pues jamás había vivido una situación tan rara y bochornosa donde otra persona lo quisiera proteger. Avanzaba por los pasillos, correteando a Shinryu por delante, sintiendo el feroz despertar de su lado agresivo. Aun así, le resultaba extraño no imaginarse torturándolo o asesinándolo.

    —¡Avanza!

    —Pero Kyogan, ¿por dónde? —preguntó Shinryu, buscando entre mil esquinas, cientos de escaleras y corredores que dirigían a mundos nunca vistos.

    Kyogan largó otro gruñido antes de tomar la delantera y encaminarlo entre las torres. Después de caminar a toda marcha, logró, al menos, el milagro de controlarse, pero de pronto Shinryu lo volvió a desordenar al preguntarle por la constelación de Hernes que había mencionado, creyendo que debía hacer una tarea que se le había olvidado. 

    Para Kyogan, su comportamiento rasgaba una vez más lo hilarante. ¿Shinryu era tonto o ingenuo?, ya que se disponía a cumplir con una tarea que ni siquiera existía. ¿No se daba cuenta de que solo había sido una excusa para sacarlo del comedor? Su rostro inocente y decidido formaban una cachetada.

    Le refunfuñó para que siguiera avanzando, imponiendo el silencio entre ellos. Después de un considerable avance, alcanzaron una sala de estar donde Kyogan cerró la puerta con llave, para luego encaminarse a través de una escalera de piedra que conducía a un balcón en lo alto de la Torre Águila.

    Shinryu, con el corazón galopando, no sabía qué esperar. ¿Acaso Kyogan quería tener otra conversación como aquella noche que hablaron sobre Dyan? Mentalmente, intentó alistar cualquier explicación que hiciera falta al respecto.

    Sin embargo, nada podría haberlo preparado para lo que vino a continuación.

    Cuando alcanzó el balcón, descubrió a Cyan de pie junto a una estatua con forma de águila humanoide y femenina, cuyas manos soplaban delicadas plumas al cielo. Los latidos de Shinryu se llenaron de suspenso ante lo que pudiese suceder.

    Tuvo un mal presentimiento, pero este se desvaneció cuando sus ojos se encontraron con los oscuros y ahora serenos de Cyan. En ellos, Shinryu percibió una conexión inexplicable, una sensación de familiaridad cargada de vivencias que solo pudieron haber sido experimentadas en otra vida. Era como si, a través de un velo etéreo, se asomara algo perdido que únicamente sus espíritus reconocían.

    De repente, a Shinryu le pareció haber compartido con Cyan proezas y situaciones imposibles donde tuvieron que luchar desplegando lo máximo de sí mismos. También tuvo la sensación de que ya habían estado en este sitio antes, en este mismo balcón, hablando sobre...

    El mago se sentó en el borde del vallado que rodeaba el balcón.

    —Ahí está, pues. —Suspiró agotado, buscando mermar el flujo de emociones en su pecho, flujo que transportaba piedras.

    —¿Le explicaste algo o solo lo hiciste venir sin más? —preguntó Cyan, asumiendo una tonalidad más madura y amable.

    —Explícale todo tú.

    —Está bien.

    Shinryu observaba abrumado, incapaz de entender lo que experimentaba. Luego, como si hicieran falta más situaciones inexplicables, sintió que alguien los miraba desde la cúspide de la torre.

    Pero al observar, no encontró a nadie; solo el destello de una luz que se había escapado enseguida.

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