Capítulo 20: Extraño cruce de almas

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    Shinryu sentía que rozaba la locura misma gracias a la inexplicable sensación que experimentaba con Cyan. Era como una melancolía de tiempos olvidados trayendo momentos una vez vividos. Sabía que Cyan era un chico muy distinto a los demás. Sabía que, a pesar de todo, guardaba un carácter afable. 

    ¿Cómo podía explicar esto? Ni en un mundo donde la magia existía era normal. ¿Necesitaba un curandero mental?

    —¿Estás percibiendo? —preguntó Cyan.

    —Sí, Cyan, nunca dejo de... hacerlo. —Por primera vez, Shinryu escuchó fragilidad en Kyogan. Su espíritu, su rostro, todo en él se sintió más humano y dolido, como si cargara una tortura eterna que lo obligaba a agachar sus hombros en momentos así—. Y nadie se aparece por aquí a esta hora. También sabes que conozco a todos los que pueden apagar su presencia y sé dónde están.

    Los ojos de Shinryu se llenaron con un sentimiento chocante: ¿Percepción? ¡¿Cyan conocía la...?! 

     —Vale ­—empezó Cyan, reflejando remordimiento y resolución por partes iguales—. Shinryu..., no sé cómo explicarte todo lo que sucedió, pero sea como sea, no debí haberme acercado a ti tan fuera de mí mismo, tan alterado. Es que Kyogan me contó otra versión de lo sucedido y me mintió descaradamente para su propia tranquilidad —acusó, sin importarle que Kyogan se ofendiera y chasqueara la lengua—. A ver... primero que nada, déjame presentarme: me llamo Kuhira Cyan.

    La palabra «Kuhira» retumbó en la cabeza de Shinryu, agitando el brillo de sus ojos. ¡¿Kuhira?! ¿No era el apellido de...?

    —Soy el hermano mayor de Kyogan.

    Aspiró una bocanada de aire tan brusca que casi se atragantó, ahogando un grito involuntario. La sorpresa lo golpeó con la fuerza de un rayo traspasándolo de un lado a otro. Jamás, ni en sus conjeturas más locas, hubiera imaginado que los chicos fuesen hermanos. La razón era simple: ¡no podían ser más distintos!

    Por un lado, estaba Cyan con su rostro delineado por facciones maduras y un atractivo galante. Con una postura natural, emanaba movimientos mesurados, realzado por esa piel de albor níveo y un modesto monto de cabello negro azulado que enmarcaba sus rasgos masculinos. Kyogan, mientras tanto, seguía irradiando un semblante tallado en roca volcánica, contenido tras una máscara de sombras devoradoras, destacando por su cabellera bicolor entre el negro y el burdeos.

    Cyan continuó hablando, ahora con una masiva preocupación, empañando el brillo de su mirada:

    —Te preguntarás por qué todo esto, ¿no?, ¿por qué querías hablar contigo? Shinryu..., es porque ya sé que conoces la verdadera identidad de mi hermano.

    Las palabras cayeron como un meteorito sobre Shinryu, quien retrocedió, como intentando evadir el golpe. Por un instante, su consciencia se evaporó, dejándolo a la deriva de un vacío borroso.

    —El secreto que guardamos los tres aquí es tan peligroso que nuestras vidas dependen de él —prosiguió Cyan, cargado de gravedad—. Lo sabes. Y mira dónde estamos, en una escuela llena de personas que nos podrían matar.

    Hizo una pausa, dejando que el terrible peso de la realidad se asentara; luego prosiguió con renovada intensidad:

    —Pero si mi hermano y yo hemos sobrevivido hasta ahora es porque tenemos formas de mantenernos ocultos.

    Shinryu sentía que había espadas acomodándose entre sus pensamientos, causando un revuelo dramático de imágenes que incluso amenazaron con desgarrarlo. 

   Luego de dar todo de sí para calmarse, comenzó a descifrar todo lo que sucedía, empezando a comprender que sí, que Kyogan tenía un hermano que conocía su identidad, y no solo eso, Cyan parecía aceptarlo a pesar de todo lo que implicaba. En sus ojos no había rechazo; solo una férrea determinación por protegerlo. Shinryu percibió, quizás de una forma sobrenatural, una lealtad inquebrantable, forjada en el crisol de batallas que solo los verdaderos lazos fraternales pueden superar.

    La postura de Cyan impresionaba como el rayo de un sol entre una tormenta eterna, ya que las sociedades no solo rechazaban a los magos, sino también a sus parientes. Se creía en la existencia de un «gen maldito», sin importar las nulas pruebas de su existencia. Nadie quería esta contaminación en la sangre ni tener que vivir el proceso espantoso de ver a uno de los suyos como mago, empujándose a buscar maneras desesperadas de deshacerse de él como diera lugar. Además, si el imperio descubría el parentesco, tendrían que ser sometidos a un tratamiento de purificación y redención para volver a ser considerados «seres humanos normales». Algo increíblemente estúpido, cruel y aberrante ante los ojos de Shinryu.

    Pero allí estaba Cyan, desafiando al mundo con una valentía prodigiosa, cargando sobre sus hombros la pesada losa de ser hermano de un mago. Aunque las espinas de su destino habían marcado su rostro con senderos de dolor, aunque el peso del mundo parecía aplastarlo, él elegía ser un escudo para él.

    Una duda, sin embargo, persistió en Shinryu: ¿Cómo habían logrado Cyan y Kyogan ingresar a Argus sin ser descubiertos?

    Era primera vez que conocía a alguien igual a él, una persona que tenía a un nacido con magia como familia. Quizás ahora entendía por qué se produjo ese gran cruce de familiaridad entre él y Cyan, ya que ambos sabían lo que se sentía querer a un mago. 

    Pero lo que más lo desconcertaba era que esa sensación de vínculo compartido se estaba desvaneciendo sin explicaciones, como si una fuerza oscura, alojada en alguna parte de Shinryu, quisiera borrar esos ecos de recuerdos y arrastrarlos al abismo del olvido.

    ¡No entendía nada!, nada de lo que sucedía consigo mismo.

    Cyan continuaba explicando lo sucedido, el porqué de su enojo y el impacto y rabia que había sentido al haberse enterado de lo que sucedía entre Shinryu y Kyogan después de tres largos meses.

    —Pero ya hablé lo suficiente con Kyogan y me ha explicado todo..., me contó cómo lo descubriste, cómo te guio un... ibwa.

    »Ahora yo, bueno..., creo que..., en realidad, no sé qué decir —vaciló, sintiendo que sus palabras preparadas se disolvían en la tensión del momento.

    Cyan se percataba recién ahora de que no le quedaban muchas dudas por aclarar. Había hablado horas con Kyogan antes de reunirse con Shinryu, quedando todo muy claro. Durante la charla, había palidecido de muchas formas, principalmente porque Kyogan le indicó, entre líneas, que estaba confiando en alguien. Era lo que en el fondo Cyan siempre había deseado, pero jamás lo esperó de esta forma.

    Todas las preguntas que desplegó a continuación tuvieron la intención de confirmar lo que Kyogan ya habían relatado. Había dos interrogantes principales que necesitaba aclarar: ¿Shinryu era real? ¿Y de verdad existía alguien como él, dispuesto a cuidar la vida de dos personas solo con mantener su boca cerrada? Cyan observaba atentamente sus reacciones, su lenguaje corporal y sus ojos, y cada vez le parecía más alucinante confirmar las palabras de Kyogan sobre él: «Cyan, Shinryu es un ñoño a más no poder, te lo admito incluso yo. Es demasiado hablador, pero tampoco anda diciendo cualquier cosa porque sí.  Aún lo analizo y lo seguiré haciendo, pero es lo que he descubierto hasta ahora».

    Cyan deseaba cuestionar e incluso atacar a Shinryu, mas algo lo desarmaba constantemente. El miedo, la esperanza y el pavor se revolvían. Pero al final de esta enredadera emocional, la esperanza cobró mayor auge. Después de todo, sabía que no había mayor filtrador que Kyogan. Si él había terminado de darle un apruebo a Shinryu, a Cyan no le quedaba de otra que hacer lo mismo.

    Simplemente terminó... desconcertado, necesitando mucho tiempo para asimilar la situación. Hasta el momento, Shinryu había dejado una profunda impresión en él.

    —Retírate un rato, Kyogan —pidió.

    —¿Qué carajos vas a decir ahora? —replicó Kyogan, irritado y temeroso de quedar aún más expuesto—. Cánsate ya, por favor, llevamos horas aquí. ¿Crees que no cansa percibir tanto? ¿Qué más quieres? ¡Te dijo todo!

    —Solo será un rato. Y prometo que no diré nada malo.

    Kyogan se retiró entre gruñidos, cerrando con un portazo esa puerta que separaba el balcón con los interiores de la Torre Águila.

    —No tengo mucho más que decir. — Cyan inspiró por la nariz—. Necesito tiempo para asimilar todo esto y para entender lo que significa para mí y para mi hermano. Pero por ahora creo que puedo confiar en ti, al menos lo suficiente para seguir adelante con esto.

    Shinryu estaba boquiabierto al seguir descubriendo las diferencias entre los hermanos. Durante el transcurso, Cyan le había demostrado madurez y sensatez, y una profundidad mucho menos laberíntica que la de Kyogan, como si fuera un ser humano... dígase más alcanzable, no uno astral. 

    —Te vigilaré a mi manera, aunque tranquilo, no soy tan crudo como mi hermano —añadió Cyan con un tono cómico muy ligero—. Creo que eso es todo.

    —¡Cyan...! —llamó Shinryu cuando Cyan estuvo a punto alcanzar las escaleras al otro lado de la puerta—. ¡Te lo juro a ti también, por mi vida, mi alma, por mi madre, por todo lo que sueño y deseo, que jamás diré nada...! Ante los cielos, Arcana, Loíza y Tharos mantendré mi promesa hasta que no quede nada, ¡absolutamente nada de mí!

    Cyan elevó las cejas, sorprendido por un juramento que, en realidad, no había esperado, sin embargo, no le había hecho ningún daño. No se consideraba un especial creyente de los tres dioses divinos, pero esas palabras devotas lo ayudaron a confirmar la nobleza latente en Shinryu.

    Esbozó una amable y educada sonrisa, y con ella confirmó su impresionante contraste con Kyogan. Con un aire de enigma y sabiduría, e incorporando un gesto tranquilo, se despidió, dejando en el balcón un envolvente silencio.

    Shinryu logró recobrar el sentido de la realidad después de largos minutos, sintiendo el peso de la responsabilidad que ahora llevaba sobre sus hombros. La conexión con Cyan, y este encuentro con Kyogan, había cambiado algo fundamental en él.

    En el cuarto de los dormitorios y bajo el abrigo oscuro de la noche, Cyan se encontraba tumbado boca abajo sobre su cama, mientras Kyogan estaba sentado en una cama de al lado.

    —¿Y Shinryu sabe sobre Kiran? —inquirió Cyan, ido aún, con su mente repasando una y otra vez lo sucedido.

    —No tiene ni idea —respondió, encogido de hombros, mientras su mirada profunda se desviaba hacia un lado, perdida en cavilaciones de todo tipo.

    —¿Le dijiste por qué Trinity decidió protegerte?

    —No. —Suspiró agotado, sin deseos de seguir adelante con este enredo, al menos no por ahora.

    —Me imagino que aún falta para contarle cosas así, ¿no?

    Kyogan reflexionó en todo lo que no le había revelado a Shinryu aún. Su llegada a esta escuela y su propósito dentro ella eran apenas pedazos de una historia que desconocía por completo. ¿Debía contarle algo? No era una obligación en lo absoluto, pero...

    Suspiró y miró a su hermano, recordando una situación igual de importante, un propósito fundamental que tenía con Shinryu.

    —Te voy a contar otra cosa más y espero que te la tomes bien —advirtió, apuntando con un dedo, exigiendo control.

    —¿Qué cosa?

    —Voy a usar a Shinryu para resolver las instrucciones de invocación del zein.

    Pasó un segundo, dos, tres, antes de que Cyan se elevara de la cama con un rostro espantado.

    —¡¿Qué?!

    —¡Sí, pues! ¿Y qué tiene? —gruñó a la defensiva, preocupado por otro inminente enojo de su hermano.

    —¿Pero y cómo? —Se sentó en la cama de sopetón, como cayendo ante el peso de la noticia—. Pero él no tiene maná, ¿no? ¡¿Entonces cómo lo vas a meter en algo así?!

    Kyogan explicó a detalle todos sus planes y Cyan lo escuchó en silencio, intentando asimilar la complejidad de las palabras.

    De mejor humor, pero con el recuerdo de tantas situaciones vividas ayer, Kyogan se acercó a Shinryu. Sin embargo, ni siquiera pudo hablar con él, porque lo encontró acorralado por un grupo de personas en un estrecho corredor bordeado de enredaderas fragantes y flores que se abrían paso entre las grietas del viejo camino de piedra. El sendero serpenteaba como una vena hacia el corazón del jardín principal, una pequeña arboleda de melurnos de lágrimas cristalinas y arbolirios de pétalos carmesí cuyas ramas susurraban la brisa primaveral.

    Entre los chicos que rodeaban a Shinryu, se encontraba aquel joven arrogante de diecinueve años que se había acercado el primer día para exigirle que revelara su historial médico. Era alto y delgado, con un peinado estudiado y ropa de marca que delataba su familia acaudalada. Sus ojos desafiantes escudriñaban a Shinryu como si fuese un esclavo o presa de sus exigencias.

    —¿Por qué Trinity no te pudo curar? Vamos, responde.

    La actitud de Shinryu era distinta a la que solía tener, o quizás, más bien, renovada. Por supuesto, se le notaba nervioso, pero esta vez había en él una decisión más férrea por no dejarse amedrentar, como un pequeño paladín que solo buscaba proteger su corazón, no dispuesto a dejar que su escudo cayese. Era como si algo se hubiese roto en él, esa inducción inconsciente a sufrir toneladas.

    —Con todo el respeto, pero no tengo por qué responderles algo así, un asunto médico es algo privado, no es obligación para mí responder —dijo Shinryu, buscando proyectar más seriedad, aunque tuviese los brazos casi agarrotados.

    —Ah, ¿no? 

    —No —continuó con cordialidad—. Yo no tengo nada en contra de ustedes. Y entiendo que mi caso les sea, pues, muy, muy rara, y que quieran saber más, pero esta vez no es la forma, no pueden obligar a nadie a responder algo personal. La señora Trinity está estudiando mi caso y seguirá haciéndolo. Eso es todo y les pido comprenderlo.

    El chico de diecinueve años, extrañado por su actitud, no se dio por vencido, ya que a su lado estaba su novia, quien buscaba información más que ninguno, pues era líder del Papiro de Argus, sección que redactaba los periódicos escolares.

    —Dime qué encontró en ti —ordenó.

    —No.

    Su boca abierta demostró su inquietud. ¿Shinryu, además de enfermo, era respondón? Era cierto que había ganado un duelo contra una persona con maná, pero eso no borraba su condición.

    —¿Te olvidas cuál es tu lugar aquí? Eres el más débil de todos y has dañado nuestra reputación. Lo mínimo que puedes hacer es explicarle a mi novia por qué diantres no tienes maná aún.

    Shinryu retrocedió un paso con la mano en el corazón, pero volvió a defenderse, ahora utilizando el nombre de la diosa Loíza como una bandera a su favor, quien profesaba la bondad y los valores. Sus palabras se hicieron escuchar ridículas para los corazones sin fe, pero él las exponía con una convicción que sacudía.

    —Deja de lado cualquier discursito moral o lo que sea —le advirtió la novia del chico, cada vez más apresurada, como si las agujas del reloj la persiguieran—. Tengo que añadir información importante a la revista escolar. Las otras tres grandes escuelas nos están preguntando lo mismo sobre tu situación. Entiende que sigues siendo alguien que rompió con un sistema.

    —Sí, pero... pero es que no lo considero así —refutó.

    La discusión se dilató por un buen tiempo más, con un Shinryu usando sus argumentos ya conocidos, su anhelo de cumplir objetivos, su esfuerzo por alcanzarlos. Llegó un momento donde el chico mayor, cada vez más urgido por la mirada de su novia, decidió imponer un paso al frente, dispuesto a amenazar con fuerza física, así, en el fondo, fuese consciente de que estaba tomando un riesgo.

    Shinryu retrocedió al principio, pero regresó como un escudo de carne. 

    Kyogan, quien por un momento pensó en dejar que la situación pasara, decidió revelarse, recordando su juramento con Trinity, incapaz de creer que tuviera que proteger a Shinryu de ahora en adelante. Su reputación de asesino malévolo estaba cada vez más cuestionable. Sin embargo, su anhelo de ser kyansara era más importante...

    Los acosadores se detuvieron cuando lo vieron a unos metros detrás de Shinryu, mas no se marcharon. El chico estilista se preguntó si se estaba presentado de manera casual o si realmente había formado algún tipo de vínculo demasiado peculiar con Shinryu y estaba dispuesto a defenderlo.

    El detenimiento de Kyogan y el crujido de sus dientes demostró algo más cercano a lo segundo, entonces palideció radicalmente al imaginarse una vida sin un ojo, sin uñas y hospitalizado de gravedad durante semanas. Huyó a toda velocidad, abandonando a su novia y a un par de chicos más, quienes le siguieron al poco tiempo.

    —¿Uh?.... Woah... —murmuró Shinryu, tan extrañado como si los chicos se hubiesen hecho invisible ante sus ojos.

    «¿Qué pasó?», se preguntaba. ¿Acaso su determinación... los había expulsado? ¡Pero no era posible! Tampoco había utilizado una actitud tan intimidante ni esbozó cara de miedo, ¿o sí? ¿O sería, tal vez, que habían reaccionado ante las doctrinas de la diosa Loíza? 

    —Sígueme —ordenó Kyogan a sus espaldas, con los párpados rectos.

    Shinryu pegó un brinco gigantesco. Si hubiese tenido maná, de seguro hubiese tocado el techo.

    —¡¿Ky-Kyogan?! —preguntó acelerado, frunciendo las cejas. ¿En qué momento había aparecido el mago?—. ¿Qué pasó? ¿Adónde iremos?

    —Al valle.

    —¿Al Va-valle? ¡Pero Kyogan, a mí no me dejan entrar ahí sin profesores! —argumentó, alarmado.

    —Iremos a escondidas, pues —contestó con obviedad—. Creo que es mejor que nos saltemos la última clase.

    —¡¿Saltarnos la última clase?! —exclamó con gravedad, como si le hubiesen ofrecido cometer el mayor de los delitos conocidos por el hombre.

    Kyogan se detuvo, y giró lentamente sobre su hombro para mirarlo, cuestionando el grito con una peligrosa aura oscura emergiendo a su alrededor, casi visible en una bruma de maná verde. En ese instante, su semblante se ensombreció con una malicia glacial y una expresión inquisitiva, como si se preguntara si debía ser cruel una vez más y cuánto. El rostro de Shinryu se plegó en un desbarajuste de horrores.

    Y luego, su miedo se duplicó cuando otra presencia igualmente poderosa apareció. La profesora Linah, de la clase de Desarrollo de Maná y Magia, caminó hacia ellos con el rostro nublado por el enojo, con un conjunto de gruesas líneas apilándose en su entrecejo, convirtiéndola en una aterradora jueza. Incluso Kyogan no pudo evitar prensar una parte de su cuerpo al verla.

    —¿Planeando no asistir a mi clase, Kuhira Kyogan? —siseó Linah—. ¿Te olvidas de que, al igual que Zimmer, prohíbo las faltas?

    Kyogan solo le respondió con la mirada, entonces Linah lo amenazó con consecuencias si no asistía a su clase. Aun así, el mago no se intimidó; solo mostró su irritación abiertamente. Para Shinryu seguía siendo alucinante su comportamiento atrevido.

    Linah mostró una sonrisa ladina y despreocupada.

    —Ah, a mí no me preocupas, niñito engreído.

    Después se dirigió a Shinryu con un rostro amable.

    —Es muy importante que te presentes en mi clase, joven Shinryu. ¡Te tengo una sorpresa sumamente especial! Espero que no me decepciones y faltes, obedeciendo a las fechorías de Kyogan.

    Cuando Linah pasó al lado del mago, marchándose con un aire de falsa ligereza, Shinryu se sintió mudo y ardiendo en vergüenza. Kyogan lo dedicó chispas de ira y muchos reclamos.

    «Discúlpame, discúlpame», pensó Shinryu mientras sus ojos eran idénticos a los de un bebé sufrido buscando el bien.

    Sorprendentemente, Kyogan bajó los niveles de oscuridad, algo que, en la antigüedad y ante otra persona, nunca hubiese hecho.

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