Capítulo 9: La competencia de Kyogan

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Crepúsculo de los mundos...

Ocaso de los reinos...

Fin de los tiempos...

—¿Qué significan esas palabras? —susurró un niño, temblando en la vastedad.

—Nadie sabe aún —respondieron un centenar de voces entrelazadas, fluctuando entre la claridad y el caos, como ecos de un universo agonizante—. Solo aquellos que escuchan.

—Y... ¿quién es Odín? Lo mencionaron una vez...

Una risa complacida reverberó a través de las dimensiones.

—Nos sorprende que recuerdes al que no se verá ni tendrá trascendencia.

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    Soñaba con mamá. 

    Las tonalidades otoñales se derramaban sobre un bosque difuso, donde nada podía ser discernido con claridad, como si todo naciera desde una mente somnolienta que apenas distinguía lo ficticio de lo auténticamente vivido. El rostro de mamá se esfumaba en una mancha de papeles y luces, entre fragmentos perdidos de una fotografía bañada de melancolía y tiempos rotos.

    Ella lo tomó de su mano y lo guio al bosque. Volvía a ser ese niño que ni siquiera alcanzaba los seis años.

     —¿Adónde vamos, mami? 

     —Al doce.

    «¿Doce?», la pregunta hizo eco en su mente, sembrando una duda sin sentido. 

    —¿Al doce? Mami, es la segunda vez que nombras eso. ¿Qué significa? 

    —Es el todo y el nada, Shinryu, mi bebé divino —contestó ella con una sonrisa que se deshacía, como si su rostro fuese un abismo donde se perdían las definiciones.

    —¿Por qué a veces hablas tan extraño? Yo no entiendo cuando hablas así.

    —Porque quiero que solo tú escuches.  

    —¿Qué?

    —¿Crees que el camino acaba aquí, Shinryu? Estás hecho para encajar con el doce. Allá apunta todo, tu camino, tu inicio. Y es mucho más importante que yo y la maldición.

    Mamá soltó su mano, y se dispuso a cantar, girando al igual que una niña que disfrutaba de las hojas que caían sobre ella. Era un ambiente que mezclaba una pizca de caos con un fuego de tristeza. Era como si la mente de Shinryu diera vueltas entre hechos reales e inventados.

    Luego, mamá se acercó a un árbol para acariciar sus ramas, y en aquello se mantuvo, hasta que todo cambió cuando un bullicio metálico comenzó a sacudir el paisaje, un sonido estridente que rasgaba el aire, al igual que una olla a presión que empezaba a hervir. La madre de Shinryu se transformó ante sus ojos vidriosos, adquiriendo una sonrisa que mezclaba dolor con intenciones viles y morbosas.

    —¡Tienes que sufrir más, muchísimo más! Aún no es suficiente —exclamó, acompañaba por una sombra que surgía de su misma espalda.

    El pequeño retrocedía con el rostro desfigurándose.

    —¡Me esforcé tanto solo para esto! ¡Es lo que importa! ¡Tu sufrimiento abrirá la puerta y te elevará hacia el doce! —continuó ella con una actitud maniaca, agitando sus brazos como si comandara un espectáculo de horror.

    Acto seguido, desató una lluvia de demandas despiadadas que laceraron al niño, potenciadas por una furia nunca vista en ella, exigiéndole que saltara más alto para recuperar las flores. Ahora eran cuatro flores, quizás tres. ¡No importaba! ¡Tenía que abrirlas todas!  

    —¡Tienes que llorar más, mucho más! Tus lágrimas son lo que necesita... —dijo, caminando a paso acelerado hacia él, hasta que un manto negro se extendió sobre ella y se la devoró, impidiéndole hablar más.


    Con el rostro ojeroso y la cabeza convertida en una bomba de confusión, recordando apenas trozos de lo sucedido anoche, Shinryu despertó con una noticia que inundó sus sistemas. Un alumno le informó que guerreros de élite y figuras gubernamentales clave del imperio habían convocado una competencia para evaluar a los estudiantes más destacados de Argus, aquellos con magias, con el fin de considerar futuros puestos dentro del imperio. Kyogan estaba en la lista.

    Preguntándose de mil formas cómo haría el mago para exponerse ante la boca del peligro mismo y sobrevivir, Shinryu cruzó datos y entendió algo al fin: Kyogan tenía un zein, y con él, supuestamente, recibía una o dos magias que usaba en público, fingiendo ser un humano corriente que se había enlazado con una de estas criaturas súper poderosas. 

    —¡¿Kyogan tiene un zein?!

    El alumno frente a su puerta, el que había traído la noticia, alzó una ceja, dando a entender que era lo más lógico del mundo. En cada rincón de Argus se sabía que Kyogan tenía un zein selvático.

    —Todos los compañeros de clases de los concursantes tienen que ir al evento. La asistencia es obligatoria.

    Para Shinryu, la situación resultaba mucho más aterradora que fascinante. ¿A Kyogan no le daba miedo exponer dos magias delante de todos? ¿No temía que se dieran cuenta de que dichas magias venían de él mismo y no de un zein? 

    Sin pensarlo más, alistó su ropa y partió al evento, lanzándose en una carrera por la arquitectura laberíntica de Argus. Al alcanzar el borde de la laguna artificial del palacio, se encontró con un inmenso espejo cristalino de agua y una multitud de seis mil personas ya congregadas. La audiencia, compuesta por imperiales, estudiantes, profesores y sanukais, ocupaba ordenadamente las tribunas de observación. Las estructuras se elevaban más allá de los árboles ancestrales, formando un círculo de metal cuyos contornos y pronunciaciones evocaban colmillos y alas de dragones celestiales.

    Shinryu debía sentarse junto a sus compañeros de la clase B2 en la sección asignada, pero prefirió caminar al área de los profesores. Allí se ocultó a un lado, manteniendo una distancia prudente para minimizar su visibilidad de los superiores, aunque se conservó a las espaldas de Kiran, ya que, si este lo sorprendía, no lo regañaría con dureza. 

   Por suerte, el profesor estaba inmerso en una discusión sobre el inmenso poder contenido en el maná de Kyogan. En este tipo de competencias solo participaban alumnos mayores, aquellos que habían atravesado la etapa de desarrollo del maná dado en la pubertad. Kyogan era el único al que se le permitía competir a una edad tan temprana. Sus compañeros de clases eran los más pequeños en el inmenso escenario, rodeados por alumnos con más de veinte años.

    Los profesores comentaban abiertamente que era un prodigio, cuyo crecimiento podía solo compararse con el de pocas personas en el mundo, como el de Argus Dyan o los sanukais —guerreros que acompañaban a la emperatriz—. Algunos susurraban sobre su potencial para remplazar a Dyan, aunque la idea sonaba insoportable para todos.

    El corazón de Shinryu se arraigaba aún más en la tierra de la preocupación, pues las personas no sabían que la condición de mago de Kyogan justificaba en parte su poder. 

    Sin embargo, entendió algo por sí mismo, como si un susurro de revelación llegase a su oído. Kyogan confiaba en una ley poco confiable, pero ley, al fin y al cabo, que había nacido hacía doce años y establecía que el poder de una persona ya no era motivo suficiente para sospechar de ningún posible mago. La ley tenía sus defectos para los que vivían aterrados hacia los que nacían con magia, pero el imperio se había visto obligado a imponerla debido a grandes villanos que nacieron a lo largo de los años.

    Las pruebas para detectar a los magos eran brutales, realizadas en laboratorio de locura. Muchos jóvenes inocentes sufrieron torturas solo porque se sospechó del gran nivel de sus manás. Hoy, en consecuencia, eran grandes enemigos del imperio. 

    Y acérrimos seguidores de Erebo.

    El imperio ya no deseaba generar más enemigos de este tipo; al contrario, buscaba tener a las personas poderosas de su lado. Esto explicaba por qué se les entregaba a personas como Kyogan privilegios, como una forma de comprar sus corazones.

    —No, Malec no desea competir contra Kyogan, sino que Sherie ­—aclaró el profesor Kiran con una expresión seria y apagada, con su mirada dirigida a la laguna—. Es mejor así: el señor Dyan no desea exponer a los chicos a mayores problemas.

    El profesor de historia, Darios Kodías, sentado un escalón más arriba, estalló en una risa sarcástica con una palmada que se dio en la rodilla.

    —¡Kiran! ¡Deja de suavizarlo, hombre! Dyan no quiere exponer a Malec porque es su muchacho, su querido alumno favorito. ¡Y todos sabemos lo salvaje que es Kyogan!

    La profesora Midna, una mujer morena y esbelta encargada de impartir las clases de «Raksas y criaturas especiales», intervino:

    —Pero Malec es mucho más fuerte que Kyogan. Lo conozco muy bien y sé que podría vencer fácilmente al muchacho. Está fuera de discusión.

    El profesor de historia continuó:

    —¡Ajá, sí, pero a Malec no le gusta herir, entonces se contiene! ¿Crees por un segundo que Kyogan no aprovecharía eso? ¿Cómo será su monstruosidad que incluso a Dyan le preocupa exponer la seguridad de Malec?

    Kiran miró al profesor con una mirada oscura y pesada, acusándolo por su cobardía e hipócrita manera de ser, ya que hablaba de Kyogan solo en su ausencia. El profesor de historia, consciente de esto, carraspeó.

    —Es la verdad. Kiran, sabes muy bien que Kyogan parece haberse criado entre raksas y aún le cuesta distinguir que está entre personas. ¿No has descubierto la verdadera razón detrás de su comportamiento? Tú que te sigues dando más con él.

    —Es verdad, Kiran. Y ya ha pasado suficiente tiempo. ¿Has podido averiguar algo más...? —preguntó la profesora Midna, adoptando un tono amistoso mientras colocaba una mano en el hombro de su compañero.

    Kiran volvió a mirar hacia la laguna.

    —No —murmuró con una voz quebrada, sintiendo el peso de innumerables derrotas en un solo instante, sin descanso, sin piedad, con todos los malos recuerdos concentrados en su pecho. Pero así se obligó a disimular.

    Shinryu no debería estar escuchando aquella conversación, lo sabía muy bien, pero ya no podía evitarlo. Además, siempre sucedía algo extraño: las personas con maná casi nunca detectaban su presencia.

    Una confusión formó una nube en su cabeza: había pensado que el profesor Kiran conocía las razones detrás del comportamiento del mago; había supuesto que Kyogan llevaba muchos años en Argus y que los profesores sabían mucho más de su vida.

   —¡Dejen de lado tanta ridiculez! ¡Kyogan es así porque simplemente quiere serlo! —gritó la profesora Syra, aquella encargada de impartir la clase de entrenamiento físico. Era conocida por su inmensa brutalidad—. ¿Qué tantas razones tienen que buscar para explicar la personalidad de alguien? Al bruto de Kyogan le gusta ser antipático, y punto final. ¡Me cansan cuando hablan tanto sobre raíces psicológicas, pasados o estupideces! Quieren sonar intelectuales y humanistas.

    Varios profesores suspiraron en respuesta. «Te falta un inmenso trozo de cerebro», pensó Kodías.

    De pronto, Zimmer anunció la siguiente competencia a través de un altavoz, causando que las emociones se dispararan en la audiencia.  

    —Les recordamos que las reglas son simples: gana quien llegue primero la bandera de Argus, respetando el camino establecido para cada uno —continuó Zimmer—. También gana quien logre sacar a su compañero de la laguna. ¿Se permite el uso de magia? Sí. ¿Se permite todas las magias que posea el portador? Sí. ¿Se permite debilitar al compañero?, solo hasta romper con su barrera de maná. No se permite la destrucción de ningún aro; solo de los obstáculos creados por los profesores.

    »¡Que-que avancen los participantes! —Su voz sonó débil y temblorosa debido a la debilidad en su carácter.

   A lo largo de laguna había un recorrido de diversos obstáculos y un puente que dividía las aguas en dos mitades. Había aros que ningún ser humano normal alcanzaría, círculos flotantes a una altura de diez, quince e incluso veinte metros de altura, sostenidos por resistentes postes de madera que emergían del fondo de la tierra. Los competidores, establecidos en una plataforma en el fondo, tenían su propio camino a seguir.

    A su vez, había raksaras peligrosos nadando por los alrededores: primates acuáticos y musculosos, con melenas blancas tan relucientes que lucían como diamantes pequeñitos muy bien peinados.

    Shinryu se preguntaba por el zein de Kyogan. ¿Cómo sería? Los susurros alrededor atestiguaban que lo había invocado en algunas ocasiones, pero nadie daba pistas claras de su descripción.

    A Shinryu se le apretó el pecho con preocupación, pues el verdadero peligro residía en el vínculo entre Kyogan y su zein, ya que los lazos entre los magos y estas criaturas eran demasiado débiles debido a que los magos ya poseían sus propias magias. Los poderes mágicos que los zeins prestaban no se incorporaban de forma sana y completa en ellos, generando un fenómeno llamado «lazo saturado». Debido a esto, un mago podía perder el vínculo con estos seres con mucha facilidad.

    Las personas normales, en cambio, formaban lazos casi irrompibles con los zeins. Así que, si Kyogan llegaba a perder repentinamente su criatura debido a la debilidad del vínculo, despertaría una alarma grave. ¿No era una persona común que había formado un lazo con un zein? 

    Para su suerte, no era necesario invocar al zein para ocupar sus magias, ya que estas criaturas eran mitad incorpórea y vivían en su propio planeta, aunque dentro del mismo sistema solar. El lazo se concentraba dentro de la «sangre» del espíritu y bastaba su permanencia para que el préstamo de las magias funcionara. Así que, si Kyogan ya había invocado a la criatura recientemente, no necesitaba hacerlo otra vez para comprobar que sus magias eran prestadas. Aun así...

    «Kyogan..., si ocupas una sola magia más, todos descubrirán que tienes las magias de un mago elemental.»

    Sherie, un joven de veintiún años con una aterradora altura de casi dos metros, se encontraba junto a Kyogan. El mago articulaba muecas nerviosas y llenas de rabia con las que demostraba sentirse obligado a esta competencia ridícula. Era un tanto extraño, por otra parte, que no ocupara un simple traje de baño: llevaba una especie de bufanda negra que se extendía hasta su espalda, cubriendo la mitad superior de esta. ¿Era algún tipo de tela resistente al agua? Aun así, Shinryu consideraba que se veía... genial, como un héroe oscuro.

    De repente, los competidores empezaron a acumular maná bajo sus pies.

    «Preparan un estallido de maná», pensó Shinryu, con sus ojos brillando de nuevo y su vientre vuelto un remolino.

    El mago estaba engañando a su propio sistema de maná, asegurándole que sus pies requerían una carga extra para satisfacer necesidades de supervivencia. Al concentrar suficiente energía, la liberaría para lanzarse en un poderoso salto.

    Cuando tal hecho sucedió, los competidores salieron disparados hacia el agua. Hubo gritos gracias a las poderosas oleadas de maná que se proyectaron por los aires.

    «¡El maná de Kyogan es verde oscuro! ¡El de Sherie es café amarillento!», pensaba Shinryu, fascinado, recordando todo lo aprendido en clases. Cada alumno tenía un maná de color y esencia diferente.

    Los competidores se desplazaron con una velocidad de tritones dentro de la laguna. Shinryu ahogó un chillido cuando acumularon otro estallido para emerger y traspasar un aro en el camino establecido para cada uno. Repitieron la hazaña hasta alcanzar los aros más altos, rompiendo con todas las barreras humanas. 

    Entretanto, plantas emergían del fondo de la laguna, guiadas por la magia fioria de los profesores, retorciéndose y enredándose en un baile salvaje. Los competidores evadían y las despedazaban sin problemas. Sherie conjuraba ráfagas acuáticas con sus palmas mientras Kyogan transformaba el agua en cuchillas para cortar todo dentro de un brillo letal.

    Shinryu se hundía aún más en la ola de asombro del público.

    Al traspasar el puente central de la laguna, una batalla directa se desenvolvió entre los competidores mientras saltaban sobre los aros faltantes. Kyogan liberaba su maná verde oscuro, creando escudos de energía sobre sus antebrazos, defendiéndose de las ráfagas acuáticas de su contrincante, quien buscaba romper el delicado equilibrio que requería para mantenerse sobre los aros.

    Se podía oír la característica rabia de Kyogan viajando sobre la laguna: «¡Argh!»

   —¡Dioses, dioses! —susurró Shinryu, adelantándose para observar mejor.

    Los raksaras acuáticos también formaban parte del espectáculo, saltando para intentar derribarlo. Kyogan evadía entre salto y salto, hasta que materializó una niebla a su alrededor con la que se ocultó de la vista de todos. Los gritos de sorpresa y queja se mezclaron con el sonido del agua y el viento.

    —¡Eso es inútil, tonto demoníaco! ¡No te puedes ocultar de mí! —exclamó Sherie con una enorme confianza.

    El chico saltó hacia otro aro y se enervó en una postura desafiante, extendiendo sus manos para convocar la furia de su magia. Ráfagas de aire se lanzaron en forma de látigos, buscando despejar la niebla de Kyogan.

    Pero Kyogan resistió, y en respuesta tenía algo terrible preparado: desde la oscuridad de la neblina remanente, un raksara emergió inconsciente para ser utilizado como un proyectil de carne, rasgando el aire del espacio hasta colisionar con el aro que sostenía a Sherie, quien se tambaleó, apenas manteniendo el equilibrio.

    —¡Pero ¿qué-qué?!

    Kyogan había capturado a más raksaras con sus plantas mágicas y los lanzaba sin ninguna compasión, uno después de otro.

   —¡No puedes hacer algo así, lunático! —reclamó Sherie. Sus ojos estaban por huir de sus cuencas.

    Kiran se dio una bofetada en la frente al ver lo que sucedía, cubriéndose el rostro, luego asomó la mirada con suma cautela para ver si lo que veía era real.

    Lo era.

    Kyogan, después de su hazaña maléfica, se lanzó sobre otro aro, irguiéndose como el rey de la maldad. Observó a su contrincante con desdén, hasta que, con sus brazos en alto, invocó una cascada de agua que luego transformó en una ola de ocho metros. Esta se vino contra Sherie, arrastrando consigo raksaras, peces y todo tipo de plantas acuáticas en su aterrador avance.

    —¡Vas a romper los aaaaaaaros! —gritó Sherie mientras saltaba y buscaba la mejor manera de evadir.

    —¿Crees que no aguantan una pequeña ola? —despotricó Kyogan.

    Fue impresionante cuando Sherie utilizó otro estallido para traspasar la ola y alcanzar el terreno de Kyogan. Saltó entre aros, desatando más ráfagas de aire desde sus palmas unidas en un aplauso, obligando a su oponente a esquivar y a perder la concentración del hechizo acuático.

    —¡¿Vas a tirarme raksaras ahora?! —preguntó Sherie, con una sonrisa picante.

    Concentrado en mantener el equilibrio, Kyogan ya no era capaz de utilizar nuevos hechizos. Desde las tribunas, los espectadores vitoreaban aún más alto en favor de Sherie: «¡Acábalo, Sherie! ¡Acábalo! ¡Tú puedes, eres increíble!»

    —Si rompes un aro, pierdes —dijo Kyogan antes de esquivar en el preciso momento para que una ráfaga de Sherie atacara un aro.

   Pero este resistió con un movimiento oscilante.

    La adrenalina electrificaba el ambiente, la emoción se avivaba por cada rincón de los asientos. Esto aumentó cuando Kyogan y Sherie concentraron todo su poder en un solo hechizo, desafiándose desde la distancia. Una masa de agua, por parte del mago, luchaba por aplastar una cúpula de aire que Sherie formaba con sus manos dirigidas al cielo. La multitud contenía el aliento ante la tensión que generaban los poderes elementales.

    Hasta que gritos de angustia cruzaron el ambiente cuando Sherie empezó a flexionar las rodillas, incapaz de resistir el peso del agua que penetraba al techo de su enorme cúpula. Pero entonces manipuló un segundo hechizo con un movimiento circular de su mano izquierda, de agua, para apoyar el viento y contrarrestar la magia acuática de Kyogan. Dos magias contra una. Los chicos tenían un nivel casi idéntico de poder, pero por alguna razón, Kyogan estaba demostrando un desgaste mayor. Los vituperios en su contra parecían estar traspasando sus defensas invisibles.

    Sin embargo, hubo un giro inesperado que dejó a los espectadores en blanco. La debilidad de Kyogan se reveló como una audaz artimaña para distraer la atención de Sherie, ya que había estado controlando un segundo hechizo en secreto, de planta, dirigiéndolo con una mano oculta en su espalda. Una diminuta rama emergía hacia el aro donde estaba Sherie. De repente, lo alcanzó envolviendo su tobillo para sacudirlo por los aires, interrumpiendo de lleno sus hechizos. Kyogan aprovechó para envolverlo en una gigantesca burbuja de agua, jugueteando con él, sin importarle cuánto se ahogara. Finalmente lo arrojó a los árboles que rodeaban la laguna, obteniendo una victoria inmediata por sacarlo del campo de batalla.

    Un silencio sepulcral se apoderó de la escena en un momento de asombro y desconcierto. 

    Con determinación, Kyogan se dirigió hacia un pilar que contenía la bandera de Argus sobre la cúspide de una torre en el medio. La tomó solo para coronar su victoria, buscando transmitir una advertencia para que no lo volvieran a utilizar. Al saltar sobre la tierra delante de las tribunas, hizo tronar sus pies con maná, liberando una nube de polvo.

    Todos observaban con murmullos, mientras los imperiales no paraban de comentar un sinfín de planes expectantes con la vida del chico. Había dos que se maravillaban con una extraña lujuria en sus ojos.

    Kyogan no se veía feliz ni tampoco aliviado. Su pecho subía y bajaba. Así, empezó a distanciarse hacia el palacio, deseando no volver a ese lugar. Sin embargo, se cruzó con Shinryu a mitad del camino. Sus ojos se abrieron, sorprendido al descubrir la mirada de alguien que había estado buscando acorralar su presencia, de alguien que no era parte de la desagradable ola de porquería humana con sus comentarios y malos deseos, sino de un chico que solo admiraba y luchaba para ser considerado normal.

    Se quedaron allí, observándose en un silencio compartido, hasta que el mago pareció recapacitar y se retiró dedicándole un gesto de desprecio.

    —¡Bien, entonces... Kuhira Kyogan ha sido el ganador del tercer enfrentamiento! —anunció Zimmer por el altavoz—. ¿Kyogan, dónde estás?

    Shinryu no quiso permanecer más en ese sitio a pesar de que deseaba presenciar las restantes competencias. Sentía que ni siquiera era un ser humano; quizás los ojos del mago terminaron de profundizar en él la herida desde donde sangraba su autoestima.

    Caminó de regreso al palacio, analizando todo lo que había visto y escuchado. Kiran vino a su mente y las dudas que lo rodeaban a él y al mago regresaron.

    ¿Entenderá algún día lo que sucedía con Kyogan, Kiran y esta escuela? Algo muy profundo se tejía en lo secreto. ¿Tenía derecho a entenderlo?

    Concluyó que no, entonces se retiró mientras se limpiaba una lágrima con las mangas. 

    Pero fue allí que, de la nada misma, sintió una brisa sobre su cuerpo, una caricia casi sobrenatural que alivianó su mente y le hizo revivir un recuerdo real, como si una respuesta a su devoción le hubiese cobijado y lo llevara a la seguridad de su pasado.

     —¿Adónde vamos, mami?

    —Al doce.

    «¿Doce?», se preguntó Shinryu. ¿Mamá le había hablado alguna vez del doce? No podía recordarlo del todo bien, pero la palabra seguía imprimiéndose desde una parte de su inconsciente, pulsando contra su pecho y espíritu como si fuera un propósito, lo único que importaba en este mundo.

    Doce.

    ¿Por qué le costaba recordarlo con claridad? Era como si hubiera una oscuridad sacándolo del camino de la revelación, algo que brotaba en forma de niebla. 

    ¿Erebo, acaso?


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