Capítulo 11. Christian

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Sé porqué está aquí, pero quiero escucharlo de sus dulces labios, así que me acerco a ella con pasos lentos. Mi dedo recorre su cuello hasta su mandíbula.

—Me alegra que vinieras, Ana. Ahora dime, ¿Qué deseas?

La veo pasar saliva antes de que las palabras salgan de su boca.

—A ti. Te deseo.

No la hago esperar, empujo sus labios abiertos con mi pulgar solo segundos antes de presionar mi boca contra ella, mi lengua inmediatamente saqueando todo a su alcance.

Ana gime, pero no se aparta. Por el contrario, sus manos se presionan sobre mi pecho y aferran la tela de mi camisa.

—Te quiero desnuda y en mi cama. —señalo mi dormitorio.

Se presiona contra mi cuerpo y sus dedos se aferran fuertemente a mi cabello, luego se aparta y camina en dirección a mi habitación. No voy a cuestionar los motivos por los que está aquí, solo voy a disfrutar todo lo que ofrece.

Lidiaré con el jodido Elliot después.

Me tomo algunos segundos para respirar profundo y mantener el control de mi excitación, entonces voy trás ella, que ya dejó su suerte sobre la silla y se desabotona los pantalones.

—¿No hay más falda para mí? —sonrio solo para verla sonrojarse—. Me gusta el acceso fácil.

El pantalón rosa pálido cae a sus pies, sus dedos moviéndose ahora sobre la blusa de seda blanca que lleva. Como el caballero que soy, me acerco para ayudarle a deshacerse de la molesta prenda.

Sus manos rápidas la dejan en bragas y sostén, luego se arrastra hasta el centro de mi cama. La mirada que me dedica me dice que la tome.

Y eso hago, me quito la camisa y la lanzo al piso antes de patear los pantalones, mis pies descalzos se detienen en la alfombra junto a la cama para apreciarla mejor.

—Eres hermosa, Anastasia.

Me sonríe a pensar de sus mejillas rojas y la vista me recuerda nuestro encuentro en Portland: ella, dulce e inocente en mi habitación de hotel cuando me entregó su virginidad.

Y ahora borraré cualquier puto rastro de otros hombres.

Beso mi camino hacia arriba, comenzando con su tobillo. El simple gesto le eriza la piel, se estremece y gime cuando mi boca conecta con su pantorrilla y mis manos inquietas rodean sus muslos.

—¿Te gusta? —cambio le presión de los besos por lamidas—. Dime qué te gusta, Ana.

Sus piernas se presionan juntas otra vez y me apresuro a empujarlas abiertas, lo suficientemente amplias para plantar mi torso entre ellas. Sabe lo que voy a hacer, su mirada azul me sigue.

—Me gusta cuando me tocas.

—¿En donde? —deliberadamente me dedico a sus muslos y evito rozar el vértice.

—Ahí. —suelta un chillido mitad gemido.

—Ahí, ¿Dónde?

Un suspiro frustrado y otro intento de roce de sus piernas.

—En mi clítoris.

—¿Aquí? —presiono un beso suave sobre la tela—. ¿Me necesitas?

—Si.

Empuja mi cabeza con más fuerza y tengo qué reír por sus descarados intentos. Sus bragas son la única barrera que mi impide comerla de la manera en que ella quiere.

Nos hago un favor a ambos cuando las aparto de mi camino y golpeo mi lengua contra el botón hinchado, ella me recompensa con un ruidoso gemido.

Sé que le gusta. Y estoy jodidamente seguro que Elliot no le da la atención que necesita porque es un bastardo egoísta.

Ana gime otra vez, empujando mi cabeza más cerca.

—Asi, Christian, por favor. Dame más.

Presiono mi lengua con más fuerza y recojo la humedad que se acumula antes de volver a pasar la punta de mi lengua por sus pliegues. Mi pene dolorido se restriega contra las sábanas y el movimiento es una puta tortura.

—Nena, podría comerte toda la maldita noche pero justo ahora necesito estar dentro de ti. —antes de que me venga en los pantalones como un jodido adolescente cachondo.

Sus hermosas piernas se abren al instante y me permite quitarle las bragas mientras ella se deshace del sostén. Solo cuando ambos estamos completamente desnudos es que me deslizo dentro de ella.

—Carajo, si. —gruño, pero me quedo inmóvil—. Nena, es un maldito mal momento para decirlo, pero olvidé el jodido condón.

Otra vez. No es algo que me ocurra, pero ella simplemente me hace perder el control de todo.

—Estoy tomando la píldora. —dice, y yo suspiro de alivio—. No te detengas.

Mierda, si. Aunque creo que no podría detenerme aunque quisiera, incluso si eso implica venirme fuera de ella. Nada me detiene ahora de cogerme a la chica que está atrapada debajo de mi.

Ana también debe estar ansiosa porque me rodea la cadera con sus piernas y me empuja, sus uñas clavándose en mi espalda.

El dolor me impulsa a seguir, dándole exactamente lo que quiere a un ritmo controlado e intenso, golpes fuertes que la clavan contra el colchón. Un ligero sonrojo aparece en sus tetas y sube por su rostro.

—¡Sí! ¡Justo ahí! —sus manos me liberan para acunar sus senos—. Christian.

Mis movimientos antes controlados se vuelven erráticos a medida que me empujo más fuerte y más profundo, mi orgasmo construyendose desde la base de mi columna. Y como quiero que acabemos juntos, cambio el ángulo para frotar su pequeño capullo con mi cuerpo.

—¡Christian! —chilla con la espalda arqueada y sus hermosas tetas en mi cara—. Oh, si.

Ella está bajando de la ola cuando encuentro mi propia liberación, mis dientes apretados conteniendo un gruñido de satisfacción que bien podría haber salido de un animal.

Su cuerpo se relaja contra el colchón y yo me tomo unos momentos para mantener nuestra conexión. Me importan un carajo las sábanas, me mantengo en mi posición sin querer apartarme de su calor.

Apenas me aparto, Ana se endereza en la cama.

—¿A dónde carajos vas? —digo mientras ella usa mis sábanas para enredarse—. ¿Cogemos y vuelves a la rutina con tu puto prometido?

—No. —me dedica una mirada antes de enredar su cabello en un apretado moño—. Pero necesito ir a casa, no puedo quedarme.

Una mierda si lo hace.

Se apresura a mi baño con la sábana arrastrando y yo la sigo para asegurarme que la jodida idea de dejarme salga de su mente.

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unicorcho hermosa, este capítulo va dedicado a ti por tu cumpleaños. Muchas felicidades ☺️🥳🎉

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