Capítulo 24. Christian

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Las cosas han estado lentas después de que hablé con los Grey. Si leyeron la información que les dejé, no me lo han hecho saber. Por ahora, mi atención está puesta en la recuperación de Ana.

—Christian, lo entiendo. —Alexander suelta un suspiro de si lado de la línea—. Puedo hacerme cargo, quédate en casa y cuida de tu mujer.

Mi mujer.

Giro sobre mis pies para ver a Anastasia sentada en el porche de la casa, envuelta en una cobija porque obstinadamente se negó a ponerse el abrigo como su padre le ordenó. Raymond Steele de pie junto a ella.

—Gracias, Alex. No sé cuánto tiempo estaré fuera, pero hazme saber si me necesitas.

—Confia en mi, tengo esto. Déjame demostrar que valgo todo el dinero que me pagas.

Idiota.

Me despido rápidamente y guardo el móvil para volver a dónde los Steele siguen observando la casa. Es una propiedad antigua con gran terreno, ubicada en las orillas del estrecho de Puget.

—¿Y? ¿Te gusta?

Ana gira la cabeza para mirarme.

—Es enorme. —frunce las cejas—. ¿Para qué querrías una casa tan grande?

—Para nosotros.

Sus cejas vuelan en su frente y las de su padre caen en molestia. Y justo ahora desearía que él tuviera algo qué hacer en Portland, o lo más lejos posible de aquí. Ana mira de nuevo el patio frente a ella.

—¿Quieres vivir aquí? ¿Qué hay de tu ático?

Estoy negando antes de responder.

—Creo que necesitamos un nuevo inicio, nena. Nueva casa, nuevo trabajo, nuevos amigos. —nueva familia—. Las cosas serán como siempre debieron haber sido.

Sus párpados caen y su expresión se tiñe de tristeza.

—No sé si pueda hacer eso, Christian. No me siento bien. —suspira y dirije sus ojos a su padre—. Tal vez deberíamos volver a Portland.

Carajo, no.

En tres largas zancadas ya estoy junto a ella y tomando su mano, la levanta de la silla. No se resiste cuando la guío dentro de la casa.

—Ven conmigo. —luego señalo a Steele—. Espere aquí.

No necesito a su padre respirando en mi puto cuello cuando le diga que haremos otro bebé si eso es lo que quiere. Lo que la quiera, se lo daré.

La llevo por la escalera, luego hacia la habitación de invitados de la izquierda. El espacio es amplio y decorado con tonos tierra.

—Esta será la habitación de tu padre cuando venga de visita. —me aseguro de enfatizar la parte de visita—. Puede venir siempre que quiera, pero debe volver a su casa en Portland al menos los primeros meses.

Ella suelta una risita cuando se da cuenta que intento deshacerme de su padre. Tiro de su mano y la llevo a la siguiente habitación, la decoración es blanca y sencilla.

—Esta será la guardería. Aquí pondremos una cuna y un sillón reclinable para cuando tengamos qué levantarnos en la noche. —gira la cabeza para mirarme con la boca abierta—. Sé que es muy pronto, pero creo que estamos listos.

No dejo que lo piense demasiado. La llevo ahora a la habitación principal con vistas al Puget y me detengo en el centro. Su mano apretada contra la mía.

—Esta será nuestra habitación, justo al lado de la guardería para escuchar al bebé o podríamos poner la cuna aquí, es bastante amplio. —señalo un espacio entre la cama King size y la puerta—. Hemos perdido mucho tiempo corriendo en círculos, Ana. No dejemos que Elliot nos quite más de lo que ya hizo.

Sus ojos se llenan de lágrimas pero asiente, una pequeña sonrisa se estira en sus labios. No le he dicho que la casa ya es nuestra, y que los muebles pueden quedarse a menos que deseé cambiarlos.

Deslizo la manta fuera de sus hombros, paso el brazo por su cintura y la atraigo para un beso. Casto, suave. Ella gira su cuerpo y presiona sus manos contra mi pecho para acercarse.

Mis dedos hábiles se deslizan por los botones de su blusa en color rosa.

—¿Qué haces?

—¿Qué parece? —sonrío—. Trabajo en ese bebé porque no se hará solo.

Sus mejillas se sonrojan antes de deslizar su labio inferior entre sus dientes. La idea le gusta tanto como a mí.

—¿Estás loco? Mi padre está allá abajo.

Una razón más para que el hombre vuelva por dónde vino.

—Tendrá qué acostumbrarse, Ana, porque no hay forma en que te deje ir lejos de mi. De hecho, creo que es bueno que se haga a la idea.

La llevo conmigo mientras retrocedo y ambos caemos a la cama, mis brazos la atrapan con fuerza a mi lado.

Cásate conmigo.

Sus ojos azules se abren y su boca hace una mueca.

—¿Qué? ¿Estás bromeando?

—No. Ya nada te impide aceptar, a menos que no me quieras. En cuyo caso, te convenceré de lo contrario.

Por primera vez en días, Ana suelta una risita. Luego parece recordar algo porque sus cejas caen.

—¿Y tus papás? ¿Están de acuerdo?

—No me importa si lo están, así como tampoco me importa tu padre. No le estoy pidiendo permiso a nadie, excepto a ti.

Me dedica una mirada de ojos entrecerrados antes de sonreír.

—Bien, si. ¿Por qué no? Ya estoy en todos los periódicos, cuánto antes acabemos con esto, mejor.

Es mi turno de fruncir las cejas.

—Nena, no me considero malditamente cursi, pero eso sonó como una bandita que quieres quitar y preferiría pensar que estás locamente enamorada de mi.

—Lo estoy. —sus dedos finos recorren la tela de mi saco desde el brazo hasta el hombro—. Te he amado desde la primera vez. Esto aquí, es justo como siempre debió ser.

Lo sé.

Vuelvo a poner mis manos sobre el resto de los botones de la blusa y la deslizo fuera de su cuerpo, ella solo jadea e intenta cubrirse.

—Christian...

—Nuestra nueva vida comienza hoy, nena. Esta casa es nuestro nuevo inicio y dejaremos todo lo demás atrás. Ahora déjame comenzar nuestra nueva familia.

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