CAPÍTULO 19: MESES DE ASFALTO

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Kansas City fue la primera vez de Smoky. Y las primeras veces, se clavan en el corazón, igual que un cuchillo de sierra: para siempre. De aquel primer concierto, creo que podría reconocer a veinte o treinta personas si hoy las tuviera delante. En primera fila, había un par de chicos bañados en sudor, completamente despeinados. Habían tirado sus chaquetas al suelo, y bailaban descontroladamente. Una chica rubia gritaba desde el fondo del teatro, se agarraba a la pared para intentar ver por encima de la gente. Cuando la luz atravesaba el espacio, podía verse la acumulación de humo de tabaco, y entre el humo, un grupo de chicas bailaban una coreografía, despelucadas. Era evidente que habían ensayado unas cuantas veces.

Creo que nunca más, en adelante, pude ver una sala medio vacía. En Dallas, Nashville y Tallahassee, el público se fue multiplicando al cuadrado. Hasta el punto de no poder distinguir a cada persona como lo que es: una única persona, un individuo independiente. Solo percibía una marabunta loca de atar, meciéndose de un lado a otro, de delante hacia atrás. Fue absolutamente asombroso el ritmo al que Smoky se convirtió en la novia americana. No había rincón en los Estados Unidos en el que no conocieran a la gran, la maravillosa e increíble Smoky. A quien probablemente jamás llegaron a conocer fue a Ally Storm.

De cien personas pasamos a trescientas, después a quinientas y de ahí a mil quinientas. Siempre me han preguntado qué se siente, y joder, me moriría por poder explicar esa sensación de escuchar a miles de personas, corear un nombre, aplaudir y silbar con frenesí, cantar al mismo tiempo una canción, escuchar cómo cantan un verso cuando todo lo demás se queda en el más envolvente de los silencios, pero me temo que es imposible. Es una experiencia inexplicable.

Cuando el reloj sobrepasaba la media noche y parecía que todo había terminado, cuando el teatro se vaciaba y únicamente quedaba la mezcla del sudor y el perfume del público que había llenado el espacio minutos antes, salía por la puerta trasera, a los callejones más inhóspitos, para subir al coche de gira y volver al hotel. Nada había terminado.

Continuamente me topaba con un grupo de muchachas esperándome, lloviera o nevara, para pedir que firmase trozos de sus camisetas o para abrazarse a mí, como si genuinamente, Smoky fuera importante para sus vidas.

Las imágenes del pasado están borrosas, pues fui vagabunda de mi tiempo. Iba de un punto a otro, sin saber cuál era el destino: un escenario, un plató de televisión, una emisora de radio, una rueda de prensa... Daba igual. Seguía a Martha y a Sasha como una pobre oveja perdida. Aunque es cierto que el pasado sobrevuela algo neblinoso, por fortuna, y a veces, lamentablemente, que yo no lo recuerde no significa que otros no puedan recordar. Todo está grabado. A golpe de un clic, yo o cualquiera que quiera desenterrar mis desdichas, puede volver a escuchar una y otra vez los mejores momentos de mi vida, y también los peores.


***


—Bien, señores: mantengan la compostura. —Entre las interferencias de la vieja radio, se escuchó la voz de Martha y el arrastre de las sillas que los periodistas movían, sin cuidado, para tomar asiento en la rueda de prensa de fin de gira en Nueva Orleans. Al fondo, unos cuantos rompen en aplausos tras escuchar unos pasos que reconozco como propios. El susurro de mi voz pidió un refresco de cola a Terry. Solía beber porque se me quedaba la boca seca por los nervios—. Bien, como decía, recuerden que la rueda de prensa durará quince minutos. Deben hacer preguntas cortas y concisas. Les recuerdo también que el motivo de esta rueda de prensa es el fin de gira y el último concierto que tendrá lugar esta noche en Arnaud's. Confórmense con ese tipo de preguntas, ¿de acuerdo?

—¡Que sí, Martha! —vociferó uno de los periodistas, con condescendencia—. Siempre igual.

—Y siempre termináis preguntando lo que os da la gana, ¿no? —contestó Martha con una ironía que pocas veces había visto en ella.

—Pues eso —rio el otro, haciendo reír al resto de sus colegas.

—Pues eso. ¿Lista, Smoky?

Martha me miró con calidez, asentí y antes de que pudiera ni siquiera pronunciar buenas noches, uno de los periodistas ya se había puesto de pie.

—¿Por qué crees que todos te quieren?

—Supongo que porque soy una buena patriota. Amo mi país y hago todo lo que esté en mi mano para que funcione. No solo hago música. Hago mucho más. —Esta respuesta me la sabía de memoria. La interpretación era casi perfecta. Sasha y Terry me observaban hinchados de soberbia. Contentos de que pudiera seguir el guión sin problemas. Al acabar la contestación se formó un revuelo, hasta que otro de los periodistas irrumpió.

—Señorita Smoky, ha superado usted a Elvis en todas las listas de éxitos. ¿Considera que es usted mejor que él?

¡Imaginaos! ¡Qué ultraje! ¡Yo mejor que Elvis! ¡Elvis! ¡El Elvis de Charlie! ¡El Elvis a quien pertenecía mi guitarra! No sentía que fuera mejor que él, así que me quedé callada. Lo suficiente como para que otro de sus compañeros ya estuviera preguntando algo diferente.

—Así que eres una chica, —apuntó con menosprecio, casi ahogándose en su propia carcajada—. Tu voz es tan grave, que no sé, al principio pensábamos que quizá...

—Claro, quizá lo de Smoky despista un poco, también —respondí improvisando.

Noté al instante una ola de calor. Mis mejillas se ponían del color rojo, y mis pecas se intensificaban también. Sostuve mi bebida y pegué un gran trago, queriendo aclararme la voz. A través de los altavoces de la radio, llegó a escucharse cómo tragaba, avergonzada.

—¿Cómo te sientes al ver que todo el mundo se sorprende por eso? ¿Te molesta? —carraspeé, ojeando a mi alrededor, tratando de buscar la puerta. Antes de poder inventar una respuesta, Martha consiguió recoger el testigo.

—Se acabaron las preguntas. El tiempo de entrevista ha terminado.

Varios periodistas se pusieron de pie, quejándose. Algunos abucheaban a Martha, otros simplemente hablaban entre ellos, yo, me dejé guiar por Sasha, que consiguió sacarme de la sala antes de que rompiera a llorar delante de todo el mundo.

—Pero si no han pasado ni diez minutos.

—Les dije, señores, que se enfocaran ustedes en el fin de gira.

Al final, no les quedó más remedio que obedecer. El equipo de seguridad desalojó la sala, y aquella noche, solo invitaron a dos o tres periodistas amigos al concierto. El resto: carroñeros, como les llamaba Martha, no pudieron entrar en el Arnaud's.


***


Casey me esperaba en la habitación. Abrí la puerta y lo vi plantado justo delante. En una mano sujetaba el mando de la televisión y en la otra una gran bolsa de dulces. En la pantalla están retransmitiendo imágenes del presidente Kennedy, que hablaba sobre la crisis de Berlín, donde se habían encontrado unas semanas antes, un muro levantado que separaba la ciudad en dos. Desde entonces, repetían una y otra vez las mismas imágenes.

—Cambia de canal, anda... —rogué quitándome los zapatos y tirándome en la cama.

—Nada de estar triste, señorita Storm —dijo Casey con dulzura—. Hoy tenemos azúcar, pizza y en cinco minutos echan Walt Disney's Wonderful World of Color.

—Dame eso, lo necesito más que tú —dije quitándole la bolsa de dulces de las manos.

—Tranquila Ally —exhaló, rodeándome con un brazo—. Mañana, volvemos a casa.

En mi tiempo libre Casey y yo nos divertíamos. Poco nos importaba el resto del mundo. Solo que por mucho que una se empeñe en cerrar los ojos y vivir una realidad hecha a medida de Casey y Ally, y Ally y Casey, el mundo sigue girando. Hay circunstancias que son imposibles de evitar. Ni siquiera para Smoky, para mí, que en aquel momento, era una de las personas más famosas del país.

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https://youtu.be/H56qRqHfSRQ

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