CAPÍTULO 5: RATA CALLEJERA

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La abuela y yo pasamos tres años observando cómo la casa se iba deshaciendo a pedazos. Con catorce años ya me había habituado a recorrer las calles igual que una vulgar rata. Aprendí a escarbar entre la porquería, el único método para reconstruir el corazón de nuestro hogar: con las piezas sobrantes de otros, porque igual que la abuela y que yo, eran piezas sobrantes. Pedazos abandonados de un puzle que encajaba a la perfección, pero que dejó de existir en el momento en el que murieron mis padres.

Averigüé todo aquello que una persona de catorce años no debe averiguar. También me instruí en el más secular arte del hurto. A veces por necesidad, otras porque la adrenalina me hacía olvidar mi vida, mi nombre. Me hacía perder la noción de mi propio cuerpo que ya no se parecía en nada al de la Ally de once años.

Errol, el dueño de la tienda de ultramarinos, me conocía. Y sospecho que cada vez que saltaba la alarma antirrobo, me daba cierta ventaja. Nunca llegó a atraparme y apenas lo veía correr detrás de mí. Se limitaba a gritar desde la puerta agitando el brazo con exagerada agresividad: «¡Ven aquí, ladronzuela! ¡Voy a llamar a la policía! ¡Sé quién eres!». Sin embargo, jamás llamó a la policía.

Mi abuela no llegó a darse cuenta de lo que realmente había pasado. Cada vez se encontraba más enferma, y por eso, era más fácil mentir sin que pusiera en duda ninguna de mis incoherentes teorías. Ella, ni siquiera, había reparado en lo pequeño que me quedaba el uniforme del colegio, al que cada vez iba menos, por cierto.

La señorita Dunn insistía en echarme una mano, pero aceptar su ayuda habría supuesto aceptar mi situación, y yo me negaba rotundamente. Prometí que correría con el peso de todas las consecuencias que conllevaba encubrir lo ocurrido. Si dejaba entrar en casa a la señorita Dunn y aceptaba su ayuda, mi abuela terminaría enterándose de todo.

Puede que se la llevaran a una residencia, o aún peor, me llevarían a mí a un orfanato. Así que preferí seguir mintiendo. A la señorita Dunn le conté que vivía con mi tía, que se había mudado desde Bloomington, Indiana, para cuidar de mí. ¡Y no le quedó más remedio que tragárselo!

—Ally, ¿cuándo volverán tus padres? —solía preguntar la abuela. En ocasiones, hacía la misma pregunta dos o tres veces en un solo día.

—Abuela, ¿pero es que no se acuerda? —mentía dándole un sonoro beso en la mejilla—. Se marcharon esta mañana, volverán en una semana.

—Ah... vale —respondía ella ciertamente desconcertada. Para mi desgracia, tenía pequeños momentos de lucidez, aunque eran más bien pocos e increíblemente breves. Tan breves que podía ver en su mirada cómo se hacía chiquitita la idea de que algo no iba bien.

Mi momento favorito tenía lugar en las noches, cuando el sol caía y el vecindario se bañaba en silencio. Cuando todos dormían y nadie esperaba a mi alrededor que fuera la hija de los Storm, a la que, por algún motivo, se le veía actuar de forma extraña los últimos tiempos.

Solía sentarme en el suelo a escribir en mi cuaderno. Escribía todo aquello que pasaba por mi cabeza, como una especie de catarsis. Cartas a papá y a mamá, que aunque sabía que jamás llegarían a enviarse, las escribía como si algún día pudieran leerlas. Reservaba algunas páginas para dibujar los planos de las tiendas del pueblo: una ladrona necesita conocer el terreno lo suficientemente bien para hacer su trabajo sin ser vista, o eso me repetía una y otra vez. Porque como digo, creo que más que ser eficaz en mi propósito, simplemente hacían la vista gorda conmigo.

Con el paso de los años, pienso que, en Loch Lloyd, sabían mucho más de lo que yo imaginaba que sabían sobre mí. También tenía otras páginas que utilizaba para clavar letras de canciones. En realidad eran poemas, pero antes de darme la vuelta y acomodarme en mi cama, trataba de ponerles música.

Un sábado lluvioso desperté con el estómago revuelto. Una sensación extraña me había sacado de mi sueño. Acerté a coger el vaso de agua que había dejado en la mesilla y me puse en pie, todavía entumecida. Rondaban las cinco de la mañana y el ambiente aún preservaba esa luz oscura y grisácea, porque el sol no había salido y porque el cielo estaba cubierto de nubes, tocando con el horizonte en la lejanía.

Entré en la habitación de la abuela, que aunque lucía mucho más austera, al menos, parecía un lugar habitable. Sin lujos pero acogedora. Esta, tenía la mirada fija y no se movía ni un centímetro. La abuela era de esas mujeres que dormían mirando hacia el techo con la boca abierta, y a la que de vez en cuando se le escapaba un ronquido, pero estaba quieta, inerte, y un color enfermo había teñido su piel.

Me acerqué un poco y toqué su mano. Estaba fría: había muerto.

La única persona que me quedaba, había muerto. Lloré poco. No porque la quisiera menos que a mis padres. No obstante, que hubiera durado tres años desde que todo nuestro mundo se hubiera destruido, ya había sido mucho más de lo que habría esperado. Cada día que despertaba y la veía ahí, sonriéndome, pensaba: «Esta tía sí que es dura de pelar». Y lo fue, ¡ya te digo que si lo fue! A pesar de que aquel día no pudiera más.

Abrí una zanja en el jardín con mis propias manos. Siempre supe lo que iba a hacer. Siempre supe que cuando la abuela muriera, iba a ser algo entre ella y yo y nadie más. Nuestro jardín trasero me pareció la elección más bonita. Además, ella pertenecía a los cimientos de la casa Storm, y así seguiría siendo por los siglos de los siglos. Me llevó horas lograr un hoyo lo suficientemente grande para que cupiera. Por un lado, no tuve más ayuda que mis manos y, por otro, a pesar de que el jardín parecía estar lo suficientemente aislado, también estaba muy pegado al de los vecinos, por lo que debía andarme con ojo para no ser descubierta enterrando, bueno... un cadáver no declarado.

Cerca del mediodía escampó, así que decidí dar un paseo por el borde de la calzada, siguiendo el camino contrario que el que llevaba al vertedero. A ese lado de Loch Lloyd se extendía una carretera revestida de baches y curvas, y una línea amarillenta que perdía su color a medida que se iba alejando. A ambos lados solo atisbaba a ver campo verde y las hierbas altas que se doblegaban ante el sonido de la brisa, tumbándolas hacia un lado.

Llegado un punto, la tierra se teñía de amarillo. No un amarillo apagado y moribundo, sino un dorado vibrante proyectado por la vitalidad de las flores, que parecían inflamarse con los pocos rayos de sol que atravesaban las nubes verdosas. Deambulé un buen rato, acariciando aquel mar de oro hasta que me cansé y decidí que era hora de volver a casa y enfrentarme a lo inevitable.

Arranqué un ramo y lo llevé conmigo, pegado al pecho. Posé las flores a un lado de la fosa al llegar y entré en casa con cierta solemnidad. Utilicé todas mis fuerzas para mover el cuerpo inerte de mi abuela y extenderlo en la superficie. Quise besarle en la frente como hacía cada noche, para despedirme hasta el día siguiente, pero no lo hice. No quise despedirme en aquella ocasión. Solo le sonreí con cariño al verla en paz. Juro que detecté en ella una señal de media sonrisa, devolviéndome el gesto. Casi podía escucharla: «Ay, Ally, tienes que cuidarte. Cuídate mucho. No dejes que esto pueda contigo. No olvides que eres una Storm».

La dejé ahí unos instantes y alcancé el sillón que arrastré hasta el jardín e introduje en la fosa, colocándolo con perfección. Seguidamente, entré en casa, y con mucho cuidado, transporté el cuerpo de mi abuela hasta su tumba.

Sudando la gota gorda, la situé sobre el sillón, justo como la veía cada día: los brazos sobre las rodillas y el cuello ligeramente torcido, debido a sus cabezadas espontáneas. Apreté el ramo de flores entre mis dedos y las lancé al viento. Me quedé unos segundos observando la forma en la que caían gentil y libremente, dejándose llevar por la brisa, bailando de un lado a otro hasta aterrizar sobre su falda. Cuando la última flor tocó el fondo, sollocé. Entonces, apoyé las rodillas en el suelo y comencé a cerrar el agujero, sintiendo como con cada puñado de barro dejaba entrar un poco más la tristeza en mi corazón.

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https://youtu.be/ZqWY8TSapkU

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