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En la clínica privada de la ciudad, los médicos manejaban a Pablo con la misma delicadeza con la que se cuida a una flor frágil. Pues, era más posible para ellos, porque tenían mucho menos de qué encargarse, y los planes privados les ofrecían un mejor sueldo a comparación del personal del hospital. Además, se les había informado que el paciente era el hijo de Marco González e Isolda Díaz, dueños de una de las firmas de abogados más importantes en toda la costa.

El chico requería aquel cuidado, ya llevaba una semana con mucho líquido en los pulmones y una tos persistente, pero el pronóstico era bueno, parecía estar progresando, aunque todavía se le fuera mucho el aire. Era la primera vez que Pablo se sentía tan ahogado y botaba tanta flema. Aquella sustancia amarillenta que parecía goma derretida era la que llenaba sus pulmones, o eso decía el internet cuando hizo una breve investigación.

Los médicos comentaban su estado, y le daban actualizaciones a él. Le dijeron que solo era cuestión de tiempo, y que la neumonía era una infección causada por un virus, que obviamente se contagió de algún lado. Desde ese entonces Pablo había estado echando cabeza, meditando adonde pudo haber contraído aquel virus. Sus sospechas principales yacían en el hospital pasado, ¿pero en qué momento?

No fue hasta el día siete que, acostado en su camilla, en altas horas de la noche, escuchó una tos salir de su tórax que solamente había escuchado en la sala de enfermos. Aquella donde lo habían trasladado por primera vez. Esa había sido la primera noche de su estancia en el hospital, cuando le comentaron a la señora Renata que lo iban a cambiar de habitación. En la oscuridad estuvo con enfermos que tosían con la misma sonoridad que él ahora mismo, y no le cupo una duda en la cabeza.

Esos manes tenían una neumonía vieja entonces. Grave.

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Quedarse todo el día tendido en una habitación sin nada que hacer era desesperante para Pablo.

Los primeros tres días intentó mirar y estudiar partidos de la NBA de corrido, pero hasta eso le llegó a aburrir. No poder correr, saltar, decir pendejadas y picar un balón de baloncesto lo estaba volviendo figurativamente loco. Había mandado dos o tres mensajes al chat de grupo del equipo, avisando que estaba bien y que todavía las visitas estaban cerradas. Solo porque habían preguntado, y porque quería ver aunque fuera a alguien. Sentía que si no lo hacía, se iba a morir del aburrimiento.

Por otro lado, también le sirvió de algo aburrirse, pues le daba más tiempo para pensar, y pudo reflexionar un poco sobre todo lo que estaba ocurriendo. Sus acciones, sus palabras y cómo todo lo que quería era una torre Jenga, y él fue quitando varias piezas, lo que la llevó hasta el colapso. González se dio cuenta que es bastante lo que se piensa si no tienes mil distracciones zumbándote en el oído. Tenía muchas cosas que decir, y otras que remendar, pero no podría hacerlo si seguía encerrado en una clínica.

Miraba hacia el techo hastiado de estar enfermo, hay tanto que hacer cuando el cuerpo está en correcto funcionamiento y Pablo lo tomó por sentado cuando su salud estaba en su mejor estado. Cuando la salud le faltó fue cuando más la valoró, porque para actuar necesitaba de  pulmones fuertes, que circulen buen aire en vez de agua, de piernas estables, de una cabeza limpia y sin mareos, y de un cuerpo resistente, que cuando comía su energía y combustible, se echaba a andar por los senderos cotidianos.

Pero en el momento no los tenía, y como cualquier ser humano, valoró las cosas cuando las perdió. Pero el lado positivo es que el cuerpo se sana, y el enfermero encargado de su cuarto se lo explicaba a menudo. Le comentaba que la medicina del cuerpo era la comida, y que por ello le estaban dando suplementos y proteína. La comida allí por lo menos era mejor, pero aún así anhelaba salir, saborear una arepa de choclo con queso y olvidarse del último mes. Borrar la pizarra y empezar de nuevo, justo como dice aquella canción de Carlos Vives.


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El décimo día vino como una estación pasa a otra, rápido pero notable, notable en todo el tiempo que le quedaba a Pablo para hacer distintas actividades. Había empezado a ver muchos videos de curiosidades sobre el universo y la historia, y en serio debía haber estado demasiado desocupado para empezar a descubrir qué eran las supernovas y quién había sido Galileo Galilei, además de enterarse sobre otros detalles sobre la historia colombiana.

Lo cual le recordó a una de sus clases en el Liceo, donde bostezaba al escuchar al profesor. Pero es que era diferente, en los videos todo era más entretenido y atrapador, y los que veía involucraban al espectador. Le hacían preguntas y proponían retos para pensar. Sin embargo, González no se dio cuenta que realmente era su disposición lo que era distinto, no los videos ni el profesor, solo era él y a donde enfocaba su atención.

Después de una tos sonora, con flema y todo incluido, entró el enfermero que había estado a su lado por los días que llevaba en la clínica. Ingresó a comunicarle a Pablo que tenía buenas noticias.

—Hoy se abren tus visitas—le anunció, sosteniendo una tablet en la mano.—Terminamos de proveerte los antibióticos, entonces estás cerca a salir. Aquí tengo la lista de visitantes y la primera inscrita es la señora Iris Casablanca. Viene de once a once y media. ¿La conoces?

¡Era su psicóloga! Y había aparecido como un sorbo de agua caído del cielo en un desierto. No planeaba decírselo a la cara, pero seguía escribiendo lo que pensaba y sentía en sus notas, y hablar con ella en este momento no le sonaba como la peor idea del mundo.

Pablo asintió y desde la puerta el uniformado le explicaba a su psicóloga los protocolos de seguridad, le pidió que dejara su tapabocas puesto en todo momento y que siempre mantuviera una distancia prudente del paciente.

—Bueno, los dejo. Estaré aquí afuera por si ocurre cualquier cosa.

La señorita Iris le agradeció, amigable al enfermero y volteó su cabeza para mirar a Pablo.

—¿Cómo has estado Pablo?—la señora tomó asiento en el sofá pequeño algo alejado a la camilla. Tenía que usar un tono más alto para que la escuchara.

Aquella pregunta hizo que las palabras de Pablo escaparan como el chorro de agua de una cascada.

—Hola, Miss. Me han pasado tantas cosas y tengo mucho que contarle, me ha servido lo del cuaderno... Sí, pero noto que cuando escribo algo quiero actuar de una vez en lo que sea que escribí y—tomó aire para luego verse interrumpido por la serena voz femenina.

—Pablo, calma—ella rió y le hizo señas—tenemos treinta minutos, las visitas duran una hora, pero yo sé que no quieres una conversación de emociones así de larga, entonces estoy aquí solo para revisar tu estado de ánimo. Te aliento a contármelo desde el principio, si es que deseas.

Pablo no le mencionó que quería que las visitas duraran dos horas, para poder ver la cara y escuchar la voz de alguien que no tuviera un uniforme azul de médico, pero no le dijo nada de eso. Simplemente empezó a relatar los hechos, soltándole la sopa sobre todo lo que había ocurrido. Incluidos los detalles y cada cosa que sintió, dentro de lo que se acordaba. Sin pena le confesó que hacía una semana no estaba fumando marihuana y que al principio sospechaba que le iba a dar un ataque psiquiátrico, pues le alteró todos sus sentidos, pero que ahora lo estaba sobrellevando mejor. Ayudaba el hecho que no pudiera salir ni contactar a Styven por mucho que lo pensó hacer.

Le contó sobre la mujer con cáncer de pulmón y su aspecto decayente, sobre la sala repleta de enfermos que tosían fuertemente, sobre su neumonía y lo mucho que le costaba respirar hacía seis días. Ella lo escuchó sin pronunciar una sola sílaba, sorprendida de cómo se había abierto, totalmente distinto a la última vez que hablaron donde más bien él quería salir corriendo de su oficina.

Al terminar, Iris le brindó estrategias para regular las reacciones a sus sentimientos, de una manera en que pudiera sentirlos, pero sin hacerse daño a él ni a otras personas. De igual forma le recomendó no coger rabias, y que entendiera a sus amigos y compañeros de equipo, pues su decisión fue grupal y premeditada. Pablo lo consideró cuando ella le dijo que gritarles, decirles groserías o ignorarlos no haría que nada cambiara.

—Ellos son tus amigos fuera de la cancha. No dejes que un tema que se resuelve dentro de ésta arruine su relación fuera. Todas las amistades tienen momentos de crisis y peleas, pero no por ello deben acabarse. Intenta entenderlos.

Esta vez sí prestó atención a sus consejos. Aquella charla le añadió otro tema que reflexionar para el castaño en la tarde, y lo que le restaban de días en esa clínica.

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A Alan le había llegado la notificación del mensaje de su mamá avisándole las visitas para Pablo, y se inscribió en la lista sin hesitar, pues Pablo llevaba una semana sin atender al liceo ni hablar con él.

Ya eran las cinco de la tarde y después de manejar en la autopista que coincidía con el camino del mar, llegó a la clínica Caribe, donde las recepcionistas reconocieron su presencia en la lista. Le indicaron pasarse a una sala de espera, donde tuvo un encuentro inesperado.

Valentina también estaba esperando su turno para poder visitar a Pablo. La vio y quiso devolverse, desde luego estaba enterado de lo mucho que gustaba de Pablo, era obvio desde que estaban en séptimo, pero nunca pensó que ella tomaría la iniciativa a acercarse. Había juzgado mal, no era tímida para nada, solo era una pelada intensa que quería algo más.

Siempre desean y desean, ¿pero algún día lo conocerán de verdad?

Alan sí la había visto más cerca de Pablo, aunque últimamente parecía siempre estar allí. En todo el sentido de la palabra. Él fue el primero en hablar. 

—¿Y tú qué haces aquí?—Una leve brusquedad salió de un lugar desconocido en su voz, pero le bajó un poco. Mientras el pelinegro cruzaba sus brazos como un escudo, ella lo miró de arriba a abajo, igual de apática.

Genial, me está haciendo el scanner. Anotó mentalmente Alan. Valentina tomó aire rápidamente y su cara cambió a una más amigable.

—Alan, hola—le dio una sonrisa muy rápido para que él la considerara genuina. Ella se tambaleó a un lado, mostrando  inocencia. —Ay nada, estoy esperando mi turno para ver a mi Pabli, todos lo extrañamos.

Alan pudo sentir el nervio en su ojo contraerse al escuchar ese apodo con esa voz. Pabli, Pabli, mi Pabliii.

Se repetía en su cabeza, hasta que lo sacó con un puñado, igual que como se sacan a las malas hierbas. Entonces aclaró su garganta y solo asintió. Una mujer con un uniforme lleno de personajes de Disney llegó y les indicó que tenían que ponerse un tapabocas, y dejárselo puesto mientras visitaran a su amigo. Les facilitó un tapabocas azul a cada uno, y ellos le hicieron caso. Las señoras que tenían ese tipo de uniformes atendían más que todo en pediatría, porque por todo lado solo se apreciaban colores centrados y simples, que se mezclaban con lo blanco del lugar, y ese reconocible olor a consultorio.

—Valentina Ovalle, es la siguiente—un enfermero con una tablet en la mano le hizo un gesto para que entrara. Sus ojos se despertaron y parecía emocionada por pararse y visitar a un enfermo.

Alan había visto esa faceta en todas las ex-novias de Pablo, cuando pensaban en él que parecían carritos locos, y cuando iban a las prácticas solo a verlo. El deja vu de sus caras embelesadas cuando él les dedicaba una cesta. Parecía un patrón, intenso al principio, pero al fin tan efímero.

Pasaron veinte minutos y ella salió con prisa del cuarto, a buscar algo por otro lado del hospital. Cuando entró de nuevo, tenía un papel en la mano. Al pelinegro le entró curiosidad por saber qué decía aquel papel, pero se la tuvo que guardar.

Y cuando Valentina salió después de otros veinte minutos, no le dijo nada, solo la vio alejarse, caminando rítmicamente, con cierto entusiasmo.

Y tú debes ser Alan Castañeda— volvió a aparecer el enfermero con la tablet—es tu turno.

El mencionado apoyó sus manos para pararse del asiento y se acomodó el cuello de la camisa. ¿ ¿Cómo lo saludaría? ¿Actuaría distante con él o familiar? Igual le había traído un regalo, no podía fingir estar molesto. Al pasar por la puerta, la blancura y pulcritud del cuarto le dieron la bienvenida.

—Alansitooo—Pablo estaba tendido en la cama, con la espalda apoyada en una almohada frente a la pared. Su voz sonaba congestionada y rasposa, estaba enfermo después de todo.—¿Qué me trajiste ahí?

Alan alzó la bolsa.—Un postre de tres leches. Te estarán dando comida nutritiva y todo eso, pero me imaginé que querías algo dulce.

—Bro, te daría un abrazo si no tuviera esta gripa—cerraba sus ojos con risa y a Alan algo le alertó en su interior que su amigo estaba de vuelta.

Las ojeras que portaba ahora eran porque su cuerpo estaba intentando recuperarse, no eran las mismas que vio la última vez. Sentía su aura distinta, y es que cuando discutieron parecía no tener norte ni lugar, pero ahora mismo estaba sereno y fresco. Había anhelado silenciosamente poder volver a escuchar su risa.

—Ey Pablo, cuando salgas de aquí tienes que broncearte y coger sol. Vayamos a jugar a la cancha de la 16, esa no tiene ni techo—Alan se sentó cómodo en el sofá. —Le escribiré a Oscar para que agende...

Y en ese momento la cara de Pablo se apagó. Miró hacia un lado, recordando su despedida del equipo. Todavía le pullaba como una espina. Un silencio incómodo se instaló en el ambiente. Para Alan, Pablo siempre iba a ser parte del equipo, solamente que nadie deseaba verlo jugar como estaba antes. El hecho que le dijeran que no lo iban a incluir en el Súperate no significaba que había dejado de ser su compañero.  

—Sé que no es el tema más oportuno a tocar—Alan interrumpió la atmósfera y jugó con sus dedos. Pablo negó con la cabeza, y sus facciones se suavizaron.

—Nah manin, no dijiste nada malo—sus ojos marrones se encontraron con los negros del más bajo—yo de hecho, te debo una disculpa. Por lo de mi casa. Ese día estaba fuera de mí y lo que sentía se me fue de las manos. Pero no tenías que lidiar con ello, la plena. Cuando las personas siempre están ahí para ti, lo tomas por sentado, y aquel día fui muy grosero. Perdón.

Alan estuvo en silencio por un momento, si le pudiera salir un símbolo de computador que dice "cargando", representaría como estaba procesando todo lo que había dicho González.

—Está bien. Entiendo.—Le replicó tranquilo, a la par que contemplaba el paisaje afuera del edificio. Una ráfaga de viento hacía mover los árboles que se apreciaban desde la ventana, sus ramas colgando y danzando estiradas.

—Ah, estar aquí encerrado casi me hacía olvidar lo callado que eres— Pablo soltó una carcajada, y le esbozó una sonrisa. Su voz todavía sonaba áspera.—Te extrañé, Alan. Me tienes que invitar a tu casa cuando me dejen salir.

Ese sería el plan en el momento que le dieran de alta, el pelinegro lo supo. Verse de nuevo se sentía como estar expuesto al sol luego de haber pasado una temporada borrascosa. Igual que cuando cesaban las lluvias de Octubre y por fin se podía ir a la playa. Para quitarse el calor con un chapuzón de agua salada, y comer mamones con limón mientras se oculta el sol. 

Alan se acostó en el sofá antes de quedarse por varias horas, hasta que casi lo sacan de escobazos de la clínica, por pasarse del tiempo establecido de visitas.

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Nota de autor:
Holaaa, ¿cómo han estado?

Aquí llegué yo con las actualizaciones todas grind💪💪

Más que todo es porque estoy escribiendo en cualquier momento, ya dejé eso de esperar la inspiración.

Si no llega la tengo que llamar 🤷🏻‍♀️

En otras noticias, subí un video en TikTok donde averigüé los MBTI de los personajes de esta historia, y - les cuento, salieron demasiado acertados.

Pablo es obvio un estp, eso se veía venir desde lejos. O sea, miren estas fotos y díganme que no son él.

En fin son él.

Igual ya están todos los MBTI de los personajes pero por aquí los estaré mostrando capítulo a capítulo 🕺🏻🕺🏻.

Y la pregunta, ¿Cuál es su MBTI?

A mí a veces me sale infp y a veces intp. Quién sabe.

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¡Definiciones de hoy!

La plena: la verdad.

Como siempre, gracias por leer. 💛

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