CAPÍTULO 10: LA CURA

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Al siguiente día estuve tratando de mantenerme ocupada para no tener tiempo de pensar en él. Tendí mi cama, me ofrecí como voluntaria para lavar los platos del desayuno y mi padre me obligó a ayudarle a Miranda a hacer la comida; esto último fue lo más incómodo. Ella solamente me dirigía la palabra para ordenarme a hacer algo o que le pasara algún ingrediente.

Después de merendar decidí ir a platicar con Jane. Debo admitir que nuestra relación de hermanas no era tan fuerte como la que tenía con Lorraine y Jennifer. De las tres, mi mejor vínculo era con Lorraine. Mi lazo con Jennifer no era tan bueno al principio, pero cuando dejamos Italia mejoró.

Salí de la casa hacia el jardín trasero, donde Jane estaba sentada en una silla de madera, escribiendo en su cuaderno. Me acerqué lentamente. Cuando ya me encontraba frente a la mesa, ella me volteó a ver con curiosidad.

—¿Qué quieres? —preguntó, usando un tono agresivo.

—Sólo vine a platicar contigo, ¿puedo sentarme? —dije con inseguridad.

Ella no quitó su expresión dubitativa, pero asintió. Jalé otra silla y tomé asiento.

—¿Qué haces? —cuestioné con el fin de poder abrir una conversación.

—Estoy planeando el tema de mi proyecto de Ciencias para la escuela —me comentó mientras seguía escribiendo, luego volteó a mirarme otra vez—. ¿Por qué te interesa?

No sabía qué contestarle, así que le devolví su pregunta con otra.

—¿Por qué no me debería interesar?

—Oye, no sé a qué quieras llegar con todo esto, pero la verdad no me importa, así que déjame en paz —espetó.

Sin embargo, yo no me iba a rendir tan fácilmente.

—¿Qué te hizo enojar el día de hoy?

—¿Tú quién crees? —habló con ironía.

—Ah, Miranda, claro. ¿Qué sucedió?

—Le dijo a papá que yo fui la que escondió sus zapatos.

—¡Pero sí tú fuiste quien lo hizo!

—Sí, ya sé —respondió tranquilamente.

—¿Entonces cuál es el problema?

—¡Ella no tenía que acusarme con papá! —exclamó— ¡Ya ves, tú nunca me entiendes!

—En primer lugar, no debiste esconder sus zapatos —le contesté con el fin de que reflexionara.

—¡Sí, sí debía!

No tenía palabras para expresarle mi inconformidad con lo que había pasado, así que sólo fruncí el ceño. Ella, al ver mi expresión, cerró su libreta con fuerza.

—Yo no soy como tú. Yo no soy de las personas que dejan que las pisoteen sin hacer nada al respecto. Gracias a que aprendí eso, yo no he sufrido como tú —su mirada era de desaprobación—. ¡No creas que tú fuiste la única que perdió a mamá! —gritó de repente.

La furia me invadió, por lo que me levanté de mi asiento y le repliqué sin piedad alguna:

—¡Parece que en todo este tiempo no te ha importado la muerte de mamá!

Ella también explotó. Empezaron a caerle lágrimas en sus mejillas. Se levantó de la silla y brumó:

—¡Yo tenía cuatro años cuando murió!, ¡cuatro! —hizo una pausa, examinándome de pies a cabeza con sus ojos llenos de rabia— ¡Tuviste a tu madre contigo seis años!, ¡yo sólo cuatro!, ¡cuatro! ¡¿Tú sabes qué significa eso?! —luego se tranquilizó— Claro que no lo sabes ¡porque en lo único que piensas es en ti! —concluyó y tomó su cuaderno salvajemente, alejándose de la mesa... y de mí.

Aún tenía rencor, así que antes de que entrara a la casa, le espeté:

—¡Por cierto, yo sí fui la que sufrió más su pérdida de toda la familia!

Al escuchar mis palabras se detuvo, dándome la espalda. Después de un momento, simplemente continuó su camino. Me percaté de mi egoísmo y estupidez cuando ella ya se había metido a la casa. Entré rápidamente para alcanzarla, pero sonó mi celular. Al ver el número me emocioné demasiado.

—Hola, Em.

—Hola —respondí, sonriendo.

—¿Qué tal tu día?

—Un poco mal.

—¿Por qué?, ¿qué sucedió?

—Tuve una pelea con Jane —contesté desanimada—. Creo que hoy no podremos salir, debo solucionarlo. Lo siento.

No me gustaba para nada cancelarle los planes, pero era completamente necesario hacer esto. Sabía perfectamente que Peter lo comprendería.

—Sí, lo entiendo. No te preocupes, otro día será.

—De verdad lo lamento.

—Emily, está bien —su tono era apacible—. Hoy le iba a ayudar a Nicolle a pintar su sala de todos modos.

—Bien.

—Sí, suerte con tu hermana.

—Gracias, ¿hablamos al rato?

—Claro.

—Nos vemos.

—Nos vemos.

Colgué y guardé mi celular en el bolsillo de mi pantalón. Me dirigí totalmente decidida hacia la habitación de mi hermana. Toqué la puerta tres veces.

—¿Qué quieres ahora?, déjame en paz —exclamó Jane.

No me iba a detener, por lo tanto, entré, cerré la puerta y me acerqué a su cama. Ella estaba acostada boca abajo en el colchón. Me senté en el extremo izquierdo del lecho y acaricié su espalda para consolarla. Sentí que ella me iba a apartar o a gritar que me largara, sin embargo, no lo hizo.

—Lo lamento mucho. Perdóname —esperé un momento a ver si contestaba, no obstante, se mantuvo callada—. Yo... Cuando mamá murió, estaba destruida. He crecido todo este tiempo creyendo que fue mi culpa. Tal vez sí lo fue..., tal vez no; no lo sé. Pero de algo estoy segura: Ahora que ella ya no está, tenemos que aprender a cuidarnos entre nosotras.

Jane volteó a mirarme, tenía el rostro rojo.

—Pero tú al menos te quedaste con un recuerdo de ella —su voz era nostálgica—: la muñeca que te dio. En cambio, mi esfera de seguro se quemó en ese espantoso incendio.

—Jane, lo material es irrelevante. Los más grandes recuerdos quedan guardados en la memoria. Sé que no te acuerdas mucho de ella, pero te aseguro que te amaba. Tú eras su pequeña Jane, por supuesto que te quería mucho.

Ella sonrió.

—¿Todo bien? —pregunté.

—Sí —me dijo, asintiendo.

—Muy bien —hice una pausa—. Ahora cuéntame algo sobre tu vida.

A pesar de que éramos hermanas, no sabía mucho acerca de ella. No tenía idea de cuál era su color favorito o quién era su mejor amiga. No podía responder ni la más simple de las preguntas sobre Jane, y eso era angustiante. Pero bueno, ahora intentaría recuperar ocho años de nuestras vidas. 


Mi hermana me contó casi todo acerca de ella. Me dijo que no tenía mejor amiga, pero tenía un amigo llamado Simon. Su color favorito era el verde. También me comentó que, si tuviera el poder de desaparecer a alguien de la faz de la Tierra, elegiría a Miranda; en esa parte estábamos de acuerdo.

Yo le hablé de mis profundas charlas con Edwin, sobre la forma en la que Jade trataba de ser perfecta, sobre lo gracioso que era Dylan y sobre lo liberal que era Evelyn. Me dijo que yo tenía amigos muy ocurrentes. Después me pidió que le hablara sobre Peter. Al principio me puse nerviosa, pero terminé contándole todo. 


Las siguientes semanas transcurrieron de maravilla. Por primera vez sentía viva a la esperanza que le pondría fin a mi melancolía. Mi relación con Jane fue creciendo. Jennifer y yo nos ayudábamos mutuamente. Lorraine nos visitaba más seguido, sin embargo, comenzó a actuar de una manera extraña; era como si estuviera ocultando un secreto, un enigma que nos incluía a nosotras. Jane, Jennifer y yo teníamos nuestras teorías sobre el tema, pero no estábamos completamente seguras de ninguna de ellas.

De la misma manera que Lorraine, Miranda también escondía algo. Un día llegó de trabajar por la noche, y nos pidió a mis hermanas y a mí que la dejáramos sola con Jack para conversar. No sabía de qué se trataba, pero esperaba que no fuera algo malo.

Al llegar las vacaciones de diciembre, mi padre decidió que no saldríamos de la ciudad, así que me la pasé en casa. No estuve con nadie porque Peter se había ido a Carolina del Sur; Evelyn, a Irlanda a visitar a sus abuelos; Edwin se enfermó de las vías respiratorias por el frío —no fue nada grave, no obstante, sus padres querían que permaneciera en su hogar—; a Dylan lo castigaron porque le había ido muy mal en el colegio; y Jade se fue a Preston con sus primos. Fue difícil no estar con Peter y mis amigos, pero, por lo menos, hablaba con Edwin por teléfono para ver cómo estaba. Me agradaba bastante. La primera vez que decidí llamarle me asusté al escuchar su voz tan ronca por la inflamación de su garganta; sin embargo, me había ido tranquilizando con el paso de los días porque en cada ocasión se oía mejor. También Doretta y yo seguíamos escribiéndonos por correo electrónico, aunque poco a poco lo hacíamos menos. Yo le había contado que ahora Peter y yo éramos novios..., o algo así; y ella me dijo que efectivamente le gustaba Luka, pero tenía miedo de contarle a Brina al respecto por lo que fuera a opinar, ya que la chica se había vuelto una gran amiga suya. Creo que era algo demasiado típico lo que le estaba sucediendo: Tenía una gran atracción por el molesto hermano de su amiga. Me emocionaba mucho su situación porque algo cliché no se presenta en la vida real muy a menudo, ¿verdad?

En fin, de vuelta a aquel presente: Solamente tenía una tarde más para descansar, ya que mañana regresaría a la escuela. Me encontraba muy feliz por verlos a todos otra vez. Cuando eran las cinco de la tarde, decidí marcarle a Edwin. A pesar de que había platicado cada día de diciembre con él, todavía no me aprendía su número telefónico; creo que era porque no les ponía atención a los dígitos por la euforia de escuchar su voz.

—Hola. ¿Cómo estás? —contestó ronco.

—¿No vas a preguntar quién soy?

—Emily, hemos charlado durante todo el invierno. Créeme que ya sé en qué momento llamas a mi casa.

—Y ya te hartaste de eso, ¿verdad?

—No, para nada. Mis padres están ocupados todo el día, así que hablar contigo me entretiene.

—Ah, qué bueno es saber eso. ¿Listo para mañana?

—Sí, hacer nada me está matando —hizo una pausa, supongo que pensaba—. ¿Quieres salir?

Su pregunta me impresionó.

—¿Ahora?

—Sí, ahora. Son las cinco, puedo pasar por ti a las cinco y media, y vamos a caminar o algo así.

—Está bien. ¿Pero crees que no empeorará tu garganta?

—No, ya estoy bien. Está algo irritada, pero no es nada grave.

Eso me calmó.

—Está bien, te creeré. Acepto salir contigo.

—Bueno, nos vemos en media hora.

—Hasta pronto.

Inmediatamente después de que colgué, corrí hacia mi habitación para cambiarme, ya que había estado todo el día en pijama. Después de unos minutos, ya estaba impacientemente sentada en el sillón de la sala, observando a los segundos transcurrir en el reloj.

Escuché el sonido del timbre. Me levanté del sillón y fui hacia la puerta, sin embargo, me tropecé con la alfombra de la sala y caí boca abajo. Me golpeé la cara contra el duro piso. La herida retumbaba en mi cabeza. Coloqué mi mano derecha en la frente para sobármela. Tuve la sensación de que me habían pegado con un ladrillo.

Alguien bajó las escaleras a toda velocidad, pasando delante de mí como si no me hubiera visto. Era Jennifer, que estaba muy arreglada con ropa casual, pero no dejaba de ser elegante. Abrió la puerta.

—Hola, ¿está Emily?

Era una voz afónica, una voz que reconocería en cualquier parte.

—Ah, hola, Edwin. Pensé que eras... Bueno, no importa —dijo Jennifer decepcionada.

Yo aún contemplaba toda la conversación desde el frío suelo. Me levanté aturdida por el golpe. Con la palma todavía sobre mi frente, me acerqué a la puerta justo para mirar cómo Edwin pasaba sus ojos encima del hombro de mi hermana y me observaba.

—¿Te pegaste en la cabeza? —preguntó él con estupefacción.

Jennifer volteó hacia atrás para verme y yo le dediqué una inocente sonrisa.

—Dios mío, ¿qué te pasó? ¿Estás bien? ¡Quita tu mano y déjame ver ese golpe!

Cuidadosamente, mi hermana separó mi palma de la frente, causando que percibiera un repentino viento. El aire lo sentí muy frío. Miré que Edwin se había quedado atónito, al igual que Jennifer. Dirigí la vista a la mano que había utilizado para sobarme la cabeza. Había una gran mancha de...

—¡Sangre! —exclamó mi hermana.

Ella había reaccionado, pero mi amigo seguía inmóvil. Yo también me había quedado paralizada, además, me estaba empezando a marear. Iba a irme para atrás, tal vez me desmayaría... Una mano helada me sostuvo del brazo. Apenas consciente, volteé a ver quién era: Me encontré con los ojos de Edwin clavados en los míos. Él me ayudó a llegar hasta el sillón. Me senté delicadamente y me quedé ahí sin articular ni una palabra, sin mover un solo músculo, sólo veía hacia la nada. Oí que Jennifer gritaba, pero no logré escucharla detenidamente.

Vi hacia la mesa cristalina de la sala para reflejarme. Tenía la piel pálida, tan pálida como la tez de los vampiros. Mis ojos ya ni eran azules, parecían grises. Mis labios estaban totalmente resecos; y había una enorme mancha de sangre sobre mi frente, que me causaba náuseas. Rápidamente me quité para que no sucediera lo peor.

—... ve por un trapo y remójalo en agua. Tenemos que hacer presión en la herida.

Recuperé la razón y logré escuchar la última instrucción que Jennifer le había dado a Edwin. Cuando volteé, ella ya estaba sentada junto a mí.

—Tranquila. Sólo es un poco de sangre, no es nada grave —trató de calmarme.

Oí las pisadas de Edwin. De reojo miré cómo Jennifer tomó el trapo, que le ofrecía mi amigo, y me lo puso en la cara. Estaba húmedo y me congelé cuando hizo contacto con mi piel.

—Relájate. Inhala —yo inhalé—. Exhala —yo exhalé.

Mientras respiraba, poco a poco el mundo volvía a ponerse en su lugar.

—¿Ya se te pasaron las náuseas? —preguntó Edwin.

Asentí con la cabeza.

—¿Crees poder acostarte en el sillón? —quiso saber Jennifer.

—Supongo que es lo mejor —respondí.

Mi hermana se levantó para que yo pudiera extender las piernas. Luego mi amigo me sostuvo para dejarme caer sobre el cojín con mucho cuidado. Edwin rozó delicadamente las yemas de sus dedos sobre mi frente. Yo le dediqué una pequeña sonrisa mientras él también me esbozaba otro inocente gesto. Lo último que pude visualizar fueron sus profundos ojos negros.


Abrí los párpados. El techo de concreto estaba frente a mí. Yo seguía acostada en el sillón, pero con la excepción de que ahora tenía una cobija suave y cómoda alrededor de mi cuerpo. Toda la casa se hallaba sumida en una calmada oscuridad.

Intenté levantarme, apoyándome con mis codos; sin embargo, la cabeza empezó a dolerme como si me estuvieran golpeando con un martillo. Dejé mi brazo derecho recargado contra el diván y coloqué mi palma izquierda sobre mi frente, tratando de amortiguar el dolor.

—No tienes que levantarte si te sigue molestando la cabeza —escuché a una voz entre la negrura.

Volteé hacia el lugar de donde provenía. En el sofá, que estaba delante de mí, había una persona sentada.

—¿Edwin?

—¿Sí?

—¿Qué haces aquí?

—Si me iba, ¿quién crees que te iba a cuidar?

—¿Y Jennifer?, ¿dónde está?

—Me dijo que iba a casa de una amiga. Un auto gris pasó por ella hace una hora.

—Ah, sí; es el auto de la mamá de Isabelle.

—¿Dónde están tu padre y tus otras hermanas?

—Mi padre se fue esta mañana a Italia con mi madrastra, regresan en una semana. Se supone que mi hermana mayor va a quedarse con nosotras el tiempo en el que ellos estén fuera; pero Jane quería ir a ver una película esta tarde, así que Lorraine la llevó. Jennifer no fue porque se iba a ir con Isabelle; y yo no accedí porque se supone que saldría contigo, pero digamos que eso último lo arruiné.

Me sentía avergonzada.

—Si te sirve de consuelo, no arruinaste nada; me entretuve haciéndote un té. Está sobre la mesa de cristal.

Traté de tomarlo, no obstante, su voz me detuvo.

—No, no te levantes, yo te lo doy.

Se puso de pie ágilmente y lo colocó entre mis manos. Pude ver su rostro a la luz de la luna.

—Gracias.

Tomé un sorbo para probarlo y descubrí que era delicioso, de un trago me lo bebí todo. Al terminar me limpié los labios con la palma.

—No pensé que tuvieras tanta sed, ¿quieres que prepare más?

—No, estoy bien así. ¿Me puedes ayudar a levantarme?

Sin responder se dirigió al sillón y me impulsó para ponerme en pie. Cuando estaba frente a él, le dije:

—Ya que no pudimos salir por mis torpes pies, te quiero enseñar algo; ¿quieres ver?

—Sí, ¿adónde vamos?

Lo tomé de la mano para dirigirlo al jardín trasero. Al deslizar la puerta, encendí el interruptor y así pudimos contemplar las luces de Navidad. Miranda y Lorraine habían adornado el jardín con arreglos de diferentes tamaños y colores de la época. La nieve lucía como perfecta acompañante para tal maravilla.

Volteé para observar a Edwin. Estaba sorprendido, recordándome la misma mirada que yo había puesto cuando vi el jardín por primera vez. El lugar parecía sacado de un cuento de hadas.

—¡Guau!, qué bonito. Además, entona perfectamente con las estrellas —me dijo, alzando la vista hacia el cielo.

—¿La noche es tan hermosa como Jade?

Mi amigo abrió mucho los ojos, quedándose pasmado. Así es, había descubierto quién era el amor secreto de Edwin: Jade. Él estaba perdidamente enamorado de ella. Todos esos poemas tan cursis, que Edwin escribía con una obsesión demente, habían sido creados para la pelirroja. Siempre fue ella. Él nunca se interesó en otra persona hasta mucho tiempo después, cuando nuestras vidas dieron un giro inesperado; pero de eso hablaré más tarde. Por ahora, sabía que le había incomodado mi pregunta, sin embargo, resultó indispensable hacerla.

—¿Como Jade? —cuestionó temeroso.

—Sí, ya sabes, Jade: pelirroja, ojos azules, estatura media. La chica que trata de ser perfecta: Jade.

—¿Quién dice que me gusta Jade?

En ese momento lancé una carcajada.

—¿Qué es tan gracioso? —preguntó molesto.

—Tú solo te delataste. Trataba de que lo confesaras más despacio, pero al parecer resultó más rápido de lo que creí —respondí entre risas.

—¿Qué? —preguntó confundido y frunciendo el ceño.

—Yo nunca te pregunté si te gustaba, te pregunté si se te hacía bonita. Son cosas diferentes, pero caíste —expliqué.

—Lo siento, es que hablar de esto me pone nervioso.

—No te preocupes, no le diré nada; pero ¿por qué no se lo confiesas?

Edwin se quedó mirándome sin saber qué decir; así que respondí por él, haciéndole caso a una de mis teorías.

—Es por Evelyn, ¿verdad?

Él asintió con la cabeza.

—Temo perder su amistad —dijo.

—¿Cómo la perderías? —hice una pausa. Al ver que no respondía, seguí— Te he visto: Siempre estás cuidando lo que dices frente a ella, es como si le tuvieras alguna clase de miedo.

—No es miedo, es sólo que ella es mi mejor amiga y... temo herirla.

—¿Herirla?, ¿cómo podrías hacer eso? Edwin, tú nunca te atreverías a hacerle daño. Ella te quiere mucho y estoy segura de que comprenderá tus sentimientos por Jade. Evelyn no creerá que la dejarás sola si le dices a Jade lo que sientes: Es eso, ¿no?, ¿temes que Evelyn piense que la abandonas por Jade?

—Sí —contestó, asintiendo con la cabeza.

—Estoy segura de que ella no se sentirá así, ya no más, nos tiene a nosotros.

Antes de que él pudiera responder, sonó el timbre de la casa. Los dos volteamos en dirección a la puerta de cristal. Luego caminamos apresuradamente hacia la entrada. ¿Quién sería a esta hora? Mis hermanas tenían llaves, así que no podían ser ellas. ¿Entonces quién era?

—¿Quién podrá ser? —pregunté en voz alta.

Me detuve a unos pasos del umbral. Él sostuvo el picaporte de este.

—Creo que sé quién es. Le mencioné lo que te pasó, por lo que supongo que vino a verte —comentó.

Sin tiempo para dejarme pensar, abrió la puerta. Todo desapareció y sólo pude verlo a él. El tiempo se había detenido y ya no iba a existir cuando estuviera entre los brazos del recién llegado. El chico esbozó esa hermosa sonrisa que me encantaba. Ahí estaba la persona que tanto anhelaba volver a ver, ahí estaba...

—¡Peter!

Corrí para reunirme con él. El chico me recibió con un abrazo tan reconfortante, que tuve el repentino deseo de quedarnos así para siempre. Luego de unos segundos, nos separamos un poco para poder vernos a la cara. Él tenía las manos sobre mi espalda y mis palmas estaban en sus hombros. Esa hermosa sonrisa seguía en su rostro. Nos contemplamos por un momento. Después acercó sus labios a los míos y me besó. Yo enredé mis dedos en sus cabellos castaños y él me sostuvo con más fuerza. Posteriormente nos miramos otra vez.

—¿Te sientes mejor? —preguntó.

—¿De qué?

—Del golpe que te diste en la cabeza, ¿estás mejor?

Ah, eso. Por un instante me sentí como una tonta por haberlo olvidado, pero creo que ya ni me dolía.

—Sí, estoy mejor.

—Ven, vamos a la sala para que pueda observar ese golpe.

Entró a la casa y cerró la puerta detrás de él. No dejé de mirarlo. Me tomó la mano dulcemente y caminamos hacia la estancia, ahí me senté en el sillón.

—Voy a encender la luz porque la del jardín no alumbra lo suficiente —anunció y se fue a la pared para prender el foco que debería estar iluminando la habitación.

Antes de que él pudiera llegar al interruptor, vi que la cocina se hallaba encendida, recordando que no tendría que estarlo.

—¿Quién se encuentra en la cocina? —pregunté.

Peter volteó hacia la dirección que le indicaba.

—Supongo que Edwin —respondió y prendió la luz.

¡Oh!, se me había olvidado que mi amigo seguía aquí. Tenía la esperanza de que no me hubiera escuchado.

—Bueno, me voy. Al parecer ya no me necesitan aquí —nos dijo Edwin, apagando la cocina—. Lavé el vaso donde te tomaste el té.

—Gracias por todo —hablé.

—Sí, bueno, adiós. Qué tengan una linda noche.

Peter se dirigió a él desde el otro lado de la sala.

—Muchas gracias por avisarme y cuidar de Emily.

—De nada.

Mi amigo se fue hacia la puerta sin ni siquiera dedicarme una mirada. Antes de que pudiera salir, me levanté de mi lugar.

—Gracias por cuidarme esta tarde, Edwin. Fue muy lindo de tu parte —le detuve el paso.

—Sí, no te preocupes. Ahora deja que me vaya. Tu novio y tú tienen mucho de qué hablar y yo nada más estorbo aquí —sus palabras me hirieron... y no supe explicar por qué. Hizo una pausa, después concluyó—. Lo siento, Emily. Ven, abrázame. Me gustó mucho estar contigo esta tarde.

Sin pensarlo ni un segundo más, me dirigí hacia él e hice lo que me había pedido. Después me esbozó una sonrisa, que desde mi punto de vista fue fingida, y se despidió de nosotros moviendo la mano. Observé cómo se iba y después volteé hacia Peter.

—¿Cuándo llegaste? —pregunté.

Él se acercó a mí para examinar el golpe.

—Hace como tres horas. Estaba recogiendo mi valija cuando vi el mensaje de Edwin. Quise venir de inmediato, pero primero tenía que ir a mi casa. Por eso tardé demasiado —me explicó.

—Gracias por venir. Me urgía mucho volver a verte.

—A mí también. ¿Qué tal si te sientas, voy por algo de hielo y me cuentas que hiciste en las vacaciones?

—Me parece bien.

Tomé asiento, escuché cómo sacaba el hielo del congelador y, en menos de lo que esperé, ya estaba de vuelta conmigo. Puso el cubo helado delicadamente sobre mi frente, se sentía demasiado frío a pesar de que le había puesto un trapo alrededor. Me estremecí.

Trataba de organizar mis pensamientos para ver qué le iba a contar sobre mis vacaciones... De repente, ese recuerdo volvió a mí; no sabía por qué. Trataba de apartarlo, pero no se iba; algo en mí quería que se quedara...

—Lo siento, sólo será por un momento —me dijo al darse cuenta de que temblaba por el frío.

Claro, era por eso, ¿no?

—No te disculpes, supongo que tengo que ser yo la que debe aprender a tener más cuidado con lo que hace —contesté, sin embargo, mi respuesta no fue para su disculpa, sino que era una oración que nunca había podido pronunciar.

Esa horrible noche, mientras los bomberos aseguraban el perímetro, el auxiliar de la ambulancia revisaba que todo se hallara bien conmigo, que no estuviera herida. Me había puesto alcohol para que no se me infectara la herida en mi pierna derecha. Al ver que hacía una mueca de dolor, me dijo: Lo siento, sólo será por un momento. Esa vez yo no refuté, pero pensé en la respuesta. Lo más extraño era que no había recordado nada sobre lo de la revisión del paramédico hasta ahora.

—Fue un accidente, le pudo pasar a cualquiera —aseguró Peter.

Era como si él me estuviera diciendo que lo del fuego fue un accidente, que le pudo pasar a cualquiera; pero claro, no era sí: Él hablaba sobre el golpe en mi cabeza, no sobre el incendio que mató a mi madre.

—¿Resbalarse con la alfombra? Créeme, si le pasa eso a alguien, significa que es demasiado torpe —aclaré, intentando concentrarme.

—No eres torpe, todos en la vida nos hemos caído —respondió, quitando el hielo de mi frente.

En ese momento no supe qué me ocurrió. Lo que estaba pensando salió de mi boca sin pedirme permiso.

—Alguien que no es capaz de salir de un incendio sin ponerse a lloriquear, arriesgando la vida de los demás, es alguien torpe —declaré, alzando la voz.

Frunció el ceño, expresando confusión. Claro que no sabía de lo que yo estaba hablando, jamás le había confesado que mi madre había muerto; aunque se me hacía raro que nunca me hubiera preguntado al respecto. Vamos, era fácil deducir que ella no vivía conmigo. Lo observé con mucha atención, entonces lo supe. Un enfado fugaz me invadió el pecho.

—¡Lo has sabido todo este tiempo! —exclamé.

Suspiró.

—Sí...

Estaba convencida de que Nicolle se lo había contado.

—¿Por qué nunca admitiste nada?

—Supuse que, con el tiempo, me lo dirías —concluyó con una sonrisa triste.

—Vaya, entonces debes pensar que soy extremadamente torpe —contesté con sequedad.

—Emily, tenías seis años, no sabías qué hacer —trató de hacerme razonar.

Pero yo no quería. Debía aceptar las cosas como eran: La verdad fue que ella se entregó a la muerte por mí, algo muy tonto de su parte porque su vida valía más que la mía. Prácticamente fue como si yo la hubiera asesinado, dejándola sola en esa casa que parecía un horno caliente. No pude evitar echarme a llorar. Él no lo dudó ni un segundo y me abrazó. Recargué mi cabeza sobre su pecho. Cuando comencé a calmarme un poco, me atreví a mirarlo a los ojos.

—Lo siento, no sé por qué perdí la compostura.

—No te preocupes, puedes desahogarte todo lo que quieras.

No muy convencida, asentí con la cabeza.

—No sé por qué dije eso. Trataba de organizar mis pensamientos para contarte lo que había hecho en las vacaciones, pero de repente me acordé de la última Navidad que habíamos pasado juntos. Intenté quitarlo rápido de mi mente y fallé..., no pude resistir... —se me cortó la voz.

—Está bien... Está bien.

Me volvió a poner entre sus brazos y yo me acomodé otra vez para acostarme en su torso. Cerré los párpados. Ahí fue cuando me di cuenta de que ya no había nada qué temer.


El sonido de la puerta me hizo abrir los ojos. Estaba en mi recámara, en la oscuridad. Al parecer me había quedado dormida y Peter me había traído hasta aquí. Oí que mis hermanas hablaban en el piso de abajo.

Después de despejarme un poco y tratar de procesar lo ocurrido, me senté con dificultad en la cama. Vi el reloj, eran las once de la noche. Eché un vistazo en dirección al umbral de mi habitación; ahí se encontraba él, recargado en la pared. Me miraba fijamente.

—Acaban de llegar tus hermanas, así que supongo que ya tengo que irme —hizo una pausa—. ¿Crees que, si bajo, les dé un ataque por verme?

—Supongo que sí. Mi padre no está, pero no creo que a Lorraine le agrade mucho que te encuentres aquí. Iré a apurarlas para que se vayan a dormir, así podrás salir.

En realidad, no quería que se fuera. Sin embargo, me levanté de la cama, me puse mis zapatos y me retiré en dirección a las escaleras.

—Oh, aquí estás —dijo Lorraine cuando yo terminaba de descender.

—¿Te sientes mejor? —preguntó Jennifer.

—Sí, estoy mejor, pero necesito descansar; así que por favor...

—No te preocupes, ya nos vamos a dormir —me interrumpió mi hermana mayor, sabiendo hacia dónde iba mi solicitud.

Jane y Jennifer pasaron junto de mí.

—Buenas noches —me deseó Lorraine, yendo hacia la habitación extra que nadie usaba.

Una puerta de las de arriba se cerró después de unos segundos. Ya no había nadie, él podía irse. Regresé a mi cuarto para avisarle y Peter se encontraba en la misma posición que antes.

—Listo, puedes salir.

—Está bien —me respondió en un murmullo de voz.

Cuando ya estaba girando la manija, lo detuve.

—Espera..., no quiero que te vayas —él volteó a mirarme—. Quédate —le pedí.

—¿Qué? —me preguntó con perplejidad.

—Quédate a dormir... conmigo —hice una pausa—. Las pesadillas no vendrán hoy si te quedas.

—Entonces me quedaré.

Peter se acostó en mi cama y yo me acurruqué junto a él, tapándonos con las cobijas a ambos. Sinceramente, fue todo lo contrario a una situación incómoda. Me enrolló entre sus brazos. Su calor corporal me daba una cierta tranquilidad que no sé cómo describirla. Su aroma llegaba hasta mi nariz, provocándome una rara y adictiva satisfacción. Él cerró los ojos y empezó a acariciarme la espalda cariñosamente. Yo también los cerré. Traté de ya no hacerles caso a los ruidos de la ciudad para quedarme dormida, mientras escuchaba a su corazón latir. 

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